Sólo quedaban algunas horas antes de palpar la humedad de la tinta impresa. Sin embargo, no había remedio: estos autores, obsesionados por aprehender los vericuetos por donde se articula el diálogo social en la Cuba de hoy, no dudaron en asistir con prontitud al encuentro acordado. Pocos días después, los plazos para la entrega de la tesis de licenciatura se cerrarían. Quizá por ello nuestra entrevista se tiñe con las presiones impuestas por la hora de cierre y las deudas de preguntas postergadas.
Acudimos al encuentro amparados en una idea de raíz gramsciana. En cualquier transformación radical de la realidad, como se ha propuesto desde sus inicios la Revolución cubana, la generalización de verdades críticas es esencial. Estas últimas, según apunta el marxista sardo, se convertirían “en base de acciones vitales”, en “elementos de coordinación, y de orden intelectual y moral”. Ello se hace evidente en las condiciones actuales de nuestro país. Desde noviembre del 2005, cuando Fidel Castro hizo un llamado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana a conformar un debate generalizado sobre los males que azotan a diversas esferas de la vida del país, hasta los primeros meses de 2008, se ha hecho énfasis por las máximas figuras políticas de la isla en la necesidad de estructurar un socialismo abierto a la crítica constructiva. Nuestro encuentro intentaba, entonces, dilucidar las posibilidades reales de la Cuba de hoy para construir y hacer constante ese debate social generalizado. No andábamos, sin embargo, en la búsqueda de soluciones cerradas. Tampoco el entrevistado nos lo habría permitido.
Por su grado de Doctor en Ciencias de la Comunicación, podría parecer que José Ramón Vidal disertaría, con toda la verticalidad que esta palabra implica, sobre cualquier interrogante. No obstante, la única verdad indiscutible que emergió de inmediato en nuestra entrevista es la de que sólo a través del diálogo se puede construir. Un diálogo que admita la pluralidad de voces y de pensamiento, que lleve a su vez a “una unión inquebrantable entre la acción y la reflexión”. Enfatizó en ello Vidal, quien se desempeña como coordinador del Programa de Comunicación Popular del Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr. De esa forma, se percibía en nuestro entrevistado un apego profundo a ciertas claves freirianas, en ocasiones subestimadas en un contexto como el cubano, y que acogidas de una manera crítica y creativa, contribuirían a una interpretación radicalmente subversiva de la situación nacional.
¿Cómo se ha manifestado, desde su punto de vista, la voluntad política actual de las máximas figuras del país de fomentar o limitar el intercambio crítico de ideas en el entramado social?
Yo creo que hay dos factores que han sido constantes, que de alguna manera han mediatizado o incidido en las políticas que rigen la comunicación en la esfera pública o al interior de las instituciones. Uno de ellos es la circunstancia histórica en la que se ha tenido que desenvolver el país en los últimos cincuenta años. Estamos hablando de una revolución profunda, que ha tenido que transformar desde sus cimientos a una sociedad caracterizada por una fuerte impronta de influencias norteamericanas y de dominación de una oligarquía nacional sobre el resto de la población. Por tanto, era necesario hacer pedazos esa sociedad y trabajar en su reconstrucción. Todo ello ocurrió en medio de la resistencia de esa oligarquía nacional, que, vale aclarar, no fue capaz de hacer mucha oposición por sí misma, precisamente por su condición de anexo cultural y económico del imperio. Quienes sí representaron una fuerza de oposición considerable fueron y son, precisamente, los Estados Unidos. Para responder a esta pregunta se hace necesario tener en cuenta, entonces, el enfrentamiento de la Revolución con esta potencia imperialista. Esto no se debe pasar por alto porque es un factor que ha mediado la voluntad política de potenciar el intercambio crítico de ideas. Desde mi punto de vista, este es un daño de la política imperialista. Aunque la agresión de los Estados Unidos a la Revolución cubana no ha sido victoriosa, sí podemos apuntar que ha contado con éxitos determinados. Uno de los éxitos es haber entronizado esa mentalidad de plaza sitiada.
Ese es un factor que sin duda media los espacios de debate. Fidel en un momento dado utilizó una expresión que describe este fenómeno; él lo califica como “síndrome del misterio”. Tal síndrome es la consecuencia de esa agresión permanente y de esa actitud defensiva, que se convierte en un contrasentido para el propio desarrollo de la Revolución. Esto es importante identificarlo porque, al menos desde mi punto de vista, no es sólo una reacción, sino también un daño, algo negativo que hemos asimilado, algo que hemos construido desde adentro y nos está afectando.
En otras entrevistas que hemos sostenido varios de los autores han hecho énfasis en ese aspecto. Han indicado que toda revolución tiene un componente de agresión externa que no se puede erigir en justificación para limitar la crítica y el debate.
