Entre el 26 de marzo y el primero de mayo de este año, cerca de cinco millones de trabajadores inmigrantes y ciudadanos solidarios salieron a las calles en casi un centenar de ciudades de los Estados Unidos. Se trata de la manifestación de trabajadores mayor y con más apoyo de la historia de ese país. En ningún momento de sus cincuenta años de existencia, la confederación sindical AFL-CIO ha sido capaz de movilizar siquiera a una fracción de los trabajadores que ha convocado el movimiento de trabajadores inmigrantes. El surgimiento y auge del movimiento se enmarca en la experiencia histórica de los trabajadores inmigrantes –en su mayoría de México, América Central y el Caribe–, en la experiencia de explotación y racismo a que se enfrentan hoy en los Estados Unidos, y en un futuro que les ofrece prisión, expulsiones y desahucios.
El movimiento de los trabajadores inmigrantes está comprometido en una lucha política independiente, dirigida contra los gobiernos locales, estaduales y, en particular, contra el federal. Su objetivo inmediato es acabar con una legislación del Congreso norteamericano que persigue la criminalización de los trabajadores inmigrantes empleados y un compromiso que busca separar a los trabajadores recién llegados de los que arribaron antes. La principal demanda de los trabajadores inmigrantes es la legalización de todos los trabajadores, viejos y nuevos. La opción por los métodos de acción directa constituye una respuesta a la falta de efectividad de las actividades legalistas y de cabildeo de las organizaciones latinas, controladas por la clase media establecida, y el fracaso total de la confederación de sindicatos y sus afiliados para organizar a los trabajadores inmigrantes en sindicatos o formar organizaciones de solidaridad.
Si se quiere comprender la dinámica de crecimiento del movimiento de los trabajadores inmigrantes en los Estados Unidos y su militancia, es preciso analizar los profundos cambios estructurales ocurridos en las dos última décadas en México y la América Central.
El ALCA, las guerras libradas por interpósita persona y los mercados libres
A comienzos de los años ochenta, los Estados Unidos, por mediación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y los presidentes-clientes de México –Salinas, Zedillo y Fox–, promovieron una política de “libre comercio” a la que denominaron Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés). Dicha política abrió las puertas de manera masiva a los productos agrícolas norteamericanos, fuertemente subvencionados, que han debilitado a los pequeños y medianos agricultores. Las inversiones extranjeras a gran escala en el comercio al por menor, la banca y las finanzas han traído como resultado la bancarrota de millones de pequeños empresarios. El crecimiento de las zonas francas industriales (maquilas) ha degradado la legislación laboral y la protección social. Los pagos de la deuda externa, la corrupción en el proceso de privatización y el crecimiento a gran escala de los empleos precarios, han producido una reducción de los salarios en términos absolutos, a la vez que se ha multiplicado la cifra de multimillonarios mexicanos. Enormes beneficios y pagos de intereses a las grandes compañías del Norte salieron del país en dirección a los Estados Unidos, acompañando a miles de millones de dólares apropiados por políticos corruptos y blanqueados por bancos como el Citi Corporation.
Al flujo al exterior de beneficios e intereses siguió el de los trabajadores rurales y urbanos desplazados y empobrecidos. El razonamiento, con arreglo al “libre mercado”, era que la libre circulación de capital norteamericano hacia México iría acompañada de la libre circulación de trabajadores mexicanos hacia el vecino del Norte. Pero los Estados Unidos no llevaron a la práctica la doctrina del “libre mercado”, sino que persiguieron únicamente una política de entrada ilimitada de capitales en México y una política restringida de inmigración laboral.
Las políticas de libre mercado crearon un enorme ejército de reserva, formado por desempleados y subempleados mexicanos, a la vez que las restricciones legales a la libre inmigración obligaban a los trabajadores a cruzar la frontera sin documentos legales.
