Nos interesan dos aspectos fundamentales de su trayectoria. Uno es el de la Pilar que reflexiona sobre las políticas sociales y la cuestión de la ciudadanía, como en el libro que escribió con José Luis Rebellato; y el segundo, la Pilar educadora popular relacionada con la izquierda uruguaya.
Es la misma Pilar. La educación popular en Uruguay se desarrolló y consolidó en el marco de la lucha política contra la dictadura. Antes de ese momento, no había un movimiento de educación popular, aunque sí algunas experiencias, sobre todo de los cristianos, en los lugares de mayor pobreza. Pero el movimiento de educación popular con presencia, con propuestas, vinculado al movimiento latinoamericano, nació en Uruguay en la lucha política.
Eso le otorga una característica bastante diferente a la educación popular uruguaya respecto a la de otros países. Además, Uruguay es un país muy laico, donde la Iglesia está separada del Estado. Por tanto, la penetración de la Iglesia no tiene aquí las características de otros países latinoamericanos.
Entonces, la temática de la educación popular ha ido acompañando estos procesos políticos. Y fíjense que digo la temática, no la metodología; me refiero a los contenidos concretos o los ejes temáticos o las preocupaciones del pueblo, la materia prima de la educación popular.
El libro al que se refieren aborda un tema surgido a partir del primer triunfo del Frente Amplio en la intendencia de Montevideo. Se empieza a desarrollar un proceso de participación popular en el que, lógicamente, se experimentaron muchas cosas que teníamos en el programa. La educación popular suscribía –habíamos sido incluso parte de su elaboración– el programa de participación popular.
El primer período fue sumamente rico, lleno, con mucha motivación; pero sucede que los procesos, si no logran mantenerse vivos y mantener sus posibilidades de cambio, se transforman en instituciones que los bloquean. José Luis y yo acompañamos el proceso en una de las zonas tradicionalmente más obreras, más combativas de la ciudad. Y el libro fue, sobre todo, un alerta que quisimos dar frente a algunas posiciones que estaban poniendo en tela de juicio la participación porque no era eficiente, porque la gente no iba a las reuniones. Con esos argumentos, se estaba bloqueando justamente lo que iba a permitir la participación.
Es un libro muy querido para mí, primero porque es el segundo con José Luis –el primero está agotado, es más pequeñito– y, segundo, porque lo prologó Tabaré Vázquez. Su prólogo es el de un político, y como todo político, no se compromete en todo. Pero fue importante que, cuando ya era candidato a la presidencia, haya prologado un libro muy crítico de la propia gestión, en el marco del compromiso con el proceso.
¿Cómo se relacionan ética y educación en el campo de los principios y de las prácticas políticas?
Esta pregunta es más larga y más difícil, porque parte del paradigma. Preguntarnos cómo se relacionan cosas que son una misma indica que normalmente disociamos la realidad, porque –si lo pensamos desde el ser humano– la práctica es la ética y la forma en que me relaciono es la pedagogía; eso es un todo. Siempre que hago una práctica pedagógica existe una dimensión política, que tiene que ver con el tipo de relación que se establece: una relación liberadora se relaciona con una propuesta política de liberación y autonomía; una relación autoritaria se corresponde con una propuesta política autoritaria, porque en la educación se supone que vos vas formando y formándote en una manera de conocer el mundo y de relacionarte con los otros.
La ética es también eso, y fíjate que hablo de ética y no de moral. La ética tiene que ver con la manera como nos relacionamos con el otro, con cómo vemos al otro, no sólo en el plano racional. Aprendí de José Luis que la ética no es una abstracción, no es un tema teórico –como se ha pretendido, y la Iglesia en eso ha tenido mucha responsabilidad–, y por ello hemos hablado mucho de la filosofía de la praxis.
La ética es un compromiso integral del ser humano y un conjunto de teorizaciones o de principios morales han desvirtuado su verdadero significado para una propuesta liberadora que, en esencia, es el compromiso político, el ser humano dispuesto a jugarse por una causa, a creer en algo. Incluso se ha desarrollado la idea de la existencia de una ética del mercado. Porque cuando el neoliberalismo te propone el mercado como un dios, que te impulsa al consumismo, está implicada una ética determinada: me importan más las cosas que la gente, o es más importante lo que tengo que lo que soy. Hay unos valores muy fuertes que fundamentan una economía, una política y, particularmente, una manera de ser y de hacer de los seres humanos.
