Cuando en la tarde del 13 de marzo de 1957 caía, inerte, el cuerpo de José Antonio Echeverría, los muros de la Universidad de La Habana, mudos testigos, asistían a la consagración de un héroe. Porque José Antonio pertenecía a esa rara especie de seres humanos excepcionales, los que perduran en la memoria de los pueblos. Murió combatiendo, como había vivido, con un valor rayano en la temeridad, con un absoluto desprecio por la muerte. Era demasiado grande y demasiada briosa su sangre, según el político costarricense Daniel Oduber. Esa misma sangre que, una vez derramada, seguiría señalando el camino de la libertad.
Al producirse el golpe de estado de Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952, José Antonio era un veinteañero cardenense que cursaba en la Universidad de La Habana su segundo año de Arquitectura. A partir de ese momento sería figura principal en todo cuanto se hizo desde el Alma Mater para combatir al batistato.
Casi la totalidad de los estudiantes revolucionarios decididos a sumarse a la insurrección armada frente al régimen comenzaban a agruparse alrededor de Echeverría, quien se perfilaba como líder del movimiento radical que empezaba a surgir en los predios universitarios. El futuro presidente de la FEU poseeía la habilidad y el talento suficientes para dar organicidad y unidad a los elementos que, aún dispersos por las distintas escuelas, manifestaban su inconformidad con la situación imperante en el país por la dictadura impuesta, y en la Universidad de La Habana por la tibieza de algunos dirigentes en el rechazo a esta. Los estudiantes tenían claras dos cosas fundamentales: Batista sólo sería derrocado por la vía de las armas, y su caída no podía significar un retorno al pasado. Cuba necesitaba imperiosamente una revolución nacional que transformara a profundidad el orden político, económico y social. Es cierto que muchos no comprendían todavía cabalmente las dimensiones exactas de esa revolución, sus alcances y sus contornos. No sabían todavía muy bien lo que querían alcanzar, pero sí tenían bastante claro lo que no querían.
Los universitarios que se agrupaban en torno a José Antonio lo hacían, además de por su carisma, su personalidad magnética, su talento político unitario, porque todos ellos defendían, igual que él, la posición intransigente de enfrentamiento insurreccional a la dictadura. Una de las cualidades que hacían de José Antonio un líder natural entre sus compañeros, además de un valor tremendo demostrado varias veces en acciones de calle, era su certera orientación política en los análisis sobre la grave situación nacional y sobre los caminos y medios para solucionarla.
Echeverría definió con nitidez la línea a seguir: la única salida era la insurrección y para ella había que prepararse. Debía consolidarse un núcleo revolucionario preparado para emprender una acción armada cuando fuera preciso. Con ese objetivo, orientó desde los meses finales de 1952 la creación de pequeños grupos insurreccionales de veinte o treinta estudiantes. Perenne sería durante su actividad política la búsqueda de armas, sobre todo con los auténticos. Gestiones inútiles la mayoría.
De forma paralela a la cohesión de un sector revolucionario sólido en la Universidad, José Antonio planteó la necesidad de llevarlo a la máxima dirigencia de la FEU y a sus principales cargos, para desde allí facilitar y darles mayor impulso a los planes insurreccionales. A contrapelo de lo que regularmente sucedía, esto es, que jóvenes con aspiraciones politiqueras se proponían llegar a los más importantes puestos de representación estudiantil como trampolín para luego continuar una carrera política en los partidos tradicionales de la vida nacional, José Antonio y los estudiantes que lo seguían pretendían alcanzar el ejecutivo de la FEU para convertirla en un instrumento de lucha contra la tiranía.
Puede valorarse en toda su importancia la línea política trazada por Echeverría de recuperar la FEU como organismo de combate para desatar con mayor energía la lucha revolucionaria, si se analiza la correlación de fuerzas existente en el país. Por un lado, después del 26 de julio de 1953, el sector más avanzado de la revolución, los moncadistas, con Fidel Castro a la cabeza, que habían asombrado al país con su acción heroica, se encontraban presos en la cárcel de Isla de Pinos, desde donde muy poco podían hacer, no obstante simbolizar un formidable ejemplo para la rebeldía juvenil. Los alardes insurreccionalistas de los auténticos de la Triple A y Aureliano Sánchez Arango significaban un potencial peligro para la futura revolución, si lograban desarrollar exitosamente una operación armada tendiente a derrocar a Batista. Con Fidel preso y la ortodoxia resquebrajada por la vacilación de sus líderes, y sin un factor revolucionario de peso, la concreción de una aventura auténtica habría representado, indudablemente, un retorno al 9 de marzo de 1952. Pero había otro peligro. Si –como finalmente sucedió– los auténticos, a pesar de contar con un material bélico impresionante, demostraban no tener el coraje necesario para enfrentarse a la dictadura y cosechaban fracaso tras fracaso, ello haría decaer la fe del pueblo en una salida insurreccional y alimentaría la ilusión en la remota posibilidad de deshacerse de Batista por la vía electoral, en comicios como los convocados para el 1ro. de noviembre de 1954, con la consabida desmovilización de la lucha de masas.
En esas condiciones, una FEU revolucionaria, acicate de la conciencia y la combatividad populares, encargada de mantener viva la llama de la rebeldía, que desencadenara protestas contra el régimen, dispuesta a empuñar las armas cuando lo requirieran las circunstancias, era de una trascendencia vital.
Las elecciones universitarias de 1954 serían las indicadas para desplazar de la dirección de la FEU a la dirigencia partidaria de la oposición cívica al régimen, y sustituirla por una insurreccional. El año 1953 había marcado un ascenso en las luchas revolucionarias, y en las batallas libradas durante esos meses se habían probado y dado a conocer los futuros cuadros del movimiento estudiantil. José Antonio, Fructuoso Rodríguez, y otros compañeros que se pronunciaban por el enfrentamiento violento a la dictadura ya gozaban de reconocimiento entre las masas universitarias, encargadas de seleccionar ese año, por primera vez mediante el voto directo, a los presidentes de escuela.
En el nuevo ejecutivo que se conformó, Echeverría fue elegido secretario general. Desde este puesto sería el principal organizador de las actividades revolucionarias de la FEU en el período que se abría. Organiza, dirige y ejecuta acciones que van llevando a un plano superior la lucha contra el régimen.
La principal misión a cumplir por la organización estudiantil en esta nueva etapa sería mantener viva la lucha revolucionaria y elevar los niveles de conciencia y movilización de las masas. Todo esto en un entorno tremendamente adverso, con Fidel y los asaltantes al Moncada presos, las llamadas organizaciones insurreccionalistas en bancarrota y la tiranía batistiana enfrascada en una agresiva contraofensiva en el movimiento popular.
