Esta intervención tiene como asunto la relación entre la idea y la práctica de la participación. Me referiré a la cultura de la participación como clave del ejercicio socialista del poder. Para abordarla, tocaré cuatro dimensiones: 1) las condiciones de la participación; 2) la cultura en la que ha de desarrollarse; 3) las consecuencias que produce; y 4) el sentido de la participación, o sea, participación con respecto a cuál horizonte.
Las condiciones de la participación
Como todos sabemos, el 17 de noviembre del 2005 el Comandante en Jefe Fidel Castro pronunció un discurso que planteó la posibilidad de la reversión del socialismo en Cuba. Sin embargo, por la magnitud de ese cuestionamiento, pensamos que todavía debe producir repercusiones más profundas que las alcanzadas hasta hoy, en el sentido de una discusión colectiva, amplia, propositiva, que se pronuncie no sólo sobre el diagnóstico de los problemas, sino también por cuál sería el margen socialista de sus soluciones, si entendemos por socialismo la ampliación permanente de los contenidos ciudadanos de libertad, justicia y dignidad humanas.
Este discurso –y otros con su mismo sentido– ciertamente han sido muy analizados. Pero este debate no conseguirá toda la eficacia que debe alcanzar si acaso se entiende sólo como la elaboración de una lista de problemas. Para que este debate alcance una dimensión más efectiva, debemos acompañarlo entre todos con las preguntas sobre: 1) los presupuestos del debate, o sea, la información y la comunicación política necesarias para colocarse como un actor en él; 2) la promoción y la defensa de una esfera pública donde se pueda verificar tal debate en un marco político cada vez más ampliado; y 3) la incidencia –o sea, el impacto– que lo debatido pueda alcanzar sobre el curso de la realidad.
Aquí, es necesario combatir un enfoque antintelectualista que no promueve el debate diciendo que este es “mucho pensamiento y poco estar en la concreta”. Pero ese discurso que cree necesario resolver primero los problemas materiales para después poder pensar, es una contradicción. No es posible resolver con eficiencia los problemas, y menos hacerlo desde una perspectiva socialista, sin pensar primero las soluciones y, sobre todo, sin discutir el enfoque político de esas soluciones. Para apoyar, y sobre todo para seguir esos discursos, defendemos un debate que es asimismo “estar en la concreta”. Con esto, recordamos una idea esencial del marxismo: nada hay más práctico que una buena teoría, con el Lenin que decía: “sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria”.
La cultura de la participación
Sin cultura política socialista no puede existir la participación que necesita el socialismo.
Sin embargo, se nos presenta un problema con el propio concepto de cultura política. Con frecuencia, los usos del término privilegian una acepción que la reduce a su concepción “letrada”, la que se transmite en las escuelas, los medios de comunicación y las agencias encargadas de “formar valores”.
Sin embargo, además de esa cultura que llamamos “letrada”, cuyos problemas no abordo aquí, porque hay ya un buen número de valiosas intervenciones sobre ese campo, existe otra dimensión de ella que se forma a través del propio funcionamiento social, de los valores que se forman con independencia de los medios de comunicación, de la escuela, por la forma misma en que transcurre materialmente nuestra vida, que a veces, si no va en contradicción con la primera, guarda con ella una relación bastante contradictoria.
Debemos recordar que no sólo con libros y con televisión se forma “cultura”. La cultura socialista se consigue en las ideas y en los hechos con relaciones sociales socialistas, con los usos públicos del saber, con espacios culturales que reproduzcan una espiritualidad cada vez más rica por más compleja, con la socialización de la economía, con la redistribución creciente del poder entre la ciudadanía, con la extensión de la información política, con la ventilación pública de los problemas públicos, con la ampliación del control popular sobre la política.
La ampliación de la cultura de la participación sólo se puede lograr en los hechos con la profundización de la política de la participación. Para participar hay que saber participar, y educarse para ello, pero no hay otra forma de hacerlo que participando.
Las consecuencias de la participación
La discusión desde Cuba sobre la alternativa que significa el socialismo respecto al mundo dominado por el capitalismo tiene la especificidad de contar aquí con una revolución triunfante, proceso que es en sí la alternativa. Entonces, ¿cómo formular desde el poder una alternativa tanto al capitalismo como al propio estadio alcanzado por la Revolución?
Hacer la crítica del capitalismo y el imperialismo es imprescindible, pero ello obliga, al mismo tiempo, a hacer la crítica de la organización revolucionaria, de la forma que asume la democracia socialista y de los errores eventuales de su construcción. La exigencia de discutir estas cuestiones no es sólo un problema “de los intelectuales”. Se trata de la necesidad de un debate de la sociedad cubana sobre sí misma.
Esto es lo que más necesitamos: la participación no como la convocatoria a participar de algo que no hay forma de cambiar, sino como la posibilidad abierta de transformar la realidad, lo que supone revisar, continuándolos y/o rectificándolos sobre la práctica, diseños de relación política que no brindan las posibilidades de participación que espera una ciudadanía con la formación cultural y política de la cubana.
El horizonte de la participación o qué es la revolución en la Cuba de abril del 2008
Delinear la estructura socioclasista cubana de hoy, registrar a fondo los fines que persiguen los diferentes estratos y grupos sociales, así como conocer qué significa la Revolución para cada uno de ellos, es imprescindible para articular los imaginarios hoy existentes en un cuerpo más diverso y sólido, capaz de abarcar mayores sectores sociales y de hacerlo con mucho mayor calado.
En un escenario de estructuración social como el existente hoy en Cuba, acaso el instrumento más eficaz para gestionar el consenso socialista sea concebir la política como un discurso en sí mismo diferenciado, orientado hacia la afirmación de la diversidad social.
La diversidad es aquí y ahora la fuerza principal de la ideología socialista, su expresión material es el vehículo que mejor puede disponer a la sociedad cubana, desde la afirmación y el respeto de las diferencias, a armar la defensa colectiva de este proyecto socialista de independencia nacional y de soberanía popular.
Para ello, es necesario afirmar una y otra vez una idea esencial en la ideología revolucionaria: el socialismo no es sólo un método de distribución, sino un cambio cultural en la comprensión de la vida: una moralidad de la libertad, de la justicia y de la fraternidad humanas.
Muchas gracias.