A cuarenta años de la Teología de la Liberación

Leonardo Boff

La Teología de la Liberación celebró en el 2011 cuarenta años de existencia. En 1971 Gustavo Gutiérrez publicó en Perú su libro fundador, Teología de la Liberación. Perspectivas. Y también en 1971 yo publiqué en forma de artículos, en la revista Grande Sinal, para escapar de la represión militar, O meu Jesus Cristo Libertador, después editado en forma de libro. No sabíamos el uno del otro, pero participábamos del mismo espíritu. A partir de entonces han surgido tres generaciones de teólogos y teólogas que se inscriben en la Teología de la Liberación. Hoy está en todos los continentes y representa un modo distinto de hacer teología, a partir de los condenados de la tierra y de la periferia del mundo. A continuación, un breve balance de estos cuarenta años de práctica y reflexión liberadoras.

La Teología de la Liberación participa de la profecía de Simeón, a propósito del niño (Jesús): “este está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha” (Lucas 2,34). Efectivamente, la Teología de la Liberación es una teología incomprendida, difamada, perseguida y condenada por los poderes de este mundo. Y con razón. Los poderes de la economía y del mercado la condenan porque cometió un crimen que les resulta intolerable: optó por quienes están fuera del mercado y son ceros económicos. Los poderes eclesiásticos la condenaron por caer en una “herejía” práctica, al afirmar que el pobre puede ser constructor de una nueva sociedad y de otro modelo de iglesia. Además de pobre, es un oprimido al cual la iglesia siempre debería asociarse en su proceso de liberación. Eso no es politizar la fe, sino practicar una evangelización que incluye también lo político. En consecuencia, quien toma partido por el pobre-oprimido sufre marginaciones y acusaciones por parte de los poderosos, sean civiles o religiosos.

Por otro lado, la Teología de la Liberación representa una bendición y una buena nueva para los pobres. Sienten que no están solos, que encontraron aliados que asumieron su causa y sus luchas. Lamentan que el Vaticano y buena parte de los obispos y los sacerdotes estén del lado de sus opresores y se olviden de que Jesús fue obrero y pobre, y que murió a causa de sus opciones libertarias a partir de su relación con el Dios de la vida, que siempre escucha el grito de los oprimidos.

De cualquier forma, en una perspectiva espiritual, para un teólogo o una teóloga comprometidos y perseguidos, constituye un honor compartir un poco de la pasión de los maltratados de este mundo.

La centralidad del pobre y del oprimido

El punctum stantis et cadentis de la Teología de la Liberación es el pobre concreto, sus opresiones, la degradación de su vida y los padecimientos innumerables que sufre. Sin el pobre y el oprimido no hay Teología de la Liberación. Toda opresión clama por una liberación. Por eso, allí donde hay opresión concreta y real que toca la piel y hace sufrir el cuerpo y el espíritu tiene sentido luchar por la liberación. Los cristianos, que son herederos de Jesús, un oprimido y un ejecutado en la cruz, encuentran en su fe mil razones para estar del lado de los oprimidos y buscar junto a ellos la liberación. Por eso, la marca registrada de la Teología de la Liberación es ahora y será hasta el juicio final la opción por los pobres contra su pobreza y a favor de su vida y su libertad.

La pregunta crucial y siempre planteada es la siguiente: ¿cómo enunciar que Dios es padre y madre de bondad en un mundo de miserables? Ese anuncio solo ganará credibilidad si la fe cristiana ayuda a la liberación de la miseria y la pobreza. Por tanto, tiene sentido decir que Dios es realmente padre y madre de todos, pero especialmente de sus hijos e hijas flagelados.

¿Cómo sacar a los pobres oprimidos de la pobreza, no en dirección a la riqueza, sino a la justicia? Esta es una pregunta práctica de orden político-pedagógico. Identificamos tres estrategias para ello.

La primera entiende al pobre como aquel que no tiene. De ahí que se empeñe en movilizar a quienes tienen para aliviar su vida. De esta estrategia nacieron el asistencialismo y el paternalismo. Es cierto que ayuda, pero mantiene al pobre dependiente y a merced de la buena voluntad. Es una solución de piernas cortas.
La segunda entiende al pobre como alguien que tiene: tiene fuerza de trabajo, capacidad de aprendizaje y habilidades. Hay que formarlo para que pueda ingresar al mercado de trabajo y ganarse la vida. Encuadra al pobre en el proceso productivo, pero no hace una crítica al sistema social que explota su fuerza de trabajo y devasta la naturaleza, creando una sociedad de desiguales que es, por tanto, injusta. Es una solución que ayuda y favorece al pobre, pero que resulta insuficiente, porque lo mantiene como rehén del sistema, sin liberarlo de veras.

