La unidad de nuestras naciones

Rafael Correa

Señor Rector de este centro de estudios universitarios;

Querido José Ramón, vicepresidente de la República de Cuba;

Querido Ricardo, presidente de la Asamblea Nacional;

Querido Ricardo Cabrisas, vicepresidente del Consejo de Ministros;

Profesores, personal docente de este prestigioso centro de estudios;

Estudiantes, que son la razón de ser de la universidad;

Queridas compañeras, queridos compañeros, que en esta tarde han tenido la gentileza de venir a escuchar a este compañero más por la lucha para la liberación de nuestros pueblos:

En primer lugar, les pido mil disculpas por los quince minutos de atraso: en verdad tuvimos un desfase en la agenda de casi una hora; acelerando etapas hemos logrado acortar el desfase, pero llegamos de todas formas quince minutos tarde.
En segundo lugar, quiero agradecerles profundamente esta invitación. Como ustedes saben, antes de meterme en el grave lío de ser presidente de la República de Ecuador, toda mi vida había sido alrededor de la academia. Aquí veo a algunos exalumnos míos de ciertas maestrías, que están visitando Cuba. Cada vez que regreso a un centro académico, a un claustro académico, créanme, es como si regresara a mi fuente, a mi esencia, y me siento realmente reconfortado, así que muchas gracias por esta oportunidad.
En tercer lugar, después de esta conferencia –donde más que escuchar lo que yo digo también tengo que escucharlos, responder sus inquietudes– vamos a tener un foro lo más libre, lo más independiente, lo más informal posible: una conversación con todas sus inquietudes y también trasmitiéndoles algunas que pueda yo tener.
En cuarto lugar, nos habían pedido una intervención sobre la integración latinoamericana y la crisis actual. Vamos a referirnos a la integración latinoamericana; vamos a referirnos brevemente a la crisis actual, que no es otra cosa que una de las recurrentes crisis del neoliberalismo, a pesar de que tal vez esta crisis refleja el colapso de un sistema; algo nuevo y mejor tiene que surgir de esta crisis. Pero también vamos a hablar de alternativas, de lo que está pasando en la América Latina y de esa nueva oleada, ese tsunami de nuevos gobiernos soberanos, dignos, independientes que están surgiendo a lo largo y ancho de la región, probablemente siguiendo el ejemplo que hace cincuenta años nos diera Cuba, y que, realmente, representan en la América Latina no solo una época de cambios, sino un verdadero cambio de época. Y vamos a hablar un poco de aquello que hemos llamado el socialismo del siglo XXI como alternativa a sistemas que nunca funcionaron, a ideologías que se disfrazaron de ciencias y con esos discursos pretendieron dominarnos. Porque no sólo se trata de criticar lo que estuvo mal hecho, sino de presentar alternativas, y vamos a hablar un poco de esa nueva orientación de muchos gobiernos de la América Latina llamada socialismo del siglo XXI.
Queridas compañeras, queridos compañeros:
Un abrazo interminable, un saludo revolucionario, bolivariano y alfarista. Desde la mitad del mundo, desde el corazón de las mujeres y los hombres del Ecuador, una felicitación calurosa, el regocijo compartido con este cincuenta aniversario de la gloriosa Revolución cubana.
El triunfo del primero de enero de 1959 sigue siendo el referente más importante para los movimientos socialistas de América. No sólo saludamos una fecha histórica, también saludamos el orgullo y la resistencia de un pueblo que no se ha doblegado ni un solo instante frente a la prepotencia del imperialismo. Cincuenta años de coraje para soñar, para plantar los sueños y realizarlos; coraje para no desmayar, para quedarse, para levantar cada día el día siguiente, para construir la equidad, la armonía, la amistad, los hombres nuevos, las mujeres nuevas; coraje para resistir; coraje, fuerza, empuje para levantar al ser humano a la altura de los mejores sueños de desarrollo con dignidad, con justicia y libertad.
Cuba y Ecuador comparten un mismo crisol histórico. Han sido hermanados por los ideales de libertad y de justicia que inspiraron a José Martí, a Eloy Alfaro y a Antonio Maceo, que compartieron sueños de libertad, se conocieron en vida, hubo intercambios epistolar, etc. Nuestro homenaje reverente a su memoria.
Nuestra América ya no es más la ficción panamericana que desembocó en la Organización de Estados Americanos; tampoco es la Iberoamérica incapaz de superar el nostálgico patronazgo de la “madre patria”, tan cara a los arielistas. Nuestra América fue soñada mucho antes por Simón Bolívar, ese venezolano universal, responsable de la independencia de cinco naciones latinoamericanas.
Ahora, una vez formalizado el ingreso de Cuba al Grupo de Río, en Salvador de Bahía, en la Cumbre América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo, realizada en diciembre pasado, a la que tuve la oportunidad de asistir, nuestra América, el sueño de Martí y de Bolívar, comienza a tomar forma definitiva. Por esto, ahora la Revolución Cubana retorna a su seno en nuestra América soñada.
Pese a las enormes dificultades, Cuba ha sabido y ha podido crear las condiciones para que las mujeres y los hombres libres se formen y se sigan formando con los más elevados estándares educativos, con los niveles de conciencia más altos, construyéndose como mejores seres humanos con el corazón abierto y solidario.
Uno de los mayores logros de la economía cubana es la lucha permanente por el bienestar equitativo de las mujeres y los hombres, sin exclusiones. Administrar por cincuenta años una economía sitiada, bloqueada, en beneficio de las mayorías, no sólo es un acto heroico, es una reserva moral para los pueblos, es un ejemplo de consecuencia revolucionaria que es necesario aplaudir de pie.
Y hablando de sitios y bloqueos, el pueblo palestino ha resistido heroicamente por décadas una política de ocupación colonial. Ahora mismo es víctima de un ataque genocida lanzado por el gobierno de Israel, ataque que merece nuestro más enérgico repudio y condena.
La violencia sionista en Gaza con centenas de víctimas civiles –niños, mujeres, ancianos– nos trae a la memoria los peores crímenes de la Segunda Guerra Mundial. La conciencia democrática y humanitaria mundial exige el cese inmediato de esta agresión contra el pueblo palestino.
Compañeras y compañeros:
Vivimos un verdadero cambio de época. El mundo observa cómo la América Latina se constituye en escenario de cambios sociales, políticos y económicos que han tenido lugar en apenas una década y que eran impensables en épocas anteriores. Aunque existen características diferenciadoras en cada uno de los procesos políticos, no puede negarse que todos responden de igual manera a un proceso común de transformación y a un deseo compartido de cambio y equidad social por parte de nuestros pueblos.
