Filipenses 2,1-3
Hemos sido convocados a una jornada en la que se meditará, entre otros temas, sobre la misión de la Iglesia cubana desde una perspectiva ecuménica. Lo ecuménico es lo que da color y sentido a esta asamblea.
Aunque la palabra ecumenismo aún asusta a algunos sectores evangélicos que la toman por un engendro diabólico de los tiempos del final del mundo, para una parte importante del pueblo evangélico ya ha tomado carta de ciudadanía plena, al redescubrir en ella no algo nuevo, sino el auténtico sentir de Jesús para su pueblo, cuando oró por la unidad de sus discípulos.
Pero hay mucho camino que andar todavía: aún nos falta superar ese sentido puntual, coyuntural, de encuentros ocasionales, o de buenas acciones conjuntas o proyectos institucionales. Quisiéramos verlo hoy desde la perspectiva del escalón al que hay que ascender, de un crecimiento de la conciencia personal para asumir en profundidad el espíritu ecuménico.
Por esto hoy quisiera, a la luz de Filipenses 2,1-3, meditar sobre las condiciones personales que un cristiano ha de mostrar para ser verdaderamente ecuménico.
El gozo supremo del Apóstol es que los creyentes de Filipos sean de un “mismo sentir”, “teniendo el mismo amor”, “unánimes”, “sintiendo una misma cosa”. Está claro que la fuerza de las expresiones descansan en el sentimiento, en la afectividad, en la dimensión emotiva, más que en lo intelectual o racional. Esto choca con la cultura del racionalismo doctrinal de someterlo todo a la lógica fría de los acuerdos formales, los pactos o los compromisos y las alianzas entre grupos. Aquí predomina la pasión y la aventura en un proyecto de amor y de vida que desborda todo cauce. En efecto, hay una fuente de misericordia, de consuelo en las aflicciones; hay un Espíritu de comunión que nadie puede contener. Es la energía divina que conduce a la hermandad y la sanidad.
Toda esa dinámica divina, que atrae y que une, tiene que bregar con el corazón humano. Y verdaderamente no es fácil el corazón humano. Hay un ego oculto, desconfiado, temeroso, que se resiste a la entrega y a la unidad. Por esto el Apóstol menciona la “vanagloria”, el “espíritu contencioso”, se podría decir que antiecuménico. Por esto podemos afirmar con el Apóstol Pablo que la antesala, la puerta de entrada al encuentro y la hermandad cristiana es el espíritu de humildad.
Nos olvidamos de que fuimos rescatados por la gracia y la misericordia de Dios y empezamos a creernos algo de nosotros mismos, perdemos la inocencia, nos olvidamos de que, aun siendo cristianos, seguimos siendo pecadores. Y nos convertimos en jueces de nuestros hermanos, los vemos como los cristianos que no cumplen cabalmente con la norma establecida, como el fariseo de la parábola que, orando en el templo, decía: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás, que son ladrones, adúlteros, injustos, ni siquiera soy como ese cobrador de impuestos”(Lucas 18,11). Porque la humildad brota de una profunda experiencia de Dios en la que nos vemos como en un espejo que refleja nuestra condición humana, vulnerable, frágil, que cambia nuestra mirada hacia nuestro hermano y nuestra hermana. Jesús nos dice que el que salió con una oración escuchada fue aquel publicano que no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que oraba diciendo: “Señor, ten misericordia de mi que soy pecador”. Mientras más cerca estamos de Dios, más pecadores nos sentimos.
Esta arrogancia está ligada al éxito numérico sin espiritualidad, al crecimiento institucional con mentalidad empresarial, al poder en manos de líderes sin visión. El ego convertido en egolatría es uno de los grandes obstáculos del ecumenismo en nuestro país. Pero el problema es mucho más profundo todavía, como dice Guillermo, uno de los personajes de la novela El nombre de la rosa: “Sí, te han mentido, el diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda”.
Sí, el diablo es la arrogancia de creer que nuestra verdad es la única, que la interpretación que hacemos de la Biblia es la única, que nuestra manera de vivir la vida cristiana es la única. Esta es la raíz del sectarismo denominacional, del sentimiento de superioridad y del aislamiento en una torre de marfil para no ser contaminado por los errores de los demás. De ahí al fanatismo solo hay un paso, y esperamos que nadie que haya venido a este evento esté clasificado en este grupo.
Estamos hoy aquí, precisamente, porque nos necesitamos, porque el cuerpo de Cristo es uno con diversos miembros, porque creemos que nadie tiene la verdad absoluta ni tiene todas las respuestas a todos los problemas. Nos gozamos en la diversidad de dones que nos enriquecen mutuamente, en la diversidad de caminos que conducen a Cristo. Que la arrogancia no se apodere jamás de nosotros, y que seamos humildes para ver la presencia del Espíritu de Dios en nuestros hermanos y hermanas de otras tradiciones.