Se podría hablar de otras cosas como la competitividad, o el sálvese quien pueda, o el miedo, porque esto que es posible que para un país como el de ustedes no sea tan importante, es una de las claves del triunfo del neoliberalismo en el plano ideológico: ha logrado que tengamos miedo uno del otro, porque el otro es un competidor. La mejor manera de quebrar la solidaridad fue ponernos a competir por todo, porque el miedo es a la exclusión. Si vos pierdes el trabajo, no encuentras otro; si vos pierdes tu casa… Y vos vives permanentemente con ese temor, y sólo sobrevives pisándole la cabeza al de al lado, desde la escuela hasta el fin de tu vida.
Es una violencia permanente. Luego decimos “qué violento está el mundo”. Pero, ¿cómo no va estar violento si la única manera de vivir es aplastando a otro?
Usted hablaba del neoliberalismo como filosofía y como práctica, de todo una teoría que politiza el terreno de la sociedad civil, mete al individuo, no excluye a lo privado. ¿Cómo puede potenciarse la figura del ciudadano en el contexto desmovilizador de lo político alternativo dentro del neoliberalismo?
El contexto desmovilizador sería el del neoliberalismo. Claro, porque allí también se encuentra algo que no suele trabajar sobre la lógica del ciudadano: el ciudadano o la ciudadana, como figuras, parten del individuo, como si el individuo pudiera existir fuera del marco de la sociedad, lo que forma parte también de la disociación. Y la realidad es que el ser humano no existe sino en función de otro ser humano, de la naturaleza y de sus relaciones.
Entonces, en ese afán simplificador, pero en el fondo muy hábil, puedes empezar a fortalecer valores desmovilizadores, porque si se trabaja con el yo y no con un nosotros, no es posible pensar en la movilización colectiva o, por lo menos, no está en esa lógica. Por eso hay que ser muy cuidadosos con las palabras, que son lindas, pero tienen detrás muchas cosas.
Me gusta más trabajar con el tema de ciudadanía, no del ciudadano o la ciudadana, porque la ciudadanía es un concepto colectivo, un concepto que hace a un pueblo activo en términos políticos. El individuo solo, en sí mismo, si bien es un ser político, no tiene capacidad de transformación, ni siquiera de sí mismo. Porque ¿cómo te puedes transformar a ti mismo si no es interpretando algo? No existiría la cultura, no existiría el idioma, no existiría el ser humano sin una sociedad.
Creo que en las sociedades capitalistas el tema del bombardeo informativo y el bombardeo incluso en la esfera del conocimiento genera como un ansia. Así como genera el ansia de cosas, genera querer saber. Cuanto más leíste, cuanto más autores de última generación citaste, cuando citas la última palabra que salió allá en Barcelona, es como si hubieras logrado una acumulación. Pero casi nunca nos sentamos a pensar cómo se relaciona esto con las cosas más simples que hacemos para lograr que los seres humanos vivan mejor, ni qué entendemos por vivir mejor.
Y ahí el tema de la democracia es muy importante. Todos decimos: la democracia ha sido un tema que se ha ido rescatando, porque tiene que ver con los horrores vividos durante los procesos dictatoriales. Como que redescubrimos la potencialidad de la democracia formal, de que puedas expresarte, de que no haya persecución, de que tu vida tenga otro valor, todas esas cosas. La realidad es que no tendríamos que confundir esa democracia formal con los conceptos de democracia que se han ido elaborando a partir de la ruptura de algunos paradigmas y la búsqueda de nuevos paradigmas. Pero muchas veces caemos en eso.
Después decimos que no hay movilización. Pero no hay movilización porque, ¿para qué se va a movilizar la gente? La gente no va más a un comité, a un sindicato, si no es para algo, y eso es sabio. Ese algo no tiene que ser siempre utilitario: puede ser la formación, pasarla bien, encontrar aprendizajes de otro tipo, luchar por el salario, pero la lógica institucionalizada es que no se movilizan porque no concurren al comité de base o no van al acto de la organización tal en tal momento. Pero, ¿en realidad esa es una movilización contra el neoliberalismo? O sea, ¿cuál es el objetivo real en términos de movilización de esas liturgias que desarrollamos?
En conclusión, creo que el instinto emancipador del ser humano está ahí. Esa es mi esperanza, mi intuición –para no decir hipótesis, porque no la puedo comprobar–, mi intuición de base, que no es sólo mía: el ser humano es maravilloso, se ven errores, pero a cada error le corresponde una posibilidad de cambio. De manera que cuando los seres humanos no se movilizan o no van a algún lugar, es porque socialmente hemos construido determinadas barreras, visibles o no, que bloquean esas potencialidades. Cuando eso sucede, lo que habría que hacer es empezar a cuestionarnos qué es lo que estamos haciendo.