Sí, pero yo inclusive quiero trascender la idea de la justificación. Para mí se hace mucho más interesante analizar en qué medida eso ha entronizado concepciones, hábitos, estilos, formas de funcionar, regulaciones jurídicas, regulaciones no escritas. Es decir, esto posibilita la creación de un complejo entramado que dificulta el avance de cualquier política de participación y diálogo. Ubico eso, entonces, como una victoria parcial del imperialismo, y como un daño que nos ha provocado. Es importante que nosotros lo comprendamos como un daño, como un impacto negativo del cual tenemos que salir. Si fuera una mera justificación, todo sería más sencillo. Desde mi punto de vista, esto se relaciona con problemas mucho más profundos: no es sólo una justificación, sino que está incidiendo en maneras de pensar y actuar.
Sin embargo, hay otro elemento que también es una constante mediadora de la voluntad política, y que viene a unirse a esto que he señalado. Me refiero a que los propios iniciadores y conductores de la Revolución, las vanguardias revolucionarias, no están fuera de la herencia del pensamiento hegemónico capitalista.
Debemos tener en cuenta que la hegemonía no es una cultura de los dominadores, sino que es la cultura que generan los dominadores para sí y para los dominados. Los que se rebelan contra la dominación lo hacen contra ese pensamiento hegemónico. Pero eso no indica que ya ellos se exorcizaron de todos los elementos culturales que la hegemonía ha sembrado durante siglos y siglos de dominación.
Para decirlo sintéticamente, la vanguardia que se rebela contra la hegemonía es portadora de elementos hegemónicos de dominación. Uno de esos elementos es el modelo comunicativo. El modelo comunicativo que ha usado fundamentalmente la Revolución es el modelo transmisivo. La transmisión del mensaje es el elemento decisorio. Se mira a la comunicación desde una perspectiva cuantitativa: “mientras más mensajes, mejor; mientras más reiteración, mejor; mientras más medios repitan el mismo discurso, mejor…” Esa es la óptica con la que se mira la comunicación. Desde mi punto de vista, eso nos hace un grave daño.
Este modelo transmisivo es el que se ha establecido desde épocas muy antiguas como el modelo comunicativo propicio para la dominación. Esa perspectiva parte de una idea general: los que detentan el poder y la riqueza también son los que detentan el saber. Se considera entonces que el saber legítimo lo tienen justamente los dominadores. Los que no tienen el poder poseen, a su vez, un saber de poco valor.
El modelo de que hablamos se basa en trasladar el conocimiento desde los centros del saber a aquellos que no lo poseen. Eso es una estrategia de dominación. Hace que se menosprecien los conocimientos de los sectores populares. Ocurría así en la Cuba de antes, y sucede actualmente en Latinoamérica. Es cierto que los sectores populares no tienen acceso a muchos conocimientos, pero sí tienen conocimientos que son muy válidos. Y esos conocimientos que son muy válidos son subestimados, despreciados, rebajados en su valor. Esto forma parte de la estrategia de dañar la autoestima a los estratos más bajos de la población, porque si tú tienes una alta autoestima, tú empiezas a sentirte sujeto, y comienzas a sentirte como un ente con derechos. Más tarde, comenzarás a luchar por esos derechos.
Esa es una de las estrategias fundamentales del pensamiento hegemónico. Esta idea de que los que tienen el poder y la riqueza tienen el saber válido es una herramienta de dominación. El saber de los otros, la cultura de los otros, de los sectores populares, no se reconoce como cultura. No obstante, en oposición a esta idea, podríamos responder que no se puede liberar a nadie si no se parte de su cultura y de los enclaves de resistencia que la componen. Las culturas populares son culturas de resistencia: poseen elementos negativos, pero también tienen elementos de los cuales se puede partir para erigir una verdadera emancipación.
Todo lo que hemos señalado hasta aquí hay que tenerlo en cuenta también en el caso cubano. La vanguardia revolucionaria en Cuba hereda conceptos y hábitos de la hegemonía dominadora que, además, forman parte de la tradición de la izquierda, incapaz de despojarse del todo de aquella cultura. Este es un problema con el que se han topado las izquierdas de manera general y que encierra una de sus grandes debilidades: el de asumir formas de la hegemonía para desarrollar un proceso revolucionario que debía ser, en todos los frentes, contrahegemónico.
A todo ello se vincula la manera de ejercer el poder. Está muy relacionada la manera de ejercer el poder con la manera de hacer la comunicación y de entender la cultura. Es un entramado complejo de relaciones en el cual se evidencia la herencia del pensamiento hegemónico por parte de las propias vanguardias que subvierten el orden dominante.
