Pertenezco a la generación nacida con el triunfo de la Revolución, la del boom demográfico de los años sesenta. Una generación que desde nuestra niñez y temprana juventud acompañó a sus padres –pastores, pas-toras o líderes laicos– en actividades ecuménicas como las jornadas Camilo Torres, los encuentros del Movimien-to Estudiantil Cristiano (MEC), el Centro de Estudios, la COEBAC, las jornadas de trabajo voluntario donde se producían diálogos muy ricos entre marxistas y cristianos. Aquellas visitas memorables a la Iglesia Cristiana Pentecostal de Camagüey, donde compartíamos un ecumenismo de base, genuino y solidario. Mis vivencias de aquel tiempo son lindas. Cuando ayer encendía una vela a la memoria de Luis Villalón, lo hacía a la memoria de un líder ecuménico, pero sobre todo de un amigo de la casa que nos recibía con su amplia sonrisa, al que sentía, en primer lugar, amigo.
Los nombres y las historias de vida de muchos de la ge-neración que ayer nos presentaron sus exposiciones me eran familiares desde la temprana adolescencia. De ellos aprendí en nuestros campamentos de verano qué significaba defender nuestro sagrado derecho de ser creyentes, ya fuera por la Constitución de la República o por los te-mas de ética cristiana desde la perspectiva de Martí u otros que nos impartían. Ellos nos aportaron mucho, al enseñarnos a reflexionar qué significaba ser cristiano en una realidad socialista que promulgaba el ateísmo.
Sentiré siempre una inmensa admiración y respeto por esa generación pionera a la que le tocó desbrozar el monte para abrir un camino. Por todos ustedes que están con nosotros aún, y por los que han partido a vivir la pascua del Señor, le agradezco a Dios. Jamás me atrevería a llamarles con nombres que aluden en forma despectiva a su edad y su experiencia, porque ustedes son las ceibas sagradas de la iglesia protestante cubana, representantes vivos de una parte vital de nuestra historia como pueblo creyente. Y si hoy somos, es porque ayer ustedes apostaron por vivir su fe aquí, en Cuba. Ustedes nos legan su testamento político como cristianos comprometidos con una manera de vivir la fe en medio de su pueblo y no ena-jenados de él. Han sido profetas de la esperanza en tiempos difíciles y han pagado altos precios dentro de sus iglesias, que muchas veces o no los comprendió y los con-denó al aislamiento, o los expulsó.
He hecho teología a partir de esa realidad que me tocó vivir. Desde niña tuve que aprender a defender mi fe. Re-cuerdo cuando pasaban por el aula preguntando quiénes eran los religiosos. Levantar la mano era, al principio, difícil y bochornoso, pues no me identificaba con la palabra “religiosa”: yo me consideraba cristiana. Y tenía que partir al debate con mis compañeritos o mi maestra, que me consideraban un “bicho raro”. Parecía que los cristianos éramos algo así como una especie en extinción. Ser hija de pastores tenía una carga más fuerte. Nos convertimos en niños solitarios en la escuela dominical, porque la mayoría o se fue del país o de la iglesia. Luego, al llegar a la juventud, éramos tan pocos que sólo nos podíamos reunir un puñado de quince o veinte en los campamentos, y sólo éramos muchos más en las actividades ecuménicas, ese maravilloso espacio en el que pudimos reflexionar y construir un sentido de pertenencia desde nuestra critica y nuestra rebeldía por la discriminación que vivíamos.
Estudié Medicina. Fui una de las fundadoras del primer destacamento de ciencias médicas Carlos J. Finlay, en respuesta a un llamado del Comandante. Tuve que vivir el temor de las presiones que me hacían compañeros de la Juventud y profesores que me proponían dejar la Iglesia para que no tuviera problemas a la hora de estudiar mi carrera, o que me decían abiertamente que no tendría la oportunidad de ir a la universidad. Sentí temor, pero no claudiqué. Mi entrevista para ingresar a la universidad duró casi dos horas, y, por supuesto, casi todas las preguntas estaban relacionadas con la religión. “¿Será que un crisiano puede ser marxista?” “No, porque un marxista es ateo, pero un cristiano puede ser un buen revolucionario al estilo de Cristo, que enfrentó a los poderosos de su tiempo por optar por los humildes”. Estudié la carrera sintiéndome siempre “custodiada” por los “ángeles” de la Juventud Comunista, que debían apadrinarme y tratar de hacerme desistir de mi fe. Fue un intento vano y frustrante. Quizás muchos de ellos hayan desistido de su fe en este proyecto social, mientras que yo sigo aquí, caminando con mi gente y descubriendo el rostro de Dios en medio de las luchas de mi pueblo por la sobrevivencia.
