Ultima página No. 37

La Feria del Libro festeja en esta ocasión, como país invitado de ho-nor, a la República Bolivariana de Venezuela, a la vez que rinde homenaje a dos autores cubanos, Nancy Morejón y Angel Augier.

La Última página de Caminos quiere saludar el acontecimiento cultural, una muestra más de la hermandad entre los pueblos de Cuba y Venezuela, con la publicación de sendos poemas. El primero, de Nancy Morejón, Premio Nacional de Literatura 2002; el segundo, del venezolano Gustavo Pereira, uno de los poetas contemporáneos más importantes de su país.

El tambor

Mi cuerpo convoca la llama // Mi cuerpo convoca los humos // Mi cuerpo es el desastre / Como un pájaro blando // Mi cuerpo como islas. // Mi cuerpo junto a las catedrales. // Mi cuerpo en el coral // Aires los de mi bruma // Fuego sobre mis aguas. // Aguas irreversibles / En los azules de la tierra // Mi cuerpo en plenilunio //
Mi cuerpo como las codornices //
Mi cuerpo en una pluma // Mi cuerpo al sacrificio // Mi cuerpo en la penumbra // Mi cuerpo en claridad // Mi cuerpo ingrávido en la luz / Vuestra, libre, en el arco.

Fin de la historia

“el capitalismo es el fin de la historia”

Tal vez sobrevivan los metales re-lucientes pero no las mariposas //
los plásticos y los escombros pe-ro no los pétalos bajo el rocío // los gremios de rufianes pero no los solitarios // los banquetes y los festines pero no la alegría // los ruidos y los estrépitos pero no la música del amanecer // las mesas servidas como nunca pero no los aromas // las estrecheces de espíritu pero no la compasión //
los bandos del poder pero no los
secretos del habla // las máquinas traganíqueles pero no el incrédulo azar // las meretrices y las zorras pero no las diosas de la noche // las acritudes y las ferocidades pero no las revelaciones // los circuitos integrados pero no el despertar de la hierba // los malos olores pero no la transpiración de los amantes // la estupidez y la vulgaridad pero no la evidencia de lo sensible // lo redondo y lo cuadrado pero no lo indescifrable // los trajes y las joyas pero no la transparencia de las aguas // las metáforas pero no la poesía.

Las impugnaciones al religioso conservador norteamericano Pat Robertson, cuando llamó a asesinar al presidente de Venezuela, fueron muchas y prontas. Reproducimos aquí la del reverendo Raúl Suárez, director del Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr.

Frente a la ideología de la muerte, la fe en el Evangelio de la vida

La ideología del reverendo Pat Ro-bertson es más fuerte que la fe. En su programa de televisión The 700 Club, Pat Robertson dijo que Hu-go Chávez es “un peligro terrorífico” para los Estados Unidos y que, por tanto, “debe ser asesinado por expandir el comunismo y el islamismo en América Latina”.

Robertson, fundador de la Coalición Cristiana de Estados Unidos y ex candidato presidencial, afirmó que los Estados Unidos tenían el deber de impedir que Chávez convierta a Venezuela en una plataforma de lanzamiento para la infiltración comunista y el extremis- mo musulmán.

“Yo no sé nada sobre esta doctrina del asesinato, pero si él cree que estamos tratando de asesinarlo, creo que deberíamos hacerlo… Es mucho más barato que iniciar una guerra, y no creo que detendrá los envíos de petróleo”, dijo Robertson. “Tenemos la capacidad de eliminarlo y creo que ha llegado el momento de ejercer esa capacidad… No necesitamos otra guerra de doscientos mil millones de dólares para deshacernos de, ustedes saben, un dictador autoritario… Es mucho más fácil enviar a agentes clandestinos a ha- cer la tarea de una buena vez”, agregó el líder conservador.