La tercera entiende al pobre como aquel que tiene fuerza histórica para cambiar el sistema de dominación por un sistema más igualitario, participativo y justo en el que el amor no sea tan difícil. Esta estrategia es libertaria. Hace del pobre el sujeto de su liberación. La Teología de la Liberación, siguiendo los pasos de Paulo Freire, asumió y ayudó a formular esta estrategia. Es una solución adecuada para la superación de la pobreza. Este es el sentido del pobre en la Teología de la Liberación.

Solo podemos hablar de liberación cuando su sujeto principal es el propio oprimido; los demás son aliados, sin duda importantes, para ampliar las bases de la liberación. Y la Teología de la Liberación surge del momento en que se realiza una reflexión crítica a la luz del mensaje de la revelación de esta liberación histórico-social.

Teología de la liberación y movimiento en pro de la liberación

Solo entenderemos adecuadamente la Teología de la Liberación si la situamos más allá del espacio eclesial, en el marco del movimiento histórico mayor que recorrió las sociedades occidentales a fines de los años sesenta del siglo pasado. Los jóvenes europeos, seguidos por los norteamericanos y los latinoamericanos, elevaron a los cielos un clamor de libertad y liberación.

En todos los ámbitos —la cultura, la política, la vida cotidiana— se derrumbaron esquemas a los que se tenía por opresivos. Como las iglesias están en el mundo, muchos de sus miembros se sumaron a este Weltgeist. Llevaron hacia el interior de las iglesias esas ansias de liberación. Comenzaron a preguntarse qué contribución podían hacer los cristianos y las cristianas a partir del capital específico de la fe cristiana, del mensaje de Jesús que, según los evangelios, fue un libertador. La pregunta la hacían cristianos y cristianas que ya militaban políticamente en los movimientos populares o en los partidos que aspiraban a transformar la sociedad.

Añádase a lo anterior que muchas iglesias tradujeron los llamados del Concilio Vaticano II de apertura al mundo, en lo referido al contexto latinoamericano, como apertura al submundo y entrada en el mundo de los pobres-oprimidos. De este impulso surgieron figuras proféticas, las comunidades eclesiales de base, las pastorales sociales y la participación directa de grupos cristianos en movimientos políticos de liberación. Para muchos de estos cristianos y cristianas, e incluso para una significativa cantidad de pastores, ya no se trataba de perseguir el desarrollo, que se entendía como el desarrollo del subdesarrollo y, por tanto, como una opresión. Era necesario un proyecto de liberación.

De ahí que podamos afirmar que la Teología de la Liberación no cayó del cielo ni fue inventada por algún que otro teólogo inspirado. Surgió de la masa de ese movimiento mayor, mundial y latinoamericano, que era político y también eclesial, y se propuso pensar las prácticas eclesiales y políticas en curso a la luz de la palabra de la revelación. Se entendía a sí misma como palabra segunda, que remitía a la palabra primera: la práctica real junto a los oprimidos y con ellos. Merece destacar los nombres de algunos pensadores seminales que fueron los primeros en captar la relevancia del momento histórico y supieron encontrarle un nombre adecuado: Teología de la Liberación. Ellos son Gustavo Gutiérrez, de Perú; Juan Luis Segundo, de Uruguay; Hugo Asmann, de Brasil; y Enrique Dussel y José Míguez Bonino, ambos de Argentina. Esa fue la primera generación. Le seguirían otras.

Los muchos rostros de los pobres y oprimidos

La Teología de la Liberación partió directamente de los pobres en bienes materiales, de las clases oprimidas, de los pueblos despreciados como los indígenas y los negros marginados, de las mujeres sometidas al machismo, de las religiones difamadas y otros portadores de estigmas sociales. Pero pronto se dio cuenta de que los pobres-oprimidos poseen muchos rostros y de que sus opresiones son siempre específicas. No se puede hablar de opresión-liberación de forma general. Es necesario cualificar cada grupo y evaluar con rigor el tipo de opresión que sufre y la correspondiente liberación que ansía.

Se desenmascaró el sistema que subyace a todas estas opresiones, construido sobre el sometimiento de los otros y la depredación de la naturaleza. De ahí la importancia del diálogo que la Teología de la Liberación estableció con la economía política del capitalismo. De gran relevancia crítica fue la relectura de la historia de la América Latina a partir de las víctimas, que develó la perversidad de un proyecto de invasión colectiva en el cual el colono o el militar venía de la mano del misionero. Ese matrimonio incestuoso produjo, según el historiador Oswald Spengler, el mayor genocidio de la historia. Hasta el día de hoy, ni las potencias otrora coloniales, ni la iglesia institucional han tenido la honradez de reconocer ese crimen histórico y mucho menos de hacer un gesto de reparación.