La América Latina, para vergüenza de los latinoamericanos, sigue siendo la región más desigual del mundo. En Brasil, y algo similar en Ecuador, la relación entre los ingresos del quintil superior e inferior de la población es de treintitrés a uno, es decir, la diferencia entre lo que gana el 20% más rico con respecto al 20% más pobre es de treintitrés a uno. En otras palabras, si los más ricos de nuestra región, el 20% más rico, se come treintitrés panes, el 20% más pobre tan sólo come un pan; si de cien habitantes, los veinte habitantes más ricos comen treintitrés panes, los veinte habitantes más pobres sólo pueden repartirse un pan: esa es la estadística de la que estamos hablando. Mientras que eso es realidad en Brasil, en Ecuador, y, en general, en la América Latina, en Finlandia, Bélgica o Corea del Sur esa relación es tan solo de seis a uno.
Reducir estas diferencias constituye un reto que supera en mucho los objetivos de las tradicionales agendas sociales elaboradas por las entidades multilaterales, que más se parecen a caridad antes que a políticas sociales verdaderas.
En las últimas tres décadas, la democracia formal del neoliberalismo poco o nada ha podido hacer para vencer esta realidad, por el contrario, la ha exacerbado. La gran mayoría de los países que aplicaron políticas neoliberales, entre ellos Ecuador, lo que vieron es aumentar esta diferencia social antes de disminuirla.
En los inicios del siglo XXI, en los albores de la peor crisis que recuerda la historia del capitalismo, nuestra América requiere de una organización capaz de acoger los desafíos del presente, de defender los principios de autodeterminación y de solidaridad, históricamente sustentados por los países latinoamericanos, de idear nuevas formas de integración, cualitativamente superiores a las sostenidas en tratados comerciales fraguados en el molde de la Organización Mundial de Comercio. Para el gobierno de la revolución ciudadana, la nueva estrategia de desarrollo no puede desvincularse del desarrollo de toda la América Latina. Es por esto que para el Ecuador es tan importante consolidar una organización de Estados latinoamericanos; organización de Estados latinoamericanos que sería el foro natural para definir una agenda basada en una idea compartida de desarrollo, diferente a la fracasada agenda del Banco Mundial y sin el patronazgo de países extraños a nuestra región, y, por supuesto, incorporando a todos los países de la América Latina, entre ellos, a nuestra querida Cuba.
La estrategia de desarrollo latinoamericana debe sustentarse en la integración energética y de infraestructura, en la promoción de empresas granacionales, capaces de acelerar el crecimiento en sectores estratégicos; en la articulación de las economías nacionales, mediante cadenas de valor negociadas entre países; en políticas sociales compartidas, inspiradas en esa solidaridad forjada por una historia común. Esto es sumamente importante, y Fidel es reiterativo en esto. Las cosas deben traducirse en cuestiones concretas a favor de nuestros pueblos, para que no pierdan credibilidad.
La integración latinoamericana debe, en forma eficiente, rápida, eficaz, transformase en acciones concretas, tangibles a favor de nuestros pueblos, por ejemplo: infraestructura, mejoras en la comunicación, políticas sociales compartidas, etcétera.
El desarrollo latinoamericano jamás podrá fructificar en el terreno de las concesiones unilaterales, ideadas para premiar conductas esperadas mediante premios temporales, como las de gravaciones arancelarias, que algunas veces nos ofrecen y con las cuales nos someten muchas veces también los países del Norte.
A inicios del siglo XXI podemos observar, optimistas, la derrota política, económica y social de todo el recetario del Consenso de Washington; políticas que pudieron mantenerse sobre la base de engaños y actitudes antidemocráticas por parte de sus beneficiarios, con total respaldo a organismos multilaterales que disfrazaron de ciencia a una simple ideología. Esto nos muestra bastante bien el grado de postración en que cayó la América Latina.
Los últimos diez, quince años, la América Latina se rigió por un recetario de políticas económicas y sociales llamadas Consenso de Washington; consenso en que, para vergüenza de la región, no participó ningún país latinoamericano. ¿De qué consenso nos estaban hablando? Del consenso de la burocracia internacional, Banco Mundial, Fondo Monetario; del consenso del Departamento de Estado, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. Eso demuestra un poco la prepotencia de todas estas burocracias y de todos estos entes, ¿verdad? Ellos llegaron a un consenso muy reducido y dijeron que era un consenso universal.
También hay que reconocer el entreguismo de nuestras elites, de nuestras oligarquías, de nuestras clases dominantes, de nuestros líderes de pacotilla que pasivamente aceptaron y algunas veces agenciosa y entusiastamente introdujeron las políticas de ese llamado consenso donde ningún país latinoamericano participó, y lo que hicieron los organismos multilaterales –como siempre tan prestos a promover cualquier cosa que vaya en función del gran capital y, sobre todo, del capital financiero especulativo mundial– fue disfrazar a una ideología de ciencia y las supuestas investigaciones académicas que han hecho el Banco Mundial y el Fondo Monetario en los últimos veinte, treinta años, más se parecen a una multimillonaria campaña de marketing ideológico, antes que realmente investigación científica.
Vivimos momentos de definiciones sustanciales; existen quienes creen que la crisis mundial sólo es un pequeño traspié que se puede parchar remozando el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, instrumentos del sistema perverso que inhibe el desarrollo de los países del Sur.
Ni siquiera el comercio internacional conducido según los cánones del supuesto libre comercio auspiciado por la OMC –fracaso de la Ronda Doha, incluido–, ha podido evitar la crisis del capitalismo central; capitalismo que suponía ver derrotada la historia, pero la historia sigue avanzando al paso marcado por las luchas sociales y los conflictos ambientales y económicos.
El comercio internacional de la Organización Mundial de Comercio es el mismo libre comercio auspiciado por el neoliberalismo que supone, basado en la vieja teoría ricardiana de las ventajas comparativas, actualizada con el teorema Heckscher-Ohlim-Samuelson, que la liberación arancelaria acelera el crecimiento económico.
Si además se asegura que los capitales también circulan libremente los mercados asignarían sabiamente recursos escasos donde más se les necesita. Esa es la teoría del mercado: liberalizad todo que el mercado solito da la mejor asignación de recursos Pero, terca, la realidad opera de otra manera.