Precisamente en ese año el objetivo fundamental más próximo era el combate a las elecciones convocadas por la tiranía para el 1ro. de noviembre. El dictador, envalentonado por el retroceso revolucionario, pretendía legitimarse en el poder y se aprestaban a hacerle el juego los politiqueros de siempre.
Los fracasos del insurreccionalismo auténtico en octubre de 1954 y el posterior cisma entre los firmantes del Pacto de Montreal1 cerraban temporalmente a los ojos del pueblo toda posibilidad real de derrocamiento armado del batistato. Ello tuvo un efecto de reflujo en la conciencia popular, en medio del ambiente electoral, y ganó adeptos la esperanza de salir del dictador por la vía de las urnas, aunque fuera mediante la elección de un mal menor: Ramón Grau San Martín. Las vanguardias revolucionarias que el pueblo cubano precisaba se encontraban tras las rejas en Isla de Pinos o preparando la lucha de masas en los predios del Alma Mater.
Al homenaje que tradicionalmente se le hacía a Rafael Trejo cada 30 de septiembre se sumaría en 1954 un hecho de significativa trascendencia. El acto de ese día marcaría un antes y un después en la historia de la organización estudiantil universitaria.
Bien lo había dicho Fidel a raíz del golpe batistiano: si cierto era que había otra vez tiranos en la patria, también lo era que habría nuevos Mellas, nuevos Trejos, nuevos Guiteras. Y por uno de esos caprichosos misterios de la historia, en el vigésimocuarto aniversario de la caída de Rafael Trejo, mártir universitario de la lucha antimachadista, llegaba a la presidencia de la Federación Estudiantil Universitaria su líder más completo y más capaz desde los tiempos de Julio Antonio Mella: José Antonio Echeverría.
Su personalidad le imprimiría una nueva dinámica a la FEU. En lo adelante, tendría como características esenciales, por un lado, la moralización interna de la Universidad, el combate a la corrupción y el gangsterismo, la necesaria limpieza de la casa de altos estudios primero, para luego enfrentarse, con sus fuerzas más sanas, a la dictadura batistiana; y por el otro, la radicalización de las acciones de calle, las movilizaciones de masas, el combate frontal a los aparatos represivos del régimen. En la estrategia de aumentar la actividad revolucionaria ante la tiranía se inscribirán las grandes campañas nacionales por reivindicaciones populares, que encontrarían siempre en la FEU uno de sus principales promotores.
Lo más inmediato era denunciar las elecciones espurias que preparaba el dictador para darse un cariz democrático. Por esta razón, el flamante presidente de la FEU convocó una conferencia de prensa el 8 de octubre con todos los periodistas que atendían el sector universitario. En ella leyó una declaración en la que ratificaba la postura de los estudiantes de rechazo total al montaje electorero que se estaba tramando. Hacía un llamamiento a los cubanos a no asistir a las urnas y a desarrollar una intensa campaña cívica en todo el país contra lo que calificaba de farsa electoral. Condenaba a los políticos pseudoposicionistas que se prestaban a la comedia y declaraba que la Federación Estudiantil Universitaria trataría de impedir, por todos los medios, la celebración de las elecciones. Añadía que dicha organización “considera agotadas todas las gestiones pacíficas para llegar a una solución del problema cubano en forma digna”,2 con lo que despejaba el camino para oponer la acción revolucionaria al régimen de fuerza. Ratificaba su posición ante el régimen: “La FEU mantiene la misma postura que adoptó el 10 de marzo, solamente que la incrementa y la lleva al grado extremo, ya que estamos a menos de un mes de la fecha señalada para las elecciones”.3
Lo cierto es que Batista, fortalecido por los reveses que para la lucha armada significaron varias pérdidas de armas y por la actitud traidora de las fuerzas políticas de oposición, encontró muy escasa resistencia a su pretensión de “legitimarse” en el poder. La resistencia popular se expresó, en esa ocasión, mediante el cumplimiento de la consigna lanzada por la FEU y otras organizaciones de no concurrir a la votación el 1ro. de noviembre.
Con el título de “La dictadura sigue siendo ilegal” se publicó el 30 de diciembre en la revista Prensa en la Universidad una entrevista a José Antonio Echeverría en la que el líder universitario atacaba el proyecto del Canal Vía Cuba,4 fijaba la posición de la FEU al lado del pueblo y de los trabajadores y acusaba a la CTC mujalista de traición, denunciaba el resultado de las elecciones del 1ro. de noviembre y el carácter ilegal del régimen. Concluía con la proclamación de que existía un solo camino hacia la paz: la revolución, y que “los regímenes de fuerza sólo pueden derrocarse por la fuerza. Claro, la fuerza no es necesariamente militar. Ya lo hemos dicho muchas veces, la Revolución no es solamente la insurrección”.5
El 14 de enero de 1955, a tres días solamente de haberse producido la invasión somocista a Costa Rica, se celebraba en lo alto de la escalinata, convocado por la FEU, un multitudinario acto en el que los estudiantes manifestaban su respaldo al gobierno constitucional de José Figueres y su apoyo a la lucha librada por el pueblo costarricense para rechazar a los agresores enviados por Anastasio Somoza. Muchos se ofrecieron como voluntarios para defender con las armas en la mano la soberanía del hermano pueblo.6
Echeverría y cinco compañeros más lograron viajar hasta Costa Rica para participar en la resistencia. Aunque llegaron en los momentos finales del conflicto, los universitarios cubanos tomaron parte en varias acciones de guerra. José Antonio se incorporó al frente de Guanacaste, uno de los de más duros combates. Además, consiguieron entrevistarse con Figueres y le entregaron una bandera como símbolo de apoyo a la lucha del pueblo tico.
Además del maravilloso ejemplo de internacionalismo, consecuente con la vocación latinoamericanista de Echeverría y el estudiantado revolucionario, se perseguían dos fines muy importantes: el entrenamiento militar de algunos cuadros estudiantiles y la solicitud al gobierno democrático de Costa Rica de una ayuda en armas y material bélico para la lucha contra la tiranía batistiana.