Por otro lado, no creo que esté desmovilizado el movimiento anti-neoliberal. Creo que tiene formas de movilización que todavía no logramos articular coherentemente en un proyecto más o menos colectivo, sino que está en la etapa de muchas cosas por muchos lados. ¿Conocen a Eduardo Galeano? Él tiene una imagen que me gusta mucho: la de los fueguitos. Dice que si uno mirara el mundo desde arriba se verían montones de fueguitos. No estamos desmovilizados, a veces desencantados, creo que sí, y eso ha incidido mucho.
En la reflexión sobre lo que está sucediendo en la América Latina, y a partir de lo que Freire decía –el liderazgo revolucionario no debe esperar llegar al poder para aplicar la educación liberadora–, ¿cómo cree que el movimiento social latinoamericano, particularmente el argentino, el uruguayo, el venezolano y el brasileño han incorporado principios y prácticas de la educación popular?
En diferentes medidas. Ahí también está el principio de los fueguitos, porque hay algunos espacios donde creo que se está logrando realmente plasmar, en términos más generales, una propuesta alternativa. Pero, claro, no hay magia, es como que la lucha es permanente porque esos espacios no se cierren y sí avancen. No es lineal tampoco. Por momentos parece que se abre el espacio, y a veces parece que perdemos el tren y no tenemos la capacidad de mostrar en la práctica que es viable una forma distinta, y después nos quejamos porque se vuelve a lo viejo.
Tomemos el caso de Argentina, que lo conozco bastante, sobre todo el movimiento piquetero, a dos horas de Montevideo, por lo que lo hemos seguido muy de cerca. Hubo momentos en el movimiento piquetero, acompañado por las asambleas de vecinos, en que parecía que se había logrado una manera de hacer diferente, y que por primera vez no entraba la cuestión partidaria argentina, un problema muy especial. Pero, ¿qué pasó? Triunfó la fragmentación. No en todos los casos, pero hay que tener en cuenta que se trata de un movimiento muy dialéctico, en el que los avances no son lineales, en el que no podemos pensar que porque obtengamos algo ya está ganado para siempre. Igual, hay que ir haciendo los cambios desde ahora, porque no se van a dar automáticamente cuando se tome el poder. Y además, dada la coyuntura internacional, las condiciones en que se toma el gobierno o las parcelas de poder son muy difíciles.
En el caso de Venezuela, la lucha pasa mucho más por lo organizativo. Probablemente allí se gesten formas organizativas más novedosas que en países donde ya hay una historia más fuerte de organización.
Lo que quiero decir con todo esto es que no es el momento del cambio el que cambia todo. Vamos a ir cambiando, vamos a seguir teniendo momentos de retroceso, pero en términos generales, se trata de la crisis del modelo, es esa figura a la que recurrió José Luis, la de crisis de civilización. Para mantenerse, este modelo, esta civilización, tiene que matar a la humanidad, hacer desaparecer al mundo.
Todos sabemos lo que está pasando con el tema de los ciclones. Por ejemplo, en Uruguay tuvimos por primera vez en la historia un huracán. Murieron muchas personas. Coincidió con el Katrina, con el que murió mucha más gente. Pero desde el punto de vista del ecosistema, lo que pasó en Uruguay es un cambio mucho más significativo que lo que pasó en los Estados Unidos, porque allí el cambio fue de cantidad, de volumen, mientras que en el Cono Sur nunca entraba un fenómeno natural como ese, porque las aguas son muy frías. Antes habíamos tenido ráfagas de hasta ochenta kilómetros por hora, pero con el huracán hubo vientos de doscientos kilómetros, y el motivo es que la temperatura de las aguas ha subido cinco grados.
No es un problema sólo de la información, sino que están pasando cosas como esa. Es una civilización que implica la destrucción del mundo. Entonces, para volver a la pregunta, la revolución es el proceso revolucionario. Y cada elemento, organizativo o de otro orden, no es más que un punto de partida.
¿Cómo pueden ayudar la educación popular y la filosofía que la inspira al rencantamiento político tan necesario en el contexto latinoamericano?
