Estimadas compañeras y estimados compañeros: He titulado mi conferencia “Cristianismo y comunismo”. Perdonen si resulta demasiado extensa, pero es que dicen los que saben que una conferencia magistral no puede tener durar de cinco horas. Les aseguro que la mía no ha de llegar ni a la mitad.
Lo primero que haré es decirles quién soy. Lo de cómo soy lo podrán contestar ustedes, en parte, al final de mi presentación. No basta con decir simplemente que soy un pastor retirado de la Iglesia Presbiteriana; debo referirme también al hecho de que realicé estudios con el propósito de ser mejor pastor: el bachillerato en Letras y Ciencias (1940), el bachillerato en Teología (1945), la maestría en Teología (1957),el doctorado en Filosofía y Letras (1961). Además, cuento con dos doctorados honoríficos.
Desde 1984 soy profesor emérito del Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, institución de cuyo claustro he formado parte desde 1947. He enseñado también en instituciones extranjeras: en el Pacific School of Religion, Berkeley, California (1979-1980), en seminarios de San Francisco y en el Union Theological de la Universidad de Columbia de Nueva York, (1983), y en el Seminario Emmanuel, de la Universidad de Toronto, Canadá (1997).
Mis responsabilidades educativas no se han reducido al campo de la Teología. Fui profesor voluntario del Instituto Pedagógico de Matanzas (1962-65), asesor pedagógico de los profesores de la provincia (1965-69) y director del Departamento Provincial de Traducciones (1969-77).
En el campo de la política internacional, fui miembro del Secretariado Internacional de la Conferencia de Solidaridad con la Independencia de Puerto Rico (1975), uno de los presidentes del Congreso Mundial de Líderes Religiosos por la Paz, el Desarme y las Relaciones Justas entre Países (1977-78), y uno de los presidentes del Congreso Mundial de Líderes Religiosos en contra de la Guerra Nuclear (1982-88). En cuanto a la política nacional, tal vez lo más relevante es que fui diputado a la Asamblea Nacional durante quince años.
He impartido conferencias en cuatro universidades de Alemania, en una de Escocia, en una de Holanda, en una de España, en dos de los Estados Unidos, en una de Canadá y en una de México;, y en seminarios de Teología en Portugal, Argentina y México. A esta lista se debe añadir la Universidad de La Habana, la de Matanzas, y el Instituto Pedagógico de La Habana.
No siempre he residido en Cuba. Viví durante casi dos años en los Estados Unidos a partir 1959, dado que después del triunfo revolucionario la Iglesia me ofreció la posibilidad de estudiar en el Seminario de Princeton, New Jersey, el doctorado en Teología, donde ya en 1956 había obtenido la maestría.
Sin embargo, en esa oportunidad tampoco terminé los estudios doctorales. El 5 de septiembre de 1961, apenas dos años después, arribé junto a mi compañera de aquellos tiempos, Dora E. Valentín Morales, nuestro hijo Reinerio y nuestra hija Dorita, al puerto de La Habana, en el último viaje que realizara el buque Covadonga entre los Estados Unidos y Cuba. Hacia los Estados Unidos había emigrado una gran cantidad de pastores. De unos sesenta presbiterianos, habían permanecido en Cuba apenas unos diez. Esa fue la más importante razón por la cual decidimos regresar a Cuba. ¿Cómo podemos lograr iglesias fuertes sin pastores? Así fue que llegamos a Matanzas y los dirigentes de nuestra Iglesia nos situaron en el Seminario.
Pero no eran sólo pastores los que abandonaban Cuba, sino que también lo hicieron toda clase de profesionales: abogados, maestros, profesores, médicos, arquitectos, ingenieros… Había que librarse de las garras marxistas, depredadoras de todo lo espiritual, y de las leninistas, negadoras de la libertad.
Bueno, regresamos a Cuba. Al salir del puerto de Nueva York, el oficial de Inmigración, al ver que teníamos en el pasaporte cubano una nota que hacía constar que éramos extranjeros residentes en los Estados Unidos, nos advirtió que de ir a Cuba, aunque fuese de visita, perdíamos nuestro estatus de residentes. Entonces tomé el documento, lo rompí y se lo entregué al oficial con una sonrisa.
Aquí cabría aclarar que, en lo que concierne a lo que se llama integración revolucionaria, había sido militante de la Resistencia Cívica, después del triunfo revolucionario lo fui de los CDR desde 1962. Desde ese año fui uno de los dirigentes del CDR de la cuadra en que vivía, y miembro de la Defensa Civil desde dicho año hasta 1984, en que volví de nuevo a los Estados Unidos por un tiempo más o menos corto.
