a mañana del 9 de abril de 1812, una multitud de espectadores se reunió cerca de la fortaleza de La Punta, que aún en nuestros días guarda la entrada de la bahía de La Habana. Hombres, mujeres y niños aguardaban por la ejecución pública de los conspiradores que habían intentado derribar el colonialismo español y eliminar la esclavitud en Cuba. Según el capitán general de la isla, el público respondió a la ejecución de los líderes con aplausos, dado que deseaba la rápida represión del movimiento y que se dejara sentado un ejemplo para otros.1 En la horca junto a José Antonio Aponte, el líder de la rebelión, estaba un negro libre llamado Juan Barbier. Tras infligirle una dolorosa muerte por ahorcamiento, el verdugo le cortó la cabeza. Después, las autoridades coloniales colocaron la cabeza de Barbier en una jaula de acero y la colocaron en lo alto de un poste a la entrada de la finca Peñas Altas, en las afueras de La Habana, donde había estallado la revuelta el 16 de marzo de 1812.2 Si bien los representantes de la justicia ejecutaron a Barbier con rapidez, seguridad en sí mismos y autoridad, en privado revelaron su preocupación al tratar de caracterizar a Barbier y el papel que había desempeñado en la rebelión. Como los millones que compartían con él el trágico destino de formar parte de la mayor migración humana forzada de la historia, Juan Barbier cruzó el océano Atlántico como esclavo, sin duda con un nombre diferente. Tras su llegada a las Américas, a diferencia de la inmensa mayoría que murió trabajando en las plantaciones, logró alcanzar su libertad. Los funcionarios judiciales no pudieron determinar cómo y cuándo lo había hecho. No obstante, sí apuntaron que había vivido en Charleston, Carolina del Sur, y llegaron a la conclusión de que antes de trasladarse a Cuba había pasado un tiempo considerable en la antigua colonia francesa de Saint Domingue, donde había aprendido a leer, escribir y hablar en francés.3 Su relación con la excolonia francesa recientemente convertida en la república independiente de Haití por una revolución de esclavos aterrorizó a las autoridades y las hizo continuar sus investigaciones.
Varios esclavos y personas de color libres interrogados por su participación en la rebelión habían señalado a Barbier como uno de sus líderes. Clemente Chacón, un negro libre de La Habana, declaró que Barbier era un almirante que había servido en Haití y enseñado papeles escritos en francés.4 Tiburcio Peñalver, esclavo de una plantación de las afueras de la Habana, contó una historia similar. Declaró que Barbier había dicho que era un general y leído unos papeles que declaraban que, por orden de su rey, había venido para darles la libertad a los negros.5 Otro esclavo de la misma plantación les dijo a las autoridades que en el curso de una reunión en que discutían la rebelión, Barbier había mostrado unos papeles franceses, los había leído en su idioma y había dicho que los explicaría después.6 José Joaquín Machado, un esclavo de la etnia maca, de la región de la Baja Guinea, se encontró a Barbier en el camino que conducía de La Habana a las fincas de las afueras de la ciudad. Barbier le dijo a José que estuviera preparado porque dos generales de Haití habían venido a Cuba para ayudar en la rebelión.7 Varios de los arrestados recordaban haber visto a Barbier con una “casaca azul” montado a caballo y saludando a los esclavos con un “camarada, ¿cómo va?”8 La imagen asumida por Barbier de personaje militar que hablaba y leía francés era considerada por los esclavos y los libres de color en Cuba como una pieza trascendental en los preparativos para la rebelión. Al continuar sus investigaciones, las autoridades descubrieron que muchos esclavos identificaban a Juan Barbier y a otros de los rebeldes apresados como “franceses”. Ese era el caso del negro libre Juan Tamayo, de Bayamo, conocido por el sobrenombre de “el Francés”.9
Juan Barbier era un símbolo de los cambios radicales producidos en el Mundo Atlántico durante las primeras décadas del siglo XIX. La atención que le prestaban a Juan Barbier los esclavos, los libres de color y los funcionarios que reprimieron el movimiento, ilustra las imágenes contradictorias de fascinación y miedo que suscitaba Haití en sectores diferentes de la sociedad cubana.10 Los esclavos y las personas de color libres relacionadas con el comercio marítimo habían viajado por todo el Caribe y atravesado el Atlántico desde el siglo XVI.11 Pero hacia fines del siglo XVIII y principios del XIX, las mismas corrientes que habían hecho avanzar a los barcos durante varios siglos comenzaron a transportar una carga revolucionaria integrada por ideas, literatura y personas que los funcionarios cubanos temían que infectara a una sociedad basada en el trabajo esclavo.12 Las revoluciones norteamericana, francesa y de la América hispana impugnaban directa e indirectamente la legitimidad de la esclavitud al cuestionar los derechos de la autoridad monárquica y el colonialismo. Pero ningún acontecimiento político de la historia moderna puso en evidencia de manera tan dramática la contradicción entre la esclavitud y el derecho político a la libertad individual como la Revolución haitiana.