Sí, el rencantamiento es necesario y tiene que ver con lo que decía antes de la vida. Si no hay conflictos, no hay vida, pero nos han hecho creer que el conflicto es malo, que lo bueno es la nada, quedarse calladito. Es un concepto de paz que nosotros decimos que es la paz de los sepulcros. Entonces, para rencantarnos habría que entender que hay que desarrollar un poquito más la dialéctica en términos de la síntesis. Yo pienso que, muchas veces, en vez de una superación de dos opuestos, con la síntesis se produce una bifurcación de conflictos.
La contradicción es inherente a la vida, fíjate que no hay vida sin muerte. Nosotros, para vivir, tenemos que matar a las plantas y a los animales; si no, no podemos comer. Nuestra vida depende de la muerte; y lo mismo sucede con opuestos como hombre y mujer, bueno y malo. Todos los ciclos son contradictorios, sólo que se abren contradicciones a otro nivel, a un nivel superado de la contradicción. No creo más en la síntesis definitiva.
¿Cómo nos rencantamos entonces? Trasladando todo eso al campo de la vida cotidiana y no dejándolo sólo en el plano teórico. Porque yo le digo eso a un obrero uruguayo y me dice: “¿sí?, qué lindo”. Pero después me dice, por ejemplo, que todo es lo mismo, que estos que vinieron también cayeron al final en la corrupción. Tendríamos que lograr integrar la idea de que eso forma parte de la vida y de las posibilidades que abre el cambio, y de que siempre tenemos nuevas aspiraciones en un plano superior. Por ejemplo, en Uruguay peleamos contra la dictadura porque queríamos libertades civiles. Ahora no nos alcanzan las libertades civiles, queremos democracia económica. Y seguramente después de la democracia económica vamos a querer otra cosa… mejorar.
Rencantarnos implica tener proyectos, claro, pero no un proyecto acabado, porque es posible que si es un solo proyecto y es acabado, pasen dos cosas: primero, que no se cumpla y la gente se retraiga y no crea más; segundo, que si se cumple, ya no tenga más sentido seguir peleando. Hasta en las parejas es así. Si vos dices: mi objetivo es casarme con esta persona, y después de que me casé, solamente la búsqueda de un hijo puede cambiar las cosas, ¿qué pasa después? Si todo se acaba en ese objetivo, no logramos ver que no hay un objetivo, sino un proceso permanente.
Y en cuanto al cómo, tengo que decirte que tampoco soy Dios, ni tengo la varita mágica. Pero sí me parece que esa es una nueva concepción que, además, tiene que ir ganando espacios, por momentos con más fuerza, por momentos con menos. Pero la tendríamos que integrar al plano de lo cotidiano, al plano pedagógico y al plano político, los espacios que me parecen de más interés. En el plano económico también, pero no en una lógica acumulativa, sino de relación con la naturaleza. Ahí hay una interesante vuelta atrás, porque lo que los ecologistas están proponiendo como novedad ahora, en realidad es lo que los mayas y los egipcios desarrollaron hace siglos: un vínculo sustentable con la naturaleza, que no haya acumulación individual sino acumulación colectiva.
Todas las lenguas de los pueblos mayas, de los pueblos andinos, por lo menos las conocidas, tienen una cosa interesantísima: el verbo “tener” no puede conjugarse en singular, no existe la expresión “yo tengo”; sólo se puede conjugar en plural. Eso habla de una cosmovisión absolutamente distinta a la del capitalismo.
Otra cosa que me parece interesante de nuestros pueblos indígenas, y de la que debíamos saber más, es la compleja integración que se produce en su seno entre elementos racionales y elementos subjetivos, místicos, espirituales. Yo vengo de uno de los pueblos más laicos de la América Latina. Pero si la gente hace cosas en la vida, en la práctica, en función de lo que cree, aquello en lo que cree existe. Yo no puedo negar lo que hace que la gente se movilice, pelee, dé su vida. Sería como decir que no existe el amor ni los ideales. Si una creencia moviliza vivencias –y ahí va otra respuesta a la pregunta–, si genera encantamiento, si la gente por eso transforma su vida, aquello en lo que creen existe. Y no sólo existe, sino que quiero que exista. Lo único importante es que sea una creencia liberadora. Por tanto, hay que cuestionar la Iglesia, por ejemplo, como estructura vertical; pero nunca ese factor de cambio que es la creencia.
Siguiendo con la idea del rencantamiento, hay que reconocer que las políticas –más allá de la visión instrumental con que se las suele entender– tienen una función en el rencantamiento de los proyectos. ¿Cómo se conecta esto con el concepto de descentralización participativa que usted ha manejado en sus textos?
