En los años setenta y ochenta, la comunicación alternativa, entendida como “la otra”, llamada popular, educativa o comunitaria, tuvo su auge en América Latina, comprometida con los movimientos sociales y la crítica frente a la sociedad imperante. Fue una época muy fructífera en experiencias, compromiso y reflexión. Se conoció muy de cerca el mundo popular y su importancia en la sociedad. Y la apuesta por una organización popular y democrática articulada llenó y hasta suplió las utopías políticas de ese entonces. Los actores de sectores pobres se convirtieron en protagonistas y se les percibía como nuevos y auténticos gestores del cambio social.
Evidentemente, el contexto real de la sociedad –muy complejizado– y de sus nociones de transformación cambiaron notablemente. La propuesta clasista desde la cual se actuaba o que alimentó estas experiencias quedó trunca con la caída del socialismo, restándole sustento. Los actores de la sociedad dejaron de percibirse como sujetos contradictorios u opuestos. Los límites de lo popular se oscurecieron. A la par, siguieron emergiendo procesos más amplios de globalización y la tendencia económica hegemónica –por lo menos en el discurso– busca, en primer lugar, una integración social y no precisamente una oposición radical. Asistimos así a una época donde los sujetos son constreñidos a una gran reflexividad, replegándose hacia sí mismos y al proyecto propio en medio de un proceso de desterritorialización –sin fronteras– y de hibridación de las culturas. Todo ello nos convoca a pensar en la búsqueda de nuevas utopías comunicacionales, que deben orientar nuestro trabajo y el compromiso con la sociedad.
Sin embargo, este procedimiento de indagación y redefinición no es posible sin antes realizar un balance exhaustivo de los procesos vividos. Es importante hacer memoria y rescatar aquellos aspectos que siguen siendo válidos para identificar las rutas del futuro. Igualmente, necesitamos puntualizar y analizar dónde estuvieron las fallas y los vacíos, apreciar lo que actualmente no tiene sustento teórico, ni ético, ni viabilidad práctica. En fin, se precisa repensar una comunicación nueva y liberadora, en profundo diálogo con las utopías sociales y políticas que hoy empiezan a discutirse.
Balance: rescate y redefinición hacia el futuro
Este artículo no nos permite hacer un análisis riguroso. Sólo expondremos algunas pistas evaluativas, recurriendo a un esquema simplista, pero justo, sobre lo que vale ser rescatado y sigue teniendo vigencia. Y todo ello ubicado más bien en el nivel de lo cuestionable y no válido. El marco teórico desde el que osamos mirar este conjunto de prácticas comunicativas con sentido social, es el de los valores universales y éticos de una propuesta democrática radical en busca de unir de manera profunda el desarrollo individual y colectivo de los pueblos, la interacción o fusión entre la noción de justicia y libertad, el diálogo entre democracia y equidad como sentidos utópicos compatibles e inseparables en la nueva sociedad que queremos gestar.
Aportes éticos a recuperar: contra la desesperanza
Fueron años de experiencia y compromiso en todo el continente, unos apoyados por la cooperación internacional, otros sostenidos desde un trabajo voluntario. De esa experiencia, se puede recuperar un capital ético construido que queremos destacar y cuyo eje central estaría en el compromiso con los sectores oprimidos y necesitados, en pos de su desarrollo social y político. Algunas de las enseñanzas aprendidas y aún vigentes serían:
1. La comunicación es una cuestión de sujetos en relación. Se puso el énfasis en la existencia de sujetos de la comunicación. Estos debían producir relaciones entre sí: los miembros de una población o de una comunidad determinada, de un sector social, inclusive entre los comunicadores y el pueblo. No se logró únicamente señalar su importancia en el proceso comunicativo, sino que se pudo ver en ellos sus problemas y conflictos, el lado inconforme, la debilidad de los sujetos como víctimas de un orden social injusto. Y a pesar de concepciones simplistas en el nivel cultural, se consiguió destacar que eran sujetos culturales más o menos complejos, y no sólo revolucionarios políticos. Frente a comprensiones más estructurales de la sociedad, esta comunicación puso el lado humano –aunque también político– en sus prácticas, reivindicando incluso los aspectos recreativos del quehacer comunicacional y el contacto entre la gente, tanto desde los medios como en la relación directa.
