La Revolución Haitiana de 1791-1804 representó un hito importantísimo en la historia del mundo atlántico. Fue una rebelión prolongada y violenta en la que esclavos africanos y criollos desafiaron dos de las instituciones centrales de la época: la esclavitud y el colonialismo. El desafío fue tan profundo y sin precedentes, que se citó y discutió a lo largo y ancho del hemisferio. Para los esclavos y las personas libres de color, la autoliberación de los esclavos negros en Haití estimuló la imaginación y desencadenó una revolución de las conciencias. Por su lado, los esclavistas y autoridades coloniales hablaban y escribían constantemente sobre el terror de Haití, los peligros de “otro Haití”, y de la cautela y el control requeridos para prevenir un apocalipsis racial como el que había ocurrido en la que había sido la colonia más próspera del nuevo mundo.1
En Cuba, la conciencia de Haití y su revolución fue particularmente intensa. El punto más oriental de la isla se hallaba a tan sólo unas cuantas millas de Haití, y los esclavistas de la colonia francesa llegaron por millares, transportando esclavos, buscando refugio, y narrando relatos sobre la venganza negra y la desolación material. No obstante, el miedo ocasionado por los acontecimientos desencadenados en 1791 no impidió que los esclavistas, los comerciantes y las autoridades de Cuba intentaran emular la sociedad esclavista que acababa precisamente de producir la revolución que tanto repudiaban. Al observar el colapso de la que fuera próspera colonia de Saint Domingue, se apresuraron a llenar el vacío, importando un número creciente de esclavos y amasando una riqueza azucarera cada vez más importante. En breve, buscaron convertirse en lo que Haití había sido anteriormente, reproducir una prosperidad basada en el azúcar, la esclavitud y el colonialismo, pero a la vez evitando la turbulencia causada por estas mismas instituciones en Saint Domingue. En Cuba, pues, la Revolución Haitiana pareció tener efectos potencialmente paradójicos: al mismo tiempo que creó una conciencia agudizada y un temor a la capacidad y el poder de los negros, también produjo un aumento masivo en el número de esclavos.2
Debido a esta cercanía, al hecho de que Cuba iba suplantando a Saint Domingue, y al rápido crecimiento de la esclavitud en esta época, el temor a Haití –y en general, el llamado “temor al negro”– ha tenido una gran transcendencia en la historia de Cuba, y también en la historiografía sobre Cuba. El ejemplo quizás más conocido es el argumento sobre la independencia tardía de Cuba; o sea, el argumento de que en Cuba la independencia llegó ochenta años tarde por el “temor al negro” –por el temor de que cualquier intento de liberación nacional desencadenara una violenta lucha social por parte de los esclavos o libres de color. El temor a que se repitiera “otro Haití” se ha usado frecuentemente para explicar la ausencia en Cuba de lo que sucedió en el resto de América a principios del siglo XIX.3
Pero en este ejemplo –como en otros de otras partes de América– no se logran explicar realmente los mecanismos causales, sino más bien se da por entendido que el contenido y significado de “Haití” son tan claros que se piensa que tan sólo invocando el “temor a la revolución haitiana” se trasmite al lector algo lo suficientemente claro como para que requiera poca elaboración o análisis. Aludir simplemente a Haití –o al temor negro– sirve de explicación. No se demuestra, sino sencillamente se supone su existencia y, además, se supone que funcionara como causa palpable, sin necesidad de análisis. Así, aunque el temor a Haití se usara para explicar, nunca se explica en sí.
El presente ensayo pretende abrir la cuestión del “temor a Haití.” Se trata no tanto de negar la existencia del temor, sino de ir más allá de su simple y constante evocación. En lugar de usar el temor o la idea de Haití para explicar la acción histórica, este proyecto pretende descubrir los usos múltiples de Haití: el origen, el propósito, la sustancia, y los efectos del constante recurrir a referencias e imágenes de la revolución negra por parte de una gama de agentes sociales, desde estadistas hasta amos y esclavos. Un importante aspecto de este intento consiste en descubrir lo que se sabía en Cuba de Haití: qué noticias e imágenes entraban de la colonia vecina, a través de quién, cómo circulaban, en qué contextos se invocaba o discutía, y cómo esas noticias o imágenes se iban convirtiendo en un símbolo que requería de poca elaboración para que el público lo captara. Lo que sigue aquí es un primer intento de entender la trasmisión de noticias sobre Haití en Cuba, de clasificar y analizar las fuentes, historias, e imágenes de una revolución negra en una sociedad donde la esclavitud estaba en pleno auge.
Redes de comunicación
Últimamente está muy de moda observar que todo el mundo Atlántico estaba sumamente enlazado, está muy en boga declarar –y no siempre demostrar– que las personas, las noticias, los productos, el dinero cruzaban fácilmente las fronteras nacionales e imperiales de la época. En cuanto a la trasmisión de noticias y novedades, es impresionante ver cuán voluminosa y continua era la corriente de novedades que atravesaban estos territorios.4 Las fuentes de información eran muchas y diversas, y cada persona que recibía noticias se convertía al momento en una nueva fuente de información sobre los acontecimientos del día. La misma naturaleza de la Revolución Haitiana –el hecho de ser algo tan sin precedentes– se prestaba bien a la producción y trasmisión continua de noticias.
