Desde hace treinta años Patricia Arés Muzio interroga la vida de la familia cubana. A su consulta concurren madres solteras, adultos que no saben cómo lidiar con sus hijos adolescentes, niños que viven “entre fronteras”, ancianos que han decidido retornar a Cuba para mitigar la soledad… Desde que su padre, siendo ella niña, la “condenó” a vivir junto a enfermos psiquiátricos aprendió a oler, observar, oír, compartir y pensar.
Patricia no es una mujer perfecta, tampoco unasupermadre. Además de presidenta de la Sociedad Cubana de Psicología y profesora titular de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, es directora del Programa de Asistencia a la Familia del Centro de Orientación y Atención Psicológica. Hablar, investigar, escribir y atender las diversas problemáticas familiares han sido una constante en su carrera profesional y humana.
“A veces victimizamos a la familia o la convertimos en el chivo expiatorio de la sociedad”, dice enfática. Avanzamos por el pasillo y entramos a una oficina con estantes ordenados y repletos de libros. “¿Tomas té?”, me pregunta. Claro, asiento. Mientras compartimos una infusión de manzanilla, una alumna toca a la puerta: “Permiso, profe, ¿sabe quién va a calificar los exámenes pendientes?” Patricia se vira buscando mi mirada y advierte: “No te asustes si vuelven a interrumpirnos, este entra y sale es habitual”.
En la dedicatoria de tu libro La familia, una mirada desde la Psicología (Editorial Científico-Técnica, 2010) escribes: “A mis seres queridos, que a lo largo de mi vida me han enseñado el valor de la familia”.
¿El hecho de dedicarte a los estudios de familia durante treinta años tiene
que ver con alguna historia personal?
Mi papá era psiquiatra de familia y muy al principio del triunfo de la Revolución comenzó a utilizar un método de atención a neuróticos que consistía en compartir algunos momentos y espacios, como almuerzos y vacaciones, con esos pacientes. De pequeña jugaba con ellos, porque mi papá decía que los niños ayudan a sacar emociones, sentimientos, ternura. Te puedes imaginar que si no hubiera sido psicóloga de familia qué podría haber sido. Aprendí a identificar a los pacientes mentales, sabía cuál era neurótico o psicótico por el olor. Ya adolescente, iba a las consultas de mi padre, que trabajaba en el Hospital Enrique Cabrera, para ver las psicoterapias de grupos. O sea, que tuve una formación psicológica adicional por mi historia familiar.
Por otra parte, mi hermano y yo fuimos niños de laboratorio. Mis padres estuvieron cincuenta y tres años casados y nunca pelearon, eran armónicos. Nos enseñaron a protestar, a defendernos, a dialogar, a pactar las reglas. Entonces saqué una conclusión: ¿cómo es posible que yo viva esta maravilla y haya personas a quienes les toquen cosas tan feas? Si la vida me dio una familia maravillosa era para que yo la devolviera a los demás. Desde entonces hice un pacto: ayudar a que las personas descubrieran los encantos de vivir en familia.
¿Y ese encanto lo pudiste vivir luego cuando decidiste fundar tu propia familia?
Como mujer cubana fui a mi vida familiar adulta con una ilusión tremenda,porque quería reproducir lo que fueron mis padres, su matrimonio. Claro, de todas maneras mi papá era la ley en casa, porque todo eso que hizo fue imponiendo su autoridad. Él no me preguntó si yo quería relacionarme con pacientes neuróticos, simplemente lo impuso. Mi papá era la ley, mi mamá la ternura, el cariño, y traté de llevar ese amor a mi propia familia, pero no resultó con mi primera pareja. Al graduarme me ubicaron en Pinar del Río y a mi marido en otro lugar. Aquello fue un desastre. Cuando nos juntábamos eran espacios de celos, de hostilidades, de resentimientos. No pude construir nada de lo que yo aspiraba.
Me divorcié como buena cubana, después de tener dos hijos con ese primer esposo. Más tarde me encontré a Reinerio Arce y con él conquisté el cielo: pude construir una familia rensamblada. Tenemos cuatro hijos entre los dos, por eso mis libros están dedicados a mis padres, a mis experiencias como mujer, a mi relación matrimonial actual. Soy especialista en familia porque mis padres me marcaron definitivamente.
