Huerto intensivo El Japonés
El huerto intensivo El Japonés, ubicado en Atabey, en el municipio capitalino de Playa, es un ejemplo de integración familiar y de la progresiva incorporación y desarrollo de nuevas tecnologías. Lo dirige Olga, una madre de dos hijos, técnico medio en Química Analítica, que lleva diecisiete años en la agricultura urbana.
¿Cómo tomó la decisión de incorporarse a la agricultura?
Yo soy hija de un horticultor japonés, que inició este huerto en 1985. Cinco años después mi padre falleció y seguimos su obra para salvar la tradición familiar. Hay que decir que en ese momento ya estábamos en el llamado Período Especial y la situación económica y la alimentación estaban muy duras. Entonces valoramos las alternativas que daba el Estado y ese mismo año, en 1990, nos metimos en el huerto, y desde entonces hemos tenido buenos resultados.
La experiencia acumulada al lado de mi padre, participar en las Escuelas al Campo (a las que los estudiantes íbamos cada año) y haber estado becada una buena parte de mis estudios, me proporcionaron conocimientos importantes al inicio.
¿Qué sembró primero?
Al inicio sólo teníamos las manos y el interés de avanzar. Un solo pico, nada de insumos, no había agua en el lugar. Usábamos pequeñas regaderas y ya pasado el tiempo tuvimos acceso al agua del acueducto, pero había que hacerlo de noche. En esas condiciones trabajamos unos dos años, luego nos unimos a la Cooperativa de Créditos y Servicios Arides Estévez, del municipio Playa, pensando que nos iban a dar productos e insumos químicos, pero nos dijeron que no, que esta agricultura era ecológica, y tuvimos que aprender. Comprendimos que la agricultura orgánica es muy importante y se puede hacer con pocos recursos.
En esos momentos de depresión económica, sembramos cosas que no había en el mercado, como el brócoli, la coliflor, la rúcula, que ahora son más conocidas y demandadas por la población. Algunos especialistas nos enseñaron a introducir cúrcuma, nabo y otros vegetales, de los que no había hábitos de consumo, y la gente fue aprendiendo a usarlos en su dieta; así que nos sentimos parte del movimiento de la agricultura urbana.
¿Cuántos subprogramas se desarrollan en el huerto?
No muchos. A veces crío conejos, gallinas u otros animales, indistintamente, pero siempre en pequeñas cantidades. En el invierno, de septiembre a abril, ofertamos entre treintiséis y cuarenta variedades de hortalizas diferentes, y en verano, entre dieciocho y veinte. Sembramos pocas cantidades, pero buscamos la diversidad.
¿Qué tipo de ayuda ha recibido?
Del Grupo Provincial de la Agricultura Urbana, del gobierno de la provincia, de organizaciones como ACPA y ACTAF, de agencias extranjeras de cooperación y de la cooperativa a la que pertenecemos. Por ejemplo, en este huerto, Agro Acción Alemana, la UNESCO y la Unión Europea contribuyeron a la búsqueda e implementación de un pozo de agua con un tanque elevado; nos proporcionaron sistemas de riego, una casa de cultivo protegido, un cobertor, tejas. Algunas de esas cosas fueron un reconocimiento a los resultados productivos y a la labor incansable durante años.
¿Cómo ha repercutido este hecho en su vida familiar?
Desde que comenzamos, la familia ayudó de una forma u otra. Toda la familia ha trabajado en el huerto: hermanos, sobrinos, primos, tíos. Mi esposo trabajaba en el CENSA, y el Período Especial lo obligó a trabajar de custodio en la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, más cerca a la casa, porque no había transporte. Pero cuando vimos que teníamos capacidad, fuerza y futuro, nos dedicamos a tiempo completo a la agricultura, lo que nos permitió crecer en espacio productivo. Hoy mi hijo, que era un niño cuando empezamos, forma parte del equipo de trabajo, y es responsable del área agrícola.
¿Qué han hecho para mantener esa prosperidad?
Primero la constancia, la disciplina y la exigencia mutua. El trabajo ha sido un asunto trascendente en la vida familiar, le tenemos mucho amor y, a decir verdad, nos hemos esforzado muchísimo por avanzar.