Es fundamental. Toda la tradición de las políticas sociales, por lo menos en mí país, es de planificación de escritorio, de planificación masiva. Son diagnósticos de corte tradicional, muy ligados a la uniformación: “tenemos tantos pobres que están en tal lugar”, y entonces se define una política y se asignan recursos, en muchos casos bastantes recursos.
Un sector de mí país en el que ahora estamos tratando de transformar esta lógica es el de la salud. El Estado asigna –incluso el gobierno anterior lo hacía– un porcentaje del presupuesto bastante importante a la salud, y suficiente, según piensan muchos, pero el sistema de salud es un desastre. ¿Por qué? Los hospitales están ubicados todos en la capital, no hay ninguna relación con la población, no se trabaja la prevención, la educación de salud.
Para este rencantamiento, y en esta lógica de la descentralización, lo primero es escuchar la gente, cuáles son las necesidades, dónde se ubican los problemas que la gente quiere mejorar y que muchas veces no son los que nosotros vemos o queremos, o los que desde esta lógica macro parecen los más importantes. Y en eso tampoco niego políticas de salud como la vacunación, centrales y obligatorias, sino que enfatizo la búsqueda de la participación.
Entonces esto empieza con que la gente pueda diseñar, no solamente decir lo que piensa sobre su realidad y lo que quiere, sino participar activamente en el diseño y en la gestión. Y eso, en mí opinión, es descentralización participativa, porque no es sólo un asunto geográfico y administrativo, sino también político: es la gestión y el poder de decisión en manos de los vecinos organizados, o el sindicato, o lo que sea, según el tipo de política de que estemos hablando.
Si hablamos de una política de derechos laborales, será descentralizada y aplicada en función de la realidad de cada fábrica, de cada centro laboral. Para poner un ejemplo, la ley de ocho horas y de dos días descanso no tiene sentido en la salud, donde se trabaja de otra manera; o no tiene sentido en los trabajos estacionales, en los que hay que buscar flexibilidad, no con una perspectiva capitalista, sino de modo que los propios trabajadores propongan cómo desarrollan, gestionan, controlan y deciden en sus propios espacios la política macro.
Se trata, entonces, de un juego de descentralización-centralización. No es la pérdida de la centralización, porque ese es el juego del neoliberalismo: la descentralización total y que los pueblos se aguanten como puedan, y el que tiene poco va a seguir teniendo poco. Nosotros hablamos de descentralización-centralización. Los recursos se distribuyen centralmente para que haya redistribución, porque los ricos deben darle al Estado más plata que los pobres y el Estado tiene que darles más plata a los pobres que a los ricos.
Las políticas sociales tienen una direccionalidad centralizada, una distribución de recursos centralizada, pero una gestión, una ejecución y un nivel de decisión locales. Eso es lo que permite –está bastante probado– que a la gente le interese participar cuando mejoran sus condiciones, cuando ve, efectivamente, transformaciones materiales, y no sólo materiales, sino cuando se articula el campo ideológico con el campo material. No es un día discutir sobre la plusvalía y otro día sobre las calles que tienen pozos. ¡No! Es cómo integrar esas cosas en un proceso colectivo.
Hay otro elemento muy fuerte, un tema organizativo complejo, puesto que cuestionar las formas centralizadas implica cuestionar también la organización tradicional centralizada. ¿Cómo lograrlo? Algunos compañeros me dicen que es un despelote. Sí, es un caos, pero es un caos con cierto nivel de organización. Por eso no negamos la centralización. Lo que queremos es no perder la vida, porque es de ahí de donde van a surgir otras cosas.
Termino con una experiencia de unos jóvenes de primer nivel de secundaria, de doce a quince años. Con el nuevo gobierno se abolió una ley que no les permitía organizarse gremialmente, y eso fue todo un triunfo. En realidad, fue un triunfo del gremio docente. Entonces, ¿qué hicieron los viejos? Fueron a las clases y les dijeron: “Bueno, ahora tienen que nombrar delegados de clases para el gremio de ustedes”, y les dieron una mañana para que, en lugar de clases, se reunieran y votaran por sus delegados. Pero los chiquilines no querían votar por un delegado porque no veían que una sola persona pudiera representarlos en todos los espacios. Decían: “¿Cómo va a haber un compañero que nos represente en todo? Para la propuesta educativa –porque hay un espacio para saber qué quieren ellos de la educación– debemos elegir un buen estudiante, pero no vamos a elegir el mismo para la parte deportiva, ni para ir a pelear por nosotros frente a las autoridades.”
