¿Cuál ha sido, en estos años, la relación del Centro con la Nueva Trova y de la Nueva Trova con el Centro?
Las relaciones del Centro con la Nueva Trova tienen las mismas raíces, los mismos antecedentes que otras muchas cosas. El Centro es hijo de un proceso que hoy puede verse, a la luz de la historia, como muy singular en Cuba: la aparición de redes y/o movimientos sociales en el campo religioso, fundamentalmente en el campo religioso de matriz protestante. Me refiero a organizaciones ecuménicas como la COEBAC, el Movimiento Estudiantil Cristiano, el propio Consejo Ecuménico de Cuba y algunos de sus departamentos.
El movimiento ecuménico fue la forma organizada que se dieron creyentes religiosos cubanos para tratar de entender y vivir mancomunadamente la experiencia de la fe en el contexto de un país en profundas transformaciones, como fueron los años sesenta y setenta para Cuba. Yo creo que habría que sumar este movimiento a las formas institucionales que aparecen en la sociedad cubana en el contexto de la Revolución, y a lo que ellas significaron en términos de fuente de producción de sentido de vida para personas y colectivos. Y eso fue el movimiento ecuménico cubano: la forma en que se organizaron grupos de creyentes religiosos en redes sociales. Esa no era la manera en que nos autodenominábamos en aquel momento, pero si tú las miras a la luz del tiempo, eso fueron, dado que no eran organizaciones con estructura rígida, espacio físico determinado, aparatos administrativos… Por eso me atrevo a afirmar que fueron formas tempranas y singulares de existencia de movimientos sociales con relativa autonomía, nacidos de la necesidad de entender y vivir el compromiso cristiano, la pastoral, en un contexto de revolución y en condiciones muy complejas, porque vivíamos bajo el fuego cruzado del fundamentalismo de matriz religiosa y el fundamentalismo de matriz marxista-leninista “made in the USSR”.
Una de las cosas que comenzamos a hacer fue buscar antecedentes de raíz nacional en la historia de nuestro protestantismo cubano, para contrastarlos o levantarlos como bandera frente a la presencia misionera en Cuba y lo que esa presencia significó en términos de la cultura o la subcultura protestante de matriz norteamericana. Esa búsqueda de raíces identitarias nacionales tenía como objetivo tratar de acercar un fenómeno tan anglosajón como el protestantismo a la cultura cubana, y eso implicaba realizar esa búsqueda en zonas como la hermenéutica bíblica: tratar de releer la Biblia y pensar la fe sin la mentalidad y sin los espejuelos de los misioneros. Y en el campo de la liturgia implicaba tratar de renovar o reinventar la manera en que los cristianos y las cristianas celebramos la experiencia de fe cuando nos encontramos en nuestros cultos y en los espacios ecuménicos.
Entonces, ese movimiento ecuménico pare lo que hoy pudiéramos llamar un modesto y humilde movimiento de relectura popular de la Biblia en el país, a partir de buscar nuevos métodos para los estudios bíblicos: trasladamos la experiencia de Ernesto Cadernal en Solentiname con los campesinos a la hora de estudiar el texto bíblico, recibimos algunas influencias de lo que después fue la relectura popular de la Biblia, que llegaron a Cuba a través de CELADEC. Y también se parió desde ese movimiento ecuménico un movimiento de renovación litúrgica que tuvo varios elementos.
Uno de ellos fue la renovación de lo que se conoce como el orden del culto —o sea, el conjunto del hecho celebrativo del servicio religioso—, a partir de una teología en la que el valor simbólico y teológico de la celebración cambia. Lo segundo, echar mano a elementos de la cultura cubana en la celebración. Hacíamos cosas un poco ridículas, como sustituir al arbolito de Navidad por unas cañas y una palma, pero era por las angustias de la búsqueda de una identidad que había sido arrebatada por el traje, la corbata, la arquitectura de nuestras iglesias, sus adornos, sus símbolos, etc. En tercer lugar, estaba la himnología, o sea, la música y los cantos que se usan en la congregación. En cuarto término, era la incorporación a la liturgia de algunos otros elementos que eran ajenos al orden del culto. De paso, la palabra liturgia no se usaba antes en el mundo protestante; sino que su uso como definición de un hecho performático es parte de este movimiento de renovación del orden del culto.