Durante años hemos repetido que la familia es la institución básica de la sociedad, es un refugio, un grupo humano insustituible…
Es todo eso y más. Es un núcleo de relaciones afectivas que promueve la interdependencia, un nexo que se desea duradero aun cuando no sea de pareja y que cumple necesidades primarias para el ser humano: afecto, reconocimiento, intimidad, cercanía, contención, apoyo… Dar una definición de familia en Cuba pasa por una relación amplia de vínculos de consanguinidad, convivencia y afecto.
Es que Cuba es una sociedad tejida sobre grandes redes familiares,
sociales, vecinales…
Es cierto. Estamos acostumbrados a trabajar, a vivir, a relacionarnos en redes. Pero sucede que la diversidad de modelos familiares a través del tiempo y en las diferentes culturas hace difícil consensuar una definición única de familia, aunque intuitivamente todos tengan en mente un concepto y hasta una actitud básica respecto a ella.
Al igual que otros países de la América Latina, Cuba tiene una herencia hispana, judeocristiana, que parte de un modelo de familia patriarcal, con una jerarquía de la figura masculina y una subordinación de la mujer, donde el hombre está más vinculado al mundo público y la mujer al universo privado. Claro, ese modelo tradicional de familia, en la que la unión de pareja era “para toda la vida”, se ha venido desmontando. Un cambio evidente ocurre en las estructuras y los arreglos familiares de convivencia. Hoy estamos en un momento de gran diversidad, de pasar de ese modelo de concepción conyugal biparental a otro donde las familias constituyen un gran mosaico.
Esto significa que hoy la familia cubana está en un trance, si tomamos
en cuenta, por ejemplo, el alto índice de divorcios, la diversidad de orientaciones sexo-eróticas…
Lo que está en trance es el modelo tradicional de familia. Hasta hace pocas décadas se decía que la familia era la unión legal entre un hombre y una mujer con el objetivo de procrear, educar a los hijos y satisfacer necesidades humanas de unión y compañía. Ninguna definición de este tipo se corresponde ya con la situación actual. La unión puede ser legal o no, puede ser para toda la vida, pero las separaciones y los divorcios suelen ser frecuentes y los miembros de la unión ya no son siempre heterosexuales; hoy día existen muchas parejas homosexuales, por lo que el nexo no es solo para procrear, sino también es muy importante el placer y la satisfacción de estar juntos. Por esa razón, se retoma la idea que la familia existe, en la actualidad, no como un contrato de fidelidad, procreación y perpetuidad, sino como un compromiso de amor, apoyo y reciprocidad, cuya durabilidad depende de la fuerza de la intimidad y los sentimientos que unen a esa pareja.
El incremento del divorcio en Cuba —el índice más alto de la América Latina— sin dudas tiene que ver con el giro que se produjo a partir del impacto del proceso revolucionario y su consecución. Este indicador tiene varias lecturas. El reordenamiento de los lugares que ocupan el hombre y la mujer y la redistribución del poder a nivel social causan un impacto importante en la organización familiar, cuya expresión se da a nivel simbólico a partir de cierto desmontaje de la idea o del modelo tradicional de familia, atravesado por realidades como, por ejemplo, el hecho de que la mujer se posicione en el ámbito social de un modo diferente.
En estos tiempos, la mujer espera del hombre mucho más: espera otra forma de participación en la vida familiar. Pero igualmente, el nivel cultural alcanzado por ella ha hecho que aumenten sus expectativas de realización individual y, por tanto, es diferente su mirada respecto a cómo conciliar la vida laboral y familiar. La posición que ha ido alcanzando en la sociedad muchas veces pone en crisis su relación de pareja. ¿Qué significa esto? Si la mujer, jerárquica y socialmente, está por encima o tiene mayor ingreso que el hombre, la pareja se coloca en una situación de crisis a nivel simbólico. De ahí lo complicado y difícil que resulte desmontar un modelo anterior de familia hacia una situación que todavía no está instituida dentro del imaginario social, sino que es una “fantasía instituyente”. Hay que tener en cuenta que el imaginario social pasa por el modelo patriarcal, y que este se constituye no solo en y desde la familia, sino también a partir de una relación ideológica, una primacía en cuanto a una ideología de subordinación o de poder; y por más que se trate de transformar desde los discursos hacia la búsqueda de la equidad, las estructuras siguen siendo jerárquicas, porque son estructuras patriarcales.
Somos un país “guerrero”, de “caciques”, de “grandes líderes” en el que la ideología patriarcal está muy arraigada, muy asentada. Entonces, al hombre le cuesta trabajo reposicionarse desde un lugar de más equidad dentro del medio familiar cuando todavía las estructuras de poder social son eminentemente masculinas.