En la Cuba de la década del sesenta sufrimos la escasez de pastores y profesores en el Seminario. Es interesante que los compañeros que formaban parte de la Dirección Provincial de Educación, conociendo de nuestra presencia en el Seminario, nos llamaron para que ocupáramos plazas de inspectores, que en aquellos tiempos eran los responsables de velar por las clases de los profesores de Secundaria Básica y de Preuniversitario. En el caso mío y en el de mi compañera se trataba del inglés. Aquella invitación la hicieron porque algunos de ellos sabían que, como pastores, desde 1945, donde quiera que estuviéramos antes del triunfo revolucionario, establecíamos una escuela primaria gratuita, como forma de ayudar a la educación de nuestra niñez en una época en la cual la educación en Cuba era un verdadero desastre.
Gran parte de los pastores de nuestras iglesias y de los profesores del Seminario tomaron como excusa para abandonar el país el hecho de que Fidel había anunciado el carácter socialista de la Revolución, y ellos temían vivir en una Cuba comunista. Estos buenos cubanos se marchaban para los Estados Unidos y allí hacían declaraciones absolutamente falsas de las actividades antirreligiosas que realizaba el gobierno. Más de uno nos visitó en nuestro hogar en Princeton; nos contaban historias tremebundas acerca de la persecución de la cual habían sido víctimas y trataban de convencernos de que no debíamos regresar. Las iglesias eran clausuradas, los pastores y curas encarcelados sin razón alguna, a los padres se les amenazaba con perder sus empleos por ir ellos o por enviar sus hijos a las iglesias…
En el fondo, no creíamos que lo que decían era cierto, pues además de las relaciones en el orden político durante el período de la lucha por vencer el batistato, las habíamos tenido, por ejemplo, a nivel de pastor con la que sería más tarde la compañera del Che Guevara. Regresamos a Cuba, pues, esperando, que de ser cierto lo que contaban los que se marchaban, entraríamos en la Historia de la Iglesia como mártires de la fe cristiana, y nuestros nombres se unirían a los de la pléyade de cristianas y cristianos que, en siglos pasados, habían ido a la cárcel o habían sido sentenciados a muerte. Lo que sucedió fue, en cierto sentido, una gran desilusión, pues nuestros nombres jamás irían a dar a la Historia de la Iglesia como imaginábamos.
Pero demos un salto en el tiempo y hablemos de la época actual, específicamente sobre el día de hoy, sobre mi interés en aceptar la invitación que se nos hizo de hablarles a ustedes desde mi perspectiva cristiana con el propósito de demostrar que la diferencia esencial, básica, fundamental, primordial, de acuerdo a mi criterio, entre ser un verdadero comunista y un verdadero cristiano no existe. Existe sí, una diferencia accidental, superficial, secundaria, superflua, pues cada quien tiene una tarea específica que realizar para el bien de la patria socialista. Para tratar de demostrar lo que he dicho fue que acepté la invitación de conversar con ustedes en esta mañana. Mi presencia y mi intervención tienen como meta tratar de demostrar que tenemos suficientes razones para decir, ante un grupo tan selecto de comunistas como ustedes, que somos cristianos, y que los dos términos tienen el mismo sentido, es decir, que el ser cristiano es sinónimo de ser comunista, aunque les aseguro que está muy lejos de mi mente el convencer a alguno de ustedes para que llegue a una conclusión semejante.
Durante toda mi vida he sido maestro, y una de las tácticas de los maestros es plantearles preguntas a los alumnos, por lo que voy a plantearles de inmediato una serie de ellas. Aunque pudiera parecer tonto, mi primera pregunta es si se nace ateo o se nace creyente. Por muy tonta que nos pudiese parecer, resulta ser una cuestión que hoy en día discuten acaloradamente los educadores de los Estados Unidos. No importa la respuesta que se le dé. La importancia que tiene esta primera pregunta es el hecho de que nos conduce a otras.
La segunda pregunta sería: ¿Qué precede: ser ateo a ser marxista, o ser marxista a ser ateo? Aunque esta pregunta tiene cierta relevancia cuando hablamos de Marx, su respuesta tampoco resulta demasiado importante, por lo que surge una tercera, que resulta relevante para los que nos declaramos cristianos. ¿Es necesario ser ateo para ser comunista? Otra que tiene cierto parecido a esta, y que resulta ser más importante sería la cuarta. ¿Es necesario ser ateo para ser marxista? Esta lleva implícita otra, la quinta, que pudiera parecer aún más escandalosa, no sólo por su carácter, sino por las discrepancias que pudiera suscitar entre nosotros: Marx, ¿era ateo? Al final de esta disertación estoy seguro de que ustedes podrán contestar esta última preguntade manera similar a como lo hago yo, si es que he sido capaz de mostrarles cuál es el sentido que tiene la palabra ateo.