2. Participación es protagonismo y democracia. Se valoró y sobrevaloró la participación comunicativa. En muchos casos, se sobrevaloró de manera excesiva y frondosa, lo cual produjo estancamientos en el nivel de los formatos: muchas entrevistas, testimonios y hasta historias. Pero en otros casos se apostaba a la promoción de una sociedad democrática y dialogante entre los pares. Ello significó una valoración de los sujetos populares en sus capacidades para comunicar. Y la gestación de un modelo dialógico de asumir los medios apostando a construir dentro de la comunicación a un pueblo que, a la vez, es emisor y receptor en tanto ejercicio democrático alternativo.
3. La importancia de la comunidad y la acción colectiva. Un cuestionamiento constante y a fondo a los modelos individualistas llevó a realizar prácticas tendientes a resaltar la importancia de la acción colectiva. La existencia de una comunidad organizada era muy respetada. En muchos casos y momentos, se trabajaba para y por la organización o con los movimientos sociales. La cohesión valorativa que sostenía a la comunicación popular se situaba en el campo de la solidaridad humana entre sujetos de una misma clase o sector social. Se trataba siempre de crear vínculos y compromisos. Fueron las épocas de “darle voz a quien no tiene voz”, permitiéndole que pudiese expresarse y ser protagonista.
Esto hoy día es rescatable, pues no tendría que haber oposición entre individuo y comunidad. Podemos comprender que, más allá de las organizaciones representativas y de carácter territorial, vale la experiencia de solidaridad aplicable a nuevas comunidades flexibles. No es posible pensar la socialidad humana sólo desde el individuo.
4. Derecho a la comunicación: relevancia de la radio. La comunicación popular y alternativa, sustentada en la crítica a los medios masivos y comerciales, optó por una formulación aún vigente sobre el derecho a la comunicación que todo receptor tiene, especialmente formulada en el campo informativo. En los últimos tiempos, la perspectiva ciudadana trabajada en nuestro continente no ha recogido suficientemente esta noción de derecho para proponerla como contraparte de la libertad de expresión. Existe una comprensión de la comunicación como una relación más equilibrada entre emisores y público.
Si bien no se admitía visiblemente el derecho de propiedad de los medios ni la libertad de expresión, sin embargo se resaltó de manera práctica que las grandes mayorías podían y debían hablar, justamente porque la concepción dialógica lo sustentaba así. La independencia informativa, pero a favor de los pobres, fue de alguna manera un enlace con la democracia.
La radio fue el medio que mejor permitió explorar esta perspectiva. Experiencia que, además, comprometió a todo el continente, no usando únicamente radios pequeñas de corto alcance sino otras de gran potencia. Se coincidió desde la práctica con la imagen de las mil voces que propuso el Informe McBride como Nuevo Orden Internacional de las Comunicaciones.
5. La intención educativa de la comunicación. La vocación educativa de la comunicación popular es incuestionable. Era un adjetivo, pero también una apuesta por transformar a los sujetos en contacto y participación, recuperando así los postulados de Paulo Freire. Intimamente ligado a lo comunicacional, como proceso de encuentro del sujeto con su realidad y consigo mismo, importaba promover procesos de liberación de manera pedagógica. Educación que se perfiló, por lo tanto, como práctica de transformación. Quizás el valor más recuperable estaría en lo señalado acerca de que los receptores se educan a sí mismos en contacto con la comunicación, tanto en relación con la masiva como con la alternativa. No era una cuestión de enseñanza o didactismo, sino de procesos de aprendizaje. En ese sentido, no puede abandonarse la comunicación al ritmo espontáneo del encuentro con el público: debía convertirse en todo un trabajo comunicativo de carácter formativo. Este aporte no siempre fue practicado con todas sus implicaciones.