Sin embargo, en diversos momentos de la historia de la Revolución cubana se ha hecho evidente una voluntad política de potenciar el intercambio crítico de ideas en la sociedad.
Sí, es cierto. Pero ello sucede porque la lógica del sistema socialista obliga a tener otras miradas, otras maneras de ejercer el poder y de comunicarse. Es decir, esta perspectiva que ya explicaba no es cerrada. Cuando yo digo que la vanguardia hereda ciertas nociones del pensamiento hegemónico, también señalo que no lo reproduce exactamente como lo hace el dominador. Eso está matizado por los nuevos ideales, por las nuevas concepciones.
Podemos decir, efectivamente, que de acuerdo con determinadas coyunturas, la política ha tenido distintos momentos de manifestarse. Sin embargo, en todos los momentos han existido estos dos factores: el factor agresión externa y el modelo de comunicación heredado de la cultura hegemónica dominante.
Para precisar, ¿el modelo del que estamos hablando es un modelo de comunicación trasmisivo entre la vanguardia política y, digamos, el pueblo?
Exacto. Esa idea de la vanguardia esclarecida y el pueblo no esclarecido tiene que ver con este modelo. Esa frase tan socorrida de que “los compañeros no tienen toda la información” se relaciona con lo que hemos estado hablando. Habría que preguntarse también si los compañeros que dirigen tienen toda la información. ¿En realidad la tienen? El destacado pedagogo y revolucionario brasileño Paulo Freire hablaba de la “alienación de la ignorancia”, según la cual esta se encuentra siempre en el otro.
Hay mucha información que viene dada de la vida cotidiana. Mucha información viene dada de las maneras concretas en que la gente va resolviendo, en el día a día, los problemas que se le presentan. Solamente en un diálogo abierto, franco, con una alta dosis de humildad, con una plena conciencia de que tú no lo sabes todo, de que tú no eres el dueño de la verdad; sólo en un diálogo desde esa disposición, desde la capacidad de escuchar, podrás obtener la información que ese otro tiene y tú no posees.
Relacionado con esto podemos apuntar que recientemente, al menos a nivel discursivo, se ha manifestado una voluntad de las máximas figuras políticas del país de establecer un diálogo social generalizado. Podemos indicar como punto de partida de esa disposición reciente, quizá, el discurso de Fidel en el 2005 en el Aula Magna de la Universidad de la Habana.
Sí, pero yo creo que el discurso de Fidel en el Aula Magna recibió por respuesta un gran silencio y una reiteración de fórmulas ya agotadas. Me refiero a reiteración de consignas y de frases que por estar desconectadas de la realidad se vacían de significado. Salvo el debate subterráneo que comenzó a transcurrir por vías electrónicas, en sitios web de izquierda en el exterior, este discurso no tuvo mayor repercusión.
Yo creo que esto está relacionado con que no existe en la sociedad cubana entrenamiento para participar en un debate de esa magnitud. Eso se debe, a su vez, a que se ha hecho un abuso muy grande de ese modelo transmisivo, de esa reiteración de consignas, de ese esfuerzo por convencer y por movilizar; en vez de dialogar, comprender juntos, crear consenso.
Hay algo importante en esa idea. Cuando hablo de crear consenso, es necesario que el político se incluya, que se piense a sí mismo como alguien que tiene que modular sus pensamientos y sus ideas al consenso. Un consenso verdadero, como el que necesita nuestro país, no se alcanza al obligar o persuadir a los otros a pensar de una determinada manera. Existen, en realidad, diversas maneras de alcanzar el consenso, una de ellas vendría por mecanismos de manipulación, por la imposición que intenta hacer el poder de un punto de vista determinado, lo cual termina siendo un falso consenso. Otra, completamente contraria a esta, podría venir por la participación de todos en un diálogo social generalizado.
Gramsci habla de un “consenso activo” en el que la gente participa, y que se conforma a partir del diálogo entre el poder y los sectores populares.
Efectivamente, estaríamos hablando de un consenso activo. Un consenso construido no entre iguales, porque siempre existen asimetrías entre los actores sociales, pero sí entre personas que han concientizado que nadie es propietario de la verdad. Hay que tener claro que la verdad es una construcción humana colectiva.
Por eso es que nosotros en el Centro Martin Luther King asumimos el ideario revolucionario de Paulo Freire. Este autor, que es un hombre de raíz cristiana, bebió además de los trabajos de Marx. Acudió a Lenin, a Gramsci, al Che. Con esas ideas propuso una metodología de trabajo como procedimiento político- pedagógico. Freire tiene una base gnoseológica, una base de explicación del modo en que se obtiene el conocimiento, que es realmente muy sencilla, es casi de obviedad. Pero esa obviedad normalmente se obvia. El dice que nadie sabe todo de nada; y también añade que nadie lo ignora todo. A todo ello agrega que la verdad y el conocimiento se construyen colectivamente; es decir, el grupo es el espacio de conocimiento.