De ahí el uso de otros elementos como la poesía o las escenificaciones, que antes se restringían a las clásicas obras de teatro de Navidad, que reproducían una tradición que nos llegaba de afuera. Eso obligó a muchos esfuerzos, y a que gente como Raúl Suárez —y a lo mejor nadie le conoce esa arista— escribiera obras de Navidad, letras de himnos, etc. Evidentemente, ese movimiento, por las razones que te apunto, echaba mano de la música cubana cuya letra diera cuenta de la experiencia de fe y de compromiso que estábamos viviendo. Evidentemente también, comenzamos a mirarnos en el espejo de lo que estaba produciendo la Nueva Trova. Era lo natural, porque la Nueva Trova —como determinada zonas de la narrativa y la poesía cubanas de la época, el cine y la documentalística, la cartelística cubana— eran un producto cultural que trataba de vivir, en la complejidad que es el hecho artístico y cultural, la realidad misma de la Revolución, y vivirla con la creatividad y la osadía que era la Revolución.
La Nueva Trova nos servía para hacer un movimiento de renovación litúrgica que, tomando la música cubana, recreara a la altura de la época otras influencias, como la música rock y la música latinoamericana. Y eso con letras que daban cuenta de nuestro compromiso político, ecuménico, social, militante sin caer en el panfleto. Es ahí, creo, que se dan los primeros diálogos con el movimiento de la Nueva Trova, que hay que decir que no era solo un movimiento estético.
¿De qué años estamos hablando?
Hablo de la época en que yo tengo conciencia y participación, a partir de la experiencia de un núcleo activo de jóvenes, algunos casi adolescentes, de la Iglesia de Marianao, que de manera formal —por procesos que vivimos aquí en la Iglesia— a la altura del año 76, y sobre todo del 77, toma la determinación de ingresar masivamente a dos organizaciones ecuménicas: una de matriz bautista, la COEBAC, y otra de matriz interdenominacional, el Movimiento Estudiantil Cristiano. Ahí se da un fenómeno curioso que sería bueno apuntar para que otros lo rescaten con mayor precisión: la contribución de una misionera norteamericana —una de las dos que se queda en Cuba, si no hay una tercera que yo no conozca—, Lois Kroehler, que se queda en la iglesia presbiteriana y produce una himnología que, aunque no logra romper con su tradición personal anglosajona, sí trata de aceptar una ruptura que debe haber sido mucha más dramática que la de los cubanos y cubanas involucrados, porque ella era norteamericana. Y compone himnos que marcan una época en la himnología ecuménica cubana como “La mano de Dios”, “Que la iglesia sea la iglesia”, etc.
Entonces, repito, es en esa época que creo que se dan los primeros contactos con la Nueva Trova, y hay una pléyade de creadores de mayor o menor calidad que producen una himnología que no llega a las iglesias masivamente por el tipo de música o por la teología implícita en sus letras, pero que era la himnología que se usaba en las actividades del movimiento ecuménico. Un colega de ustedes, José Aurelio Paz, es uno de los compositores que en esos años hace contribuciones. Yo supongo que se dieron contactos formales entre este movimiento de renovación litúrgica y el movimiento de la Nueva Trova, que tenía en esa época como presidente a Noel Nicola y después a Vicente Feliú.
Después de nuestra entrada al Movimiento Estudiantil Cristiano surge otro vaso comunicante, que es el uso de canciones de la Nueva Trova que por sus valores éticos y de esperanza, o sea, por lo que algunos han llamado la teología implícita en la discursividad poética de la Nueva Trova —en particular la obra de Silvio Rodríguez y Vicente— son usadas en la liturgia. Inclusive algunas iglesias, como la de Marianao, sustituyen el famoso “Prométeme que un día tú y yo”, una canción anglosajona empleada tradicionalmente en la liturgia de la celebración de una boda, por “Te amaré”, de Silvio Rodríguez.
