El humanismo social de Calvino

Ofelia Miriam Ortega

En el año 2009 tuve la oportunidad de participar en la celebración del Jubileo de Calvino en Ginebra, Suiza, donde se le recordó ecuménicamente a quinientos años de su nacimiento. En esa ocasión, visitamos el museo de la Reforma protestante, dirigido por nuestra entrañable amiga, la doctora Isabelle Graesle. Allí se realizó una presentación especial, titulada “24 horas en la vida de Calvino”, en la que mediante la tecnología moderna pudimos apreciar a Calvino, muy temprano en la mañana, releyendo las notas de su Institución de la Religión, levantándose de su cama. También apreciamos sus conversaciones con el Consistorio y el diálogo con una mujer a la que querían condenar Calvino y los líderes que le acompañaban en el Concilio por haber organizado un baile en su casa. La figura de la mujer aparecía defendiendo sus derechos a las expresiones lúdicas inocentes y plenas de gozo, que no minimizaban en modo alguno su fidelidad al evangelio y a la iglesia a la cual pertenecía.
Lo que más nos llamó la atención en ese breve recorrido por las “24 horas de la vida de Calvino” fue que no se nos presentaba a Calvino como el hombre perfecto, sino, por el contrario, como el reformador estudioso, capaz y diligente, pero también, como todo ser humano, expuesto en su contexto histórico a cometer errores y a luchar ardientemente por el perdón, la reconciliación y la pureza doctrinal que podía edificar la vida de los habitantes y la sociedad donde le correspondió vivir por la gracia de Dios.

El humanismo social de Calvino
He querido enmarcar en este breve comentario la vida de este hombre, su vida y su legado. Para ello concentro esta reflexión en lo que André Biéler llamó “el humanismo social de Calvino”.
Hay un texto bíblico central para el humanismo de
Juan Calvino y para sus comentarios sobre II Corintios 8,13-14: “Sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad. Como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos”.
En su comentario, Calvino dice: “Dios quiere que haya tal analogía e igualdad entre nosotros, que cada cual ha de subvenir a los indigentes, según está a su alcance, a fin de que algunos no tengan en demasía, y otros estén en aprietos”. Hoy llamamos a este énfasis ético “la economía de la suficiencia”.