Sin entrar en detalles, vale decir que surgieron varias tendencias dentro de la misma y única Teología de la Liberación: la feminista, la indígena, la negra, la de las religiones, la de la cultura, la de la historia, y la de la ecología. Lógicamente, cada tendencia se dio a la tarea de conocer de forma crítica y científica su objeto, para poder evaluarlo adecuadamente y actuar sobre él de forma liberadora a la luz de la fe.

Cómo hacer una teología de la liberación

Cabe aquí una palabra acerca de cómo hacer una teología que sea liberadora, es decir, cabe abordar el método de la Teología de la Liberación. Tal vez el método sea una de las contribuciones más notables de este modo de hacer teología en el contexto del quehacer teológico universal.

Se parte antes que todo de abajo, de la realidad lo más cruda y dura posible, no de doctrinas, documentos pontificios o textos bíblicos. Estos tienen la función de iluminar, pero no la de generar pensamientos y prácticas.

Frente a la pobreza y la miseria, su primera reacción ha sido, típicamente, la jesuánica, la de misereor super turbas, la de una compasión que implica transportarse a la realidad del otro y sentir su pasión. Es ahí que se produce una verdadera experiencia espiritual de encuentro con quienes Bartolomé de las Casas en México y Guamán Poma de Ayala en Perú llamaban los cristos flagelados de la historia. Se da un encuentro de puro espíritu con el Cristo crucificado que quiere ser bajado de la cruz. Esa experiencia espiritual de compasión solo es verdadera si da origen a un segundo sentimiento de indignación sagrada que se expresa con las palabras “eso no puede ser; es inaceptable y condenable; debe ser superado”.

De esos sentimientos surge de inmediato la voluntad de hacer algo. Es en ese momento que entra a jugar la racionalidad, que nos ayuda a evitar engaños hijos de la buena voluntad sin crítica. Si no se analiza, se corre el riesgo del asistencialismo o del mero reformismo, que acaban apuntalando el sistema. El conocimiento de los mecanismos productores de pobreza-opresión nos muestra la necesidad de una transformación y una liberación, de algo nuevo y alternativo. Enseguida se buscan las mediaciones concretas que viabilizan la liberación, cuyo protagonista principal es el propio pobre. Aquí entra a funcionar otra lógica: la de las metas y las tácticas y estrategias para alcanzarlas, la de las alianzas con otros grupos de apoyo y la evaluación de la correlación de fuerzas, la del juicio prudente acerca de la reacción del sistema y sus agentes y la posibilidad real de avance. Alcanzada la meta, valen la celebración y la fiesta que consagran a las personas, les producen sentimientos de pertenencia y de reconocimiento de su propia fuerza transformadora. Es entonces cuando comprueban empíricamente que un débil más un débil no son dos débiles, sino un fuerte, porque la unión hace la fuerza histórica transformadora.

Resumiendo, estos son los pasos metodológicos de la Teología de la Liberación: 1) un encuentro espiritual, vale decir, una experiencia del Crucificado que sufre en los crucificados; 2) una indignación ética por la cual se condena y rechaza esa situación por inhumana y necesitada de superación; 3) una mirada atenta que implica un análisis estructural de los mecanismos productores de pobreza-opresión; 4) un juicio crítico, sea a los ojos de la fe o a los de la razón sobre el tipo de sociedad que tenemos, marcada por tantas injusticias y por la urgencia de transformarla; 5) una actuación eficaz que haga avanzar el proceso de liberación a partir de los oprimidos; 5) una celebración que constituya un festejo colectivo de las victorias alcanzadas.

Ese método se usa, con un lenguaje cotidiano, por los medios populares que se organizan para resistir y liberarse; por grupos intermediarios integrados por agentes de pastoral, sacerdotes, obispos, religiosos y religiosas y legos y legas cuyo discurso es más elaborado; y por los teólogos, que buscan rigor y seriedad en su discurso.

Contribuciones de la Teología de la Liberación a la teología universal
A causa de la perspectiva de los pobres que asumió, la Teología de la Liberación reveló dimensiones diferentes e incluso nuevas del mensaje de la revelación. En primer lugar, propició la reapropiación de la Palabra de Dios por los pobres. En sus comunidades y círculos bíblicos, los pobres aprendieron a comparar las páginas de la Biblia con las páginas de la vida y a sacar de ahí consecuencias para su práctica cotidiana. Leyendo los evangelios y confrontándose con Jesús de Nazaret, artesano, factótum y campesino mediterráneo, percibieron la contradicción entre la condición de pobre de Jesús y la riqueza de la gran institución eclesial que está más próxima del palacio de Herodes que de la gruta de Belén. Aprendieron a hacer una crítica respetuosa al ejercicio centralizado del poder en la iglesia y a su cierre doctrinal ante cuestiones importantes para la sociedad como la moral familiar y sexual.