Basado en esto, Freire crea una serie de principios pedagógicos. Uno de ellos es que el conocimiento tiene que partir de la práctica, es decir, de lo que la gente ha vivido, de sus propias experiencias. También apunta que debe haber un encuentro entre el conocimiento construido en la vida, en la práctica, y el conjunto de conocimientos intelectualmente elaborados. Estos últimos no son más que el refinamiento de lo que han vivido otros hombres y mujeres en otros momentos históricos y en otros lugares geográficos. Es decir, también surgieron de la práctica aunque a veces el intelectual no lo reconozca.
En Psicología de las masas y análisis del yo, ya Sigmund Freud apuntaba: “¿qué es la creación artística y la creación intelectual sino el refinamiento de lo que ya el pueblo sabe?” Hay muchos autores que dan cuenta de este hecho. Se refieren a cómo se vincula el mundo de ideas construido consensuadamente en la cotidianidad con el cuerpo de ideas que se elabora intelectualmente. En ello consisten las consideraciones de Berger y Luckmann, desde sus propuestas de la sociología del conocimiento; o la de autores de la psicología social francesa como Moscovici, Jodelet, y sus teorías de las representaciones sociales.
Esos cuerpos de ideas de los que hablábamos no son aislados, tienen vasos comunicantes. Durante mucho tiempo se pensó que el cuerpo de ideas fundamental es el elaborado intelectualmente, pero en realidad no es así. Como dicen Berger y Luckmann, la estructura fundamental de las ideas, los conocimientos y los valores de una sociedad se forman en la cotidianidad.
Esos autores se refieren a complejos procesos de internalización, objetivación y externalización, a partir de los cuales se forma y expresa el conocimiento.
Exacto. En el caso de Moscovici y Jodelet se habla de la construcción de representaciones sociales como la amalgama de todos los aprendizajes. Es la amalgama de lo que se aprende en la escuela, de lo que inculca la familia, de lo que se aprende en el barrio. Todo ello hace un corpus de comportamiento.
De manera general hay muchos autores que desde diversas perspectivas han insertado en las ciencias sociales contemporáneas una revalorización del papel de lo cotidiano en la construcción del conocimiento. Pero yo creo que en donde eso está más acabado, en donde eso está más orgánicamente estructurado, es en la propuesta de Freire. Esta es más militante; podríamos decir que más militantemente transformadora.
Esta propuesta freiriana podría aplicarse entonces, y de hecho sería muy provechoso, en la relación entre los decisores políticos y los sectores populares en un proyecto revolucionario como el cubano.
Sí, porque esto no es sólo una propuesta pedagógica sino que, además, es una propuesta política. Las ideas de Freire indican que no hay un dueño de la verdad, y muestran que todo ideal emancipador, para llevarse realmente a vías de hecho, no puede sustituir una dominación por otra, sino que debe eliminar todo tipo de dominación.
Ya eso lo había apuntado Marx. Nos referimos a la necesidad de eliminar todo tipo de enajenación, todo tipo de explotación. En un proyecto como el cubano estas dos ideas centrales deben imbricarse. Es decir, por un lado se hace necesario eliminar todo tipo de dominación, pero en otro sentido es imprescindible concientizar que no existe un sujeto que posea toda la verdad. Al unir estos dos presupuestos se llega a la conclusión de que la transformación debe ser cosa de todos. Todos debemos convertirnos en sujetos de la transformación liberadora. Si no somos sujetos de esta transformación, no nos liberamos.
Estas ideas deben conducirnos a un imprescindible cambio en la manera de hacer política y en el modelo comunicativo. Ambas conclusiones llevan a concebir un modelo dialógico de comunicación en la sociedad. Aunque, de todas formas, en esto no se puede ser fundamentalista: no se puede simplificar el diálogo. No en todo momento es posible dialogar y debatir. En una circunstancia de guerra, en una circunstancia de catástrofe natural, por ejemplo, no se puede discutir demasiado. No obstante, sí puede hacerse una buena construcción colectiva, a tiempo, antes de la emergencia.
Por otro lado, hay que lograr que el diálogo conduzca a la acción transformadora, que no pierda la relación acción-reflexión. Lamentablemente, a veces vemos en experiencias latinoamericanas que se entroniza la discusión por la discusión, y de hecho, aparece lo que he denominado un democratismo paralizante. Es tan “democrática” la discusión que nunca se llevan a vías de hecho las acciones de transformación. La discusión se extiende sin llegar a ninguna parte.