Les invito a analizar las preguntas que he propuesto. La primera es si nacemos ateos o creyentes. Supongo que todos podamos responder que para ninguno de nosotros tiene sentido, aunque, como dije antes, los educadores norteamericanos la analicen y la discutan con mucha vehemencia desde hace unos diez años. Todos nosotros, unos más y otros menos, hemos recibido una educación que pudiéramos calificar de liberal, y no creemos, como el señor Bush cree, en ningún tipo de creacionismo. Por tanto, nuestra respuesta es que la pregunta no tiene sentido, seriamente hablando.
Sin embargo, esto nos lleva a una experiencia que tuvo Marx, cuando, al ingresar en la universidad, se integró a un grupo llamado Juventud Hegeliana, en el preciso momento en que Hegel acababa de morir. El problema para Marx fue cómo ir más allá de Hegel, abandonando toda creencia religiosa y oponiendo de manera absoluta filosofía versus religión o razón versus fe, puesto que para Marx estos términos se excluían mutuamente. Esto, en momento tan temprano, no era más que consecuencia de las ideas de Feuerbach, algunas de las cuales le llegaron desde que era un adolescente. A Marx, aunque no todo, le entusiasmaba aquello que Feuerbach gustaba de repetir de que era necesario echar en un saco todos los desperdicios irracionales de la Teología, junto con Hegel y todo lo que oliera a religión. En un articulo publicado en 1843 sobre Lutero, Feuerbach planteaba que la razón humana puede descubrir la verdad siempre que se libere del saco eclesial, tirándolo al cesto de la basura. La conclusión de dicho escrito era que la razón humana alcanza a descubrir toda la verdad cuando se deshace del susodicho saco, es decir, cuando rompe las cadenas de la esclavitud de la religión a la cual se encuentran sometidos demasiados seres humanos.
La historia personal de Marx nos resulta, de ahí en lo adelante, muy elocuente. Las convicciones de Feuerbach parecen haber tenido una vigencia relativa y poco prolongada en su mente, pero, posiblemente ninguna en su corazón.
Marx era hijo de un abogado judío convertido al protestantismo, más por conveniencia que por convicción. En el fondo pensaba y actuaba igual que uno de sus filósofos preferidos, Gotthold Ephraim Leesing, quien le había inculcado lo bueno que sería para cualquier sociedad que la religión fuera desplazada por los principios de la llamada Ilustración, por lo cual no debemos extrañarnos de que tratara de educar a su hijo Carlos sobre tal fundamento filosófico, alejado de todo tipo de religiosidad.
Por otro lado, si algo no le faltó jamás a Marx desde su más temprana formación fue el moralismo kantiano. Moralmente hablando, es imposible condenar al comunista Marx. Marx fue un ser humano con una alta y absoluta moralidad, intachable desde el punto de vista ético o moral.
Ahora bien, el adolescente Marx leía en ocasiones, a escondidas de su padre, los libros de su biblioteca, que incluían las obras de Voltaire y Saint Simon, pero, sobre todo, las de los enciclopedistas franceses, los pensadores de la Ilustración. Formado, antes de marchar a la universidad, en ese ambiente cultural hogareño, colmado de obras y pensamientos ajenos a cualquier manifestación de carácter religioso, no nos puede resultar extraño que llegara a ser, aparentemente, enemigo de todo tipo de religión, sin hacer distinción alguna entre las distintas maneras de ser religioso, ni entre las diferentes religiones. Mucho menos se planteó que exista una manera de afirmar a Dios que no sea propiamente religiosa, como sucede en mi caso personal y en el de otros compañeras y compañeros que conozco.
Sin embargo, a Marx le era sumamente importante la cuestión religiosa, puesto que, como alemán que era, tuvo que asistir, durante su adolescencia y primera juventud, a la escuela de su ciudad natal, el liceo, donde tenía como profesor de religión, asignatura que debía cursar, a un pastor de la Iglesia Evangélica Alemana. Este hecho, al parecer, contrarrestaba la educación paterna. Nos encontramos entonces con algo sumamente interesante. El primer artículo que escribió Marx en su vida fue un trabajo para su clase de Religión, y se trataba de un comentario a un pasaje bíblico. Marx escogió para analizar una parábola de Jesús que se encuentra en el Evangelio de Juan, parábola que estaba antecedida por una frase de Jesús en la cual este decía que cumpliría todo lo que Dios, su Padre, le había ordenado. Esas palabras, no es de dudar, impresionaron a Marx, por cuanto el deseo de Jesús se asemejaba al suyo, esto es, obedecer la voluntad del padre.