En las décadas finales del siglo XX la ola globalizadora promovió libertad para el comercio y para el capital financiero, pero fracasó en el momento de asignar recursos a donde más se les requería; más todavía, condenó a los seres humanos de los países menos desarrollados a una condición abyecta, absolutamente inaceptable que convierte a ciudadanos del Sur del planeta en sudacas o wet bags en el Norte, pues el neoliberalismo olvidó otorgar al trabajo la misma libertad que recibieron los bienes y el capital. Fíjense lo obsceno de esa globalización neoliberal.
Mientras más se busca liberalizar comercio, tránsito de mercancías y movilidad de capitales, más se penaliza y criminaliza la movilidad de los seres humanos alrededor del planeta. ¿Quién puede, ética o moralmente, sostener tamaña contradicción? Pero esos son los países que muchas veces quieren adoptar el lugar, las poses de los referentes éticos y morales a nivel mundial; países que impulsan una globalización donde, insisto, se busca liberalizar cada vez más la movilidad de mercancía y capitales, pero donde se penaliza cada vez más la movilidad de los seres humanos.
La crisis del capitalismo iniciada en agosto del 2007 no es un evento aislado. En la década final del siglo pasado se produjeron eventos similares, aunque de menor alcance: en México, en 1994; en el sudeste asiático, en 1997, y en Argentina, con el corralito, en diciembre del 2001.
En Ecuador, la crisis de 1999, también desencadenada por la avaricia de varios banqueros, nos hizo retroceder una década y sirvió de pretexto para que los banqueros sobrevivientes y un conspicuo grupo de importadores auspicien la automutilación de nuestra soberanía monetaria, al renunciar unilateralmente a nuestra moneda nacional y adoptar una moneda extranjera como moneda de curso legal.
Es que el capitalismo siempre está en crisis, porque no defiende al ser humano, sino al capital; porque encubre los desafueros de la propiedad privada y comerciales de los circuitos de mercado controlados por el capitalismo central. Y mientras más nos identifiquemos con las estructuras de pensamiento de esa torre de marfil, en la que convirtió el neoliberalismo a la economía, menos comprenderemos las causas de nuestros problemas sociales
Es por esto que esta crisis también puede ser, como ya ocurrió a partir de los años treinta del siglo pasado, la oportunidad para sentar las bases de algo nuevo, en nuestro caso, del socialismo del siglo XXI.
El referente central del socialismo del siglo XXI, este pensamiento que emerge con fuerza, es el individuo social y solidario que se realiza en la vida compartida con los demás. Es una barbaridad monstruosa a nivel académico, a nivel filosófico, en todas las dimensiones, pensar que el motor de la sociedad son seres que actúan aisladamente, en función de su propio egoísmo, buscando la maximización de su beneficio personal.
Esta simpleza, que fue elevada a doctrina magnífica al final de la historia –no había nada más que pensar, se había dado con la solución a todos los problemas–, no resiste el menor análisis ni mayor estudio histórico; hace abstracción de cosas tan fundamentales como la cultura, que es lo que condiciona, prácticamente, todos los actos de los seres humanos. Pero esta ideología que beneficiaba, por supuesto, a los más poderosos –la ley de la selva, la competencia, etc.–, favorece a los que son más fuertes, eso es obvio, fue elevada –les insisto– a la categoría de ciencia, e incluso a la categoría de evangelio, ¿verdad?: “Buscad que el mercado impere y el resto se os dará por añadidura”, la famosa mano invisible de Adam Smith.
Por el contrario, el socialismo del siglo XXI, asume un individuo social y solidario que se realiza en la vida compartida con los demás.
Si algo nos ha enseñado la historia, es que las sociedades necesitan siempre de manos muy visibles para lograr la justicia, la equidad y la felicidad. El socialismo del siglo XXI hereda varias de las mejores manifestaciones del socialismo tradicional, pero confronta con valor y con sentido crítico, los dogmas que la historia se ha encargado de enterrar.
En el socialismo del siglo XXI confluyen lo mejor del socialismo científico, con otros socialismos presenciados por la historia reciente: el socialismo agrarista mexicano, el socialismo andino de Mariátegui, el socialismo cubano, donde la imaginación y creatividad no tienen límites para superar criminales bloqueos, boicots, obstáculos que ponen las potencias de siempre.
También toma mucho, el socialismo del siglo XXI, de los aportes de la Teología de la liberación, es decir, de esa Iglesia Católica de las comunidades de base, de los pobres; de esa Iglesia que jugó un rol fundamental en los años sesenta y setenta y que, lamentablemente, a partir de la década del ochenta ha tenido una involución muy grave, sobre todo a nivel de jerarquía, en su compromiso con la cuestión social. Dicho sea de paso, en lo personal, alimento en buena medida mis convicciones económicas y sociales de esa Iglesia de los pobres, de esa Iglesia de las comunidades de base.
Este pensamiento dinámico se basa en principios y no en modelos. No conocemos las respuestas antes de conocer las preguntas. Afirmamos un profundo humanismo, un riguroso sentido de la ética y una total convicción democrática. A partir de estos principios, el socialismo del siglo XXI elabora propuestas para responder a la realidad, sin recetas, sin modelos de sociedad supuestamente inmutables. Basta de recetas generalizadas, basta de intentar estandarizarnos. Esto, además de imposible, es indeseable, si reconocemos la especificidad de cada sociedad, de cada proceso, de cada cultura. Por eso nuestro socialismo ni siquiera es único, está en constante adaptación a la realidad de cada país y región: pero, al igual que para todo socialismo, el nuestro considera fundamental la supremacía del trabajo humano sobre el capital y la acción colectiva permanente. Por tanto, son imprescindibles el rol del Estado y la planificación.
Si ustedes revisan detenidamente la historia, no son los países que dejaron competir a los agentes económicos, cada uno haciendo lo que le daba la gana, donde los individuos sólo buscaban su lucro personal los que han tenido éxitos; son los países que supieron enfrentar en común problemas comunes, en otras palabras, supieron realizar adecuadamente la acción colectiva. Este es uno de los rasgos fundamentales del socialismo del siglo XXI; pero otro rasgo fundamental es la supremacía del trabajo humano sobre el capital, si no, no fuéramos socialistas, ¿verdad? Esto es más importante, dadas las condiciones de las últimas décadas en la América Latina, ya que una de las principales víctimas del neoliberalismo fue el trabajo humano.
En las últimas décadas, el trabajo humano en la América Latina se convirtió tan solo en un instrumento más de acumulación del capital, todo en función del capital; y bajo eufemismos como flexibilización laboral, todas estas burocracias internacionales: Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo, etc., lo que hicieron fue permitir, con el desmonte de derechos de los trabajadores, de leyes que protegían el trabajo humano, la explotación de dichos trabajadores, y se generalizaron formas legalizadas, institucionales de explotación laboral, como, por ejemplo, la tercerización, el trabajo por horas, etc.