La Teología de la Liberación nos hizo descubrir a Dios como el Dios de la vida, como el padre y el padrino de los pobres y los humildes. A partir de su esencia, la vida, se siente atraído por los que menos vida tienen. Deja a un lado su trascendencia y se inclina para decir: “he visto la aflicción de mi pueblo… y he descendido para librarlo” (Éxodo 3,7). La opción por los pobres encuentra su fundamento en la propia naturaleza de Dios-vida.

También nos reveló a Jesús como liberador: lo es no porque lo llamen así los teólogos de la liberación, sino por el testimonio de los apóstoles. Jesús liberó del pecado, pero también de la enfermedad, el hambre y la muerte. No murió: fue asesinado porque vivió una práctica libertaria que ofendía a las convenciones y tradiciones de la época. Anunció una propuesta —el Reino de Dios— que implica una revolución de todas las relaciones, no solo las existentes entre Dios y los seres humanos, sino también las prevalecientes en la sociedad y el cosmos. El Reino de Dios se contraponía al Reino del César, lo que representaba un acto político de lesa majestad. El emperador reivindicaba para sí el título de Dios e incluso de “Dios de Dios”, cosa que el credo cristiano más tarde le atribuiría a Cristo. La resurrección, más allá de otros significados, emerge como la inauguración del novissimus Adam (1 Corintios 15,45), como una “revolución en la evolución”.

Nos permitió identificar en María no solo a la humilde sierva del Señor que dijo fiat, sino a la profetisa que clama por el Dios Go’El, el vengador de las víctimas de la injusticia, el que derriba a los poderosos de sus tronos y eleva a los humildes (Lucas 1,51-52). También nos hizo ver más claramente que la misión de la iglesia es actualizar permanentemente, en tiempos y lugares distintos, la gesta liberadora de Jesús y mantener vivo el sueño de un Reino de Dios que comienza por los últimos, los pobres y excluidos, y que se extiende a la creación entera, que será finalmente rescatada para que reinen la justicia, el amor incondicional, el perdón y la paz perenne.

La Teología de la Liberación como revolución espiritual

Las reflexiones anteriores nos permiten afirmar que la Teología de la Liberación produjo una revolución teológico-espiritual. En el cristianismo no ha habido muchas revoluciones espirituales, pero siempre que han ocurrido se han resignificado los principales contenidos de la fe. Ha surgido de ellas una nueva vitalidad, y el mensaje cristiano ha liberado dimensiones insospechadas, generando vida y santidad.

La Teología de la Liberación es la primera teología histórica que nació en la periferia del cristianismo, lejos de los centros metropolitanos de pensamiento. Denota, pues, una innegable maduración de las iglesias hijas, que han conseguido expresar, con un lenguaje propio, el mensaje cristiano, sin romper la unidad de la fe y la comunión con las iglesias madres.

Nunca antes, en la historia del cristianismo, los pobres habían ganado tanta centralidad. Siempre estuvieron en la iglesia y fueron destinatarios de los cuidados de la caridad cristiana. Pero aquí se trata de un pobre diferente, que no quiere limitarse a recibir, sino que también quiere dar de su fe y su inteligencia. Se trata del pobre que piensa, que habla, que se organiza y que ayuda a construir un nuevo modelo de iglesia como red de comunidades. Los pastores de estilo autoritario no le temen al pobre que se calla y obedece. Pero tiemblan ante el pobre que piensa, habla y participa en la definición de nuevos rumbos para la comunidad, que es un cristiano con conciencia de su ciudadanía eclesial.

La irradiación de la Teología de la Liberación llegó al aparato central de la Iglesia Católica, el Vaticano. Influidas por los sectores más conservadores de la propia iglesia latinoamericana y las elites políticas conservadoras, las instancias doctrinarias, bajo la conducción del entonces Cardenal Joseph Ratzinger, reaccionaron en 1984 y 1986 con críticas a la Teología de la Liberación.

Pero si nos fijamos bien veremos que no se produjeron condenas absolutas. Las autoridades llamaron la atención sobre los peligros que entraña este tipo de teología: la reducción de la fe a la política y el uso acrítico de categorías marxistas. Peligros no son errores. Si se les evita, dejan el camino despejado y no invalidan el coraje de pensar de modo creativo. A pesar de las sospechas y manipulaciones de ambos documentos oficiales, la Teología de la Liberación pudo continuar su obra.