La parábola en cuestión comienza diciendo: “Yo soy la Vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto lo quita; y todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto”. Esta parábola continúa de ese mismo tenor hasta llegar al versículo 8, en el cual leemos: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y así probéis que sois mis discípulos”. En esta parábola que Marx escogió para hacer su trabajo de clase, el adolescente se vio retratado, porque entendía que debía ser como Jesús y satisfacer el deseo de su padre, y con ello, dar frutos como también quería su padre. Descubrió entonces que en el pasaje bíblico se afirma que si usted quiere dar mucho fruto, ha de sufrir el ser podado, es decir, que era el sufrimiento de ser podado lo que podía hacer que diese más fruto de lo que hasta entonces había dado. Marx, al comentar la parábola, revela la conciencia que tenía ya de adolescente de que tendría que sufrir, y sufrir mucho, en la vida, para poder dar frutos en abundancia, lo cual deseaba no por su bien, sino en bien de los explotados y vilipendiados de aquel, su mundo: los proletarios.
Pasemos ahora a la segunda pregunta planteada: ¿Qué es primero, ser ateo o ser marxista? Reconozco que, en el fondo, es una pregunta capciosa. En primer término, por que cada ser humano, culturalmente hablando, ha tenido su historia, siempre diferente aun cuando se trate de hermanos, hijos de los mismos padres, por lo que la precedencia de ser ateo o marxista no tiene sentido al querer aplicarlo a todos los que son o han sido ateos, o a todos los que son o han sido marxistas.
Si se me permite profundizar un poco más en esta pregunta, sería necesario primero dilucidar qué significa ser ateo, por un lado, y por el otro, qué significa ser marxista. En cuanto a este último aspecto, simplemente lo menciono, porque siempre me ha causado cierto escozor espiritual la frase inescrutable de Marx: “Yo no soy marxista”. Creo que no todos entendemos de la misma manera la razón que le llevó a pronunciar esa frase y el verdadero sentido que tuvieron estas cuatro palabras para Marx. Ahora bien, si se analiza la vida de Marx, y también la de Lenin, de acuerdo a mi leal saber y entender, ambos fueron ateos antes de ser comunistas, y digo antes de ser comunistas, puesto que hablando de Marx sonaría insulso que dijera antes de ser marxista.
En cuanto a la pregunta de si es necesario ser ateo para ser comunista, ya ustedes conocen mi respuesta. El Partido cubano ya nos dio la respuesta, que considero correcta. No, no es necesario, según el Partido Comunista de Cuba, ser ateo para ser comunista, y en esa formulación el término ateo tiene el significado que generalmente se le da. Sin embargo, yo prefiero ir a lo que nos dice la Biblia, a lo que leemos en los Evangelios. La respuesta es, en parte, semejante a la del Partido, y no es ese el único asunto en el cual ambos, el Partido y la Biblia, coinciden en lo que dicen. En los Evangelios se nos cuenta que los seguidores de Jesús tenían una sola bolsa, es decir, un solo saco o funda donde se guardaba el dinero de todos, dinero que, por tanto, poseían en común. De aquí que podamos decir que eran comunistas. En el caso del Apóstol Pablo, esa figura tan significativa dentro del Cristianismo a quien no pocos historiadores consideran el verdadero fundador de la religión cristiana, estamos ante una personalidad que experimentaba un tremendo afán de igualdad entre todos los seres humanos, tanto en cuanto a los bienes materiales como a los espirituales. De eso podemos estar seguros. Fijemos nuestra atención, por ejemplo, en lo que dice textualmente en su Segunda Carta a los Corintios, capítulo 8: “Esto no es para que otros se gocen y ustedes sufran, sino para que exista igualdad.” (Se está refiriendo a la petición que ha hecho a los cristianos de Corinto para que ayuden a los cristianos de Jerusalén, que prácticamente eran mendigos, unos muertos de hambre.) “En el momento actual –sigue diciendo Pablo–, vuestra abundancia suplirá la necesidad de ellos” (se está refiriendo a lo financiero, al dinero) “para que también la abundancia de ellos” (se está refiriendo a la riqueza espiritual) “supla vuestra necesidad, de modo que haya igualdad” (se refiere tanto a la igualdad material como espiritual). “Como está escrito: El que recogió mucho no tuvo demasiado, y el que recogió poco, no tuvo escasez”.