Hemos aprendido mucho en estos dos años en que hemos estado en el gobierno de la revolución ciudadana en la República del Ecuador; es increíble, no nos dejan de sorprender las cosas que encontramos.
Cuando llegamos al gobierno encontramos un reglamento del contrato por horas. El contrato por horas, ¿qué era? Un contrato innecesario, porque ya existían varias formas de contrato en el Código de Trabajo, para cubrir empleo temporal y tiempo parcial; pero para permitir mayor explotación laboral se introdujo esa figura de contrato por horas.
Si ustedes no tienen un derecho laboral, como la estabilidad, se supone que deben ser compensados de alguna manera; es decir, no tienen estabilidad, se les paga un poco más. Bueno, el contrato por horas no daba ninguna clase de estabilidad, pero permitía pagar menos a los trabajadores; y se suponía que era para épocas específicas, muy especiales, por ejemplo, Navidad, cuando las jugueterías, etcétera, necesitan jóvenes que cuatro horas al día ayuden a hacer paquetes de regalos; entonces se trata de trabajo a tiempo parcial durante unos quince días. Ese era el espíritu del contrato de trabajo. Pues bien, el reglamento que encontramos decía que las empresas podían tener hasta 75% de su personal contratado por horas y en forma permanente; encontramos empresas que tenían cero trabajadores, todos los trabajadores eran tercerizados. Y a todo eso se le llamaba eficiencia, flexibilización laboral, competitividad, etc.
La poca competitividad que ha ganado la América Latina en los últimos años no se ha basado en la verdadera eficiencia, en el avance tecnológico, etc.; se ha basado en la explotación de los trabajadores, y eso ya no lo podemos continuar permitiendo.
Entonces, una de las características fundamentales del socialismo del siglo XXI es poner las cosas en su sitio: la supremacía del trabajo humano sobre el capital. El trabajo humano es un factor más del proceso de producción, es el fin mismo de la producción, y todos los demás factores, y la propia producción, deben estar en función de ese trabajo humano, es decir, en función de ese ser humano.
El socialismo del siglo XXI se encuentra en constante reformulación y construcción. El error más grave es no atreverse a reflexionar críticamente. Eso me ha gustado mucho de esta visita a Cuba, por todos lados hemos visto: “Siembren ideas”, “la lucha de ideas”, “cuestionemos todos”, y esa es una de las principales características para la superación, para el desarrollo, para salir adelante.
Rechazamos toda clase de dogmas. En política los dogmas han causado daños inmensos. Ponemos especial énfasis en la generación de valores de uso antes que valores de cambio. El capitalismo privilegia la generación de mercancías, bienes con un precio explícito en el mercado que se pueden intercambiar; pero, ¿cuántos de los bienes más necesarios de la humanidad son susceptibles de intercambio y de tener un precio explícito, o adecuado precio explícito? ¿Cuál es el precio de la paz social? ¿Cuál es el precio del amor fraterno? ¿Cuál es el precio de la solidaridad? ¿Cuál es el precio del medio ambiente? En todo eso fracasa el sistema de mercado y el sistema capitalista en general. En otras palabras, generar valor no necesariamente es generar mercancías.
Las economías de mercado, más aún en sociedades con mala distribución del ingreso, son un verdadero desastre. Este que es un problema conceptual insuperable en la economía de mercado, que justifica la intervención del Estado –y esa intervención dependerá de la realidad de cada sociedad, de cuánto el mercado pueda asignar eficientemente, etc.– es mucho más grave, ya tiene problemas mucho más concretos cuando se tiene mala distribución del ingreso; porque, en principio, los precios son la señal básica para que el mercado asigne eficientemente los recursos a una sociedad; porque teóricamente esos precios deberían reflejar cuán útil es para una sociedad el bien que se está generando.
Les pongo un ejemplo. Si de repente el precio de las camisas sube, es la señal para el mercado de que más mano de obra, más tela, más máquinas tienen que destinarse a producir camisas. Por supuesto, los agentes que se ponen a producir camisas lo hacen por su propio fin de lucro, por su propio egoísmo e individualismo, por su propio beneficio; pero con eso están cumpliendo, en teoría de mercado, su rol social, porque están atendiendo la necesidad de la sociedad. ¿Y cómo se expresó esa necesidad social? Aumentando los precios. En principio eso significaba que ese bien era más deseable y que más recursos sociales tenían que dedicarse a producir ese bien. Muy sucintamente, así es como funciona el mercado. ¿En la práctica qué puede salir mal? Todo, sobre todo si esa sociedad tiene pésima distribución del ingreso; porque, ¿qué significa sociedades con mala distribución de ingreso? Que bienes con alto precio pueden tener muy poco valor social, y ese alto precio no refleja la utilidad social de ese bien, refleja tan sólo la capacidad de compra de ciertos segmentos de la población.
Les pongo otro ejemplo más explícito. Supónganse que uno de ustedes –y aquí en Cuba tenemos muchos– es un experto en arte, aprecia muchísimo el arte, y de repente ve un cuadro maravilloso, ¿verdad? Tal vez ganan ustedes quinientos dólares, y preguntan: “¿Cuánto vale ese cuadro?” “Mil dólares.” Y no lo pueden comprar porque es demasiado para ustedes, a pesar de que lo aprecian sobremanera. De repente, tal vez vengo yo, que no sé si el cuadro está al revés o al derecho, pero gano diez mil –por si acaso, no gano diez mil dólares, ni de lejos diez mil dólares–, como me sobra plata, digo: “Sí, déme dos de esos cuadros”, y ni siquiera sé si está al revés o al derecho.
Es decir, ¿qué nos dice la teoría del mercado? Que para ustedes el cuadro no valía tanto y para mí valía los mil dólares y estuve dispuesto a pagar por eso. ¿Qué sucedió en realidad? Que la compra o no compra de ese cuadro tan sólo reflejó nuestra capacidad de compra: para ustedes, con un salario bajo, por más que apreciaban el cuadro, no pudieron hacer el sacrificio de comprarlo; para mí, que ni siquiera entiendo qué decía el cuadro, como mil dólares era nada al lado de los diez mil, incluso estuve dispuesto a comprar dos cuadros similares.