Eso es tan nocivo como la falta de debate, porque te paraliza. Lo que hagamos tiene que ser movilizador. Lo que hagamos tiene que ser constructivo, tiene que ser para “hacer”.
Esto nos remite al tema de la autoridad. Crear un modelo participativo en lo político, y dialógico en la comunicación no lleva a la desaparición de la autoridad, sino del autoritarismo, que no es lo mismo. Por el contrario, la autoridad real se fortalece, porque se legitima en la construcción de visiones compartidas en la realización de transformaciones soñadas individual y colectivamente.
Aunque algunos piensen que no puede haber límites a la discusión, al menos desde mi punto de vista el debate en ocasiones debe ser acotado para pasar a la fase de acción. Esto es importante: Freire decía que no hay vida sin límites. Siempre deben existir esos límites, pero no deben ser concebidos de manera arbitraria y autoritaria. El papel de la autoridad sería el de moderar el diálogo y el debate, no el de reprimirlo. Pero para lograr ese debate generalizado es necesario un proceso de transformación, de transformación de ideas, de transformación de prácticas que están transidas de contradicciones.
Rencaucemos las preguntas por un aspecto ya tratado con antelación, que se relaciona, en parte, con esto que usted nos exponía ahora mismo. Refirámonos nuevamente a la voluntad de las máximas figuras del país de fomentar el debate en la sociedad cubana. Además de los ejemplos de los que hablábamos anteriormente, existen otros pronunciamientos de figuras políticas de la isla referidos a la necesidad de incentivar ese diálogo nacional que cuestione diversos problemas actuales. Esto se percibe en el discurso de Carlos Lage el 4 de abril del 2007, en la intervención de Raúl en el Congreso de la FEU, en el discurso del mismo Raúl el 26 de julio del año pasado, y en otros pronunciamientos más recientes en el transcurso del 2008. ¿Cómo usted valora esa actualización de la voluntad política de convocar a la confrontación de ideas en la sociedad cubana?
Aunque esto había comenzado antes con intervenciones de Fidel en las cuales se trataban problemáticas dadas en el día a día del pueblo, yo creo que el pronunciamiento de Raúl se destaca, más que otros discursos de las máximas figuras políticas del país, por hacer énfasis en aspectos medulares de la cotidianidad cubana. Por eso tuvo el eco que tuvo. Antes de que orientaran discutirlo, la gente ya estaba hablando de eso. Pero claro, orientar la discusión es organizar el proceso. Ahí es donde hace falta la autoridad, para organizar el proceso.
Desde mi manera de ver las cosas hubiera sido mucho más fructífero que el proceso se hubiera visto acompañado por los medios de comunicación. Esto no sucedió. No se reflejaron de manera adecuada las discusiones, como no se ha referenciado de manera adecuada tampoco la respuesta del poder político a esas discusiones. Esta incapacidad de los medios de comunicación masiva para estructurar un discurso que dé cuenta de las medidas tomadas y para exponer el debate expresado en el entramado social, alienta rumores y distorsiones.
Usted hace un rato hablaba de dos factores que han mediado el debate de manera general a lo largo de la historia de la Revolución: uno que se vincula a la existencia de una mentalidad de fortaleza sitiada, y otro relacionado con el modelo de comunicación vertical y dirigista heredado por el proceso revolucionario. ¿Desde su punto de vista, que otros valores, ideas o creencia inciden en el desarrollo del debate social en la Cuba de hoy? Hay algunos autores que señalan como uno de estos factores la constante alusión a la necesaria unidad del pueblo en la situación de agresión perenne en la que vive el país.
Yo creo que el reclamo de la unidad es absolutamente legítimo e imprescindible. Lo que es indispensable analizar es el modo en que se logra esa unidad.
Yo creo que la unidad real, la unidad más sólida, la unidad más consistente, se logra reconociendo las diversidades. Estamos hablando de diversidad de intereses y de variadas maneras de pensar, que pueden caber en el proyecto emancipador.
El proyecto emancipador del socialismo no es un bloque cerrado, el proyecto emancipador del socialismo es un proceso en construcción continua. En él tiene que haber conciliación y no subordinación o desconocimiento de intereses legítimos. La unidad se potencia si hay un reconocimiento, un respeto, un espacio para dialogar, para conciliar los intereses que no sean antagónicos.
Yo siempre digo, cuando trabajo con los comunicadores de la América Latina, que nunca el campesino y el latifundista van a resolver sus intereses dialogando, porque ahí existe una contradicción que es antagónica. El obrero y los dueños de la empresa, sentados en una mesa, podrán resolver cosas puntuales, pero no van a resolver el gran problema de la explotación y la enajenación, porque ahí aparece, de nuevo, una contradicción antagónica. Sin embargo, en una sociedad socialista la mayor parte de los intereses y las ideas al interior del proyecto emancipador está empeñado en la búsqueda de la mejor manera de echarlo hacia adelante. Por tanto, en un espacio de diálogo, en un espacio de debate, estos sectores pueden aportar aristas diferentes.