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Aislar la esclavitud cubana del cambiante
mundo atlántico
El intento de reformar la esclavitud a fin de prolongar esa institución exigía aislar a Cuba de las corrientes transformadoras que circulaban en el mundo atlántico. Cuando empezaron a diseminarse por el Caribe los movimientos insurreccionales en la década de 1790, el capitán general de Cuba emitió un decreto que prohibía mantener correspondencia con extranjeros, especialmente en lo relativo a los disturbios del momento.13 Los intentos de las autoridades coloniales para eliminar toda información sobre la insurrección y los rebeldes revelaban cuán frágil consideraban que era el control que ejercían sobre la sociedad. Los rumores, las historias, los comentarios sobre la revolución podían ser catalizadores de la rebelión. Los intentos por eliminar la información sólo lograron que las historias de una invasión por fuerzas externas llegaran a niveles de paranoia. En 1808, el cabildo de la ciudad de Puerto Príncipe, que carece de puerto, instauró el estado de emergencia ante los rumores de que se aproximaba a la cuidad una fuerza invasora de veinte mil hombres procedentes de Inglaterra.14 La insurrección de esclavos del Caribe francés constituía para las elites cubanas un espectro más aterrador que una invasión inglesa. La defensa más obvia contra la posibilidad de que los esclavos emularan el ejemplo de la Revolución haitiana consistía en impedir la transmisión de las noticias acerca de la exitosa revuelta. Los dueños de esclavos de las Américas no tenían “otro remedio que estar en guardia contra los problemas que nos amenazan”, expresó un funcionario colonial británico tras el inicio de la revuelta de Saint Domingue.15 El 15 de enero de 1796, el Capitán General Luis de las Casas reiteró la vigencia de un decreto aplicable a todas las colonias españolas en las Américas que prohibía la entrada de esclavos a puertos de la isla que no fueran bozales traídos de la costa de Africa. Además, las Casas insistía en que todos los esclavos de las colonias francesas importados después del mes de agosto de 1790 debían ser deportados de la isla en un plazo de tres meses.16 Tras el estallido de revueltas de esclavos en el Caribe británico, España extendió la orden de expulsión a los esclavos importados de las islas inglesas después de 1794.17 El naturalista y viajero alemán Alexander von Humboldt, que pasó varios períodos en Cuba entre 1800 y 1804 rememoraba que “la intranquilidad en Santo Domingo en 1790 y en Jamaica en 1794 produjo tal alarma entre los dueños de esclavos” que discutían con toda seriedad “qué medidas adoptar para mantener la calma”.18 El capitán general de Cuba informaba en 1800 que el incremento de la vigilancia a la introducción de esclavos franceses de contrabando ya había dado por resultado la aprehensión de varios individuos y un número de sentencias de prisión.19 A pesar del incremento de las medidas de seguridad tendientes a aislar a Cuba, muchos tratantes de esclavos violaban las restricciones y optaban por pagar las multas. La introducción clandestina de esclavos no autorizados de las vecinas islas del Caribe se generalizó tanto que los funcionarios cubanos establecieron una serie de multas que se incrementaban al repetirse la violación.20 El Capitán General Someruelos opinaba con optimismo que con esas medidas se podría evitar “el contagio” de la insurrección que circulaba por el Caribe en la década de 1790.21
Pero los esclavos no eran los únicos que llevaban información a Cuba sobre la Revolución haitiana. La insurrección de esclavos hizo que un número importante de refugiados viajara a varios puertos del Caribe y de la costa atlántica, donde contaban y recontaban historias de la Revolución de Haití. 22 En las décadas de 1790 y 1800, millares de emigrados franceses que huían de la insurrección llegaron a Cuba y se asentaron fundamentalmente en Oriente.23 Para la población blanca de Cuba, la llegada de miles de emigrados franceses en esas décadas constituía un ominoso recordatorio de los peligros potenciales de depender del trabajo esclavo.24 Los esclavistas cubanos expresaron su compasión por los emigrados y prometieron “llorar perpetuamente” por la revolución ocurrida en la isla cercana.25 La empatía de las elites cubanas les permitió a los colonialistas franceses llevar a sus esclavos a Cuba y comprar tierras para trasplantar sus plantaciones de azúcar a la isla.26 En 1804, cuando los franceses finalmente admitieron su derrota y Haití y los haitianos declararon la independencia, las historias sobre las privaciones sufridas por los refugiados blancos viajaron por todo el Caribe. María Nugent, que residía en Jamaica, escribió en su diario que había escuchado decir a personas que habían estado en Cuba “cosas terribles sobre los sufrimientos de los pobres habitantes de St. Domingo”.27 En 1804, el Capitán General Someruelos informaba que más de dieciocho mil emigrados franceses residían en Cuba, concentrados sobre todo en la ciudad de Santiago.28
Los refugiados franceses se adaptaron rápidamente a su nuevo entorno cubano y mostraron poco interés por regresar cuando funcionarios británicos intentaron reclutar soldados para reconquistar la isla en 1795.29 Cuba siguió aceptando a muchos de los exiliados de la Revolución haitiana hasta 1808, cuando Napoleón invadió España. Poco después, el sentimiento antifrancés se extendió por la isla, y trajo por resultado la expulsión de miles de hombres, mujeres y niños franceses, y su reasentamiento en sitios como Jamaica, Charleston, Nueva York y Filadelfia. El mayor éxodo de emigrados franceses procedentes de Cuba fue el que llegó a Nueva Orleáns, que recibió a nueve mil de ellos, lo que duplicó la población de esa ciudad en 1808-1809.30 Aunque breve, la presencia de los emigrados franceses en Cuba sirvió para hacer circular y trasmitir de boca en boca noticias e historias de la Revolución haitiana que los esclavos y las personas de color libres podían moldear para que hablaran de sus propios intereses.
