¿Qué es la historia ambiental? ¿Por qué historia ambiental?

James O´Connor

Introducción

Los pensadores posmodernos piensan que las narraciones de apariencia caótica que tienen que ver con grandes personajes, fechas importantes y una acumulación de hechos, a las que llamamos historia, tienen una lógica. Todos tenemos nuestras experiencias y anécdotas sobre el presente y el pasado. Los historiadores son narradores profesionales que buscan en el inventario disponible de formas narrativas (una constante de la historia) y disponen a las personas y los acontecimientos según la lógica de la forma específica de narración que escogieron. Para Marx, Luis Napoleón era una farsa; para la clase alta francesa, era un triunfo y una tragedia. Para los historiadores anticomunistas, la guerra fría era un combate entre el bien y el mal; para los historiadores de la geopolítica, era el enfrentamiento de dos imperios; para los sandinistas, una excusa yanqui para intervenir en la revolución centroamericana. Y así sucesivamente.
El libro de ensayos de Hayden White, The Content of the Form, es un importante texto posmoderno. Si simplificamos enormemente su argumentación elegante y compleja, lo que sugiere White es que una vez que el historiador escoge una forma narrativa, todo está más o menos determinado: el contenido o la sustancia de lo que escribe, la forma en que ese contenido se dispone secuencialmente (cuándo empieza el primer acto, digamos, cuándo termina el tercero), y cuánto énfasis se hace en ciertas personas y hechos. La forma narrativa ayuda a decidir cuál de los que White llama “acontecimientos verdaderos” llega a ser una gran obra y cuál no.
Su concepto del “acontecimiento verdadero” sugiere que el posmodernismo padece de un exceso de idealismo.Esta expresión aparece una cantidad de veces en su libro, pero no se define ni se le concede la categoría de problema. Los “acontecimientos verdaderos” están repartidos por la narrativa de White como las pasas de uva en un pastel, aunque tanto él mismo como otros posmodernos coincidirían en que ningún “acontecimiento verdadero” (por ejemplo, un hecho material o socioeconómico) se produce jamás sin que haya un “acontecimiento ideal” (esta expresión es mía) correspondiente… un acto de habla, un nuevo giro de un significado compartido, una perspectiva novedosa sobre una forma de intersubjetividad o de la construcción social de lo “individual”. Si bien es cierto que el acceso lingüístico al mundo material es el único disponiblepara el discurso humano, y que las disputas acerca del significado del mundo son siempre lingüísticas, también lo es que el mundo material existe. En términos algo diferentes, los posmodernos tienden a ignorar o minimizar la forma en que los “acontecimientos verdaderos” se articulan con los “acontecimientos ideales” –las maneras en que se organiza socialmente la actividad material y en que el significado y la intersubjetividad se entretejen con la misma–, y, por tanto, a ser ciegos a uno de los principales problemas de la historiografía. Más bien, lo que consideran importante son los tipos y las estructuras de las narrativas particulares encargadas de “contar la historia”, aunque no se proporciona ningún método para explicar los cambios de las convenciones narrativas.
A pesar de esta laguna, el posmodernismo “explica” por qué cada generación o período histórico rescribe la historia, y también por qué en todo periodo los historiadores discuten sobre lo que pasó en el pasado (en la medida en que alguien puede saber qué fue lo que “realmente” ocurrió, y por qué). La lógica del posmodernismo es que resulta natural e inevitable que las narraciones de la historia cambien con el tiempo y también que difieran en cualquier momento dado, según quién la esté contando. Todos tienen sus propios agravios e intereses, porque todos tienen su experiencia vital única, sus intereses y perspectivas políticos y culturales, su narrativa personal. Además, todos tienen su propia sensación de cuáles son “realmente” los agravios y los intereses, qué pueden significar para el usuario (como palabras, como objetos físicos), para un observador externo, para alguien que esté en el Tíbet, para la posteridad, etc.
No obstante, el posmodernismo falla en tres aspectos que conducen, finalmente, a un individualismo y subjetivismo metodológico, así como a una arbitrariedad y un relativismo tan extremos que lindan con el nihilismo. Primero,no ve las formas en que las estructuras reales se erigen detrás de los acontecimientos reales así como de las formas narrativas, es decir, descuida la interconexión estructuralmente determinada o influida de las cosas (que genera la necesidad de abstracción y los niveles de análisis). Segundo, no destaca los relatos típicos (en oposición a los atípicos), en los cuales los datos históricos se pueden interpretar en contextos relevantes (lo que elimina o reduce la multiplicidad de posibles significados de las cosas dentro del contexto o marco de referencia elegido). Tercero, descuida cualquier psicología social de base estructural o descripción de la subjetividad y las culturas de resistencia que pudiesen salvar la brecha entre estructura y proceso o estructura y significado.
Por fortuna, parece que hay un escape, parcial al menos, de la trampa posmoderna. La escritura y rescritura de la historia –la iluminación de rincones del pasado antes oscuros, el descubrimiento del sonido de voces largo tiempo olvidados o suprimidas, la explicación de “furores” y modas, la revaloración de “grandes hombres”, las formas en que la subjetividad (o la identidad) se constituye históricamente y demás– siguen una cierta lógica tosca, por lo menos, en lo que a la historia del capitalismo de los últimos dos o tres siglos se refiere.1
Es posible descodificar la lógica de la escritura histórica si se vincula con la lógica del desarrollo del capitalismo, más que con la de una forma narrativa determinada.
En términos generales, la redacción occidental moderna comienza con la historia política, jurídica y constitucional; pasa por la historia económica entre mediados y fines del siglo XIX; se vuelca a la historia social y cultural a mediados del siglo XX; y culmina en la historia ambiental a finales del mismo. Este árbol genealógico de la historiografía es una consecuencia lógica del desarrollo del capitalismo mismo: primero, las reformas y revoluciones políticas, jurídicas y constitucionales que crearon, bajo el marco de referencia para la propiedad privada, los derechos de propiedad, las libertades civiles y la igualdad formal ante la ley; segundo, la Revolución industrial y tecnológica a fines del siglo XVIII y principios del XIX, puesta en marcha, en parte, por la reforma política y la revolución que crearon la posibilidad de la historia económica capitalista (conflicto económico, crecimiento de mercados, finanzas, competencia, etc.); tercero, el crecimiento de una sociedad y una cultura específicamente capitalistas, que surgieron de la conversión de la tierra y el trabajo en mercancías
ficticias, de la vida social y la cultura, la sociedad de masas, el consumismo y las luchas sociales, así como el desarrollo de sociedades multiétnicas, que inspiraron una historia social y cultural; cuarto, la capitalización de la naturaleza, o la creación de una naturaleza específicamente capitalista, y las luchas por la misma, que se desarrollaron en el marco de la evolución de sistemas legales capitalistas y de imperativos tanto económicos como socioculturales, y que ha “producido” la historia ambiental, el más reciente y, tal vez, el último tipo de historia.
De hecho, las transformaciones estructurales del capitalismo en desarrollo han escrito, al menos con una lógica burda, su propia narrativa histórica, correspondiente a cambios de la política, de las fuerzas y relaciones de producción, de la sociedad y la cultura como un todo y del ambiente o “naturaleza”, incluyendo temas universales de luchas entre circunstancias o necesidades objetivas y deseos o voluntades subjetivos. Los cambios estructurales no dan origen directamente a nuevos tipos de escritura de la historia; entre ambos median el conflicto social y las luchas sociales (de los cuales las nuevas historias son parte definida). Determinados cambios estructurales producen determinados tipos de lucha social: política, económica, social y cultural, y ambiental, en ese orden. Pero mientras que la causa próxima de temas históricos sucesivamente nuevos y de nuevas lecturas críticas de la historia capitalista son nuevos tipos de conflicto y de lucha, la causa profunda es la evolución estructural del capitalismo en sí, el despliegue del capitalismo como forma de trabajo, como forma de vida, como forma de relacionarse con la naturaleza. Cualquier descripción completa del conjunto de este tema tendría que explorar en detalle tanto los cambios estructurales como la mediación entre los mismos –o sea, el conflicto social– y la evolución de nuevos tipos de historiografía.
No se trata de una progresión uniforme y lineal. La noción de desarrollo desigual y combinado se aplica tanto a la historiografía como al mundo que estudian los historiadores (el desarrollo del capitalismo industrial). Por eso,cada tipo de historia (en su mejor expresión) rebaja y refuta –o sea, radicaliza– los tipos previos. Si bien cada etapa de la historia capitalista está marcada por formas particulares de conflicto –conflicto político, conflictos en el seno del capital y entre el capital y el trabajo, conflicto social y cultural y conflictos por la naturaleza–, la aparición de estos conflictos es desigual a lo largo del tiempo y del espacio. Cada país, como formación social capitalista, tiene, evidentemente, su propia historia. Por ejemplo, el sentimiento de la burguesía de que su control sobre el poder y la razón era débil o traicionero, como resultado de movimientos de oposición de todos tipos, varió de un país a otro. La dialéctica del desarrollo y el subdesarrollo ha producido también diferentes historias nacionales; por ejemplo, el imperialismo y el imperio son parte de la narrativa de la mayoría de los grandes países industriales, pero no de la mayoría de los países en desarrollo. Algunas tradiciones socialistas surgen de manera contrahistórica o contranarrativa. En los Estados Unidos, la historia “salta” de la historia política a la historia “ambientalista” de Frederick Jackson Turner, quien fue seguido por Charles Beard y luego por William Appleman Williams, el cual “rechazó la historia occidental [estadounidense] en la cual ha tenido lugar la mayor parte de la historia ambiental, y estableció la visión académica de la colonización como enfrentamiento y conquista que se encuentra en el núcleo del proyecto de historia ambiental” de ese país.2 La historiografía de la “teoría de la escena” esbozada más arriba hace abstracciones a partir de las formas desiguales y combinadas de la política, la economía y la sociedad de regiones o países dados, así como de las diferentes relaciones que tienen entre sí países determinados en periodos históricos dados.
Las luchas sociales también se combinan de maneras diversas a lo largo del tiempo y del espacio. Las más nuevas tienden a negar progresivamente a las más viejas. No se habla del “ambiente” durante la era de las revoluciones políticas burguesas, pero sí se habla mucho de política en las luchas ambientales contemporáneas. Los combates sindicales del siglo XIX raras veces incluían inquietudes ambientales, mientras que hoy las manifiestan cada vez más. También las primeras contiendas culturales sobre la pertenencia étnica o el género se mantenían casi en silencio sobre ese tema. Hoy se lucha contra el racismo ambiental (y en pro de la justicia ambiental), y hay combates ecofeministas que tratan de oponerse a la destrucción ecológica, de clase, de raza y de género. Encontramos, así, un diálogo entre las inquietudes y las experiencias del pasado y del presente; los entornos del pasado se sedimentan en la clase de historia que se escribe y sobre la cual se construye la historia presente. Y el presente, debido a sus preocupaciones y a su visión retrospectiva, puede ver cosas ante las cuales el pasado estaba ciego y relaborar así su propia escritura histórica. El diálogo incluye también el futuro,ya que la escritura histórica actual cambia el mundo en términos más amplios, en menor o mayor medida. La historia ambiental, por ejemplo, contribuirá a configurar la clase de naturaleza en la que vivirán los historiadores del futuro.
Desde esta perspectiva, la historia ambiental puede verse como la culminación de todas las historias previas, asumiendo que incluyamos las dimensiones ambientales de la historia política, económica y cultural contemporánea, así como la historia ambiental en sentido estricto. Lejos de ser un tema marginal, como lo consideran todavía tantos historiadores, la historia ambiental está (o debería estar) en el centro mismo de la historiografía actual. Como plantea el historiador ambiental J. Donald Hugues, “un historiador que decide poner la historia en su contexto y ‘encontrarle sentido’, se convierte en historiador ambiental”.3