Tres aspectos del humanismo
social de Calvino
En el pensamiento de André Biéler, el humanismo social de Calvino tiene tres aspectos del pensamiento reformado que aún son actuales:1 un humanismo integral, un humanismo ecuménico y un humanismo universal.
El humanismo integral, que algunos autores califican de ética holística, reclama del cristiano en todo tiempo una puesta al día de su pensamiento y su acción. Para Calvino, el evangelio exige de los cristianos la búsqueda incesante de un humanismo integral que tome en consideración la persona en su totalidad y la sociedad en su conjunto.
Es el doctor Sergio Arce quien nos habla del humanismo ecuménico de Calvino: “El ecumenismo de Calvino rebasó lo estrictamente eclesial, porque fue multicultural. Durante su ministerio pastoral, Ginebra fue una ciudad donde confluyeron buscando refugio, con su absoluto y total beneplácito, cientos de creyentes de todas las nacionalidades europeas, de diferentes culturas y expresiones religiosas”.2
Los historiadores afirman que en la época de Calvino, Ginebra contaba con una población de diez mil habitantes, y que, sin embargo, supo recibir unos cinco mil refugiados. Esto contrasta enormemente hoy con la xenofobia y la deportación que ponen en práctica Europa y los Estados Unidos de Norteamérica. En 1562, solo cuatro de los ciento sesentidós estudiantes de la Academia de Estudios Superiores de Ginebra, precursora de la Universidad de Ginebra, habían nacido en la ciudad.
Nada es más extraño al pensamiento de Calvino que el confesionalismo extremista y excluyente, que convierte a la cristiandad en una entidad cerrada y autónoma. En el artículo 26 de la Confesión de La Rochelle, preparada por Calvino y adoptada por el primer Sínodo Nacional de las Iglesias Reformadas de Francia en 1559, Calvino afirmó: “Por tanto, nadie debe apartarse y contentarse individualmente, sino que todos juntos deben guardar y mantener la unidad de la Iglesia”. Invitado en 1552 por Cranmer, arzobispo anglicano de Canterbury, se declara dispuesto a “atravesar diez mares si es necesario para concretar la unidad de la Iglesia”.
El tercer aspecto del humanismo de Calvino es su universalismo: no tiene fronteras religiosas, queda abierto al mundo entero. Es un humanismo universal que destruye todas las barreras que los seres humanos levantan entre ellas y ellos. Pues en Cristo, las fronteras nacionales, ideológicas y sociales han sido abolidas.
Es Hans Kung quien se refiere a ese humanismo universal de Calvino en su libro El cristianismo: esencia e historia: “No hay que restar nada a la importancia fundamental de Lutero para la Reforma, su impulso básico, su programa, su nuevo paradigma en general. Pero fue sin duda Calvino, ese reformador francosuizo famoso ahora en toda la Europa, el que con su espiritualidad de raíces profundas, con su síntesis teológica amplia y de clara transparencia, con su sentido para el ordenamiento eclesial, organización y difusión internacional de la Iglesia, convirtió el protestantismo en una potencia universal”.3 Lo cierto es que Calvino traspasó las fronteras de Ginebra, influyó desde Francia hasta Polonia y Hungría, y creó una red eclesiástica internacional.
Podemos resumir este humanismo integral, ecuménico y universal de Calvino con las palabras de Jane Dempsey Douglas, autora del libro Women, Freedom and Calvin (Mujeres, libertad y Calvino), en el que expone las tareas asumidas por Calvino en Ginebra para reflejar la justicia de Dios. Dempsey cita textos de uno de los sermones de Calvino sobre Deuteronomio: “Si nosotros fallamos en apoyar a nuestros vecinos en necesidad, y no hemos tratado de enrolarnos a favor de ellos cuando necesitan nuestra ayuda, somos culpables delante de Dios”.4
También con un énfasis realmente social, Jane D. Douglas dice que “para Calvino el trabajo por la justicia no es una actividad extracurricular en la escuela de la fe”.5
Para Calvino, no se puede ser espiritual y vivir injustamente (Mateo 5,23-24). Es nuestra responsabilidad trabajar por la justicia en nuestro mundo, como una parte intrínseca de la disciplina espiritual. A medida que crecemos bendecidos por la gracia de Dios, tenemos que crecer también en nuestra relación con aquellas y aquellos que nos rodean. Debido a que nuestros vecinos y vecinas incluyen hasta aquellos a quienes no conocemos, el principio de la justicia debe estar en el corazón de nuestra espiritualidad, de manera que nuestra preocupación no se limita únicamente al círculo inmediato de amigos y amigas, porque si fuera así, nuestra fe estaría distorsionada por la privatización y el individualismo.
Esta es una de las razones por las que Calvino se oponía a la usura. Prestar dinero a otros y otras puede hacerse siempre que no se cobre un interés tan alto que las personas queden endeudadas de por vida. Rechazó a “aquellos que se sientan sin hacer nada, y reciben tributo del trabajo de otros”. Llamó a los cristianos especialmente a reclamar “que los míos socorran a los pobres, y a ofrecer pan al hambriento”.6