Por otro lado, hay algo que tiene un gran valor para los cubanos revolucionarios y socialistas que somos herederos espiritual, moral y socialmente hablando del reformador Juan Calvino, de quien surgió, entre otras, la Iglesia Presbiteriana a la que pertenezco. Se trata del rechazo, bien documentado, de la tonta e interesada tesis de Max Weber sobre un Calvino predecesor del capitalismo. En estos días debe publicarse un trabajo que escribí sobre Calvino, de unas veinte o treinta cuartillas, en el cual realzo su carácter de líder eclesial ecuménico y, a la vez, comunista, con motivo de estar celebrándose a nivel mundial el sesquicentenario de su nacimiento. Estoy en disposición de obsequiarles una copia a todas las compañeras y compañeros que estén interesados en leerlo y estudiarlo y, también en criticarlo, que es lo más importante. Eso puede que les esclarezca un tanto la verdad sobre Calvino, después de haber estado sometidos a la influencia de tanta falsedad sobre el reformador ginebrino proveniente de fuentes soviéticas.
Pero a pesar de todo lo que he dicho, aún no he arribado a lo que pudiera considerarse lo más relevante sobre el carácter comunista de la fe y de la acción cristianas. ¿Qué sucedió después de la muerte de Jesús el comunista, cuando sus apóstoles organizaron una iglesia en la ciudad de Jerusalén? El autor del Libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra la forma en que esa iglesia se organizó, estrenando en la historia eclesial y en la historia humana la existencia de una comunidad verdaderamente comunista, la única que ciertamente ha existido hasta el día de hoy. Leo en el texto de los Hechos o Actos de los Apóstoles, capítulo 2, versículos 44 y 45: “La congregación de los que creyeron [en Jesucristo] era de un corazón y un alma, y ninguno decía ser suyo lo que poseía, sino que todas las cosas eran de propiedad común… No había pues ningún necesitado entre ellos, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían, traían el precio de lo vendido, y lo depositaban a los pies de los Apóstoles, y se distribuía [ese dinero] según la necesidad de cada quien”. También podemos leer algo similar en el capítulo 4, versículos 32,34 y 35 de ese mismo libro, en los cuales se consigna, hablando de esa misma iglesia jerosolimitana: “no había entre sus miembros ningún necesitado, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo depositaban a los pies de los apóstoles, y se distribuía a cada uno según sus necesidades”. Esta primera y única sociedad comunista que ha existido de la que haya un conocimiento refrendado por documentos que han llegado a nuestras manos, fracasó. Ese fracaso, opino, se debió a que fue una sociedad sólo de consumo y no de producción. Carlos Marx también comentó ese fracaso, y se lo adjudicó al hecho de que fue solamente una manera de asociar comunitariamente un conjunto de personas, que llegó a tener influencia en el campo de lo eclesial, es decir, que sólo tuvo significado dentro de y para la historia de la Iglesia. Les faltó la decisión de entrar en el campo de la política, convirtiendo así la condición comunista en un estandarte de la lucha de clase, en pleno conflicto con el sistema socioeconómico predominante en aquel entonces, que, en última instancia, no se diferenciaba de cualquier otro sistema de carácter imperialista, pero que posiblemente, ante el hecho reconocido de la posible existencia de una sociedad de carácter comunista, hubiera podido experimentar ciertos cambios que hubiesen ayudado de alguna manera a cambiar política, social, y económicamente a la Humanidad. Tal vez no de inmediato, pero sí en un futuro. Así pensaba Marx.
Pero dejando a un lado lo que hubiese podido ser y no fue, los invito a que consideremos el argumento que han usado generalmente los comunistas para diferenciarse de los cristianos, que ha sido el de insistir en que ellos son ateos. Al comenzar a comentar este argumento, empecemos por analizar algunos aspectos del ateísmo profesado por Marx. Lo primero a considerar es lo que pudiésemos calificar de su anticristianismo, que no puedo dejar de reconocer, aunque, en cierto sentido, no creo que fuera un sentir y un pensar tan drásticos como en muchas ocasiones se ha dicho. Me explico. Todo humanismo en el Occidente europeo, a partir del siglo II d.n.e., tuvo en el cristianismo, como principio filosófico, un lugar donde guarecerse de otros principios filosóficos que comenzaban a cobrar fuerza dentro de la cristiandad. Ahora bien, en lo que concierne al humanismo de Marx, ningún lector de sus obras y conocedor de su vida puede poner en duda su realidad. Es cierto que las campañas anticomunistas, movidas por un inescrupuloso odio contra el comunismo, han tratado de desprestigiar su motivación humana, negando toda la brillante carga de humanismo que hubo en Marx, en su persona y en su obra. El humanismo de Marx es tan real en el sistema socioeconómico que concibió y por el cual luchó, que coincido totalmente con Engels cuando dijo que Marx buscaba “para todos los miembros de la sociedad…un desarrollo igualmente digno del ser humano”. A la vez, Marx expresó públicamente, en cierta ocasión, que el destino de la Internacional Comunista “estaba inseparablemente vinculado con el progreso histórico de la clase que en su seno encierra el renacimiento de lo humano”. Creo que si nos dedicáramos a buscar frases en El capital que evidencian el sentido humano de su autor –sin necesidad, naturalmente, de que usara la palabra “humano”– no terminaríamos nunca.
