El sentido de la “lucha contra la pobreza” para el neoliberalismo

François Houtart

Hace algunos años, cuando visité el Banco Mundial en Washington, un gran cartel adornaba una de las paredes interiores de la entrada: “Tenemos un sueño, un mundo libre de pobreza”. La afirmación me chocó de tal manera que tuve ganas de escribirle debajo: “Y gracias al Banco Mundial, sigue siendo un sueño”. El propósito de mi intervención es mostrar la contradicción existente entre las intenciones anunciadas y las políticas llevadas a cabo, y, sobre todo, estudiar el vínculo entre la lucha contra la pobreza y las perspectivas neoliberales.

En 1972, el Banco Mundial (BM) comenzó a abordar el tema de la pobreza, en correspondencia con la adopción poco después de una política económica mundial neoliberal. A esta política se le llamó más tarde Consenso de Washington. Pero a partir de 1990, el Banco Mundial tradujo esta perspectiva en políticas más explícitas, precisamente después de la caída del muro de Berlín y el triunfo del neoliberalismo.

Algunos años más tarde, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicó un primer informe sobre el Desarrollo Humano, en el que se introdujeron nuevos índices que le daban valor a determinados aspectos cualitativos relativo a situaciones económicas y sociales en el mundo. En 1995 se celebró en Copenhague una sesión extraordinaria de las Naciones Unidas sobre el tema de la pobreza, y en 1997 se decretó la primera Década de las Naciones Unidas para la Eliminación de la Pobreza.

Por su parte, el Fondo Monetario Internacional (FMI) transformó sus planes de ajuste estructural en programas de reducción de la pobreza y de crecimiento (Poverty Reduction and Growth Facilities, PRGF) y exigió que cada país redactara un Poverty Reduction Strategy Paper, PRSP. A finales del 2004 ya habían cumplido cuarentitrés países. En la actualidad, el Banco Mundial habla de Poverty Reduction Packages.

En el año 2000 se celebró en Ginebra una nueva sesión extraordinaria de las Naciones Unidas para evaluar el resultado de los acuerdos que se habían tomado cinco años atrás. A la reunión se le llamó Copenhague +5 (aunque algunos la llamaron Copenhague -5). Unos meses después tuvo lugar otra reunión en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York, donde se reunieron más de cien jefes de Estado. Los mandatarios emitieron la Declaración del Milenio, que cuenta con diez puntos encabezados por la erradicación de la extrema pobreza y la mitad del hambre antes del 2015.

Con el paso del tiempo, y según las intenciones, percibimos una evolución del vocabulario. Pasamos de “eliminar” la pobreza a “reducir” la pobreza, y durante los últimos años se ha comenzado a hablar del concepto de extrema pobreza asociado al de hambre. Según las declaraciones, el hambre y la extrema pobreza deben ser erradicados progresivamente, en tanto se aligera la pobreza. Para ello, se han fijado metas de veinticinco o quince años, según el caso, pero no para resolver definitivamente el problema, sino para reducir a un tercio o a la mitad el número de los más pobres en el mundo. Ya en 1990 las Naciones Unidas propusieron disminuir la extrema pobreza a la mitad para el 2015. Este objetivo fue ratificado en el 2000 por la Declaración del Milenio. Todo parece indicar que ese objetivo no se cumplirá. Sin embargo, vivimos en una época en la que se produce más riqueza que nunca. En cincuenta años, los ingresos mundiales se han multiplicado por siete, pero a pesar de ello, en la actualidad 1 300 millones de personas sobreviven con menos de un dólar diario.
Más importante que la pobreza es la situación de desigualdad creciente, tanto en el Norte como en el Sur. En la actualidad, el Banco Mundial prepara un informe sobre las desigualdades. ¿Habrá comprendido que el problema no es sólo la pobreza, sino también la riqueza y su concentración?

El análisis de la pobreza en el discurso neoliberal1

Las cifras de la pobreza difieren según los cálculos, los puntos de referencia y los métodos utilizados. En 1980 el Banco Mundial estimó que había 800 millones de pobres; en 1990, que 633 millones de personas vivían con menos de un dólar diario.
En el 2002 se publicó la siguiente tabla, que excluye a China:

La pobreza en el mundo según el Banco Mundial en millones

Ingresos________________1981____________1990____________2001
Menos de 1 dólar________1 481,8_________1218,5__________1 099
Menos de 2 dólares______2 450,0_________2 653,8_________2 735
Menos de 1 dólar________31,7 __________26,1___________22,5%
Menos de 2 dólares______58,8%___________56,6%___________54,9%

Fuente: S. Chen y M. Ravallon, How Have the World’s Poorest Fared since the Early 1980’s, World Bank Policy Research Working Paper 3341, junio 2004. Citado por Francine Mestrum, 2005.

