A todos ustedes,
hombres que han tenido que ser
los “hombres nuevos” que imaginan las razones ajenas
Algunas experiencias previas
Hablar de nosotros los hombres no es tarea fácil. Ello es así porque se supone que los hombres hablemos de deportes, de mujeres, pero nunca de nosotros mismos. Otro reto importante es hablar de nosotros, los hombres cubanos, sin conocerlos a todos. Cualquier generalización puede resultar peligrosa; por tal razón, me basaré para escribir estas páginas en lo que han dicho algunos investigadores cubanos y extranjeros, pero sobre todo en mis experiencias como hombre joven cubano y cristiano.
Yo no nací en un hogar cristiano. Comencé a asistir a la Iglesia Presbiteriana Reformada en Cuba cuando tenía trece años de edad. Quizás por esa razón hay prácticas religiosas que no forman parte de mis prácticas cotidianas. Algunas las adquirí a partir de mi vida en la comunidad de fe; otras aún constituyen asignaturas pendientes y creo que así quedarán por el resto de mi vida.
Recuerdo de vez en cuando lo que sentí cuando comencé a asistir a la iglesia y a leer la Biblia. En una ocasión tropecé con Gn 38. En esos momentos descubría mi cuerpo y me descubría como hombre, y allí, en aquel libro novedoso para mí, aparecía aquel hombre “extraño” que eyaculaba en la tierra y evitaba a una mujer. Algo muy raro había acontecido con Onán para que Dios lo castigara con la muerte. Algo en su manera de ser hombre no concordaba con el orden establecido. Esto lo descubrí después.
Muchos eran los ejemplos bíblicos de hombres que nos eran presentados como modelos para nuestra vida. La influencia que la Biblia ha ejercido, al menos en la cultura occidental, es fundamental para comprender, entre otras cosas, nuestras relaciones de género. La experiencia parcial de un pequeño pueblo ha sido utilizada para crear categorías universales, además de una moral sexual que ha calado en todas nuestras sociedades, clasificando lo que es sexualmente bueno y malo, además de perfilar de forma bien nítida nuestros imaginarios de género.
Así aparecen ante nosotros Adán, el primer hombre; Abraham, el padre de la fe; Moisés, el legislador del pueblo israelita; David, el más grande rey judío; Salomón, el sabio por excelencia; Pedro, el líder del grupo de discípulos; Esteban, el primer mártir cristiano; Pablo, el gran misionero de la iglesia primitiva… Todos estos hombres han servido para crear estereotipos masculinos que colocan a los hombres en los espacios públicos más disímiles. Junto a estos hombres bíblicos aparecen imágenes de Dios y de Jesús, el hombre perfecto y presencia humana de la divinidad, que han servido también de estereotipos para el género masculino.
Todas estas imágenes circulan constantemente en nuestras mentes como fantasmas que nos siguen en todos los momentos de nuestras vidas. Ellas se nos aparecen cuando nos relacionamos con nuestros familiares, con las personas que amamos, cuando un hijo/a entra en nuestras familias.
Incuestionablemente, la Biblia ha tenido un impacto innegable no sólo para la Iglesia, sino también para todo el mundo occidental (mal)llamado cristiano. El hecho de que para la tradición religiosa cristiana la Biblia sea considerada como fuente de la revelación divina ha provocado que el texto bíblico adquiera un carácter normativo para la comunidad cristiana (aunque no sólo para esta), el cual, en muchas ocasiones, ha venido a legitimar discursos y actos de discriminación y exclusión.
Son precisamente estos y otros estereotipos que han sido construidos a lo largo de la historia humana los que es necesario relativizar y confrontar con nuestras prácticas cotidianas de ser hombres cubanos hoy.
Los hombres en la palestra pública y académica
Sin el legado feminista, quizás los estudios de masculinidad no fueran lo que son hoy. En ese sentido, somos deudores de los métodos de investigación social, bíblica y teológica de las cuestiones de género promovidos por las mujeres.
Sólo a mediados de los años setenta aparecieron en los Estados Unidos los primeros grupos de estudio sobre hombres y masculinidad.1 Aun cuando estamos conscientes de que los acontecimientos no tienen una única causa, todo parece indicar que esta avalancha de estudios sobre masculinidad estuvo marcada por la década de los sesenta y su impacto en la identidad masculina, especialmente a partir de la segunda ola feminista y la emergencia del movimiento homosexual.2
Muchos de los estudiosos que comenzaron a trabajar el tema lo hicieron como reacción a las investigaciones feministas que invadían desde hacía algún tiempo los centros académicos y sociales, pero también como respuesta al impacto que para las identidades masculinas representaba el encuentro con hombres no heterosexuales3 que reivindicaban sus espacios en el medio social.
