Mi primer contacto con Sergio Arce fue en 1999 en el Seminario Evangélico de Teología (SET) de Matanzas. Allí él impartía la asignatura de Teología sistemática y una de las obligaciones del curso era la de entregar cada semana un análisis crítico de cien páginas de un libro de Teología, separado por él. Se trataba de una serie de libros de teólogos del mundo entre los que se encontraba un libro de Pannenberg, teólogo alemán, y el Teología en Revolución de Sergio.
Cuando yo llegué a la biblioteca a buscar un libro ya todo mi grupo había salido corriendo para escoger los textos de más fácil lectura: sólo quedaban los libros que ya mencioné. Me decidí por Pannenberg: criticar el libro de mi profesor no me daba mucha gracia. Después de una semana, tras leer aquellas cien páginas unas seis veces, cogí varias hojas, le hice una portada bien bonita y se las entregué en blanco.
Arce me miró, sonrió y me dijo: “Tienes A (era la nota máxima en la evaluación de ese momento), ahora vamos a ver que me traes la semana próxima porque en la biblioteca está mi libro y te espera”. Ahí no me quedó otra que leerlo.
Aquí mismo, en el Centro, en el 2004, tuve el privilegio junto con Ary Fernández, pastor presbiteriano, de homenajear el ochenta cumpleaños de Sergio. Ese día Ary recordaba una de las cosas más atrevidas de la producción teológica de Arce: “Dios no-existe como un ente o ser fuera o más allá del fenómeno humano, en toda su complejidad socio-psico-somática. Dios in-siste como relación dentro o más acá del fenómeno humano, en toda su complejidad. Dios no es un ente para ser conceptualizado, sino una relación para vivirse”.
Ese día Arce me pidió reflexionar sobre lo que para él es el quehacer teológico, la tarea de la teóloga y el teólogo. Recién en el 2002 había salido su libro Prolegómenos, en el que dedicaba una buena parte a compartir “que la tarea de la teología no puede ser otra cosa que un diálogo con el quehacer de la comunidad, una reflexión que la Iglesia hace de sí misma. La Teología sistematizada que no surja a partir de una estrecha vinculación de carácter comunitario con algún sector corporativo que el teólogo cultive, puede ser una gran cosa desde cualquier punto de vista, pero no será propiamente Teología… La comunidad de fe es hacedora de Teología y es Teología de la iglesia en el sentido que ella y sólo ella, como comunidad la crea…”1
Acercarnos hoy a la sistematización de cualquier teólogo o teóloga no se debe a otra cosa que a la necesidad de buscar en este quehacer hecho por la comunidad luces que nos ayuden a pensar cómo la Iglesia va a acompañar el nuevo momento que estamos viviendo hoy en Cuba, en la América Latina y en el resto del mundo. Cómo responde hoy la Teología que hacemos en nuestras comunidades a este nuevo contexto, es tarea urgente. Vivir este momento nuevo lleva pensar el momento y reflexionar en cuál será la contribución que hace la fe.
Por eso queremos celebrar este ochenticinco aniversario de Arce volviendo a sus textos. No sólo para homenajear su vida y su producción teológica, sino para apoyarnos en su Teología y, movidas/movidos por la inconformidad de la esperanza, mirar este nuevo escenario que nos desafía.
Quiero centrarme en una de esas grandes frases de Arce para comenzar la reflexión: “Todo momento histórico creativo es momento de grande actividad divina”. Por tanto, nos dice Arce, todo momento propiamente revolucionario es altamente divino.
“La esencia de Dios es creadora, más que creador Dios es creatividad en sí. Crear es su única actividad, única en cuanto a la unicidad de su ser y a la especificidad de su acción. Todo análisis de la economía divina, por tanto, ha de fundarse y fundamentarse en el análisis de la actividad creativa de Dios que constituye su propia esencialidad como Dios… De no ser por esa actividad nada existiese ni habría. No habría ni Dios…”2
Usando el texto bíblico para apoyarnos, desde el relato del génesis vemos esta actividad. Actividad que se da como un proceso. El autor del génesis nos regala un escenario en constante cambio, actividad y creación, no como algo estático. El génesis se muestra novedoso, no se trata de la descripción de algo terminado o completo, sino de un intento de eventuación de todos los momentos de la realidad.
En sus clases, Arce nos decía: “La Palabra que crea es palabra de Dios, por tanto eterna: Cuando Dios dice: Hágase la luz, el firmamento, las aguas, el ser humano lo dice hasta hoy. Es la presencia creadora de Dios en la historia de todos los días, de todos los acontecimientos”.
Cuando aparece el ser humano, dice Arce, salto cualitativo único en el proceso de la Naturaleza (la revelación bíblica es eminentemente antropocéntrica), momento revolucionario supremo que no ha terminado aún, se dice que Dios vio que era muy bueno. Bondad naturalmente que va creciendo y haciéndose en su interacción y en su proceso de crecimiento.