Mencionabas el impacto que ha tenido la salida de la mujer al plano público.
¿Ves esta salida del pequeño espacio del hogar a la sociedad como un triunfo o como una trampa?
Lo miro desde dos ángulos, porque la mujer que sale no es la misma que regresa. La mujer que sale al ámbito público y trabaja, que tiene determinadas realizaciones —personales, laborales, de reconocimiento, protagonismo social, posibilidad de sentirse útil en el mundo público— experimenta una sensación de empoderamiento al interior de la familia; y esto influye en la creación, por decirlo de alguna manera, del síndrome de la supermujer. Es decir, tiene más poder en el ámbito público, pero no renuncia al poder en el ámbito privado. Este último vino supuestamente del modelo de la familia patriarcal, en la que el único peldaño conquistado por ella era lo doméstico y lo usaba para decirse “yo soy dueña de casa” “yo soy ama de casa”, “yo hago de mi casa mi feudo, mi espacio”.
Ahora bien, el reposicionamiento de poder en la sociedad logró rempoderarla a nivel familiar y, fíjate qué contradicción, de ahí lo que tú preguntas acerca de la “trampa”.¿Qué hizo? En vez de soltar poder logró rempoderarse y ya no solo trabaja, sino que administra el presupuesto, toma decisiones, es la máxima responsable de los hijos, actúa como gerente general del hogar, deja recados por todos lados: “veme haciendo esto y aquello otro”, incluso pone al marido en posición de “su asistente”: “búscame el niño, hazme los mandados, adelántame la comida”. Es decir, hay un reposicionamiento mediante el cual el poder público la reubica en un dominio familiar que nada tiene que ver con las subordinaciones, el sometimiento, el silenciamiento. Se siente imprescindible en el ámbito público y también en el familiar. Pero es una opresión de segundo orden, pues la liberación no implica solo salir a trabajar, sino salir, pero desde otro lugar.
Ser una supermujer, sin embargo, ha tenido un costo en salud: la menopausia se adelanta, aparecen más temprano las enfermedades coronarias, los infartos, el stress, se ha elevado el consumo de psicofármacos.
Investigaciones realizadas en los últimos quince años apuntan a dos ejes de contradicciones que se vienen produciendo al interior de las familias cubanas:
el género y la generación.
¿Cómo explicas los cambios a partir de estos dos ejes?
Además de puntos de contradicción, el género y la generación son dos ejes de desigualdad que atraviesan a la familia cubana de hoy día, al que habría que añadir uno nuevo: la tenencia o no de moneda libremente convertible. Efectivamente, en estos tres puntos se mueven las estructuras de poder más importantes que hoy observamos.
El género ha sido una aspiración de equidad, pero también un espacio que por su propio devenir, por el desmontaje de estructuras, sitúa ciertas rutas de lo que tiene que hacer la mujer y lo que tiene que hacer el hombre. Para entender esto es importante referirnos a las contradicciones que empieza a vivir la mujer entre lo asignado y lo asumido, es decir, entre lo asignado desde la cultura y lo asumido desde sus nuevas realidades sociales, desde los nuevos posicionamientos de poder que va teniendo. Es lógico que esto traiga aparejado un incremento de la conflictividad a nivel de pareja, que influye en el divorcio y en las separaciones. Se dice que el hombre vive añorando una mujer que ya no existe, y que la mujer vive soñando un hombre que todavía no existe. Esto habla de diferencias marcadas en cuanto a las expectativas de ambos géneros.
Claro, este tránsito ha sufrido las vicisitudes de los cambios y, como es lógico, pasa por ciertos discursos solapados, mecanismos de perpetuación hegemónicos, a pesar de las disertaciones de avanzada. Estos mecanismos muchas veces reproducen acríticamente los lugares, los papeles y las funciones de los géneros en la sociedad y en la familia; incluso reaparecen de modo más invisible o sutil,porque encuentran maneras de actualizarse a través de los medios de comunicación. No sé si recordarás, hace unos años, cuando la situación de crisis llevó a reafianzar discursos que identificaban a la mujer como la “heroína en la casa”, la que sabe hacer los malabares para cocinar y las piruetas para administrar el presupuesto familiar, mientras el hombre era el proveedor, quien salía a “lucharla”. Todo esto activó visiones tradicionales sobre los roles asignados al hombre y a la mujer, y esta última quedó postergada a la retaguardia.