¿Qué es la historia ambiental?

La afirmación de que la historia ambiental es la culminación de toda la historia previa puede no ser tan extravagante como parece a primera vista. Muchos historiadores ambientales definen su campo en los términos más categóricos que pueda imaginarse. La “principal meta [de la historia ambiental] llegó a ser” –escribe Donald Worster– “la de profundizar nuestra comprensión de la forma en que los seres humanos han sido afectados por su ambiente natural a lo largo del tiempo y, a la inversa, de la manera en que han afectado al ambiente, y con qué resultados”.4
Según Worster, los historiadores del ambiente se enfrentan a tres conjuntos de cuestiones. Uno es “entender la naturaleza misma organizada y su funcionamiento en tiempos pasados”, incluyendo al organismo humano. El segundo nivel “tiene que ver con el ámbito socioeconómico en tanto interactúa con el ambiente. Aquí nos ocupamos de herramientas y trabajo, de las relaciones sociales que emanan de ese trabajo, de los diversos modos que ha encontrado la gente para producir bienes a partir de los recursos naturales”. El tercer nivel es “el pluralmente mental o intelectual en el cual percepciones, éticas, leyes, mitos y otras estructuras de significado se convierten en parte del diálogo de un individuo o un grupo con la naturaleza”. 5 Estos “niveles” son categorías analíticas:

Aunque es cierto que en aras de la claridad tratamos de distinguir entre estos tres niveles de estudio ambiental, de hecho constituyen una única investigación dinámica en la cual la naturaleza, la organización social y económica, el pensamiento y el deseo, son tratados como el todo… Este todo cambia a medida que lo hacen la naturaleza y la gente, formando una dialéctica que recorre todo el camino y llega hasta el presente.6