En el año 78, en ocasión del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, fui al parque Almendares, y ahí tuve la oportunidad de conocer a algunos de los que hoy son mis amigos, tanto entre los trovadictos como entre los creadores. Eran de la generación de Frank Delgado, Santiago Feliú, Gerardo Alfonso, Donato Poveda, Xiomara Laugart, Alberto Tosca… Y de la amistad con Santiago viene la amistad con Vincente y con Noel.
Después, la Iglesia de Marianao siempre celebrara una confraternización de fin de año el 31 de diciembre. Recuerdo que tomábamos chocolate caliente he-
cho con unas bolas de cocoa que mandaban de Baracoa. Ni sé cómo llegaban La Habana. Y yo recuerdo que venían Santiago, Noel y otros a cantar aquí en esas actividades de la Iglesia.
Se usaba mucho también la música de Víctor Jara. Recuerdo sobre todo aquella canción, “Plegaria al labrador”. Era una época también en que estábamos, igual que el movimiento de la Nueva Trova y Cuba en general, imbuidos por los procesos de descolonización en Africa, el tercermundismo, las luchas de liberación en la América Latina. Y en las expresiones internacionales del movimiento ecuménico, en particular la Federación Universal de Movimientos Estudiantiles Cristianos (FUMEC), muchos de sus militantes latinoamericanos estaban involucrados en las luchas populares, y algunos participaron en las experiencias armadas y murieron o fueron desaparecidos por la represión derivada de la doctrina de seguridad nacional de las dictaduras. Uno de ellos fue Mauricio López, un pastor argentino que fue del Consejo Mundial de Iglesias y contribuyó a la fundación del Movimiento Estudiantil Cristiano en Cuba un poco antes del triunfo de la Revolución, y que después del triunfo de la Revolución regresa a Cuba.
Entonces, en la América Latina se está produciendo una cancionística en el movimiento de las comunidades eclesiales de base, que era la expresión más radical de un movimiento de renovación litúrgica que se promueve en la Iglesia Católica a partir de Vaticano II, que convierte la misa a los idiomas nacionales y la lectura de la Biblia en español. Sale la edición de la famosa Biblia latinoamericana, con ilustraciones, hechos y eventos de la vida real de nuestro mundo y una tipografía que remite a los códices mayas.
Cuando ya a finales de los setenta se rompe un poco el aislamiento en que vivía Cuba y se toma un contacto más activo y orgánico con el movimiento ecuménico latinoamericano y en particular con la Teología de la Liberación, nos encontramos que, por supuesto, toda esta gente latinoamericana eran de los que se habían pasado de mano en mano los casetes de la Nueva Trova cubana en la clandestinidad, en la montaña, en las parroquias. Y aquí hay que hablar también de la poesía, y en especial de la poesía de Ernesto Cardenal. Ernesto estuvo varias veces en Cuba a partir del año 70, lo que nos permitió entrar en contacto con él. El estaba muy marcado por la poesía conversacional que se producía en esos años Y también en este movimiento de renovación litúrgica se produce una poética marcada, en general, por la impronta de la poesía conversacional, aunque hay algunos, como Rafael Cepeda y René Castellanos que hacen una poesía más conectada, por su matriz martiana, con la poesía de Orígenes.
A partir del año 79, como parte de ese movimiento, nos llega la misa campesina nicaragüense hecha por Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina. Había sido un encargo para la experiencia de Ernesto Cardenal en Solentiname, pero tuvo una difusión mundial y muy rápidamente se incorpora a nuestros cantos. Con más timidez, pero se consume, llega la misa campesina salvadoreña de Yorocambá y Tá. Fíjate que son dos agrupaciones vinculadas al movimiento de la canción latinoamericana y tienen una producción singular para el mundo ecuménico y eclesial.