No es una sorpresa, mucho menos causa de asombro, porque mister Robertson es un fiel representante de la nueva derecha religiosa norteamericana (NDR). La NDR es el resultado de la gran confluencia que se produjo, a partir del año 1980, entre el fundamentalismo religioso y la extrema derecha política del Partido Republicano de los Estados Unidos. El Club de los 700, la Mayoría Moral y el Instituto de Religión y Democracia, en esencia, persiguen el mismo objetivo: la legitimación teo-lógica del sistema capitalista en su expresión más salvaje: el neoliberalismo.

Al leer estas afirmaciones de alguien que se autotitula predicador de las Buenas Nuevas de nuestro Señor Jesucristo, no me es posible permanecer en silencio, porque como denunciara el Apóstol San Pablo al hablar de los seudocristianos –que tenían un discurso religioso y a la vez negaban con sus acciones la autenticidad de la fe–: “Pues, como está escrito: ‘El nombre de Dios es blasfemado en-tre los gentiles por causa de vosotros’.” (Carta a los Romanos, 2:24)

Acabo de regresar de Venezuela, donde tuve la oportunidad de visi-tar diferentes parroquias, especialmente en los sectores de la pobla- ción que viven en los cerros que rodean a Caracas. No hay que ser sociólogo ni estar necesariamente identificado con ideología política alguna para darse cuenta de las con-secuencias de lo cruel, inhumano y antievangélico de la herencia legada por el sistema por cuyo regreso apela y al que defiende el “evangelista” Pat Robertson.

Comparto la sensibilidad de mi hermano cristiano, el doctor Samuel Kobia, secretario general del Consejo Mundial de Iglesias, quien, al verse impedido de llegar a Cuba por las irregularidades de una compañía aérea, tuvo que viajar en un vuelo en el que venían decenas de venezolanos pobres para operarse de la vista. Kobia exclamó a los representantes de iglesias cubanas que lo fueron a recibir al aeropuerto: “He podido contemplar la compasión de Cristo”.

Frente a las palabras del señor Ro-bertson, antisignos de los valores del Reino de Dios proclama- dos y vividos hasta las últimas consecuencias por Jesús de Naza-ret, recuerdo la voz profética del doctor Martin Luther King, Jr., quien denunció la alienación religiosa de su tiempo: “La religión que sólo piensa en las puertas de oro y las calles doradas de los cielos y se olvida de las condiciones crueles e injustas en que viven millones de hombres y mujeres en los ghettos y en los tugurios de las ciudades, necesita un transfusión de sangre nueva.”

Como director del Centro Dr. Martin Luther King, Jr de La Habana, y como pastor bautista durante más de cuarenticinco años, hago un llamado a las iglesias de los Estados Unidos –como tan valientemen-te lo ha hecho el reverendo Jesse Jackson– a que levanten su voz evangélica una vez más para repu-diar criterios radicalmente opuestos al sentir de Jesucristo. El nos desafía a la radicalidad del amor al prójimo y a “buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia”.

Como parte de la familia ecumé-nica que integra la familia mayor en el Concilio Mundial de Iglesias, recordamos también a las autoridades de los Estados Unidos que estamos en el Decenio para Superar Todas las Formas de Violencia. La posición de Pat Robertson no surge por generación espontánea: no podemos olvidar las recientes declaraciones de un alto representante de la actual administración norteamericana en la República del Paraguay, al responsabilizar a Venezuela y a Cuba de desestabilizar la región. Sin du-da alguna, se trata de un condicionamiento de la opinión pública.

Una vez más, nos desafían las pa-labras de despedida de Moisés a su pueblo ya en camino a la Tierra Prometida: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, de que he puesto de-lante la vida y la muerte, la ben- dición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30,19).

Una vez más afirmamos: frente a los instrumentos de la muerte, escogemos la promoción de la vida.

Creerse los halagos lleva a la complacencia. Pero un elogio a tiempo calienta el corazón. De ahí que queramos compartir con nuestros lectores el que nos dedicó el ex editor de Caminos y actual de Temas, el amigo entrañable Alfredo Prieto, en la presentación del número 36 de nues- tra revista.