El pecado del génesis es cuando el ser humano estanca ese desarrollo de bondad: lo deteriora y hasta lo pierde. Sucede cuando absolutiza las estructuras que crea, cuando sacraliza los medios estructurales a través de los cuales obra su humanidad, cuando cree conocer lo bueno absoluto y lo malo absoluto. Cuando cae en esta ilusión él mismo se anquilosa, hasta llega a aniquilarse como ser humano, es decir se deshumaniza, se aliena dentro de las estructuras absolutizadas. Lo estático de lo estructurado, los convencionalismos que crea y los intereses que de ello se derivan, matan la dinámica de su humanidad.
Cuando se absolutizan los momentos de la Historia, la bondad de un instante, de un lugar se sacralizan como lo único y no se espera nada más.
El ser humano comienza a juzgar como maldad absoluta y bondad absoluta eso que ha absolutizado y que no es sólo un mal o un bien relativos dentro de determinada circunstancia. El hombre pretende ser “como Dios” y ahí aparece el origen de toda alienación humana. Cuando se absolutiza la obra se paraliza la Historia, se detiene cualquier proceso de crecimiento y continuidad. Cree que ha llegado el fin de lo creado y comienza la deshumanización de todo.
Por otro lado, cualquier momento revolucionario es creador-liberador. Se rompen estructuras. Cualquier momento revolucionario debe producir un ser humano que revoluciona y se revoluciona.
Enrique José Varona nos alerta que la duda es contraria al ejercicio normal de nuestras actividades mentales, gustamos de lo categórico y nada nos enamora como un dogma; así como que esa ruptura no se da de manera tan sencilla y tenemos que estar siempre alertas de cuándo estamos en constante revolución y cuándo enamoradas/os de nuestros dogmas.
El génesis nos coloca el trabajo no como castigo sino como la posibilidad de nombras las cosas, de cuidar y administrar lo que se va creando, de la mayordomía responsable. La revolución nos presenta el trabajo como la posibilidad de socializarnos, de participar de nuestra economía y administrar nuestro bienestar. En ningún caso debe ser visto como pecado.
El génesis presenta al hombre nuevo como un ser que se está haciendo. La Iglesia debe presentar a Dios como el Yo soy que me voy siendo. La revolución debe entenderse como algo en constante cambio; como el ser humano haciéndose humano y la revolución haciéndose revolución.
Todo momento creativo es momento de actividad divina, y por tanto, eterna. Hagamos al hombre es palabra eterna, hagamos revolución es también palabra eterna que se da en lo concreto de nuevas relaciones.
Todo lo que es pero que aun no ha llegado a ser, es algo en tránsito, algo histórico, con posibilidades de realización.
Retomo nuevamente a Sergio que nos dice que los individuos no se liberan cambiando tan sólo las estructuras socioeconómicas ni las estructuras se cambian transformando solamente al individuo. Si el colectivismo puede convertirse en algo antipersonal más aun lo puede ser el individualismo.
El ser humano del génesis es víctima de la hipocresía y el miedo. Del miedo que se avergüenza de ser lo que es y la hipocresía que no quiere responsabilizarse de ser lo que ha llegado a ser.
Sergio nos recuerda el pensamiento de Roberto Matta quien dice que los individuos sólo pueden liberarse mediante la lucha interna contra sus tiranos: el miedo y la hipocresía, acompañados por un ejército, a menudo mercenario, formado por prejuicios, intereses creados, falsa crítica y las ideas convencionales y esquemáticas.
Tanto la Iglesia como cualquier revolución deben evitar por todos los medios los dogmas, la falta de creatividad, los prejuicios, los intereses creados, la falsa autocrítica y las ideas convencionales y esquemáticas. Es así que estos momentos del nuevo contexto revolucionario latinoamericano se podrán convertir en un momento de gran actividad divina.
Las revoluciones en todos los tiempos constituyen, pues, la vía de concreción del reino de Dios en un momento determinado de la historia.
Hoy a la Teología no le toca, gracias a Dios, acompañar dictaduras. Le toca alegrarse por el nacimiento de grandes revoluciones en nuestro continente. Le toca el reto profético de anunciar la justicia, de denunciar que la esperanza siempre queda amenazada por el peligro de la inmovilización que significa la conformidad. Le toca sabes que en este mundo nos salvamos juntos o morimos juntos. Le toca acompañar a Cuba para que cada día busque que cada ruptura y cada momento de creación sea la concreción de la presencia divina en nuestro mundo.
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Notas:
1 Ver Teología sistemática. Prolegómenos, Departamento de Comunicaciones del Consejo Latinoamericano de Iglesias, Quito, 2002.
2 Id.