Unidad y pluralismo en la iglesia primitiva

Francisco López Rivera

En la Iglesia primitiva encontramos diversas tendencias teológico-pastorales respecto a un asunto capital: abrirse al mundo pagano o quedarse encerrados en el mundo judío. Las tendencias son las siguientes: avanzada, centrista, conservadora (capaces de dialogar), y avanzada y conservadora extremas (incapaces de dialogar). La “gran Iglesia” opta por el pluralismo; de hecho, históricamente se impone la tendencia avanzada. De ahí podemos sacar pistas para el diálogo de tendencias en la Iglesia actual.

Introducción

Presentaremos la manera como la Iglesia primitiva vivió la realidad dialéctica unidad-pluralismo, y eso, en medio de un conflicto tan fuerte que apenas podemos imaginarlo.

Historicidad de los datos

Haremos uso, fundamentalmente, de los datos bíblicos, aun cuando puede surgir la duda sobre la historicidad de dichos datos. Es cierto que no todos los detalles que presenta Lucas en los Hechos de los Apóstoles son estrictamente históricos. Sin embargo, algunos de ellos lo son: aquí no lo discutiremos. Podemos afirmar, por otra parte, que tienen más garantía de historicidad las “tendencias” mencionadas en los Hechos que algunos datos o episodios concretos. En este trabajo tomamos las tendencias y alguno que otro dato que nos parezca guardar coherencia con las tendencias.
Se puede afirmar, además, que en el tema que nos ocupa, Pablo es más de fiar que Lucas. Acudiremos ampliamente a la Carta a los Gálatas.

Categorías usadas para ubicar a los personajes y a los grupos

Usaremos algunas categorías que circulan entre nosotros: avanzados, centristas, conservadores. Estas categorías son meramente funcionales: no pretenden estar cargadas de ideología. Quieren designar simplemente a personas o grupos que, en la situación histórica descrita, eran partidarios de un cambio o un avance decidido (avanzados), o guardaban una actitud moderada (centristas), o no eran tan partidarios del cambio (conservadores). Se incluyen las posiciones extremas: avanzados extremos (y cerrados), conservadores extremos (y cerrados). Pablo, por ejemplo, era claramente avanzado en el asunto aquí estudiado. Tal vez no lo fuera en el aspecto social (digo “tal vez”, porque algunos opinan que sí lo era).
Nos preguntamos si se da algún conflicto en la Iglesia primitiva por causa de las diversas posiciones. La respuesta, obviamente, es que sí. Ante ello, nos interesa caracterizar a las personas y grupos según las categorías mencionadas, porque así fue la realidad histórica. Pero más nos interesa estudiar qué actitud tuvieron ante el conflicto eclesial.
Nos preguntamos también si el estudio de esa situación eclesial nos da pistas para nuestra propia situación. Creemos que sí, evidentemente. Y eso, sin tratar de hacer aplicaciones literales y anacrónicas. No buscaremos, pues, recetas aplicables sin más. Esta vez, como siempre, la historia nos da pistas, criterios, no reglas fijas ni recetas. Hay que aplicar esas pistas y criterios a la situación concreta. ¡Y discernir siempre!

La comunidad cristiana primitiva y el conflicto

Se dan dos clases de conflictos en la Iglesia en ese tiempo:

1. El conflicto interno (de carácter múltiple):
. Entre judío-cristianos, por una parte, y cristianos helenistas (venidos del judaísmo o del paganismo, pero de cultura griega, abiertos a esta).
. Entre la comunidad juánica y otros grupos.

2. El conflicto externo (se da fuera de la iglesia):
. Entre la Iglesia y el judaísmo.
. Entre la Iglesia y el Imperio.

Aquí hablaremos sólo del conflicto interno. Se trata de una situación descrita por Lucas (Hechos) y Pablo (Gálatas, especialmente). La época va del año 35 al 55 D.C., aproximadamente.

Conflicto entre judío-cristianos y helenistas o gentil-cristianos

Tenemos en la Iglesia al menos dos grupos de judío-cristianos, además de los helenistas:

. Judío-cristianos de cultura hebrea. Su lengua es el arameo (y el hebreo).