Realizamos la comercialización de todas nuestras producciones en el mismo punto de venta y las ganancias son de toda la familia. Entre los propios campesinos de la cooperativa distribuimos para sus puntos de venta y nos apoyamos. Si a mí me falta algo, me lo manda otro miembro de la cooperativa o viceversa.
Suceden cosas en esta actividad que no todos asumen y se desalientan ¿Qué crees?
Cuando comienzas, lo primero que falta son cosas materiales, ahí es importante tener ayuda; después que tienes la producción y para comercializar, aparece un excedente, un extra, sin mercado. Ahí ha sido fundamental la preocupación gubernamental de encontrar un destino para que no se malogre lo que has hecho. En el caso de nuestro país y la capital, han sido los centros escolares internos o seminternos, los hospitales, los hogares de ancianos, maternos y de niños sin amparo filial, el sistema de atención familiar, que son pequeños restaurantes para personas protegidas por el Estado, personas que están solas o tienen bajos ingresos. O sea, en beneficio de la sociedad, tenemos otras formas de comercialización mediante contratos con sus diferentes empresas y cooperamos.
¿Qué ha significado para usted reorientar su vida en función de un huerto familiar?
Mucho, es algo que he hecho, visto crecer y multiplicarse, me ha dado holgura económica, pero también la oportunidad de hacerlo yo con otras personas, algunas hasta desconocidas. Al huerto han venido muchas personas a aprender, y mi esposo y yo hemos estado en algunos sitios en labores de asesoría.
No todo es tan maravilloso. Tiene su costo, y para mí, el más alto precio ha sido el tiempo, porque se trata de cosas vivas, que tienen sus requerimientos, su momento.
Los malos tiempos de ciclones, por ejemplo, te dañan y exigen esfuerzos superiores. Entonces no le dedicas a la familia toda la atención que merece y necesita, sobre todo a los hijos.
¿Qué le falta?
Más tierras para producir a menor costo y poder vender más barato.
Mario García Betancourt (Cooperativa de Créditos y Servicios fortalecida 17 de Mayo) 1
Mario García dirigió el Programa de Huertos y Organopónicos en Ciudad de La Habana entre 1994 y 1997. Hoy, con sesenta años de edad, se desempeña como productor. Ingeniero en Riego y Drenaje, comenzó a trabajar a principios de la década de los ochenta en el Departamento de Investigaciones de la Dirección Nacional de Riego, donde fue subdirector y secretario científico. Más tarde pasó a la Dirección de Proyectos Agropecuarios, y entre 1990 y 1993 atendió el área de inversiones en la Dirección de Riego del Ministerio de la Agricultura.
¿Cómo se inició la Cooperativa?
En 1997 nos unimos cinco vecinos y comenzamos con un pequeño vivero de plántulas de frutales y maderables, y con 800m² de huerto intensivo con un sistema de riego manual, para la producción de hortalizas. Las limitadas áreas puestas a producir se rescataban de espacios que habían quedado sin construir y eran un vertedero de residuos sólidos.
Poco a poco, la idea de producir para el barrio y vender a la propia comunidad nos motivó a crear mejores condiciones para crecer en espacio, y ya constituidos como cooperativa, a incorporar nuevos compañeros, con salarios superiores a los tradicionales que se ofertaban en la ciudad.
Desarrollamos la producción de plántulas en cepellones, introduciendo una tecnología que permitía la obtención de posturas más resistentes a las enfermedades y a la sequía, así como el máximo de explotación de la limitada área de suelo urbano. Evitamos las pérdidas de las posturas por las inclemencias del tiempo y alcanzamos niveles de germinación de más de un 95%. Este método de obtención de plántulas revolucionó la producción de hortalizas y vegetales entre productores.
¿Cómo se vinculó a la agricultura urbana en Ciudad de La Habana?
