Estoy muy feliz de participar en este encuentro aunque creo que mi lugar aquí es impropio, porque quienes debían estar aquí serían representantes de Bolivia, de Ecuador… Yo estoy aquí como un aliado, como uno que apoya, que asume, pero mejor sería un indígena aymara, o quichua, o maya, porque ellos viven el buen vivir desde su corazón.
Hablo desde mi cultura blanca, pero nadie me impide ser solidario, sentirme indígena por adopción. Hoy nos encontramos en una situación en que la Tierra, la humanidad, está como en un vuelo a ciegas. No sabemos hacia dónde vamos, no tenemos liderazgos. La mayoría de los políticos se formaron en las escuelas de la burocracia administrativa: administran, pero no cuidan de sus pueblos y de la naturaleza. No tenemos grandes utopías: las estrellas se han apagado. Buscamos fuentes de inspiración y estamos descubriendo cada vez más que hay que revisitar los pueblos originarios, los pueblos indígenas, porque ellos tienen mucho que enseñarnos. Ellos han guardado una sabiduría, una forma de habitar y estar en el mundo que nosotros, la cultura dominante, occidental, hemos perdido.
Ellos se sienten parte de la naturaleza, se sienten hijos e hijas de la Pachamama. Tienen un gran sentido de comunidad, de inclusión de todos, que resumen en la frase “buen vivir”. Es una expresión muy difícil traducir, porque Sumak significa “elegante”, “bonito” y Kawsay significa andar de pie, andar con autonomía mirando adelante, no encorvado por la dominación. Es un conjunto de ideas que significan una vida que tiene dignidad, decencia; una vida que no se concibe fuera de las comunidades. Y todo es comunidad, pero no solamente hay comunidad entre los humanos, sino también con las montañas, con los lagos, con los aires y con la dimensión espiritual de los seres humanos, la dimensión de los abuelos, los que murieron, que no están ausentes sino que son solo invisibles, pero están ahí acompañando al pueblo, haciendo sugerencias para vivir bien.
Vivir bien no es nuestro vivir bem en portugués y español, en el que para que algunos vivan bien, muchos, muchos tienen que vivir mal. El “buen vivir” es al revés, es una categoría mística que incluye a todos y que funda una verdadera democracia comunitaria.
Ese gran pensador de la globalización, Boaventura de Sousa Santos, que es uno de los que más sabe de democracia en el mundo, acuñó la expresión democracia sin fin: democracia en la familia, en las comunidades, en el Estado, en todas partes. Él dice que el concepto de democracia comunitaria, que involucra a los seres humanos, la naturaleza y el mundo espiritual es una contribución singular que las culturas andinas están dando a la cultura universal.
Y eso es lo que buscamos: no la democracia representativa al uso, no solamente la democracia participativa de grupos que se organizan, sino una democracia que no excluye a nadie, en la que cada uno tiene su lugar, tiene algo que aportar. En esa democracia, la economía no tiene la centralidad: la centralidad la tiene la Pachamama. Pacha significa la energía universal, Pachamama es la tierra portadora de esa energía. Ella nos ofrece todo lo que necesitamos para vivir y nuestro trabajo no consiste en acumular, sino en ayudar a la Pachamama para que todos tengan lo suficiente, lo decente para vivir, no solamente nosotros: la flora, la fauna, los animales, todos son hijos e hijas de la Pachamama y tienen que ser cuidados, y nosotros destruimos y descuidamos eso. Entonces, es una visión que nos puede inspirar mucho.
La ONU, en sus últimas estadísticas, dice que hay en el mundo doscientos cincuenta millones de indígenas. Prácticamente cada país tiene en su región grupos indígenas. Hace unos años, yo visité casi el Polo Norte. Estaba en Suecia y fui a hablar con los sami, los indígenas de ellos, que son los esquimales. Ellos generalmente no aceptan hablar con extranjeros, pero los caciques explicaron que ahí había un teólogo de la liberación de Brasil (en Brasil hay mulatas, Copacabana y hay también Teología de la Liberación), así que “vamos a hablar con él”. Y vinieron tres caciques con sus acompañantes. La primera pregunta que el cacique me planteó fue: “¿los indígenas de Brasil mantienen el matrimonio entre el cielo y la tierra?” Yo capté inmediatamente, dije que sí, que mantienen el matrimonio entre el cielo y la tierra, y que de ese matrimonio nacen todas las cosas. El cacique me dijo “gracias a Dios que siguen indígenas, porque nuestros hermanos de Estocolmo ya no quieren saber del cielo, solo de la tierra y el cielo no existe. Por eso les va tan mal aquí, por eso hay tantos suicidios en nuestro país.” Me felicitó porque, dijo, “ustedes mantienen el matrimonio entre cielo y tierra”.
Yo publiqué en un libro como treinta mitos que considero de los más ecológicos de los indígenas de Brasil y le puse ese título, “matrimonio entre cielo y tierra”. Esa es la contribución que nos hacen esos pueblos: para superar la crisis bajo la cual sufrimos, ellos apuntan un camino.
