Del 21 al 25 de enero del 2005, antes del Forum Mundial Social de Porto Alegre, habrá en la misma ciudad un Foro Mundial de Teología y Liberación. El tema del Foro será “la contribución de las religiones a un posible mundo nuevo”. Participarán unos doscientos teólogos, no solamente cristianos, sino también de otras religiones. Estarán representados todos los continentes. Es interesante conocer la fundamentación expuesta en el documento oficial de convocatoria enviado a los teólogos invitados:
Durante muchos años, millones de personas e instituciones del mundo entero se encuentran entre la nostalgia y la desesperación. Pareciera que el capitalismo neoliberal se impuso como el último agente de la Historia. Incluso se llegó a decir y pensar que sería el fin de la Historia. Sin embargo, en todos los continentes germinan iniciativas, propuestas, luchas sectoriales y regionales, de género, de etnias, de ecología, indígenas, etc., que por estar aisladas no logran entusiasmar a otros agentes sociales.
El FSM tuvo la virtud de ofrecer un espacio amplio, en donde todas esas personas e iniciativas se encontraron, tomaron conciencia de que eran millones y adoptaron una nueva actitud, articulando sus diversas propuestas en una gran red mundial.
El texto habla de “nostalgia”. De hecho, los que estarán presentes en el foro de teología serán ya de una generación que llega al término de su carrera. La liberación de los pobres y oprimidos es objeto de la nostalgia de los viejos combatientes de los años sesenta y setenta. No se manifiestan todavía nuevos liderazgos para orientar el combate en contra del sistema actual. Por eso predomina la sensación de que estamos en la “noche oscura”, como escribe José María Vigil.
El golpe neoliberal ha sido mucho más violento y radical de lo que se podía imaginar. Ha engendrado una nueva cultura en las nuevas generaciones: una cultura en la que se combinan los valores de la clase media de los Estados Unidos con la crítica de la modernidad por la posmodernidad de Europa. Hay una ideología global omnipresente: la ideología del sistema globalizado neoliberal. Ahora bien, no se presenta como ideología, sino como negación de toda ideología. Y la posmodernidad europea es semejante: es la proclamación del fin de las ideologías, pero como ideología del fin de las ideologías.
Todo ello conduce a la asunción de un pensamiento leve, a una imposibilidad de compromiso y un sentimiento de inutilidad de cualquier tentativa de lucha contra un sistema todopoderoso, que se presenta bajo la figura de la ideología de la felicidad divulgada por la televisión en todos los países.
Además, el sistema dispone de medios de propaganda que bombardean a los ciudadanos durante todo el día. La televisión divulga la obligación de ser feliz, la obligación de ser importante, la obligación de vencer. Sólo muestra las posibilidades infinitas que ofrece la sociedad actual. Crea un mundo imaginario artificial que bastaría para neutralizar todas las tentativas de acción.
Las masas, que no logran el acceso a esa felicidad, tienen un sentimiento de culpa: son los fracasados. Pero para los fracasados hay remedio. Hay una teología de la prosperidad predicada por grupos neopentecostales que prometen y realizan milagros: Jesús es la solución a todos los problemas humanos, desde la enfermedad hasta la cesantía o la violencia. Hay, para los que no quieren una solución religiosa, el recurso a las drogas, a la violencia, o sencillamente la playa, los juegos de la televisión…
Todo eso combinado produjo una incapacidad de actuar. Cada cual queda solo y no ve la posibilidad asociarse a otros. Los movimientos sociales han perdido su fuerza. El Estado ha perdido toda capacidad de intervención, porque los que mandan en la sociedad son los bancos, las agencias financieras y los multinacionales que imponen sus privilegios, dejan de pagar impuestos, ganan mucho e inculcan a los medios de comunicación el optimismo obligatorio.
La clase obrera ha perdido toda fuerza. El silencio de tantos millones de estudiantes universitarios es ensordecedor: ¿cómo puede haber tanto silencio?