Desde el principio de la revolución se produjo una enorme cantidad de noticias de carácter oficial. Las autoridades coloniales en Saint Domingue, enfrentadas a algo tan violento y tan masivo, empezaron casi inmediatamente a escribirles a sus homólogos en las colonias vecinas del Santo Domingo español, Jamaica y Cuba, pidiendo socorro de toda índole. Dirigieron partes a París, pero sus necesidades eran tan urgentes que también se dirigieron a oficiales más cercanos, aunque estos fuesen extranjeros.5 Con estas súplicas llegaban también las descripciones de los eventos, de los ataques de los esclavos a sus amos y de la destrucción de sus haciendas. También intimaban que los oficiales de lugares como Jamaica o Cuba debían ayudarlos, porque tenían un interés común en mantener el sistema esclavista y en no permitir que se arraigara una sublevación de esclavos en un territorio tan cercano al de ellos. Cuando los oficiales de las colonias como Santo Domingo, Jamaica y Cuba se enteraban, estos informaban a otros, de manera que las noticias se iban multiplicando y repitiendo sucesivamente. Cuando en Santo Domingo el gobernador Joaquín García se enteraba de algo, este notificaba también a Santiago de Cuba, a la Habana, a Puerto Rico, Caracas y Madrid. Entonces, el de Puerto Rico, no sabiendo que las noticias ya habían sido enviadas a toda la zona, informaba a la Habana. Para el historiador, lo que ha quedado de todo esto es una enorme cantidad de cartas e informes, preservados en diversos países del mundo Atlántico, muchas veces con las mismas noticias pero dirigidas a, y escritos por, distintas personas.6
Es importante recordar, además, que dichas cartas llegaban siempre a través de mensajeros, y que estos mensajeros muchas veces (por encargo o por su propia cuenta) daban noticias, detalles e interpretaciones que iban más allá de lo que venía por escrito en los documentos. A Cuba, seguramente por su situación geográfica tan cercana a la colonia francesa, llegaban importantísimos mensajeros y enviados del gobierno francés. De hecho, sobre todo en tiempos de paz, y particularmente en la zona de Santiago de Cuba, la isla se convirtió en un puerto de escala para las autoridades y las tropas que salían de Saint Domingue para Francia; o sea, para personas que obviamente estaban bien informadas de los más recientes acontecimientos de la revolución. Por ejemplo, un tal Mr. Desombrage, quien había sido Comandante de Jeremías, un lugar a punto de ser conquistado por los ingleses, llegó a Santiago en mayo de 1793. A su llegada, el gobernador de Santiago le hizo un extenso interrogatorio, preguntándole sobre asuntos como el estado y número de las tropas francesas en distintos puntos de la colonia, y las actividades y la política de los comisarios civiles, quienes estaban ya aliándose a los rebeldes de color libres. Las respuestas del ex oficial blanco no eran muy sutiles, y daban a entender que si el gobernador santiaguero o el capitán general de Cuba se decidieran a conquistar a Jeremías y revocar la política liberal de los comisarios, los vecinos les darían una gran acogida.7
A medida que se iba desarrollando la revolución, vemos que la transmisión de noticias de carácter oficial, como esta, no se limitaba a las ofrecidas por franceses blancos a españoles blancos. En 1800, cuando terminó la guerra civil entre las fuerzas del ex esclavo negro Toussaint Louverture y las fuerzas del mulato libre Andre Rigaud, este último, con sus tropas y su familia, salió de la colonia francesa para Cuba –una evacuación y estancia que, según el gobernador, se hizo notoria entre los habitantes de Santiago.8 También hubo contacto regular con el mismo Toussaint, la figura más importante y polémica de la revolución. El les escribía a los gobernadores de Santiago y de la Habana, pidiendo ayuda, o quejándose de la conducta de buques españoles. En una oportunidad, hasta le envió un cargamento de sal a Sebastián Kindelán, gobernador de Santiago, a quien no le estaban llegando artículos de primera necesidad desde la Habana o de otros puertos españoles.9
Ya terminándose la revolución, y con Francia e Inglaterra en guerra a partir de mayo de 1803, los ingleses solían desembarcar prisioneros de Saint Domingue en las costas de Cuba oriental, donde eran recogidos por habitantes u oficiales. Unos meses después, cuando los franceses iniciaron la evacuación de la colonia, en vísperas de la declaración de independencia haitiana (proclamada el primero de enero de 1804), la mayoría de las tropas pareció evacuar con destino temporal a Cuba. Toda la guarnición de Jeremías, como también las tropas del general Lavalette y de otros iguales, llegaron a Santiago. Enterado del arribo masivo de dichas tropas, el capitán general dictó que se mantuvieran estos soldados y oficiales, y en particular los de color, encerrados en sus barcos, y que se procurara su salida de Cuba lo antes posible. Pero estas órdenes no evitaban que la población local se enterara de su llegada, de la evacuación masiva de tropas francesas que dejaban su antes próspera colonia en manos de antiguos esclavos y gente de color.10 Y de todos modos, aun “encerrados”, eran custodiados por personas del lugar. Curiosamente, en la Habana, cuando llegaban prisioneros franceses de la guerra, la práctica común era mantenerlos bajo la vigilancia de los batallones de morenos y pardos libres (los mismos que años después protagonizaron la conspiración de Aponte). En resumidas cuentas, elegían como custodios a las personas quizás más interesadas en tener noticias de Haití.11
Todos estos ejemplos permiten reflejar lo extenso y rico que fue el intercambio de información sobre Haití, y demuestran que, pese a que Cuba y Saint Domingue pertenecieran a dos potencias distintas, en Cuba había un gran acceso a las noticias de lo que ocurría en la sociedad que la élite cubana tanto había querido emular. Aunque los ejemplos ya citados sean de carácter más o menos oficial (cartas entre oficiales de distintos imperios, interrogatorios a tropas y oficiales franceses, etc.), hay que recalcar que también existía muchísima información que se movía por medios y canales menos oficiales y más bien públicos o personales. A la Habana, Santiago y Baracoa, por ejemplo, llegaban barcos de diversos puertos con noticias, cartas particulares, periódicos de diversos países, y proclamas o panfletos impresos. Estos barcos venían cargados además de pasajeros, “testigos oculares” de las ocurrencias de Saint Domingue. Apenas tres días después de la declaración de independencia de Haití, el primero de enero de 1804, llegaban ya noticias de marineros españoles que se habían entrevistado con los jefes haitianos, y que informaban que Dessalines había declarado la independencia y que se autoproclamaba “Gral. de Mejico y Xefe de la Casa de los Ynca, vaxo la protección de las Armas Británicas”.12 Como estos marineros hubo otros que, durante y después del período revolucionario, llegaban a Cuba y a otros puertos españoles, diciendo que habían sido apresados por los haitianos y habían tenido la suerte de escapar con vida, lo que no habían logrado hacer todos sus compañeros. En los documentos, pues, se recoge esta corriente casi constante de noticias a través de marineros de diversos puertos.13
Con frecuencia, los documentos oficiales se refieren a noticias “notorias” entre la población, a rumores y voces que corrían por la Habana o Santiago sobre los acontecimientos en la isla vecina. En estos documentos oficiales se recoge entonces la huella de que existían otras fuentes extraoficiales, por las cuales se informaba la gente hasta ser notorio este u otro evento de la revolución. Cartas particulares procedentes de Saint Domingue o de Santo Domingo eran leídas no sólo por la persona a quien iban dirigidas, sino muchas veces se compartían entre vecinos y, de vez en cuando, con el gobierno. Recordemos también que de Saint Domingue y de Santo Domingo llegaron decenas de miles de personas, se puede suponer que con casi el mismo número de historias sobre esos acontecimientos tan extraordinarios.14
El Triángulo Haití-Santo Domingo-Cuba