Por ello resulta entendible que el Papa Juan Pablo II, con más espíritu pastoral que doctrinal, haya enviado un mensaje al episcopado brasileño el 6 de abril de 1986 en el cual declaraba que, en condiciones de opresión, la Teología de la Liberación “no solo es útil, sino también necesaria”.

Pero sobre la figura del entonces Cardenal Joseph Ratzinger pesa una acusación irremisible que seguramente pasará de modo negativo a la historia de la teología: la de haberse revelado como un enemigo de la inteligencia de los pobres y sus aliados, y haber condenado la primera teología surgida en la periferia de la iglesia y del mundo, que les confería centralidad y dignidad a los oprimidos.

Efectivamente, prohibió que más de cien teólogos de todo el continente elaboraran un compendio de cincuentitrés tomos —Teología y liberación—, como material para estudiantes y agentes de pastoral que actuaban desde la perspectiva de los pobres. Más que un error de gobierno fue un delito contra la eclesialidad y un escarnio a los pobres, por los cuales deberá responder ante Dios. También para él vale la sentencia: al final de sus días, los pobres serán sus jueces, de los cuales esperamos que muestren hacia el cardenal más misericordia que severidad ante la ignorancia y la arrogancia de alguien de quien se hubiera podido esperar apoyo entusiasmado y acompañamiento diligente.

Por el contrario, siguiendo órdenes suyas, muchos teólogos fueron vigilados, advertidos, marginados en sus comunidades, acusados, impedidos de ejercer el ministerio de la palabra, apartados de sus cátedras o sometidos a procesos doctrinarios con “silencio obsequioso”. Esa rigidez no disminuyó con su ascenso al papado, sino que continuó con renovado fervor. Et est videre miseriam.

La Teología de la Liberación le devolvió dignidad y relevancia a la tarea de la teología. Le confirió un innegable carácter ético. Los teólogos de esta corriente, sin renunciar al estudio y la investigación, se asociaron a la vida y la causa de los condenados de la Tierra. Corrieron riesgos por apoyar sus movimientos. Muchos conocieron la prisión y la tortura, y otros el martirio. Me atrevo a decir que la Teología de la Liberación, junto a la Iglesia de la Liberación que la subtiende, es uno de los pocos movimientos eclesiales que conoció el martirio en el siglo XX, curiosamente practicado por cristianos represores, en la persona de legos y legas, religiosas y religiosos, pastores, teólogos y teólogas, sin exceptuar a obispos como Enrique Angelelli, de Argentina, y Oscar Arnulfo Romero, de El Salvador. Esa es la señal de la verdad de la opción por los pobres.

Por último, la Teología de la Liberación insta a las demás teologías a asumir su responsabilidad social, en el sentido de que colaboren con la gestación de un mundo más justo y fraterno. Su misión no se agota en una labor ad intra, en el espacio eclesial. Una teología que no quiera dejarse atrapar por la indiferencia y el cinismo debe dejarse mover por el grito de los oprimidos que sube desde las entrañas de la tierra. Son pocos los que escuchan ese clamor. Una teología que guarda silencio ante la tragedia de los millones de hambrientos y condenados a morir prematuramente no tiene nada que decirle al mundo sobre Dios.

La Teología de la Liberación como revolución cultural

La Teología de la Liberación no fue solo una revolución espiritual, sino también una revolución cultural. Contribuyó a que los pobres ganaran visibilidad y conciencia de sus opresiones. Gestó cristianos que se hicieron ciudadanos activos y que a partir de su fe participaron en movimientos sociales, sindicatos y partidos, con el propósito de darle corporeidad a un sueño que tiene que ver con el sueño de Jesús de construir una convivencia social en la que pueda participar el mayor número y todos juntos podamos forjar un futuro bueno para la humanidad y la naturaleza.

Es un mérito de la Iglesia de la Liberación y la Teología de la Liberación que la subtiende haber contribuido decididamente a la construcción del Partido de los Trabajadores, el Movimiento Sin Tierra, el Consejo Indigenista Misionero, la Comisión Pastoral de la Tierra, la Pastoral de la Niñez, la Pastoral de los Leprosos y la de los Portadores del VIH, que han sido instrumentos para llevar a la práctica la liberación y realizar así los bienes del Reino. Aquí el cristianismo mostró y muestra la primacía de la ortopraxis con respecto a la ortodoxia, y la superior importancia de las prácticas con respecto a las prédicas.
Nacida en la América Latina, esta teología se expandió por todo el Tercer Mundo, a África y Asia, en especial a las iglesias que penetraron en el universo de los pobres y oprimidos, y a movimientos de los países centrales vinculados a la solidaridad internacional y el apoyo a las luchas de los oprimidos en Europa y los Estados Unidos. Se asoció de forma natural al Foro Social Mundial, y en él encontró visibilidad y espacio para contribuir a las grandes causas vinculadas a otro mundo posible y necesario, al articular el discurso social con el discurso de la fe.