6. Comunicación y desarrollo. A fines de la década de los ochenta y comienzos de los noventa se avanza transitando desde el exclusivo y excluyente apoyo a los sectores populares hacia un compromiso mayor con un proceso social de cambio llamado desarrollo, que redundaría también en tales niveles. Se relaciona así al sujeto con la acción social y también política; es decir, se debía llamar la atención sobre los sistemas de gobiernos, de ideas y necesidades sociales, para resolver problema de igual modo a largo plazo, de manera sustentable y sostenible. Tal perspectiva continúa hasta hoy, aunque algunas aplicaciones del marketing social se aplicaron de manera sumamente publicitaria y tergiversaron el compromiso de la comunicación con el desarrollo, en la medida en que es un apoyo más instrumental y externo al cambio mismo. La comunicación, así, adquirió vigencia temática más precisa: productividad y pequeña empresa, género, ciudadanía, salud, medioambiente, derechos humanos. Las recientes indagaciones en el campo municipal local desde esta perspectiva le han dado un compromiso concreto a la comunicación. Esta obtuvo gran relevancia, a tal punto que proliferaron las instituciones y organizaciones dedicadas a la comunicación popular y a la relación entre municipio y comunidad ciudadana.
7. Un compromiso social con los sectores sociales populares. Como balance general, este fue el valor más significativo y rescatable. De esa manera, la comunicación se hizo cargo de la desigualdad existente. Se trató de construir solidaridad con ellos y de otorgar participación y dignidad con sentido educativo. Incluso en muchas prácticas se logra pasar del compromiso con la palabra del pueblo a una propuesta más coherente y constructiva del uso de los medios para fomentar el diálogo entre la gente y con otros sectores sociales como segunda prioridad. Esto llevó a grandes aprendizajes culturales y a comprensiones menos ideologizadas y más humanas del compromiso con los otros.
Así, podríamos hablar de la comunicación popular como un gran impulso ético y de responsabilidad con los más desposeídos, en diálogo participativo con ellos para su liberación. Este es el gran rescate de una experiencia que sigue siendo viable en algunos de sus valores básicos, ya dentro de una línea de renovación.
La comunicación no fue un elemento accesorio ni un instrumento, sino el lugar de los procesos de transformación. Si bien esta comprensión tiene algo de romántica, podemos destacar hoy que señaló la importancia de la valoración de este campo por la comunicación misma. Es decir, se apostaba por los diálogos que se lograban procesar y los enriquecimientos educativos de allí surgidos.
Deficiencias a superar
Las presentamos en el sentido de identificar conflictos e identificar vacíos, lo que nos llevará a reflexionar en torno a nuestros paradigmas comunicacionales.
*Mirada segmentada de la realidad: una comunicación que se encierra en un círculo imaginario *
La importancia que adquirieron los sujetos debilitó la preocupación por una visión macro de la sociedad y su destino económico-político. No se miró con agudeza hacia los cambios que venían ocurriendo. Los propios marcos teóricos lejanos o en ruptura con las anteriores teorías sociales no permitieron examinar las situaciones nuevas, ni analizar el futuro. La propuesta comunicativa no remarcó la trascendencia de integrarse a la sociedad, trabajando la idea de pertenencia; esta perspectiva generaba más bien sospechas. Se acentuaba la idea de “no contaminación”, había que estar entre la gente como uno o con ideas y agrupaciones similares, en los marcos de una comunicación diferente. No se previó la posibilidad de una integración definida en términos críticos y de desacuerdo. Frente a una sociedad injusta y autoritaria, se conquistaban espacios nuevos sin impactar al conjunto.