Andando por Caminos

Cuando leí el correo electrónico que me invitaba a presentar este número de Caminos, mi primera reacción fue dudar si debía aceptar. Me explico: durante varios años tuve el privilegio –lo puedo decir sin el menor ápice de retórica– de trabajar como editor de esta misma publicación, y la idea de si se podía ser juez y a la vez parte casi me paralizó. Pero después me acordé de Carlos Marx y su hija, y me repuse: como creo que la objetividad es un lastre positivista –pues siempre quien valora, en las ciencias sociales, la literatura o la vida parte de un punto de vista–, me decidí a presentar una revista que, ahora que la veo en retrospectiva, en su momento me abrió puertas y avenidas insospechadas. Cuando empecé a editarla, yo venía de la academia y no tanto de meter las mangas en el barrio y las personas. Caminos me permitió y todavía me permite cada vez que la leo, que es siempre, comprobar va-rias certezas. Quisiera mencionar cuatro, a riesgo de ser omiso.

La primera, que existen nexos profundos entre zonas de la cultura y la espiritualidad humanas que yo tenía compartimentadas. Entraba al Centro como editor de una revista de pensamiento socioteológico. ¿Socioteológico? ¿Qué era eso? ¿No estaba acaso toda teología, por definición, como toda estructura discursiva, transida por las cir-cunstancias sociales? ¿Y la teo- logía de la liberación –yo lo sabía porque la había estudiado en el lugar de donde provenía– no estaba atravesada, entre otras cosas, por la teoría de la dependencia? La primera respuesta a mi pregunta me la dio un sacerdote argentino que, por suerte, decidió aplatanarse entre nosotros, durante un primer encuentro donde la palabra contexto me sonó más fuerte que en Roland Barthes. Y en cuanto a lo segundo –es decir, a lo teológico–, hasta ese momento, lo más cerca que había tenido a un teólogo, por mi perfil original, era en Fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús o el Guillermo de Occam de El nombre de la rosa. Me di cuenta entonces de que si quería ser de veras editor de Caminos no sólo debía, sino que tenía que conocer, y hasta leer, a gente como Schillebeckx, Kung, Gustavo Gu-tiérrez y Uta Ranke, esta última una teóloga alemana cuyo maravilloso libro sobre la Iglesia católica y la sexualidad me deslumbró, al punto de que casi llegué a tomarlo prestado por tiempo indefinido de la biblioteca del Centro.

La segunda, el acercamiento al pensamiento fundacional de Paulo Freire, todavía insuficientemente divulgado entre nosotros, a su concepto de educación política y, sobre todo, a un intrigante proceso de cubanización que el Centro tuvo la visión de internalizar en un momento cuando la categoría educación popular sonaba raro, junto a otras como trabajo comunitario, participación y ese anglicismo que nunca he podido asi- milar: empoderamiento. El Centro, y en particular una de sus fundadoras, Esther Pérez –quien en esto vio y todavía ve más lejos que cualquier epígono–, contribuyeron a que todo aquello comenzara a dejar de escucharse a ritmo de samba para sonar a golpe de rumba y Nueva Trova.

La tercera, que Evangelio, independencia y liberación nacional no eran contradictorios, sino que estaban articulados en la cultura cubana prácticamente desde la génesis del protestantismo. Hablo de bautistas, presbiterianos y metodistas que conspiraron y se exiliaron por una Cuba libre, una Cuba cubana, sin que su creencia les impidiera integrar las filas del Ejército Libertador, ni ser discriminados. Correlativamente, aprendíque una iglesia intramuros, como dictaban la tradición y la cultura, no era un paradigma válido. Aprendí también el sentido de una palabra clave para el Centro y su re- vista: acompañamiento al pueblo, tanto en las verdes como en las ma-duras, aun en medio de posibles incomprensiones y prejuicios.