En todas las cuestiones que ha abordado, la preocupación siempre ha sido esa: ¿cómo anda la marcha de los pobres y los oprimidos del mundo? ¿Cómo avanza el Reino con sus bienes y qué obstáculos enfrenta, nacidos de la propia institución eclesial, muchas veces lenta para asumir posiciones e insensible a los problemas del ser humano de a pie y a los derivados principalmente de las estrategias de los poderosos, decididos a mantener invisibles y silenciados a los oprimidos para continuar su perversa obra de acumulación y dominación?

El futuro de la Teología de la Liberación

¿Qué futuro tiene y tendrá la Teología de la Liberación? Muchos piensan —y no desinteresadamente— que es cosa de los años setenta del siglo pasado y que ya perdió actualidad y vigencia. Solo mentalidades cínicas, totalmente alienadas de lo que ocurre con el planeta y con el destino de los pobres del mundo, pueden alimentar tales deseos. El desafío central para el pensamiento humanista y para la Teología de la Liberación es, precisamente, el crecimiento cada vez mayor del número de pobres-oprimidos y el acelerado calentamiento global. Lamentablemente, cada vez menos individuos, grupos e iglesias están dispuestos a oír su clamor al cielo. Una iglesia y una teología que se muestran insensibles a esta pasión se colocan a kilómetros luz del legado de Jesús y de la liberación que él anunció y anticipó.

La Teología de la Liberación no ha muerto: actualmente es más necesaria que cuando surgió a fines de los años sesenta del siglo XX. Solo se ha tornado menos visible, porque salió del centro de las polémicas que captan el interés de la opinión pública. Mientras existan en este mundo pobres y oprimidos, habrá cristianos e iglesias que hagan suyos los dolores que afligen la piel de los pobres, suyas las angustias que les entristecen el alma y suyos los golpes que les llegan al corazón. Así, actualizarán los sentimientos de Jesús para con la humanidad sufriente.

En el contexto actual de degradación de la Madre Tierra y de devastación continuada del sistema-vida, la Teología de la Liberación entendió que debe incluir en la opción por los pobres la opción por el gran pobre que es el planeta Tierra.

Este es víctima de la misma lógica que explota a los individuos, subyuga a las clases, domina las naciones y devasta la naturaleza. O nos libramos de esa lógica perversa o ella nos llevará a una catástrofe social y ecológica de dimensiones apocalípticas, de la que no está excluida la posibilidad de extinción de la especie humana. La inclusión de esta problemática, quizás el reto mayor de nuestro tiempo, hizo nacer una vigorosa Ecoteología de la Liberación, que se suma a todas las demás iniciativas en pro del surgimiento de un nuevo paradigma de relación con la naturaleza, otro tipo de producción y formas más sobrias y solidarias de consumo.

¿Qué futuro tiene la Teología de la Liberación? Tiene el futuro que les está reservado a los pobres y oprimidos. Mientras ellos existan, hay mil razones para que haya un pensamiento rebelde, indignado y compasivo que se niega a aceptar tal crueldad e impiedad y que se empeña en la liberación integral.

Nunca tendrá un lugar en el actual sistema capitalista, maquinaria productora de pobreza y opresión. Por eso, solo podrá existir en él como resistencia frente a las persecuciones, las difamaciones y los martirios. Aun así, como ningún sistema es absolutamente cerrado, podrá introducir cuñas a partir de las cuales los pobres y oprimidos construirán espacios de libertad. Por eso la Teología de la Liberación posee una clara dimensión política: aspira a la transformación de la sociedad para que puedan hacerse realidad los bienes del Reino y para que los seres humanos puedan convivir en ella como ciudadanos libres y participantes.

¿Qué futuro tiene la Teología de la Liberación en el tipo de iglesia-institución que tenemos? Mientras se mantenga el actual sistema, cuyo eje estructurador es la sacra potestas, el poder sagrado centralizado solamente en la jerarquía, solo podrá ser una teología cautiva y relegada a los márgenes. La Teología de la Liberación es disfuncional al pensamiento oficial y al modo como se organiza la iglesia jerárquicamente: de un lado, el cuerpo clerical que detenta el poder sagrado, la palabra y la conducción; del otro, el cuerpo laico, sin poder, obligado a oír y obedecer. Siguiendo los pasos del Concilio Vaticano II, la Teología de la Liberación se basa sobre un concepto de la iglesia como comunión, red de comunidades del pueblo de Dios, y el poder sagrado como servicio.