Algunos estiman que el cálculo del Banco Mundial es muy conservador y, en consecuencia, demasiado optimista. La Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), a través de encuestas familiares, ha llegado a estimar cifras más elevadas de pobreza. La Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina (CEPAL) ha llegado a conclusiones similares.2 La tabla del Banco Mundial brinda una interpretación optimista: la extrema pobreza disminuye en cifras relativas y absolutas y la pobreza declina, al menos en las cifras relativas. Pero esto significa también que, en veinte años, la cifra de pobres en el mundo se ha incrementado en casi 300 millones. Con frecuencia olvidamos que los pobres no son estadísticas, sino personas, y que salir de la pobreza es el más elemental de los derechos humanos.

Según el Informe sobre el Desarrollo Humano del PNUD de 2003, cincuenticuatro países eran más pobres en el 2000 que en 1990 y treinticuatro naciones vieron disminuir su esperanza de vida. Entre 1980 y 1998, cincuenticinco países experimentaron un descenso en sus índices económicos, y durante la década, treinticuatro países descendieron en la escala de indicadores de desarrollo. No es posible, entonces, hacer un balance favorable a escala mundial, sobre todo si tenemos en cuenta que incluso el crecimiento económico –que se esperaba que constituyera la fuente de disminución de la pobreza– fue menor para los países del Sur a partir de los años ochenta. El crecimiento ha sido menor durante el periodo neoliberal con relación al periodo precedente conocido por sus regulaciones (keynesianismo o desarrollo nacional).

Todo lo anterior nos lleva a cuestionarnos la definición de la pobreza. Las cifras expresadas muestran que es difícil medirla y que puede haber soluciones arbitrarias. A las cifras por debajo de uno o dos dólares hay que añadirles un dólar fluctuante. También habría que añadir una serie de consideraciones cualitativas que no dejan de ser interesantes, pero que también revisten grandes ambigüedades, como señala con pertinencia Francine Mestrum.

No se puede negar que la pobreza posee aspectos cualitativos como la baja calidad de vida, el difícil acceso a la educación y la cultura, la ausencia de higiene; sin embargo, el problema consiste en saber a qué se le atribuyen esos factores. Una parte de la literatura trata de culpabilizar a los pobres, fenómeno que no es nuevo en la historia. ¿Es el conjunto de estas carencias la causa de la pobreza o ella es fruto de esas insuficiencias?
En la actualidad, hablamos fácilmente de la demografía galopante, de los malos gobiernos, de la corrupción, hechos que en este tipo de discurso aparecen como la causa de los problemas de los países del Sur.

Por otra parte, afrontamos el mismo problema para analizar los mecanismos de disminución de la pobreza. En el informe acerca de la pobreza en Vietnam se puede leer lo siguiente: “los logros de Vietnam, en lo que respecta a la reducción de la pobreza, son el mayor éxito conocido en materia de desarrollo económico”.3 El Grupo atribuye este resultado principalmente a la integración creciente de la agricultura vietnamita a la economía de mercado. Poca atención se le brinda en este documento al hecho de que la economía socialista ha logrado sacar al país de una situación desesperada producto de la guerra.4
Si seguimos los criterios del Banco Mundial, es cierto que la mayoría de la población vivía en la pobreza (menos de dos dólares por día), pero era una pobreza compartida con dignidad.
Las necesidades de base se garantizaban de manera general. Se trata de una austeridad real, sin miseria y sin desigualdades crecientes. El hecho de que la introducción de algunos mecanismos de mercado haya acelerado un crecimiento general no es nada asombroso. ¿Cómo se puede explicar que en la América Latina, por ejemplo, donde el mercado es ley desde hace mucho tiempo, los resultados no sean similares? ¿Cuál será el futuro de la sociedad vietnamita el día en que todos los mecanismos reguladores sean abolidos, según los cánones del Banco Mundial?