Hablando de generaciones, según estudios demográficos, en los próximos años Cuba tendrá una población mayoritariamente adulta y adulta mayor. Esto ya está
impactando grandemente los modelos de familia y la sociedad toda. A tu juicio,
¿qué estrategias se pudieran establecer en términos de proyectos de vida para
este sector de la sociedad cubana, sobre todo teniendo en cuenta que la política social no va a abandonar a los más necesitados, pero es evidente que ese número de necesitados va a aumentar drásticamente y será cada día más viejo?
Los demógrafos dicen que en Cuba han existido tres huracanes: la fecundidad, la emigración y el envejecimiento. Esto continuará impactando sensiblemente a las familias cubanas. Ya te puedes imaginar: pocos nacimientos, más jóvenes se van del país y los viejos se ponen cada vez más viejos, dicho rápido y mal. El último censo, que pronto será actualizado, arrojó como datos comparativos respecto a los años ochenta, que habían crecido considerablemente los hogares unipersonales como consecuencia de viudez, divorcio e hijos emigrados con lo cual estamos enfrentando lo que se llama “crisis de cuidado”. Es decir, existen más personas a cuidar, a atender, que individuos productivos que lleven sobre sus hombros la economía del país.
Este es un problemón, pues a largo plazo genera mucha dependencia del Estado y un aumento de los subsidios. Hay que pensar cómo resolverlo. Dicho sea de paso, en Cuba no existen instituciones de apoyo a la familia, salvo los círculos infantiles o las vías no formales, con limitaciones para acceder a ellas si no se es madre trabajadora. Y el tema de las casas de asilo para personas de la tercera edad es bien complicado.
Por otra parte, hay experiencias muy bonitas, como algunos hogares en el centro histórico de La Habana auspiciados por la Oficina del Historiador de la Ciudad, donde existen edificios solo para personas de la tercera edad. Nuestro país debería pensar en la creación de espacios no institucionalizados e, incluso, algunos no necesariamente constituidos por nexos familiares consanguíneos, sino “unidades de convivencia o familias de convivencia”: ancianos que se juntan, sobre todo cuando quedan solos, no tienen pareja o hijos, y median entre ellos relaciones de amistad, que puedan unificar sus bienes, acompañarse y apoyarse mutuamente a lo interno en sus relaciones afectivas y establecer un hogar.
Existen también familias asociativas en los casos de personas que no tienen vivienda y se van a cuidar ancianos. Hay casos de este tipo en que el anciano o la anciana establece determinadas reglas: “Si me cuidas, te doy la casa pues no tengo otra familia”. Y puede haber arreglos de convivencia bastante humanizados en los cuales las personas mayores se sienten atendidas al mismo tiempo que los jóvenes encuentran un modo de adquirir una vivienda. Esto es una forma de familia asociativa. Y por ahí, creo yo, tendríamos que entrenarnos más en estos tipos de convivencia, mirar sus posibilidades, establecer espacios de socialización, porque eso de que un anciano viva solo no es sano. Lo descapitaliza, porque no tiene relaciones con otras personas.
De paso, no sé si tú sabes que Cuba ha ido aceptado una buena cantidad de ancianos repatriados que vienen de los Estados Unidos. Se trata de personas que allá viven muy aisladas, porque los hijos no tienen recursos para sostenerlas, y que se insertan en una familia acá. Claro, los ancianos tienen que renunciar a todos sus derechos como ciudadanos norteamericanos, incluida su pensión, pero sus familiares los retornan con una remesa. Con eso vive toda la familia y el anciano se resocializa: tiene asistencia médica, juega dominó en la esquina, habla todos los días con las personas, es decir, disfruta de nuestro tejido social y, de paso, esa familia que lo acoge obtiene un beneficio. Ya hay como sesenta mil ancianos repatriados.
Este es un fenómeno contradictorio, pues Cuba no permite la repatriación de gente joven. Pero en el caso de ancianos que vienen de visita y dicen “me quiero quedar, no quiero volver a irme”, el Estado lopermite. Pierden todos los derechos en todas partes, no tienen derecho a libreta de abastecimiento, pero lo más importante es que se resocializan.
He atendido algunos casos, y es muy interesante comprobar cómo todavía para estos ancianos Cuba es un espacio de socialización que les ofrece una nueva oportunidad para rensamblarse, a la vez que una contención a su situación de aislamiento. Están en estos casos los ancianos que se fueron después del Mariel, que no tienen pensión, ni seguro médico. Esto se ha ido haciendo casi como un contrato social implícito, ya que no se menciona públicamente, no sale en los noticieros, pero es una realidad bastante interesante que sí existe y te la puedo contar porque he consultado y entrevistado a muchos de estos abuelitos para saber cuál es la comparación que hacen entre lo que tienen allá y lo que encuentran aquí. Imagínate que son emigrados con los que nunca hemos podido hablar, y ellos te cuentan su experiencia vital en los Estados Unidos. Para mí ha sido sumamente interesante.