A inicios de los años noventa se hacía muy difícil trabajar a nivel nacional, pues las condiciones de transporte dificultaban el trabajo, además de otras limitaciones que existían. Me hacen entonces la propuesta de ir a trabajar en la agricultura urbana en Ciudad de La Habana y acepto. Fue algo muy bonito, éramos “una guerrilla”, un pequeño grupo de compañeros en que todos hacíamos de todo. Creo que tuvimos la visión de una persona como Fúster, muy entusiasta. Ante algo que uno no ve, él lo ve, lo convierte en algo gigantesco. Sin él eso no hubiera prosperado, porque antes no se le dio la importancia que esto necesitaba.
Existía un equipo que atendía el sector cooperativo y campesino, que sí estaba organizado, y considero que para la época era algo bueno. Lo dirigía el compañero Cosme Amador, pero también se iba quedando atrás para lo que el momento requería, y se fue integrando a las ideas nuevas.
Eramos un pequeño grupo tan cohesionado que no era el tema de los cargos. En realidad todo fue transitando y, sin darnos cuenta, ya teníamos varios departamentos, según las propias exigencias.
¿Cuáles fueron los primeros retos?
Organizar los grupos de productores por municipios, seleccionar un compañero o compañera que tuviera las características para realizar esa función. Lo principal era su poder aglutinador, que tuvieran ganas de hacer. Nos nutrimos de compañeros que ya venían trabajando en el sector cooperativo y campesino y que conocían la capital. Muchos comenzaron por las ventajas que daba trabajar en la cercanía de la casa, tratando de ver cómo iban pasando los días del Período Especial. Eran pocos los que tenían amor por la actividad en ese momento.
Además de fomentar el grupo que dirigía la actividad en los municipios, queríamos tener un grupo técnico que apostara por una agricultura orgánica, que propiciara la capacitación, que trabajara en la promoción de variedades resistentes a las enfermedades y a otras adversidades. Era fundamental que los productores, en su mayoría improvisados, no perdieran las primeras cosechas, porque sería muy difícil volverlos a incorporar al programa. Fue un éxito que la gente sembrara y obtuviera resultados. Creo que con una ayuda técnica más fuerte se pudo haber logrado mucho más. En el patio de una casa se pueden hacer muchas cosas. Hoy lo veo yo mismo en el patio de mi casa, donde tengo conejos y produzco materia orgánica. Pero la misma cría de conejos es un éxito, debido a la existencia de la red de clínicas de veterinaria, que antes no existía. Igualmente el tema de los Consultorios-Tiendas Agropecuarios y su concepto de extensionismo. Las personas están ávidas de información.
¿Cómo comenzó la organización de las UBPC?
Ya se había ido conformando toda la organización y Fúster nos plantea que había que ir a un paso superior, ya no sólo era la producción de subsistencia, de autoconsumo, sino que había que comenzar a vender. Los terrenos eran productivos, sobre todos los de la periferia, que tenían altos niveles de producción. Así comenzamos a buscar los mecanismos para comercializar, y tuvimos muchas trabas con los inspectores, pero los gobiernos municipales comenzaron a dar soluciones. Había poco que comer, así que cualquier cosa que se vendiera, todo el mundo lo agradecía. Y los precios no eran malos, eran mucho mejor que ahora: los productores eran trabajadores, no eran comerciantes. El objetivo era vender para no perder las producciones.
Partiendo de eso, Fúster me dijo: vamos hacer unas cooperativas. Conmigo trabajaban los compañeros Barbarita y Julio Cavada. Ella se encargó de buscar información sobre cómo constituir las primeras cooperativas, y contactamos con un compañero del Banco Nacional de Cuba, quien nos guió para hacer las primeras UBPC. Así comenzamos haciendo cooperativas muy pequeñas, con pocas personas, pero la gente estaba contenta y económicamente muy bien, se repartían las ganancias.
Yo recuerdo que, cuando paso a ser productor, con la experiencia que ya tenía, pensé que esa era la mejor forma de organización y constituyo la Cooperativa Vegetamar, y un día llega un compañero del municipio y me dice que viene a hacer una auditoria a la cooperativa, por lo que necesita que llame al económico, al de recursos humanos, etc., etc. Al decirle que éramos muy pocos para tener esa estructura, me dice que estoy incumpliendo no sé cuántos reglamentos, pues tenía que llevar veintiocho modelos. En ese mismo momento disolví la cooperativa. Creo que esas dificultades de tratar de aplicarles a todos el mismo modelo no ayudó a que en ese momento se incrementaran aún más las cooperativas. La preocupación debía ser por la producción y por la técnica. Si eso funciona, todo lo demás se puede cumplir.