La enorme entrada de trabajadores no era simplemente resultado de la búsqueda, por parte de los trabajadores mexicanos y centroamericanos, de mayores salarios, sino de las adversas condiciones estructurales impuestas por el NAFTA, que expulsó a los trabajadores de sus puestos de trabajo. La estructura del libre mercado mexicano es un “modelo de acumulación centrado en el imperio”, y como tal, se convirtió en un imán que atrajo a los trabajadores en busca de empleo en ese mismo imperio.
El segundo rasgo estructural que provocó movimientos masivos de trabajadores desde la América Central, fueron las guerras imperiales de la década de los ochenta. La masiva intervención militar norteamericana en Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras destruyó la posibilidad de emprender reformas sociales y lograr economías viables. Con su financiación de los escuadrones de la muerte, la práctica de lucha contrainsurgente y la conocida política de tierra arrasada, los Estados Unidos expulsaron a millones de centroamericanos del campo, los obligaron a hacinarse en villas miseria urbanas y emigrar a México, los Estados Unidos, Canadá y Europa. El “éxito” estadounidense en la imposición de gobiernos derechistas corruptos liquidó toda posibilidad de mejora individual o colectiva dentro de las economías nacionales. La implementación de medidas neoliberales produjo un mayor desempleo y un descenso acentuado en los servicios sociales, forzando a muchos trabajadores a buscar empleo en el imperio, precisamente el lugar de origen de su miseria.
Un legado de lucha: la militancia de los trabajadores emigrantes
Como epílogo del choque neoliberal y del terror militar, la primera oleada de inmigrantes buscaba trabajo de cualquier tipo, en el anonimato e incluso en las peores condiciones. Muchos escondieron su pasado militante, pero no lo olvidaron. A medida que aumentaba la afluencia de trabajadores inmigrantes en las principales ciudades de California, Texas, Arizona y Nuevo México se concentraban grandes cantidades de trabajadores latinoamericanos, lo cual condujo a la creación de una densa red de clubes sociales, culturales y deportivos, así como de organizaciones informales edificadas a partir de vínculos familiares, barriales o regionales. Florecieron muchos pequeños negocios, aumentó el poder adquisitivo, y la asistencia de niños a escuelas donde los latinoamericanos ya eran mayoría; numerosas estaciones de radio se dirigían a los trabajadores inmigrantes en su propia lengua. Pronto, el sentimiento de solidaridad creció por la simple fuerza del número, la facilidad de comunicación, la proximidad de otros trabajadores compatriotas y, por encima de todo, de la experiencia común de una explotación no sujeta a regulación ni a moderación, en los peores y peor pagados empleos, todo lo cual iba acompañado de actitudes racistas por parte de empresarios, trabajadores blancos, policías y otras autoridades.
La decisión del Congreso de añadir nuevas amenazas de encarcelamiento y expulsiones masivas coincidió con la profundización y el crecimiento de redes sociales y solidarias en de las comunidades latinas. La anterior militancia proveniente de la resistencia popular masiva a los escuadrones de la muerte en El Salvador, el gusto por la libertad y la dignidad adquirido durante el periodo sandinista en Nicaragua, los múltiples movimientos campesinos de México “salieron del closet” y hallaron nueva expresión social en el movimiento de masas de los trabajadores inmigrantes.
La convergencia de una militancia sumergida o latente con la exigencia de derechos laborales y reconocimiento legal en el nuevo contexto de explotación/represión, impulsó la solidaridad social de comunidades enteras. Participaban familias, barrios y personas de todas las edades. Estudiantes de secundaria, junto a trabajadores de la construcción, jardineros, empleados de talleres de confección y empleados domésticos, llenaron las calles de Dallas y Los Angeles con cientos de miles de manifestantes, para gran sorpresa de los observadores no latinoamericanos, desconocedores del legado histórico, de las potentes redes sociales y de la decisión que impulsaba a esas gentes a decir “basta” y a movilizarse ante dos opciones: luchar por la vida o ser expulsados y encarcelados.