Titulado “Debemos ir a la fase industrial” aparecía el día 13 de febrero un artículo de Echeverría en el Diario Nacional donde analizaba cuestiones referentes a la actualidad y el futuro económicos del país. Los conceptos fundamentales tratados por el dirigente estudiantil tenían que ver sobre todo con la necesidad de diversificar la industria nacional, no depender exclusivamente de la azucarera, y lograr otros mercados externos a los cuales vender nuestras producciones, no sólo a los Estados Unidos. Señalaba que las inversiones, hechas preferentemente por capitales cubanos y no foráneos, debían dirigirse, mediante la planificación, a obras productivas, útiles; precisamente lo contrario a la política ecónomica del régimen, que invertía sobre todo en obras públicas. Planteaba asimismo, como conclusión central de su estudio, que Cuba debía comenzar un proceso acelerado de industrialización diversificada, como paso indispensable para lograr la independencia económica y el desarrollo de la nación. El líder universitario, que ya en otras declaraciones, artículos y discursos hablaba de lo imperativo de una revolución, reflejaba en todo el trabajo una faceta de su pensamiento nacionalista, tendiente a romper el modelo monoproductor y monoexportador de nuestra economía.
El 24 de febrero de 1955 asumía Batista la jefatura del Estado, y los que protagonizaban el montaje pretendían hacer creer que el gobierno usurpador surgido del golpe se había legitimado con la farsa electoral. José Antonio desenmascaró la comedia; y a pesar de la oscura perspectiva que parecía representar el momento para las aspiraciones revolucionarias, se mostraba optimista y confiado en la capacidad de lucha del pueblo cubano, sus jóvenes, sus estudiantes:
No queda, pues, más remedio a la ciudadanía que continuar en el camino de la lucha para la conquista definitiva de las reivindicaciones que constituyen los objetivos fundamentales de la Revolución Cubana.
El estudiantado y la juventud han quedado en este momento solos en este camino. La claudicación y la inercia de las llamadas clases dirigentes del País, han colocado sobre nuestros hombros un peso, con el que, sin embargo, no nos sentimos abrumados.
Tenemos fe en que la unión del estudiantado y la juventud, con las clases obreras, campesinas y profesionales, logrará plasmar los ideales revolucionarios que constituyen la esencia misma de nuestra Nacionalidad.7
Uno de los principales objetivos perseguidos desde finales de 1954 hasta principios de 1955 era lograr la amnistía de todos los presos políticos, incluidos los moncadistas. La FEU asumió un papel de vanguardia en la batalla popular por la liberación de los combatientes del Moncada. El 27 de marzo salían en Bohemia los siguientes pronunciamientos de José Antonio:
La amnistía general constituye un clamor de toda la ciudadanía al que los estudiantes hemos brindado todo nuestro apoyo. No podemos permanecer indiferentes ante tantos compañeros que sufren en la actualidad los rigores del presidio político por haber defendido el honor de nuestra nación, ultrajado por el 10 de marzo…
Así el grito del pueblo se hace cada día más potente: ¡Que no quede en la cárcel uno solo de los dignos luchadores contra la dictadura! Todo intento de excluir a los combatientes del Moncada de la amnistía, se encontraría con el más amplio repudio de la opinión pública. No cabe esperar de este régimen generosidad espontánea, sólo accederá a conceder la amnistía general política cuando la presión de la opinión pública se haga irresistible. Tenemos pues que unir todas nuestras fuerzas para rescatar a nuestros hermanos de las entrañas del monstruo…8
La FEU tenía una influencia y una presencia tales en los medios de difusión nacionales que constituía un arma poderosa en manos de todo aquel que quisiera movilizar la opinión pública a favor de sus intereses. Por eso, cuando se acercaban las elecciones de la FEU se reagrupaban y reajustaban las distintas fuerzas políticas para intentar obtener, cada una, la hegemonía en el medio universitario; y se recurría a cualquier mecanismo para conseguirlo.
El 19 de abril José Antonio fue relecto como presidente de la FEU, en medio de una tensa contienda electoral, con seis votos a favor y cinco en contra. Al siguiente día, una comisión de dirigentes universitarios encabezada por él recorrió las redacciones de los periódicos para informar a la opinión pública nacional sobre los propósitos que animaban a la nueva dirección estudiantil recién electa:
La cultura universitaria como el gran resorte del progreso del pueblo, la queremos expandir tanto a lo interno como en lo externo. En lo interno queremos que cumpla su verdadero rol en la gran misión encomendada a la Universidad. Y en lo externo para llevar el espíritu de la cultura al pueblo mediante la creación de la Universidad Popular Rafael Trejo. Nos proyectaremos así intensamente en la actividad cultural de nuestra sociedad para que llegue a todos. Y además, echaremos adelante una gran cruzada de alfabetización que con el nombre de Rubén Batista Rubio, invadirá toda la Isla.9
Sobre el papel que le correspondía desempeñar a la FEU en la vida política y social del país:
La gran tarea histórica de la FEU en la cuestión cubana, es enfrentarse a los obstáculos que impiden el progreso de nuestra patria y para ello uniremos en idea y acción al estudiantado y a la juventud cubana, pero siempre conservándonos ajenos a las luchas partidistas. Sin más Norte que imponer sobre el sombrío panorama cubano, una aurora de fe en el destino nacional. Trataremos, en fin, que nuestra voz que es un murmullo se convierta en el grito del pueblo.10
Una de las personalidades históricas del proceso revolucionario de los años treinta que más ascendencia tenía entre los estudiantes y jóvenes radicales era Antonio Guiteras. En la Universidad existía una enorme identificación con su pensamiento y su obra. Era, sin lugar a dudas, una figura paradigmática de la lucha contra la dictadura y era su asesino quien se encontraba detentando el poder. Por tanto, no podía pasar la fecha del vigésimo aniversario de su asesinato sin que los estudiantes universitarios le tributaran un digno homenaje.
Lo acaecido en el Instituto de Matanzas la noche del 8 de mayo de 1955 da una idea exacta de la nueva tónica que José Antonio le imprimía a la lucha del movimiento estudiantil contra Batista, de no rehusar, sino más bien provocar, el enfrentamiento directo contra las fuerzas represivas del régimen. La razón que aducía la policía para prohibir la realización del acto era que no les estaba permitido a los organizadores del mismo el uso de amplificadores. José Antonio defendió hasta el final su derecho a utilizarlos. La firmeza en esa postura y la actitud agresiva de las autoridades llevó a que se elevara el tono de la discusión, cada vez más acalorada, y a que desembocara finalmente en un puñetazo descargado por José Antonio en pleno rostro del capitán de la policía Alberto Triana Calvert y en la posterior generalización del enfrentamiento violento. Lo cierto es que los citados equipos de audio nunca existieron ni jamás se pensó en usarlos, y Echeverría, aun sabiéndolo, los esgrimió como pretexto para provocar la confrontación con los esbirros. De esta forma, una pacífica velada solemne de tributo a Antonio Guiteras se transformó en un homenaje mejor al recio luchador antimachadista: el combate fiero a la tiranía. Se obtenía, además, un importante saldo político: los numerosos estudiantes heridos de gravedad y detenidos demostraban una vez más ante el pueblo el carácter brutal y represivo de la dictadura batistiana.