Los estudios sobre masculinidad se expandieron geográficamente y se diversificaron en diferentes perspectivas, no siempre armónicas.
Clatterbaugh4 distingue, en 1990, seis perspectivas principales en los estudios sobre masculinidad: la perspectiva conservadora, que considera natural que los hombres sean los proveedores y protectores de las mujeres…; la perspectiva profeminista… subraya que la masculinidad ha sido creada a través del privilegio de los hombres y la correspondiente opresión de las mujeres…; la perspectiva de los Men´s Rights, que postula que los roles masculinos tradicionales son altamente dañinos [y] que los hombres son víctimas de ellos…; el llamado movimiento mitopoético, que se basa en la convicción de que la masculinidad deriva de patrones inconscientes profundos, los que se revelan a través de las leyendas, mitos y rituales y que requieren ser actualizados por los varones; la perspectiva socialista, que señala que… el capitalismo patriarcal define masculinidades asociadas a los tipos de trabajo y al control del trabajo de otros; y la perspectiva de grupos específicos…, que enfatiza la existencia de una diversidad de experiencias que abarca no sólo a los hombres blancos, sino también a negros y grupos étnicos, heterosexuales y homosexuales.5
En la América Latina, los estudios sobre la masculinidad comienzan más tarde. Aun cuando finalizando los años ochenta la investigación feminista está presente en las universidades latinoamericanas, no es hasta los noventa que la investigación sobre la masculinidad fue reconocida como parte importante de la investigación de género.6
En Cuba aparecen de forma más o menos organizada a mitad de la década de los noventa, a través de las investigaciones de Patricia Arés (Universidad de La Habana) y Ramón Rivero (Universidad Central de Las Villas), quienes enfocan sus estudios en el tema de la paternidad; y de María Teresa Díaz (Centro Nacional de Educación Sexual [CENESEX]) y Mayda Alvarez (Centro de Estudios de la Federación de las Mujeres Cubanas), quienes han orientado su investigación hacia la sexualidad y la construcción social de la masculinidad.7
La eterna discusión: ¿qué es ser hombre?
Es algo ya ampliamente aceptado que las identidades de género son construcciones sociales. Esto implica que al varón, así como a la hembra, aun antes de nacer, comienzan a atribuírseles características que la sociedad en que viven identifica como propias de cada sexo.
Desde que se sabe que quien va a nacer es un varón, los padres y familiares buscan un nombre “masculino” que lo identificará toda su vida, acopian ropitas preferentemente azules para vestirlo cuando nazca y comienzan a circular innumerables expectativas sobre el futuro de este nuevo ser: “será enamoradizo como su padre”, “será abogado como su abuelo”. De esta forma creamos un estereotipo o modelo de lo que es ser hombre, el cual, se supone, este niño debe cumplir. Incluso nuestros cuerpos sufren un proceso de masculinización desde que somos muy pequeños. Se nos regaña ante posturas corporales amaneradas, se muestra preocupación con relación al largo de nuestros penes y se nos educa para reprimir nuestras emociones: “los hombres no lloran”, “los hombres no se tocan”, “los hombres no tienen miedo”, “los hombres no sienten dolor”.
Esto ha provocado, según la psicóloga Patricia Arés, un agravamiento de la salud y el bienestar de los cuerpos masculinos y la “expropiación de la capacidad de aprender a elaborar procesos esenciales de su vida emocional y su sexualidad”.8
Según Josep-Vincent Marqués, los modelos de masculinidad construidos socialmente cumplen dos funciones contradictorias: por un lado, son un refugio, en la medida en que el varón se siente a gusto con su sexo y con los beneficios que ser hombre le reporta en su vida pública y privada; y por otro lado, generan angustia, ya que pese a ser hombre, es muy difícil que dé la talla en relación con los grandes prototipos masculinos y, por tanto, el varón se debate en un constate esfuerzo por alcanzar y mantenerse dentro de los límites de esos modelos.9 Esto provoca que constantemente estemos siendo empujados a un “concurso de género” en el que nuestras masculinidades están siendo medidas y puestas a pruebas por el modelo de masculinidad hegemónico en ese momento.