Francine Mestrum llega a la conclusión de que la pobreza debe definirse como “la falta de medios de existencia” y añade que “en una economía de mercado esto significa la falta de medios financieros”. Para comprender la pobreza, hay entonces que conocer el tipo de relaciones sociales existentes y sus mecanismos de reproducción, porque la pobreza se construye socialmente, no es un hecho natural.

Las estrategias de reducción de la pobreza

Los documentos del Banco Mundial y del FMI trazan con convicción la vía hacia la reducción de la pobreza. Parten de una evidencia: hay que aumentar el crecimiento, porque no se puede compartir un pastel sin haberlo producido. La manera de aumentarlo, según esta perspectiva, consiste en permitirle al mercado funcionar y, en consecuencia, liberalizar la economía, suprimir todos los obstáculos para el intercambio de bienes, servicios y capitales, privatizar al máximo las empresas del Estado y los servicios públicos y desregular las protecciones sociales que frenan este proceso. A la larga, estas medidas benefician a los pobres, los cuales, en el peor de los casos, podrán disfrutar del efecto “colador” (trickle down), algo que se traduce como recoger las sobras.

Para lograr este crecimiento, que debería disminuir la pobreza, se han tomado medidas concretas a nivel macroeconómico; en particular, se han implementado las políticas monetaristas del FMI. Tal es el caso de las condiciones que se les han impuesto a los créditos de los Estados. Podemos citar la disminución de sus gastos, la privatización de los servicios públicos, la enseñanza superior, la salud; el pago de la deuda para asegurar la credibilidad de las inversiones y los créditos; la apertura de mercados; los incentivos a los capitales provenientes del exterior; la desregulación del trabajo, etc. La lucha contra la pobreza se programa, en ese contexto, con el fin de remediar las consecuencias no deseadas, y sin duda inevitables, de la dinámica del mercado.

Ahora bien, debemos preguntarnos sobre los resultados sociales reales de estas políticas. Los ejemplos abundan. En Bangladesh, la industria textil, en gran parte relocalizada hacia un país “más competitivo”, emplea a dos millones de trabajadores, sobre todo muchachas jóvenes (85%). Según un testigo, “ellas trabajan doce horas diarias, a menudo los siete días de la semana, por un salario de trece a treinta euros mensuales. Encerradas bajo llave, registradas a la salida, estas asalariadas no tienen el derecho de hablar entre sí.
La libertad sindical es totalmente teórica, las subversivas son despedidas y cerca de trescientas trabajadoras han muerto en incendios desde 1990”.5

En Sri Lanka, el Banco Mundial decidió, en 1996, que debía desaparecer el cultivo de arroz, porque costaba menos caro si se compraba en Vietnam o en Tailandia. Como los pequeños campesinos no querían abandonar la producción, el Banco Mundial obligó al gobierno a desmantelar los organismos del Estado destinados a regular el mercado y a apoyar a los pequeños campesinos. También impuso un impuesto privatizado sobre el agua para riego. Más tarde, le exigió al gobierno distribuir títulos de propiedad (las tierras para el cultivo de arroz eran colectivas) con el fin de favorecer las ventas de las tierras a bajos precios a las empresas nacionales o extranjeras que estaban dispuestas a promover cultivos de exportación.

Para responder a lo que el Banco Mundial llama un crecimiento a favor de los pobres (pro-poor growth) el gobierno de Sri Lanka publicó el Poverty Reduction Strategy Paper, con el título de Regaining Sri Lanka. En este informe se afirma, entre otras cosas, que el plan significaría una real oportunidad para el país, porque el millón de pequeños campesinos que producían arroz se transformarían en mano de obra barata, lo cual permitiría atraer al capital extranjero. Pero como esta política se lleva a cabo desde hace cuarenta años, el movimiento de trabajadores ha podido presionar para mejorar las condiciones de vida y de trabajo. El resultado es que la mano de obra se ha vuelto muy cara y los capitales se han ido hacia China o Vietnam. Como es lógico, el gobierno de Sri Lanka ha llegado a la conclusión de que hay que reducir los salarios, disminuir la cobertura social y recortar las pensiones, con el fin de hacer más competitiva la mano de obra. Para Sarath Fernando, responsable del movimiento campesino MONLAR, “resulta asombroso que para promover un crecimiento a favor de los pobres, haya primero que crear los pobres”.