Debido a la tremenda campaña de presión popular desplegada durante los meses anteriores para conseguir la amnistía política, en la cual la FEU desempeñó uno de los papeles fundamentales, se logró al fin la libertad para todos los condenados por luchar contra la tiranía. La invitación a participar en un acto unitario en la Universidad el 20 de mayo le fue transmitida personalmente a Fidel por José Antonio, Fructuoso y René Anillo cuando fueron a recibirlo en la terminal de ferrocarriles de La Habana el 15 de mayo. Allí habían acudido los representates de la dirigencia estudiantil para participar en la masiva acogida que le tributaron al joven líder amigos, familiares y simpatizantes. Lo acompañaron hasta la casa de su hermana Lidia, donde viviría mientras permaneciera en Cuba. Durante el trayecto, y en una visita personal que dos días más tarde le realizaron José Antonio y Fructuoso, se produjo entre ellos un intercambio de ideas, opiniones, criterios, en torno a la compleja situación nacional, en un ambiente de identificación revolucionaria.
Fueron frecuentes los contactos que la dirigencia universitaria mantuvo con Fidel mientras este siguió en Cuba. En el apartamento de su hermana Lidia, ubicado en 23 entre 18 y 20, en el Vedado, lo visitaron –algunos en repetidas ocasiones– José Antonio Echeverría, Fructuoso Rodríguez, Juan Nuiry, René Anillo, Jorge Ibarra y varios más, con el propósito de vertebrar una alianza revolucionaria de los estudiantes con el movimiento que ya habían empezado a reorganizar Fidel y sus compañeros, a raíz de su excarcelación.
Luis Blanca Fernández, en su condición de secretario de relaciones exteriores de la FEU, salió el 16 de junio rumbo a Montevideo, a participar en el Primer Congreso Interamericano de Estudiantes. Llevaba, por encargo de José Antonio, dos propuestas: una sobre la reforma universitaria y otra referente a la creación de un organismo internacional de estudiantes para combatir las dictaduras de todo el mundo. Era de enorme interés para la dirigencia de la FEU lograr una unidad revolucionaria entre las organizaciones estudiantiles del continente para luchar concertadamente contra los regímenes dictatoriales, que abundaban sobre todo en nuestras tierras americanas y eran tan despóticos como serviles a los intereses norteamericanos. Resultaba de vital importancia contar con el apoyo internacional y con la presión que en la opinión pública de los diferentes países pudieran desarrollar los universitarios latinoamericanos cada vez que se produjera un hecho represivo o criminal del dictador cubano.11
El 7 de julio partió Fidel al exilio. Pero un día antes de su salida conversó con José Antonio. El encuentro fortuito se produjo en la cafetería Las Delicias de Medina, ubicada en L y 21, en el Vedado. Al presidente de la FEU lo acompañaban Fructuoso Rodríguez, Osmel Francis y Pedro Azze; y junto a Fidel estaba Ñico López. Conversaron durante más de dos horas sobre diversos temas, principalmente acerca de la decisión que se había visto obligado a tomar el líder del 26 de Julio de marchar a México para preparar la guerra; y sobre la necesidad de que los universitarios incrementaran sus acciones contra Batista.
Con esta partida de Fidel se interrumpió temporalmente el ascendente proceso de unidad entre las fuerzas del 26 de Julio y el movimiento estudiantil, que había tenido lugar durante los cincuentitrés días que mediaron entre la excarcelación de los moncadistas y la salida hacia México de su principal dirigente. Este proceso unitario tendría su punto culminante, posteriormente, con la firma de la Carta de México. No obstante, se mantendrían constantemente los contactos de los estudiantes con los compañeros que se quedaban en Cuba al frente del MR-26-7, con la misión de llevar adelante las incipientes tareas de organización.
Tras la salida al exilio de Fidel y una buena parte de los combatientes moncadistas, los sectores revolucionarios del estudiantado que se habían nucleado alrededor de José Antonio empezaron a dar los primeros pasos hacia la conformación de una organización revolucionaria armada: el Directorio Revolucionario. La necesidad de un movimiento clandestino, de acción, provenía del análisis de que al aumentar el nivel de radicalización de la lucha de masas, crecería proporcionalmente la represión de la dictadura, y en un escenario de esas características, la FEU no podría desempeñar el mismo papel movilizador. Al crecer la violencia del enfrentamiento a Batista, resultaba necesaria una organización como el Directorio, que asegurara el paso a la lucha armada y se convirtiera, de hecho, en la dirigencia de la FEU en la clandestinidad.
Mientras se trabajaba de forma secreta en la conformación de un organismo clandestino para la lucha insurreccional, que contara con los medios materiales indispensables, la FEU continuaba librando combates políticos contra el régimen de facto.
En agosto de 1955 al analizar la situación existente en el país y en el campo revolucionario, en momentos en que Fidel se encontraba en el exilio, y tomando en cuenta que una insurrección auténtica de gran envergadura que se estaba preparando tenía posibilidades objetivas de triunfar, José Antonio tomó la decisión de incorporarse con su grupo de estudiantes revolucionarios a dicha operación. La presencia estudiantil sería la garantía de una futura orientación radical tras el derrocamiento del régimen. Además, aun si finalmente sucedía que todo lo planeado terminara en un nuevo fracaso, al entrar en contacto con los abundantes alijos de armas que almacenaban los auténticos se podrían obtener algunas para la nueva organización insurreccional del movimiento estudiantil que ya empezaba a surgir.
El 4 de agosto de 1955 se desplomó el plan auténtico, cayó en poder de la policía una gran cantidad de armas, mientras en la esquina de Santa Marta y Lindero eran detenidos varios jóvenes que esperaban por ellas. Al día siguiente Carlos Prío regresaba a Cuba, probablemente como resultado de un acuerdo con el dictador. Sus pretensiones insurreccionales nunca habían pasado del empleo de su millonaria fortuna, robada al pueblo, en compras de material bélico que esgrimía como factor de presión frente al gobierno batistiano, y que en la mayoría de los casos caía en manos policíacas sin usarse contra el régimen. En esta ocasión, la ocupación de armas coincidía con el regreso de Prío, en tanto iban a parar a las cárceles decenas de jóvenes combatientes que otra vez salían defraudados.