De hecho, algunas de las noticias más alarmantes y detalladas que llegaban a Cuba provenían del territorio español de Santo Domingo. Esta colonia española ocupaba la mayor parte de la isla, donde también se encontraba la colonia francesa de Saint Domingue. Pero es muy importante hacer hincapié en que las colonias no constituían dos mundos aparte. Y en la época de la revolución, en particular, la frontera entre las dos colonias muchas veces desaparecía. En los pueblos fronterizos españoles ocurrieron importantísimos acontencimientos de la revolución. Durante la guerra con Francia de 1793 a 1795, los españoles ocuparon casi toda la parte norteña de la isla, incluyendo a pueblos franceses como Bayajá (Fuerte Delfín), Marmelade, Gonaives, Petite Riviere, y Mirebalais. En 1795, la colonia española fue cedida y luego ocupada por las fuerzas haitianas en 1800-1801 y 1805. Probablemente sea de mayor importancia el hecho de que el gobierno español de Santo Domingo interviniera directamente en la revolución de colonia vecina. Negociaba, pactaba y recurría a los rebeldes negros más importantes, como Toussaint, Juan Francisco y Jorge Biassou. Todos pelearon a favor de España durante la revolución, incluso todos fueron condecorados por el Rey de España en agradecimiento por sus servicios a su causa. Es importante entonces destacar que la Revolución Haitiana no ocurrió sólo en la colonia francesa, sino también en la colonia española, cuyos habitantes sirvieron de testigos directos de los acontecimientos. Sin embargo, lo más relevante para el presente trabajo, es que en esta época los vínculos entre Santo Domingo y Cuba eran muy estrechos. Así que gran parte de la información sobre la revolución que llegaba a Santo Domingo también llegaba a Cuba. Según se fuese desarrollando la revolución y la guerra contra Francia, Joaquín García, Capitán General de Santo Domingo, informaba a sus homólogos en la Habana del estado de ambas colonias, la española y la francesa. Muchas veces les pedía socorro; otras veces sólo mandaba informes. Pero por otras vías más difusas, menos centralizadas y menos oficiales, llegaban también relatos pintando el estado de la revolución negra y la desolación en los sitios afectados por ella. Así es como un cura de Santiago de Cuba recibía, de una habitante de un pueblo fronterizo, detallados recuentos de la invasión de Polo Toussaint, de cómo se refugiaban todas las mujeres en la iglesia, de las batallas entre tropas haitianas y moradores españoles. Le informaba del fallecimiento de conocidos suyos –de Gollo Berroa, o del marido de Mariquita, o de Luis Catalina por ejemplo, a quien le sacaron los ojos sin mostrar compasión alguna ante sus súplicas. La mujer concluía diciendo que “No hay pluma, ni papel, ni menos voces con que esplicarlo.”15
Pero si llegaban cartas atestiguando lo que sucedía, también llegaba gente, refugiados huyendo de lo que pasaba y con esperanza de reconstruir sus vidas en Cuba.16 Con los dominicanos que buscaban refugio, estipendios, o trabajos en Cuba, llegaban también historias personales de sus experiencias a mano de las tropas haitianas. Hablaban de la riqueza y la posición que habían disfrutado antes de la revolución, y de su ruina total después de ella. Los detallados historiales que preparaban para solicitar ayuda eran dirigidos a Someruelos, quien muchas veces convocaba a una junta compuesta por Francisco Arango, Andres de Jaureguí y otros. Esto indica que los que en Cuba iban dirigiendo la transición a una economía de exportación y monocultivo, y al dominio de mano de obra esclava (lo que parece una economía similar a la de Saint Domingue antes de la revolución) eran a su vez depositarios de abundantes noticias del desmoronamiento de esa economía y de sus efectos en toda la sociedad.
Se pueden hacer varias observaciones sobre la información que llegaba desde Santo Domingo español. En primer lugar, que estas noticias de ruina personal debida a la revolución llegaban a los oídos de personas de cierta posición, que se enteraban así de la suerte de aquellos que, en Santo Domingo, habían disfrutado de un prestigio semejante al de ellos. Así que parte de su efecto pudo haber sido el crear o agudizar el sentido de que, si les había pasado a otros como ellos, igual les podría pasar a sus homólogos en Cuba. En segundo lugar, que a menudo los dominicanos que contaban estas historias eran personas que llegarían a ocupar cierta posición en la sociedad cubana. Por ejemplo, Domingo del Monte, importante figura literaria y política unas décadas después de la revolución, procedía de una familia de dueños de esclavos que habían emigrado de Santo Domingo a Cuba. De hecho, su familia era propietaria de un ingenio dominicano donde los esclavos se habían sublevado en un intento de seguir el ejemplo de los esclavos de la colonia francesa. Llegados a la Habana, dos miembros de la familia Del Monte ejercieron oficios que los ponían en contacto con la alta sociedad habanera. Leonardo del Monte trabajó de asesor del Capitán General Someruelos. Su sobrino, Antonio del Monte y Tejado, también trabajó en ese despacho, escribiendo más tarde una de las más completas historias de la revolución haitiana del siglo XIX.17 O sea, que estos hombres con profundo conocimiento y experiencia de la revolución de Haití y de su repercusión en una colonia española, llegaron a asociarse íntimamente con la oficialidad y con los grandes hombres de la Habana, hasta ejercer ellos mismos alguna influencia o renombre en Cuba.
Otro ejemplo, menos conocido, es el de Gaspar de Arredondo, quien había gozado de bienes y fortuna en Santo Domingo. Dueño de haciendas y de gran número de esclavos, huyó de la turbulencia de la revolución vecina y se instaló en Puerto Príncipe, donde se ganó el respeto de sus nuevos vecinos. Parecen haber sabido de sus experiencias en Santo Domingo, pues cuando en varias ocasiones estallaron rebeliones negras o se descubrieron conspiraciones de esclavos en Puerto Príncipe, los vecinos buscaban la ayuda y la opinión de Arredondo. Así, con el vecindario temeroso en 1812 por los atentados asociados a la conspiración de Aponte, cuando todo el mundo –“hasta la señoras”– citaba con ardor el ejemplo de Santo Domingo, el gobernador de Puerto Príncipe le dio el puesto de asesor en la causa contra los esclavos acusados de conspiración. Según el propio Arredondo, los vecinos alabaron esta decisión, diciendo “que como emigrado de Santo Domingo y acostumbrado a ver la conducta de los negros con respecto a los blancos obraría con más conocimiento y cautela para evitar y salirles al encuentro en sus insidiosas tentativas y maquinaciones.”18
Estos ejemplos nos permiten entender que las historias de Santo Domingo se divulgaban entre los habitantes de Cuba. Aunque también se hacía lo mismo con las historias de los refugiados franceses, es de creer que las de los refugiados españoles pudieron tener mayor alcance: eran contadas en español, por españoles como ellos, algunas veces por parientes y vecinos que se iban integrando quizás mejor que los refugiados franceses, a quienes, en muchos casos, se les seguía viendo como extranjeros.
No sólo se divulgaban historias sobre lo visto por testigos pasivos de los acontecimientos, sino también por protagonistas activos. Un ejemplo importante, y hasta ahora nunca estudiado, es el de los soldados de dos regimientos que desempeñaron un importante papel en Santo Domingo, durante la guerra entre Francia y España. Dos de los batallones que mayor participación tuvieron en la frontera, entre la colonia española y la francesa de Santo Domingo, fueron los batallones de los regimientos de infantería de Cuba y de la Habana. Enviados a Santo Domingo desde la isla de Cuba en 1793 y 1794, eran los que (junto al Regimiento de Infantería de Cantabria, y también a las llamadas tropas auxiliares de negros franceses) representaban el poder de España en la frontera con Saint Domingue. Lucharon contra las tropas de negros rebeldes, conocieron y trabajaron con las tropas auxiliares de Juan Francisco, Biassou, e incluso con las de Toussaint Louverture antes de que este abandonara al partido español para unirse a la causa republicana. Estuvieron presentes, por ejemplo, cuando a Biassou y a Toussaint les concedieron las medallas de oro enviadas por el Rey de España, en una gran ceremonia, seguida por una larga comida, ambas presididas por los oficiales del regimiento de la Habana. Estos hombres, procedentes de la isla de Cuba, fueron testigos de la osadía de Toussaint; lo observaban y escribían a sus superiores sobre sus méritos. Juan Lleonart, capitán del Regimiento de la Habana, observaba que en Toussaint podían los españoles tener completa confianza, “es el con que podemos contar por su juicio, prudensia, fidelidad y religión.” Pero fueron testigos, a la vez, de su traición. Estuvieron presentes cuando sus hombres, en abril de 1794, atacaron al pueblo de Gonaives, entonces ocupado por los españoles, les cortaron las cabezas a 18 ó 20 personas en sus afueras, matando a cuanto habitante encontraron dentro, y saquearon sus viviendas y habitaciones. Vieron también cómo Toussaint, ya declarado enemigo de las fuerzas españolas, empezó el ataque a los pueblos españoles de la frontera. Recibían sus amenazas, y enfrentados a su posible ataque, decidieron abandonar sus puestos en San Rafael, San Miguel e Hincha, deserción por la cual fueron procesados seis oficiales de los cuerpos cubanos en un largo juicio efectuado en la Habana, donde fueron llevados los oficiales arrestados. Los hombres de estos batallones cubanos presenciaron importantes eventos de la revolución, tuvieron contactos directos con sus protagonistas negros, y todas estas experiencias se las llevaron de regreso a Cuba.