Recuerdo que ya siendo productor, tuve que darles un seminario a los compañeros de la ONAT 2 para que cobraran los impuestos que establecía la ley. Ya después pagábamos periódicamente los impuestos, la seguridad social. Posteriormente se constituyeron las granjas municipales de la agricultura urbana y comenzamos a pagar los impuestos a través de la granja.
¿En qué radicó el éxito de la agricultura urbana?
El éxito estuvo en que se logró la integración de varias instituciones de la capital al proyecto. Recuerdo que cuando iba a algunas instituciones, hasta las propias del Ministerio de la Agricultura, me decían, ¿pero tú crees en eso de la agricultura urbana?
Siempre hubo instituciones muy difíciles, que no entendían la idea como, por ejemplo, el acueducto, y hoy creo aún es difícil que lo entiendan. Muchas veces los productores tomaron el agua para el riego sin la debida autorización. O usted pasó a ser productor, pero posteriormente le fue retirada la tierra.
¿Cómo fue el proceso y por qué?
Se nos otorgó esa tierra en usufructo y la estuvimos explotando por varios años. Un día se nos comunica que en ese terreno se construiría una inmobiliaria. Es un lugar muy céntrico, en 7ma Avenida y calle 20, en el reparto Miramar, del municipio Playa.
Creo que el delegado de la Agricultura que teníamos en ese momento en el municipio Playa, el ingeniero Paúl Cartaya, tuvo un rol fundamental para tratar de evitar que el proceso se ejecutara. Por él pudimos hacer todas las discusiones posibles y salimos del organopónico después de casi dos años de habérsenos comunicado que nos quitarían la tierra. Creo que se defendió con mucha fuerza, porque él estaba consciente de la importancia de la producción en ese lugar, donde no existían muchos más productores. Gracias a su gestión se logró el financiamiento y la construcción de un organopónico en otro lugar.
Posteriormente también nos fue retirado un segundo lugar que se nos había entregado, después de dos años de explotación, y la tasación que se nos hizo era algo ridículo: una mata de mango en explotación la valoraban en siete pesos. No es una idea descabellada construir en los espacios urbanizados, pero hay que decirlo antes de uno comenzar a poner la tierra a producir, debe haber un compromiso.
Ese terreno estuvo abandonado por muchos años y en cuanto lo limpiamos y lo pusimos a producir, ese es el espacio que a todos les llamaba la atención, que todos querían.
Existen lugares en la capital con electricidad, acceso al agua, viales, aceras, que aún no han sido urbanizados adecuadamente. Esos son los que se deben priorizar en un proceso inversionista de urbanización.
¿Dónde laboras hoy?
Hoy tengo mi huerto y estoy organizado en la Cooperativa de Créditos y Servicios 17 de Mayo, pero creo que las UBPC eran lo idóneo para la agricultura urbana, sin la burocratización vieja que tienen muchas. La idea de pequeñas cooperativas era maravillosa, pero la matan los mecanismos burocráticos.
¿Cuáles son los retos de la agricultura urbana en la ciudad?
Hay dos cosas básicas: sustrato y agua. Esas son las grandes limitantes del programa de producción agrícola en la capital. Si no hay materia orgánica ni agua, no hay agricultura urbana. Existen algunas posibles fuentes de materia orgánica como los residuos del central azucarero que hay dentro de la provincia, o alguna otra fuente que se pueda explotar, pero no puede hacerse agricultura urbana transportando la materia orgánica desde largas distancias. Eso la encarece mucho. Para explotar los basureros hay que hacer análisis y vigilar que no estén contaminados.
Hay que defender la idea de crear una empresa para el desarrollo de la materia orgánica en la ciudad de La Habana. Es una inversión inicial muy fuerte, pero el precio de la materia orgánica que hoy se paga vale la pena esa inversión. Esta es la forma de defender lo orgánico en la agricultura urbana.
¿Pese a las dificultades ha tenido logros?