La cuarta, se relaciona centralmente con el dossier que nos presenta este número: el tipo de relación que el Centro había construido con los Estados Unidos, algo que sí me era muy familiar. Como ustedes conocen, se trata de una relación histórica que, debido a su naturaleza misma, ha dejado inevitablemente una huella específica en nuestra cultura, y que con- tiene, pero desborda, la esfera de lo político. Por cercanía geográfica, por geopolítica y otras causas, los Estados Unidos han consti-tuido un referente demasiado importante en la realidad cubana de todos los tiempos. La distinción martiana entre Lincoln y Cutting, central por lo demás en la cultura política revolucionaria, ha sido sin dudas uno de los núcleos duros del Centro desde el momento mismo en que se fundó, como lo dice su propio nombre. El Luther King se ha colocado en esta relación apostando por el tendido de puentes con sectores del pueblo norteamericano para nada contami- nados y que, por consiguiente, apuestan por el cambio y la justicia social. En un contexto donde, por razones obvias, el conflicto bilateral ocupa casi todo el campo visual, es este un primer acierto de sus editores: abordar a las personas a ambos lados de la relación, bien en el caso de un pastor que nos descubre nexos familiares de Martin Luther King en Las Tunas –la isla rodeada de agua depara siempre sorpresas infinitas–, o en el de una maestra latina que le escribe una inteligente y pragmática carta al entonces candidato presidencial John Kerry después de su primer viaje a Cuba, o de una entrevista sobre la clásica guagua amarilla que viene a simbolizar las posiciones antibloqueo de los Pastores por la Paz.

Como ustedes saben, durante la segunda mitad de los años noventa se inició en los Estados Uni-dos un proceso político que cons- tituye una consecuencia directa de dos famosas leyes, caracterizado por la permisividad y el auspicio de los contactos con la isla por la parte norteamericana; un curso de política que conjugaba, por una parte, la línea dura de muchos republicanos y de la derecha congresional cubano-norteamericana –la apelación a recrudecer el bloqueo como medida para lograr “el principio del fin de Fidel Castro”– y, por otra, el consenso de los políticos liberales en el sentido de buscar líneas de comunicación con la sociedad civil cubana, en el entendido de que el régimen se sustenta en la represión y no en el apoyo –la tesis, en suma, de la subversión amistosa. A ese engendro llamaron people-to people- policy, política de pueblo a pueblo, desmontada por la actual administración en junio del pasado año, con medidas leoninas que laceran a ambos lados del Estrecho.
Si en política lo real es lo que no se ve, hace bien Caminos al subrayar en su editorial que las razones de este giro no se relacio- nan ni con la llamada lucha antiterrorista, ni con que escritores, profesores, académicos y líderes religiosos sean amanuenses del gobierno o agentes de la inteligencia cubana, sino con el hecho de que esta política fracasó rotundamente y está condenada a repetir su fracaso si algún día se reimplantara. La inmensa mayoría de los cubanos que hicieron el viaje regresaron y no se convirtieron en “agentes del cambio”. Los supuestos sobre la exposición de los cubanos a una “cultura democrática” y al “libre flujo de información e ideas”, frágiles en sí mis- mos, quedaron como en la canción de Kansas: dust in the wind, polvo en el viento. La entrevista al reverendo Raúl Suárez a propósito de las relaciones con las iglesias norteamericanas nos sugiere, en efecto, que la lógica de la sub-versión puede ser devuelta como un bumerang y tener el efecto contrario al deseado por los formuladores de política en Washington.

En cuanto a los norteamericanos que vinieron, si bien las percepciones sobre Cuba suelen ser en ellos complicadas –entre otras cosas porque, según se ha dicho, suelen llegar buscando el cielo o el infierno–, la evidencia sugiere, como demuestra el texto de Patrick Leet, que el contacto con la realidad cubana contribuye a matizar percepciones, a debilitar estereotipos y, sobre todo, a cuestionar las imágenes e ideas que sobre Cuba brindan los medios de difusión. Los he conocido. Caminos también: “Estás condicionado pa-ra temerle a Cuba y su sociedad”, dice un miembro de Acción Permanente por la Paz. “Cuando llegas allá, te das cuenta de que, más que nada, las diferencias son culturales. Te das cuenta, dondequiera que vas, que la gente es gente.” Muchos regresan a su país convencidos de que la política hacia Cuba es anticuada, irracional e improductiva y se pronuncian por una relación normal con “el más cercano de los enemigos”, como de-muestran enfáticamente encuestas y sondeos de opinión, y nos reafirma en este número la carta a Kerry.