Entonces, en sociedades con mala distribución del ingreso, los precios no reflejan necesariamente la utilidad que dan a los individuos en esas sociedades esos bienes, sino, muy probablemente, tan sólo la capacidad de compra de diferentes estratos sociales. Y por eso se dan las paradojas en la América Latina de que en épocas de crisis, donde normalmente, por diferentes caminos, procesos, problemas estructurales, se concentra aún más el ingreso, la América Latina tiene mecanismos para que la crisis siempre caiga sobre los más pobres. Sobre todo en épocas de crisis, paradójicamente, se desarrolla la economía suntuaria. Si no, vaya a Ecuador. En los ochenta fue una época de permanente crisis, le llamamos la década perdida o la crisis de la deuda, y verán que fue la época en que se desarrollaron toditos los centros comerciales de lujo, con boutiques de ropa importada, de marca, etc. ¿Por qué? Precisamente por el problema que les digo, porque la asignación de recursos en una economía de mercado no es para las cosas de mayor valor, es hacia las cosas de mayor precio; y en una sociedad con pésima distribución del ingreso, las cosas de mayor precio no representan el valor social de esas cosas, sino tan sólo la capacidad de compra de los segmentos que acumulan esos ingresos en esas sociedades.
Entonces, el socialismo del siglo XXI tiene que superar esas trampas. De hecho, el mercado –como Cuba lo ha reconocido, como nunca lo negó– en el socialismo es un fenómeno objetivo, económico; pero una cosa es ser sociedades con mercado y otra cosa es ser sociedades de mercado. Nosotros diferenciamos estos dos conceptos: sociedades con mercado significa sociedades que reconocen la existencia del mercado, que reconocen que puede haber bienes y ámbitos donde pueda darse un intercambio libre. ¿A nosotros qué nos interesa el intercambio de corbatas o de Coca-Cola, que eso lo hagan agentes privados, con mínima regulación estatal? Pero donde las sociedades dominan ese mercado, lo regulan, lo controlan, para obtener los objetivos socialmente deseables y donde las sociedades conocen las limitaciones de ese mercado, como, por ejemplo, su prácticamente nula capacidad para asignar recursos que no tienen precios explícitos, como medio ambiente, etc.
Sociedad de mercado, como lo entendemos nosotros, son sociedades, sencillamente, que han sometido vidas, personas y las propias sociedades a esa entelequia llamada mercado. Eso jamás lo vamos a aceptar.
Entonces, el socialismo del siglo XXI trata de superar esas limitaciones del mercado y busca generar valor antes que precio; un poco en teoría marxista –estas son categorías marxistas—, busca generar valores de uso antes que valores de cambio.
Nuestro socialismo, además de lo anterior, es participativo y radicalmente democrático, nace de las luchas y esperanzas populares. Es la consecuencia de la experiencia de los pueblos del mundo en sus diversas maneras de luchar por su liberación nacional y social. Ponemos énfasis especial en la equidad en todas sus formas y dimensiones, referida no sólo a la equidad social, sino también a la equidad irtergeneracional, a la equidad de género, a la equidad étnica, a la equidad regional. Si ustedes son indígenas en Ecuador, tienen 90% de probabilidades de ser pobres; si son afroecuatorianos en Ecuador, tienen 95% de probabilidad de ser pobres. Eso demuestra claramente condiciones estructurales de exclusión. Entonces, tenemos que buscar equidad en todas las dimensiones; y lo mismo en cuestiones de género, por la postergación permanente de la mujer en Ecuador y en toda la América Latina.
El socialismo del siglo XXI busca la equidad en todas sus dimensiones, no sólo equidad social, no sólo equidad intergeneracional –no gastarnos los recursos de las próximas generaciones–, sino también equidad regional. En Ecuador y en la América Latina suele haber “polos de desarrollo”, polos de desarrollo en detrimento de otras regiones; equidad de género, equidad étnica.
Somos, además, como socialistas del siglo XXI, profundamente humanistas.
Rechazamos la violencia: creemos que los únicos proyectiles del siglo XXI deben ser los votos; los únicos ejércitos, los ciudadanos.
Es así como en Ecuador, en poco menos de dos años, llevamos varios procesos electorales, donde el gobierno de la revolución ciudadana, con el apoyo del pueblo ecuatoriano, ha salido victorioso en forma contundente.
Creemos que los cambios se pueden dar en democracia, pero diferentes formas de democracia, no sólo la democracia formal occidental y el modelo de Montesquieu, de tres siglos, que nadie se atreve a desafiarlo, y que en la América Latina más ha servido para inmovilizar a los países y a los gobiernos antes que para propender a un desarrollo equilibrado. Creemos que los cambios se pueden dar en democracia y dentro del marco constitucional. Por eso propusimos al país la reforma constitucional, que ha tomado cuerpo en la nueva Contitución, que está conduciendo a mi país a una gran transformación profunda, rápida y en paz.
Este socialismo representa una nueva noción de desarrollo. ¿Por qué nos llamamos socialistas del siglo XXI? Porque compartimos algunos rasgos característicos del socialismo tradicional, del socialismo científico: supremacía del trabajo humano sobre el capital; necesidad de acción colectiva; énfasis en la justicia en todas sus dimensiones, básicamente en la justicia social. Pero hay diferencias: rechazamos los dogmas, rechazamos los modelos inmutables.
Uno de los graves errores en que cayó el socialismo tradicional –y que no lo comete Cuba, dicho sea de paso– es que jamás disputó la noción de desarrollo con el capitalismo sino que, dada la misma noción de desarrollo –industrialización, consumo masivo, acumulación, materialismo, etc.–, buscaba una vía más rápida, más eficiente y más equitativa para llegar a lo mismo.
Creemos que ese fue un error profundo. Necesitamos una nueva noción de desarrollo más cercana a nuestros principios, a nuestros valores, a las realidades, a la realidad del mundo actual. Si todos los chinos tuvieran el nivel de vida neoyorquino, sencillamente el planeta colapsaría. Es imposible seguir esos patrones de desarrollo, es imposible e indeseable.
Entonces, fue uno de los más graves errores del socialismo tradicional: no disputar una noción de desarrollo con el capitalismo, sino, dada la misma noción de desarrollo, presentar supuestamente una vía más eficiente, más justa, más equitativa para llegar a lo mismo.