Si la presencia cotidiana de refugiados franceses y sus esclavos provocó intranquilidad entre los hacendados cubanos, las peticiones de armas y municiones de los líderes militares de la Revolución haitiana causaron graves preocupaciones. Los militares franceses que combatían la insurrección de esclavos de Saint Domingue a menudo buscaban refugio y suministros en las cercanas bahías de Cuba.31 Sin embargo, más alarmante para las autoridades cubanas fue una carta enviada al Capitán General Someruelos por Miguel de Arambarri, un subalterno de Toussaint de Louverture, en la cual le pedía “veinte mil rifles… para armar voluntarios” a fin de combatir a los británicos. A cambio, Louverture se ofrecía a ayudar a España a reconquistar Jamaica. El “agente especial” afirmaba que “el general Toussaint y yo tenemos bajo nuestro mando tropas acostumbradas a vencer todos los obstáculos… de la guerra”. Ambarri instaba a Someruelos a actuar de inmediato, insistiendo en que “no es necesario esperar por las órdenes del Rey de España cuando se presenta tan hermosa ocasión de golpear al enemigo de la humanidad”.32 Como leal servidor de la Corona española, Someruelos respondió que no autorizaría ninguna expedición sin la anuencia del rey.33 Los líderes de Haití también procuraron ayuda cubana para llevar adelante las luchas intestinas de la Revolución que enfrentaban a André Rigaud y Louverture. Rigaud le pidió armas y dinero a Someruelos para combatir a su archienemigo.34 Las peticiones de Louverture y Rigaud ilustraban de manera dramática cuán radicalmente habían cambiado los mundos caribeño y atlántico durante la era de la Revolución haitiana. Un excochero esclavo y un orfebre mulato aprovechaban las diferencias entre las potencias europeas que operaban en el Caribe para sus propios fines políticos.35
Los intentos de los esclavistas cubanos por impedir el contagio de la revuelta aislando a la isla de las noticias, las ideas y los rebeldes de la Era de las Revoluciones contradecían más de tres siglos de historia caribeña. De hecho, las potencias coloniales del Nuevo Mundo tenían una larga historia de venta de esclavos rebeldes al Caribe, como ocurrió después de la conspiración de Nueva York en 1741 y de la de Denmark Vesey en Charleston.36 Aunque la filosofía económica mercantilista tendía a fortalecer los lazos entre la colonia y la corona, la región del Caribe demostró ser bastante resistente a esa política, dado que los españoles, los británicos, los franceses y los holandeses ocupaban islas muy próximas entre sí. De hecho, la trata fue la gran fuerza unificadora del Caribe y una precursora temprana de las modernas empresas transnacionales. Muy raras veces un barco negrero tocaba en un solo puerto o comerciaba con una sola nación. Por ejemplo, cuando los británicos ocuparon La Habana e investigaron la política fiscal española, descubrieron que el comercio de contrabando de esclavos en el que participaban varias naciones europeas y colonias no sólo había sido tácitamente admitido, sino organizado sobre la base de un impuesto igual al que pagaban los esclavos legalmente importados, a los cuales no se les imponía multa.
Los esclavistas cubanos nunca tuvieron que enfrentar de manera directa la contradicción de tratar de aislar a una isla organizada para una agricultura de plantación destinada a la exportación, dependiente del trabajo esclavo importado y conectada con el comercio atlántico. El cubano Francisco Arango y Parreño compartía la convicción de los fisiócratas franceses de que las ganancias obtenidas de los productos agrícolas y no los metales preciosos de las colonias americanas eran las que enriquecían a las metrópolis.37 La agricultura cubana no aislaba a la isla, sino que, por el contrario, la conectaba con el mundo atlántico a través de la importación de mano de obra esclava y la exportación de productos agrícolas.
La señal más obvia de la interdependencia entre las principales potencias europeas que operaban en el Caribe se hizo evidente con el estallido de rebeliones en islas cercanas. A menudo, las fuerzas coloniales de una nación no contaban con suficientes armas, personal o recursos para sofocar un levantamiento.38 La Revolución haitiana fue el ejemplo más dramático. En un esfuerzo fallido por detener la rebelión antes de que se expandiera por toda la región, los ejércitos británico, francés y español combatieron contra los esclavos y convirtieron a La Española en un cementerio atlántico. El Capitán General Someruelos le dio refugio al General francés Ferrand cuando este le pidió ayuda en nombre de su Majestad Católica y su lucha común para “derrotar las revueltas de esclavos”.39 Arango le ofreció ayuda al General francés Rochambeau para poner en práctica su plan de reinstaurar la esclavitud en Saint Domingue.40 Los británicos y los españoles intercambiaban regularmente información sobre el alarmante crecimiento de la armada haitiana, que percibían como parte de un plan para invadir a las islas vecinas y dificultar el comercio.41
A pesar de sus eternas diferencias políticas, las potencias europeas presentes en el Caribe se mantuvieron unidas, ayudándose entre sí para derrotar las rebeliones de esclavos, como efectiva estrategia de autopreservación.