. Judío-cristianos de cultura griega (diáspora). Su lengua es el griego.

. Gentil-cristianos, de cultura griega. Su lengua es el griego.

En términos generales, podemos decir que el principal antagonismo se dio entre el grupo de judío-cristianos de cultura hebrea y los grupos de judío-cristianos y gentil-cristianos, ambos de cultura griega, si bien luego veremos que hay que matizar esta afirmación general.
Dos son las ciudades-polos en el conflicto que estudiamos: Jerusalén y Antioquía de Siria. Señalaremos algunas características de cada ciudad, que nos ayuden a captar las diferencias ambientales y religiosas que existían entre ambas y que enmarcaban las diferencias de las comunidades cristianas que ahí vivían:

. Diferencias socioeconómicas

Jerusalén era una ciudad judía, de cultura hebrea, económicamente pobre. Antioquia, por el contrario, era una ciudad cosmopolita, de cultura hebrea y desahogada económicamente.

. Diferencias organizativas, en cuanto iglesias, y diferencias teológicas

En Jerusalén la comunidad conserva estructuras similares al modelo judío, con sus “ancianos” (Hch 11,30; 15,6). La comunidad llama a los judíos a la conversión. Espera la peregrinación escatológica de todos los pueblos hacia Israel (así lo manifiesta Santiago, citando a Amós, en Hch 15,14-17). La comunidad se considera el kahal Yavé, sus miembros se autodenominan los hagioi (ver Dan 7). Es vista como una secta judía (“la secta de los nazareos”, Hch 24,5).
En Antioquia, la comunidad sigue la línea carismática. Acepta a los paganos sin la circuncisión y es misionera. Se considera libre de la Ley y persigue la separación de la sinagoga. En la ciudad hay judío-cristianos helenistas y gentil-cristianos (quizá también algunos judío-cristianos de cultura hebrea). Los “temerosos de Dios” pasarían más fácilmente a la iglesia gentil-cristiana que a la judío-cristiana (por la circuncisión y la Ley).
Entre las comunidades judío-cristianas y gentil-cristianas hay diferencias en torno a la misión. El gran problema de fondo que se plantea es el siguiente: ¿Hay continuidad de la historia de la salvación fuera de Israel? La respuesta helenista es que hay que abrirse al mundo gentil, ir hacia él. Por tanto, no exigir más la Ley y la circuncisión, dado que la salvación viene por la fe en Jesús, no por la Ley de Moisés, no por las observancias judías.

. Cuadro de tendencias

A continuación propongo un cuadro de las tendencias que se daban en la Iglesia desde el punto de vista teológico-pastoral.

. Explicación de las tendencias

Los avanzados extremos se mostrarían cerrados al diálogo con los conservadores y renuentes a cualquier concesión. Hechos no menciona a nadie de este tipo. Posteriormente sí existirán (ver infra).
Entre los avanzados podemos situar a los primeros representantes de los judío-cristianos helenistas (de cultura griega), especialmente a Esteban. Luego vendrá Pablo. Afirman la caducidad de la Ley y de la circuncisión. Aceptan que los judío-cristianos conserven sus observancias, pero no que las impongan a los gentil-cristianos. Pablo, helenista por nacimiento, aunque “hebreo” por formación, comprende que la comunidad debe salir del etnocentrismo hebreo para ser fiel al Proyecto del Padre en Jesús.
Uno de los centristas es Pedro, judío-cristiano, quien comprende la necesidad de que la comunidad se abra a los gentiles; Bernabé, inicialmente asociado a Pablo, se distancia de él por motivos diversos. Marcos estaba muy asociado a Bernabé, de modo que es dable pensar que comulgara con sus ideas. Se distancia de Pablo por razones personales y pastorales (Hch 15,38; 14,24).
Santiago es uno de los conservadores. No se opone radicalmente a la apertura, pero pone condiciones y tal vez no la favorece de lleno.
Los conservadores extremos son los judío-cristianos cerrados, que exigen de todo nuevo cristiano que abrace la Ley y la circuncisión. Serán enemigos violentos de Pablo.