Me hablas de esos ancianos que regresan de los Estados Unidos con un sostén
familiar. Pero, ¿y los que no tienen ese sostén aquí en Cuba?
Se han puesto en práctica algunos resortes institucionales que han tratado de ayudar a esas personas. El anciano que todavía es funcional y vive solo tiene muchos espacios de socialización. El problema es cuando pierde capacidades de autoabastecerse o cuando está encamado, en situación crítica. Algunos de los que han enviudado o no tienen hijos están en la Universidad del Adulto Mayor, en cursos, en los ejercicios del parque de la esquina, es decir, no están totalmente solos, tienen algunos apoyos vecinales. Pero pasados los sesenta y cinco años te puedes encontrar en Cuba una buena cantidad de personas que viven solas.
Hay que explorar, pensar en otras opciones que no sean propiamente el asilo. Tú sabes que en los asilos dirigidos por la Iglesia Católica la persona tiene que donar antes su casa. La iglesia hace uso de esa vivienda como condición para que el anciano ingrese en un asilo. Esa medida es un poco fuerte, creo yo, teniendo en cuenta las necesidades habitacionales que existen en el país.
La crisis de cuidado, el incremento de los índices de dependencia del salario principal, un mayor número de personas en desvalimiento son datos de la realidad sobre los cuales tenemos que generar algunas medidas como esta que te comentaba de la familia asociativa y disponer de recursos legales que faciliten la unión de personas sin nexo consanguíneo.
Cambiemos el giro de la plática.
Desde el pasado año, el país se reordena Con la puesta en práctica de nuevas
Medidas económicas ¿de qué modo Este reordenamiento impacta En la familia y en la percepción Individuo-familia-sociedad Y familia-estado? ¿Hacia dónde
Se perfilan esos modelos de familias De que hablábamos?
En estos momentos, en la facultad de Psicología llevamos varias líneas de investigación que no solo están trabajando el tema de la diversidad y la heterogeneidad familiar. En Cuba hay una combinación un poco azarosa de los capitales culturales y económicos porque posterior a la crisis la forma de insertarse en el mercado laboral se diversificó y, por supuesto, las relaciones entre la familia y el Estado fueron diversas.
Por un lado, muchos núcleos se quedaron vinculados al sector estatal de la economía —dígase profesionales de la salud y la educación—, y sus familias tuvieron un capital económico muy inestable, en descenso; decimos inestable porque incluso, según estudios, las fuentes de ingreso son ajenas al salario, tienen que ver con la remuneración por misiones, a veces por remesas familiares o trabajos extralaborales. Es decir, hay familias que tienen un desbalance entre el capital cultural y social acumulado y el capital económico, y esto es un efecto de la poscrisis.
Pero también ocurrió un fenómeno a la inversa: núcleos que han tenido un incremento creciente y acelerado de su capital económico a partir de formas ligadas a vías no estatales, ramas revitalizadas de la economía o del sector privado u otros mecanismos no legitimados como la economía sumergida. Sin embargo, esos capitales económicos no se corresponden con los niveles educacionales alcanzados. Se fue creando una especie de “mediocracia” que incomoda y molesta en tanto accede a usos y consumos de la ciudad que no tienen personas que están haciendo mayores aportes a la sociedad.
A partir de los estudios realizados, hemos encontrado que los proyectos familiares tienden a ser a corto plazo, muy centrados en la inmediatez, están poco estructurados y elaborados, sobre todo aquellos que tienen que ver más con mejoras en las condiciones de vida. En realidad, lo que expresan estas uniones, más que verdaderos proyectos de vida, son deseos.
¿Entonces, cómo organizan los distintos tipos de familias, sus proyectos de vida?
Mira, los proyectos familiares son diferentes y cambian en función de cómo se organizan en el tema de los capitales. Nosotros estudiamos ahora las familias de capital económico inestable pero con alto capital social y cultural, en las que los proyectos, que sí están muy estructurados, se relacionan con el estudio de los hijos, la superación, el empleo del tiempo en función del desarrollo emocional y cultural de sus miembros.