Sin embargo la historia no se queda aquí. Si hemos experimentado la humildad en la presencia de Dios, que nos libera para abrazar a nuestros hermanos, un espíritu nuevo también procede de la misma experiencia de Dios, y es el espíritu de la compasión de Jesús. Tenemos otros ojos para mirar al mundo que nos rodea. La compasión no es un sentimiento de lástima piadosa, no es blandenguería, como afirmaba Nietzche. Compasión es la capacidad se sentir con el otro, ponernos en la piel del otro o la otra, para de este modo solidarizarnos, identificarnos, comprometernos. “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo, porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me acogieron, estuve desnudo y me cubrieron, enfermo y me visitaron, en la cárcel y vinieron a mi” (Mateo 25,34-36). Si hemos bebido de la fuente que es Cristo, no podemos ser insensibles al problema del prójimo. Compasión es sentir con el otro, pero es sentir pasión, no mero altruismo; es compromiso, sacrificio. Las instituciones religiosas están a veces más preocupadas por su propio interés que por la pasión que deben sentir por el necesitado. No me enseñen suntuosos edificios, grandes templos, sino mostrad la mano puesta en el servicio al que sufre.
El precioso texto de Pablo dice que Jesús no se aferró a su condición de Hijo de Dios, sino que se despojó de todo privilegio divino y se hizo humano, convirtiéndose en siervo de todos hasta la cruz. Esto se llama el camino de la encarnación, la entrada plena en el mundo de los humanos, en su historia, en sus sueños y sus sufrimientos. Jesús fue un judío, heredero de una historia de salvación; se nutrió de las historias de sus héroes de fe, como Abraham, Moisés, David e Isaías; vivió en un país subyugado por el Imperio romano; amó a su pueblo, criticó sus idolatrías e hizo todo lo posible por conducirlo por el camino de la paz.
Este es el ejemplo que nos deja Jesús a nosotros que vivimos en Cuba en un momento de gran complejidad como el de hoy y que somos herederos de hermosas tradiciones. No nos ha tocado ser testigos en un mundo sin historia y sin nombre. No podemos olvidar que los que trajeron el Evangelio a este país fueron cubanos que vivían en un momento de gran sufrimiento para la isla, cuando todavía éramos una colonia de España. Estos pioneros del Evangelio estaban refugiados en los Estados Unidos, donde conocieron el Evangelio en las iglesias protestantes o evangélicas, y decidieron venir a correr riesgos en tiempos en que la única iglesia reconocida era la que trajeron los colonizadores, comprometida con el poder colonial. Y vinieron uniendo a su fe evangélica el amor a su patria, y no temieron sumar sus esfuerzos evangélicos al de los que luchaban por la libertad de Cuba: a Martí, Maceo y los demás patriotas. Ahí tenemos a Alberto J. Díaz, Pedro Duarte y Evaristo Collazo, por mencionar solo a tres. Ellos vivieron la fe encarnada en su historia, deseando y buscando lo mejor para nuestra nación, y nos inspiran a caminar con los ojos puestos en Jesús, viviendo el Evangelio de la compasión. No se dividían en su lealtad hacia la Palabra de Dios y el bien de la comunidad.
Cuán desafiante es el momento que nos ha tocado vivir. Cuánto necesitamos del Espíritu de Dios para proclamar una esperanza en medio de tanta gente que ha perdido el sentido, especialmente un sector de la juventud que no vislumbra futuro en esta tierra. U otros cuyo amor patrio ha palidecido ante la realidad de una existencia cotidiana al borde de la desesperación. No podemos cerrar los ojos a la realidad difícil de estos tiempos en que hay que proclamar el amor de Dios no solo con palabras, sino con hechos concretos. Un tiempo en que hay tanta influencia de corrientes religiosas que manipulan las necesidades del pueblo, que ofrecen un evangelio de prosperidad y bendición materialista que en realidad no se cumple, y que dividen a las iglesias evangélicas.
Hoy venimos a este portal ecuménico en busca de la renovación de nuestra fe y nuestro compromiso, anhelantes de oír la Palabra y la sabiduría del hermano y la hermana de otra tradición cristiana. Abiertos a lo que Dios nos quiera decir. Que Dios permita que al salir de aquí se haya confirmado nuestro llamamiento y nuestro compromiso con Dios y con nuestra nación. Amén.
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- Entre el 19 y el 20 de octubre se celebró en el Seminario Evangélico de Teología y otros sitios de la ciudad de Matanzas el Portal Ecuménico, una iniciativa inscrita en la jornada cubana por los quinientos años de la Reforma protestante. Convocado por Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo, el Centro Cristiano de Servicio y Capacitación. B. G. Lavastida, el Centro Kairós, el CMMLK, el Consejo de Iglesias de Cuba, el Movimiento Estudiantil Cristiano, la Red Ecuménica Fe por Cuba y el Seminario Evangélico de Teología, el Portal se propuso reavivar los valores ecuménicos en la vida de las instituciones eclesiales y poner en evidencia las dimensiones afectivas, formativas y metodológicas del mundo eclesial cubano al promover un diálogo plural y fecundo sobre el ecumenismo. Participaron en él cuatrocientas veintiocho hermanas y hermanos de treintiuna denominaciones. El sermón que reproducimos inauguró el evento.