La comunidad juánica

R. E. Brown encuentra cuatro etapas en la vida de esa comunidad:

1. Antes de que se escribiera el Evangelio de Juan: 50-80 D.C. La comunidad es perseguida por los judíos y expulsada de las sinagogas. El Concilio de Jamnia maldice a los cristianos (e incluye esa maldición en la oración cotidiana Shemone esré, no. 12 de la Recension Palestinense).

2. Composición del Evangelio, ca. 90. Pasó ya la persecución, pero quedan huellas de la agresividad contra “los judíos”. Se elabora una “alta cristología”. Hay dificultad con otras comunidades cristianas. Probablemente se predica a los paganos, muchos de los cuales no acogerían el mensaje, y de ahí surgiría la concepción juánica del mundo.

3. Se escriben las Cartas de Juan. Se revela ahí una comunidad dividida, ca 100. Hay dos grupos que interpretan diversamente el Evangelio de Juan. Se acerca “la última hora” de la comunidad.

4. Después de las Cartas. Las comunidades juánicas se disuelven; tienen diversos fines (ver infra).

La comunidad juánica se relacionaba con varios grupos:

. No creyentes en Jesucristo: el mundo, los judíos, los seguidores de Juan el Bautista.

. Creyentes (en diverso grado): los cripto-cristianos, los cristiano-judíos, los cristianos de las comunidades apostólicas.

Cómo viven el conflicto las comunidades primitivas

Examinaremos las actitudes que se dan en los diversos actores del conflicto entre judío-cristianos y helenistas:

Avanzados extremos

En el tiempo que consideramos no aparecen actitudes negativas explícitas contra los gentil-cristianos (¿por ser el autor de Hechos un helenista?). Estas irán apareciendo con el tiempo. Los judío-cristianos eran violentos con los gentil-cristianos. A veces estos lo eran también con los primeros. Pero esto último sucederá cuando los gentil-cristianos ya no sean una minoría neófita, sino la mayoría dentro de la Iglesia. Justino describe estas actitudes (Diálogo con Trifón, P.G. 6 574-579): si un judío-cristiano cree en Cristo se salva, aunque siga con sus prácticas, con tal que no quiera imponerlas a los gentil-cristianos.
Hay gentil-cristianos que niegan a los judío-cristianos el derecho a sus observancias, como si fueran pecado. “Estos no hablan ni comen con los judío-cristianos. Por mi parte no los apruebo. Pero tampoco apruebo a los judío-cristianos que hacen lo mismo con los gentil-cristianos”.
Más adelante se exigirá a los judío-cristianos que abandonen usos y costumbres no malos de por sí. Se combatirán algunas doctrinas judío-cristianas, como, por ejemplo, un excesivo desarrollo de la apocalíptica y el milenarismo, el culto a los ángeles, etc. Constantino construirá basílicas sobre las “grutas sagradas” custodiadas hasta entonces por los judío-cristianos. Así, se hace pasar la posesión de los lugares santos de los judío-cristianos a los gentil-cristianos. Gregorio de Nisa (ca. 381) cuenta que los cristianos se hostilizaban mutuamente para obtener un mayor número de santuarios y así “desgarraban la túnica inconsútil de Cristo” (P.G. 46, 1 009-1 024).
El Concilio de Nicea dirime a favor de los gentil-cristianos la disputa entre judío-cristianos y gentil-cristianos sobre la fecha de celebración de la Pascua. Así se le quita a la Iglesia Madre de Jerusalén el único primado que le quedaba. El Concilio de Antioquía (341) excomulga a los que no obedezcan a Nicea. Habría tal vez que distinguir en esas medidas de la gran Iglesia qué hubo de necesario orden y qué de innecesaria rigidez hacia los judío-cristianos. Se había impuesto la apertura al mundo. La comunidad judío-cristiana iba languideciendo. Quizá no habría sido necesaria tanta dureza.