“Nostalgia y desesperanza”, dice la convocatoria
Es que nos damos cuenta de que las luchas contra las dictaduras militares eran juegos sencillos si contemplamos la situación de dominio mundial en la que estamos ahora. Las fuerzas que dominan hoy son infinitamente superiores. Las multinacionales han logrado paralizar a los trabajadores. Los mismos sindicatos no saben qué hacer, como por ejemplo, en Brasil o en Chile: ¿están con el gobierno o están en la oposición? No lo saben. Es un desconcierto de los liderazgos tradicionales. Lo que le pasa a la teología es lo que les pasa a todos los movimientos sociales.
Los movimientos sociales ya no tienen rumbo, porque no saben cuáles son sus finalidades. Y, por eso, porque las masas se dan cuenta de que sus antiguos líderes ya no saben qué decir ni qué hacer, dejan de luchar. El enemigo deja de ser nacional: está en el mundo entero, aunque sus comandos estén en los Estados Unidos.
Cada día, todos se dan más cuenta de que el enemigo es el sistema completo, que está presente en casi todas las naciones y está creando una concentración de poder que supera todo lo imaginado. Algunas supermultinacionales dominan todo un sector de la economía o de la cultura. No se encuentra la manera de luchar contra las nuevas estructuras. Por ejemplo, hay treintisiete paraísos fiscales. Cientos de miles de empresas tienen su sede oficial en ellos. Ningún Estado tiene poder para interferir. Ahora bien, ahí se acumulan fortunas inmensas, incluso procedentes de la droga, el crimen, el contrabando y la corrupción.
Más de la mitad del comercio mundial se hace entre entidades de la misma multinacional. Es decir, que los precios son ficticios y que los Estados no pueden saber cuál es el comercio real. Y no pueden definir los impuestos de manera justa.
¿Qué pueden hacer los movimientos sociales? Si los Estados Unidos no quieren, nada pueden hacer. Esta es la razón por la que se está asistiendo a una desmovilización generalizada de la sociedad.
Los estados son motores de cualquier transformación social. Pero los estados han perdido su fuerza. Tienen que ceder ante las instancias superiores del poder.
Es necesario elaborar estrategias y tácticas que puedan alcanzar un poder omnipresente en el mundo, que logró controlar todas las articulaciones de la economía y convencer a las élites económicas, persuadidas de que no hay solución.
Una señal: al III Foro Mundial del 2003 asistió Lula, recién instalado en la presidencia de la República en Brasil. ¿Qué fue a explicar? Fue a explicar por qué iba a Davos, al foro mundial de los dueños del mundo. Objetivamente, era un acto de capitulación que ninguna explicación logró justificar. Esta capitulación era una clara señal. En la práctica, los dos años siguientes fueron el resultado de esa capitulación. ¿Qué pueden hacer los movimientos sociales? ¿Qué pueden decir los teólogos?
Ninguna teología es independiente de la situación social y cultural del mundo. Las nuevas generaciones de teólogos no han conocido las luchas de los años sesenta y setenta. Para ellos, todo es abstracto. No puede motivar una teología. La reflexión podrá empezar cuando haya una lucha mundial para la transformación de las relaciones sociales.
En los años setenta nacieron las teologías sectoriales: de las mujeres, los indígenas y los negros.
La teología de las mujeres fue motivada por las luchas feministas, por el reconocimiento de los derechos de la mujer. Esta lucha logró resultados. Logró nuevas leyes de protección de los derechos de la mujer. Sin embargo, con el tiempo se evidenció que no basta cambiar las leyes para cambiar la situación social. La violencia contra las mujeres se practica dentro de las casas, en primer lugar. Las mujeres son víctimas de la violencia de su hombre (marido, novio, etc.). Las leyes no pueden mucho dentro de las casas. Y no es un problema de la pobreza o del subdesarrollo. La violencia existe en todas las clases sociales y en todos los países.