En resumen, no es posible comprender la masiva inmigración mexicana sin prestar atención al masivo flujo de capitales norteamericanos hacia ese país, a su destructivo impacto en las relaciones socioeconómicas y el reflujo o transferencia no regulada de beneficios e intereses hacia los Estados Unidos. Del mismo modo, tampoco se pueden explicar los grandes flujos de largo plazo de inmigrantes desde la América Central a los Estados Unidos sin considerar el flujo masivo de armas norteamericanas puestas en manos de las clases dirigentes de la región, la destrucción en gran escala de la agricultura de pequeña escala, la restauración en el poder de las oligarquías cleptocráticas y el retroceso de las reformas sociales, sobre todo en Nicaragua.
La emigración de trabajadores centroamericanos y mexicanos constituye un resultado directo de la victoria de la contrarrevolución impulsada por los Estados Unidos en la zona. La salida a la luz del actual movimiento de trabajadores emigrantes es, en cierto sentido, una repetición de las luchas anteriores entre el capital norteamericano y los trabajadores mexicanos y centroamericanos en la América Central y México, ahora en el nuevo terreno de la política estadounidense y con un nuevo contenido. La continuidad de las luchas en la América Central, México –y ahora en los Estados Unidos– se fundamenta en las demandas comunes de autodeterminación y en los métodos comunes de lucha y acción directa, lo cual se refleja en el fuerte componente de clase trabajadora o popular de la lucha, y en la memoria histórica de la solidaridad de clase.
Significado del nuevo movimiento de trabajadores inmigrantes (NMTI)
El surgimiento de este movimiento masivo de trabajadores inmigrantes abre un nuevo capítulo en la lucha de la clase obrera, tanto en la América del Norte como en la Central. En primerísimo lugar, representa el primer gran brote de lucha independiente de la clase trabajadora en los Estados Unidos luego de más de cincuenta años de decadencia, estancamiento y retroceso de la confederación sindical establecida en ese país. En segundo, el NMTI revela un nuevo protagonista, un nuevo sujeto, elemento destacado del movimiento obrero: el trabajador inmigrante. Mientras que en el pasado los sectores más dinámicos de la clase obrera organizada en el sector privado (industria automotriz, camioneros, acero y estibadores, todos en la costa oeste) perdían más de dos tercios de sus afiliados y hoy en día representan sólo el 9% de la fuerza de trabajo del sector privado, más de dos millones de trabajadores inmigrantes se manifestaban y demostraban una clase de solidaridad social desconocida en los Estados Unidos desde los años treinta. En tercero, el NMTI se ha organizado sin un gran aparato burocrático sindical y con un presupuesto mínimo, sobre la base del trabajo voluntario movilizado mediante la comunicación horizontal. De hecho, uno de los factores claves que explican el éxito de la movilización es que ha estado, en gran medida, libre del lastre de la jerarquía sindical, aun cuando una minoría de los participantes eran miembros de un sindicato. En cuarto, el liderazgo y los estrategas del NMTI eran independientes de los dos principales partidos capitalistas, en particular del mortífero abrazo del Partido Demócrata.
Gracias a su independencia política, el NMTI ha salido a la calle, ha mantenido una actitud crítica hacia la política de expulsión de los trabajadores inmigrantes de los dos partidos principales, y no se ha autolimitado a la banal actividad de cabildeo de los políticos en los pasillos del Congreso. El masivo NMTI ha servido, en cierta medida, como polo social que ha atraído y politizado a decenas de miles de estudiantes de secundaria, de las escuelas superiores e incluso de las universidades, especialmente a los de origen latinoamericano. Además, una minoría de sindicalistas disidentes anglos, progresistas de clase media y sacerdotes liberales han participado activamente en la preparación del movimiento. La lucha del NMTI es política. Va dirigida a influir en el poder político, la legislación nacional y contra el gobierno del capitalista blanco que pretende criminalizar y expulsar al “trabajador moreno”.