Como parte de esa colaboración, ese comercio y esa simpatía, Cuba desarrolló su propia especialidad que pronto le ganó fama en las regiones plantacionistas de América. Alexander von Humboldt comentó que “esta cacería humana le ha dado una triste fama en Haití y Jamaica a los perros de la isla de Cuba”.42 Llevados por su reputación y efectividad, los rancheadores de todo el Caribe viajaban regularmente a Cuba a fin de comprar perros para perseguir a los cimarrones y terminar con las insurrecciones. Los perros cubanos se hicieron famosos por la feroz ayuda que les proporcionaron a los británicos durante la Segunda Guerra de los Cimarrones librada en Jamaica en 1795.43 Los funcionarios británicos de Jamaica le agradecieron al Capitán General de Cuba, Luis de las Casas, su “suma cortesía y cordialidad” al facilitarles cien perros, con lo que “los negros de toda la isla quedaron horrorizados al saber de esa medida”. Los perros demostraron tanta eficiencia que el conde de Balcarres sugirió echárselos a los “bandidos de St. Domingo para que hagan los mismo allí”.44 Los franceses emplearon perros cubanos durante la Revolución haitiana, y según algunas fuentes, construyeron un coliseo romano en miniatura donde los soldados disfrutaban del espectáculo de los animales famélicos que devoraban carne humana negra.45 Más de cincuenta años después, durante la guerra civil norteamericana, los perros cubanos sirvieron a la Confederación para perseguir a los esclavos que huían de las plantaciones del Sur a medida que se aproximaban los combates.46
Las potencias atlánticas auxiliaban a las colonias vecinas cuando estallaba una insurrección, porque ello constituía una oportunidad para obtener ganancias financieras y también una medida de seguridad para impedir que la rebelión se extendiera a todo el Caribe. No obstante, la posibilidad de prestar armas, recursos y personal para reprimir una insurrección dependía de la estabilidad interna. Por ejemplo, la Guerra de los Cimarrones de 1795 ayudó indirectamente al triunfo de la Revolución haitiana al impedir que las tropas británicas destinadas a Santo Domingo salieran de Jamaica. La Asamblea jamaicana reconoció la asistencia brindada por las tropas británicas “al mantener en la isla una parte considerable de las fuerzas destinadas a Santo Domingo en ocasión de la Insurrección de los Cimarrones”. Esa expresión de gratitud era en realidad un suspiro de alivio por no haber compartido la suerte de sus colegas franceses. Los esclavistas cubanos trataron de calmar sus preocupaciones acerca del contagio de una revolución que se extendía por el Caribe afirmando que habían aislado a la isla de las rebeliones circundantes. No obstante, habían aprendido una lección. Si estallaba una rebelión, los plantadores cubanos podrían necesitar ayuda para aplastarla.47
La nueva política de aislamiento también exigía ponerle fin a una larga tradición consistente en darles la libertad a los esclavos que llegaban a Cuba y aseguraban profesar la fe católica. Los esclavos que huían de países protestantes a países católicos eran beneficiarios de una imprevista consecuencia de la Reforma religiosa europea. Desde el siglo XVII, y especialmente después del establecimiento de colonias británicas estables en el Nuevo Mundo, el rey de España decretó que se debía poner en libertad a todos los esclavos negros que huían de las colonias inglesas y holandesas a sus dominios para abrazar la fe católica.48 Allí donde existían poblaciones esclavas muy próximas de protestantes y católicos, la posibilidad de huida para conquistar la libertad representaba un problema, que en algunos casos incluso condujo al estallido de revueltas. Parte de la motivación de la Revuelta Stono de 1739 en Carolina del Sur fue el hecho de que los esclavos angolanos que participaron en la rebelión eran católicos, y seguramente planeaban buscar refugio en la Florida española.49 Cuando Gran Bretaña devolvió la Florida a control español después de la Revolución norteamericana y la población esclava se incrementó en Georgia, hubo numerosos cruces de frontera de esclavos que huían, lo que hizo que el Consejo de Indias considerara la posibilidad de cambiar la política vigente.50 No sólo las diferencias políticas entre las potencias europeas constituían oportunidades para lograr la libertad en tiempos de guerra ayudando a uno u otro de los contendientes; lo mismo ocurría con las diferencias religiosas entre católicos y protestantes.
Si bien a los esclavos les resultaba más fácil cruzar por tierra de un territorio protestante a otro católico, no eran pocos los que hacían la travesía en bote de Jamaica a Cuba. En 1750, tres esclavos de Jamaica llegaron a Santiago y el gobernador inmediatamente les concedió la libertad. Durante la década de 1780, el número de esclavos que buscaba refugio en Cuba aumentó notablemente. La Asamblea de Jamaica envió tropas a Cuba para reclamar “las partidas de negros que han huido de modo similar del norte de la isla”. Los amos jamaicanos confiaban en poner fin así a lo que describían como “un aliento claro y público a los esclavos de esta isla para que abandonen el servicio de sus amos, [causando así] la ruina de muchos individuos laboriosos”.51 Es probable que los esclavos de Jamaica hayan tenido noticias de esta política a través de personas vinculadas con el comercio marítimo que viajaban regularmente por el Caribe. Por ejemplo, en 1789, seis esclavos salieron de Jamaica hacia Cuba en una canoa. Juan Baptista Hipólito declaró que había convencido a los demás de irse con él a Cuba después de enterarse de la política española cuando vivía como un hombre libre en la colonia de Saint Domingue. Durante un viaje a la colonia holandesa de Curazao, un tratante de esclavos británico capturó a Juan Baptista y lo vendió en Jamaica. Probablemente haciendo uso de su conocimiento de las rutas marítimas y comerciales del Caribe, así como de su capacidad para hablar francés, inglés y español, Juan Baptista logró huir de Jamaica a Cuba acompañado por otros cinco esclavos.52