Avanzados

Es de Pablo de quien tenemos más datos para recuperar las actitudes que tuvo este grupo en el conflicto eclesial.
Pablo defiende su proyecto, que acaba por imponerse. En la Asamblea de Jerusalén apela a los hechos, a lo que Dios ha obrado entre los gentiles. Lo fundamental es la fe en Jesús y la libertad que con ella viene. Hay que saber ser polémico y defenderse cuando resulte necesario. Se defiende en razón de la misión, que es, a fin de cuentas, lo que le interesa: que Cristo sea predicado, que el Evangelio se transmita sin ser adulterado (Gal 1,6-10). En este clima polémico tiene momentos violentos en los que llama a los judío-cristianos cerrados, “falsos hermanos, intrusos, perros, malos obreros, falsos circuncisos” (Gal 2,4-5; 4, 17; 6,12; Flp 3,2).
Esencial en su proyecto es “la fe que actúa por el amor” (Gal 5,6), de manera que “ni la circuncisión ni la incircuncisión” son en sí mismas lo importante. Evita el escollo de la ideologización y va al núcleo del asunto. Tan idolátrica puede ser la incircuncisión como la circuncisión, cuando se hace de ella un absoluto. Y absoluto es sólo Dios. Por ello, la operativización concreta de la libertad es la siguiente: “Por amor pónganse los unos al servicio de los otros” (Gal 5,13ss).
Pablo apoya el pluralismo. Acepta que se respete a los judío-cristianos su derecho a la Ley y a la circuncisión. Exhorta a no juzgarse unos a otros. Admite que Dios acepta a todos, “los fuertes y los débiles en la fe”. Y el “fuerte” no tiene derecho ni de juzgar ni de escandalizar al “débil”. Esto no significa indefinición: ya vimos que Pablo es claro en su proyecto. Más aún, se cuenta entre los “fuertes”; no participa de los “escrúpulos de los débiles”: “Lo sé, estoy convencido por el Señor Jesús: nada es impuro” (Rom 14; ver v. 15).
Pablo es tan libre que en su momento aceptará el gesto de buena voluntad que le propone Santiago: apadrina a unos nazareos (Hch 21,17ss). “Me hago todo a todos” dirá (1 Cor 9,22-23). En su oportunidad hace circuncidar a Timoteo, por ser este de madre judía. En cambio, no deja que se circuncide a Tito. En este caso no se podía hacer ni una concesión momentánea, porque estaban en juego los principios (Gal 2,3-5). Sabe distinguir lo fundamental de lo secundario.
Su actitud no demuestra solamente una flexibilidad táctica o de sentido común; Pablo cree en la comunión eclesial. Va a las “columnas de Jerusalén” (Gal 2,8-9). Se somete a su opinión, “no sea que haya corrido en vano” (Gal 2,2).Esta sumisión no implica ni temor ni halago: Pablo no se deja impresionar por las personas ni por el papel que desempeñan en la Iglesia. Con toda libertad se enfrentará más tarde a Pedro, una de las “columnas”.
Como signo de ese compromiso con la comunión eclesial, se empeña generosamente en la colecta a favor de “los pobres de Jerusalén”. Santiago, Cefas y Juan les dan la mano a él y a Bernabé en señal de comunión, para que vayan a evangelizar a los paganos. Ellos, por su parte, se comprometen a ayudar económicamente a la empobrecida comunidad de Jerusalén (Gal 2,9-10).
Pablo acepta la cruz de Cristo para llevar adelante su proyecto. Sufrirá contradicciones, persecuciones y críticas de los judaizantes, que tratan de desautorizarlo e invocan la autoridad de Pedro (Gal 2,6-9; 1,19-23; 1 Cor 9,1; 15; 8-9). Pablo dice que, en realidad, no quieren aceptar la cruz de Cristo (Gal 6,12; 5; 11). En momentos de acoso y persecución (¿de desolación?), Pablo halla su fuerza en Dios: 2 Cor 6; 12,1-10; Rom 8,31-39: “¿Quién nos apartará del amor de Cristo…?” En Gal 2,19-20, Pablo termina la polémica con un “salto místico” hasta las profundidades de su relación con el Señor Jesús; ahí está su fuerza, y por eso su polémica resulta válida, honesta, no puramente ideológica. Según algunos autores (Cullman, Deniélou, E. Testa, C. Martini), Pablo será finalmente entregado a las autoridades romanas para su ejecución precisamente por los judaizantes, los falsos hermanos.
¿Perdió Pablo la partida? ¡Perdió la vida, pero no la partida! Su proyecto (que él defendía por considerarlo el de Dios) acabó por hacerse el proyecto de la Iglesia, de una Iglesia que se abría al mundo. Considero que su salida de Antioquía no ha de verse como una marginación, sino como el impulso del Espíritu a una misión más amplia. La prueba es que Pablo volvió a visitar Antioquía, y no para una estancia breve (como sugiere otro autor, Rafael Aguirre), sino probablemente de un año (ver Hch 18,22). Se tiene que separar de su antiguo compañero de misión, Bernabé, en parte por razones personales y pastorales, en parte por razones teológicas. La fidelidad a su proyecto y a la misión lo llevó a esta decisión dolorosa.