Ahora bien, a manera de colofón de lo dicho hasta aquí, ¿hay o no coincidencias entre el humanismo de Marx y el de Jesús en cuanto a lo que pudiéramos considerar sus respectivos fundamentos ideológicos? Me refiero a sus respectivas y severas críticas de las estructuras eclesiales de sus respectivos momentos históricos, en las que los vemos coincidiendo en la condenación de los centros religiosos: en el caso de Marx, la Iglesia llamada cristiana; en el caso de Jesús, la estructura sociopolítica y ético-religiosa del templo que el rey Herodes el Grande había ordenado edificar en Jerusalén. No creo que se pueda negar que toda la motivación de Jesús para vivir como vivió, para enseñar lo que enseñó, para aceptar a quienes aceptó y para condenar a quienes condenó, fue destruir toda la podredumbre ético-político-religiosa del templo de Jerusalén, base sociopolítico y económica del estatus de colonia romana que caracterizaba a la Palestina de entonces. Considero que esa lucha contra el templo tenía su motivación precisamente en su humanismo, es decir, en su amor hacia los seres humanos que vivían sometidos a la irracionalidad de una sociedad en la que quienes tenían grandes riquezas los hacían sus víctimas.
Ahora bien, si relacionamos lo que hemos dicho en los párrafos anteriores sobre Jesús con el anticristianismo de Marx, pudiéramos llegar a la conclusión de que Marx no se refería propiamente en su posición antieclesial a la persona de Jesús. Tal vez una cita del libro que escribió la hija menor de Marx, Leonor (Erinnerungen an Marx, que traducido al español sería Recordando a Marx o Remembranzas de Marx) pueda convencer a alguno o alguna de lo que digo. Cito textualmente:
¡Qué bien recuerdo cuando a los cinco o seis años de edad tuve dudas religiosas al entrar, por curiosidad, en un templo de la Iglesia Católica Romana… que naturalmente se las conté al Moro, y cómo el Moro en su forma tranquila de hablarme me explicaba todo de un modo claro y nítido, que desde entonces hasta hoy no me ha sobrevenido ni siquiera la menor duda sobre lo que me decía! ¡Y de qué manera me narró la historia del hijo del carpintero a quien los ricos dieron muerte, de una manera en que creo que no ha sido narrada, ni antes, ni después!
¿Por qué tratar de que una pequeña de cinco o seis años piense que Jesús fue una víctima de los ricos? Creo que es la manera más inteligente posible de inculcar en la mente de una niña de esa edad en qué consiste la lucha de clases, que Marx no sólo analizaba y enseñaba, sino que vivía como cuestión esencial. Incidentes como ese me llevan a creer que el Marx que combatía la institución o las instituciones que usaban el nombre de Jesús para explotar a sus creyentes no juzgaba de igual manera a Jesús.
Quisiera presentar para aclaraciones posteriores una cuestión puramente anecdótica. En cierta ocasión, un grupo de líderes de las iglesias evangélicas nos reunimos con un alto dirigente del Partido. El compañero planteó que no dudaba de que teníamos cosas en común. Eramos cubanos, revolucionarios, fidelistas, pero había una diferencia entre nosotros: él era ateo. Nosotros no. Nosotros éramos creyentes en Dios, cristianos El compañero cometía un error filosófico, porque lo que realmente significa, filosóficamente hablando, ser a-teo, no es la no creencia en la existencia de un Dios. Me explico: la partícula “a” es un prefijo que indica negación; en este caso significaría, aplicado a “teo” –término que significa dios– vivir sin Dios. Lo que el compañero deseaba expresar era que él no creía que existiera un Dios, es decir, negaba la idea de la existencia de Dios. El era, propiamente hablando, un a-teísta.