Otra manera de decir lo mismo es preguntar cómo se afectan a sí mismos los seres humanos al modificar, destruir, etc., su ambiente, y cómo se afecta este a sí mismo al restringir y permitir de diversas maneras la actividad humana. Surge la interrogante de cuál es el término que habría que privilegiar –si acaso fuese necesario destacar alguno– en la tríada naturaleza, trabajo (herramientas, mano de obra) y cultura.
En términos algo diferentes, la historia ambiental es el estudio de cómo la intervención humana configura y modifica la “naturaleza” y crea ambientes construidos y configuraciones espaciales, y de la forma en que los ambientes naturales y culturales permiten –y al mismo tiempo restringen– la actividad material, y, a la inversa, cómo la actividad humana hace posible e impide, simultáneamente, el desarrollo cultural y la “economía de la naturaleza”. Visto desde esta perspectiva, el método de los historiadores ambientales se inclina hacia la única ciencia social totalizadora: el marxismo. El método, para unos y otros, es un materialismo activo; los historiadores ambientales sostienen un espejo frente al mundo y lo muestran tal como lo ha producido y conformado su propia naturaleza, incluido su propio cuerpo. El mundo lo logra mediante el trabajo (la tecnología y las divisiones del trabajo social; el poder y las divisiones sociales del trabajo), definido como la producción material, el intercambio y el consumo socialmente organizados y simbólicamente mediados. En el acercamiento de la historia ambiental a los métodos de tipo marxista el “impacto humano” o la “intervención humana” se convierten en la mediación entre cultura y naturaleza. La historia de la naturaleza es, entonces, en parte, la historia del trabajo.
Estas formas de ver el mundo –y los textos de historia– pueden resultar tan fructíferas que no es sorprendente que la historia ambiental sea uno de las disciplinas que más rápido crecen. Aparecen cada vez con mayor frecuencia más y mejores estudios sobre la dialéctica entre la intervención material humana, la cultura y la naturaleza. Cada año se llevan a cabo más reuniones sobre el ambiente y se imparten más cursos sobre historia ambiental. La historia ambiental local está poniendo en jaque la visión de anticuario que durante largo tiempo caracterizó a la historia local. Las interacciones de la economía humana y la “economía de la naturaleza” –así como sus mutuas independencias, asimetrías y contradicciones– son estudiadas por los economistas ecológicos y analizadas en términos teóricos por los marxistas ecológicos y los científicos sociales críticos. Los teóricos políticos se han abocado al concepto de “naturaleza” en el pensamiento de Hobbes, Rousseau, Jefferson, Paine y otros filósofos políticos. Hay estudios sobre Thoreau, Muir, Pinchot y otros preservacionistas y conservacionistas. En los últimos años del siglo XX el tema de “las mujeres y la naturaleza” ha recibido innumerables tratamientos distintos por parte de historiadores ecofeministas, antropólogos y militantes ambientales del Sur y del Norte. Hay nuevas “historias ambientales del mundo” y nuevos estudios generales y detallados del ambiente en los Estados Unidos, Australia, India, México, Brasil, Africa y muchos otros países y regiones. Hay nuevos estudios históricos del cuerpo humano, el nacimiento, la enfermedad, el dolor y la muerte; de los significados de “limpieza” y “dieta”, y de los pueblos y las ciudades definidos como ambientes. El campo de la “ecología humana”, esotérico en otros tiempos, es ahora la corriente principal, y proliferan los informes de impacto ambiental, que son un tipo práctico de historia ambiental. Hace mucho se traspasaron los límites entre la antropología física y la cultural. Los científicos sociales están tomando más en serio y de modos más sistemáticos la “naturaleza” definida como sumidero (y el “capital” definido como grifo). Las humanidades se están abocando al problema de cómo y por qué se establecen, entran en conflicto y cambian las diversas representaciones y significados de la “naturaleza”. La preservación ambiental florece, así como la protección y la restauración de paisajes culturales históricos. La geografía económica ha dado un giro de ciento ochenta grados a partir del determinismo ambiental que solía dominar el tema y adopta de manera creciente el método que Marx llamó “materialismo activo”. Los estudios culturales han desconstruido las formas en que la naturaleza ha sido comprendida por la ciencia. Hoy la ecología es uno de los terrenos más dinámicos de las ciencias naturales. Los textos sobre la misma gozan cada vez más del favor popular, mientras que aumenta año tras año el interés general en el efecto invernadero, la capa de ozono y el impacto del ambiente sobre la salud y el bienestar mental de los seres humanos.
La variedad de métodos y temas de la historia ambiental es enorme, más que los de la historia política, la económica y la social. Los historiadores ambientales estudian la historia del uso y agotamiento de la energía; la de los cambios atmosféricos, climáticos y hasta geológicos a los que contribuyeron los humanos; las poblaciones de determinadas especies de vida y sus “cuerpos” inorgánicos; las biorregiones, cuencas, ecosistemas y nichos, límites, márgenes, corredores y mosaicos ecológicos. Investigan sobre el ambiente definido como recurso, como entretenimiento, como espacio socialmente construido, como mapa mental. Escriben historias de ciudades a la luz de su relación con el entorno, y viceversa; historias de bosques, lagos, ríos, costas (preservados o no), y de todo tipo de paisajes construidos. Parques urbanos, estilos arquitectónicos, zonas suburbanas y centros comerciales, patrones de calles, antiguas bases militares, parques industriales… todos han sido analizados por los historiadores ambientales.7
El ruido de los niños que juegan en un parque, el efecto biológico de usar nichos ecológicos como parques, el tranquilizador ronroneo del tráfico que pasa calle arriba, el estrépito de los grandes aviones de pasajeros que despegan en las inmediaciones, el significado del parque en términos del sentido de vecindad son todos elementos que caen bajo la rúbrica de “historia ambiental”. Se han escrito libros sobre espacios tan pequeños e insignificantes como el jardín de una casa o tan importantes como un bosque nativo de secuoyas. En principio, según parece, todo es historia ambiental; los lugares más remotos han sido afectados, en mayor o menor medida, por la actividad material humana (y a su vez la afectan).
La historia ambiental es, en pocas palabras, la historia del planeta y de su gente, de la vida de otras especies y de la materia inorgánica, en la medida en que estas han sido modificadas por las producciones materiales y mentales de los seres humanos y, a su vez, las han hecho posibles o imposibles. Es ni más ni menos que el estudio de las relaciones entre la especie humana y sus “alrededores” (según la definición de ambiente que da un diccionario). Como estas relaciones resultan indescifrables sin una investigación de las relaciones sociales entre los seres humanos (“sociedad”, “economía”), por un lado, y las relaciones propias de la naturaleza, biológicas, químicas y físicas (modificadas, reprimidas, estimuladas), por el otro, resulta que el ambiente actual ha sido modificado de muchas formas por innumerables generaciones de seres humanos. Y como las estructuras y procesos políticos, económicos y culturales “deciden” cómo se utilizan los ambientes y con qué efectos, idealmente la historia ambiental incorpora (y niega) la historia política, económica, social y cultural. La historia de la naturaleza presupone no sólo la biología, la edafología, etc., sino también la política y el derecho (por ejemplo, la historia de las relaciones de propiedad y los límites de la propiedad, que son importantes para determinar qué clase de naturaleza prospera y cuál no); la historia económica (por ejemplo, la historia del uso que el capital hace de la naturaleza como grifo y sumidero), y también social y cultural (por ejemplo, la historia de la estética, los gustos sociales en determinados periodos, la flora que se considera ornamental, lo que se considera “bello” y “feo”, etc.). Aquí se podría añadir la “historia moral”. Hace un siglo o menos que los vendedores de semillas y bulbos les decían a sus clientes que un hermoso jardín bien cuidado era señal de moralidad en el hogar, limpieza y vida respetable. En principio, la historia ambiental es totalizadora, es la única historia verdaderamente “general” o universal.8
No obstante, también está restringida por lo específico. Funciona en el nivel de lo específico local definido de diversas maneras, por ejemplo como una cuenca, como la actividad sucesiva de la dialéctica del cambio entre especies nativas y exóticas, como las transformaciones del suelo agrícola, y así sucesivamente. Los historiadores ambientales estudian lugares específicos durante periodos específicos: los efectos de la construcción de presas en el oeste de los Estados Unidos durante los años treinta, las fuentes de contaminación de las playas del Mar del Norte en los sesenta, las antinomias del monocultivo en las llanuras costeras de Centroamérica en los setenta. En la medida en que la historia ambiental es el estudio de las interrelaciones entre la cultura y la vida material humanas y la economía de la naturaleza, está limitada por las peculiaridades del lugar o lugares precisos que estudia. Sin embargo, como en última instancia la historia de un lugar es inseparable de la de otros, en principio toda historia ambiental puede vincularse con todas las demás. “La geografía de la nada” cultural (fraccionamientos remotos, centros comerciales aislados) está conectada con la historia agrícola (monocultivo químico para ampliar la producción de alimentos básicos para los residentes de la “nada”); con la configuración de las rutas de transporte (autopistas para que puedan ir y venir al trabajo); con la biología de la conservación (los efectos de esos fraccionamientos y autopistas en los hábitat y poblaciones silvestres); con la estética (la forma de los desarrollos suburbanos, los “tréboles” de las autopistas, las calles principales); con el agotamiento de recursos (bosques para obtener la madera para las casas de tipo campestre de la “nada”), y la contaminación del aire y del agua (los autos de la “nada”, el drenaje de la “nada”).
La peculiaridad de la historia ambiental consiste en que es una historia general y universal y, al mismo tiempo, local, específica y concreta. Por eso se enfrenta a dos peligros. El primero es el riesgo de la sobregeneralización vacía (la “muerte de la naturaleza”, el “fin del mundo”, “el planeta es una nave espacial”). La segunda es la amenaza de la trivialidad, de ser una mera compilación de ese o aquel tipo de cambio ambiental en este o el otro lugar. Es el riesgo de que la historia ambiental se convierta en la historia de todo y, por tanto, de nada. Sin embargo, tanto la sobregeneralización como la atención indebida a los detalles superfluos son riesgos de la mayoría de los historiadores ambientales (si no de todos), los antropólogos culturales, los geógrafos, los economistas ecológicos y otros, que bien vale la pena correr. De lo contrario, ¿cómo podríamos desarrollar conceptos totalizadores, por un lado, y, por el otro, conocimiento sobre los márgenes, los rincones y los callejones sin salida de nuestro entorno? ¿Cómo seríamos capaces de pensar sobre esa aglomeración de ecotópolis llamada “naturaleza global”? Por eso el problema de la relación entre lo particular y el todo, lo específico y lo concreto, y lo concreto y el todo, es de especial importancia para los historiadores ambientales.9 Dicho de otra forma, las que Worster vio como ambiciones grandiosas y posibilidades totalizadoras de la historia ambiental no encuentran un método totalizador equivalente, definido no como “toda la verdad y nada más que la verdad” sino en términos de la interconexión entre proyectos y procesos históricos específicos, sobre la base de lo concreto, o de lo que tienen en común las cosas, y por consiguiente de cómo se relacionan estas entre sí y cómo una cosa se relaciona con todas las demás. La historia ambiental sigue siendo un terreno mal definido, que toma prestado –muchas veces acríticamente– de una variedad de ciencias naturales y sociales, y también de teorías de tipo marxista sobre la actividad material humana que le resultan esenciales para arrojar verdadera luz sobre la “historia de la naturaleza”. El punto aquí es que todas las relaciones históricas son simultáneas e irreductiblemente sociales, sociomateriales, material-sociales y materiales (naturales). Los historiadores deben actuar en todos los niveles de abstracción (y sus muchas mediaciones) para delinear exactamente cómo y por qué las fuerzas económicas o de otro tipo han dependido del ambiente, cómo la naturaleza permite y restringe al mismo tiempo la actividad material humana, y cómo los cambios del ambiente influyen en los cambios políticos, económicos y culturales/ sociales (y son influidos por estos).