Para muchos la comunicación –y los medios– eran el espacio de intervención preferencial. Se buscaba que la primera cambiara, sin establecer suficientes relaciones con la sociedad y sus vías de innovación. La democratización y la participación debían ocurrir dentro de la acción comunicativa, casi como en una isla feliz. Se carecía de una propuesta seria, creativa y fundamentada utópicamente acerca de una democratización de la sociedad; antes se dudaba de ella. En el mundo social y político los paradigmas se centraban sólo en la justicia. En los comunicativos, paradójicamente, la participación era el sentido y la práctica pero al interior de los sectores populares. Había, evidentemente, una cierta dosis de incoherencia entre ambos niveles, sustentando así esta tendencia comunicacionista. Y justo por ello, cuando se enarbola una nueva teoría radical sobre la democracia en la sociedad, en estos tiempos la comunicación popular empieza a perder vigencia.
Este fue un movimiento eminentemente práctico y cometió el error de ridiculizar y tomar distancia frente a una reflexión teórica sobre esa relación cada vez más profunda entre comunicación y sociedad, hecha, además, de muchas armonías, pero también de desencuentros y conflictos. De este modo el círculo se cerró, agotando antes de tiempo la importancia de una comunicación para el cambio.
Modelos intransigentes de cultura y ética popular: un alejamiento del sujeto real y subjetivo
Esta etapa de compromiso y cercanía con los sujetos populares tuvo su contrapartida. Si bien en las diversas comunidades se construían alianzas sociales y hasta políticas, la comprensión sobre los sujetos se detenía apenas a mirar la problemática social objetiva y la capacidad organizativa del pueblo para construirse a sí mismo como sujeto colectivo. No se percibían los cambios culturales, especialmente en el ámbito político; tampoco los cursos de procesos diversos de integración al sistema imperante, incluyendo el comunicativo; menos aún los cambios valorativos reales e imaginarios que dibujaban otros modelos de sociedad no consecuentes con los de la comunicación y la educación popular. La propia vida cotidiana y los sentidos comunes en constante producción y reproducción llevaban a otros sentidos, también coherentes con las propuestas hegemónicas del poder.
Evidentemente, hay explicaciones que nos hacen comprender tales cegueras. En primer lugar, la preeminencia de una orientación cultural que miraba el pasado como tarea de rescate de lo nativo de los pueblos, congelando así sus propias dinámicas de producción. Se trabaja una oposición tajante entre lo tradicional y lo moderno. Poco se insistió en el cambio cultural presente y los proyectos de futuro. En la base, estaba una comprensión esencialista de las identidades, tanto las de clase, etnia, género, generacional, nacionalidad y otras, percibidas como casilleros fijos que encerraban la posibilidad de crecimiento y ductibilidad. Estábamos ante un pensamiento de confrontación, que comprende la realidad de manera dicotómica, en blanco o negro, y, consecuentemente, una comunicación buena y auténtica frente a otra mala extranjerizante. Toda una ideología romántica, con poco énfasis en el conflicto: el pueblo era puro frente al poder y no estaba de acuerdo con él. Los conflictos sociales se imaginaban como fenómenos externos a los sujetos oprimidos.
De allí que se hiciera tanto énfasis en los contenidos y mensajes emitidos, entendidos como verdades a divulgar, mientras se descuidaban los aspectos comunicativos y culturales, esos que construyen relaciones, diálogos y formación de imaginarios y representaciones de la realidad diferentes. Nos referimos a la intrínseca relación existente entre fondo y forma, entre razón y creatividad, entre responsabilidad y libertad. El descuido por las estéticas y la narratividad de muchas experiencias evidencia estas carencias. Las formas eran reducidas a formatos normativamente consignados a ser de una manera o de otra.
A ello se añade una comprensión del cambio en los sujetos, a partir de la educación de una conciencia crítica como forma única y suficiente de vinculación con la realidad. No se trabajó la idea de las salidas a los problemas, del incremento de una ideología de la productividad y de la promoción de una creación innovadora como experiencia emancipadora y de libertad.
La comunidad por sobre el individuo
Se pecó de colectivismo, pues atender y detenerse en el mundo de cada sujeto era caer en el individualismo. La ausencia de una mirada y propuesta de carácter individual para los sujetos, como también para el campo de la recepción –más trabajado por instituciones dedicadas a la investigación– trajo problemas e incomprensiones basadas en la oposición absoluta entre individuo y comunidad.