Por otro lado, de un tiempo a esta parte las denominaciones protestante norteamericanas en Cuba han venido siendo objeto de reflexión sostenida desde la academia. Estudiosos como Harold Greer, Margaret Crahan, Lou Pérez, Marcos A. Ramos, Rafael Cepeda y Adolfo Ham, desde sitios tan disímiles como Virginia, Nueva York, Carolina del Norte, Miami y La Habana, han examinado las complejidades de una relación cultural (no exenta de contradicciones y conflictos) entre misioneros nortea-mericanos y misionados cuba- nos. A esta lista de autores se suma ahora, con voz propia, la inglesa Karen Leindorfer, cuyo texto tiene como primer mérito estudiar la misión educativa de los cuáqueros en Cuba, una denominación que, por lo demás, no ha sido tan diseccionada como presbiterianos, metodistas y bautistas. Veo también un segundo, y es que el artículo logra aprehender los constructos ideoculturales que, de hecho, comparten todos los protes- tantes cuando llegan a Cuba, de manera masiva, a fines del siglo xix y principios del xx, es decir, nuestra supuesta incapacidad para el autogobierno –tanto en la iglesia como en la política– y la función que le otorgan a la educación como componente civilizatorio, de hegemonía y norteame- ricanización. Hace bien Caminos en continuar esta línea temática, iniciada durante el centenario de la Guerra Hispano-Cubano-Nortea-mericana, destinada a alimentar la memoria histórica de las iglesias. El presente tiene sentido sólo en la medida en que se conozca y en-tienda el pasado.

El número contiene, además, contribuciones valiosas sobre un te-ma de la mayor importancia conti- nental: el Area de Libre Comercio de las Américas. Los artículos de Atilio Borón, Osvaldo Martínez y Edgardo Lander refuerzan de muchas maneras la idea de que se trata de una integración vertical y asimétrica que, como en toda relación de poder, legitimaría en nuestros países la condición subal- terna, con el consiguiente costo para productores que irían a la ruina como consecuencia de una competencia desleal.

Para terminar, este número de Ca-minos me confirma que la revista está en un buen momento al cabo de sus diez años de fundada, y que se inscribe, con creces, en el movimiento de las revistas de pensamiento en esta hora cubana. Por sus temas, su agudeza, su va-lentía, su lenguaje. Excelentemente pensada, editada e ilustrada, aunque no muy bien distribuida, uno de los talones de Aquiles que deben arrastrar, casi fatalmente, nuestra publicaciones periódicas. Caminos ha logrado realizar el sueño de un editor: que en cada número se acceda a un conocimiento nuevo, que cada artículo llegue a desatar la aprobación e incluso la eventual discrepancia, condición imprescindible contra la grisura y el aburrimiento. Y lo hace con un equipo de jugadores que combina experiencia y juventud –a veces, una dicotomía en una sociedad como la nuestra, que envejece–, unificado sin embargo por la dedicación, la entrega y por la voluntad de trabajar y de hacer. Por todo esto, Caminos no es un andar por andar andando, sino un sendero tras la utopía, eso que después de todo sirve para caminar y no está, al final del día, mucho más allá del horizonte. La revista, reverendo, está en talla, como se diría allá en el barrio de Pogolotti.