Romper con la hegemonía de este modelo de hombre blanco, heterosexual, mujeriego y buen padre proveedor, debe ir acompañado también con la desmitificación de otros modelos no hegemónicos de masculinidad, entre los que se encuentran la del hombre negro violento, bien dotado y sexualmente perverso, o la del homosexual débil y sentimental, entre otras.
No hay dudas de que nosotros, los hombres cubanos, hemos heredado de siglos un modelo de masculinidad aceptado socialmente como hegemónico. No podemos olvidar que aunque en nuestro país se ha luchado contra las expresiones del machismo, nos hemos mantenido intransigentes respecto a los valores de esta masculinidad hegemónica, la cual sigue siendo representada, en general, por los hombres blancos, citadinos y heterosexuales, aunque se añaden también a estos, los buenos padres proveedores, los cuadros políticos abnegados, los jóvenes o adultos exitosos en los estudios, los mujeriegos, músicos y deportistas.10
En una encuesta realizada en el año 2003 por el psicólogo Maudel Cabrera Ardanás sobre la subjetividad masculina,11 los hombres cubanos consideran como características propias la agresividad, la fortaleza física, el autocontrol, la valentía, la virilidad (por naturaleza) y el rol activo en las relaciones sexuales y de pareja en sentido general. Además de esto, hay una asociación entre masculinidad y heterosexualidad, lo cual indica la homofobia latente en los hombres cubanos.12
La presión social que ejerce este modelo de masculinidad hegemónico cubano puede ser peligrosa en los intentos de construcción de nuestras propias identidades, sobre todo en niños y adolescentes que están en pleno proceso de construcción y configuración de sus personalidades. El control que ejercen la familia, la escuela y la sociedad en general para que los niños varones, antes de que esa sea su preocupación, comiencen a demostrar su hombría a través de posturas corporales “masculinas” y rasgos de la personalidad atribuidos socialmente al sexo masculino, acaba por mutilar los propios momentos y capacidades que todo ser humano tiene para construir su personalidad por sí mismo y en diálogo con el medio que le rodea.
Este proceso de masculinización tiene serias implicaciones: por un lado, la preocupante situación de salud y bienestar que presentan los hombres desde hace varios años,13; por otro, las secuelas que deja en la autoestima y en la salud mental de muchos adolescentes y adultos que se “descubren” homosexuales. El hecho de reconocerse como tales (lo que según el imaginario popular significaría no ser hombres), implica transgredir los modelos aprendidos desde muy temprano, a los cuales están destinados de antemano por el simple hecho de pertenecer al sexo masculino.
Sin embargo, sería falso afirmar que existe una manera rígida de vivir nuestras masculinidades. ¿Cuánto hemos cambiado los hombres cubanos en estos años? La investigadora María Teresa Díaz plantea que “en nuestro país la realidad presente desde mediados de siglo [XX] ha potenciado la presencia de un varón que necesariamente ha tenido que diseñar cambios en la estructura de su identidad genérica personal y social”.14
Si bien existen todavía en nuestra sociedad rezagos producto de la ideología machista, estamos constantemente en presencia de indicios de que esta, junto con el modelo de masculinidad hegemónico en nuestro país, están cambiando.
Entre los espacios de cambio tenemos la familia, la cual está experimentando una ruptura con relación al modelo tradicional patriarcal, y que toma matices especiales a partir del incremento de las familias monoparentales y la ausencia de la figura paterna.15 Otros de los índices del cambio en el modelo de masculinidad tradicional es el empleo, y específicamente el acceso al mismo por parte de los hombres cubanos. Según estudios sociológicos del año 2000, a pesar de haber tenido tradicionalmente mejores niveles educacionales que las mujeres y de haberlas superado en los espacios laborales técnicos y académicos, hemos perdido la mayoría en estos empleos.16
Estos cambios se experimentan también al interior del sexo masculino, primero, en una mayor equidad en las relaciones de pareja, en una mayor participación en el hogar y en una paternidad más cercana y tierna en algunos padres;17 y segundo, en la cada vez más evidente presencia social de hombres no heterosexuales (homosexuales masculinos, travestis, etc.) en nuestro país.
Repensando nuestras masculinidades como hombres cristianos
La realidad eclesial de hoy es ambigua. En nuestras iglesias, de forma general, unos pocos hombres dirigen a muchas mujeres; un grupo de hombres célibes o con una vida sexual “impecable” dirige y se convierte en modelo a seguir por una mayoría constituida por mujeres y una minoría masculina heterosexual o no. Todo esto ocurre, no lo olvidemos, en un mundo de supuestas libertades sexuales.