Desde un mes antes José Antonio había denunciado públicamente la claudicación del expresidente. El 10 de julio de 1955 declaraba a un reportero de Bohemia:
No se concibe que el Dr. Prío regrese a nuestro país para situarse bajo la hegemonía de aquel que una madrugada, abusando de las garantías que le habían ofrecido, lo derribó del poder. En estos instantes el pueblo de Cuba sólo vería con buenos ojos el regreso del doctor Prío a Cuba si este adoptara la única postura que le cabe: pisar tierra cubana con el arma en la mano dispuesto a rescatar por la violencia lo que por la violencia le fuera arrebatado a nuestra patria. El recuerdo de tantos mártires, el sacrificio de tantos presos y exiliados, así lo exige; la dignidad herida de todo un pueblo así lo reclama.12
El aborto de los planes de insurrección del 4 de agosto dejaba definitivamente sepultada la opción armada de los auténticos. Ya muy pocos volverían a creer en sus operaciones fantasmas.
Desde la clandestinidad, el presidente de la FEU le hizo saber a la opinión pública su firme decisión de no entregarse a las autoridades y de continuar en la lucha contra el régimen dictatorial, en unos pronunciamientos realizados al periódico Prensa Libre el 25 de agosto:
…desde el 4 de agosto pasado he tenido necesidad de permanecer oculto guardando mi seguridad personal… no voy a presentarme, porque mi deber es seguir luchando por la libertad de mis compañeros presos y exigir garantías para los hombres que a diario son perseguidos.
…desde la seguridad que a diario me brindan innumerables hogares cubanos, exhorto a los Tribunales de Justicia a que dejen en libertad los estudiantes presos, contra los cuales no existen pruebas, ya que de ser cierto lo que dicen los jefes policíacos de que estaban en un arsenal, las cosas hubieran sido distintas como ellos mismos saben, por tener la experiencia de haber visto a los estudiantes, en inferioridad de condiciones, enfrentárseles, teniendo como armas sólo los puños.13
Luego del estrepitoso fracaso del 4 de agosto, se decidió pasar a una nueva etapa de preparación y organización clandestina del Directorio Revolucionario. El descrédito de las fallidas intentonas auténticas hacía más evidente la necesidad de contar con una organización armada independiente, con los medios necesarios para la insurrección.
La organización no era típicamente celular, con estructuras de base definidas con claridad, delineadas y compartimentadas. Se formó a partir de los mismos factores insurreccionales que ya existían en la Universidad y del conocimiento adquirido en los diversos combates contra la dictadura. Los centros de segunda enseñanza de todo el país constituyeron la otra fuente natural de la que empezó a nutrirse enseguida el Directorio. En casi todas las ciudades donde existían escuelas de nivel secundario se crearon grupos del Directorio Revolucionario.
Estaban, además, los grupos y contactos con que se contaba fuera de la Universidad y de los medios puramente estudiantiles, la mayoría de los cuales fueron dedicados a lo que se denominó rama externa de la sección de acción. Los principales responsables de esta estructura fueron Rubén Aldama, José Luis Wangüemert y José Briñas. En particular el primero desempeñó un papel primordial en la búsqueda de casas de seguridad, almacenamiento de armas y todo tipo de preparativos insurreccionales.
El armamento con que se contaba al inicio era muy escaso: algunas pistolas Mauser y Star de ráfaga, un fusil Johnson, cuatro carabinas M-1 y cuatro o cinco pistolas Colt 45. La mayoría provenía de estudiantes pertenecientes a la organización, que las poseían desde antes, o de algunos aportes realizados por Menelao Mora y los sectores auténticos más conscientes. No obstante, ese reducido número de armas sería utilizado con eficacia por los combatientes del Directorio en las primeras acciones organizadas contra la tiranía batistiana.
En el segundo semestre de 1955 empezaba a aparecer para el movimiento revolucionario un peligro tanto o más importante que la misma dictadura: la mediación politiquera de la oposición burguesa, que buscaba llegar a un acuerdo con Batista para frenar la posibilidad real y creciente de una insurrección popular que afectara sus intereses de clase.
La FEU, habida cuenta de su reconocida actitud de enfrentamiento al régimen usurpador, fue invitada a participar en un mitin opositor que celebraría la Sociedad de Amigos de la República (SAR) en el Muelle de Luz el 19 de noviembre de 1955. Si bien la vanguardia estudiantil sabía muy bien que la revolución era la única salida posible a la crisis nacional, y a ella dedicaba todos sus esfuerzos, también estaba consciente de que “…el deseo de evitar una lucha sangrienta influía apreciablemente sobre las masas, circunstancia esta que podía ser aprovechada por la maniobra de los partidos políticos”.14
Aun con la convicción de que serían estériles todas las propuestas de paz de la SAR, era necesario aprovechar tácticamente la oportunidad que se brindaba y sacar de ella un resultado político favorable a la causa insurreccional. La revolución era impensable sin apoyo popular, y para lograrlo, primero había que demostrar fehacientemente al pueblo que la violencia y la guerra no eran un capricho de los revolucionarios, sino que las imponía el dictador con su férrea postura de mantenerse en el poder por medio de la fuerza.
Uno de los pocos discursos discordantes en el mitin fue el del dirigente universitario. El resto de las piezas oratorias, aunque condenaban al régimen batistiano, no pasaban del tono conciliatorio, y se limitaban a convocar a la unidad de la oposición solamente para negociar con el gobierno las elecciones generales como fórmula política de solución nacional. En cambio, las palabras de José Antonio llevaron al pueblo, a través de los micrófonos y los medios de comunicación, los postulados básicos del pensamiento revolucionario de la juventud cubana. Sus pronunciamientos, junto a los incesantes gritos de “¡Revolución!” “¡Revolución!” “¡Fidel Castro!”, que interrumpían constantemente las peroratas de los políticos tradicionales, constituían el testimonio vivo de la presencia de una generación nueva que sí estaba dispuesta a luchar bravamente por restituirle a la patria la dignidad y la libertad ultrajadas. Los gritos eran proferidos por militantes de una joven organización revolucionaria que empezaba a surgir: el Movimiento 26 de Julio, que liderada por Ñico López y Armando Mestre, cumplía la misión que Fidel Castro les había encomendado de hacerse sentir activamente en todos los actos y concentraciones que convocara el oposicionismo.
Se acercaban los días finales del año y la batalla sin cuartel que se daba tanto contra la tiranía batistiana como frente a la oposición politiquera y sus gestiones conciliadoras alcanzaba cada vez mayor fuerza. El hecho de contar ya con una organización armada independiente, dotada de una dirección revolucionaria que desde la clandestinidad establecía la táctica y la estrategia a seguir, situaba a los sectores estudiantiles partidarios de la vía insurreccional en una posición favorable para pasar a una etapa superior en las luchas contra la dictadura. El Directorio Revolucionario elaboró un plan dirigido a elevar al máximo las acciones de masas en las calles.