Tomada de La Jornada, Caminos reproduce la siguiente crónica de Pedro Miguel, el director de Ciberamérica, sobre los recientes desastres “naturales” que han sacudido al mundo:

Stan, Katrina,
terremoto, tsunami…

Es la culpa de nadie, la de todos: sin más razón que una fecha cualquiera, o por cosas de la factura ecológica, o porque así sucede de muy antiguo, o bien porque Dios es indiferente, o malo, o bondadoso, pero en un estilo que no al-canzaremos a comprender en los próximos seis milenios. Por una de esas causas, o por todas, o por ninguna de ellas, el aire y el agua escenifican un violento conflicto conyugal, resoplan, tiran puñetazos y se trenzan en giros de lucha libre. Todo para reconciliarse después, volver cada uno de ellos a su aposento respectivo, y dejar paso al esplendor de una mañana soleada. Sólo que, para entonces, una infinidad de especies, la humana entre ellas, han perdido calidad de vida sin ganar por ello calidad de muerte (¿tumbas de már-mol para los damnificados muertos?, ¡cómo no!) y han pagado un tributo tal vez excesivo, más sobrado que los antiguos sacrificios humanos, para el próximo nacimiento del sol. Siempre aparece de nuevo, con cara de inocencia, para alumbrar los pedazos de pueblos que dejan a su paso Gilberto, Mitch, Katrina, Stan, y demás denominaciones antropomorfas que utilizamos para quitarles un poco de dolor a esas pupilas enloquecidas que miran conforme pasan, destruyen conforme miran, y luego se disuelven en una atmósfera diáfana.

También llega a ocurrir que la topografía planetaria se aburra de sí misma y se reconfigure con brusquedad, sin meter en el cálculo el destino de los insectos y de los humanos que pululan en su superficie, como sucedió ayer en Asia central, o bien que un estirón de la tierra en los fondos abismales aviente al océano sobre ciu- dades inermes, como ocurrió con el tsunami.

De este lado de los elementos, en la siempre precaria región humana, el guión es siempre el mismo: con o sin tiempo para dar la alarma, una porción de gente se muere rápido, otra agoniza por unos días y una más se queda agonizando por décadas, arrancada de cuajo de su sitio en el mundo, de sus prójimos, de sus posesiones casi siempre pequeñas. La mayoría de las veces la catástrofe cae sobre los humanos que no se ven: los que no salen en la tele, como no sea para morirse a cuadro; los que no merecen ser entrevistados, sino cuando perdieron un hijo o una pierna. En los días posteriores a la tragedia, con una lentitud sorprendente, habida cuenta de esa arrogancia que se llama tec-nología universal, la opinión pública se ve necesitada de recordar que la humanidad va un poco más allá, que no todo el mundo es participante en las cumbres del G-8, que no todos somos princesas de Mónaco, astronautas pioneros, fut-bolistas de piernas de oro o arrulladores de multitudes. El efecto dura poco –¿alguien, del otro lado del planeta, se acuerda todavía de los pueblos borrados por aquel terremoto célebre en el 2001, o por aquel golpe de mar, mucho más reciente, en Indonesia?–, porque a los pocos días habrá un nuevo desastre para conmemorar, un nuevo escándalo local o los preparativos de una humilde boda en la familia. Apúrense, damnificados del episodio, de cualquier episodio, a disfrutar de su semana de gloria en las pantallas y en las primeras planas, porque los políticos, los empresarios mediáticos y la conciencia del mundo tienen la agenda saturada, además de sus propios problemas domésticos. La colonización y la residencia en un planeta medianamente violento como este tienen su precio. Y casi siempre son los pobres entre los pobres, los que ya vivían la intemperie desde antes de la lluvia, el viento o el terremoto, quie- nes pagan la renta.

En junio del 2005 se celebró en nuestra sede, organizado por el CMMLK y Ayuda Popular Noruega (APN), un taller de género, tema que nuestro programa de educación popular ha incorporado desde hace años. Y para denotar que el género no es “cosa de mujeres”, este se llamó, como es justo y adecuado, Ser Hombres y Ser Mujeres Hoy. La matancera Magalys Menéndez, animadora del proyecto barrial que se desarrolla en su ciudad, en el barrio de La Marina, y participante en el taller, escribió sus impresiones para Caminos.