El sistema habla solamente de economía. Pueden añadir mil adjetivos a la economía: humana, sostenible, verde, lo que sea, pero siempre es economía, con la lógica terrible de la economía, que en el fondo dice que el que no tiene quiere tener, los que tienen quieren más y los que tienen más dicen que nunca es suficiente. Es la economía de la acumulación, del enriquecimiento. No es economía para la vida, sino economía para el mercado, para algunos que acumulan. Y mientras sigamos por ese camino en el que el eje central es la economía, nos acercaremos más y más a un abismo sin retorno.
Pero hay una alternativa que tiene que ver con la tierra y que se inspira mucho en las contribuciones de los indígenas. Mercedes Sosa y otros insistían continuamente en nuestra pertenecía a la naturaleza. Somos una misma realidad, como dice el gran cantante indígena argentino Atahualpa Yupanki, que para mí es de los más grandes representantes indígenas de la América Latina. Atahualpa dice: el ser humano es la tierra que anda, la tierra que camina, la tierra que siente, la tierra que habla, la tierra que ama, nosotros somos tierra.
Eso lo hemos olvidado nosotros y para mí fue un supremo honor cuando el 22 de abril del 2010, Evo Morales y yo participamos en una gran recepción de la ONU donde se quería votar el proyecto presentado por Evo hace mucho tiempo y por otras culturas indígenas, de transformar el Día de la Tierra, 22 de abril, en Día de la Madre Tierra. Siempre han postergado, han rechazado el proyecto, pero a raíz de los tsunamis, del caos, del calentamiento global, ¿no se han dado cuenta de que la Tierra no es un baúl de recursos que da vueltas, que la tierra es viva, que hay que cuidarla?
Entonces se propuso ese proyecto y habló Evo Morales: fue un discurso inolvidable. Empezó diciendo: “Señores representantes de los pueblos, yo hablo en nombre de los pueblos humildes de la tierra. Les suplico a todos ustedes, que seguramente aman a sus madres, que no dejen de amar a la Madre Tierra, que está sufriendo, tengan compasión de ella, denle un descanso, para que se rehaga de esas violencias que está sufriendo y pueda rehacer sus nutrientes, tengan compasión de la tierra.” Y dijo: “el siglo XX fue el siglo de los derechos humanos, el siglo XXI será el siglo de los derechos de la Madre Tierra, de los derechos de la naturaleza”. Y ahí hizo una pausa solemne y dijo una frase que hay que repetir: “o superamos al capitalismo, o el capitalismo va a matar a la Madre Tierra”. Y miró lentamente a todos, porque ahí todos eran capitalistas, a excepción de algunos.
A mí me toco hacer el discurso más científico, mas ético. Me preparé lo mejor que pude y dije mi palabra. Pero el único argumento que entendieron, porque aplaudieron, fue cuando dije: “la tierra podemos comprarla, podemos venderla, podemos tratarla como queramos; pero a la madre no podemos comprarla, ni venderla, sino que hay que amarla, hay que respetarla, hay que cuidarla, y eso tenemos que hacer con la Madre Tierra”. Y fuimos a la votación: unanimidad, 192 votos para que a partir de ahora el día 22 de abril sea el Día de la Pachamama, el Día de la Madre Tierra.
Y esa es la contribución que los pueblos indígenas nos dan y que está pasando a la conciencia de la humanidad. Incluso, al final se anunció que se iba a hacer la reforma de la ONU y que había una cúspide vacía encima. Y yo dije: “Señor secretario, voy a hacerle una petición en nombre de los indígenas, de los pobres de la tierra. Cuando se haga la reforma de este gran salón, ponga en esa cúspide vacía un globo terrestre, una Madre Tierra. Pónganla ahí bella, azul, como se ve desde el espacio exterior. Y cuando estén confusos, perplejos, no sepan qué cosa decidir, invoquen a la Madre Tierra, que ella le inspirará a cada uno de ustedes los mejores caminos para la humanidad.
Entonces, quiero terminar mi libro sobre sustentabilidad, que escribí en función de Río+ 20 viendo de qué forma concreta ellos viven el “buen vivir”. Y ahí digo que buen vivir es saber comer, saber beber, saber danzar, saber dormir con la cabeza hacia el norte y los pies hacia el sur, saber trabajar, no como un peso, sino como una autorrealización y una ayuda a la Madre Tierra. Es saber meditar, guardar minutos de silencio, de introspección, saber pensar desde el corazón, no desde la cabeza; saber amar y saber ser amado, mantener la reciprocidad; saber escuchar no solamente con los oídos, sino con el cuerpo entero; saber hablar bien, para construir y no para destruir; saber soñar, porque todo empieza con un sueño; saber caminar, erguido, en pie, orientado por el viento y por el sol; saber respetar a nuestros ancestros; saber dar y recibir; y saber celebrar nuestros ritos.