Por espacio de un mes se sucedieron, casi todos los días, mítines, actos de protesta, manifestaciones, y las primeras ripostas armadas para proteger las marchas. Como resultado, fue apresada la mayoría de los dirigentes revolucionarios universitarios.
José Antonio recibió en prisión la visita de dos dirigentes obreros del azúcar: Conrado Rodríguez y Conrado Bécquer. El objetivo era recabar apoyo estudiantil para la batalla que libraban por el pago del diferencial azucarero. 15 Excarcelados, Echeverría y cerca de doscientos estudiantes el 23 de diciembre, la solidaridad con el movimiento obrero no se hizo esperar. Cuadros del Directorio Revolucionario se dirigieron a distintos lugares del país: Fructuoso Rodríguez a Santo Domingo, en Las Villas; Pedro Martínez Brito y José Assef a Ciego de Ávila; José Machado a Manzanillo; Ángel Quevedo a Cienfuegos; Jesús Suárez Gayol, Reinaldo León Lleras y Ciro Reyes a Camagüey; Osmel Francis y Antonio Guevara a Guantánamo; Juan Pedro Carbó a Remedios. Faure Chomón y Joe Westbrook constituirían un comando armado móvil con funciones de coordinación y enlace, para lo que contaban con cuatro pistolas y unos diez cartuchos de dinamita, que sólo debían usar en casos extremos.16
Durante los próximos días, una ola de protestas, huelgas y acciones de enfrentamiento a la tiranía estremecieron a la nación. En centrales como el Estrella, la huelga duró varias semanas. El cese de las reparaciones en los centrales azucareros fue casi total; se declararon varias ciudades muertas; trabajadores, desempleados, pequeños comerciantes se unieron a la protesta, junto a militantes del 26 de Julio, el Partido Socialista Popular y comandos armados del Directorio, que le imprimieron a la huelga el matiz de la técnica estudiantil de agitación de calle, barricadas con fogatas, gomas incendiadas, latones de basuras volcados, cajones, piedras, carros inutilizados, que interrumpían el tránsito en numerosos bateyes, carreteras, ciudades y poblados.17
José Antonio, ya en libertad, emprendió un recorrido por todo el país, acompañado por René Anillo y Julio García Oliveras, para dirigir personalmente la actividad revolucionaria del estudiantado y conocer de primera mano todos los detalles de la huelga azucarera. Durante el trayecto, que incluyó Santa Clara, Ciego de Ávila, Jiguaní, la pudieron palpar en las carreteras bloqueadas, los miles de trabajadores en huelga, la explosión de bombas y petardos. Ya habían resultado heridos y apresados, entre otros, Fructuoso, Juan Pedro, Martínez Brito, el Moro Assef. Concluyeron el recorrido en Santiago de Cuba en los últimos días del año. Allí sostuvieron importantes reuniones con Frank País, Pepito Tey, Léster Rodríguez, Temístocles Fuentes, Jorge Ibarra y otros líderes estudiantiles y revolucionarios de la ciudad oriental, en las que se comprometió el apoyo y la coordinación con las acciones del Directorio. Al empezar el año regresaron a la capital. Ya a fines de diciembre el movimiento huelguístico había perdido fuerza. Sin embargo, había dejado resultados favorables para la lucha popular contra la dictadura.18
Diciembre de 1955 y enero de 1956 fueron el instante cenital del Directorio Revolucionario. Fue esta la etapa de transición de la riposta armada y la radicalización de la acción de masas hacia el punto culminante en que la vanguardia estudiantil revolucionaria, ya con una apreciable incorporación de cuadros procedentes de las filas trabajadoras, pasó a la fase de la guerra total contra el régimen.
El 1ro. de enero de 1956 apareció en Bohemia una entrevista realizada a José Antonio:
A la juventud cubana nos sorprende el próximo año 1956 en dramático y turbulento proceso. El largo período de tiempo transcurrido desde el 10 de marzo hasta la fecha, ha ido acicateando la conciencia cubana, dando los frutos de la encendida protesta popular que hoy contemplamos. El camino está expedito para que el pueblo cubano, juntando voluntades, logre el cese total y definitivo de la dictadura batistiana.19
El viernes 24 de febrero se celebró un acto en el Aula Magna de la Universidad de La Habana para conmemorar el sexagésimoprimer aniversario del Grito de Baire, el reinicio de nuestras luchas por la indepedencia en 1895. Por el simbolismo de la fecha se decidió dar a conocer públicamente ese día la existencia del Directorio Revolucionario. A través de la lectura por parte de José Antonio de la proclama constitutiva, se expresaba la ideología que animaba a la naciente organización, marcadamente nacionalista, antimperialista, de profunda inspiración martiana. Lo corroboran sus párrafos, en los que, además, late permanentemente el llamado a la unidad en la lucha revolucionaria y se aprecia una definida orientación clasista hacia los pobres, los trabajadores, la defensa de los intereses de los más humildes, de “los hambreados y los oprimidos”.
También en un fundacional “Manifiesto al pueblo de Cuba” que publicó Alma Mater en marzo de 1956, el Directorio se pronunciaba por la defensa de los intereses nacionales, el logro de la justicia social, la independencia económica, la puesta en práctica de un socialismo que, aunque algo difuso en su concepción, tenía como base la transformación radical de todos los aspectos del sistema imperante en el país. Su programa, bastante claro: la revolución cubana.
Las claves fundamentales del pensamiento latinoamericanista y antimperialista de José Antonio, con fuerte raigambre martiana, se hallan en lo que puede considerarse la síntesis perfecta de ese ideario: el discurso pronunciado el 9 de marzo de 1956 en el acto “Contra las dictaduras de América”.
El acto había sido convocado por la FEU, y contaba entre sus principales impulsores con Amparo Chaple, militante de la Juventud Socialista y presidenta de la Escuela de Filosofía y Letras; y con el profesor Raúl Roa, decano de la Escuela de Ciencias Sociales y Derecho Público. Asistían invitados al mismo exiliados políticos y destacadas figuras progresistas de República Dominicana, Guatemala y Venezuela, países que sufrían dictaduras militares similares a la cubana.
Resulta significativa la reacción que provocó la intervención del presidente de la FEU en los cuerpos represivos. En sendos informes, tanto Orlando Piedra, del Buró de Investigaciones, como Martín Díaz Tamayo, del Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC), calificaron de comunista la proyección política derivada de sus palabras.