Otra importante figura en la que se manifiesta el triángulo Haití-Santo Domingo-Cuba es el Marqués de Casa Calvo, Sebastián Calvo de la Puerta y O’Farril. Tenía su residencia principal en la Habana, venía de unas de las principales familias de esta capital, y era estrecho colaborador del Conde Mopox y Jaruco. Era primo de Nicolás Calvo, quien ha sido calificado por Manuel Moreno Fraginals como el segundo hombre de la sacarocracia cubana (después de Francisco Arango). Como comandante del regimiento de la Habana fue llamado a Santo Domingo, al frente de sus tropas. En esta colonia se desempeñó como Gobernador de Bayajá (Fuerte Delfín), un pueblo francés conquistado y ocupado por España. Allí fue testigo de una gran masacre, cuando un día de julio de 1794, Juan Francisco y sus tropas entraron al pueblo y mataron hasta [700] franceses. Las listas preparadas posteriormente por los oficiales españoles nos permiten conocer algo del carácter del acontecimiento –tantos muertos afuera de la iglesia, otros dentro, otros en la sacristía. Se formaron expedientes larguísimos para indagar responsabilidades de la masacre y del saqueo que sobrevino inmediatamente después. En la prensa extranjera se condenó a España por haber presenciado de cerca la masacre, sin haberla evitado o frenado, y por la participación de soldados de las tropas españolas en el saqueo que empezaron los soldados de Juan Francisco. Sólo en este ejemplo vemos claramente cómo los hombres de los cuerpos militares cubanos tuvieron contacto directo con las masacres de blancos a mano de negros –masacres que desde el principio se convirtieron un uno de los principales símbolos de la Revolución Haitiana.
El Marqués de Casa Calvo, primer oficial del lugar, quedó marcado por el acontecimiento. En diciembre de 1795 le escribía a Luis de Las Casas, Capitán General de Cuba, aconsejándole al mismo tiempo que se enviaran a la Habana a Juan Francisco y Biassou con sus familias y tropas en un contingente de unas setecientas personas. Calvo le explicaba a Las Casas que había sido encargado por su gobierno de mantener fieles a los negros auxiliares, pero que esto había “requerido el sacrificio de nuestro amor propio en general, y el mío en particular.” Se veía “forzado a alternar con un Negro [Juan Francisco] que aunque nominado General, no salía de la esfera a que le constituyeron su nacimiento y principios de esclavitud … [y] se estableció entre ellos y nosotros la perfecta igualdad …” Ahora, terminada la guerra con Francia, partían para Cuba llenos de la lisongera idea que se situarán en la Habana y que en esta Ciudad gozarán las mismas distinciones, prerrogativas, luxo y demasiada tolerancia que en esta; … yo he querido representar a VE el caracter de estos hombres, para que con estas cortas reflecciones, el talento de VE pueda decidirse a no permitir en el seno de la floreciente Ysla de Cuba leal y fiel a su Rey, ni dentro del resinto de esa Ciudad de la Habana … se albuerguen, ni aposenten estas víboras venenosas … soy casi testigo ocular del desgraciado día 7 [de julio 1794], lo soy igualmente de la desolación de esta Colonia y he pisado los vestigios de su furor; estos son, aunque los pinten de otros colores, los mismos que asesinaron sus Amos, violaron sus Señoras, y acabaron con quantos tenían propiedades en este suelo al principio de la insurrección; para que mas reflecciones si con estas solo se horroriza el corazón humano…
En realidad no tenía por que preocuparse, ya que Las Casas, sin ser testigo ocular, compartía la misma opinión. Las Casas impidió el desembarque de las tropas, alegando que la llegada de estos jefes negros –cuyos nombres resonaban ya como nombres de grandes conquistadores– horrorizaba a una sociedad con tantos esclavos y gente de color libre.
Aunque no se quedaron en la Habana, sí fueron vistos por sus habitantes, igual que en Santiago, los hombres de Rigaud, y en ambos sitios y otros fueron vistos los franceses echados para siempre de Haití por Toussaint, Christophe y Dessalines. Con sus propios ojos, y por las muchas otras vías que hemos visto aquí, la gente de Cuba se enteraba del ejemplo de Haití. Años después, cuando estalló la rebelión de Aponte en la Habana, en 1812, el testimonio de los acusados y de los testigos hizo amplia referencia a la estadía de estos mismos jefes negros en la Habana, en la época de la Revolución Haitiana.
Noticias de Haití entre la población de color en Cuba
Partiendo de las noticias que llegaban de Santo Domingo y otros sitios, podemos observar que la información que entraba a Cuba no llegaba sólo a una pequeña élite, pues si sabemos que los oficiales y hacendados estaban al tanto de las noticias, también hay huellas importantes que indican que también lo estaban los esclavos y la gente libre de color. Por ejemplo, en el mes de agosto de 1791, mes en que empezó la revolución esclava de Saint Domingue, en la Habana se notó una escasez de animales en la carnicería de cerdos. Cuando el Cabildo de la capital indagó sobre la causa, descubrió que la gente de color estaba sacrificando los cerdos “en beneficio de los insurgentos” de las colonias extranjeras.19
En el propio Saint Domingue, el levantamiento de los esclavos fue precedido por una ceremonia de vudú donde se sacrificó un cerdo negro.20 En la Habana, dos semanas después, los señores capitulares estimaban que la gente de color en su entorno ya estaba enterada de los sucesos y que, incluso, hacía algo propio de su clase para alentar a los rebeldes negros de la colonia francesa. De hecho, el conocimiento de la población de color sobre la revolución en Saint Domingue es indudable; se observa que en muchos casos de conspiración o rebeldía esclava que se dan en Cuba en esa época, los conspiradores testifican que hablaban entre ellos de las “hazañas” de sus “compañeros” en Saint Domingue; de la valentía de hombres como Tusén [Toussaint] y Juan Francisco, que mencionaban de nombre, y del hecho de que en esa colonia los negros se habían hecho dueños de la tierra.21 No cabe duda alguna de que los esclavos y la gente libre de color estuvieran tan enterados como otros de los sucesos de Haití que tanto les interesaban.