En 1789, Alfred Clarke trató de convencer al Capitán General de Cuba, José de Ezpeleta, de que esa política “puede resultar peligrosa para las propiedades de los habitantes de ambas islas, si los esclavos de una reciben abrigo y permanecen en la otra”.53 A pesar de los argumentos de Clarke, Ezpeleta respondió que los esclavos escapados de Jamaica no podían ser devueltos ya que se les había concedido libertad absoluta para recibir instrucción católica, que era su objetivo al venir a la isla.54 Para los funcionarios coloniales españoles un goteo de esclavos procedentes de Jamaica no representaba una amenaza para la seguridad de la isla y era fuente de una suerte de orgullo entre los católicos, dada la determinación de los esclavos de abandonar a sus amos protestantes. Además, la presencia de lo que los cubanos describían como “negros ingleses” no hacía más que servir de complemento a los múltiples lazos que vinculaban la parte oriental de la isla con el Caribe británico.55 En varias plantaciones había un gran número de esclavos jamaiquinos, lo que exigía la contratación de mayorales de habla inglesa para dirigir a los trabajadores, que sabían poco español.56 Oculta detrás de unos patrones migratorios aparentemente inofensivos había una complicada red de rutas de viaje y comunicación que indicaba hasta qué punto el Caribe se había convertido en una región integrada, y cómo el conocimiento acerca de los cambios ocurridos en una región influía sobre la vida de los esclavos en otra.57 Tras el estallido de revueltas de esclavos en el Caribe en la década de 1790 y la imposición de nuevas restricciones a la importación de esclavos, los funcionarios españoles comenzaron de repente a cooperar con los británicos devolviendo a Jamaica los esclavos fugitivos. En 1795, las autoridades cubanas de la ciudad de Bayamo arrestaron a “un negro sospechoso de Jamaica” y lo deportaron rápidamente.58 Los cubanos dejaron de alabar a los esclavos de Jamaica por abrazar la fe católica. Comenzaron a describirlos como “legítima propiedad de la Isla de Jamaica” y a devolverlos de inmediato a la colonia británica.59 La solicitud del Vicealmirante británico Mosley de que se devolviera a los esclavos que “han huido a la isla de Cuba o han sido raptados por traficantes ilegales”, de pronto fue respondida con una suma cooperación.60 Los funcionarios españoles devolvieron prontamente a Jamaica a tres fugitivos llamados Bavo, Sipion y Santiago y empezaron a patrullar las aguas cubanas para capturar a los esclavos que viajaban de isla en isla.61 Ese cambio de actitud también puede haber sido un reflejo de la política metropolitana. España y Gran Bretaña habían estado en guerra de 1796 a 1802, y de 1804 a 1808. Pero una vez que se aliaron contra Napoleón, los dos países parecen haberse inclinado a cooperar en la captura de esclavos fugitivos.62
La rebelión de Aponte en 1812 resultó una conmoción para las elites que calmaban sus temores de que se produjera un cambio radical aferrándose a la creencia de que podían aislar a Cuba del contagio revolucionario que circulaba en el mundo atlántico. Del mismo modo que el arresto, el interrogatorio y la ejecución del negro libre Juan Barbier con que comienza este capítulo da una idea de la influencia de la Revolución haitiana en ese movimiento, la presencia de numerosos “esclavos ingleses” en la rebelión de Aponte revela que es muy posible que los acontecimientos del Caribe inglés también estuvieran detrás de las acciones de los rebeldes. Muchos de los participantes de la rebelión de Bayamo declararon durante los interrogatorios que en los días previos al estallido habían participado en reuniones donde se hablaba inglés.63 Los funcionarios judiciales consideraron prueba suficiente para enviar a la cárcel al negro libre Antonio Tamayo y al esclavo congo Juan Farriol el hecho de que ambos hablaban inglés.64 Félix Corral le informó al Capitán General Someruelos que muchos de los rebeldes eran ingleses de nación y otros dominaban el idioma inglés.65 La influencia de los eventos ocurridos en el Caribe francés e inglés sobre la rebelión de Aponte en 1812 indica el conocimiento detallado que tenían los esclavos y las personas de color libres sobre las luchas de liberación que se desarrollaban en otros puntos del mundo atlántico. Al planificar su rebelión en Cuba, los líderes se inspiraron en la Era de las Revoluciones y vincularon sus acciones a movimientos que se desarrollaban en otros sitios.
La esclavitud cubana se expandió en un momento precario de la historia mundial de la esclavitud.66 La Era de las Revoluciones, que inspiró cambios políticos radicales en Europa y las guerras de independencia en las Américas, fue el principio del fin de la esclavitud atlántica en el Nuevo Mundo. Los esclavistas cubanos no eran ajenos a las tendencias globales en el terreno de la esclavitud y trataron de aislar a la isla de las ideas radicales que atravesaban el Atlántico en todos los sentidos como estrategia de autopreservación. Los esclavos y los libres de color, por su parte, no ignoraban las grandes transformaciones que se operaban fuera de Cuba y la posibilidad de que allí también se produjeran cambios radicales. La rebelión de Aponte en 1812 confirmó los temores que experimentaban los amos de esas influencias externas y el fracaso de sus intentos de aislamiento, e ilustró la necesidad, según el Cabildo de Puerto Príncipe en 1812, de protegerse de los enemigos internos.67
Notas:
1—Juan Ruiz de Apodaca a Ignacio de la Pezuela, 19 de julio de 1812, La Habana, Archivo General de Indias (AGI), Audiencia de Santo Domingo (SD), leg. 1284, no. 21.
2—Diario de la Habana, 10 de abril de 1812.
3—“Primero Incidente de los autos sobre la averiguación de los cómplices en la conspiración de los negros y comprende todo lo obrado para inquirir si los negros que estaban depositados en Casa Blanca estaban comprendidos en aquella”, 24 de marzo de 1812, Archivo Nacional de Cuba (ANC), Asuntos Políticos (AP), leg. 12, no. 16, fols. 9-13; “Autos sobre el incendio de Peñas-Altas y conspiración de José Antonio Aponte”, 23 de mayo de 1812, ANC-AP, leg.13, no. 1, fols. 116-183. Stephan Palmié consultó sólo fuentes primarias impresas, lo que lo llevó a no mencionar el paso de Barbier por Saint Domingue. Además, su interpretación revisionista lo lleva a minimizar las intenciones revolucionarias del movimiento y su relación directa con Saint Domingue o posible inspiración en los hechos de esa isla. Por razones que no resultan claras, Palmié escribe incorrectamente el nombre de Juan Barbier como “Juán Barbier” a lo largo de todo su libro, lo que no refleja la ortografía particular de las fuentes primarias, las fuentes secundarias o el español de principios de siglo XIX. Stephan Palmié: Wizards and Scientists: Explorations in Afro-Cuban Modernity and Tradition, Duke University Press, Durham, 2002, p. 132.