El socialismo del siglo XXI presenta una nueva noción de desarrollo, entendida como la consecución del buen vivir para todas y todos y la expansión de libertades y potencialidades en paz y armonía con la naturaleza, así como la prolongación indefinida de las culturas. Para esto proponemos articular tres tipos de economía –y esto está en nuestra nueva Constitución– para configurar un nuevo sistema económico: la economía popular, la economía privada capitalista y la economía pública. La economía social y solidaria no niega el mercado, pero es la sociedad la que debe regular al mercado. En otras palabras –como ya dijo un autor–, el mercado es un buen siervo, pero es un pésimo amo. Los que tienen que ser los amos son nuestras sociedades.
Proponemos construir una nueva arquitectura financiera que garantice la independencia, la autonomía y la soberanía de todos los países. También planteamos impulsar urgentemente una regulación internacional que refrene la volatilidad del capital financiero, que establezca impuestos y tasas a los movimientos internacionales de capitales. Todos los estudios demuestran que ha sido una de las cosas más nocivas esa volatilidad de capitales: los famosos capitales golondrinas que desuelan pueblos enteros, muchas veces ni siquiera por culpa de esos pueblos. Es decir, si Ecuador tiene una gran política económica, pero Colombia ofrece más ventajas a ese capital especulativo, sale de Ecuador y va a Colombia; pero resulta que Ecuador queda desolada. Eso tenemos que acabarlo, e instaurar medidas efectivas para erradicar los paraísos fiscales.
Si ustedes revisan detenidamente las políticas económicas impuestas –pero también, lamentablemente, en forma frecuente, ansiosamente aceptadas en la América Latina en los últimos años–, algunas veces han sido técnicamente correctas, otras no; algunas veces han sido oportunas, convenientes para el desarrollo del país, otras veces no. Pero la característica invariable, la característica común, es que siempre ha estado en función del capital financiero, en general del gran capital internacional, pero particularmente del capital financiero especulativo nacional. Esto tiene que cambiar, les insisto.
En estos menos de dos años que llevamos de gobierno hemos aprendido mucho, y hay cosas realmente asombrosas. Ustedes, si son deudores a nivel internacional como países, para renegociar sus deudas tienen que acudir al Fondo Monetario Internacional, representante de los acreedores; es decir, no existe un tribunal independiente de deuda a nivel internacional.
Si Cuba quiere protestar por la prisión de cinco cubanos en forma inhumana, inmoral e injusta en Florida, Estados Unidos, no tiene a quién acudir. Pero el capital, si es el que quiere quejarse de que un país lo trató mal, pese a que se actuó en función de las leyes del país, tiene muchísimos tribunales e instancias donde acudir, por ejemplo, el CIADI, en el Banco Mundial.1
Sepan ustedes que el CIADI no sólo tiene la capacidad de juzgar si una inversión extranjera, por ejemplo, en Ecuador, fue tratada legal o ilegalmente, sino que dado que fue tratada legalmente, puede juzgar si la ley del país es demasiado drástica y si la pena es correspondiente al castigo. Entonces, si ellos consideran que una inversión extranjera rompió deliberadamente la ley ecuatoriana, que Ecuador sancionó esa empresa, pero que de acuerdo a su criterio la ley ecuatoriana es demasiado drástica, nos puede obligar a devolver ese dinero, a compensar a la supuestamente perjudicada inversión extranjera. Pero no existen instancias análogas, por ejemplo, para reclamar si nosotros consideramos que una pena de muerte en los Estados Unidos es un castigo exagerado; o, en el caso muy concreto de los cinco patriotas cubanos encarcelados injustamente en Florida, Estados Unidos, reclamar que esa sanción es injusta, que es una barbaridad, que es un atentado a los derechos humanos.
Es decir, todo está en función del capital, y ese es el gran desafío, ese es el gran desafío de los socialistas: poner las cosas en su correcto orden, en su correcta prioridad: el trabajo humano, los derechos humanos antes que los supuestos derechos del capital.
Les decía que planteamos urgentemente regulaciones internacionales para frenar los abusos, la volatilidad del capital financiero. Esa es la razón por la cual conformamos una comisión para la auditoría integral del crédito público, cuya conclusión fundamental tiene una claridad meridiana. Entre 1976 y el 2006, el proceso de endeudamiento del Ecuador benefició al sector financiero y a empresas transnacionales, como siempre, y afectó visiblemente los intereses de la nación.
Los condicionamientos impuestos y los pagos erogados limitaron derechos fundamentales de personas y pueblos, profundizando la pobreza, aumentado la migración y deteriorando las condiciones ambientales.
Ecuador empezó la crisis de la deuda en la década del ochenta con cerca de cuatro mil millones de dólares en deudas externas privadas, comerciales más que privadas, con bancos comerciales, porque también había deuda pública ahí. Esto es paradójico, porque al iniciar la década del setenta teníamos tan solo doscientos millones de deuda externa comercial, y ustedes saben que en los años setenta Ecuador se transformó, porque descubrimos petróleo y empezamos la extracción y explotación petroleras, el llamado boom petrolero. El país creció una tasa cercana al 8% anual, lo que crece China; crecimos diez, doce años a esa tasa. Se duplicó en pocos años el Producto Interno Bruto; pero pese a ello, salimos con una deuda externa veinte veces más grande que la inicial. ¿Cómo se explica esto? La irresponsabilidad, la corrupción, la indolencia, en las cuales los principales culpables somos los ecuatorianos; pero también hubo cómplices y encubridores, y esos cómplices y encubridores no han sufrido las consecuencias de su irresponsabilidad, como a nivel de país los irresponsables que nos llevaron a ese endeudamiento tampoco sufrieron las consecuencias, sino las grandes masas del pueblo ecuatoriano con todos los procesos de ajuste, etc.
¿Qué fue lo que pasó? En 1974 hubo el primer choque petrolero, la OPEP se puso de acuerdo para subir los precios; en 1976 nuevamente subieron los precios. Eso generó gran acumulación de dólares en los países productores de petróleo del Golfo Pérsico y no sabían dónde colocar ese dinero, no estaban preparadas sus economías para tal avalancha de recursos financieros. Entonces, ¿qué hicieron? Los colocaron en bancos internacionales, los famosos petrodólares. Pero el negocio de la banca internacional no es captar dólares, es captar dólares y colocarlos, y pronto se saturaron los mercados del Primer Mundo. Antes de 1976 ni siquiera sabían que existía la América Latina o querían no saber que existía la América Latina; antes de 1976 estos banqueros internacionales no venían a la región ni de turistas. Pero a partir de 1976 se empieza a observar en los bancos centrales, ministerios de finanzas, etc. de la América Latina, largas colas de banqueros con los correspondientes maletines de Kohinoor, porque se dieron créditos para cualquier cosa: para gastos corrientes, para armamentos, etc; y dicho sea de paso, la mayoría de los países latinoamericanos vivía en dictaduras militares.