Nosotros hemos celebrados esos ritos aquí. Para ellos los ritos son una forma de entrar en conexión con la totalidad. Flor y canto: ese es el gran tema de los mayas. Hacían congresos para escoger las mejores presentaciones de flores y las mejores poesías y cantos. Entonces, esos ritos para ellos no son como para nosotros el folklore: son una manera de entrar en comunión con las energías del universo, con la Madre Tierra. En el fondo, dicen que el corazón de las piedras, el corazón de las montañas, el corazón de los animales, el corazón humano, el corazón de Dios son un único corazón que palpita, que quiere vivir en armonía y sintonía. Porque lo esencial de sobrevivir es vivir en armonía, en equilibrio, todos con todos, con las energías, con los seres humanos, con la comunidad de vida, con Dios.
Esa es una propuesta que algunos pueden considerar utópica, pero yo digo es una utopía necesaria. Tal vez no nos organice universalmente ahora, pero en la medida en que se agrave la crisis mundial, será la gran alternativa para la humanidad. Porque yo creo que ese buen vivir es la única forma de vida que incluye a todos, no solamente a los seres humanos. No es antropocentrismo: es biocentrismo, geocentrismo, cosmocentrismo. Yo creo que vamos caminando en esa dirección y ellos desde hace siglos ya viven esa experiencia. Por eso hay que visitarlos, hay que escucharlos, hay que aprender la perenne lección que ellos nos dan.
Esta propuesta hace compleja la vida y pone al centro la tierra viva como Gaia, como Pachamama, como Alma Mater: la vida es su forma fundamental, y la economía y las demás instancias son medios para garantizar la base material, física, química de ese proyecto de la vida. Y yo creo que el gran problema es la transición de una sociedad industrial, capitalista, enemiga de la naturaleza, hostil a la vida; es cómo pasar de un tipo de civilización así, que crea una amenaza global, que puede poner fin a nuestra especie e imposibilitar el proyecto planetario humano, cómo pasar ese tipo de civilización que existe para otro tipo de civilización de sustentación de toda vida. El sistema capitalista produce degradando la naturaleza, creando grandes injusticias sociales y destruyendo el futuro de esperanza para gran parte de la humanidad. Nosotros debemos producir, porque hay que atender demandas humanas, para los humanos, y para las demás comunidades de vida. No queremos ser antropocéntricos, vamos a producir, pero respetando los ritmos y los ciclos de la naturaleza, dándonos cuenta de las capacidades que cada ecosistema tiene. Nosotros somos de una monocultura económica, una monocultura filosófica, una visión global, uniforme, lineal, si es que pensamos en Alaska, si es que pensamos en la Amazonía, si es que pensamos en las montañas de la América Latina: el mismo método, el mismo propósito. No, esa es una profunda equivocación de nuestra forma de organizar la manera como habitamos el mundo y como producimos. Hay que producir de forma adecuada en cada ecosistema para que las comunidades que ahí viven tengan autonomía, sean todas involucradas: los valores culturales, tradicionales, las fiestas, las personas, todo lo que constituye la plenitud de la ecología humana, no solamente la ambiental, sino también la social, la mental, la integral. Hay que producir en contacto con la naturaleza, aceptando todo lo que ella nos regala, y producir no para la acumulación y para el mercado, sino producir para la vida, para que todos tengan lo suficiente y lo decente. No una economía de la acumulación, sino una economía de la suficiencia, de la decencia: eso es posible. Entonces, nosotros queremos una sociedad con mercado, pero no una sociedad de mercado, que transforma todo en mercancía: eso hay que evitarlo. Y por todas partes hay ensayos con la economía solidaria, con la economía orgánica, con el ecosocialismo, con el buen vivir: mil maneras que la humanidad está encontrando como alternativas para atender sus demandas, preservar los bienes y servicios de la tierra para nosotros y para las futuras generaciones, dando reposo, tranquilidad a la tierra para que ella pueda rehacer sus nutrientes, descansar y seguir siendo nuestra madre, todo eso es posible. Hay tecnología, hay medios económicos, pero no hay buena voluntad de las personas. Hay una irracionalidad, una inhumanidad, yo diría que vivimos una cultura cruel con la vida y con todos los que sufren en este planeta. Tenemos que llegar a una economía y una cultura del cuidado, de lo suficiente, un consumo solidario, responsable, para que todos puedan estar dentro y al final puedan tener la alegría de vivir en este planeta, porque tenemos todas estas condiciones para que la vida valga la pena, que no sea un peso, que no sea una pesadilla, sino que sea una celebración y todos nosotros hijos e hijas de la alegría y no hijos e hijas de la necesidad. Y termino con un toque religioso, porque yo vengo de la teología y posiblemente hay muchos hermanos evangélicos aquí que conocen mejor la Biblia que yo. El libro de la sabiduría, capítulo 11, versículo 24 dice en forma de oración que yo hago mía: Oh Dios, tú creaste todos los seres y amas a cada uno de ellos, tú no odias a ninguno y no abandonas a ninguno de los seres que creaste, y tú los mantienes en la vida, porque tú eres el soberano amante de la vida. Entonces, nosotros creemos en Dios, que es el soberano amante, apasionado por la vida y que no va permitir que nosotros vayamos a defraudar y destruir la vida, sino que la conservaremos para que se pueda expandir y pueda irradiar.
Muchas gracias.