No basta con cambiar las leyes si las relaciones no cambian. La violencia contra las mujeres está ligada a la cuestión de la violencia en general. Si no se cambian todas las actitudes de violencia, las mujeres seguirán siendo las víctimas. Es posible que se pueda luchar contra la violencia como actitud humana básica por medio de un cambio cultural o religioso. Existe una cultura que exalta la violencia masculina y la violencia en general. En la actualidad basta con ver las emisiones de televisión para los niños. Cada día, los niños pueden asistir a cientos de actos violentos: no es posible que los niños no aprendan el culto a la violencia. En muchas culturas, se educa a los niños para que sean violentos, e incluso para la guerra. Eso se podría cambiar, pero exigiría una reforma total en la educación, que diera prioridad a las relaciones humanas y no a la instrucción teórica. También se podría cambiar la religión mediante la introducción de formas de sabiduría oriental como el budismo: es una tarea a largo plazo. Pero la educación actual deja plena libertad a la agresividad de los varones.
Por otro lado, las mujeres todavía están discriminadas en el trabajo. Ganan mucho menos que los varones por el mismo trabajo. No parece que haya cambios importantes. En las iglesias, el progreso del fundamentalismo no favorece la causa de las mujeres. Los movimientos femeninos no parecen tener todavía un impacto fuerte en la sociedad.
Más vigorosos se han mostrado los movimientos indígenas. Han tenido una fuerte presencia política en México, Bolivia, Ecuador, Perú, y aun en Chile y Argentina. Han logrado derrocar al presidente en Ecuador y Bolivia, pero el nuevo presidente los traicionó.1 Los indígenas han sido engañados. La tendencia dominante en los Andes es la afirmación nacional, la exigencia de una autonomía total o parcial. Sin embargo, no se definió claramente el papel del cristianismo. Por un lado, las iglesias defienden las reivindicaciones indígenas, pero todavía falta una teología que se exprese sobre los contenidos de las religiones tradicionales. Todavía falta mucho. No se sabe establecer un diálogo. No se sabe muy bien cuál es el papel de las religiones locales en un proyecto viable de sociedad. Las iglesias, en general, no han tomado las necesidades de los indígenas como prioridad.
Los movimientos negros perseveran, pero todavía no logran una presencia social. Es evidente que el individualismo dominante, la cultura de la satisfacción inmediata y del consumismo perjudican todo lo social. La sociedad ya no estimula de ninguna manera la solidaridad, el compromiso, la acción en conjunto. Toda ideología es considerada sospechosa.
Lo que más se desarrolla son grupos locales, asociaciones culturales locales. No hay un proyecto global: la muerte de las ideologías alcanza a todos. La presencia de los negros en la sociedad todavía no es muy visible. Hay propuestas de obligar a las instituciones económicas o culturales a integrar una proporción mucho mayor de negros en sus cuadros. Pero no ha quedado clara una política de promoción social. Los negros se encuentran siempre entre los más pobres y los más excluidos. No basta promover a algunos negros más inteligentes. Hay un problema de actitud global de la sociedad y de promoción global.
Lo que está progresando es el influjo de la ecología. De cierto modo, los problemas ambientales, la ecología, la paz, han suplantado los problemas sociales en la opinión pública. Cada día los problemas ambientales preocupan más: el problema del agua, la destrucción de las florestas, la desertificación, el aumento de la temperatura, el cambio de clima que provoca cataclismos naturales como huracanes, tifones, inundaciones: todo eso se hace prioritario. Por lo menos, los medios de comunicación le dan cada día más importancia. La ecología se transforma en una forma de sabiduría casi religiosa. Parte de los sentimientos son trasladados hacia la naturaleza, vista con los ojos de los ecologistas. Al mismo tiempo, el favor de la holística contribuye a que la naturaleza se transforme en objeto de culto.
Los problemas ecológicos son gravísimos y urgentes. Sin embargo, la ecología no soluciona la cuestión social, no ofrece respuesta a la dominación de una pequeña minoría que saca todas las ventajas del desarrollo técnico y deja a las grandes masas sumidas en la exclusión. De esa forma, los retos de una transformación social parecen postergados sin fecha. Todo indica que los problemas ecológicos sólo pueden aumentar y, de esa forma, postergar para siempre la cuestión de la exclusión de las masas.