En cuanto a las personas libres de color, sabemos que una fuente importantísima de información era la prensa periódica. Muchos estudiosos han visto cómo se publicaban noticias frecuentes sobre la Revolución Haitiana en muchos periódicos del mundo atlántico. Por ejemplo, una de las fuentes que ha recibido bastante atención son las noticias publicadas en los diarios norteamericanos, incluso en los estados esclavistas del sur del país. Recientemente se ha trabajado hasta con la prensa alemana, donde también se publicaban noticias de Haití con mucha regularidad –noticias que no por casualidad leía Hegel en el momento en que escribía sobre la dialéctica de la relación entre amo y esclavo.22 Quizás no sorprenda que en Cuba, donde había poca prensa comparada con Europa o los Estados Unidos, no se haya publicado casi nada sobre la Revolución haitiana. En El Papel Periódico de la Habana, principal periódico de la colonia, se encuentran algunos escritos sobre temas de la esclavitud y noticias de la guerra entre España y Francia. Pero noticias de esclavos levantados contra sus amos, ninguna.23 Después de comenzada la Revolución Francesa, el gobierno metropolitano prohibió la entrada de libros o papeles franceses procedentes de Europa o de las Antillas. Y con mucho esmero intentaban algunos oficiales en Cuba obedecer las órdenes, recogiendo papeles y en un caso hasta los abanicos de señoras que llevaban escenas de la Revolución francesa. Pero pese a estas disposiciones, las noticias entraban –no sólo a través de periódicos franceses que venían de contrabando en las navegaciones, sino también a través de otros periódicos publicados en Jamaica y los Estados Unidos.24
Pero lo sorprendente es que, con todo su desvelo para contener y limitar la entrada de información a lugares como Cuba, era el mismo gobierno español el que se las suministraba. Pues la más importante fuente periodística en Cuba, la que más noticias de Haití recogía, no era un periódico extranjero o colonial, sino la propia Gaceta de Madrid –luego autotitulada boletín oficial del gobierno. Publicada en Madrid dos veces a la semana, la gaceta contenía noticias sacadas de diversas gacetas del mundo. De estas gacetas extranjeras (de Londres, París, Nueva York, etc.) provenían precisamente las noticias de Saint Domingue publicadas en Madrid. Quizás allí no causaran mucha reacción, pero en lugares como la Habana podían conmover a sus lectores. Así, el Marqués de Someruelos, Capitán General de la isla de Cuba en 1804, poco después de decretada la independencia haitiana, insistía en que la gaceta podía tener consecuencias muy perjudiciales en la Habana. Cuando la gaceta publicó una proclama de Dessalines, el primer jefe negro en esta etapa, se sintió obligado a dar queja formal, informando que él hacía lo posible para que no circularan estos tipos de papeles entre la gente de color, quienes, según él, los analizaban “con bastante viveza.” Sin embargo, sus esfuerzos parecen haber sido inútiles, ya que los mismos artículos que intentaba suprimir aparecían publicados y sellados por el gobierno español en gacetas que, según él, “se venden al público, las compran todos y corren muy bien en manos de los Negros.”25
Someruelos aquí nos provee una pista: sabemos que la gente de color leía la Gaceta de Madrid en la Habana y que gracias a ella se enteraban de lo que sucedía en la revolución de la colonia francesa. Nos queda por preguntar qué era lo que llegaban a conocer leyendo los reportajes de la Gaceta. Un análisis del contenido haitiano de la Gaceta nos permite ver que, a través de esta publicación, el público cubano tenía acceso a muchas de las mismas noticias que circulaban en París, Londres, el Caribe inglés y los Estados Unidos. La cobertura de la revolución empezó en la Gaceta a partir de noviembre de 1791, cuando apareció la primera referencia al levantamiento de esclavos. Según el primer artículo sobre la revolución, 360 rebeldes negros habían incendiado ya más de 200 ingenios y habían matado a más de 300 blancos. Luego siguieron las noticias, con cierta regularidad.26
En abril de 1794 se enteraron los lectores de la Gaceta del decreto de la abolición de la esclavitud, promulgado por la Asamblea Nacional francesa. Poco después se enteraron de la toma de Bayajá (Fuerte Delfín) por los españoles, y de las numerosas conquistas armadas que los ingleses llevaron a cabo en la parte oeste y sur de la colonia.27 Ya para 1796 conocieron en sus páginas a la figura de Toussaint Louverture. Y de ahí se enteraron de los sucesos claves de su carrera: su guerra contra Rigaud, su nombramiento como Prefecto de la colonia y sus disposiciones como jefe supremo de la colonia.28 Los artículos de las gacetas mantenían a sus lectores informados de la revolución en diversos niveles –sobre acontecimientos locales y otros más bien imperiales o internacionales: de la declaración de guerra entre Francia y España en 1793 y de la paz en 1795; y entre Inglaterra y Francia, la declaración de guerra en 1793, de paz en 1801 y luego de guerra en 1803.
Aunque la cobertura de estos acontecimientos era bastante regular o frecuente, un análisis más a fondo nos deja ver que, en ciertos momentos de la revolución, la cobertura se intensificaba. Este fue el caso cuando se empezó a organizar la llamada expedición de Leclerc, en los últimos meses de 1801. En esta coyuntura, ya se había declarado la paz entre Francia e Inglaterra y se restauraba cierta calma en el escenario europeo. Pero en Saint Domingue, la metrópoli veía señales bastante preocupantes. Toussaint había redactado una constitución en la cual se daba el título de gobernador de por vida, había ocupado la parte antes española de la isla sin autorización superior, había arrestado a oficiales legítimos de la metrópoli y los había embarcado a Francia. Y, por supuesto, a pesar de algunos esfuerzos por mantener los antiguos esclavos en los ingenios trabajando el azúcar por jornal, la agricultura estaba en pésimo estado y producía una pequeña porción de lo que se hacía anteriormente.
En este contexto, Napoleón decidió enviar una expedición comandada por su cuñado Leclerc para corregir lo que calificaban de graves males y excesos en la colonia. En casi todos los números de la Gaceta venían informes de los preparativos de la expedición, de las tropas que se iban reuniendo, del armamento que se transportaba y de la partida de un buque tras otro de Brest hacia Saint Domingue.29 La impresión era, sin duda, de una inminente y masiva invasión de tropas francesas en la colonia. También con los informes llegaban los rumores y especulaciones –¿sería quizás una expedición para invadir a Jamaica? ¿Sería para restablecer la esclavitud en los dominios franceses?
Si las noticias eran ya frecuentes, se intensificaron aún más con la llegada de la expedición a las costas de Saint Domingue. Entonces los lectores empezaron a enterarse de las reacciones de los antiguos esclavos y de sus jefes. Llegando a la barranca de la Culebra, la expedición encontró resistencia severa, cañonazos y combate de hombre contra hombre con la tropa de Louverture. Al arribar a Cabo Francés, el jefe negro Christophe se negó a permitir la entrada de la tropa metropolitana sin previa autorización de Toussaint. En Puerto Rebublicano, los rebeldes incendiaron el pueblo y amenazaron a los vecinos sin que las tropas pudieran desembarcar para auxiliarlos.