Leer esta realidad eclesial desde la perspectiva de género implica cuestionar los imaginarios religiosos tanto de las mujeres como de los hombres que ocupan diariamente los bancos de nuestras iglesias. No es de extrañarse, por tanto, de la dicotomía que existe entre nuestros discursos teológico-dogmáticos y la vida concreta y diaria de las personas que conforman nuestras iglesias.
Por tal razón, tenemos el reto de leer nuestra realidad eclesial a partir de los aportes de los estudios de género. Estos deben ser herramientas para la pastoral de la iglesia en los contextos específicos donde está insertada. El objetivo último de este diálogo fructífero y desafiante es cambiar la realidad de nuestras iglesias y de los hombres cubanos y cristianos.
Hace apenas cinco años comenzaron a aparecer en nuestro país algunos talleres que intentan promover el debate sobre las masculinidades en nuestro contexto.18 Uno de los participantes revela su experiencia en estos grupos diciendo que en ellos “aprendemos a intimar, descubrirnos y contarnos cosas de nuestras vidas, algo que en otras circunstancias no haríamos”.19
Muchas de nuestras iglesias han brindado energías y posibilidades concretas para que grupos de mujeres se reúnan y compartan, y de seguro recibirán también con los brazos abiertos nuestra iniciativa de comenzar con esta edificante experiencia entre hombres.
Estos espacios deberán convertirse en lugares de confidencialidad y seguridad, donde exista una construcción colectiva de toda la metodología de trabajo y donde abunde la reflexión desde las experiencias concretas de los participantes, se desconstruyan imágenes y discursos sociales, bíblicos y teológicos rígidos y excluyentes y los participantes encuentren espacios de libertad y crecimiento personal en diálogo los unos con los otros.20
Los grupos de hombres no heterosexuales deben ser también promovidos con el objetivo de facilitar espacios de sanación, reconstrucción de la autoestima y mutua ayuda entre aquellos que han sufrido la discriminación y la exclusión social y eclesial.21
No es un secreto para nadie el papel educativo que tiene la iglesia. Ella ha reproducido durante siglos la ideología y los valores tradicionales, estableciendo dicotomías estériles y mutilando el mundo afectivo y social donde viven las personas. La teología y la práctica de la iglesia han sido usadas para controlar los cuerpos y los sentimientos de cristianos en todas las épocas y en todos los lugares. Se han impuesto dogmas sin el menor cuidado por la diversidad cultural de los pueblos y las personas, y cualquier expresión de rebeldía y relativización de las pretendidas “verdades de la fe” en lo que a materia ética y sexual corresponde, es reprimida y castigada. Ante esta realidad se impone la desconstrucción de siglos de interpretaciones bíblicas, discursos teológicos y prácticas eclesiales descontextualizadas y dicotómicas.
Debemos dejarnos contagiar por nuevas formas de asumir los procesos educativos y convertir las liturgias y espacios formativos de nuestras iglesias en estrategias de crecimiento espiritual y personal. La consejería pastoral debe asumir la complejidad de la vida social en la que están inmersas las personas que se acercan buscando ayuda. Los espacios de formación de líderes y pastores deben incluir entre sus temas la sexualidad y la ética como dimensiones humanas de imprescindible urgencia.
Definitivamente, necesitamos una educación sexual alternativa y comunicativa no sólo en las escuelas y en los medios de comunicación, sino también en nuestras iglesias. Son urgentes hoy el reconocimiento del derecho a decidir responsablemente opciones de vida y el respeto a la autodeterminación de cada individuo a expresar su masculinidad y feminidad de formas menos dañinas.
Hoy más que nunca es necesario que todos, guiados por el Espíritu de la Vida abundante, nos unamos en la (re)creación de comunidades sanas y sanadoras donde celebrar el don de la vida en Dios sea celebrar la plenitud de nuestras identidades y sexualidades ricas y diversas.