Se desconocía cómo la modernidad occidental y el sistema de vida actual ha puesto el acento en un individuo reflexivo que debe optar y decidir, pensar, soñar e imaginar, formular sus propias necesidades, resolver sus problemas a solas y con otros, integrarse al mundo del trabajo y la productividad, pero pasando siempre por el matiz personal. Esto supone a un ciudadano cargado de responsabilidades, pero también se redefine a un sujeto más independiente, más individualizado, un ciudadano persona. Ello –que en sí mismo no es negativo–, casi se ignoró, en lugar de buscar nuevos caminos de concertación entre persona y colectivo. Es probable que pueda hallarse una explicación secundaria en el tipo de saber con el que se enriqueció la comunicación popular, más sociológico que psicológico.
De tal forma, se trabajó poco una nueva idea de comunidad que admitiera sujetos profundamente activos y apelados por la innovación y la búsqueda de progreso. Lo colectivo se percibía como una renuncia a la deliberación personal y la legitimación del bien propio. Y si bien la sociedad puede estar eliminando la importancia de la solidaridad y el quehacer colectivo, quienes buscaban otra propuesta valorativa no supieron estudiar los cambios que estaban ocurriendo en los sentidos comunitarios, en las definiciones pragmáticas de las organizaciones populares –tan formales y a veces coercitivas– y menos aún tuvieron la capacidad de concebir otra idea práctica y axiológica de comunidad moderna.
El fenómeno comunicativo como encuentro placentero fue descubierto a medias, y en muchos casos se enarbolaron sólo tácticas de relación con los públicos, pero no verdaderos encuentros entre el mundo de la satisfacción, la creatividad y el cambio. Quizás por ello no se llegó a formular un manejo estético alternativo donde el encuentro con el entretenimiento sea en sí profundamente liberador. Curiosamente, muchos no comprendieron que el ser actor social en el propio territorio o situación de pugna no es lo mismo que definirse como público de los medios, donde se tiende a coincidir o rechazar, que son posicionamientos diversos y requieren de estrategias de apelación diversificadas, aunque reintegrables.
Una comunicación sin perspectiva pública ciudadana
Entonces podemos esbozar la hipótesis de que la noción de comunidad no se ligó con la forma de entender un protagonismo más amplio en la propia conformación de las naciones en una etapa de globalización. Predominaba aún la noción de comunidad territorial, internamente coherente en sí misma. La noción de país y de comunidad amplia se fue perdiendo y, con ella, la de mundo, localizando o poniéndole cercas al desarrollo y explosión de nuevas formas de ejercer lo colectivo. Los principios axiológicos tendían a ser defensivos y hasta conservadores, casi siempre simplistas.
El debate público y la formación de ciudadanía –que se configura lentamente y con muchos conflictos en nuestros países y durante la segunda mitad del siglo– requería de mucho apoyo. Perspectiva que no se asumió, porque el ver a los sujetos más socialmente impidió advertir su construcción como individuos miembros de una sociedad también política.
Quizás por ello, cada medio trató de intervenir de manera separada sin elaborar estrategias de conjunto aplicadas a diversos medios y espacios en relación con la movilización y acción comunitaria. Tampoco se diferenció a unos medios de otros. La integración de esfuerzos con otras áreas fue únicamente metodológica, al incorporar o aplicar mecanismos de la comunicación popular en otros campos, sin haber construido en verdad una política educativa de confluencia.
Estuvimos inmersos en una perspectiva encargada de proteger a los sectores populares, que se recluía en las experiencias alternativas, aislándonos de los conflictos nuevos planteados por una realidad cambiante, haciendo uso de viejas e intransigentes oposiciones; es decir, toda una actitud más bien conservadora frente a los nuevos tiempos, en la búsqueda de una marginalidad inconsciente. Sin embargo, fue y sigue siendo una experiencia rica, comprometida y participativa, profundamente ética, pero que exige rejuvenecimiento. Frente a ella no sólo podemos hacer críticas, sino recoger sus aportes e iniciar búsquedas prácticas, como ya muchos lo vienen haciendo. También abordar análisis y búsquedas de sustento reflexivo, tendientes a valorar la relación entre la teoría social y la comunicativa.