En materia de ecología poco se puede hacer, porque los Estados Unidos niegan los problemas y no quieren cambiar nada en su modo de proceder. Puesto que ellos están en la raíz de los mayores problemas, si no quieren cambiar, no se puede hacer nada que sea de hecho eficaz.
Otro problema que ocupa la atención es el terrorismo. Aquí la discusión viene de los Estados Unidos. Los norteamericanos han hecho una propaganda terrorista en su país y han creado un estado de permanente pánico. Es un terrorismo de los medios de comunicación que mantiene a la población en estado de duda constante: se ha logrado que todos vivan atemorizados ante supuestas amenazas terroristas. Quieren que el mundo entero sea víctima de la misma neurosis de la lucha contra el terrorismo. En realidad, son ellos mismos quienes provocan el terrorismo con su lucha de décadas contra el mundo islámico, desde Palestina hasta Iraq. Es un terrorismo que provoca otro terrorismo.
Al querer que todos los pueblos vivan la misma neurosis del terrorismo, quieren ocultar los problemas sociales, y sobre todo la relación de dependencia entre ellos y todo el Tercer Mundo. El tema del terrorismo invade todos los medios de comunicación del mundo y está destinado a crear la misma angustia del terrorismo que lograron crear en los Estados Unidos.
El otro problema es el de la paz mundial. La paz está siempre amenazada, y esta amenaza también desvía la atención social. La paz mundial se transforma en primera prioridad. Es evidente que la paz mundial es un reto de primera importancia. Sin embargo, para la América Latina, la paz entre naciones no es la primera prioridad. No hay amenaza de guerra en la América Latina. Aquí el problema de la paz mundial sirve también para ocultar el problema de la liberación social.
Otro drama que preocupa: las drogas. El tráfico y el consumo de drogas domina a una gran proporción de la juventud y crean un clima de miedo. En las grandes ciudades, la policía no se arriesga a entrar en determinados barrios sin armas pesadas y en gran número.
Finalmente, existe el factor religioso: la religión es lo más importante y el centro de la cultura popular. Hoy día, y cada vez más, las masas populares se adhieren a las iglesias pentecostales o neopentecostales. Estas no comunican ninguna preocupación social. Predican una salvación individual. Los pobres encuentran en ellas un lugar de acogida, un lugar de expresión de sus dolores, sus penas, sus esperanzas. En primer lugar, vienen a pedir salud.
Ahora bien, la Teología de la Liberación siempre entendió que su papel era expresar las esperanzas revolucionarias del pueblo cristiano. Su papel era también el de despertar la conciencia cristiana del pueblo, mostrando sus fermentos de liberación social.
Sucede que los hijos de ese pueblo cristiano se convirtieron a las religiones pentecostales o neopentecostales, por diversas razones. Las motivaciones personales y conscientes pueden ser diversas, pero en la base está el hecho de la exclusión social. La cesantía aumentó, se desarrolló una economía paralela. Las masas populares, en gran parte, quedaron fuera de la sociedad organizada, aisladas, sin formar asociaciones. En las iglesias pentecostales están ya en el mundo futuro, no participan de este mundo que los ha excluido. No son el equivalente de la clase obrera o campesina de otros tiempos. A partir de ellos no se puede esperar ningún movimiento social. Entonces, la Teología de la Liberación carece de base popular. Por lo menos, su base se ha hecho muy estrecha y ya no basta para organizar en este momento un movimiento global.
El adversario es, evidentemente, el sistema global. El problema es que este sistema no tiene cabeza. Son algunos miles de cabezas que luchan entre sí, pero que están de acuerdo sobre las reglas del juego: su prioridad es defender el sistema. El sistema controla prácticamente todos los flujos financieros, la mayor parte de la producción industrial, casi todo el sistema de producción cultural y el comercio mundial. Los estados han perdido casi todo su poder, dado que en los mismos Estados Unidos el sistema político depende del sistema económico y tiene por misión la expansión de este último.