Una historia de historias

Para apreciar toda su importancia, tenemos que ubicar la historia ambiental en el linaje de la historiografía capitalista de los últimos dos o tres siglos. Si seguimos la historia de “Occidente”, hay tres tipos principales de textos históricos anteriores a la aparición de la historia ambiental: la historia política, la historia económica y la historia social/cultural, en ese orden.
Las primeras historias del capitalismo fueron historias políticas, y los primeros historiadores modernos fueron historiadores de la política que estudiaban el origen y la consolidación del estado-nación y las luchas políticas relacionadas, así como las reformas y revoluciones constitucionales, legales y políticas de distintos tipos en los Países Bajos, Gran Bretaña, Francia, Alemania y otras naciones europeas (así como sus imágenes especulares “invertidas”, anticoloniales, en los países capitalistas colonizados por blancos). Según Donald Worster,

En los viejos tiempos todos sabían que el único tema importante era la política, y que el único territorio importante era el del estado-nación. Se suponía que lo que había que investigar eran las argucias de presidentes y primeros ministros, la aprobación de leyes, los combates entre tribunales y legislatura, y las negociaciones de los diplomáticos. Esa vieja historia, segura de sí misma, no era en realidad tan vieja, después de todo… apenas uno o dos siglos a lo sumo.10

Muchos de los primeros historiadores políticos fueron también filósofos o teóricos políticos y teóricos del derecho; no separaban la teoría y el objeto histórico de estudio. Así, no sólo describían sino que también trataban de explicar y justificar (y muchas veces ensalzar) el estadonación (que según Worster alcanzó “la cúspide de la aceptación en el siglo XIX y principios del XX”), así como las batallas políticas y legales, las instituciones y climas que contribuían a crear el estado-nación en el cual se insertaban y florecían, específicamente, las relaciones de producción y las fuerzas productivas capitalistas.
Estas nuevas relaciones de poder, definidas en el sentido político y legal más amplio, proporcionaron el marco de referencia político para la Revolución industrial y el crecimiento de la economía capitalista del siglo XIX. Los historiadores-filósofos que documentaron las nuevas relaciones de poder hicieron conscientes a las emergentes clases dirigentes económicas de los nuevos –y al parecer permanentes– cambios producidos por las reformas y revoluciones durante la época del absolutismo, los comienzos de la monarquía constitucional y, finalmente, el desarrollo de la democracia liberal.
Las segundas historias del capitalismo fueron historias económicas, estudios sobre la revolución de la producción material y la tecnología, la distribución y el intercambio. Y, en términos generales, sobre la expansión de las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas. El tema de las primeras historias económicas era la “economía política”, que consistía originalmente en esfuerzos por desarrollar una concepción económica del estado en la era del mercantilismo. Más tarde, los economistas políticos clásicos, reflejando las luchas entre la joven burguesía y las añosas fuerzas del mercantilismo, entretejieron la historia económica con la teoría económica, de modo que, a su manera, fueron historiadores económicos al mismo tiempo que teóricos. Tanto La riqueza de las naciones de Adam Smith, como El capital de Carlos Marx son historias teóricas del capitalismo. A medida que avanzaba el siglo XIX, los temas más importantes analizados por los historiadores económicos incluían el desarrollo de las divisiones del trabajo industrial y social, el comercio nacional y mundial, el cambio tecnológico y las nuevas categorías del capitalismo industrial: salarios, costos, precios y utilidades. Había también historias de las luchas del trabajo, pero se restringían sobre todo a los mercados de trabajo y al lugar de trabajo (la historia de las luchas en la esfera de la reproducción, es decir, la familia, la comunidad, los grupos étnicos, etc., tardó más en convertirse en objeto de investigación de los historiadores sociales). La historia económica estaba estrechamente relacionada con la historia política: los estados nacionales tuvieron que aparecer y evolucionar, y las relaciones de propiedad/legales debieron ser reformadas o derrocadas (todo ello en el contexto de los nuevos enclaves de finales del siglo XVIII y principios del XIX, la producción artesanal, el desarrollo de las manufacturas, etc.), antes de que pudieran desarrollarse fuerzas materiales capitalistas más plenas o más sólidas y que pudiera evolucionar el comercio internacional de medios y objetos de producción. Las nuevas clases industriales y financieras, sobre todo con la aparición de El capital de Marx, se hicieron más conscientes de la tendencia hacia la revolución constante en las fuerzas productivas, el crecimiento de la competencia, la importancia central del comercio internacional, las fusiones de las crisis económicas y la tendencia permanente hacia la concentración y centralización del capital,todo lo cual causó y fue causado por esta revolución. Por último, la economía capitalista se “naturalizó” o convirtió en “segunda naturaleza”, en el sentido de aparecer como un poder externo al autocontrol humano o social (irónicamente, una de las justificaciones tanto de la economía del libre mercado de la teoría liberal como del proyecto socialista original).
Luego aparecieron la historia social y cultural, los estudios de la revolución de las estructuras y procesos sociales y culturales: en términos generales, la aparición del consumismo (es decir, la generalización de la satisfacción de necesidades en forma de mercancías) y la sociedad de masas (la universalización de la forma de trabajo asalariado y la aparición del “trabajador masa”).11 La mercantilización de la vida social y cultural (la familia, la comunidad, la pertenencia étnica, etc.) o el desarrollo de un modo específicamente capitalista de reproducción social, completaron el proceso iniciado con la conversión de bienes manufacturados en mercancías.
Si bien la historia política y económica fue en gran medida una loa al capitalismo, la historia social y cultural (y más tarde la ambiental) lo criticó. Ello se debe a que las luchas sociales y culturales (de las mujeres, de minorías oprimidas, etc.) eran “de abajo hacia arriba” (mientras que las luchas políticas y económicas solían estar organizados por los intereses de quienes poseían propiedades, “de arriba hacia abajo”, contra las estructuras del antiguo régimen, el mercantilismo, el monopolio sancionado por el estado y la reglamentación económica absolutista). DonaldWorster ha señalado:

Hace cierto tiempo (…) la historia como “política del pasado” empezó a perder terreno: los historiadores perdieron parte de su confianza en que el pasado había estado perfectamente controlado o sintetizado por unos cuantos grandes hombres que actuaban desde posiciones de poder nacional. Los especialistas empezaron a descubrir capas largo tiempo sumergidas, las vidas y los pensamientos de la gente común, y trataron de volver a concebir la historia “de abajo hacia arriba”.12

En esta transición Worster se salta la etapa de la historia económica; implica también que el paso de la historia política a la social fue una especie de “corrección del rumbo” por parte de historiadores posteriores, más esclarecidos, y que reflejó el crecimiento de las luchas específicamente sociales (feminismo, antirracismo, etc.). Esta línea de pensamiento no está del todo mal. Sin embargo, por debajo de los conflictos sociales y culturales de la segunda mitad del siglo XX estaban las nuevas estructuras de una sociedad específicamente capitalista. “La historia de abajo hacia arriba” refleja, en efecto, el crecimiento de las luchas sociales y culturales, pero estas historias, al igual que las luchas sociales mismas de las cuales las primeras forman parte, tenían raíces más profundas. La revolución de las relaciones político/legales, y la consecuente explosión de formas productivas, la competencia por los mercados, el comercio internacional y las nuevas relaciones de producción capitalistas causaron la conversión del trabajo y la tierra en mercancías, y a su vez fueron causados por esa conversión. Polanyi las denominaba “mercancías ficticias”, Marx “condiciones de producción”, en el sentido de que mientras que la tierra y el trabajo son tratados como si fueran mercancías, de acuerdo con la ley del valor no son producidas como tales. Polanyi demostró que la conversión generalizada del trabajo y de la tierra en mercancías creó una sociedad específicamente capitalista, es decir, una sociedad de clase, en la cual el nuevo proletariado era la clase mayoritaria. Los valores y normas sociales tendieron a insertarse en las fuerzas del mercado y a estar sujetos a ellas. Esta línea de análisis fue desarrollada posteriormente por la Escuela de Frankfurt y por la escuela teórica crítica. Así, Marx, Polanyi y la teoría crítica sentaron las bases para el análisis de la sociedad y la cultura capitalistas, pero no desarrollaron a fondo las implicaciones que, para la vida social y cultural, tenían la conversión de la tierra y el trabajo en mercancías, es decir, un modo de reproducción social basado sobre la forma asalariada del trabajo y la forma mercancía para la satisfacción de necesidades.
Marx y Engels habían demostrado cómo y por qué el conflicto social en el capitalismo adoptaba la forma de la lucha entre el capital y el trabajo (no sólo en el mercado, sino también en la producción misma), entre fracciones del capital, y entre todos los capitales contra todos los demás capitales en el proceso denominado “acumulación competitiva”. Menos de cien años más tarde, los historiadores marxistas y otros historiadores de la sociedad y la cultura (por ejemplo, historiadores feministas, historiadores homosexuales/lesbianas, historiadores locales) ampliaron la concepción original de Marx y Engels para que incluyera el conflicto de clase dentro y entre las esferas de la reproducción social, la comunidad y la vida cultural (incluyendo la historia de formas de vida “tradicionales” en proceso de desaparición frente a las formas salario y mercancía). Los historiadores y los científicos sociales dedicados a la historia desarrollaron la lógica de la mercantilización de las necesidades, o las consecuencias de la misma para las relaciones e instituciones sociales y culturales. Finalmente, se produjo la concentración en el consumismo: la universalización del automóvil, el desarrollo de los suburbios, la separación extrema de los lugares de residencia, trabajo y recreación, y así sucesivamente. La tienda por departamentos, el centro comercial, los medios de comunicación y la televisión, así como otras características esenciales de la vida social y cultural del capitalismo tardío, fueron sometidas a un cercano escrutinio por parte de los historiadores, tal como lo fueron temas tomados de las culturas étnicas y otras culturas de transición, cuando “todo lo sólido se desvaneció en el aire”.
Por último, una premisa básica (aunque tácita) de los estudios culturales actuales es que el desarrollo del crecimiento del trabajo asalariado y el consumismo, así como las alternaciones de estos, no son más que un aspecto de los procesos más generales de migración y urbanización. La proletarización se veía cada vez más como el mismo proceso que la migración desde el campo y las regiones y países pobres hacia afuera y la inmigración a centros capitalistas más desarrollados, especialmente las ciudades. Junto con la derrota del socialismo realmente existente y la declinación de la socialdemocracia en los ochenta y los noventa, esta proletarización-migración (que ha tenido por consecuencia un incremento constante de la mezcla de “razas” y grupos étnicos y nacionales) ha multiplicado los problemas de control social y cultural y de identidad política, que contribuyen a definir las “políticas de identidad”, combinadas frecuentemente con las “políticas de lugar”.
La aparición de la “idea de la historia ambiental (…) en 1970” (Worster), ubicada dentro de esta “historia de historias”, no resulta difícil de entender. La causa inmediata es el movimiento ambiental, del cual la historia ambiental es una parte, y la crisis ambiental global, de múltiples facetas, que engendra las luchas por la naturaleza. A esa causa inmediata subyace una estructural: los sistemas políticos y legales del capitalismo, la acumulación de capital y la conversión de la vida social y cultural en mercancías han producido (o se han combinado de manera que nadie ha estudiado sistemáticamente) una nueva naturaleza, una “segunda naturaleza” específicamente capitalista. Esto incluye la “división de la naturaleza” entre medios y objetos de producción y consumo. Como sucediera antes con el mercado de la tierra, la naturaleza ha sido capitalizada y sometida a la disciplina del mercado financiero. Lagos, costas marinas, bosques, sistemas biológicos y demás son “activos”; a falta de “precios reales”, un creciente ejército de economistas, ecólogos, ingenieros, calcula los “precios atribuidos” del aire limpio, el agua fresca, hasta de ecosistemas completos, que se convierten en parte de la “cartera de inversiones” de una región o de un país. Aún más, la naturaleza real se hace a imagen del capital, por ejemplo, mediante la bioingeniería, los bosques para fábricas y demás. Esta reconstrucción de la naturaleza y de sus representaciones hubiera sido inimaginable antes de que la vida social y cultural fuera convertida en mercancía (que es un proceso en marcha que se inició verdaderamente después de la Segunda Guerra Mundial).
Donald Worster explica el paso de la historia política a la social y a la ambiental en términos del descubrimiento, por parte del historiador, de “fuerzas fundamentales que funcionan a lo largo del tiempo”.13 En su esquema se ve primero a los hombres poderosos como si controlaran la historia; después se revelan “capas ocultas de clase, género, raza y casta”; por último, es la “tierra misma [la que actúa] como agente y presencia en la historia”. Esta descripción parece ignorar el hecho de que hay un nuevo objeto de estudio histórico: una naturaleza y una crisis ambiental específicamente capitalistas. El esquema de Worster parece asumir que el capitalismo como tal no tiene cambios, mientras que la escritura de la historia sigue una ley del progreso, por la cual los historiadores, con el tiempo, descubren fuerzas cada vez más profundas que causan el cambio histórico. Estas fuerzas, la política y el liderazgo político, las luchas de clase y sociales, y “la economía de la naturaleza” siguen sin verse como problemas que tienen que ver con los cambios del propio capitalismo.
Worster señala con agudeza que los historiadores solían estar confinados a las perspectivas nacionales, creando obstáculos a la historia ambiental, que se desborda por encima de las fronteras regionales, nacionales y continentales. 14 Esto sugiere que la globalización del capital es un determinante primordial tanto del cambio y los movimientos ambientales como de las nuevas preocupaciones de los historiadores del ambiente. Sin embargo, aunque Worster escribe en otro texto sobre los efectos ambientales de la agricultura capitalista (por ejemplo, del monocultivo, la dependencia de los combustibles fósiles y las sustancias químicas), en este fragmento parece ignorar el desarrollo de la naturaleza capitalista. De esta manera, explica la aparición de la historia ambiental en términos de los movimientos ambientales de los sesenta, con su apego a la “evaluación y la reforma culturales” y al “propósito moral”.15 No se encuentra ninguna autorreflexión ni descripción de la historia ambiental como parte del movimiento ambientalista (a lo cual se debe el razonamiento circular de cualquiera que trate de explicar el primero en términos del último). Tampoco hay ninguna descripción dialéctica del desarrollo de la naturaleza capitalista y el origen de los movimientos ambientales y sociales, ubicados en el contexto de los problemas de la nueva economía global desde los sesenta y hasta los noventa. Por qué ciertas tierras, recursos minerales, corrientes de agua y demás se dedican a la fabricación de productos petroquímicos, de papel y de pulpa, equipos de alta tecnología y otras manufacturas que producen mercancías utilizadas para producir otras mercancías; por qué otras tierras se emplean para producir bienes de consumo, cuyas reglamentaciones ambientales son más liberales o más difíciles de poner en práctica en las industrias de bienes de capital; por qué los movimientos de capitales se concentran en determinadas industrias y patrones de consumo y desperdicio; cómo y por qué el capital financiero ha tenido efectos devastadores en la naturaleza; por qué está creciendo el tamaño de la granja promedio… Las respuestas a estas preguntas y a una multitud de otras relacionadas con ellas presuponen una teoría de tipo marxista sobre la acumulación capitalista.
Cuando adoptan métodos político-económicos, político-sociológicos y sociológico-económicos, los historiadores del ambiente están descubriendo no sólo cuál es la
segunda naturaleza del capitalismo, sino también cómo y cuándo se constituyó. Están siendo conscientes de la existencia de las clases económicas y políticas (y en general de las clases letradas), de los cómos y porqués de los impactos materiales sobre el ambiente de sus revoluciones económicas, políticas y sociales, con lo cual se crea una base esencial para los movimientos de resistencia verde como los movimientos en pro de la justicia ambiental y otros movimientos sociales preocupados por la “naturaleza como el conjunto de los seres humanos”.16
En síntesis, según la descripción convencional, cuando nuevas luchas sociales refuerzan asuntos hasta entonces reprimidos o invisibles para que asomen a la superficie
de la conciencia social o pública, aparecen nuevos tipos de escritura histórica. De esta manera, la historia de abajo hacia arriba es vista como reflejo de la creciente democratización de la sociedad democrática liberal. En otras palabras, existe una relación obvia entre la historia económica, las luchas sociales y culturales y la historia social y cultural, y también entre las luchas ambientales y la historia ambiental.17 Insisto: el problema con esta descripción de historias sucesivamente nuevas, que incluye la tendencia general de pasar a una escritura histórica de abajo hacia arriba, es que aquellas (así como la propia perspectiva de abajo hacia arriba) forman parte de esos respectivos conflictos sociales. Así, la narración estándar, si bien tiene la enorme virtud de vincular nuevas historiografías con luchas históricas y, por consiguiente, de desbancar los mitos simples del progreso, el consenso social, etc., de hecho explica poco. La explicación profunda, tanto de las luchas sociales como de una de sus partes constitutivas que es la historiográfica, radica en la lógica de desarrollo del capitalismo, es decir, en los cambios en la estructura de la sociedad, a medida que se van revolucionando o volviéndose más específicamente capitalistas la política, la economía, la vida social y cultural y el ambiente.