Procesos inconclusos llamados a ser recogidos por la investigación académica y comprometida
Sospechar de o subvalorar a la comunicación popular ha sido y es un fenómeno más o menos común en el mundo académico, salvo escasas excepciones. La universidad no debió relacionarse con ese ámbito exclusivamente desde el compromiso místico y la defensa afectiva. El reto habría sido situarse a partir de la investigación y la reflexión teórica ligada a la práctica desde el campo de la comunicación social actual y su futuro.
También es cierto que desde el campo de los comunicadores comprometidos ha existido una negación casi absoluta del quehacer teórico y en contra la actividad intelectual del mundo universitario. Y en este desencuentro hay saberes y valoraciones en competencia y, también, lógicas comunicativas de incomprensión mutua –unas argumentadas, otras no–, pues se ponía el énfasis en los errores y no en las posibilidades de apoyo mutuo. Sin embargo, ya se han abordado rutas interesantes de cambio y acercamiento, como por ejemplo el uso de la investigación por organizaciones como Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica (ALER); el cúmulo de tesis universitarias que abordan aspectos de esta promoción social; o la incorporación en las universidades de cursos o áreas profesionales como Comunicación y Desarrollo, Marketing Social y la propia Comunicación Popular.
Se trataría de recuperar información y convertirla en conocimiento. Las facultades y escuelas universitarias de comunicación se han dedicado, preferentemente, al análisis de los medios, pero muy poco al balance y las características históricas de las propuestas comunicativas alternativas; es decir, de las apuestas de cambio en camino. Han quedado interrogantes a responder y se nos plantean retos a examinar teórica y pragmáticamente. Algunos podrían ser los siguientes:
• ¿Cuál es la relación –parecidos, diferencias y antagonismos– entre la comunicación masiva y la alternativa? ¿Cómo la reciben los sujetos que las consumen? ¿Qué operaciones de síntesis y aplicación logran hacer? ¿Qué nivel de impacto tienen ambas en la sociedad latinoamericana?
• ¿Cuáles han sido los puntos de partida y los procesos de cambio vividos en el campo de la comunicación popular?
• ¿Qué tipo de comunicación es la que se vive en los barrios? ¿Cómo convive esta con la comunicación masiva nacional y la globalizada? ¿Hay interconexión o sólo superposición?
• ¿Cómo recuperar los sentidos, estilos e imaginarios de los sectores populares, para convertirlos en una nueva propuesta de acercamiento a los medios masivos? ¿Cómo lo popular puede irrumpir en lo masivo haciéndolo liberador?
• La conexión entre comunicación participativa y comunicación política: ¿Cuáles son los sentidos que se requieren para combatir la apatía y la indiferencia frente a la política? ¿Cómo relacionar proyecto social con proyecto político? ¿Cómo ligar desarrollo y justicia con democracia?
• La educación emprendida y sobre la cual hay muchos avances, ¿en qué transforma y cómo se vincula con la educación más estructural y formal?
• La importancia de una propuesta comunicacional más integral.
Hacia nuevos paradigmas: una comunicación ciudadana para otra sociedad justa y solidaria
El reto nos queda grande. Pero en una sociedad tan comunicativa como la actual, donde no es posible la vida económica, ni la cultural ni la política sin su compromiso, se convierte en un espacio altamente estratégico y se coloca en el centro visible de la búsqueda de una sociedad distinta desde un nuevo paradigma comunicacional. Nuestra propuesta es que una fuente sumamente rica a incorporar es la vivida por la comunicación popular, invitándola a formar parte de una nueva búsqueda con sentidos utópicos. En ese sentido, proponemos algunos ejes temáticos de reflexión. Y luego señalaremos algunos tránsitos a recorrer para arribar a nuevos modelos.