Centristas

Pedro acepta de entrada la apertura a un cristianismo sin Ley ni circuncisión. En un principio “come con los paganos”: esto implicaba convivencia y participación en la Eucaristía (se trataría del kyriaken deipnon, según Schlier). Es cierto que Lucas le concede artificialmente un papel protagónico a la apertura de Pedro (ver Hch 10), pero no es dable pensar que haya falseado crudamente la realidad atribuyéndole un papel y una actitud que nunca habría tenido. El mismo Lucas admite que son Pablo y Bernabé los que dan el principal testimonio de la actividad entre los paganos, con ocasión de la Asamblea de Jerusalén (Hch 15,12). De alguna manera, la Iglesia es consciente de que Pedro aceptó el proyecto de apertura a los gentiles (que irá apareciendo como el proyecto de Pablo).
En Gal 2,11 Pablo admite que Pedro iba bien “antes de que llegaran los de Santiago”. Pedro era, pues, más abierto que Santiago y su grupo, por lo cual fue encarcelado en el año 44, mientras que Santiago no fue tocado. La actitud de Pedro fue un esfuerzo de mediación e integración entre el radicalismo paulino de la primera hora y el radicalismo judaizante. Aguirre señala: “Y parece que tuvo éxito, de modo que la Iglesia de Antioquía dejó de caracterizarse por su pagano-cristianismo y se caracterizó por la síntesis entre los cristianos de la circuncisión y de la gentilidad”.
¿Por qué, pues, Pedro duda y cede cuando vienen “los de Santiago”? Quizá por su personalidad que, como vemos en el Evangelio, tenía altibajos; o bien, por preservar la unidad de la Iglesia de Jerusalén. En realidad, Pedro actuaba conforme a los acuerdos de la Asamblea, los cuales suponían que un judío-cristiano no debía renunciar a la Ley. Pablo le reprochará el haber desempeñado un doble papel: se permitía a sí mismo “vivir como pagano, siendo judío” y, en cambio, quería que los paganos “vivieran como judíos” (Gal 2,14). Pero esto último no anula la aceptación por parte de Pedro de un proyecto eclesial más abierto y su papel mediador en el conflicto.
Bernabé también tiene un papel mediador. El mismo era helenista (Hch 4,35). Es cofundador de la Iglesia de Antioquía. Su función de mediación en la Iglesia posibilita el contacto de Pablo y los apóstoles de Jerusalén (Hch 9,27), introduce a Pablo en Antioquia, le permite mediar en el conflicto al ser, junto con Pablo, protagonista de un trabajo misionero que sólo pedía de los paganos la fe (13, 38ss; 13,12-48; l4,1). No obstante, se identifica con Pedro en la confrontación con Pablo y, como se vio, en un momento dado se distancia de este.