En cada momento, junto a las descripciones de los encuentros, llegaban también extractos de los informes oficiales de Leclerc y Rochembeau (gobernador de Saint Domingue) a París, a la Asamblea Nacional, y al Ministro de Marina y Ultramar.30 Todo esto quedaba publicado en las páginas de la Gaceta y leído, como sabemos del propio Someruelos, con mucho interés en Cuba.
La frecuencia de los informes convertían las noticias en un verdadero folletín. Se iba incrementando el número de buques, tropas y armas que salían de Brest y cuando luego empezaron a llegar a las costas se iba conociendo poco a poco la reacción de los rebeldes. Como en una novela, a veces las noticias eran hasta íntimas. Se publicaron, por ejemplo, descripciones de la primera reunión de la mujer de Toussaint con sus dos hijos (quienes habían sido enviados a Francia a estudiar y acompañaron a la expedición), de los tiernos abrazos con que los recibió. Más larga todavía era la descripción de la reunión de estos con el propio Toussaint.31
De hecho, según iban apareciendo las noticias sobre el desarrollo de la expedición de Leclerc, la pregunta clave que se iba formulando era cuál iba a ser la actitud y el destino de Toussaint. Los lectores se enteraban de que los oficiales de Leclerc lo buscaban y no lo hallaban. Después, que Leclerc lo había declarado fuera de la ley. Luego se enteraron de la reunión que tuvieron los dos hombres, de sus negociaciones y acuerdos. Las autoridades suspendieron la citación contra Toussaint, pero lo confinaron en una hacienda. Un poco más tarde se supo que las autoridades habían interceptado sus cartas y comunicaciones, las cuales –según ellos– daban a entender que la aparente sumisión de Toussaint era sólo una máscara. Aparentaba ser un sujeto leal y sumiso para ganar tiempo y esperar a que la enfermedad diezmara a los soldados franceses. Cuando estos se encontraran débiles e indefensos, planeaba de nuevo atacarlos y echarlos de la isla para erigir un Estado independiente.32
Sabemos que los planes de Toussaint no resultaron como él los esperaba. Fue hecho prisionero y enviado a Francia en junio de 1802. Pero aunque estuviera fuera del escenario, los lectores quizás se percataban de que sus planes podían seguir en pie, pues en los meses siguientes a su encarcelamiento se publicaron, en muchos números de la Gaceta, noticias de una gran mortandad entre las tropas francesas por causa de la enfermedad. Según los informes de la Gaceta, murieron Leclerc, jefe de la expedición, y muchos otros oficiales que en las páginas anteriores habían aparecido como perseguidores de Toussaint y sus compañeros. La debilidad de los franceses era patente y el ascendente de los rebeldes –ahora de Dessalines y Christophe– quedaba señalado en casi todos los números de la Gaceta.33
Pero no sólo se hablaba de sus victorias militares, sino también se publicaban artículos que dejaban entender un poco los deseos y las ideas de los rebeldes. Se publicaban sus propias palabras. El número de la Gaceta que tanto había preocupado a Someruelos, de hecho, contenía dos proclamas –una de Dessalines y otra conjunta de Dessalines, Christophe, y Clerveaux. En las dos, los líderes negros llamaban a los refugiados que querían regresar a vivir tranquilos bajo el nuevo sistema. Pero su invitación conllevaba una clara amenaza. Hablando de los refugiados, decían los tres jefes:
El Dios que nos protege, el Dios de los hombres libres, nos manda extender hacia ellos nuestros brazos vencedores. Pero los que embriagados de un loco orgullo … [los que] piensan aún que ellos solos forman la esencia de la naturaleza humana, y que afectan el creer que están destinados por el cielo a ser nuestros dueños y nuestros tiranos, no se acerquen jamás a la isla de Santo Domingo, porque si vienen, sólo encontrarán cadenas y deportación.34
Añadía la Gaceta que también “amenazan ser inexorables y aun crueles con las tropas francesas que puedan ir de Europa”. Esta era la proclama de que se quejaba Someruelos, en la cual queda manifiesto el poder de los líderes negros, quienes prohibían el regreso de Francia a la colonia y que admitía sólo a esos refugiados dispuestos a vivir bajo un gobierno negro y sin esclavos.
Sólo una semana después de haber escrito Someruelos su queja, apareció en las páginas de la Gaceta otra proclama, seguramente más perjudical que la primera. Era la declaración de la independencia haitiana, firmada por Dessalines, fechada el 1 de enero de 1804, y publicada en la Gaceta el 1 de junio de ese mismo año.35
Sabemos que a Cuba ya habían llegado otros ejemplares a bordo de barcos franceses, y que las autoridades los habían recogido y mandado a traducir para su conocimiento y para enviárselos a las autoridades de Madrid.36 Pero a pesar de tanto esmero, no pudieron impedir su circulación, impresa, traducida y, como sugiere Someruelos, al alcance de los negros, quienes lograban conseguir el periódico sin mayor dificultad.
Al leerla, quizás las autoridades en Cuba hayan sentido cierto alivio, y los de color cierta decepción. En efecto, la proclama llamaba a los habitantes de Haití a la paz con las islas vecinas, a no ser “teas revolucionarias” en las islas antillanas donde, según la proclama, los habitantes no habían sido víctimas de las misma tiranía que ellos. Pero el alivio de unos y la decepción de otros no pudieron ser muy grandes, pues la proclama seguía siendo una proclama de independencia, dictada por un hombre de color, contra la esclavitud y contra los franceses. Era, en resumidas cuentas, la proclama de esclavos que habían vencido a sus amos a punta de armas. Estaba, además, llena de amenazas explícitas. Llamaba a los habitantes a la venganza contra los franceses y decía que los huesos de sus parientes iban a rechazar los de ellos si no se vengaban de sus muertes a mano de los franceses. Hay que señalar que, para los lectores no franceses, para esos radicados en lugares como la Habana o Kingston, aunque la proclama parecía prometerles la paz, también advertía a sus gobernantes que debían estar satisfechos con sus progresos: “deben desear el mayor bien a nuestra posteridad.” La proclama también daba una idea de lo que les esperaba a los que, inconformes desconformes con el nuevo sistema en Haití, intentaran algo contra la isla. Decía: “Sabed, ciudadanos, que aún no habéis hecho nada, si no dais a las naciones un terrible, pero justo exemplo de la venganza que debe executar un pueblo valiente, que ha recobrado su libertad, y anhela con ahínco mantenerla. Escarmentemos con espanto a los que tengan la osadía de pensar en arrancárnosla, y empecemos por los franceses.” Prometen la paz a los vecinos, amenazan a los franceses, pero también dejan escapar la idea de que quizás sólo estén empezando por los franceses.