La imagen de Dios en la humanidad,
realidad individual y comunitaria
Calvino no solamente enfatizó que cada persona individual es creada a la imagen de Dios. En él existe una imagen comunitaria de la imagen de Dios. Es a partir de la convicción de que la humanidad toda entera es a la imagen de Dios que interpreta I Corintios 11,7, y afirma que no se puede aceptar un rol subordinado de la mujer en la esfera del orden humano, en la vida política y en el matrimonio. (C.O, 49, 472–475).
Calvino nos dice: “Las mujeres, como los hombres, son plenamente a la imagen de Dios y regeneradas por el Espíritu Santo; en el fin de los tiempos, no habrá en el Reino de Dios ni masculino, ni femenino, ni habrá distinciones de clase entre ricos y pobres”. (C.O, 46, 728; ver C.O, 23, 27). Son fascinantes esas experiencias de Calvino si tenemos en cuenta que la doctrina calvinista no podía dejar de considerar que la teología medieval había adoptado la filosofía de Aristóteles, el cual afirmaba que la mujer era un hombre incompleto. Calvino trató de corregir esa tradición y se mantuvo coherente con su convicción de que la humanidad entera es a la imagen de Dios y, por tanto, era imposible aceptar que la mujer se subordinara al hombre en el orden humano.
También debemos recordar que se cuestionaba si los habitantes del nuevo mundo eran plenamente humanos, capacitados para recibir el bautismo y la ordenación. Las palabras de Calvino sobre la
imagen de Dios en el ser humano resuenan de nuevo en nuestros oídos: “Cuando conservamos el recuerdo, el hecho de que el hombre ha sido creado a la imagen y semejanza de Dios, tenemos que considerarlo como a gusto y sagrado, de suerte que no puede ser herido sin que a la vez se hiera a la imagen de Dios”.7
Reinhold Niebuhr hace notar la influencia del calvinismo en la historia política del mundo occidental cuando afirma que “la doctrina de Calvino de la imagen indeleble de Dios en el ser humano ha hecho más por la preservación y el realce de las orientaciones democráticas en nuestra sociedad que cualquier otra cosa”.8
Creo que lo más importante en toda la pasión de Calvino por la enseñanza de las escrituras y la predicación es el hecho de que entendía que cada iglesia debe ser confesional, o sea, todo el tiempo tenemos que preparar a la congregación para confesar su fe, “dando razón de la esperanza que hay en nosotros” (I Pedro 3,15), con la certeza de que la Iglesia reformada tiene que reformarse siempre. Debemos enfatizar con André Biéler, quien estudió con gran rigor investigativo la vida de Calvino, que “lo que posibilitó el éxito de la Reforma fue la audacia con que criticó las tradiciones y las costumbres más sagradas de su tiempo, partiendo de las escrituras, y también el ardor que tuvo para encontrar una aplicación más justas de las enseñanzas de la Palabra frente a las circunstancias nuevas. Así que, en vez de encerrarnos en costumbres no exigentes, repitiendo perezosamente fórmulas antiguas, el ejemplo de Calvino nos empuja a hacer un esfuerzo continuo de renovación de nuestra fidelidad y de adaptación de nuestro pensamiento al nivel de las circunstancias de nuestro tiempo. Corresponde hoy a las y los herederos de la Reforma plantearse preguntas esenciales y darles respuestas más acordes con las enseñanzas de la Santa Escritura, sin la preocupación de ningún compromiso. Esta es la contribución más importante y el servicio más útil que pueden prestar a la humanidad, siendo fieles a su vocación y prolongando su historia”.9

Notas

1. André Biéler: El humanismo social de Calvino, Editorial Escatón, Buenos Aires, 1973, p. 6.
2. Manuel Quintero: “Calvino: ecuménico y comunista””, La Voz (órgano informativo de la Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina), año XVIII, no. 49, abril del 2009, p. 27.
3. Hans Kung: El cristianismo: esencia e historia, Editorial Trotta, Madrid, 1997, pp. 590-591.
4. Citado por Jane D. Douglas en su Conferencia “Calvin’s Role in Geneva Struggle to Reflect God’s Justice”, Documento fotocopiado para la Comisión de CANAAN de Serm. Deut. 5:17, C.O, 26, 33.
5. Jane D. Douglas: op. cit. p. 23.
6. Calvin’s Commentaries, traducción de Thomas Myers, 2 vols., Wm. B. Eerdmans, Grand Rapids, 1948.
7. Citado por Eliseo Pérez Álvarez: “La Ética Calvinista”, en Carlos Támez (ed. ): Un pueblo con mentalidad teológica, Publicaciones El Foro, 2004, p. 111.
8. Citado por Félix B. Gear: “La Influencia del calvinismo en el mundo protestante”, NACAOYOC, revista del Seminario Presbiteriano de México, p. 92.
9. André Biéler: op.cit., p. 13.

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