Para lograr una verdadera unidad no se puede acallar ideas ni establecer una supeditación de todos los intereses a un supuesto propósito general. Si el interés no se construye desde abajo, no puede concebirse como un objetivo general. Se construiría, de esta manera, un proyecto social elaborado por un grupo que puede, en algún momento, desfasarse del interés de la mayoría, o de muchas minorías que sumadas vienen a ser la mayoría.
Yo creo que hay que superar, por tanto, esa noción simple de unidad, para llegar a una más compleja: la unidad en la diversidad. A esto yo uniría la necesidad de cambiar otras nociones, como por ejemplo, la de masa, que se entiende normalmente como una cosa amorfa y homogénea. Es necesario referirse, más bien, a la noción de pueblo. Estaríamos hablando entonces de un pueblo que es segmentado, estratificado, en el que conviven las diferencias. Hablar de sectores del pueblo sería mucho más conveniente que hablar en términos de masa.
Por último, creo que se haría necesario hablar de diálogo en vez de referirse a campañas de convencimiento, de persuasión…
Habría que hablar de diálogo, y sentarnos, al mismo tiempo, a dialogar. El diálogo siempre va a potenciar mejores decisiones, porque los conocimientos de muchos siempre serán más acertados que la sabiduría de unos pocos, y, por otra parte, el deseo de las personas de participar, de formar parte, de aportar, será mucho mayor al sentirse implicadas en una construcción colectiva. Habrá entonces más entrega, mayor sentido de pertenencia y mucha más satisfacción por sentirse respetadas, escuchadas, tenidas en cuenta, tratadas como sujetos y no como meros objetos de la movilización.
En un artículo publicado por usted bajo el título de Cuba debate, se refería a que una de la características del cubano es la de polemizar constantemente con la realidad que lo circunda, pero también señalaba que esa característica se ve exacerbada por el nivel cultural alcanzado en estos años de Revolución. Desde su punto de vista, ¿cómo incide la cultura política de nuestro pueblo en la disposición para la crítica y el debate?
Cuba tiene una gran ventaja: como parte de la obra de la Revolución existe un alto nivel de instrucción generalizada. Ello hace que el debate pueda ser entre interlocutores calificados. Al mismo tiempo, esto no significa que en cualquier sector no existan extensas zonas de ignorancia sobre determinados asuntos.
Lo más importante es que los sectores intelectuales y los sectores políticos tengan claro la impertinencia de autoconcebirse como los únicos calificados, a la hora de debatir sobre cualquier problema de la vida del país. Los otros, sin dudas, tienen una gran capacidad para cuestionarse la realidad. Se debe reconocer que hay calificación en todos los sectores. Esa calificación no sólo viene dada, como habíamos apuntado antes, porque la vida cotidiana produce un saber, sino también porque ese saber está iluminado por un alto nivel de instrucción promedio en nuestra población. Ello hace más compleja la realidad cubana, pero esta es una complejidad bienvenida, porque enriquece el diálogo y lo puede hacer más constructivo.
¿Cuáles son las posibilidades o limitaciones que usted señalaría en las estructuras políticas y las organizaciones de nuestro país para fomentar y canalizar el debate crítico de ideas en su interior?
Si las organizaciones siguen normando todo el hacer, desde arriba hasta abajo, seguirá habiendo un monólogo, seguirá primando el esquema verticalista y transmisivo de comunicación. Yo creo que las organizaciones deben normar su funcionamiento, pero siempre en una constante prealimentación. Aludimos con esto a la necesidad de estructurar el diálogo en su interior y atender el criterio de los otros. Es decir, a partir del diálogo se conformaría el propio programa de trabajo.
Pero, además, el programa de trabajo debe tener siempre un espacio para que la gente contextualice el accionar de la organización a la realidad más cercana. Aunque exista una resolución general, en cada lugar aparecen necesidades distintas a las que se deben adaptar las organizaciones. Se trata de adecuar las indicaciones a las circunstancias más particulares de los entornos en los que actúan los sujetos.
Existe cierta disposición a normarlo todo, lo que sin dudas dificulta el trabajo de las organizaciones y del Partido. Desde mi punto de vista, esa manera de actuar hay que desarraigarla. No puede ocurrir, por ejemplo, que todos los núcleos del Partido discutan cuatro o cinco puntos de su agenda de trabajo todos los meses por acuerdo de los organismos superiores. Deben existir políticas generales, resultado del encuentro de objetivos e intereses identificados en y desde diferentes niveles y sectores, pero es imprescindible también que esas políticas generales se apliquen de acuerdo con las características de cada lugar.