El proceso ascendente de unidad entre los dos sectores fundamentales de una misma generación de revolucionarios, el Movimiento 26 de Julio y el núcleo estudiantil constituido en Directorio Revolucionario, que se había ralentizado temporalmente con la salida al exilio de Fidel en julio de 1955, ahora entró, a mediados de 1956, en una nueva y definitiva etapa. Ambos habían coincidido en que ese año sería el de la total liberación de Cuba o perderían la vida en el empeño. Concebían igualmente, como meta estratégica, la realización de la revolución cubana como única salida efectiva al deplorable estado de cosas que presentaba el país.
Desde su misma creación, el Directorio había abogado por la unidad entre todos los factores insurreccionales que combatían a Batista. Esa es una de las razones, además de las ya mencionadas, por las que participó en varias de las conspiraciones auténticas: esperaba ganar para la causa de la verdadera revolución a los elementos más honestos y consecuentes dentro de las filas priístas. Particular significación revistió la presencia de los estudiantes en una operación de atentado a Batista en la calle Línea en junio de 1956. Fracasada, fue, sin embargo, la primera oportunidad en que lograron obtener algunas armas de importancia, gracias a la actitud desafiante de José Antonio, quien ante el reclamo auténtico se negó a devolver el armamento.
Pero, sin duda, la principal gestión unitaria del Directorio estaba dirigida al Movimiento 26 de Julio y a Fidel Castro. Como parte de esa estrategia, y como un elemental deber de solidaridad revolucionaria, la FEU, por intermedio de su presidente, fue una de las voces que con más fuerza exigió la libertad de Fidel y sus compañeros cuando estos fueron detenidos y enviados a una prisión mexicana. La actividad estudiantil desplegada con ese fin fue intensa. José Antonio envió un telegrama al presidente de la nacion azteca, Adolfo Ruiz Cortines, una carta al embajador mexicano en La Habana, un mensaje de exhortación a los estudiantes del hermano país para que se movilizaran. El 29 de junio, acusó en Bohemia al gobierno mexicano de ser el responsable de los maltratos sufridos por los compañeros presos. El 19 de julio organizó con la FEU una demostración frente a la embajada de México. El episodio más notorio de toda la campaña fue el artículo que bajo el título de “¿Quebrará México su tradición de hospitalidad?” apareció en Bohemia el 22 de julio firmado por Echeverría.
Con estos antecedentes, a los que se uniría la publicación en junio de 1956 de un documento del Directorio Revolucionario en el que proclamaba como tarea inaplazable del momento el logro de la unidad entre todas las fuerzas revolucionarias, y la relección del Presidente de la FEU el 13 de julio con una mayoría abrumadora, es que se produjo en agosto de 1956 el histórico encuentro entre José Antonio y Fidel.
José Antonio aprovechó la coyuntura de que entre agosto y septiembre debía participar en dos importantes reuniones del movimiento estudiantil internacional, el II Congreso Latinoamericano de Estudiantes en Santiago de Chile, y la VI Conferencia Internacional de Estudiantes en Ceilán, para viajar a México al encuentro de Fidel. Utilizó ambos eventos como tribuna para denunciar ante el mundo los crímenes que se cometían en Cuba, sobre todo contra los jóvenes, y para recabar la solidaridad internacional. Especialmente en el primero, en el que fue elegido presidente de la reunión preparatoria, se esforzó por lograr una organización continental que aglutinara los empeños y las luchas de los estudiantes latinoamericanos.
El 30 de agosto de 1956 llegó José Antonio a la capital azteca y entabló conversaciones con Fidel, que se extendieron durante todo ese día hasta bien entrada la madrugada del siguiente. Al despuntar el día 31 ya habían acordado redactar y suscribir un documento conjunto: la Carta de México. Este sería el pacto unitario más importante de toda la lucha insurreccional contra Batista. Estaba firmado por las dos figuras principales de la nueva generación revolucionaria, Fidel Castro por el Movimiento 26 de Julio y José Antonio Echeverría por la Federación Estudiantil Universitaria.20 En él quedaba estampado el compromiso de ambas organizaciones de concertar sus esfuerzos insurreccionales, de operar de común acuerdo para lograr el derrocamiento de la tiranía por la vía de las armas. Forma parte sustancial del acuerdo el rechazo tajante a cualquier transacción electoralista. El problema no es sólo sacar a Batista, la revolución debe nacer libre de ataduras para hacer avanzar las profundas transformaciones que la patria reclama.
Al regresar Echeverría de la conferencia estudiantil de Ceilán, se produjo en octubre una segunda ronda de las conversaciones en México. En esta ocasión, con la participación de más compañeros del ejecutivo del Directorio y de la FEU, el punto principal a discutir fue la puesta en práctica de los acuerdos de la Carta. Existía coincidencia absoluta en cuanto a la meta estratégica y el plazo para su realización: las dos organizaciones habían declarado la intención de desatar una insurrección general que llevara al triunfo de la revolución antes de terminar el año 1956. Las diferencias aparecían en las cuestiones tácticas. Como el tiempo apremiaba y no era suficiente para convencerse de la justeza y eficacia de una u otra concepción de lucha, la decisión más sabia fue la de operar cada uno según la suya y hacerlas coincidir, para apoyarse mutuamente. De ese modo definieron los planes militares que desarrollarían, en momentos en que el MR-26-7 ni siquiera contaba con la embarcación que debía trasladar su expedición a Cuba, y el Directorio no tenía los materiales bélicos necesarios para emprender una insurrección urbana en la capital. Así de enorme era la confianza en el logro de sus propósitos y en el cumplimiento de los compromisos contraídos en la Carta, ratificados para la posteridad con la sangre y la conducta de sus firmantes.
El 24 de octubre regresó José Antonio a Cuba y desde entonces se sumergió totalmente en la clandestinidad, de la que no salió hasta su muerte. Al frente del Directorio desplegó una febril actividad destinada a encender la llama de la guerra revolucionaria en las mismas calles de La Habana. Cuando se cerró la Universidad de La Habana, que le suministraba su principal base social, ya el Directorio Revolucionario contaba con un formidable aparato clandestino que les permitía a sus combatientes operar con éxito y eficacia sin caer en manos de la policía. Varias acciones comando, dirigidas por José Antonio desde su refugio, pusieron en jaque a las fuerzas represivas: el ajusticiamiento del jefe del SIM, coronel Antonio Blanco Rico, el 27 de octubre; la operación de fuga y rescate de tres compañeros de la prisión del Castillo del Príncipe el 31 de diciembre; el proyecto de atentado al asesino Esteban Ventura en el hospital Calixto García; el atentado a Orlando Piedra, jefe del Buró de Investigaciones, el 13 de enero de 1957; la quema de varias perseguidoras nuevas en la agencia de ventas Ambar Motors a finales de enero….