Desarrollo desigual y combinado

El crecimiento del capitalismo es un proceso de desarrollo desigual y combinado de estructuras y procesos políticos, económicos, sociales y ambientales. La Revolución haitiana fue construida políticamente, en parte, como culminación lógica de la Revolución francesa, o al menos así se interpreta en Black Jacobins.18 La Constitución de Estados Unidos fue copiada en el siglo XIX por muchos países latinoamericanos. La primera Revolución industrial de Gran Bretaña no se difundió de manera uniforme por todo el planeta; fue obstaculizada por el colonialismo y el neocolonialismo (y por el “subdesarrollo”) en el Sur. En la actualidad los centros más intensos de programación de software pueden estar en la India, no en Silicon Valley,19 y en Los Angeles, una de las metrópolis capitalista más avanzadas, se pueden encontrar formas primitivas de trabajo asalariado. También la sociedad y la cultura capitalistas se desarrollaron de manera desigual. En gran parte del Sur las estructuras de clase capitalistas han llegado tarde. La cultura pop norteamericana es una mercancía universal, tal vez la única. Viejas creencias y prácticas espirituales que se esperaba se borraran con el modernismo reaparecen bajo nuevas formas en Tokio, Miami, El Cairo y otras ciudades y regiones.
Por la misma razón, esto es, que el desarrollo de las escrituras históricas no es simple y lineal sino complejo y dialéctico, los historiadores no abandonaron la historia política con la aparición de la economía industrial capitalista. La historia política dio nuevos giros con el desarrollo del capital y el trabajo asalariado, la política pluralista de la democracia liberal, las rivalidades imperialistas entre potencias industriales, la reglamentación estatal, los sistemas de bienestar, las burocracias públicas, el derecho administrativo, etc. Tampoco la historia económica desapareció con la aparición de la sociedad y la cultura capitalistas. Su alcance se amplió para incluir la segunda y la tercera revoluciones industriales (la era de la electricidad, la era de la electrónica), las ventas y el consumo masivos, la revolución keynesiana en política económica, y así sucesivamente. Y los historiadores sociales y culturales han ensanchado su método y su visión con la creación de
una naturaleza específicamente capitalista, que da cuenta (entre otras cosas) de nuevas interpretaciones y significados de lo silvestre, del conservacionismo y el preservacionismo, los paisajes culturales urbanos, etc.
Hay (y siempre habrá) continuidad en el cambio tanto de la “historia real” (“hechos reales”) como de la escritura histórica. El desarrollo desigual y combinado significa que cada tipo de escritura histórica tiene que volver a trabajarse a la luz del alcance y el método de los nuevos tipos que aparecen más tarde: la historia política a la luz de la historia económica, social y ambiental; la historia económica a la luz de la historia social y ambiental (así como de la historia política revisada);20 la historia social y cultural a la luz de la historia ambiental (y de la historia política y económica revisadas). El libro Self-Rule: A Cultural History of American Democracy, de Robert Wiebe, que interpreta la democracia de los Estados Unidos (entre otras cosas) como la forma en que los blancos forjaron su solidaridad, depende de las percepciones de la historia cultural. Lo mismo ocurre con la obra del historiador económico Eric Hobsbawn, quien aporta a su disciplina una comprensión profunda de la sociedad y la cultura capitalistas que no se encuentra en la mayoría de las historias económicas previas (y a la inversa, la mayoría de los historiadores le han dado más peso al “factor económico” en la historia desde la aparición de El capital de Marx). La importancia del consumismo inglés durante la Revolución industrial acaba de salir a la luz debido al desarrollo de métodos históricos sociales y culturales. La historia económica, definida en otro tiempo de manera estrecha (por ejemplo en The Industrial Revolution, de T.S.Ashton), se enriquece hoy no sólo gracias a la historia cultural sino también a la historia ambiental. Sólo desde hace muy poco existe una historia de la máquina de vapor de Watt que muestra que era económicamente eficiente pero ecológicamente destructiva. (¡Tuvimos que esperar dos siglos para descubrir lo que ya era obvio en esa época para los habitantes de Lancashire!) Asimismo, los historiadores contemporáneos del ambiente han comenzado a rescribir la historia de la transición del feudalismo al capitalismo en Europa. Han destacado el papel de la degradación ecológica,
descuidado hasta entonces; han revisado la versión estándar de la industrialización y el rápido crecimiento económico en Occidente (haciendo énfasis en el total desinterés del capital por las externalidades negativas o los costos sociales); han señalando las antinomias del desarrollo de la sociedad y la cultura capitalistas (con la introducción de temas al estilo de los de Polanyi en la historiografía marxista convencional).
De esta forma, la escritura de la historia tiende a cambiar de dirección con el despliegue dialéctico de nuevas “etapas” del desarrollo capitalista. Pero es también un proceso acumulativo, que en el mejor de los casos incorpora y descarta historias anteriores: la historia política de la burguesía hace dos o tres siglos, los cambios políticos resultantes de la reciente hegemonía del mercado capitalista, la nueva política simbólica asociada con el surgimiento de la cultura capitalista y la política del ambientalismo. La historia económica, social-cultural y ambiental tiende a seguir una senda similar. De hecho, “completa” la historia política, económica, y social-cultural, por ejemplo, cuando amplía la historia económica para incluir las luchas por los recursos ambientales y cuando radicaliza la historia cultural al trazar mapas mentales y cosas afines.
Cada tipo de historia se alimenta tanto de su propio desarrollo previo como de esos campos “rivales”, y la historia ambiental está en la cima de la cadena alimentaria. Cada tipo de historia se rescribe, además, en concordancia con los problemas prácticos de orden político, económico y social (así como con las ideas y fuerzas sociales dominantes) de su momento. Un ejemplo: la importancia que tuvieron para el desarrollo capitalista los cambios legales ocurridos en el siglo XVIII, que establecieron derechos de propiedad definidos sobre la tierra y las invenciones, fueron ignorados o subestimados durante largo tiempo. Si bien pocos de sus contemporáneos podían prever la significación económica de esas leyes en el momento en que fueron promulgadas, hoy se está revisando y actualizando su importancia a la luz del problema de que el capitalismo global intenta establecer leyes que rijan los derechos de propiedad, el comercio, etc., en los antiguos países socialistas y en las “economías de mercado emergentes”del Sur.