Conservadores

Santiago se considera un “ardiente partidario de la Ley” (Hch 21,20). Por su relación con los judíos fue respetado por Herodes en el año 44. Lucas lo presenta como el jefe de la Iglesia de Jerusalén, junto con los “ancianos” (21,18). No se opone radicalmente a la apertura, pero tampoco parece favorecerla de lleno. Su papel no es muy consistente. Ello se evidencia en que acepta que se mantengan algunas observancias; le pide a Pablo un gesto conciliador, para que no se piense que este quiere desviar a los judío-cristianos de la Ley y la circuncisión (Hch 21,17); su papel en el “incidente de Antioquía” resulta ambiguo: ¿envía a su gente hacia Antioquía a exigir un mayor rigor a los judío-cristianos, que estarían “gentilizando” (al contrario del “judaizar” que Pablo critica en cristianos que se suponían libres de la Ley)? ¿O bien algunos de sus seguidores obran por cuenta propia e intimidan a Pedro, quien entonces se reprime “por temor a los circuncisos” (Gal 2,12)?
En cualquier hipótesis, a la larga Santiago también es rechazado y asesinado por los judíos (62 D.C.) Santiago encarna, pues, una actitud moderada entre los judío-cristianos conservadores.

Judaizantes

Los judaizantes presionan a Pedro para que cese en sus aperturas. Le hacen la guerra a Pablo: se le oponen verbalmente y quieren desprestigiarlo (Gal 2,6-9; 1,19-23; I Cor 9,1; 15,8-9). Según Pablo, le temen a la cruz de Cristo (Gal 6,12; 5,11). Invocan, al parecer, la autoridad de Pedro en Corinto. Según algunos autores, como ya dijimos, entregan finalmente a Pablo a las autoridades romanas.
Los conflictos con los gentil-cristianos se prolongarán hasta los siglos V y Vl, a veces con más culpa de los judío-cristianos, a veces de los gentil-cristianos.

La iglesia en su conjunto

Al final se optó por favorecer el pluralismo: se dejaría libres a los gentil-cristianos de la Ley y la circuncisión, pero se les pediría mantener ciertas observancias, para evitar más choques con los judío-cristianos.
Todos ceden en algo. Quizá los que más ceden son los conservadores. Aceptan cortar el cordón umbilical de las comunidades gentil-cristianas respecto a Jerusalén. Con ello, se les abría un futuro incierto: era fácil prever que se irían quedando como una minoría. Ellos, que habían iniciado la comunidad cristiana, ¿qué lugar tendrían dentro de la Iglesia? Era una decisión valiente, posibilitada por los conservadores moderados, como Santiago.
Más adelante, un judío-cristiano moderado, el autor de la Carta a los Hebreos, intentará convencer a sus hermanos judío-cristianos de que ya no tiene sentido intentar seguir siendo cristiano-judíos. Otro judío-cristiano moderado, el autor del Evangelio de Mateo, intenta presentar una síntesis entre lo mejor de la tradición judía y la fe en Jesús, dándole a esta el papel de núcleo fundamental integrador.
Los helenistas también ceden, al adoptar una posición realista y flexible y aceptar la coexistencia de tradiciones cultural-religiosas diferentes en el seno de la Iglesia de Antioquía. De otra manera, la comunidad judío-cristiana de Antioquía se habría convertido en una secta judía más. Aguirre señala que “el universalismo y la capacidad de integración de tradiciones muy distintas era una necesidad muy objetiva en el mundo grecorromano del siglo I, profundamente cosmopolita y en grave crisis religiosa e ideológica”.
Al abrirse camino el proyecto de Pablo, el cristianismo pudo ser un proyecto universal. Dice Roloff que este fue, “sin género de dudas, el acontecimiento más importante de toda la historia de la Iglesia primitiva”. Según el consenso al que se llegó en la Iglesia, Pedro, Santiago y los judío-cristianos podían seguir su camino; Pablo y los helenistas, el suyo.
Se obró con buen sentido, pues era necesario actuar, no por un mero voluntarismo, queriendo imponerse unos a otros una postura rígida, sino por las posibilidades históricas efectivas, las cuales apuntaban al pluralismo.
Por otra parte, sería empobrecer la realidad reducirla al puro “buen sentido” o al cálculo realista. Ya vimos cómo Pablo recuerda un gesto de comunión de parte de Santiago, Cefas y Juan (Gal 2,9). Los helenistas respondieron con otro gesto de comunión: la colecta.
Esta era una muestra de gratitud, y Mesters plantea que “de esa gratitud nació una de las más bellas iniciativas de unidad: la colecta…” Estos gestos de comunión no suprimieron, sino que contribuyeron a la aceptación de las diferencias religioso-culturales por parte de ambos grupos. Mesters señala también que, de momento al menos, se logró encontrar “un sentido de unidad en el nivel más profundo y sólido del pluralismo, donde el amor puede dar prueba de su creatividad”.
No debemos minimizar, sin embargo, los problemas que siguieron existiendo entre Pablo y los judaizantes, ni el desarrollo posterior, no muy cristiano tal vez, de las relaciones entre la gran Iglesia y los judío-cristianos. Pero tampoco podemos negar el acuerdo logrado por la voluntad de comunión de los cristianos más abiertos de las diversas tendencias.