4—ANC-AP, leg. 12, no. 16, fol. 18.
5—ANC-AP, leg. 13, no. 1, fol. 190.
6—ANC-AP, leg. 13, no. 1, fol. 178.
7—ANC-AP, leg. 12, no. 26, fol. 45.
8—“5ª pieza contra los morenos Cristóbal de Sola, Pablo José Valdés y otros sobre sublevación”, 9 de marzo de 1812, ANC-AP, leg. 12, no.13, fols. 30, 33v; ANC-AP, leg.13, no. 1, fol. 105.
9—“Autos criminales obrados en razón de la insurrección que contra los blancos tenían proyectada en bayamo los negros vosales”, 8 de febrero de 1812, ANC-AP, leg. 12, no. 9, fol. 115v.
10—Ada Ferrer: “Noticias de Haití en Cuba”, Revista de Indias 63, no. 229, 2003, pp. 675-694 [la versión cubana se publicó en Caminos, no. 31-32, 2004, pp. 48-59. N. de los E.]; Matt D. Childs: “‘A Black French General Arrived to Conquer the Island’: Images of The Haitian Revolution in Cuba’s 1812 Aponte Rebellion”, en David Geggus (ed.): The Impact of The Haitian Revolution in the Atlantic World, University of South Carolina Press, Columbia, pp. 135-156.
11—Ira Berlin: Many Thousands Gone: The First Two Century of Slavery in North America, Harvard University Press, Cambridge, 1998, pp. 17-28. Jeffrey W. Bolster: Black Jacks: African American Seamen in The Age of Sail, Harvard University Press, Cambridge, 1997, pp. 7-43. Paul Gilroy: The Black Atlantic: Modernity and Double Consciousness, Harvard University Press, Cambridge, 1993, pp. 12-13; John K. Thornton: Africa and Africans in The Making of The Atlantic World, 1400-1800, segunda edición, Cambridge University Press, Cambridge, 1998, pp. 13-21, 33-36.
12—Julius S. Scott: “Crisscrossing Empires: Ships, Sailors, and Resistance in The Lesser Antilles in The Eighteen Centuty”, en Robert L. Paquette y Stanley L. Engerman (eds.): The Lesser Antilles in the Age of European Expansion, University Press of Florida, Gainesville, 1996, pp. 128-143.
13—Francisco Sánchez a Juan Baptista Valliant, Bayamo, 16 de mayo de 1795, ANC-Gobierno General (GG), leg. 540, no. 27096; José Luciano Franco: Ensayos históricos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974.
14—Francisco Sánchez a Juan Baptista Valliant…; Actas del Cabildo, Puerto Príncipe, 18 de agosto de 1808, Archivo Histórico Provincial de Camagüey (AHPC)-Actas Capitulares (AC), leg. 25, fol. 6v.
15—Stephen Fuller a Henry Dudas, Southampton, 30 de octubre de 1791, Public Records Office, Kew, Inglaterra (PRO)-Colonial Office (CO), 137/189, fol. 196. Las cursivas son del original.
16—Someruelos a [?], La Habana, 27 de enero de 1800, Archivo Histórico Nacional, Madrid (AHN)-Estado, leg. 6366, caja 1, exp. 2; “Circular Prohibiendo desembarquen en esta isla, los negros insurrectos de la Guadalupe”, La Habana, 13 de septiembre de 1802, 356-358; Coppingeros a Someruelos, 10 de abril de 1801, Bayamo, AGI-Papeles de Cuba (PC), leg. 1649, no. 70.
17—AHPC-AC, 30 de marzo de 1796, leg. 23, fol. 22.
18—Alexander von Humboldt: Ensayo político sobre la isla de Cuba, Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 1998.
19—Someruelos a [?], La Habana, 27 de enero de 1800…
20—“Bando del General Salvador José de Muro y Salazar, Marques de Someruelos, Gobernador y Capitán General de la Isla, sobre que ninguna persona nacional o extranjera se embarque sin pasaporte del gobierno…”, La Habana, 18 de febrero de 1803, pp. 398-399.
21—Someruelos a [?], La Habana, 27 de enero de 1800…
22—Ver David Geggus (ed.): The Impact of The Haitian Revolution…, en especial los capítulos 13, 14 y 15.
23—Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba (AHPSC)- Juzgado de Primera Instancia (JPI), leg. 376, no. 2, fol.2; AHPSC-Protocolos, leg. 241, fols. 41v, 108, leg. 242, fol. 86, leg. 357, fol. 33iv, leg. 358, fol. 92v; Archivo Histórico Provincial de Holguín (AHPH)-Protocolos, Escribano Rodríguez, año 1810, fol. 66v, Escribano Fuentes, año 1809, fol. 40, año 1810, fol. 20v; AHPC-Protocolos, Escribano Mora, año 1810, fol. 171v; Murillo a Someruelos, Baracoa, 2 de julio de 1804, y Murillo a Someruelos, La Habana, 22 de agosto de 1806, AGI-PC, leg. 1785; Suárez de Urbina a Apodaca, Santiago, 15 de junio de 1812, AGI-PC, leg. 1702; “Noticia de los francés existentes en el Barrio de Guadalupe”, 1809, AGI-SD, leg. 1284, no. 330; Someruelos a Ignacio de la Pezuela, La Habana, 8 de enero de 1812, AGI-CD, leg. 1284; “Expediente de la Escribanía de la Real Hacienda de Matanzas por el remate de los barracones para las familias emigradas de Santo Domingo”, Matanzas, 2 de julio de 1797, Houghton Library, Harvard University, Escoto Collection (HL-EC), caja 7, no. 8; “Documentos sobre la evacuación de la isla de Santo Domingo.