Fue una ruptura impresionante en términos de propuesta organizativa, llena de frescura, de libertad de decir que no era posible la existencia de un ser humano tan perfecto. Entonces se armó un lío, porque los docentes decían: “No, sólo un delegado de clase con el que nosotros podamos hablar”, y en algunos liceos lo hicieron y dijeron que cuando fuera necesario, elegirían al delegado apropiado para cada momento, para cada coyuntura, porque ellos delegaban, pero no delegaban la vida ni todas sus decisiones. Muy interesante.
A mí me pareció muy bien, y estamos haciendo un proceso de sistematización con ellos, porque eso no pasó en un liceo solamente, sino en un montón, y viene de que el Estado les exige que tengan una dirección, y ellos no quieren tener una dirección única. Ellos dicen: “Cuando el Estado quiera hablar con nosotros, nos dice qué tema, nos dice de qué, y nosotros vamos a nombrar una delegación.” No se quieren organizar para los adultos, y lo que están planteando implica mucha más discusión, mayor organización, respeto y valoración de las diferencias.
Nos gustaría conocer sus opiniones acerca de la propuesta del Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr.
Lo primero que se me ocurre es que estoy como rencantada. Las prácticas concretas rencantan cuando pasa algo así. Mira si seré vieja que me estaba acordando de los fracasos de la Revolución sandinista, de lo que fue, y por eso me rencanté de nuevo con esto: es posible hacerlo, demostrarlo. Eso siento yo acá; porque la primera vez que vine a Cuba, allá por los años ochenta, éramos un grupito de gente en educación popular, era completamente distinto.
Yo digo que las condiciones de Cuba pueden ser peculiares, pero en Cuba los seres humanos tienen las mismas potencialidades y un entorno, en algunos sentidos, mucho más favorable, aunque en otros tengan limitaciones. Pero yo estoy encantada y rencantada con el proceso y sus potencialidades, con los impactos posibles del proceso, que serían algo así como revolucionar la revolución, o sea, seguir el mismo proceso revolucionario, pero mejorando algunos aspectos que todavía, por diversas razones, no han podido desarrollarse plenamente en la Revolución cubana.
No sé si los compañeros que lo están haciendo piensan lo mismo. No sé si hay conciencia de las potencialidades, el impacto y las dificultades de este proceso. Como ya dije, los conflictos, las dificultades, son parte del proceso y son lo que anima.
Por otro lado, me parece que ha sido una experiencia muy seriamente realizada en el sentido técnico profesional: aquí hay cabeza además de corazón. Hay una propuesta que no es espontánea, aunque recoge y reconoce la espontaneidad, la sensibilidad del pueblo cubano. Pero hay una apuesta teóricamente sustentable, que se puede debatir también en el plano ideológico, político y económico. Una de las debilidades de muchas experiencias de educación popular es que cuando vos las quieres llevar a un plano más social, más masivo, e incluso más académico, los compañeros y compañeras no han logrado todavía una sistematización, una apropiación en el plano teórico que les permita debatir en esos planos, porque uno está peleando en el plano de lo que hay.
Acá hay esto mucho más lindo que en otros lados, pero en todos lados hay que debatir, hay que demostrar en la práctica para generar el encantamiento de las masas, de la gente, que es lo que le da viabilidad histórica. Y también hay que debatir en el plano ideológico-cultural, y para ello hay que tener sustento teórico. El sustento teórico de la educación popular es la propia educación popular integrando sabia y críticamente otros saberes, elementos teóricos, porque en ese sentido es muy ecléctica la educación popular. En fin de cuentas, como ya sabrán, tiene una raíz religiosa, otra marxista, otra anarquista… En mí país hay una tradición anarquista muy fuerte y hemos incorporado en los textos nuestros sus textos y debates.
Este grupo del CMMLK es un equipo que no ha perdido su capacidad creativa, en el marco de un sustento teórico e ideológico sumamente fuerte, pero no en el sentido de duro, sino de interpelante.
Esas son las dos grandes cosas que he podido ver: la diversidad, es decir, que la experiencia abarca a todo el país, que se ha pensado en una perspectiva que involucra distintas partes del país, esto es, una perspectiva nacional y no sólo habanera o localizada. Creo, además, que en este proceso de formación se ha ido articulando bien lo micro con lo macro, lo teórico con lo práctico.