El Banco Mundial exige en la actualidad que se tengan en cuenta las tradiciones culturales, la organización social y los valores a la hora de elaborar estas políticas. Solicita igualmente una participación de la sociedad civil. Pero, en la práctica, las organizaciones son consultadas de manera selectiva. A las más radicales no se les toma en cuenta. Los documentos son poco traducidos del inglés (en Cambodia no se ha traducido a la lengua del país; en Sri Lanka el documento del gobierno se escribió en inglés norteamericano). En los casos en que ha tenido lugar una consulta real, los planes han sido rechazados o remplazados por propuestas alternativas, como en Sri Lanka.

Podríamos pensar que se trata de estrategias de lucha contra la pobreza a largo plazo, que exigen, desgraciadamente, sacrificios inmediatos. De hecho, la lógica va más allá. Según los documentos del Banco Mundial, individualizar el proceso de reducción de la pobreza significa liberar a los pobres de una dependencia de un sistema alienante de protección social y, en consecuencia, hacerlos dueños de su propio destino. Esta idea liberal es aparentemente generosa, pero se contradice seriamente con las relaciones sociales de un mercado en el que gana el más fuerte y con las privatizaciones que hacen cada vez más difícil el acceso a la educación, la salud, el agua y la electricidad. De igual modo, incide la transformación de las políticas sociales, las cuales pasan de un sistema de protección (bastante aleatorio en el Sur) que se considera un derecho, a la disposición de servicios privatizados bajo forma de contratos.

Hay que añadir que, según los estudios de Dante Salazar, los programas de lucha contra la pobreza prácticamente no les llegan nunca a los más pobres. Sólo se beneficia una capa media de la pobreza, porque los complejos mecanismos de las políticas de lucha contra la pobreza, que se asocian a la estructura de las relaciones sociales, dejan fuera a los más desposeídos. 6

Ahora bien, incluso en el marco de los parámetros existentes, habría solamente que consagrar una modesta parte de las riquezas creadas para satisfacer las necesidades fundamentales de toda la humanidad, es decir, para la erradicación de la pobreza. En 1997, el PNUD calculaba que serían necesarios 80 mil millones de dólares por año. Jeffrey Sacks, consejero del secretario general de las Naciones Unidas, evaluaba el costo del Programa del Milenio en 133 mil millones de dólares en el 2006, y a 195 mil millones en el 2015. Sólo tenemos que ver los más de 400 mil millones de dólares de deuda de los países del Tercer Mundo en el 2004, o los 900 mil millones de dólares de gastos de armamentos (417 mil millones de los Estados Unidos) o los 3 o 4 trillones de dólares depositados en los paraísos fiscales, para darnos cuenta de que la solución del problema es posible. Incluso en condiciones adversas considerables, algunas sociedades han logrado eliminar en pocos años el analfabetismo, la miseria y las enfermedades endémicas, sin disponer de sumas comparables ni de Planes Marshall. Este ha sido el caso, entre otros, de China, Vietnam, Cuba y Venezuela. Resulta claro que la lucha contra la pobreza, tal y como la concibe el Banco Mundial, se inscribe en un marco político general que contradice su realización. La razón radica en la filosofía que el BM anima, sustentada por principios del proyecto económico neoliberal.

La filosofía de la lucha contra la pobreza

En nuestro caso, se trata de comprender las estrategias sobre las que se basan las aplicaciones concretas de la lucha contra la pobreza. Hay que constatar que estas se insertan en una lógica económica global nada inocente, porque favorece a unos y desfavorece a otros, y crea desigualdades y antagonismos de clase, bajo las bases constantemente renovadas por las nuevas tecnologías. El liberalismo económico considera al mercado un hecho natural, en consecuencia indiscutible, y no una construcción social que depende de las circunstancias concretas de su funcionamiento. En la lógica del capitalismo, las relaciones mercantiles solo pueden ser desiguales, porque esa es la condición para la acumulación privada del capital.

Dicho esto, retomemos la lógica de la lucha contra la pobreza. Ciertamente, esta se opone al pensamiento de los ultraconservadores del neoliberalismo, que consideran a una parte de la humanidad incapaz de integrarse al mercado, masas inútiles, porque no son consumidoras ni productoras de un valor agregado. Por el contrario, hay que ayudar a los pobres a integrarse al mercado, ya sea haciéndolos capaces de vender su fuerza de trabajo o transformándolos en pequeños empresarios (“capitalistas descalzos”). Esto explica la importancia que se le otorga al microcrédito integrado al sistema bancario.