Idealmente, existe una acumulación de escritura de la historia, cuya base es un proceso de agregación y negación paralelo a la acumulación de capital y a su despliegue
como un orden político-económico-sociológico-físico/ biológico global. Cada campo de la historia, también idealmente, se torna más rico y más complejo, más transdisciplinario e interdisciplinario.
A medida que escribir historia se vuelve una tarea cada vez más exigente, los historiadores tienden a especializarse más en términos de períodos o temas particulares. Ello corre paralelo con la creciente especialización de la política, la economía, la cultura y los usos de la naturaleza en el seno del capitalismo. Cualquiera que haya asistido a una reunión anual de la American Historical Association (u otras organizaciones regionales y temáticas de historiadores) sabe que en la actualidad la mayor parte de la redacción histórica llega sólo hasta ahí. La acumulación de conocimiento especializado en manos de expertos en este o aquel período o tema es verdaderamente impresionante.
Por un lado, el historiador con más oficio dentro de su especialidad muestra más enfoques metodológicos de niveles múltiples y una comprensión más profunda de los “hechos reales” que cartografía e interpreta. Dos generaciones atrás, Black Jacobins, de C.L.R. James y Capitalism and Slavery, de Eric Williams, aunque abrieron nuevas sendas, no interpretaron ni podían hacerlo ciertos temas culturales y ecológicos que ahora son de manejo corriente en la historia cultural y ecológica. Una comparación útil y reveladora es la obra maestra de Dale Thomas, Slavery in the Circuit of Sugar, construida sobre el modelo de una de estas muñecas rusas que tienen dentro otras muñecas concéntricas, y que se ocupa de temas políticos, económicos y sociales-culturales (lo cual también integra, implícitamente, la geografía y la naturaleza). Las obras maestras sobre la Revolución francesa escritas en el siglo XIX no se ocupaban, ni podían hacerlo, de ciertos temas culturales y ambientales (y hasta económicos) que multitud de estudios menores han incorporado a su narrativa en las últimas dos o tres décadas. Los historiadores del ambiente se están abocando a descodificar las dimensiones ecológicas del pensamiento político y cultural de Washington, Jefferson y Tom Paine, entre otras figuras y su importancia para la Revolución norteamericana.
En síntesis, hay continuidad en el cambio, puesto que cada tipo de historia incorpora (y muchas veces niega) escrituras históricas previas, pero también hay cambio en
la continuidad, porque los “hechos reales” se alteran de manera drástica con el despliegue de las estructuras de la economía, la sociedad y la cultura y la naturaleza del capitalismo. La economía capitalista amplió el alcance de la historia política; la sociedad capitalista extendió los límites de la historia económica (y política); la naturaleza capitalista está revolucionando la historia social (y también la política y la económica).21
El desarrollo desigual, tanto de la historia como de su escritura, sugiere que los temas políticos, económicos, culturales y ambientales pueden aparecer “antes de su tiempo”, por así decir. En la época capitalista, la historia política y legal precedió al período de la revolución industrial. Las historias culturales aparecieron durante el Renacimiento, y en muchas obras históricas figuraban temas ambientales antes de la “era del ambiente”.
Sin embargo, estas historias son anomalías, en el sentido de que habitualmente no formaron parte de los cuatro tipos de escritura histórica señalados antes ni resultaron integrales a su secuencia. La principal inspiración de los grandes tratados político-legales de hace dos o tres siglos fue la transición de finales del feudalismo al capitalismo temprano, por ejemplo, el problema del gobierno en la era del absolutismo. La historia económica de los dos últimos siglos le debe poco a las descripciones contemporáneas de la economía agrícola y el mercantilismo, y mucho a la revolución industrial y sus secuelas. La historia de la alta cultura durante el período moderno temprano (c. 1500-1800) casi no dejó huellas en la moderna historia social y cultural, que representa al mundo “de abajo hacia arriba”. Por último, los temas ambientales, desde el siglo XVIII y hasta las primeras décadas del siglo XX, tenían más que ver con preocupaciones políticas y económicas que con la naturaleza misma. The Coal Question, de Stanley Jevon, publicado en 1865, analizaba la minería del carbón por su importancia para la industria y el imperio británicos, no por su impacto ecológico.
Cuando los historiadores introducían temas políticos, económicos, social-culturales y ambientales “antes de su tiempo”, estos funcionaban más como telón de fondo o
escenografía que como procesos o agentes históricos autónomos o semiautónomos. Esos temas solían aparecer en forma pasiva, no activa. En cierto momento, la política se veía como el escenario en el cual los Grandes Hombres cumplían su destino, y, en consecuencia, no tanto como un proceso de conflictos y compromisos, de revolución y reforma. Las primeras historias económicas no plasmaban, ni podían hacerlo, el dinamismo inherente al capitalismo industrial maduro, que no adoptó su cualidad autónoma, casi natural, hasta el siglo XIX, después de la Revolución industrial en Gran Bretaña. Las primeras historias de la alta cultura reducían la autonomía de la cultura, que ahora es uno de los “diez mandamientos” de los estudios culturales, debido a que la producción de cultura dependía en gran medida de la Iglesia y la Corona. Las primeras historias ambientales daban por supuesta la naturaleza como un telón de fondo determinante, no como algo dialécticamente interrelacionado con la producción, distribución y consumo de los seres humanos. The Significance of the Frontier in American History (1893), de Frederick Jackson Turner, y American History and Its Geographic Conditions, de Ellen Churchill Semple (1903), se concentraban más en la influencia del clima y el terreno sobre la vida humana que viceversa. History in Geographic Perspective: The Other France, de Edward Fox, es una historia política profundamente influida por la geografía, pero que guarda absoluto silencio sobre los temas ambientales en sí mismos. Marc Bloch (en French Rural History) hace énfasis en el papel de la geografía como determinante de las formas de producción desde fines de la Edad Media hasta la Revolución francesa, sin perder de vista la importancia de las relaciones de producción y poder (“la geografía limita el tipo de ambiente que [la gente] crea”), y Fernand Braudel defendió el “posibilismo”, paso importante para llegar a darle a la naturaleza su verdadero papel como sujeto activo. La “naturaleza como sujeto” ha fructificado en una cantidad de obras recientes, por ejemplo A Plague of Sheep: Environmental Consequences of the Conquest of Mexico, de Elinor G. K. Melville, que incorpora biología e historia, economía y política, así como elementos de historia cultural.22