La comunidad juánica

Veamos ahora las actitudes de la comunidad juánica hacia los diversos grupos con los que se relacionaba (en ocasiones, conflictivamente).

. Respecto al mundo, la comunidad juánica no lo identifica con el Imperio (como será. v. gr., la Bestia para el Apocalipsis), sino con todos los que rechazan a Jesús y la fe en él; incluye a los judíos, si bien no se limita a ellos.

. Respecto a los judíos, los ve como incrédulos y perseguidores. Expulsaba a los judío-cristianos de las sinagogas, los denunciaba al poder romano, y así, muchas veces, los llevaba a la muerte, con lo cual creía prestar un servicio a Dios (ver Jn 9). Eran “hijos del diablo”.

. En cuanto a los seguidores de Juan el Bautista, considera que entienden mal a Jesús, al darle preminencia al Bautista. Pero como no odian a Jesús, hay esperanza de su conversión.

. Consideran que los cripto-cristianos “prefieren la gloria que dan los hombres a la de Dios”. Quizá pensaban que podían actuar “desde dentro de la sinagoga”. Pero, por ello, más bien se les consideraba vergonzantes. La comunidad trataba de convencerlos de que confesaran públicamente su fe.

. La fe de los cristiano-judíos en Jesús era débil, insuficiente. En la práctica, habían dejado de ser verdaderos cristianos.

. Los cristianos de las comunidades apostólicas no entendían plenamente a Jesús, ni la función docente del Paráclito. Con todo, la comunidad juánica oraba por la unión con ellos.

Desarrollo de la comunidad juánica

Los separatistas derivan hacia el docentismo, el gnosticismo y el montanismo, y terminan atomizados en sectas. El Evangelio de Juan es comentado antes que nadie más por los gnósticos. Los fieles derivan hacia la “gran Iglesia”. Por una parte, aceptan la necesidad de maestros oficiales provistos de autoridad (presbíteros-obispos). Por otra, aportan a la gran Iglesia su “alta Cristología”. Terminan formando parte de la gran Iglesia y no convertidos en sectas. La gran Iglesia, por su parte, tarda en aceptar el Evangelio de Juan, que había sido mal utilizado por los gnósticos.
En conjunto, la comunidad juánica se endurece en la lucha (1 Jn 2,18-22; 4,1-6; 3,4-5; esp. 2 Jn 10-11). Exalta el amor fraterno, pero no con los que han decidido ya no ser hermanos. El Evangelio de Juan es altamente polémico. El costo de defender la fe (y quizá aun la vida) lo hace intolerante con las posturas heterodoxas. Es la defensa de la verdad, pero, como señala Brown, “dio pábulo a aquellos cristianos de todos los tiempos que se sienten justificados para odiar a otros cristianos por amor a Dios”.
Los judío-cristianos llamados “cripto-cristianos” tal vez sustentaban su postura en Jesús, Pedro y Santiago, quienes actuaron desde la sinagoga. Quizá pensaban que así harían más tolerantes a los jefes de esa institución. De hecho, su estrategia no tuvo éxito, pues el cristianismo se desarrolló en proporción inversa a su cercanía con la sinagoga. Ya hemos visto que las comunidades judío-cristianas fueron languideciendo. El avance del Proyecto de Dios pedía un cambio radical, que fue encarnado principalmente por Pablo.
El éxito final de la comunidad juánica estuvo en la comunión; en ella pudieron ceder y obtener, aportar y recibir. Los que no aceptaron la comunión terminaron en la atomización. Al final del Evangelio de Juan se sintetiza la presencia y el papel de Pedro y Juan en la Iglesia. Juan conserva la capacidad de intuición respecto a la presencia del Señor; Pedro, la autoridad pastoral. La gran Iglesia, por su parte, se ve enriquecida con los aportes de los diversos grupos, por ejemplo, las diferentes eclesiologías. Hechos subraya el papel del Espíritu, la fraternidad comunitaria, Pablo (1 Cor), el orden de los carismas, el símil del Cuerpo (donde el primer carisma es el amor). Las Pastorales insisten en la necesidad de estructuras; están contra el exceso de individualismo y las divisiones. Pedro nos recuerda el valor del oficio pastoral-magisterial. La comunidad juánica insiste en el papel del Espíritu; nos hace relativizar el oficio. Como bien plantea Brown, “la mayor dignidad a la que se puede aspirar no es la papal, ni la episcopal, ni la sacerdotal; la mayor dignidad es la de pertenecer a la comunidad de los discípulos amados de Jesucristo”.