Esta manera de pensar se hace ineludible en el Partido, en la Juventud, en las organizaciones de masas. Las políticas no pueden ser iguales en todas partes, porque en cada lugar hay variedad de vivencias, e inclusive hay culturas diferentes. Dicho de otra manera: debemos quitarnos la idea de la homogeneidad, debemos quitarnos la idea de las soluciones simples para llegar a un pensamiento que tome en cuenta la heterogeneidad y la variedad. Si esto no ocurre, no se podrá llegar a ese ideal de socialismo al que aspiramos.
¿Cómo median, a su entender, estas condiciones restrictivas del debate potenciadas por las organizaciones y estructuras políticas, en la disposición de los actores sociales para participar en el proceso de construcción del socialismo?
Estas condiciones desestimulan la participación. Esa unidad acuñada desde arriba es contradictoria en tanto debilita el sentido de pertenencia. A su vez, el sentido de pertenencia se logra, como les expresé antes, sólo cuando la gente participa, cuando participa no como objeto, sino como sujeto. Es decir, cuando participa con sus ideas, participa con sus vivencias, participa formando parte. Eso es lo que proporciona sentido de pertenencia, lo otro produce apatía a la corta o a larga, produce anomia social.
Nosotros tenemos expresiones de anomia social, sobre todo en las generaciones que han crecido en el Período especial. Estas tienen menos lazos afectivos con las circunstancias históricas que engendraron o fueron engendradas por la Revolución, y se han enfrentado al deterioro de los últimos años con menos referentes, vivencias y recursos psicológicos. A estos sectores hay que permitirles que contribuyan al proyecto desde sus legítimas visiones e intereses, que puedan ser y sentirse parte de un proyecto, y no sólo reproducir o aportar a un proyecto heredado. No que asuman un proyecto dado por otras generaciones, sino que sean también ellos constructores de su proyecto de vida como personas y como generación.
Existen otras estructuras que también inciden en las dinámicas imperantes en la esfera pública cubana: los medios de comunicación masiva. ¿Cuáles son las posibilidades de la prensa para articular un discurso crítico en torno a la realidad cubana actual?
Lo primero que tendrían que resolver los medios de comunicación es el problema de la información. Tiene que haber una noción distinta en torno a la utilidad de la información. Sólo se debería clasificar información en casos excepcionales: cuando realmente se trate de asuntos de seguridad nacional o cuando pueda comprometer la realización de proyectos de real importancia.
Inclusive, habría que establecer altos niveles para clasificar información. ¿Quién debería clasificar información? Poca gente y bien arriba. Los de abajo tienen que dar la información que no esté clasificada. Están obligados a ello. Porque la justificación de que el enemigo está cerca sirve de escudo para esconder muchos problemas. Los funcionarios aprovechan esta coartada para no hacer públicas zonas débiles de su trabajo. Esto, a su vez, le hace un daño muy grande al país. El país necesita saber sus problemas para debatirlos. Antes de llegar a las soluciones hay que encontrar los problemas.
Este obstáculo tiene que ver también con el lenguaje comunicativo usado en nuestros medios. Se ha perdido el género informativo. La supuesta información está cargada de propaganda. Los medios de comunicación reproducen en muchas ocasiones lo que la gente en la calle llama “muela”. Pero la reproducen no sólo cuando les dan el micrófono a determinados dirigentes acostumbrados a ese tipo de discurso, sino también cuando el periodista habla. El periodista se convierte entonces en un “muelero”.
Desde mi punto de vista, hay que ir al rescate del lenguaje informativo. Ese es un problema que parece muy técnico pero que, en realidad, es también un asunto político. Ese es un primer elemento: hay que rescatar la información.
Un segundo elemento es que los medios de comunicación debían ser el espacio para empezar a reflejar la discusión: ese diálogo de saberes del que ya hablaba, ese diálogo de puntos de vista. Ello contribuiría a reafirmar nuestra unidad, una unidad basada en la percepción de que tenemos propósitos comunes, pero con visiones distintas de cómo lograrlos. Debe primar la idea de que sólo en una construcción colectiva en la que intervengan distintas visiones podremos “encontrar el mejor camino”.
Esto de rescatar algunos géneros, como la noticia o la opinión, podría considerarse desde una perspectiva muy estrecha como una tarea únicamente de los periodistas, pero sin dudas, sobre la articulación de un discurso crítico en los medios o el reflejo del diálogo generalizado en el entramado social, están incidiendo otros factores de orden externo.