Estampas de mi último taller

Lucía: el mejor libro de género del taller

Desde que Sebastián me entretenía y me invitaba a componerme entre mamá y tallerista, esa mujer atrapó mi atención. Sin dudas, era de esa parte de la familia cubana a la que pertenece mi gente de La Marina. Adivinó la coordinadora del taller cuando propuso, ya sin mi nene a cuestas, que la experiencia del barrio matancero La Marina compartiera con la experiencia de La Timba, de la que Lucía, como ella misma nos especificó, era líder natural. Fue una buena oportunidad para acercarnos y comenzar a conocernos me-jor. Y como lo presentí, era como si estuviera hablando con Regla o Liduvina. Pero esta vez, escuchaba y aprendía de una mujer con su propia obra, con su caminar distinto dentro de su proyecto, con sus logros y sus desacier- tos. Y encontramos que nuestros proyectos no eran ajenos a lo que estábamos debatiendo sobre perspectiva de género, pero que sí te-níamos que intencionarla mejor y proyectarnos con ella, hasta donde las características, las condiciones y el ritmo del proceso en que participamos en nuestros respectivos barrios lo fuera permitiendo.

A partir de ese momento, Lucía y yo conversábamos y nos pasábamos papelitos del amigo o la amiga secreta, sin realmente serlo. Y como también dormíamos en el Centro junto a otros talleristas, comenzamos a compartir, además, en las noches. Así, “el otro taller de después” también fue de género, y Lucía fue el mejor libro de género en el que todas y todos los que pudimos leer nos releímos: en su vida había sido retada como mujer por los prejuicios y los egoísmos, y sus decisiones llenas de autoestima y valentía la hicieron crecer. Esta mujer negra, de edad algo avanzada, pudo encauzar la reparación de su ciudadela, y lucha ahora porque otras también sean reconstruidas. Estos logros enriquecen su decisión de ser auténtica en sus sentimientos y defender su vitalidad como mujer. Ella se siente dueña y jefa de su hogar, querida y responsable de la felicidad y la armonía de su familia. Lucía podrá, seguramente, florecer a través del proceso de conciencia que pueda despertar en su movimiento barrial la asunción de la mirada que desde el género nos propuso este taller, sobre to-do porque ya ella destila ese aroma, esa esencia de la mujer cu- bana negra que no cesa de crecer y hacernos crecer.

Cuando el cariño es más fuerte

Casi como de costumbre, las educadoras y educadores populares “conspiramos” cuando nos parece que algo puede perturbar el buen proceso de aprendizaje que siempre esperamos y queremos lo-grar. Es como compartir la responsabilidad y el compromiso que te- nemos y sentimos con nuestra gente, con nuestros procesos, con nuestros proyectos.

En un taller que sabíamos nos llevaría a profundizar sobre nuestras identidades de género y/o sobre los problemas a enfrentar al adentrarnos en la temática, y en el que nos sería difícil revisar nuestras maneras de ser hombres y mujeres, nos comenzaban a inquietar algunos términos difíciles de com-prender que se usaban y algunos discursos sumidos en la estabilidad de un saber científico determinado. A pesar de que todas y todos estábamos allí para aprender entre todos y todas, el diálogo se agrietaba y no reinaba la transparencia acostumbrada, esperada y necesitada para aquel nuevo aprendizaje desde nuestra fibra de mujeres y hombres.

Y entonces –y no deja de asombrarme el estilo con que se logra, que creo tiene que ver esencialmente con el clima que hemos construido en el CMMLK y con la delicadeza y el amor que entre todas y todos cuidamos–, la dinámica grupal fue curando. Desde la coordinación y el propio grupo se hicieron traducciones y sugerencias, emergieron los chistes y los símbolos con su inteligente función de aliviar tensiones y convocar a la familiaridad habitual –al referente de “todos y todas” con el que podemos sentirnos más có-modos–, creamos espacios de canciones y bachatas, conversacio- nes extensas y nocturnas, fotos.