Una ciudadanía de otra democracia radical
Si bien el concepto de ciudadanía fue creado por el liberalismo tradicional, hoy se está dando cita una producción teórica interesante. Desde el ámbito de la filosofía política se recogen principios democráticos y la importancia del sujeto individual, pero reivindicando la idea de comunidad, así como se rescata la importancia de recuperar el horizonte de la justicia social. Esa producción está dando origen a nuevos sectores de compromiso con una sociedad de cambio-comunitaristas y demócratas radicales. Dentro de ese espíritu nos ubicamos, y proponemos la gestación de ciudadanía como horizonte nuevo para una comunicación comprometida con la emancipación de nuestros pueblos.
Establecemos algunas definiciones básicas de ciudadanía para un futuro mejor en el que se equilibre el interés y el protagonismo individual con el colectivo. Sabiendo que existen énfasis neoliberales, liberales, comunitaristas y clásicos precapitalistas. Reformulamos la idea de ciudadanía así:
• Ciudadanía es igualdad legal, social y humana, en primer lugar; supone consideraciones y tratos mutuos de respeto y consideración igualitaria. Pero también significa hacerse cargo del conflicto existente entre los principios y la realidad. Es, por lo tanto, hacerse responsable de la desigualdad social presente en nuestros países, y priorizar problemas donde esta desigualdad es un elemento determinante. Es recuperar para la democracia la idea de justicia. Por ello, según este significado, la pobreza sí es noticia y materia de comunicación.
• La ciudadanía es pertenencia activa. Los derechos y obligaciones que todo ciudadano requiere forman parte de una ligazón con la ciudad, el país y el mundo, que pasa por sentirse y comportarse como parte fundamental de la sociedad, mereciendo respetos y generando responsabilidades. La dinámica de los derechos promueve integraciones individuales de carácter defensivo, así como una participación responsable exige respeto a tales derechos. Se trata de una incorporación a la sociedad que puede resultar incómoda y crítica, siendo minoría y capaz de exigir consideración. Ello nos compromete con una comunicación ligada al debate.
• La ciudadanía supone compromisos conciudadanos con los otros. Toma en cuenta la importancia de lo común,1 de lo que es construcción de acuerdos, de la creación de redes, espacios y comportamientos de solidaridad, de la conformación de esferas públicas. Una comunicación que busque estos diálogos y fomente empoderamientos colectivos, planteará de otra manera la idea de comunidad, ligada a las libertades e independencias individuales, en una política de continuos acercamientos y compromisos colectivos. Todo ciudadano tiene un saber y su propia verdad; se trata de construir una solidaridad colectiva que signifique eficacias y productividades concretas en la gestión local y más masiva.
• Finalmente, no hay un solo modelo o prototipo de ciudadano de primera desde el que habría que juzgar a cada poblador. Se trata de admitir que hay procesos diferentes de acercamiento a la ciudadanía, con rutas de desarrollo a veces poco previstas. Se hace necesario reconocer a esos ciudadanos concretos existentes, comprender la cultura política que han venido conformando, indagar sobre lo andado para desde allí abonar propuestas participativas, educativas y de diálogo. Se trata de indagar los nudos conflictivos de la construcción de ciudadanía para adecuar los métodos de trabajo y la educación ciudadana.
Los nuevos retos públicos
Le toca a la comunicación promover el debate público dentro de un modelo comunicacional que busca la creación y el mantenimiento de “redes de diálogo y producción simbólica”,2 diferenciándose del modelo marketero publicitario –sin negar algunos usos importantes del mismo– y del difusionista, centrado en la trasmisión de información. Se trata de definir una comunicación que se coloque al centro de la creación y el mantenimiento de lo público en el sentido constructivo, entendido como intereses, espacios e imágenes comunes,3 que garanticen una democracia culturalmente vivida; es decir, asumida como valor y práctica., sabiendo que entre consumo y ciudadanía se gestan hoy articulaciones significativas y que la democracia se relaciona mucho con los medios porque gracias a ellos se visibiliza el poder.