Ahora podemos comprender más a fondo la inquietud de Someruelos, al ver que estas palabras e ideas, estos ejemplos de un nuevo poder y una nueva libertad negra, se divulgaran en su colonia. No era sólo que la gente de color se enteraba de las noticias de Haití (hasta la misma Gaceta decía “que apenas hay negro que no se las sepa de memoria”.) Era que la reiteración de las noticias le iba dando cada vez más cuerpo al ejemplo. No es raro ver en los testimonios de esclavos y libres comprometidos con diversas conspiraciones de la época, alusiones al ejemplo del Guarico y a los hombres valientes como Toussaint o Juan Francisco, quienes habían matado y expulsado a los blancos para hacerse dueños de la tierra.37
Conclusión
El empeño por descubrir lo que se sabía en Cuba de Haití y su revolución es necesario si esperamos superar las generalizaciones sobre el temor negro. A la idea del temor a Haití se le han atribuido muchos efectos –el fin de la trata en un sitio y su aumento en otros; el estímulo a la independencia en una colonia y un obstáculo a esta independencia en otras. En general, estas referencias a los efectos del temor a Haití han sido demasiado vagas y generales. No hay que negar que existió ese temor por parte de la sociedad blanca caribeña, pero hay que demostrarlo, analizarlo y matizarlo. Para hacer esto, es menester primero estudiar a fondo lo que se sabía en concreto sobre Haití. ¿Qué noticias e imágenes cundían en lugares como Cuba? ¿Por qué medios y por qué vínculos se difundían?
La idea aquí es contribuir, desde una perspectiva cubana, a una creciente ola de estudios sobre la revolución que, de algún modo, intentan corregir la ausencia de la revolución haitiana en los cánones históricos de esta época. La Revolución Haitiana fue quizás la más radical de su momento y, sin embargo (o tal vez por eso mismo), es también la menos conocida. Estudiar cómo se entendió y recibió en los territorios vecinos, mientras se iba desarrollando, nos permite ver cómo se iba formando el conocimiento histórico sobre la Revolución Haitiana. En evidente contradicción con toda la información que se producía y se compartía sobre la Revolución Haitiana, con todos los detallados relatos e historiales que llegaban a Cuba y a otros lugares, se contraponen las referencias vagas, breves, y casi constantes con que se hablaba en Cuba de Haití. Vemos que la rica y compleja información que entraba a Cuba se convertía en casi infinitas referencias a “lo que sucedió en Haití”, a “otro Haití”, y a la desgraciada colonia vecina; o sea, en menciones imprecisas, sin detalles ni explicaciones. Esto nos permite ver cómo se fue simplificando la información que llegaba a los territorios vecinos, convirtiéndose en un mero símbolo en blanco y negro.
Tómese como ejemplo lo que sucedió en Santiago de Cuba, en 1803, terminándose ya la revolución en Haití. Para mediados de ese año empezaron a llegar tropas, así como residentes de Saint Domingue, a la zona de Santiago. Casi todos los días el gobernador le escribía al Capitán General informándole del número de barcos que llegaban y de su tripulación. Al arribar, los capitanes eran entrevistados por representantes del gobernador. Sin recursos, hambrientos, los refugiados solicitaban la “hospitalidad”, ya que estaban evacuando la isla debido a que los ingleses (nuevamente en guerra con Francia) amenazaban con conquistarlos. Estas súplicas y explicaciones no eran, sin embargo, suficientes para el gobernador, quien insistía en que podían encontrar refugio en otros puntos de la misma colonia. Consideraba que sólo se podía justificar el temor a ser sacrificados por negros bajo un régimen de negros.
Este mismo motivo es el que reflejó poco después la petición formal de los franceses solicitando la hospitalidad. Vemos claramente cómo el poder y la autoridad del gobernador redujeron una historia sumamente compleja, de guerra imperial (de Francia contra Inglaterra) y de lucha anticolonial (rebeldes negros contra su metrópoli), a una simple caricatura, a una vulgar historia de negros sacrificando a blancos. El episodio entero deja traslucir esta situación. El archivo mismo muestra cómo los poderes de la metrópoli, de la sacarocracia y del racismo trataron de convertir la Revolución de Haití, una de las más radicales en la historia del mundo moderno, en una advertencia, un cuento en blanco y negro despojado de todo sentido de acción e ideología política por parte de los hombres negros y mulatos que la protagonizaron.
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Notas
1—Sobre la historia de la revolución haitiana, ver C. L. R. James: The Black Jacobins: Toussaint L’Ouverture and the Saint Domingue Revolution, Vintage, Nueva York, 1963. Para algunas interpretaciones más recientes ver David Geggus: Haitian Revolutionary Studies, Indiana University Press, Bloomington,2002; Carolyn Fick: The Making of Haiti: The Saint Domingue Revolution from Below, University of Tennessee Press, Knoxville, 1990; y Michel-Rolph Trouillot: Silencing the Past: Power and the Production of History, Beacon Press, Boston, 1995.
2—Sobre el auge del azúcar y la esclavitud, ver Manuel Moreno Fraginals: El ingenio. Complejo económico social cubano del azúcar, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1978 (3 vols).
3—El argumento sobre el vínculo entre la Revolución Haitiana y la continuación del dominio español en Cuba es muy corriente. Para algunos ejemplos, ver Jorge Ibarra: Ideología mambisa, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1967; Manuel Moreno Fraginals: España/Cuba, Cuba/España, Editorial Crítica, Barcelona, 1995; Louis A. Pérez: Cuba Between Reform and Revolution, Oxford University Press, Nueva York, 1988; Ramiro Guerra y Sánchez: Manual de Historia de Cuba. Para una perspectiva que cuestiona este argumento, ver Allan Kuethe: “La fidelidad cubana durante la edad de las revoluciones”, Anuario de Estudios Americanos, 55, 1998, pp. 209-20.
4—Julius Scott: The Common Wind: Currents of Afro-American Communication in the Era of the Haitian Revolution, tesis doctoral, Duke University, 1986.
5—Ver, por ejemplo, las cartas de oficiales de Saint Domingue dirigidas al Santo Domingo español, en Archivo General de Indias (AGI), Audiencia de Santo Domingo (SD), legs. 1029, 1030, 1032.
6—Los informes relativos a Saint Domingue que circulaban entre los oficiales españoles en las colonias están dispersos en varios fondos. Ver, por ejemplo: AGI, SD, 1029-35; AGI, Papeles de Cuba (Cuba), legs. 1434, 1534-38; AGI, Estado, legs. 9, 14, 21; Archivo Histórico Nacional, Madrid (AHN), Estado, leg. 6366; Archivo General de Simancas (AGS), Secretaría de Guerra (SG), legs. 7157-7161; Servicio Histórica Militar (SHM), Colección General de Documentos, rollo 65.
7—AGI, Estado, leg. 14, exps. 16, 30, y 37; AGI, Cuba, leg. 1434.
8—Kindelán a Someruelos, 31 de agosto de 1800, en AGI, Cuba, leg. 1534.
9—Kindelán a Someruelos, 29 de abril de 1800, en AGI, Cuba, leg. 1534.
10—Sobre la entrada masiva de tropa y refugiados a Santiago en este período, ver las comunicaciones entre Kindelán y Someruelos, en AGI, Cuba, legs. 1537A-1537B.
11—Sobre el papel de estos cuerpos en la conspiración de Aponte, ver Matt Childs: The Aponte Rebellion of 1812 and the Transformation of Cuban Society: Race, Slavery and Freedom in the Atlantic World, tesis doctoral, University of Texas, 2001.
12—AGI, Estado, leg. 68, exp. 3.