Me acuerdo que Daisy Rojas, Rafael Sardías y yo hacíamos una especie de coro hablado con poesías de Ernesto Cardenal y César Vallejo. Y ese es otro vaso comunicante con la trova: hay una impronta de la poesía de César Vallejo en las celebraciones litúrgicas.
En 1980, en ocasión del primer Festival Internacional de Teatro de La Habana se había recién inaugurado el Teatro Nacional. Se produjo entonces el boom del Café Cantante en los bajos del Teatro Nacional, que fue la iglesia de este movimiento de la nueva canción, con un protagonismo de la generación de Donato Poveda y Santiago Feliú, Frank Delgado, Gerardo Alfonso, Xiomara, Alberto Tosca. En el año 82 se da el Festival de la Canción en Varadero dedicado a la nueva canción, y es cuando irrumpe en Cuba de manera mucho más visible. Algunos de nosotros, ya estudiantes universitarios, participamos activamente en dos proyectos culturales que fueron muy importantes en La Habana: el Café Cantante del Teatro Nacional y el Unicornio Azul, que fue el café cantante que se hacía en ese minúsculo lobby que tiene el Hubert de Blanck. Este último fue un proyecto muy interesante, “la descarga” —como les llamábamos en aquella época a los trovadores— arrancaba los viernes y los sábados después que terminaban las funciones de teatro en el Hubert de Blanck, y era animada por un grupo de actores de Teatro Estudio, algún que otro trovador y gente del público que nos sumamos. Ese grupo era comandado por Vicente Revuelta.
En 1983 iba a tener lugar un encuentro internacional de teólogos y científicos sociales en el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas. Los organizadores del evento me pidieron que invitara a Silvio y a Pablo a aquella actividad. Yo en aquel momento no conocía personalmente a ninguno de los dos, así que lo que hice fue dirigirme a mi amigo Vicente Feliú. Recuerdo que en ese momento funcionaba la Casa del Joven Creador en lo que es hoy el Museo del Ron en la Avenida del Puerto y Vicente me dijo: “Mira, como parte de las actividades de la Casa del Joven Creador se les están celebrando de manera íntima los cumpleaños a algunos artistas, y va a ser nada más y nada menos que el cumpleaños a César Portillo de la Luz, y Silvio va a estar ahí. Ve para allá.” Fui, y no pasábamos de diez o doce personas. Yo le cuento de la actividad y él me dice que no le gustaría enfrentar un concierto él solo a guitarra. En aquellos tiempos, Silvio estaba empezando a tocar con el grupo que tenía Pablo Yo trato de hablar con Pablo, pero estaba muy complicado. Hablo con Sara González —con la que ya tenía alguna relación de amistad—, que en aquellos años estaba con el grupo Guaicán, pero Sara tampoco pudo. Entonces, ¿a quién le poníamos al lado a un tipo que te hacía desvelar cuando tú oías una canción nueva, o te ponía celoso cuando oías a una novia tuya tarareando un verso tan hermoso que tú no eras capaz de producir? Entonces hablo con Vicente y con Santiago Feliú. Y creo que esa fue la primera vez que Santiago compartió formalmente un escenario con Silvio Rodríguez.
Finalmente vamos para Matanzas. Yo muy nervioso, porque además, Silvio me dice que va con su propio carro, y yo dije: este me va a embarcar. Pero no, él fue con su Lada para Matanzas y compartimos en la casa del rector Sergio Arce. Recuerdo que uno de los participantes en ese evento, el historiador puertorriqueño Samuel Silva Gotay, le regaló su libro, que acababa de salir, sobre la historia del compromiso cristiano revolucionario en la América Latina, que era la primera obra que intentaba hacer la historia reciente de la Teología de la Liberación.