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Notas:
1—En la década de los setenta comenzaron a aparecer artículos y libros que trataban el tema de la masculinidad. La gran mayoría de ellos ven a los hombres como víctimas de factores sociales y psíquicos. Algunos de estos libros son: K. Bednarid: The Male in Crisis, Knopf, Nueva York, 1970; M. Komarovsky: Dilemmas of Masculinity, Norton, Nueva York, 1976; A. Tolson: The Limits of Masculinity, Tavistok, Londres, 1977; H. Goldberg: The Hazards of Being Male, Nash, Nueva York, 1976; M. Fasteau: The Male Machine, McGraw-Hill, Nueva York, 1974; S. Mead: Free the Male Man!, Simon and Schuster, Nueva York, 1972. (Pedro Paulo de Oliveira: “Discursos sobre a Masculinidade”, Estudos Feministas, IFSC/UFRJ, Rio de Janeiro, vol. 6, no. 1, 1998, pp. 91-112).
2—Maria Luiza Heilborn y Sérgio Carrara (1998): “Em cena, os homens…”, Estudos Feministas, IFSC/UFRJ, Rio de Janeiro, vol. 6, no. 2, 1998, p. 370.
3—Uso el término hombres no heterosexuales y no el de homosexuales en un intento por reconocer la variedad de identidades que tradicionalmente han sido escondidas en el término homosexual, y también como un reconocimiento histórico a la influencia ejercida por estos hombres (drag queens, travestis) en los inicios del movimiento homosexual.
4—Kenneth Clatterbaugh: Contemporary Perspectives on Masculinity. Men, Women and Politics in Modern Society, Westview Press, Boulder, 1990.
5—Teresa Valdés y José Olavarría: “Introducción”, en Teresa Valdés y José Olavaría (eds.): Masculinidad/es. Poder y crisis, FLACSO-Chile, Santiago de Chile, 1997, pp. 11-12.
6—Martha Zapata Galindo: “Más allá del machismo. La construcción de masculinidades”, en CC.AA.: Género, feminismo y masculinidad en América Latina, Ediciones Böll, El Salvador, 1990, p. 236.
7—Julio César González Pagés: “Feminismo y masculinidad: ¿mujeres contra hombres?”, en Temas, no. 37/38, 2004, p. 6.
8—Patricia Arés: “Género, pareja y familia”, inédito, biblioteca del SET, Matanzas, s.f., p. 39.
9—Josep-Vicent Marqués: “Varón y patriarcado”, en Teresa Valdés y José Olavarría (eds.): op. cit., p. 21.
10—Julio César González Pagés: op. cit. p. 7.
11—Algunos datos sobre esta encuesta pueden encontrarse en la tesis de licenciatura “Nosotros, los hombres… Una aproximación al estudio de la subjetividad masculina en las relaciones de pareja”, en la biblioteca de la Facultad de Psicología.
12—Ibid., p. 59.
13—La mortalidad de los hombres menores de sesenticinco años se ha incrementado: es muy alto el fallecimiento por accidentes y por causas relacionadas con el estilo de vida (infartos, violencias, cáncer –sobre todo de pulmón– y cirrosis). Los hombres mueren, a su vez, un promedio de siete años antes que las mujeres y logran suicidarse en una proporción tres veces superior a la de las mujeres que lo intentan (Patricia Arés: op. cit. p. 39).
14—María T. Díaz: “El varón cubano antes y ahora”, tesis de maestría en sexualidad, biblioteca del CENESEX, 1999, La Habana, p. 3.
15—Patricia Arés: op. cit., p. 11.
16—A partir de finales de la década del setenta, las mujeres trabajadoras tienden a tener un nivel educacional más elevado que los hombres trabajadores y comienzan a ser la mitad o más de la mitad de todos los profesionales y técnicos cubanos, de los profesores de la educación superior, de los científicos, médicos, abogados, así como de los estudiantes matriculados en nuestras universidades (Marta Núñez Sarmiento: “Ideología de género entre profesionales cubanos”, en Temas, no. 37/38, 2004, p. 25).
17—Patricia Arés: “Patriarcado… ¿cuánto atrás te hemos dejado?”, Didajé, no. 3(1), 2004, p. 5.
18—Otros datos sobre las instituciones y temas de estos talleres se pueden encontrar en la obra citada en este párrafo.
19—Julio César González Pagés: op. cit., p. 7.
20—Algunas estrategias para el funcionamiento de estos grupos de hombres pueden encontrarse en Patricia Arés: Arés: “Género, pareja y familia…”, pp. 47-50.
21—El libro Religion is a Queer Thing. A Guide to the Christian Faith for Lesbian, Gay, Bisexual and Transgendered People puede ser una valiosa ayuda metodológica e informativa para el trabajo con grupos de hombres no heterosexuales.