24—Para los emigrados franceses en Cuba, ver William R. Lux: “French Colonization in Cuba, 1791-1808”, Americas 29, no. 1, 1972, pp. 57-61; Alain Yacou: “La présence francaise dans la parte occidentale de l´îsle de Cuba au lendemain de la Revolution de Saint-Domingue”, en Revue francaise d´histoire d´outre-mer 74, no. 2, 1987, pp. 149-188; Gabriel Debien: “Les colons de Saint-Domingue réfugiés à Cuba (1793-1815)”, partes 1 y 2, Revista de Indias 13, 1953, pp. 559-606 y 14, 1954, pp. 11-36; Matt D. Childs: A Black French General…
25—Francisco Arango y Parreño: “Representación hecha a su S.M. con motivo de la sublevación de esclavos…”, Biblioteca Nacional José Martí (BNJM), Arango, fol. 60; AHPC-AC, 24 de enero de 1812, no. 27, fol. 55v.
26—Murillo a Someruelos, Baracoa, 2 de julio de 1804…
27—Apunte del 20 de marzo de 1804 en Lady Maria Nugent: Lady Nugent´s Journal of Her Residence in Jamaica from 1801 to 1805, University of West Indies Press, Mona, 2002.
28—Someruelos a [?], La Habana, 31 de enero de 1804, AHN-Estado, leg. 63-66, caja 1, exp. 4; Juan de Dios Zayas: “Resumen general de los moradores franceses que comprehende la ciudad de Cuba”, Santiago de Cuba, 27 de julio de 1808, ANC-AP, leg. 142, no. 86. Hace casi treinta años Bohumil Badura corrigió, a partir de fuentes de archivo, el estimado incorrecto hecho por Ramiro Guerra de treinta mil refugiados franceses en Santiago, pero esa cifra se sigue repitiendo a menudo.
29—Adam Willianson al duque de Portland, King´s House, Jamaica, 5 de marzo de 1795, no. 2, PRO-CO, 137/194, fols. 103-104
30—AHPH-Tenencia de Gobierno (TG), leg. 68, no. 2007; Archivo del Museo Provincial de Holguín (AMPH)-Colonial, no. 103; AHPC-AC, 15 de abril de 1809, no. 25, fols. 190-190v, 3 de enero de 1810, leg. 26, fol. 155; Calendario manual y guía de forasteros de la isla de Cuba para el año de 1809, La Habana, en la Imprenta de la Capitanía General, 1809, p. 113. Paul Lachance: “Repercussion of The Haitian Revolution in Louisiana”, en David Geggus: The Impact of the Haitian Revolution…, pp. 213-214.
31—AHPSC-JPI, leg. 375, no. 4; AMPH-Colonial, no. 649.
32—Arambarri a Someruelos, Guarico [Le Cap Français], 19 de febrero de 1800, AHN-Estado, leg. 6366, caja 1, exp. 3, no. 3.
33—Someruelos a Arambarri, La Habana, 28 de febrero de 1800, AHN-Estado, leg. 6366, caja 1, exp. 3, no. 3.
34—Someruelos a [¿], La Habana, 12 de agosto de 1800, AHN-Estado, leg. 6366, caja 1, exp. 16, no. 2.
35—Para una descripción del conflicto entre Rigaud y Louverture, ver Laurent Dubois: Avengers of The New World: The Story of The Haitian Revolution, Harvard University Press, Cambridge, 2004.
36—Peter Linebaugh y Marcus Rediker: The Many-Headed Hydra: Sailors, Slaves, Commoners, and The Hidden History of The Revolutionary Atlantic, Bacon, Boston, 2000, p. 177; Douglas R. Egerton: He Shall Go Out Free: The Lives of Demmark Vesey, Madison House, Madison, 1999.
37—“Branches under the Charge of the Royal Officers of Havana, 1762”, PRO-CO, 117-1, fols. 262-265.
38—Francisco Arango y Parreño: “Papel sobre el comercio de negros”, Madrid, 29 de diciembre de 1811, BNJM-Colección Francisco Arango y Parreño, fol. 4.
39—Tomás de Acosta a Gobernador de Jamaica, enero de 1812, Santa Marta; y Edward Morrison al Conde de Liverpool, King´s House, Jamaica, 21 de febrero de 1812, PRO-CO, 137/134, fols. 26-27, 91.
40—Le General Ferrand a Mon. Someruelos, 22 de julio de 1807, AGI-PC, leg. 1648.
41—Francisco Arango a Rochambeau, Abordo del Bergantín de Guerra Español, 10 de abril de 1803, HL-EC, caja 9, no. 5.
42—Duque del Infantado a Marqués de Wellesley, Londres, 15 de octubre de 1811, PRO-Foreign Office (FO), 72/119, fol. 27; Marqués de Wellesley a Duque del Infantado, 25 de febrero de 1812, borrador, 72/134, fol. 99.
43—Alexander von Humbold, op. cit., p. 211, n. 2.
44—R. C. Dallas: The History of The Maroons, from Their Origin to The Establishment of Their Chief Tribe at Sierra Leone: Including The Expedition to Cuba, for The Purpose of Procuring Spanish Chasseurs, A. Strahan, Londres, 1803, t. 2, p. 35.
45—Duque de Balcarres a Duque de Portland, Near Maroon Town, Jamaica, 29 de diciembre de 1795, no. 3, PRO-CO, 137/96, fol. 58-58v.
46—Joan Dayan: Haiti, History, and The Gods, University of California Press, Berkerley, 1995.
47—Leyda Oquendo: “Las rebeldías de los esclavos en Cuba, 1790-1830”, en Temas acerca de la esclavitud, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1988, p. 55; Fernando Ortiz: Los negros brujos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1995, p. 37.