13—“El Gobernador Marqués de Someruelos da cuenta de haber apresado los negros de Santo Domingo un bergantín español y del cruel procedimiento que resulta tuvieron con la tripulación”, 16 de octubre de 1804, en AHN, Estado, leg. 6366, part 2, exp. 95; “El Gobernador Marqués de Someruelos instruye del apresamiento de un buque español por los negros rebeldes de Santo Domingo”, 1804, en AHN, Estado, leg. 6366, part 2, exp. 100; Joseph Murillo to Someruelos, 7 de octubre de 1804, en AGI, Cuba, leg. 1648; testimonio re. Juan Bautista Faget, 16 de abril de 1804, en AGI, Cuba, leg. 1648; y Museo Naval (Madrid), Dpto. de Cartagena, mss 2238, doc. 69, ss. 242-43.
14—Existe una extensa literatura sobre la emigración de Saint Domingue y Santo Domingo a Cuba. Sobre la primera, ver Gabriel Debien: “Les colons de Saint-Domingue réfugiès à Cuba (1973-1815)”, Revista de Indias 14, Madrid, 1953, pp. 11-36; y Alain Yacou: “La présence francaise dans la partie occidentale de l’île de Cuba au lendemain de la Révolution de Saint-Domingue”, Revue Francaise d’Histoire d’Outre-Mer, vol. 84, 1987, pp. 149-88. Sobre la segunda, ver Carlos Esteban Deive: Las emigraciones dominicanas a Cuba (1795-1808), Fundación Cultural Dominicana, Santo Domingo, 1989.
15—“Relación dirigida por Doña Francisca Valeria al Presbítero Doctor Don Francisco González y Carrasco, residente en Santiago de Cuba”, en Emilio Rodríguez Demorizi, ed.: Invasiones haitianas de 1801, 1805 y 1822, Editora del Caribe, Ciudad Trujillo, 1955, pp. 75-6.
16—Sobre esta fuente migratoria, ver Deive: Las emigraciones dominicanas… Existe una extensa documentación sobre los refugiados dominicanos en Cuba en archivos españoles. Ver, por ejemplo: Amae: Política Exterior, República Dominicana, leg. 2372; AGI, Cuba, 1693; AGI, Cuba 1518A; AHN, Ultramar, leg. 6209.
17—La información sobre el papel desempeñado por Leonardo y Antonio del Monte en la administración del Gobernador Marqués de Someruelos se encuentra en el juicio de residencia de Someruelos, en AHN, Consejos, leg. 21036. Antonio del Monte y Tejada: Historia de Santo Domingo, desde su descubrimiento hasta nuestros días, Soler, La Habana, 1853.
18—Francisco de Arredondo: “Relación de los acontecimientos políticos ocurridos en el Camagüey, con Apéndice: Relación de los conatos de levantarse en armas los negros esclavos en la jurisdicción de Camagüey”, en BNJM, CM Arredondo, no. 8.
19—“Actas Capitulares del Ayuntamiento de la Habana trasuntadas enero 1791 a diciembre 1791”, 9 de septiembre de 1791, folio 247, en Archivo del Museo de la Ciudad de la Habana.
20—David Geggus: “The Bois Caiman Ceremony”, en Geggus: op. cit. pp. 81-92.
21—Ada Ferrer: “La société esclavagiste cubaine et la revolution haïtienne”, Annales, vol. 58, París, 2003.
22—Alfred Hunt: Haiti’s Influence on Antebellum America: Slumbering Volcano in the Caribbean, Louisiana University Press, Baton Rouge, 1988; Susan Buck-Morss: “Hegel and Haiti”, Critical Inquiry, vol 26, Chicago, 2000; Karin Schüller: “From Liberalism to Racism: German Historians, Journalists, and the Haitian Revolution from the Late Eighteenth Century to the Early Twentieth Century”, en David Geggus (coord.): The Impact of the Haitian Revolution in the Atlantic World, Columbia, University of South Carolina Press, 2001, pp. 23-43.
23—Cintio Vitier, et al.: La literatura en el Papel Periódico de la Havana, 1790-1805, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1990; Ambrosio Fornet: El libro en Cuba, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1994.
24—Muchos de los bandos que prohibían la entrada de material francés han sido recogidos en José Luciano Franco: Documentos para la historia de Haití en el Archivo Nacional, Archivo Nacional, La Habana, 1954; Tte. Gob. de Puerto Príncipe a Las Casas, 20 de diciembre de 1794, en AGI, PC, leg. 1462.
25—Someruelos a Sec. de Estado, 25 de mayo de 1804, citada textualmente en Someruelos a Sec. de Estado, 13 de agosto de 1809, en AGI, Estado, leg. 12, exp. 50.
26—Gaceta de Madrid (GM), 25 de noviembre de 1791, pp. 856.
27—Sobre decreto de libertad, GM, 8 de abril de 1794, p. 394; sobre la victoria española en Bayajá, GM, 1ro. de abril de 1794, pp. 363-71; sobre las victorias inglesas, GM, 24 de enero de 1794, pp. 103-4, 26 de agosto de 1794, pp. 1006-7.
28—La primera mención a Toussaint en la Gaceta es del 2 de diciembre de 1796 (p. 1024), pero no se identifica como negro hasta el 18 de enero de 1800 (p. 50). La cobertura del conflicto entre L’Ouverture y Rigaud comienza el 15 de octubre de 1799 (p. 894). Sobre su nombramiento como prefecto, 4 de agosto de 1801 (p. 816).
29—Las noticias de la expedición empiezan a publicarse en la Gaceta a partir de diciembre de 1801.
30—En 1802, noticias de Santo Domingo aparecen en casi cada número de la Gaceta. Para algunos de los acontecimientos mencionados aquí, ver 2 de abril, pp. 313-16; 6 de abril; 9 de abril, pp. 338-41; 20 de abril, pp. 376-77; 23 de abril, pp. 385-86; 18 de mayo, pp. 477-79.
31—Ambas se encuentran en GM, 21 de mayo de 1802, pp. 489-91.
32—Para descripciones de la actitud de Louverture frente a los franceses y de las relaciones entre ambos, ver, por ejemplo, los siguientes artículos de la Gaceta en 1802: 23 de marzo, p. 270; 2 de abril, p. 312; 6 de abril, pp. 328-9; 13 de abril, pp. 348-50; 20 de abril, pp. 376-77; 18 de mayo, pp. 477-79; 21 de mayo, pp. 389-91; 1 de junio, p. 528; 22 de junio, pp. 606-8; 6 de julio, pp. 650-52; 9 de julio, pp. 664-5; 27 de julio, p. 736; 6 de agosto, p. 780; 10 de agosto, p. 789; 28 de septiembre, p. 971.
33—Sobre la muerte de tropa francesa por enfermedad, ver, por ejemplo, en 1802: 17 de agosto, pp. 817-8; 20 de agosto, pp. 831-2; 19 de octubre, pp. 1054-55; 14 de diciembre, pp. 1241-2; 24 de diciembre, p. 1269; y en 1803: 25 de enero, pp. 67-8.
34—Gaceta de Madrid, 23 de marzo de 1804, pp. 267-8.
35—Ibid., junio de 1804, no. 44.
36—Marqués de Someruelos a D. Pedro Cevallo, 14 de marzo de 1804, en AHN, Estado, leg. 6366, exp. 70.
37—Ada Ferrer: “La société esclaviste…”.