No obstante, existen otras familias cuyas estrategias de vida están muy centradas en las posibilidades de confort material, diversión y entretenimiento, como si estuviesen más socializadas para la ignorancia, a partir de mandatos sociales, que para el conocimiento. Estas familias tienen un altísimo capital económico que no se corresponde con su capital educacional.
Por otra parte, la lista de trabajos por cuenta propia, que sería una manera nueva de la relación familia-Estado, desde el punto de vista de género es un desastre, pues está redactada con un lenguaje marcadamente sexista: cartomántica, cuidadora de enfermos, todo en femenino. Esos rostros de oficios —donde se graban muy bien aquellos que son para mujeres y para hombres— están estereotipados y contribuyen a reforzar los roles tradicionales asignados a mujeres y a hombres pero, además, no se corresponden con el nivel cultural y la conciencia de género que hemos ido alcanzando en estos años.
¿Qué tipos de familias están accediendo a las nuevas ofertas de trabajo
por cuenta propia?
Todos estos trabajos que se relacionan en las ofertas para los cuentapropistas son solo para un sector de la población cubana: un grupo de familias que ya existía antes de las reformas. Hay familias que se han ido vinculando al trabajo privado, las hemos estudiado, pero no están integradas por profesionales sino que ya tenían algún oficio y, de algún modo, se han ido reconfigurando: tienen altas aspiraciones en el plano del bienestar económico pero pocas en el terreno del desarrollo profesional. Son incluso estas las que han renovado las licencias.
Las familias de profesionales, por lo general, ven el nuevo modelo económico como una manera de desprofesionalizarse, es decir, no ven al cuentapropismo como algo que les lleve al desarrollo, ya que sus aspiraciones están muy orientadas al estudio, a hacer maestrías, doctorados, incluso el viaje lo miran como elemento de cultura, como forma de superación. Por tanto, las modalidades que ofrece el modelo económico no las sienten como opciones personales, ya que no se ajustan a sus deseos. Por ejemplo, unos médicos que se dedican a hacer cakes, pierden su espacio más importante de desarrollo personal por vivir mejor, comer mejor, vestirse mejor, tener acceso a determinados sitios de la ciudad. Es como si hubiesen perdido el rumbo.
Es cierto, ha habido un proceso de desprofesionalización mayor, pero dentro de las estrategias que usan las familias profesionales, el trabajo por cuenta propia no es prioridad.
Por otra parte, las familias de muy bajo capital económico y cultural, que son las de la “pobreza”, de la desventaja social, con condiciones socioeconómicas desfavorables, tienen un conjunto de indicadores que no son las que te dije del germen de la mediocracia.
¿Me hablas entonces de pobreza en Cuba?
Lo que le llamamos familias “pobres” en Cuba —aclaro, no es pobreza sin amparo social, no es exclusión social, no es mendicidad, trabajo de la calle, personas sin hogar, no es esa pobreza que vemos en la América Latina pero es “nuestra pobreza”, la cubana— se expresa en indicadores que sí están atravesados por determinadas desventajas sociales como el género o la raza. Entre ellos se pueden mencionar la desventaja social acumulada, el proceso de decantación social espontánea, los problemas de sobrerrepresentación de negros y mestizos, la marginalidad, la preminencia de familias de hogares encabezados por mujeres, generalmente con abandono paterno, mayor índice de fecundidad por acumulación de embarazos adolescentes y de pluriparternidad, es decir, familias que tienen ciclos vitales acelerados y empiezan por historias de embarazos de madres adolescentes.
Por supuesto, la diversidad familiar genera la desigualdad y la heterogeneidad familiar. Muchas familias son heterogéneas porque algunos miembros tienen acceso a las divisas y otros no, lo cual condiciona situaciones de desigualdad y conflictos al interior del propio núcleo, porque hay un reordenamiento del poder que pasa por lo económico: quién es el dueño de la casa, el que aporta más dinero, quien recibe la remesa familiar.
Por ejemplo, quien recibe la remesa —puede incluso ser un adolescente— tiene un posicionamiento de poder importante y es quien manda en la casa. Y estas situaciones generan múltiples conflictos. Ten por caso, una familia integrada por la abuela, una muchachita adolescente, la madre de esta, su hermanito pequeño y su padrastro. La adolescente recibe mensualmente cien dólares de su padre, que la declara princesa ante los otros familiares. Pues bien, la madre de esa adolescente tiene que pedirle dinero a su hija de apenas doce o catorce años para realizar determinadas actividades de consumo. Esto crea desajustes en la autoridad que ejercen los padres sobre los hijos.