Y recuerdo que, por supuesto, allí se encontró con teólogos, curas, monjas. Estaba, por ejemplo, Julia Esquivel, una monja poeta guatemalteca vinculada a la resistencia. Había curas que venían de no sé qué rincón de la montaña, gente que venía de las organizaciones cristianas de base, pero que había estado en organizaciones populares, bases sociales de expresiones armadas. O sea, allí había de todo, y grandes teólogos y teólogas de la Liberación como Enrique Dussel y Hugo Assmann.
Un grupo de jóvenes del Seminario vinculados al movimiento ecuménico y algunos extranjeros le pedimos a Silvio que cantara una canción que hasta este momento no se transmitía en las radios cubanas ni estaba en ninguna discografía de Silvio Rodríguez, y que conocíamos de los casetes que pasaban de mano en mano Era “Jerusalén año O”. Y recuerdo que Silvio no se acordaba del fraseo, y Modestico, un muchacho que estaba estudiando en el Seminario, se lo sabía, y le hizo la versión.
Por supuesto, había cantado primero Santiago. Hizo el prestreno de una canción, “Vida”, que después grabó con Gunilla en su primer disco. Después cantó a dúo con Vicente.
Ese evento fue en medio de la invasión a Granada, o sea, que, además, el ambiente estaba tenso y caldeado porque el año anterior se había producido un encuentro de teología similar en Granada y muchos de ellos habían estado con Maurice Bishop. Y ahora habían asesinado a Maurice Bishop y estaba la invasión en Granada. Por supuesto, Vicente termina haciendo “Créeme” a dúo con Silvio, y después queda Silvio en escena y hace “Jerusalén año O”. Yo me imagino lo que deben haber sentido aquellos teólogos al ver que Silvio Rodríguez había resuelto en tres o cuatro estrofas la síntesis de la Teología de la Liberación. Yo recuerdo que cuando terminó la canción se produjo uno de esos silencios muy breves, pero de una densidad muy grande, hasta que la gente estalló en aplausos. Y creo que fue la única vez que yo he visto a Silvio Rodríguez —y yo he intentado ver a Silvio Rodríguez dentro y fuera del país todas las veces que me han sido posibles, y han sido bastantes— que vi a Silvio Rodríguez cantar “Testamento”. Es una canción muy fuerte, muy difícil, que grabó en el disco Rabo de nube. Ya había terminado el concierto, y un cura que venía de El Salvador le dice que en las montañas en El Salvador, las comunidades cantan una canción de Silvio que es para ellos muy entrañable, y le pide a Silvio que cante “Testamento”. El video, tomado por una persona que no sabe tanto, fue pretexto para llegar a casa de Silvio cuando vivía en 23 y 22. Y ahí iniciamos una amistad que dura hasta el día de hoy y que después el Centro Martin Luther King ha heredado, como también heredó contribuciones personales de otros que llegaron al Centro.
Hasta ahora has hablado del destino: era casi inevitable que se encontraran la generación activa en el movimiento ecuménico renovado y renovador y la generación que estaba renovando y era renovada por una nueva manera de entender y hacer el hecho cultural.
Era un fenómeno análogo.
Pero también recuerdo que ya fundado el Centro la música de muchos de esos artistas que has mencionado pasan a formar parte del trabajo de diferentes proyectos.
Pasan a formar parte orgánica del Centro de varias maneras. Uno: el uso intencionado de su obra. Como compartimos la plataforma ética y política que está detrás de la discursividad poética de Silvio y otros autores de la Nueva Trova, los procesos de formación socioteológicos y en Educación popular que se realizan en el Centro la han usado con mucha intensidad en diversos momentos. Es muy frecuente su empleo en el momento motivador que llamamos “la mística”. Dos: la presencia de muchos de estos trovadores en las actividades celebrativas del Martin Luther King: Santiago, Frank, Gerardo, otros más jóvenes, el propio Silvio. Y toda esta historia termina cuando Silvio Rodríguez les dedica “Cita con ángeles” al reverendo Raúl Suárez y a su familia, que somos todos nosotros.