Conclusiones

. No se puede detener al Espíritu de Dios.

. El Espíritu va dando signos de la voluntad del Padre en la historia.

. Los verdaderos profetas son, en la Iglesia, los que captan a fondo esos signos y, a partir de ellos, anuncian y denuncian, impulsan, “extirpan y destruyen, pierden y derrocan, reconstruyen y plantan” (Jer 1,10). Pero pagan un precio: generalmente son poco comprendidos, perseguidos y, en ocasiones, eliminados.

. La gran Iglesia, en la medida en que sigue los impulsos del Espíritu, encuentra también la persecución y el conflicto. El conflicto con “los de fuera” y el conflicto interno. Este último resulta especialmente doloroso, pero es inevitable. Al enfrentar el conflicto, habrá momentos polémicos, a veces incluso intransigentes; pero también ha de haber, como en Pablo, la capacidad de diálogo, apertura, flexibilidad y, en última instancia, la búsqueda auténtica de la comunión eclesial. En esta marcha sinuosa hacia la realización del Proyecto del Padre, la Iglesia necesita vivir de esperanza, de un amor fuerte y desinteresado, de “la paciencia en el sufrimiento y la fe de los santos” (hypomone kai pististon hagion, Ap 13, 9-10). Y, mientras, tiene que seguir su trabajo por el Reino, cada uno haciendo lo que en conciencia cree que debe hacer (como de hecho actuó Pablo).

. Todo esto nos lleva a aceptar que el conflicto es inevitable en la vida de la Iglesia y que, por tanto, es de gran importancia desarrollar en nosotros tres actitudes ante las diversas mentalidades: aprender a dialogar (en auténtico diálogo; ver la cita de Paulo VI en Ecclesiam suam de que, en todo diálogo auténtico, ambas partes aceptan salir de él modificadas); aprender a respetar a quienes piensan de manera distinta (a superar actitudes intolerantes y sectarias que llevan a satanizar o descalificar a los demás); y aprender a disentir (atreverse a discrepar honestamente y con la firmeza necesaria).

. A veces, en la marcha de la Iglesia, los oprimidos pasan a ser los opresores, cuando una mentalidad o posición prevalece y abusa de su poder. No se trata de convertirse nunca en opresor. No se trata de buscar el poder, sino de construir el Reino de Dios, el cual “no es cuestión de comida o bebida; es justicia, paz y alegría en el Espíritu” (Rom 14,17); y, por otra parte, “no consiste en palabras, sino en acción” (1 Cor 4,20).

. La única manera de ser consecuentes con el Proyecto del Padre, con los impulsos del Espíritu, es una profunda apertura al mismo Espíritu, un auténtico “dejarse llevar por él, sin querer adelantársele” (como decía Nadal de Ignacio de Loyola). Y esto se llama actitud de discernimiento.

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