Esta visión de la iglesia fue prácticamente anulada en las últimas décadas por una política curial de retorno a la gran disciplina, y por el refuerzo de la estructura jerárquica en la organización eclesial. Así, se cerraron las puertas a la reconciliación intentada por el Concilio Vaticano II entre la iglesia pueblo de Dios y la iglesia jerárquica, entre iglesia-poder e iglesia-comunión.

El difícil equilibrio alcanzado se rompió al cabo de un tiempo al entenderse la comunión como comunión jerárquica, lo que anula el contenido innovador de ese concepto, que supone la participación igual de todos y una jerarquía funcional de servicio y no una jerarquía ontológica de poderes. La burocracia vaticana y los papas Wojtyla y Ratzinger interpretaron Vaticano II a la luz de Vaticano I: centralizaron nuevamente la iglesia en torno al poder del papa y erosionaron los pocos órganos existentes de colegialidad y participación.

No podemos ocultar el hecho de que al optar por el poder, la iglesia institución optó por los que también tienen poder, en una palabra, por los ricos. Los pobres perdieron centralidad. A ellos les están reservadas la asistencia y la caridad, que nunca han faltado. Pero quien opta por el poder cierra puertas y ventanas al amor y a la misericordia. Lamentablemente, eso es lo que ha ocurrido con el actual modelo de iglesia, que es burocrático y frío, y en las cuestiones concernientes a la sexualidad, la homoafectividad, el Sida y el divorcio, carente de misericordia y humanidad.

En esas condiciones, no hay cómo hacer una Teología de la Liberación como un bien de la iglesia local y universal que asume en serio la cuestión de los pobres y la justicia social. Esa teología subvierte el orden establecido de las cosas. Su destino será la deslegitimación y la persecución. No exagero si digo que vive su misterio pascual: siempre rechazada, siempre sepultada y también siempre resucitada de nuevo, porque el clamor de los pobres no permite que muera.
Pero en la iglesia institución, a pesar de sus graves limitaciones, siempre hay individuos, hombres y mujeres, sacerdotes, religiosos y religiosas, obispos, que se dejan tocar por los crucificados de la historia y escuchan el llamado del Cristo liberador. No se limitan a socorrer a los pobres, sino que se ponen de su lado y con ellos caminan en busca de formas alternativas de vivir y de expresar la fe.

¿Cuál es el futuro de la Teología de la Liberación? Ecuménica desde sus inicios, arraigará en las iglesias que se remitan al Jesús de los evangelios, el que proclamó bienaventurados a los pobres, se hinchió de compasión por el pueblo hambriento y, en un gesto de liberación, multiplicó los panes y los peces. Esas iglesias, o partes de ellas, mantienen valerosamente la opción por los pobres contra su pobreza. Han entendido esa opción como un imperativo evangélico y la forma tal vez más conveniente de preservar el legado de Jesús y de actualizarlo en nuestros tiempos.

Dónde encontrar hoy la Teología de la Liberación

¿Cuál será el futuro de la Teología de la Liberación? Está en su presente. Sigue viva y crece, con un carácter ecuménico, en la lectura popular de la Biblia, en los círculos bíblicos, en las comunidades eclesiales de base, en las pastorales sociales, en el movimiento Fe y Política y en los trabajos pastorales en las periferias de las ciudades y el interior de los países. En ese nivel, y por su naturaleza ecuménica y popular, esta teología, de cierta forma, escapa de la vigilancia de las autoridades doctrinarias.

Es la teología adecuada para las prácticas que aspiran a la transformación social y a la gestación de otro modo de habitar la Tierra. Quien quiera encontrar la Teología de la Liberación, que no vaya a las facultades e institutos de teología. Ahí encontrará solo fragmentos y pocos representantes de ella. Que vaya a las bases populares. Ese es su lugar natural y ahí tiene raíces profundas. Allí refuerza el surgimiento de otro modelo de iglesia más comunitaria, evangélica, participativa, simple, dialogante, espiritual y encarnada en las culturas locales, que le confieren un rostro del color de la población, en nuestro caso, indio-negro-latinoamericano.

Si levanto la vista en una perspectiva universal, tengo una suerte de visión. Veo la multitud de pobres, de mutilados, de quienes el Apocalipsis llama “salidos de la gran tribulación” (7,14), cuyas lágrimas son enjugadas por el Cordero, organizados en pequeños grupos y enarbolando la bandera del evangelio eterno, de la vida y de la liberación. A esos seguidores del Siervo sufriente y del Profeta perseguido y resucitado les está confiado el futuro del cristianismo, diseminado en el mundo globalizado a través de redes de comunidades, enraizado en las distintas culturas locales y con los rostros de los seres humanos concretos. Abandonando de una vez la pretensión de excepcionalidad que tantas divisiones ha conllevado, se asociarán a otras iglesias, religiones y caminos espirituales en un esfuerzo por mantener viva la llama sagrada de la espiritualidad presente en cada persona humana.