Claro está que ese sistema no es invulnerable. El liderazgo mundial de los Estados Unidos no es eterno. Pero en la actualidad todavía no estamos viendo lo que va a suceder. Son millones las personas que quieren luchar contra ese sistema, pero no se sabe cómo articular fuerzas sociales a partir de esos millones. Podemos presumir que un día las cosas quedarán claras. Por el momento, estamos a la espera, mirando hacia el cielo para ver si aparece una estrella nueva.
Los foros sociales mundiales constituyen una buena muestra de la situación actual. Hay una gran diversidad de movimientos y asociaciones, pero no hay acción común, porque no se sabe dónde actuar ni qué hacer.
Una cosa está clara: nadie puede ceder ante el sistema, nadie puede arrodillarse ante el ídolo que gobierna nuestro mundo. Seremos las expresiones de la negación, de los que dicen “no” al sistema en el que estamos. Si no se trasmite la bandera de la negación, no habrá nadie para levantar la bandera el día que vendrá, cuando las circunstancias hayan cambiado. Es lo que hace el Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI) de San José de Costa Rica: allá está el centro de la denuncia del sistema que nos domina.
El gran reto será juntar todas las fuerzas de oposición en un frente común. La fuerza principal estará en medio de los universitarios, que son los únicos en la actualidad que pueden conocer el conjunto del problema. Se necesita una alianza entre las fuerzas de oposición del Primer y el Tercer Mundos.
El problema teológico nuevo es el sentido de la autoridad política. Estamos en una sociedad que sigue las leyes de un nuevo feudalismo. Los grandes de la economía mandan y no se someten a ninguna autoridad. Hicieron de los gobiernos sus subordinados. El régimen llamado democrático crea un Estado débil. El neoliberalismo globalizado debilita el Estado hasta el punto de anular su capacidad de acción. Los grandes de la economía manipulan el sistema llamado democrático. El mejor ejemplo en la actualidad es el Brasil. Por tanto, el reto es rehacer una autoridad política en los planos mundial, regional y nacional. Se necesita una autoridad suficiente para imponer su voluntad a los grandes señores feudales. Los duques, condes y barones de hoy son las multinacionales, los grandes bancos y las consultorías financieras. Para vencer el feudalismo se necesita una autoridad fuerte. Las filosofías dominantes de hoy en el mundo occidental exaltan la crítica al poder. Sin embargo, se necesita hacer una distinción básica.
Por un lado, el poder del Estado casi ha desaparecido y hay que reconstruirlo. Por otro, el poder real está en manos de las fuerzas económicas, que ejercen una dictadura colectiva. Ese poder tiene que ser vencido y subordinado a la autoridad política. Lo que necesitamos es una resurrección de la autoridad política.
Sin autoridad política, los fuertes seguirán reservando para sí mismos las nuevas riquezas engendradas por las nuevas técnicas y se apartarán cada vez más de la masa de los marginados. La desigualdad que todos denuncian seguirá creciendo.
La libertad de comercio sólo vale cuando comprador y vendedor tienen igual peso. De lo contrario, el vendedor impone sus precios. Los más fuertes eliminan a los más débiles. Hoy día, el proceso hace que el número de empresas poderosas esté disminuyendo y se produce una conquista de las más débiles por las más fuertes. Una vez concentrado, el poder económico puede imponerse al Estado y manipular la opinión pública.
Tenemos la esperanza de que reuniones como el Foro Social Mundial de Porto Alegre preparen las futuras organizaciones mundiales que podrán orientar una lucha mundial.
Mientras tanto, en muchas regiones, podemos buscar realizaciones locales, parciales, a veces minúsculas de vida comunitaria en que se eduquen las mentalidades con vistas a una sociedad solidaria del futuro.
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Notas
1—Se refiere, por supuesto, al general Luis García Meza, quien se vio obligado a renunciar ante el auge de las luchas populares.