48—La observación de Louis A. Pérez sobre la interdependencia entre Cuba y los Estados Unidos podría también aplicarse a las potencias europeas presentes en el Caribe, que defendían las instituciones esclavistas de todas. Según Pérez, “los cubanos y los norteamericanos descubrieron muy temprano que los colonos, incluso de imperios rivales, a menudo tenían más cosas en común entre sí que con las autoridades que los gobernaban. Desarrollaron necesidades que cada uno de ellos se especializó en satisfacer, o quizás fue al revés: desarrollaron esas necesidades precisamente porque había otros que las podían satisfacer tan bien. La proximidad y el fácil acceso promovieron la afinidad, que los hizo unirse en una relación recíproca e inexorable. La geografía hizo posible esas relaciones y las circunstancias las hicieron prácticas y necesarias”, On Becoming Cuban: Identity, Nationality, and Culture, Harper Collins, Nueva York, 1999, p. 17. [Hay edición cubana: Ser cubano: identidad, nacionalidad y cultura, Editorial de Ciencias Sociales, 2007.]
49—“Testimonio de las diligencias obradas sobre la profugación de los seis negros venidos de esta Ciudad de la Colonia Bretanica en solicitud de la Cristiandad como de ellos mas bien consta”, 1789, PRO-CO, 137-89, fol. 59v.
50—John K. Thornton: “African Dimensions of The Stono Rebellion”, American Historical Review 96, no. 4, 1991, pp. 1102, 1105-1113; Mark M. Smith: “Remembering Mary, Shaping Revolt: Reconsidering The Stono Rebellion”, Journal of Southern History 67, no. 3, agosto del 2001, pp. 513-534.
51—Consulta del Consejo de Indias, 5 de agosto de 1789, Madrid, AGI-SD, leg. 1142; Jane G. Landers: Black Society in Spanish Florida, University of Illinois Press, Urbana, 1999, pp. 24-28, 76-79, 87; Leví Marrero: Cuba: economía y sociedad, azúcar, ilustración y conciencia (1763-1868), Editorial Playor, Madrid, 1972-1992, t. 9, pp. 21-22.
52—PRO-CO, 137/89, fol. 60.
53—Aldred Clarke a José de Ezpuleta [sic], 9 de marzo de 1789, Jamaica, PRO-CO, 137/88, fols. 23-24.
54—José de Ezpeleta al Gobernador Clarke, 25 de marzo de 1789, La Habana, PRO-CO, 137/88, fol.25.
55—Julian Mellet: Viajes por el interior de la América Meridional, Imprenta Universitaria, Santiago de Chile, 1968, p. 386; ver también Allen Christelow: “Contraband Trade Between Jamaica and The Spanish Main, and The Free Port Act of 1766”, Hispanic American Historical Review 22, no. 2, mayo de 1942.
56—ANC-AP, leg. 12, no. 9, fol. 54.
57—Julius Scott: “The Common Wind: Currents of Afro-American Communication in The Era of The Haitian Revolution”, tesis de doctorado, Duke University, 1986, pp. 92, 95-103. El flujo de esclavos ingleses que buscaban refugio en Cuba se revirtió cuando el Caribe inglés comenzó su gradual transición al trabajo libre. En 1831, Francisco Monitt, un cocinero esclavo de Don Manuel Monitt, escapó de un barco español anclado en la bahía de Nassau en las Bahamas. Los funcionarios británicos, quizás recordando los cientos de esclavos que buscaron refugio en tierras católicas de la corona española, declararon que Francisco Monitt era “libre” y se negaron a devolvérselo al comerciante cubano a pesar de sus repetidas peticiones; ver Whittington Johnson: Race Relations in The Bahamas, 1784-1834: The Nonviolent Transformation from a Slave to a Free Society, University of Arkansas Press, Fayetteville, 2000, pp. 160-161.
58—Francisco Sánchez a Juan Baptista Valliant, 18 de mayo de 1795, Bayamo, ANC-GG, leg. 540, no. 27096.
59—Félix Corral a Sebastián Kindelán, 30 de abril de 1810, Bayamo, ANC-AP, leg. 212, no. 26, p. 179.
60—Vicealmirante Mosley al Gobernador de Bayamo, 24 de julio de 1810, Port Royal, Jamaica, ANC-AP, leg. 212, no. 26.
61—Joseph Ignacio Núñez a Kindelán, 29 de marzo de 1809, Santiago de Cuba, ANC-CCG, leg. 82, no. 7; Someruelos a Gobernador de Cuba, 9 de febrero de 1811, La Habana, ANC-AP, leg. 212, no. 174.
62—Allan Kuethe: Cuba, 1753-1815: Crown, Military, and Society, University of Tennessee Press, Knoxville, 1986, pp. 139-146.
63—ANC-AP, leg. 12, no. 9, fols. 52, 54, 65, 68v.
64—Ibid., fols. 88v-89v.
65—Félix del Corral a Someruelos, 18 de marzo de 1812, Bayamo, Archivo de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (AOHCH-AC), leg. 84, fol. 269.
66—Franklin Knight señaló el mismo problema: “Esta era una sociedad con una larga tradición de esclavitud, entre las más antiguas de las Américas. Pero fue sólo cuando la mayoría de las otras sociedades comenzaba a abandonar la esclavitud como sistema y forma de organización del trabajo que los cubanos comenzaron a participar en la revolución agrícola que empezara en el Mar Caribe a inicios del siglo XVII”, Slave Society in Cuba During The Nineteenth Century, University of Wisconsin Press, Madison, 1970, p. XVI.
67—Actas del Cabildo, Puerto Príncipe, 18 de junio de 1811, AHPC-AC, leg. 26, fol. 314v.