Sí, por supuesto. Esto no es un asunto que tengan que resolver los medios sólo desde su interior. Sin embargo, los factores internos inciden profundamente en la incapacidad de los medios para articular un discurso crítico. Si a mí me preguntaran, por ejemplo, qué haría para mejorar los noticieros de la televisión, yo establecería al menos tres puntos. Primero, quitaría los actuales espacios de comentario de las emisiones; en segundo lugar, rescataría el género información; y, en tercer término, crearía equipos de periodismo investigativo. Pero de un periodismo investigativo que sea como un foco de luz profundo sobre asuntos puntuales de la realidad cubana actual, que permita, además, sacar a la luz los puntos de vista que muchas veces tiene la gente en la calle, el vecino de algún lugar, o un especialista muy bien calificado pero que nadie lo escucha. Ese periodismo investigativo que pueda descubrir esas voces y ponerlas de una manera hilvanada y profesional sería algo productivo.
Quizá sea un poco aventurado enunciarlos, pero, desde su punto de vista, ¿que zonas de silencio o actores sociales marginados se pueden percibir en el discurso de los medios?
Más que un sector marginado yo me referiría a amplios sectores de temas no tratados. Sólo se escucha en los medios la versión oficial. Por ejemplo, generalmente el enfoque de la economía cubana, sus problemas y sus posibles soluciones es brindado por instancias del gobierno. La función de los periodistas en este caso ha sido la de reproducir ese discurso. Sin embargo, hay obreros, hay académicos, hay administrativos de base, hay gente que tienen otras ideas. Estos son invisibles en el discurso de la comunicación masiva. Esa gente no existe para los medios. Por tanto, esta es una carencia que es necesario resolver. Es imprescindible actualmente acoger la opinión de “los otros” de una manera responsable.
Es aquí cuando el elemento profesión periodística y el elemento política tienen que articularse, porque una mala política descalifica la profesión, pero un mal ejercicio de la profesión echa a perder cualquier política. Por tanto, ahí tendría que haber una bisagra. Tendrían que trabajar dinámicamente esos dos elementos.
En relación con varios de los aspectos mencionados por usted anteriormente, nos gustaría conocer su opinión sobre las posibilidades o limitaciones de los espacios de debate intelectual para expandirse en el entramado social cubano.
La situación de los medios de comunicación es uno de estos impedimentos. En segundo lugar, podemos mencionar las carencias de una cultura de debate…
¿Esto último considera usted que también afecta los espacios de debate intelectual?
Sí. Existe, incluso, en los espacios intelectuales. En muchas ocasiones en estos mismos espacios se recurre a la descalificación del interlocutor. Esto es éticamente reprobable. Hágalo quien lo haga es improductivo y no ayuda al debate.
¿A que factores usted atribuye que el intercambio crítico de ideas sea potenciado en la Cuba actual a través de las nuevas tecnologías?
Las nuevas tecnologías son portadoras de la posibilidad de entronizar el modelo dialógico de comunicación y, por tanto, de estructurar un área de debate. A través de los medios de comunicación masiva se hace más difícil conformar el debate por la existencia constante de uno o muchos mediadores. Los medios de comunicación masiva son esencialmente verticales, no portan tecnológicamente la posibilidad del diálogo, este sólo se logra si intencionas una política y una práctica dirigida a tal fin. Sin embargo, Internet, el correo electrónico, etcétera, sí son portadores de esa posibilidad.
Fíjense que digo posibilidad, porque en última instancia lo que va a decidir que haya o no diálogo es el modelo comunicativo que asumamos. En general en el mundo, y Cuba no es excepción, se está ampliando el uso de esa posibilidad.
Por último, ¿qué importancia le concede usted en la Cuba actual a la relación debate-consenso?
Por todo lo que hemos dicho, yo creo que hay un debilitamiento del consenso. Yo creo que nosotros tenemos algunas cosas bien consensuadas, por ejemplo, las relaciones con los Estados Unidos. Nosotros tenemos bien consensuado el deseo de ser una nación independiente, de seguir siendo una nación independiente. No obstante, esto no indica la inexistencia de ciertas grietas de ese consenso que ven en la relación de dependencia con los Estados Unidos la solución a nuestros problemas concretos.
Hay un consenso también en torno a la idea de que el futuro de Cuba pasa por el mejoramiento del sistema social socialista. Sin embargo, el consenso en torno a esta idea también se encuentra erosionado.
Esas erosiones que hemos mencionado se manifiestan fundamentalmente en las generaciones más jóvenes, pero no están ausentes en las otras generaciones que conviven en el país. Estas expresiones de deterioro del consenso sólo pueden solucionarse a través de un diálogo generalizado, teniendo en cuenta la unidad en la diversidad, haciendo más inclusivo, como ya hemos indicado, todo el funcionamiento de nuestro sistema.