“A” es, como ya vimos, un prefijo que significa no, y en este caso se aplica al término teísta –derivado de teísmo– que procede del griego theós (dios). A-teísta es, por tanto, la persona que niega la idea de que Dios existe. Si alguien dijese ser a-teo, queriendo significar con ello que no acepta la idea de que Dios exista, está cayendo en un error filosófico, porque, filosóficamente hablando, no creer en la existencia de Dios no es ser a-teo, sino ser a-teísta. Una cosa es ser o vivir sin Dios, y otra cosa es creer que Dios no existe. El teísmo es la filosofía que afirma la idea de la existencia de un Ser Supremo al que los cristianos llamamos Dios. Otros le llaman Alá, etc. El a-teísmo es la filosofía que no cree en la existencia de ningún Ser Supremo. Es decir, que se trata de ideas sobre la realidad o la no realidad de Dios. Es una enredadera de ideas, no de hechos.
Ahora bien, cuando uso el término a-teo, filosóficamente hablando, no hay nada de creencias o ideas, sino de hechos. Dicho de otra manera, se trata del hecho de sin-Dios. Y los hechos no son pensamientos ni ideas. Los hechos son hechos, realidades de la vida. Luego, ya no estamos ante una cuestión filosófica, una cuestión de ideas, sino ante un hecho: el hecho de no-dios. En otras palabras, se trata de vivir sin Dios, lo cual constituye un problema esencialmente ético, porque ya no es cuestión de cómo pensamos, sino de cómo vivimos.
Pero profundicemos un poco más. Dios es un ser indefinible: no hay ser humano –ni los que creen en su realidad ni menos aún los que dicen que no creen– que pueda concebir cómo es ese Ser a quien los teólogos llamamos Dios. Por otro lado, si alguien pudiese definir quién es Dios, se convertiría en su dueño, en el dios de dios, en el dueño de Dios. El ser humano es dueño de todo lo que logra definir, de todo sobre lo cual ha hecho una definición.
Es sumamente interesante que esta verdad la encontramos expuesta desde hace milenios en el segundo capítulo del primer libro de la Biblia, Génesis, donde sus autores nos dicen que después de crear al primer hombre, Dios “formó de la tierra todo animal del campo y toda ave del cielo y los trajo ante el hombre, para ver cómo los llamaría”, es decir, para que les pusiese un nombre. Esa es la forma que usaron estos autores del Génesis para decirnos que el propósito de Dios era que el ser humano fuese dueño de todo lo que existe, dueño de todo lo que había creado. Con esa descripción se ratifica lo que habrían de decir más tarde los autores del primer capítulo del Génesis al narrar que después de crear al ser humano, varón y hembra, Dios les dijo: “Sojuzgad [lo creado], ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, y sobre todo ser viviente.”
Pero volvamos a la cuestión del valor definitivo de cualquier definición. Por ejemplo, si definimos qué es una silla, nos convertirnos automáticamente en amos, no sólo de la idea de lo que es una silla, sino también de todas las sillas. Si vemos un objeto que es similar a lo que hemos definido como silla, reconocemos el objeto en cuestión como una silla. Pero si el objeto que vemos no es similar a lo que hemos definido como silla, no coincide, entonces, con nuestra idea de lo que es ser silla, por lo que sencillamente no es una silla, aunque sirva para lo mismo, para sentarnos.
En todos los libros de los considerados sagrados por cualquier religión, no encontraremos jamás una definición de su Dios. En el caso del cristianismo no encontramos en ningún momento en la Biblia –que es su fundamento ideológico-teológico– ninguna definición de quién es el Dios cristiano. Lo que encontramos son descripciones de Dios, ideas sobre cómo es Dios. Hay una diferencia sustancial entre lo que es una definición y lo que es una descripción. La palabra definición viene del vocablo latino definitio, que significa determinación de límites. Luego, definir a Dios, sería determinar sus límites, y si los creyentes nos disponemos a determinar los límites de Dios, el pobre Dios ya dejaría de ser Dios. Por eso en la Biblia no se encuentra ninguna definición de Dios, tan sólo descripciones. La palabra describir procede del latín describere, que significa dibujar, delinear, es decir, describir. A Dios, por tanto, ninguna frase bíblica lo define, sino que lo describe de acuerdo con la manera en que El/Ella actúa. Amor, justicia, verdad, solidaridad constituyen descripciones de Dios cuyo sentido encontramos en el propio vocabulario bíblico y teológico.