Es así como se forja el problema de la deuda externa moderna. Por eso les digo: los principales culpables somos los países latinoamericanos, que no reaccionamos a tiempo, nos dejamos someter por las elites de siempre; pero aquí también hubo cómplices encubridores que no han pagado su parte de la responsabilidad.
No estamos hablando de una percepción…, y quiero decirles otra cosa: Ecuador empezó el año 1980 con cuatro mil millones de deuda. Hemos pagado más de siete mil doscientos millones y en los actuales momentos tenemos prácticamente la misma cantidad en deuda externa. Algo anda mal, ¿verdad? Son cosas horrorosas las que han ocurrido.
Por ejemplo, que el ministro de finanzas, que supuestamente negociaba en nombre del Ecuador, era parte del bufete de abogados que representaba a los acreedores del país, porque en esto ha habido mucha traición a nivel interno. Por ejemplo, cláusulas tan vergonzosas como que Ecuador renunciaba unilateralmente a cualquier reclamo, así haya pagos en exceso, así haya cláusulas ilegales, así se anule el contrato, etc., renunciábamos a cualquier reclamación posterior. Ese es uno de lo principales problemas que tenemos para denunciar la ilegalidad de la deuda a nivel internacional. Estas son cosas realmente escandalosas, que demuestran el grado de postración, de corrupción, el grado de entreguismo al que llegaron –no los pueblos latinoamericanos, no los países latinoamericanos– las elites latinoamericanas que siempre, lamentablemente, han prevalecido en la región.
No estamos hablando de una percepción de ilegitimidad, discutible desde la llamada ideología del mercado de los acreedores. Nos encontramos frente a graves presunciones de ilegalidad y, en consecuencia, de ilegitimidad de la deuda. Cosas claramente ilegales.
Buscamos no sólo sancionar a los culpables, sino también no pagar la deuda ilegítima, 1a deuda corrupta, la deuda ilegal. Su peso debe ser trasladado por partes iguales a los responsables de adquirirla con malas artes, con chantaje, con traición.
Hay cosas tan escandalosas en Ecuador que en épocas de la dictadura había un ministro de finanzas de la dictadura que impulsaba al país al endeudamiento agresivo, porque decía que era buen negocio endeudarse, y nos endeudamos con tasas flotantes. Vino Reagan, por problemas inflacionarios en los Estados Unidos subió la tasa de interés, y a nosotros nos subió del 4% ó 5% a más del 20%, lo cual significó centenas de millones de dólares anuales más en servicio de la deuda. Entonces pulverizó a nuestras economías. Pues ese joven ministro de finanzas de la dictadura, el ministro del endeudamiento agresivo, es hoy uno de los principales dirigentes de la Asociación de Bancos Privados del Ecuador y es uno de los pagadores agresivos ahora, porque sólo hay pagar, pagar sin reclamar nada. Entonces, así mutan ciertas personas en el país, personas que siempre han estado cerca del poder, o al menos de los antiguos poderes.
Su peso debe ser trasladado –como les decía– por partes iguales a los responsables de adquirirla con malas artes, con chantaje, con traición. Y cada cual tiene que asumir su responsabilidad y pagar con sus bienes lo que corresponda. Los prestamistas no son menos culpables, los que indujeron compulsivamente, los que amarraron, coimaron, y presionaron a como diera lugar para colocar sus empréstitos y hacerse de jugosas comisiones.
Hemos solicitado el respaldo de los países miembros de la Alternativa Bolivariana para los pueblos de Nuestra América, ALBA, en el marco de la Tercera Cumbre Extraordinaria en Caracas, en esta batalla que ha decidido dar Ecuador y ojalá que la den todos los países de la América Latina y, por qué no, todos los países del Tercer Mundo, en función de nuestros países, de no pagar la deuda externa para no tener que sacrificar vidas ni personas.
En este sentido, la Conferencia Internacional sobre Financiamiento al Desarrollo, realizada hace poco en Doha, ha dado un primer paso para la reforma del sistema financiero mundial, al acordar que estos cambios deben considerar a naciones ricas y pobres, del Norte y del Sur, de forma inclusiva y democrática. Pero todavía son tibios pasos, tibias iniciativas, tenemos que ir a cuestiones radicales: un tribunal independiente para deuda. Ustedes, cualquier país desarrollado, si son empresarios o personas naturales y tienen dificultad para pagar una deuda, van donde un tercero imparcial o un juez y dicen: “No puedo pagar”, y el juez, acogiéndose a la ley de bancarrota, determina cuánto, cómo, dónde deben pagar. Aquí no, aquí ustedes van al representante, a los acreedores.
El criterio de sustentabilidad de la deuda de estas burocracias internacionales es cuánto puede pagar un país sin comprometer los flujos futuros financieros para seguir pagando. Un nuevo criterio de sustentabilidad de la deuda debe ser cuánto puede pagar un país sin, por lo menos, poner en peligro los objetivos del milenio. Entonces hay muchísimas cosas que todavía se tienen que hacer a nivel de institucionalidad internacional para el tratamiento de la deuda externa.
Dada la voracidad sin límites del capital financiero, nos urge coordinar acciones para evitar que el derecho a alimentos sanos sea limitado por financistas, para quienes da lo mismo especular con petróleo, vivienda o trigo. Nunca más la política social será la ambulancia que recoja los muertos que deja la política económica, que deja el tan cacareado mercado. No hay buena política económica sin buena política social; y muchas veces la mejor política económica es una gran política social.
Creemos firmemente que esta es la oportunidad para construir algo nuevo, diferente y mejor, algo mucho mejor, a la altura de lo que merecemos los seres humanos, sin importar el lugar del planeta en donde nos haya tocado vivir.
En el caso latinoamericano, esto será posible mediante un Banco de Desarrollo Regional que se capitalizaría con aportes de los diferentes países, independiente del sistema financiero actual. También, como parte de esa nueva estructura regional que hace mucho tiempo viene proponiendo Ecuador, tendríamos un fondo de reserva regional, donde pondríamos las reservas de la América Latina.
El caso de la América Latina es realmente absurdo, diríamos irracional. La América Latina tiene centenas de miles de millones de dólares invertidos en forma de reservas en el Primer Mundo. Los países pobres estamos financiado al Primer Mundo.