Desfilan así nuevas líneas de trabajo como la producción amplia y concertada de la agenda pública; la organización de un debate plural que garantice escucha y respete y llegue a construir consensos, identificando disensos claves para el aprendizaje y el ejercicio democrático; la organización de relatos simbólicos que recuperen la vida e historia cotidiana y los conflictos del ser ciudadano hoy; discusiones y producciones que alimenten las decisiones ciudadanas a tomar y abran otros espacios de participación; que la ciudadanía forme una demanda de calidad a los medios y puedan ejercer vigilancia sobre ellos; que los programas políticos cambien totalmente siendo interesantes y no banales. Es decir, una comunicación que cree y recree lo público en relación con sus receptores ciudadanos. Una comunicación que testifique el poder y ayude a forjar otros equilibrios empoderando al ciudadano.
Ello pasa por organizar un foro público permanente e incorporar a los sectores populares como protagonistas importantes, no los únicos, y cuyos temas recojan sus problemáticas y apunten a la inclusión social. Tarea no sencilla, pues no solo es política, sino que significa una transformación de las narrativas y estéticas de comunicación encargadas de posibilitar una expresión y un diálogo plural y creativo. Se trata de inducir un encuentro de la sociedad consigo misma y con el futuro a buscar. Inclusive, las dimensiones educativas de carácter ciudadano a incorporar deben estar presentes en los medios, pero también en las prácticas directas de la población, moviendo a la sociedad en su conjunto.
Tránsitos a definir
Ante nosotros queda el proceso de transformación de una comunicación popular a otra más ciudadana.4 Nos parece relevante enumerar algunos ejes de cambio en sentido de tránsito.
Señalamos algunos pasos a dar, que invitan a la producción práctica y teórica colectiva:
• De sujeto popular a ciudadano empoderado.
• Del espacio territorial comunitario a la generación de esferas públicas varias, movibles y entrelazadas: local, regional, nacional, abierto al mundo. Lo nacional como engranaje: justicia interna, recomposición de ubicación en el mundo.
• Recrear sentidos de comunidad y las definiciones institucionales. Tipos diferentes de comunidad a promover y articular. Las formales indispensables. Los medios las promueven no las sustituyen. De consumo, de interpretación, de intereses.
• La comunicación como tema de agenda pública. El derecho de los receptores ciudadanos a opinar, juzgar, proponer, vigilar:
1. Observación de medios.
2. Expresión ciudadana.
• La comunicación en el desarrollo: la preeminencia de lo local desde el lugar donde se vive, de la alternativa con participación –ciudadano con la banalización del marketing. Lo social y lo político. El poder de politizar el desarrollo y la comunicación social.
• Participación para la producción cultural universal. Pasa por
1. Reconocimiento.
2. Debate, propuesta.
3. Influencia en decisiones: empoderar.
4. Hacia las redes universales.
5. La calidad de la comunicación.
• Participación desde la cotidianidad y el empoderamiento político: rehacer la política.
Nos queda una labor importante por delante. Espero sea atendida por una academia que, con un trabajo riguroso en el nivel teórico e investigativo, alimente su compromiso social y le dé sentido.
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Notas
1—Hannah Arendt: La condición humana, Paidós, Estado y Sociedad, Barcelona, 1993.
2—Como se sustenta más ampliamente en el texto “Ciudadanos de la ciudad: cambios e incertidumbres comunicativas”, ponencia de R. M. Alfaro presentada en Quito, Ecuador, en el seminario sobre comunicación ciudadana y ciudad, Flacso y Ebert, julio de 1998.
3—Así lo sostiene Germán Rey en “Otras plazas para el encuentro”, en Escenografías para el diálogo, CEAAL-Calandria, Lima, 1997, pp. 19-48.
4—Ver R. M. Alfaro: “¿Comunicación popular o educación ciudadana?”, en La Piragua, CEAAL, no. 8, Santiago de Chile, 1994.