Y así, poco a poco, el taller les enseñó mejores vías de comunicación a los “instruidos” en ense-ñanza, y a los que en un principio fueron incomprensivos, una posibilidad real de aportar y aprender. Al final, terminamos el taller con una inquietud: cómo lograr que nuestros trabajos se apropiaran de la perspectiva de género con un sentir común; el compromiso con la temática, y la voluntad de cooperar entre todas y todos para materializarla con la certe- za del valor que tiene el dedicar tiempo a compartir espiritualmente con el grupo y con un recuerdo de amistad grande, porque así pa-sa, cuando el cariño es más fuerte.

Gracias, “Hombres contra
la violencia”

¿Se imaginan al Kimbo o a otro marinero abakuá coordinando un grupo de hombres contra la violencia en el barrio de La Marina? Esa era una pregunta que quise hacer aquella noche en la que hacían su exposición los dos coordinadores nicaragüenses de la Asociación de Hombres Contra la Violencia. Cuando nos mostraban sus avances actuales, yo recordaba el recorrido de nuestro proyecto en La Marina, y me imagi- naba los pasos a desarrollar para adentrar a algunos marineros en una experiencia de ese carácter, contextualizada y armoniosa con el desarrollo organizativo y con la planificación del grupo gestor de nuestro proyecto.

Me impresionó y me emocionó, no porque un hombre pudiera hablar así ni porque fuera la prime-ra vez que escuchaba a alguno decir cosas parecidas a las de los nicaragüenses, al sentido revo-lucionario y la sensibilidad que trasmitía y despertaba su discurso. A mi entender, su propuesta era profundamente transformadora, a la vez que estratégica ante las construcciones de género que imperan en nuestras realidades nacionales, continental, mundial.

Parecería que los hombres no hacen nada o casi nada en este campo complicadísimo del género, y más cuando alguien que rastrea es-ta temática y su acontecer me asegura que así es. Aún sentimos el machismo de mujeres y hombres. Descubrimos las incoherencias de la sociedad cubana en esta tensión entre la necesidad de cambio y las urgencias económicas y de la vida cotidiana. No llegan propuestas desde la concientización acerca de la importancia de cambiar la esencia de las relaciones ge-néricas, como un verdadero salto cualitativo en nuestro acumulado cultural. En fin, no se ven señales, entre los hombres, de un movimiento homólogo al feminismo.

Sin embargo, conocí el trabajo de Hombres Contra la Violencia y mi mente se iluminó. ¿Podrán los hombres (educadores populares quizás) de nuestros movimientos cu- banos de base, populares, asumir un reto de esta magnitud, desarrollarlo, difundirlo, hacerlo efectivo? ¿Es posible articularlo con la participación y la visión de las mujeres cubanas? Yo creo que sí, con una condición: que forme parte de un cambio mayor y de un proceso de concientización desde la identidad de un barrio o de una comunidad.

En La Marina trabajamos desde hace algún tiempo en la sensibilización sobre este tema, a partir de la demanda, más o menos conciente, que ha emergido en los grupos conformados a lo largo del proceso de educación popular que desarrollamos allí. Recientemente, concluimos un taller con muchachos raperos y algunas jóvenes y mujeres. Todas y todos nos sensibilizamos con el tema, pero reconocimos que es difícil y compli- cado revolucionar los estereotipos y los prejuicios sexistas en el barrio. El camino para seguir ade- lante es unirnos como grupo en el trabajo de género, continuar autoanalizándonos y superándonos, y comenzar a diagnosticar lo que pasa en el barrio con espejuelos de género, porque sabemos ya que hombres y mujeres tenemos muchas cosas en común y muchas diferencias, y sobre estas es salu-dable actuar. Le doy las gracias a Hombres Contra la Violencia por ayudarme a ver mejor y por entusiasmarme con el género.

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