Cuando el 27 de noviembre bajaba por la Colina la última manifestación estudiantil durante la dictadura batistiana, el Directorio recibía uno de los siete telegramas enviados por Fidel desde México para informar la salida de su expedición armada. Eso significaba que de inmediato debía ponerse en ejecución un plan de acciones para apoyar el desembarco. Como ya hemos apuntado, en ese momento era muy limitado el armamento con que se contaba. Se realizaron reuniones con los auténticos para que entregaran las armas que no usaban. También se produjeron contactos con los dirigentes del 26 de Julio en La Habana, pero su situación en cuanto a pertrechos materiales eran igual a la del Directorio, o peor. En esas condiciones, y ante la inminencia del desembarco, José Antonio, en una reunión del ejecutivo celebrada el 29 de noviembre rechazó varias de las acciones que se proponían, por considerarlas desesperadas y conducentes a la inmolación de muchos combatientes, y decidió acumular fuerzas para una operación de mayor envergadura cuando se estuviera en mejores condiciones. Asumió ante sus compañeros la responsabilidad histórica por la postergación del cumplimiento del compromiso contraído en la Carta de México.
A partir de ese instante se convirtió en una verdadera obsesión para el secretario general del Directorio la ejecución del plan al que le dedicó todas sus fuerzas y energías: el ajusticiamiento del dictador y una insurrección popular derivada de esa acción.
Entre diciembre de 1956 y enero de 1957, combatientes como Menelao Mora, Carlos Gutiérrez Menoyo, Eduardo García Lavandero y Evelio Prieto Guillaume tendrían íntimamente ligada su suerte a la del Directorio Revolucionario. La incorporación de muchos luchadores honestos provenientes del autenticismo, descontentos con la actitud traidora y vacilante de Carlos Prío, y de considerables alijos de armas puestos bajo su custodia, haría más concreta y próxima la posibilidad de la operación.
Esta se convirtió en realidad el 13 de marzo de 1957, cuando el Directorio protagonizó lo que el historiador cubano Emilio Roig de Leuchsenring llamó “la hazaña más fieramente audaz de todas nuestras luchas por la libertad”. Los hechos de ese día, el Palacio Presidencial asaltado por un comando de cincuenta jóvenes armados sin experiencia militar la mayoría, y uno de los dictadores más feroces del continente, acorralado en su propia fortaleza por la osadía juvenil, conmocionaron al país, y demostraron lo vulnerable que era, de hecho, el régimen batistiano. El 13 de marzo fue la gran obra de José Antonio Echeverría: ese día fructificaban sus esfuerzos y su labor revolucionaria. De forma paralela a la acción de Palacio, y como su máximo dirigente y organizador, se dirigía por la emisora Radio Reloj al pueblo de Cuba para conminarlo a tomar las armas e incorporarse al torrente revolucionario. No era el 13 de marzo un acto putschista, sino coherente con la proyección política de movilización popular que había caracterizado siempre a José Antonio y al Directorio. Esa postura está refrendada en su testamento político:
Nuestro compromiso con el pueblo de Cuba quedó fijado en la Carta de México, que unió a la juventud en una conducta y una actuación. Pero las circunstancias necesarias para que la parte estudiantil realizara el papel a ella asignado no se dieron oportunamente, obligándonos a aplazar el cumplimiento de nuestro compromiso. Creemos que ha llegado el momento de cumplirlo. Confiamos en que la pureza de nuestra intención nos traiga el favor de Dios para lograr el imperio de la justicia en nuestra patria.
Si caemos, que nuestra sangre señale el camino de la libertad. Porque, tenga o no nuestra acción el éxito que esperamos, la conmoción que originará nos hará adelantar en la senda del triunfo.
Pero es la acción del pueblo la que será decisiva para alcanzarlo.
Ese día acudía al sacrificio José Antonio Echeverría para encontrar la muerte, cuando aún no había cumplido veinticinco años. Con su caída el 13 de marzo de 1957, perdían la juventud y la revolución cubana uno de sus líderes más extraordinarios.
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Notas:
1—Pacto de lucha firmado por varias organizaciones cubanas. Como se aprecia en el texto, se produjo una división en su seno debido a la falta de compromiso real de algunos de los firmantes.
2—“La FEU contra Batista y Grau”, Información, no. 237, 9 de octubre de 1954, p. A-16.
3—Id.
4—El Canal Vía Cuba fue un proyecto del batistato encaminado a partir en dos la isla con un canal que supuestamente facilitaría el tráfico marítimo en el Caribe. La corrupción que envolvía el proyecto era tan evidente que provocó una inmediata respuesta popular.
5—Prensa en la Universidad, La Habana, 30 de diciembre de 1954.
6—“Acusa la OEA a Nicaragua”, El Crisol, no. 13, 15 de enero de 1955, pp. 1, 7.
7—Bohemia, 27 de febrero de 1955.
8—Bohemia, 22 de mayo de 1955.
9—“Expone el Presidente de la FEU planes”, Diario Nacional, no. 201, 21 de abril de 1955, p. A-5.
10—Id.
11—“Delegados cubanos a congreso estudiantil”, Diario Nacional, no. 248, 16 de junio de 1955, p. A-4
12—José Antonio Echeverría en entrevista colectiva realizada por Rodolfo Rodríguez Zaldívar, publicada en la revista Bohemia, no. 28, año 47, 10 de julio de 1955, con el título de “Opiniones sobre el regreso de Prío”.
13—“Declaraciones del Presidente de la FEU, J. Echeverría”, Prensa Libre, no. 2355, 25 de agosto de 1955, pp. 1-2.
14—Julio García Oliveras: José Antonio Echeverría, la lucha estudiantil contra Batista, Editora Política, La Habana, 1979, p. 214.
15—El diferencial azucarero, cuyo pago era una vieja lucha de los trabajadores del sector industrial azucarero, era la diferencia entre el pago recibido durante la zafra y un porcentaje del incremento del precio promedio anual de la libra de azúcar.
16—Julio García Oliveras: op. cit., pp. 255-257.
17—Faure Chomón: “El movimiento estudiantil, foco insurreccional”, Alma Mater, no. 136, noviembre de 1972, p. 43.
18—Julio García Oliveras: op. cit. pp. 257-259.
19—Bohemia, 1ro. de enero de 1956.
20—Aunque José Antonio firmaba a nombre de la FEU por considerar que tendría mayor repercusión, en unas declaraciones públicas del ejecutivo universitario el 5 de septiembre se aclaraba que la Carta había sido suscrita también a nombre del Directorio Revolucionario, y que ella era resultado de las gestiones de unidad realizadas por este..