Nada cambia entonces con respecto a las orientaciones del Consenso de Washington. Por el contrario, la lucha contra la pobreza se inserta en los diez principios ya formulados, porque permite la extensión de la lógica mercantil hacia sectores que se quedaron fuera de la acumulación capitalista, como la agricultura campesina y los servicios públicos. Esta lucha inserta a los pobres en estrategias individualistas que contribuyen a debilitar las luchas sociales colectivas. Permite conjurar un peligro potencial para los ricos, tal y como dijo Kofi Annan en el Forum Económico Mundial (Davos), en su reunión en Nueva York, en el 2004. Contribuye además a contener las desigualdades, indispensables para estimular el crecimiento, en límites razonables, y a evitar así explosiones sociales. En resumen, como dice Francine Mestrum, la lucha contra la pobreza crea “una pobreza dócil, respetuosa, que se consuela con un poco de dinero”.

Recordemos que la definición de pobre y la actitud hacia este constituyen uno de los problemas de los sistemas económicos generadores de desigualdades. Durante un período, el estatus de los pobres se vinculó con una lectura religiosa de la sociedad: pobre era aquel que, él o sus ancestros, habían pecado, y rico era aquel que estaba bendecido por Dios; el pobre era aquel que no había acumulado suficientes méritos en sus rencarnaciones; el pobre era aquel que le permitía al rico ganar el cielo, gracias a su generosidad. La culpabilización del pobre condujo, entonces, a la criminalización de la pobreza y a identificar al indigente con el delincuente. La burguesía industrial europea del siglo xix utilizó ampliamente las visiones de los siglos precedentes, pero adaptándolas a los nuevos datos de una cultura secular y de sus relaciones sociales de capitalismo industrial. Los obreros explotados al máximo debían participar en el progreso económico sacrificando la calidad de su existencia. Los pobres no integrados en el sistema e incapaces de vender su fuerza de trabajo se consideraban marginales, a menudo irrecuperables. La asistencia o la caridad debían responder a las necesidades de los pobres para satisfacer así las aspiraciones humanistas de algunos ricos; pero se desestimaba la transformación de las condiciones del trabajo o las relaciones de poder en el campo económico.

En la actualidad, nos encontramos ante la misma lógica. Michel Camdessus, cuando era director del FMI, hablaba de las tres manos: la invisible del mercado (base del sistema), la reguladora del Estado (que crea las condiciones favorables al mercado) y la de la caridad, para los excluidos. Francine Mestrum recuerda lo que escribió el sociólogo alemán Georges Simmel en 1905, hace ya cien años: “la lucha contra la pobreza responde siempre a las necesidades de los que no son pobres”

Conclusiones

La pobreza es un problema social históricamente construido. En una economía de mercado capitalista, debe ser analizada a la luz de las relaciones sociales existentes, tanto en el interior de cada sociedad, como a nivel mundial, particularmente en el plano de las relaciones Norte-Sur. Los contextos climáticos, geográficos, demográficos desempeñan un papel importante, pero el análisis debe partir de la manera en que se construyen económica y políticamente las sociedades.

En el mundo actual, aparte del caso de las catástrofes naturales, cuyos efectos más o menos destructivos están también vinculados a la organización social, o de los hechos de guerra, igualmente producidos por factores políticos y económicos, la miseria y la pobreza son manejables. No hay excusas para su reproducción, y resulta inaceptable ponerle plazos tan largos a su erradicación. La riqueza producida puede satisfacer todas las necesidades. Pero, desgraciadamente, el problema no es solamente el reparto desigual, sino el hecho de que la producción de la riqueza, tal y como se concibe en la lógica capitalista, se apoya en la pobreza: los working poors en la versión anglosajona, los desempleados en la Europa continental, los mal pagados en las economías emergentes, las masas inútiles en el Sur. Peor aún, el crecimiento está condicionado por la reducción de las protecciones sociales, la privatización de los servicios y el aumento de las desigualdades.