El principal mecanismo para esto son los tan mentados bancos centrales autónomos, otra de las tantas trampas del neoliberalismo para que, independientemente de quién llegue al poder, continúen las mismas políticas, las mismas estructuras. Bancos centrales autónomos, es decir, ellos son arcángeles impolutos más allá del bien y del mal, esa burocracia de los bancos centrales que no tiene que tener ningún control democrático, ningún control de poder político, ¿qué sentido tiene eso? ¡Ah!, es que la política monetaria es técnica. Entonces no la hagan llamar política, política significa decisiones, opciones. Pero además de eso, la política fiscal también es técnica. Hagamos autónomos entonces a los ministerios de finanzas. O sea, esa postura no resiste el menor análisis.
Esa fue una de las tantas trampas de la más cruda época neoliberal, a mediados de los noventa, cuando el Banco Mundial vino a hacer seminarios a lo largo y ancho de la América Latina para convertir a la gran mayoría de los bancos centrales de América Latina, que antes eran dependientes del ejecutivo, como debe ser –el que coordina la política económica, monetaria, fiscal, comercial, etc.–, hacerlos autónomos de sus gobiernos, de sus países, pero totalmente dependientes de estas burocracias internacionales.
Los ejemplos son dramáticos. Cuando llegamos al gobierno, yo como ministro de economía, en el 2005, no me acuerdo por qué motivo, traté de alquilar una oficina en el edificio del Banco Central del Ecuador y me quisieron cobrar arriendo. Cuando llegamos al poder nos encontramos con que las oficinas del Fondo Monetario, todo un piso, estaban en el Banco Central del Ecuador y ni siquiera pagaban arriendo en verdad. O sea, ellos son tan espirituales, tan impolutos, luchando por el bienestar de nuestro pueblo, que ni siquiera se cobraban arriendo entre ellos, entre burocracias nacionales y burocracias internacionales. Por supuesto, todo eso ya está corregido, e incluso la nueva Constitución de la República corta esa autonomía nefasta del Banco Central del Ecuador.
Entonces, ¿qué sentido tiene enviar centenas de miles de millones de dólares al Primer Mundo a través de estos bancos centrales autónomos en forma de reserva monetaria? Es mejor ponerla en la región. Y no sólo eso: juntando reservas, en vez de que cada país tenga independientemente su reserva, tendremos mucha más seguridad para todos los países. Por eso es por lo que estamos luchando también a nivel regional. Y esto se puede hacer mañana: es sólo cuestión de voluntad, decisión política, coordinación, articulación; pero, lamentablemente, todavía en la América Latina hay países que lo que buscan es boicotear esa integración y hacer mérito frente a los imperios.
Son tres pilares los de la nueva arquitectura financiera regional que estamos proponiendo: Banco de Desarrollo Regional, capitalizado por recursos de cada país, poniendo juntos nuestros recursos que financien sobre todo la infraestructura regional; el fondo de reserva regional, esas reservas de liquidez para crisis de balanza de pagos, crisis fiscales, que hubieran sido tan necesarias esas reservas en común para enfrentar adecuadamente la crisis actual; y también una coordinación monetaria que incluya mecanismos de compensación y una moneda virtual. El ALBA ya empezó con esta iniciativa, estamos estudiando la posibilidad de crear el SUCRE, Sistema Unitario de Compensación Regional. Y este debería ser el primer paso trascendental, para luego ir a un Banco Central Regional y a una moneda común regional. Yo creo que ese es nuestro destino ineludible. La América Latina tiene un pasado común, es hora ya de buscar nuestro destino común.
Queridas compañeras, queridos compañeros:
Decía Bolívar en 1829, en carta enviada desde Guayaquil a todos los jefes políticos y militares de las repúblicas latinoamericanas, que “Si no nos llamamos a un orden nuevo, lo que vendrá sobre nosotros, lo que legaremos a la posteridad, será un nuevo coloniaje.” Las palabras visionarias del Libertador serían, una vez más, dolorosamente proféticas, si no estuviésemos en mitad de la batalla por nuestra segunda y definitiva independencia. Esta es una batalla que ganaremos, que debemos ganar por la fuerza de nuestro certero empeño, con el apoyo democrático de nuestros pueblos, con el torrente moral de nuestra historia, con la fuerza del pensamiento y con el brillante ejemplo de nuestros próceres y, por qué no decirlo, de los líderes de la Revolución cubana.
Así como los grilletes de San Lázaro no pudieron encadenar el espíritu de José Martí, 1a hoguera bárbara tampoco pudo consumir los sueños de libertad y de igualdad de Eloy Alfaro. Con esta herencia nos sobra y nos basta para proseguir en la lucha por nuestros pueblos.
Caminamos por el mismo sendero de dignidad que nos fue marcado por Rumiñawi –cuya estatua está a pocos metros de aquí, en La Habana Vieja–, el primer héroe nacional indígena, que combatió la invasión española. Caminamos por el mismo sendero de dignidad que nos fue marcado por Eugenio Espejo, Simón Bolívar, Manuelita Sáenz, Eloy Alfaro, José Martí, Fernando Daquilema, el Comandante Fidel Castro, el Che Guevara, Benjamín Carrión, Nela Martínez, Oswaldo Guayasamín; en fin, por todas las mujeres y los hombres libres y libertarios de nuestros pueblos.
Ese sendero es, al mismo tiempo, el sendero de la solidaridad y el compromiso compartido. Es por eso que, pragmáticos, nuestra visita también ha servido para profundizar nuestras relaciones con el hermano pueblo cubano.
Tenemos acuerdos, convenios bilaterales y compromisos pendientes que urge poner en acción, como la producción de medicamentos genéricos y productos fármaco-agropecuarios, el desarrollo de la biotecnología y la aplicación médico-agropecuaria, el protocolo de ejecución para la atención de pacientes ecuatorianos en Cuba, entre otros. Y bueno, yo creo que la Revolución ha cambiado muchas cosas y yo no soy nadie para decirles qué más hay que cambiar, ¿no?, pero probablemente nos faltó vencer cierto protocolo.
Ojalá que en el futuro, más que tomarnos la foto cuando se firmen los acuerdos, nos tomemos la foto cuando se hayan cumplido esos acuerdos en función de nuestros pueblos.
Compañeras y compañeros;
Queridas hermanas y hermanos cubanos, ecuatorianos y de toda la América Latina:
Saludamos la presencia de Cuba en la historia de la humanidad. Saludamos su ejemplo, su soberana firmeza, su incontestable fuerza moral, que está llamada a aunar y afirmar el camino de la unidad de nuestras naciones.
¡Hasta la victoria siempre, compañeros!

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Notas:

1—Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (N. de los E.).

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