Se dan también casos de niños y jóvenes que viven entre dos realidades y a un tiempo son príncipes y mendigos. Van a casa de su papá y allí disfrutan de los recursos económicos y las comodidades que no tienen en casa de su mamá, donde la situación es precaria; incluso a veces los bienes los tienen separados y no pueden disponer de ellos en contextos distintos. Los mismos padres sienten que existe una desigualdad en los espacios familiares, que muchas veces ellos mismos no pueden manejar con sus hijos.
También están los niños “entre banderas” con un papá afuera y otro en Cuba. ¿Qué sucede con estos muchachos? Viven entre dos narrativas de la vida cotidiana completamente diferentes. De un lado, en Cuba, se enfrentan a un discurso familiar de epopeya heroica mientras que desde afuera reciben un discurso de éxito y confort material. Y estos casos van muy frecuentemente a consultas.
Pero, de igual modo, hay padres que se regodean enviándoles a sus hijos los grandes videos de Disney-
landia. Los muchachos entran en conflicto, porque sueñan con un mundo ficticio pero para ellos alcanzable y comienzan a compararlo con las vivencias más cercanas. De manera que experimentan realidades muy complejas en términos de los valores individuales y familiares.
Sobre el tema de las generaciones del cual hablábamos antes, hoy día se están produciendo quiebres en las miradas a los proyectos que pasan por cómo las diversas generaciones aportan visiones diferentes respecto a lo que se pondera o no se acepta. Por ejemplo, los abuelos y los padres vienen del discurso de la utopía, de los proyectos sociales, de un protagonismo en aras de un interés colectivo que fue más social que personal, que fue sacrificial. Entonces, trasladan a los jóvenes imágenes sobre lo que significa la vida y todo lo que hicieron para construir una realidad mejor, un mundo mejor. Pero se tropiezan con jóvenes que tienen altos niveles de pragmatismo, partidarios de un discurso de “todo vale”, portadores de una relatividad moral muy grande, con tendencia al hedonismo, al placer, a la satisfacción de necesidades inmediatas, características propias de su tiempo.
Hay familias que han hecho de estas contradicciones espacios para entenderse positivamente; otras, por el contrario, no permiten el diálogo, la reflexión y se quedan anquilosadas.
Y estas confrontaciones intergeneracionales, que son reales, se producen no solo al interior de la familia, sino que se trasladan a la sociedad. Esa brecha generacional también existe en las instituciones, entre visiones y perspectivas distintas. Ahí están los desafíos para el diálogo tanto al interior de nuestros hogares como de toda la sociedad. Para enfrentarlos hay que estar preparados y dispuestos, porque a veces sucede que como todo el mundo sabe que existe la brecha generacional, se producen procesos de atrincheramiento y de inculpaciones mutuas. Cuando esto ocurre “se trancó el dominó”, como suele decirse. Si cada quien se atrinchera en su verdad y hay inculpaciones mutuas, no se resuelve nada.De lo que se trata es de estar dispuestos a descalzarse los zapatos, ponerse en el zapato del otro, de la otra, y luego volverse a calzar.
¿Investigar, hablar de las familias en Cuba, te ha traído felicidad o problemas?
Felicidad, sin dudas. Hablar de familia es hablar de sociedad cubana, es pararse en lugares supuestamente comprometidos desde el punto de vista del discurso oficial, y yo he tenido la posibilidad de dar a conocer los resultados de mis investigaciones en el pleno de la Federación de Mujeres Cubanas, en congresos, espacios sociales, en los medios de comunicación. Mi tesis de maestría, de doctorado, mis libros, mis investigaciones, mis consultas, mi docencia de pregrado y de maestría: todo eso ha estado en función del bienestar de la familia cubana.
Y claro, la posibilidad de investigar, de atender un mismo tema durante treinta años es un lujo. Me paro en una clase y hablo de mis pacientes; converso con mis pacientes y hablo de mis investigaciones; me pongo a investigar y hablo de mis alumnos. Evidentemente, he logrado tener una determinada coherencia en el trabajo. Y esto me ha traído muchas satisfacciones.
Por supuesto, es un tema polémico pues devela contradicciones, hay que tocar puntos sensibles de la sociedad cubana que duelen, como la emigración, la prostitución, las estrategias ilícitas para el desarrollo familiar, los núcleos que no se ajustan al desarrollo o las expectativas sociales. Pero también he encontrado interlocutores y escenarios proclives para que esos resultados investigativos sean escuchados.