El movimiento demuestra lo adecuado de un enfoque que combina las políticas de raza y de clase. El surgimiento de un polo sociopolítico organizado y masivo, sustentado por los trabajadores, tiene el potencial de crear un nuevo movimiento político que podría llegar a desafiar la hegemonía de los dos partidos capitalistas. El dinámico crecimiento del movimiento de los trabajadores inmigrantes en los Estados Unidos puede constituir la base de un movimiento internacional de trabajadores que, liberado de la tutela de la AFL-CIO, vaya de Panamá a los estados del sur, oeste y sudoeste de los Estados Unidos. Los vínculos familiares y étnicos pueden reforzar la solidaridad de clase y crear la base de un apoyo recíproco en las luchas contra el enemigo común: el modelo neoliberal de capitalismo, el aparato represivo y la legislación estatal tanto del Sur como del Norte.
La positiva evolución del NMTI enfrenta, no obstante, obstáculos de crecimiento y consolidación. En primer lugar del exterior. Numerosos empresarios despidieron a trabajadores participantes en la primera oleada de manifestaciones masivas, y los trabajadores latinos sindicalizados recibieron escasa o ninguna ayuda de sus jefes sindicales. Además, tras el éxito masivo de las manifestaciones, numerosos políticos latinos tradicionales, consultores profesionales, organizaciones no gubernamentales y jerarcas eclesiásticos se sumaron al movimiento y están intentando desviarlo hacia los canales convencionales de las peticiones al Congreso o de apoyo al “mal menor” que representan los políticos del Partido Demócrata. Estos colaboradores de clase media están intentando dividir el movimiento en favor de sus propios fines y conseguir una plataforma que les permita medrar en su carrera política.
Asimismo, el movimiento se halla ante el problema de un desarrollo desigual de la lucha en el seno de la clase trabajadora y entre las diferentes regiones de los Estados Unidos. La mayor parte de los trabajadores anglos asiste, en el mejor de los casos, pasivamente, mientras que probablemente más de la mitad considera a los trabajadores inmigrantes una amenaza para sus empleos, salarios y comunidades. En general, la falta de una educación antirracista y de clase por parte de la burocracia sindical dificulta en gran medida la unidad de los trabajadores. Los trabajadores inmigrantes tienen ante sí la tarea de contactar y establecer coaliciones con obreros negros, puertorriqueños y asiáticos, así como con una minoría de sindicalistas anglos. Hay también presión por parte de los líderes de los países capitalistas para dividir a los trabajadores inmigrantes aprobando una legislación que favorezca a los trabajadores legales frente a los ilegales, los trabajadores contratados a largo plazo frente a los temporales, los alfabetizados frente a los poco alfabetizados, los calificados frente a los no calificados.
Por último, es preciso hacer frente a la nueva oleada de ataques policiales a gran escala en los lugares de trabajo y los barrios, en los que se arresta y expulsa a trabajadores latinos. Hoy en día, en el mejor estilo nazi, barrios latinos enteros están cerrados y la policía realiza registros casa por casa. La policía de inmigración ha aumentado las detenciones masivas en los centros de trabajo, intentando provocar un clima de intimidación. Durante la semana del 21 al 28 de abril, el jefe neoconservador de la Homeland Security Agency (Agencia de Seguridad Interna), Michael Chertoff, dirigió la detención de mil cien trabajadores indocumentados en veintiséis estados.
A pesar de estos desafíos, el movimiento de los trabajadores inmigrantes está en ascenso: el 25 de marzo miles de personas se manifestaron; el 10 de abril más de dos millones salieron a la calle, y el primero de mayo millones participarán en marchas y huelgas masivas. Mientras los políticos reaccionarios están agazapados en el Congreso, planeando nuevas maneras de dividir y conquistar el movimiento, millones de miembros del pueblo latino están en la calle luchando por sus derechos, su autodeterminación y su dignidad.
27 de abril del 2006