Conclusión

El posmodernismo tiene una importante lección que transmitirnos. Escribir historia es como hacer una narración. El “contenido de la forma” es, en parte, la forma del relato mismo. Siempre que cuenten con los materiales necesarios, los historiadores pueden tejer muchas clases de narraciones acerca de cualquier “hecho real” histórico. Pero así como hay cierta lógica inherente a toda forma de relato, hay también una lógica inherente a la historia del desarrollo capitalista. Se trata, desde luego, de un texto inconcluso, y que es muy distinto según lo narre un financiero, un agitador sindical, un enfermo de Sida o un inmigrante recién llegado de Camboya. Sobre todo en los Estados Unidos, el país más multicultural del mundo, puede haber tantas historias como personas. No obstante, cada narración norteamericana, si es más o menos plausible, refleja o encarna la “lógica profunda” de la acumulación y el desarrollo capitalistas, y en muchos casos personifica uno u otro tipo de capital. Basta pensar en las obras de William Appleman Williams, Gabriel Kolko y Joyce Kolko, entre muchos otros. Sin embargo, no hay ninguna historia totalizadora, excepto todas las historias pertinentes vistas como una totalidad. Nature’s Metropolis, de William Cronon, cuenta el relato de Chicago y su zona de influencia hasta la Gran Exposición; una historia totalizadora incluiría otras obras sobre Nueva York, Saint Louis y el Oeste durante el mismo período; la historia de Chicago no es más que un “momento” de la historia del capitalismo norteamericano en general y de las ciudades estadounidenses en particular. “Todo depende de todo lo demás” tendría que ser un lugar tan común en historia como lo es en ecología.
La historia ambiental puede entenderse en términos del desarrollo del capitalismo y sus revoluciones políticas, económicas,social-culturales y ambientales; y también de la escritura histórica, política, económica, social-cultural y ambiental. En este sentido, la historia ambiental es la culminación (o, más modestamente, el eslabón perdido) de toda escritura histórica de la época capitalista.23 Pero también es cierto que así como los historiadores políticos, económicos y social-culturales que ignoran la ciencia política, la economía, la sociología y los estudios culturales corren un riesgo, también los historiadores ambientales que descuidan no sólo las ciencias ecológicas sino también las ciencias sociales corren un serio riesgo. La lectura de algunos de los principales historiadores ambientales de la actualidad –Donald Worster, Richard White, Carolyn Merchant, William Cronon, Stephen Pyne– indica que la historia ambiental se está impregnando más de historia política, económica y social-cultural, de estudios políticos, económicos, sociológicos y culturales, y de ciencia ecológica. La historia ambiental se está asentando sobre bases más científicas y, por consiguiente, se está radicalizando.
Así como Marx negó la historia política y económica, así como la teoría política y la económica, y como generaciones de marxistas han tratado de negar la economía
política y la historia social-cultural, los historiadores del ambiente están incorporando y negando los tres tipos principales de historia y de ciencias humanas previas. No se trata tanto de que estén parados sobre los hombr

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