Debo reiterar que mi trabajo no lo asumo sola: formo parte de un equipo de especialistas, de estudiantes. Yo, sencillamente, cumplo una función de coordinación. En el país, por otra parte, hay una gran cantidad de instituciones que trabajan la familia y me han aportado muchísimo. Durante estos años, nos hemos ido realimentando, conectando. Está el grupo de familia de la Academia de Ciencias y el del Ministerio de Educación, la misma Facultad de Psicología… Nos reunimos en foros, en espacios académicos. O sea que el tema familia en Cuba tiene un desarrollo exponencial. Hay mucho trabajo de investigación, mucha publicación.
Si tuvieras que “reclamarles” a los medios de comunicación qué temas deberían tocar más, ¿cuáles apuntarías?
Si tuviera que hacer un reclamo sería para que los medios aprovecharan más los resultados de nuestras investigaciones, se nutrieran más de ellos. Al igual que lo haría con quienes elaboran las políticas para los medios. Todavía los decisores de esas políticas, quienes deciden qué programa sale al aire en la radio o en la televisión no tienen en cuenta, no conocen el caudal de conocimiento que sobre las familias cubanas existe en nuestros centros docentes y de investigación.
Me encantaría —y esto se escapa de tu pregunta— que en Cuba hubiera una instancia que pudiera articular todas las políticas sobre familia. En el Parlamento existe una Comisión de Mujer, Infancia y Juventud,y muchas veces pensamos que teniendo un programa de atención a la mujer, al niño, a la tercera edad, a la embarazada, tenemos ya la familia armada. Y para nada.
No hay nada más descuidado, a pesar de ser contenido de nuestro Código de la Niñez y la Juventud, del Código de la Familia, que la familia. Lo que quiero decir es que muchas de nuestras políticas concretas no tienen una mirada multidisciplinaria. Incluso hubo cierto momento en que decir familia era tener una mirada burguesa. Como en otros países, en que el ministerio de familia, generalmente dirigido por la primera dama, contiene una mirada obsoleta o está muy personalizado. Y entonces ese concepto fue progresivamente desarticulado en nuestras políticas, porque pensábamos que esa mirada era tradicional, burguesa o patriarcal. Y al querer desmontarla, esa visión de familia se sustituyó por la visión de mujer o por la visión de niño, para ponderar a esos miembros, pero no nos dimos cuenta de que con ello desarticulábamos los diferentes tipos de familias, sus estructuras, su organización y sus dinámicas.
Mira, para entendernos mejor: en Cuba hay muchas cosas asignadas a la palabra familia. Ahí tienes tú el ejemplo de la Campaña de Alfabetización —dejando al margen las urgencias políticas del momento—, en que los hijos fueron convocados a desau-
torizar a los padres. El padre decía “no puedes ir a alfabetizar, eres aún muy pequeño”, pero la escuela decía “dile a tu papá que vas de todas maneras”. Otro tanto ocurrió con las becas y las escuelas al campo. Es decir, el Estado asumió la responsabilidad de los hijos en detrimento de la familia. ¿Qué ocurrió con las misiones internacionalistas?: una separación de sus miembros por períodos extensos.
Me atrevo a decir que durante estos años no hemos tenido una instancia que desde una perspectiva política, sistémica, vea a las familias cubanas realmente como lo que son.
¡Ah!, ¿en nuestro país hay protección social? Sí. ¿Hay seguridad social para los miembros de la familia? Sí. Pero no articulamos las políticas para proteger a las familias.
Por eso te digo que el tema es complejo. A veces victimizamos a la familia o la convertimos en el chivo expiatorio de la sociedad. Yo llegué a escuchar que si hay prostitución es porque hay familias prostituidas, si hay niños que delinquen es que hay familias delincuentes, y si hay drogadictos es que la familia no se ha ocupado de los hijos. Al final, esta importante instancia de relaciones afectivas carga con la responsabilidad de los males sociales, al mismo tiempo que se le debilita desde las políticas. Entonces, es una contradicción. Y esto lo he dicho ya muchas veces en espacios públicos, porque entiendo que si vamos a cuidar a la familia, cuidémosla con sentido de causa.
Por último, Patricia, mucho se habla de que las familias cubanas están en crisis. Me inclino a pensar que detrás de una crisis siempre hay una oportunidad…
Concuerdo contigo. La crisis no solo implica la vivencia de circunstancias negativas o la máxima expresión de un problema, sino también la oportunidad de crecer y superar la contradicción. Incluso las crisis no necesariamente son señales de deterioro: suponen riesgos y conquistas y, por tanto, son motores impulsores de los cambios.