Sí, tengo un buen ingreso. Hay que producir más y respetar a los consumidores, respetar los precios, los horarios. No me arrepiento de haber hecho lo que hice en la organización de la agricultura urbana en Ciudad de La Habana: lo disfruté, me gustaba ese trabajo, y si tengo que volver a hacerlo lo haría sin problema ninguno.
La vida no es sólo lo material: la mayor parte de la vida se le dedica al trabajo En esa época trabajamos hasta muy tarde en la noche, pero vivía muy entusiasmado con el trabajo, con el sueño de hacer realidad la agricultura urbana. Era una actividad con un alto reconocimiento social, y muchas veces eso vale más que lo económico.
Ingeniero Eugenio Fúster Chepe
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*Cuando comenzó a trabajar en la ciudad de La Habana, ¿pensó qué era posible llegar
a los niveles de producción y comercialización agropecuaria que hoy exhibe la capital?*
Era imposible imaginarse lo que existe hoy, se hizo camino al andar. Yo provenía de un sistema de producción extensivo. Vista desde el nivel nacional y un viceministerio, la agricultura de la capital no era representativa en cuanto a los volúmenes Me encontré con que era necesario hacer una concepción diferente de producción a pequeña escala en una ciudad ávida de productos agropecuarios, sin recursos, sin grandes extensiones, sin equipos de riego ni niveles de mecanización y con un sistema de comercialización colapsado.
El intercambio con los productores de la ciudad fue imprescindible. Conocer sus necesidades y sus limitantes era crucial para poder diseñar cómo alcanzar mayores niveles de producción y organizar una estructura administrativa para agilizar los requerimientos de los productores, desde las semillas hasta la comercialización, pasando por la capacitación, cualquiera fuera su forma organizativa: estatal, cooperativa o privada.
Imprescindible el apoyo del gobierno de la capital y del Partido, que abrazaron la idea: decisivo para llevarla a cabo. Después se sumaron otros organismos y los proyectos de colaboración internacional, que vieron que era posible elevar los niveles productivos asegurando su comercialización y que la capital dejara de ser sólo consumidora para convertirse en productora de parte de sus alimentos.
Fue un gran momento el poderle exponer la concepción de la agricultura de la ciudad, que veníamos haciendo y que era un paso superior al que existía, al compañero Raúl Castro, el 27 de diciembre de 1997, día que posteriormente se instituyó como el Día Nacional de la Agricultura Urbana, y que recorriera áreas agrícolas de la capital y orientara que se replicara la experiencia en todas las provincias y municipios del país. El seguimiento que por años le ha dado Raúl a la agricultura urbana ha sido imprescindible cuando se mencionen los resultados de este tipo de producción.
¿Qué le dejaron más de diez años de trabajo en la agricultura urbana de la capital?
Dejaron una ciudad con un elevado nivel productivo y un nuevo sistema de comercialización. Además, haber logrado un diseño de la agricultura, no sólo en ideas, sino en hechos, con la experiencia en el quehacer de más de diez años de trabajo, como una concepción nueva. No es sólo el movimiento de huertos y organopónicos: es el concepto de la agricultura como organización, que sirvió de referencia para el resto del país.
Bajo ese diseño se continúa hoy perfeccionando la agricultura urbana. No es un esquema rígido: se adapta a las condiciones de cada municipio, de cada provincia y se ha aplicado en programas de asesoramiento fuera de Cuba. Con él se logra cerrar el triángulo de productor-tierra, aseguramiento técnico-material y comercialización.
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Notas:
- Los textos que reproducimos a continuación son fragmentos del libro Testimonios: Agricultura urbana en Ciudad de La Habana, editado por la Asociación Cubana de Trabajadores Agrícolas Forestales (ACTAF) con la colaboración del Programa OXFAM en Cuba. El libro profundiza en los resultados de la agricultura urbana, a partir de experiencias concretas como los huertos populares, las granjas estatales y las cooperativas de productores urbanos.
1 Las CCS con una contabilidad certificada se califican de fortalecidas (CCSf). En la capital, de las noventiuna cooperativas existentes, ochentiocho tienen la categoría de fortalecidas (N. de los E.).
2 Oficina Nacional de Administración Tributaria (N. de los E.).