Yo recuerdo a Vicente Feliú ayunando con ustedes frente a la Sección de Intereses de los Estados Unidos.
Por todo lo que he contado, fue natural que en el año 93, cuando un grupo de líderes eclesiales y ecuménicos nos vamos frente a las Sección de Intereses, donde está hoy la Tribuna Antimperialista, a realizar un ayuno por la vida en solidaridad con la huelga de hambre de Lucius Walker y un grupo de hermanos y hermanas de Pastores por la Paz en Laredo, Texas, dentro de un ómnibus que había sido confiscado y que después vino para Cuba y forma parte hasta hoy del parque automotor del Martin Luther King. Fue natural, te repito, que Vicente Feliú se sumara y nos acompañara en aquel ayuno por la vida, y que en el momento que nos llegó la noticia de que los Pastores por la Paz, con la solidaridad de la isla, habían ganado aquella batalla, los setentitantos ayunantes cantáramos con Vicente Feliú una vez más una canción tan movilizadora de los sentimientos y del compromiso como “Créeme”.
Hay que añadir a todo lo anterior que, en el trabajo político internacional, el Centro se ha encargado de animar la presencia de trovadores y músicos cubanos en determinados espacios y eventos. Por ejemplo, el Centro se vio involucrado en el acompañamiento al proyecto de la revista América Libre, que incluía los seminarios de reflexión que se organizaban en torno al 8 de octubre en Argentina y después en Brasil. Claudia Korol, argentina, era la secretaria de redacción de la revista, y el director era nuestro hermano y amigo Frei Betto. El proyecto reunía a una pléyade de intelectuales, combatientes, militantes y artistas, que formaban parte de su Consejo de Redacción. Recuerdo cuando Claudia Korol vino a Cuba, y Silvio, bajo un torrencial aguacero, con unas botas de goma que le llegaban a las rodillas, llegó al Centro a conocer a Claudia y a dar su aceptación para ser miembro del Consejo de América Libre.
En el año 96, en ocasión del seminario de la revista en Buenos Aires nos reunimos, como era costumbre, los miembros presentes del Consejo de Redacción y otros invitados extranjeros para diseñar el plan editorial del próximo año, los problemas siempre dramáticos de la distribución continental de la revista y qué íbamos a hacer en el trigésimo aniversario del asesinato del Che en Bolivia.
Ahí se planteó que si los brasileños llevaban a Chico Buarque, los cubanos nos comprometíamos a llevar a Silvio. ¡Imagínate tú! Yo fui a ver a Silvio, y ante una petición de tal magnitud en una fecha de tal magnitud y en una revista con la que él ya se había comprometido anteriormente, la única respuesta de Silvio, lógicamente, era que si no había ningún compromiso con las celebraciones nacionales, él participaba. Y en la Cancha de Ferro recuerdo el concierto de Chico Buarque con su banda y de Silvio Rodríguez, que tuvieron de teloneros nada más y nada menos que a Santiago Feliú, Víctor Heredia, Miguel Ángel Estrella, Daniel Viglietti… Todavía ese concierto es famoso.
Bueno, también activistas chilenos tomaron contacto con nosotros porque querían hacer algo a propósito del Che en Chile. Yo tuve la oportunidad de estar en el Estadio Nacional, que fue centro de represión y tortura, donde fue asesinado Víctor Jara. Creo que ahí tuve una nueva comprensión de lo que era Silvio Rodríguez.
Chile es quizás el país donde Silvio es más reverenciado. Los chilenos del interior posgolpe se sabían más canciones de Silvio que yo.
La historia fue parecida en el 2003, en el trigésimo aniversario del golpe de Estado y del asesinato de Allende en Chile. Organizaciones chilenas hermanas, la revista América Libre y el Centro Martin Luther King coauspiciamos un seminario. Silvio, Santiago, Gerardo, Vicente y otros participaron en ese concierto.