En ese tipo de comunidad de mutua aceptación de las diferentes iglesias, la Teología de la Liberación tendrá un lugar natural. Recogerá reflexivamente los esfuerzos de los cristianos en pro del rescate de la dignidad de los pobres y la dignidad y los derechos de la Tierra, y animará la marcha de la humanidad hacia un mundo que aún no conocemos, pero que creemos cercano al que Jesús soñó.

Entonces la Teología de la Liberación habrá cumplido su misión. Comprenderá que en el binomio teología y liberación, lo decisivo no es la teología, sino la liberación real e histórica, porque esta y no aquella es uno de los bienes del Reino de Dios.

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  • Margot Aguilar Cortés dice:

    Los teólogos de la liberación forman parte de una clase social mundial: los “intelectuales orgánicos” de los pobres, que se ganan la vida a costillas de los pobres, hablando de los pobres y la pobreza (Boff, p.ej., vive como miembro de la clase media-alta de Brasil). También forman parte de esta clase social, todos los funcionarios de los gobiernos/estados, organismos de cooperación multilaterales e instituciones civiles (ONG’s, etc.) y académicas (universidades, etc.) que ganan buenos salarios y prestigio social y político, escribiendo recetas sobre cómo sacar a los pobres de la pobreza. Pero el rango distintivo de los teólogos de la liberación, aquel que los diferencia de sus colegas intelectuales tecnócratas gubernamentales o civiles, es su consigna de no sólo las clases y altas y pudientes deben optar por el pobres, sino también los mismos pobres: los pobres están obligados éticamente a optar por los pobres. Esta obligación ética esconde la paradoja, nada evangélica, pero ego-céntrica, de los pobres que optan por los pobres, es decir, de los pobres que optan por sí mismos. En su reciente libro, “La extinción del Espíritu en la teología de la liberación” (Logos Ediciones), Marcos Membreño Idiáquez, afirma que dicha paradoja reposa sobre una ética grupo-céntrica: al pobre sólo se le permite optar por un pobre, de la misma manera que, en el sistema endogámico de las castas, a los(as)parias sólo se les permite optar por un(a) paria para unirse en matrimonio. Jesús de Nazaret, arguye Membreño Idiáquez en su libro, rechazó y condenó toda ética grupo-céntrica, incluida la ética judeo-céntrica de la secta y castas de los fariseos y los saduceos, según la cual, todo judío debía optar siempre (exclusivamente o preferencialmente) por los judíos, y no por los paganos.

  • Margot Aguilar Cortés dice:

    Los teólogos de la liberación forman parte de una clase social mundial: los “intelectuales orgánicos” de los pobres, que se ganan la vida a costillas de los pobres, hablando de los pobres y la pobreza (Boff, p.ej., vive como miembro de la clase media-alta de Brasil). También forman parte de esta clase social, todos los funcionarios de los gobiernos/estados, organismos de cooperación multilaterales e instituciones civiles (ONG’s, etc.) y académicas (universidades, etc.) que ganan buenos salarios y prestigio social y político, escribiendo recetas sobre cómo sacar a los pobres de la pobreza. Pero el rango distintivo de los teólogos de la liberación, aquel que los diferencia de sus colegas intelectuales tecnócratas gubernamentales o civiles, es su consigna de que no sólo las clases y altas y pudientes deben optar por el pobres, sino también los mismos pobres: los pobres están obligados éticamente a optar por los pobres. Esta obligación ética esconde la paradoja, nada evangélica, pero ego-céntrica (grupo-céntrica), de los pobres que optan por los pobres, es decir, de los pobres que optan por sí mismos. En su reciente libro, “La extinción del Espíritu en la teología de la liberación” (Logos Ediciones), Marcos Membreño Idiáquez, afirma que dicha paradoja reposa sobre una ética grupo-céntrica: al pobre sólo se le permite optar por un pobre, de la misma manera que, en el sistema endogámico de las castas, a los(as) parias sólo se les permite optar por un(a) paria. Jesús de Nazaret, arguye Membreño Idiáquez en su libro, rechazó y condenó toda ética grupo-céntrica, incluida la ética judeo-céntrica de las sectas y castas de los fariseos y los saduceos, según la cual, todo judío debía optar siempre (exclusivamente o preferencialmente) por los judíos, y no por los paganos.

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