Sobre este telón de fondo se inserta una lucha contra la pobreza que desarrolla un discurso altruista y político asistencial o puntualmente válido (pequeño crédito, formación técnica), pero estructuralmente desviado por el contexto global. Sin dudas, cavar pozos o mejorar los caminos vecinales contribuye a mejorar la situación de las poblaciones. Pero tales iniciativas logran sólo una eficacia aleatoria cuando, al mismo tiempo, las políticas macroeconómicas tienen como efecto acrecentar la precariedad de los trabajadores, concentrar la riqueza, destruir las protecciones sociales, eliminar el patrimonio colectivo por privatizaciones intempestivas, consagrar los recursos públicos a gastos rentables para el capital que son dañinos para las poblaciones (sobrearmamentismo, por ejemplo) y el medio ambiente.

Hay entonces que saltar al barco de la lucha contra la pobreza, en función de intervenciones de carácter inmediato, cuyo precio a pagar es la sumisión a un orden económico y social que las contradice a mediano plazo y las transforma en un recipiente de las Danaides –es decir, sin fondo– o en un trabajo de Sísifo, que siempre hay que volver a comenzar. Los pobres sufren y mueren hoy, no mañana. En consecuencia, hay que actuar. Pero al mismo tiempo, la máquina que fabrica esta lucha es alimentada por el Banco Mundial, el FMI, los bancos regionales, la Organización Mundial de Comercio (OMC) y todo el aparato institucional del neoliberalismo.

Es necesario continuar la obra de transformación del sistema económico capitalista y de sus expresiones políticas y culturales, con sus momentos sublimes y sus errores dramáticos. Es un combate a largo plazo, sin el cual la lucha contra la pobreza no tiene sentido. Al mismo tiempo, pero sin perder de vista la dimensión política, resulta indispensable trabajar día a día en el terreno, no con una perspectiva asistencial, ni de individualización de las soluciones, sino en la búsqueda de reforzar una acción colectiva, reconstruir los mecanismos públicos de consolidación social y reducir las desigualdades. Ahora bien, debemos estar concientes de que el contenido del discurso y los objetivos actuales de los programas de lucha contra la pobreza no van en ese sentido. Sean cuales sean las intenciones o los efectos positivos inmediatos de algunos de estos programas, la denominada lucha contra la pobreza es el parabán de las políticas neoliberales y del desarrollo capitalista.

Alternativas existen. Ante todo, debemos recordar que la lucha contra la pobreza es, en primer lugar, la lucha de los pobres, mejor dicho, de los empobrecidos. Son ellos quienes logran sobrevivir y quienes luchan para mejorar sus condiciones de vida. Es posible otra filosofía para suprimir los obstáculos a la liberación de la pobreza, que considere la economía como la actividad humana que produce las bases materiales de la vida física, cultural y espiritual de todos los seres humanos en el mundo. Otras políticas pueden acompañar el camino hacia la emancipación de los empobrecidos, y las conocemos. La humanidad de hoy posee los medios intelectuales y materiales para aplicarlas a todos los niveles, desde la utopía del “bien de todos”, hasta las alternativas a mediano y a corto plazos. Ese es el compromiso moral que tenemos. Ojalá las grandes corrientes del pensamiento profético y emancipatorio, en las que José Martí tiene un importante lugar, nos inspiren en esta tarea.

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Notas:

1—Mis comentarios se deben, en gran medida, a dos obras de Francine Mestrum: Mondialisation et pauvreté, L’Harmattan, París, 2002; y De Rattenvanger van Hameln, Epo, Amberes, 2005. También he tomado como base para mis comentarios el número de la revista Alternatives Sud dedicado al tema de la pobreza: “Comment se construit la pauvreté?”, Alternatives Sud, vol. VI, n. 4, 1999.
2—Ver S. Chen y M. Ravallon: “Competing Concepts of Inequality in the Globalization Debates”, World Bank Policy Research Working Paper 3243, marzo del 2004, p. 334.
3—Ver “Vietnam Consultative Group Meeting”, Vietnam Development Report 2004, Hanoi, diciembre del 2003, p. xi.
4—François Houtart: Hai Van, la double transition d’une commune vietnamienne, Les Indes Savantes, París, 2004.
5—Le Monde Diplomatique, agosto del 2005.
6—D. Salazar: “Comment remédier à la pauvreté résultant de la coopération internationale?”, Alternatives Sud, vol. VI, n. 4, 1999

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