Y ahí tengo que mencionar el trabajo mancomunado con Vicente Feliú para la participación de trovadores cubanos y de otros trovadores latinoamericanos en los Foros Sociales Mundiales, en los Foros Sociales de las Américas, en los Encuentros Hemisféricos de Lucha contra el ALCA, en la Cumbre de los Pueblos. Se trata de una relación de trabajo internacional ya bastante orgánica, a la que en los últimos tiempos se ha adicionado la gente que se mueve dentro de la matriz del hip hop y del rap cubano.
Por otro lado —o por el mismo— el movimiento de producción cubana de una cancionística y una himnología tanto para los momentos celebrativos como de música para ser cantada especialmente por agrupaciones o por sus propios autores ha continuado, y hay una nueva hornada de cantautores cristianos, entre ellos Amós López, que es pastor aquí, de la Iglesia de Marianao. Creo que el momento cimero de esa “contaminación” mutua entre la himnología producida por el movimiento de renovación litúrgica al interior del movimiento ecuménico cubano y la Nueva Trova es la misa cubana de Hebert Romero. Hay otras, claro. La más reciente es la de José María Vitier, y está también la de Clara Luz Ajo y Pedro Triana, que fue grabada por el grupo Nuestra América. Pero la de Hebert ha sido de uso masivo en las iglesias cubanas y el movimiento ecuménico. Es la que tiene “Al despuntar en la loma el día”. Tiene zapateo, tiene son, tiene una canción muy linda al estilo Nueva Trova…
Hay otra conexión del Centro con la Nueva Trova, que pasa por el zapatismo.
El Centro, por razones obvias, tenía vasos de comunicación con todo el proceso que se produjo durante muchos años en Chiapas, en particular con la diócesis de Chiapas y el obispado de Samuel Ruiz. Rápidamente, después de 1994, el Centro se sumó a la solidaridad con el zapatismo. Por tanto, como parte de esa solidaridad, fuimos a Chiapas en 1996 con el interés de hacer una producción documental sobre el zapatismo desde una mirada cubana. En aquel momento no cuaja, por la situación que atravesaba el conflicto en el sureste mexicano: nuestros hermanos y hermanas zapatistas no estaban disponibles para hacer un documentalito, aunque fuera de una organización hermana como el Centro Memorial Martin Luther King. Pero en el año 2000 fuimos una de las organizaciones invitadas a acompañar la Marcha Color de la Tierra de San Cristóbal hasta el Distrito Federal, que culmina con la presencia de comandantes zapatistas en el Congreso mexicano.
A la hora de producir ese documental, su realizadora, Lily Suárez, lo que hace no es otra cosa que poner a dialogar la poética del discurso político zapatista y la poética de la Nueva Trova que, a su vez, ha formado parte y ha sido expresión de los esfuerzos solidarios del pueblo cubano.
Pero antes fue el disco. En la celebración de una jornada Camilo Torres con la presencia de Vicente, Santiago y otros trovadores, se nos ocurre la idea de hacer un disco —que es el único que ha juntado a Vicente y a Santiago Feliú en una grabación directa— en solidaridad con los zapatistas. El disco tomó el nombre de la canción “Ansias del alba”, de Santiago Feliú.
Para ese disco, Santiago tomó el breve, poético y militante texto del subcomandante Marcos que se llama “Declaración de principios del EZLN”. Santiago lo musicalizó para ese disco, y la canción ha aparecido en otras antologías, incluida la que sacó el EZLN por los veinte años de fundación del EZ y por los diez años del levantamiento zapatista.
A ese disco le siguió el documental y una selección de lecturas, todos con el mismo nombre: Ansias del alba.
En este terreno de los discos, hay que decir que el Centro apoyó, en una producción de economía solidaria donde intervino la EGREM poniendo los estudios gratuitos, el ya famoso disco de canciones infantiles de Liuba María Hevía, Travesía mágica en el que participan también Silvio, Carlos Varela, Santiago, Amaury, Miriam Ramos, etc. Esas son las dos modestas producciones discográficas que ha hecho el Centro Martin Luther King.