¿Para qué todo lo que he explicado sobre la diferencia entre definir y describir? Sencillamente para que nos demos cuenta que cuando alguien dice que es a-teo, lo que está realmente diciendo es que vive sin Dios, que para la Biblia y la Teología es vivir sin amor, sin amar; sin justicia, sin ser justo en sus acciones; sin verdad, sin decir la verdad; sin solidaridad, sin sentirse hermanado a otros seres humanos o no humanos. Por tanto, espero que todos nos demos cuenta de que no existe comunista alguno, si es realmente comunista, que sea a-teo ¿Es acaso posible que pueda existir un comunista que no ame a los demás, que no sea justo, que no diga la verdad, que no actúe en su vecindario de manera solidaria? En este sentido es que sostengo la tesis que vine a exponer en esta reunión. Si es cierto que todo verdadero cristiano cree en el amor, en la justicia, en la verdad, en la solidaridad, porque ama, es justo, dice la verdad y se siente hermano con todos los demás seres vivientes y no vivientes; y todo verdadero comunista cree en el amor, en la justicia, en la verdad, en la solidaridad, puesto que ama, es justo, habla la verdad y se siente hermano con todo ser viviente y no viviente, entonces, ¿alguien podría decirme dónde está la diferencia entre el ser cristiano y el ser comunista?.
En agosto de 1965, el Consejo de Iglesias de Cuba publicó un folleto, no sólo autorizado por el Partido, sino también con su beneplácito, que contenía una conferencia que ofrecí en una reunión de su Junta Directiva, la cual titulé “La misión de la Iglesia en una sociedad socialista”. Era un análisis teológico de la vocación de la Iglesia cubana en el día de hoy. En su prólogo, el entonces presidente del Consejo, el pastor Raúl Fernández Ceballos, al explicar las razones para publicar la conferencia, decía, entre otras cosas, que existían cristianos que consideraban al comunismo como el gran enemigo del cristianismo, y que los invitaba a meditar en las palabras del más relevante teólogo de estos dos últimos siglos, el profesor Kart Barth, cuando afirmó: “Sólo el Hitler que llevamos dentro puede ser anticomunista por principio”. Fue esa frase la que me indujo a dictar la conferencia citada, en la cual, entre muchas otras ideas que planteaba en sus treinticuatro páginas, recogí algunas que entendía que, en ese momento de la vida de la Iglesia Cristiana en Cuba, era necesario que todos los cristianos consideraran. Por ejemplo, afirmaba en ese escrito que 1) el principio revolucionario marxista es el único principio revolucionario del presente siglo; 2) el capitalismo, con su concepción materialista del trabajo como mera mercancía, según definió Marx, es el sistema más anticristiano que ha existido; 3) la crítica profética de Carlos Marx al trabajo ha sido apreciada, considerada, estudiada y aceptada por los más importante teólogos contemporáneos, sin excepción alguna; 4) en la crítica marxista al cristianismo, Dios nos habla proféticamente de manera especial en su ateísmo; 5) la Iglesia del Canadá ha dicho que el marxismo es un instrumento más dócil en las manos de Dios para la realización de su voluntad en la historia contemporánea que la propia Iglesia. Lo que sucede en definitiva es que Dios le habla a todo verdadero cristiano por medio del marxismo, al reclamar que nos renovemos en el campo ideológico-social y en el ideológico-teológico.
Finalmente, de las páginas finales del folleto entresaco ideas como estas: 1) Tanto el marxista como el cristiano rechazan los dioses falsos creado por la filosofía idealista. 2) El cristiano anda un paso por delante del comunista, según los principios enunciados por el propio Marx. Se mueve de una manera dialécticamente marxista, al negar su negación cuando afirma la existencia de Dios a quien lo ha negado.
Con esta última frase, que no contradice la manera de pensar de Marx, aunque tal vez sí la de algún que otro marxista, creo que ha llegado la hora de terminar mi nada magistral conferencia. Prometo tratar de ser un verdadero cristiano, que significa para mí lograr ser un verdadero comunista, es decir, vivir como vivió el comunista Jesús y como vivieron los cristianos comunistas de la primera Iglesia cristiana establecida en la ciudad de Jerusalén.
¿Qué piensan ustedes, nuestros compañeros comunistas presentes? No lo sé. Pero como cristiano, digo que deseo de todo corazón que ustedes, como comunistas que dicen ser, lo sean verdaderamente, a lo Marx, lo que significará para nosotros que serán verdaderos cristianos, de la misma manera que anhelo que todos los que se llamen cristianos aquí presentes nos esforcemos por serlo verdaderamente, lo que significará que seremos verdaderos comunistas.
Esa es mi creencia, y no deseo que ninguno de las compañeras y los compañeros aquí presentes, sea cristiano o comunista, se sienta constreñido a pensar como pienso. Para todos, mi gratitud por la paciencia con que me han escuchado, que no es una paciencia ni cristiana ni comunista, sino benedictina.
Gracias.