Espero que algún día se nos pida perdón como cristianos, pues no basta que Fidel, en más de una ocasión, ha-ya dicho que somos libres como seres humanos para pro- fesar la creencia que escojamos. La discriminación contra los cristianos aún persiste y es inmoral y bochornosa. Te-nemos pruebas de que todavía existen planillas que hay que llenar con esa información, y de personas que estudian en la universidad a la que se les hace la clásica pregunta de antaño acerca de si son o no religiosas. Esto nos hace sentir como ciudadanos de segunda clase, al ubicarnos en la categoría de los “no confiables”. También esa actitud discriminatoria me marcó cuando quise ir con mi esposo a las montañas de Maisí a prestar nuestros servicios en un lugar donde nunca había habido un médico. Algunos dirigentes del municipio de salud no lo entendían, y aunque había vacantes, no querían darnos esa ubicación por temor a que hiciéramos “proselitismo religioso”. Entonces tuvimos que dar una batalla campal, porque no era comprensible que esos dos cristianos estuvieran luchando para irse a “lo peor” de las montañas. Sospechaban de nuestra actitud de entrega y servicio, y eso dolía profundamente. Logramos nuestro objetivo, y lamento que la muerte temprana y absurda de mi esposo no nos permitiera cumplir con nuestro servicio social allí entre ese pueblo sencillo que con tanto amor nos acogió y donde servimos como médicos cristianos.
Me hice teóloga atendiendo a un llamado de la Iglesia Episcopal. Se necesitaban vocaciones al ministerio ordenado. Entré en el Seminario Teológico de Matanzas (SET) en los difíciles años noventa. En el grupo primaban los profesionales: había ingenieros, médicos y abogados. Se imponía el acompañamiento pastoral a un pueblo que sufría debido a la caída del socialismo en los países de Europa del Este. Había aprendido a acompañar a mi pueblo desde el consultorio, como médica de familia. Ejercer la pastoral de consolación y vida partió de mi dura experiencia de sanadora herida.
No sólo el SET nos enseñó a reflexionar sobre nuestra práctica y nos formó académicamente con lo mejor de las teologías contextuales y las visitas de biblistas brasileños en cursos esporádicos, entre otros valiosos cursos de pastoral. También encontramos en el Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr. espacios como los talleres socioteológicos para profundizar en nuestro análisis de la realidad y en nuestra reflexión teológica.
Desde mi humilde lugar como teóloga pastoral que trata de aportar a la formación pastoral de líderes laicos y futuros pastores y pastoras, quiero apuntar los siguientes desafíos del quehacer teológico:
1. Continuar nuestra reflexión teológica contextual y coyuntural integrando a todas las generaciones en diálogo abierto y sincero en el que todas las voces sean escuchadas con el mismo respeto.
2. Valorar la tradición histórica ecuménica, no para que se quede como historia en el pasado, sino para darle continuidad en el presente a través de encuentros como este y otros que pueden surgir como espacios para conocer y rescatar nuestra memoria histórica, dando valor a la tradición oral.
3. En cuanto a la crisis que puede existir en el ministerio pastoral, un desafío que tenemos que resolver es ir en busca de un nuevo modelo para ese ministerio, dejando atrás el pastorcentrismo y caminando a un modelo de pastoral en equipo (como el que ya trata de desarrollar la Iglesia Bautista Ebenezer). La situación social es compleja, el pastor o la pastora pueden tener una crisis de identidad por no tener una definición clara de su papel. La tarea es de-jar los viejos esquemas de trabajo al aceptar los nuevos desafíos.
Le corresponderá a la teología práctica una posición clave en la reforma de estudios para la formación de pastores. Esto quiere decir que la formación pastoral estará en función del desempeño práctico que queremos de ese estudiante, y que su formación teológica debe ser complementada por otras disciplinas como Psicología, Sociología, Comunicación Social, Pedagogía, etc. que ayuden a cumplir las exigencias de un pastorado en equipo.