I
Los años noventa fueron los del antiutopismo neoliberal. Tras la caída de la Unión Soviética y de los entonces países socialistas de Europa del Este, se inició un período de unipolaridad geopolítica que, en conjunción con la nueva revolución tecnológica en curso (informática, internet, comunicaciones, biotecnología, cibernética), el ascenso del capital financiero, la ofensiva de los grupos de poder neoliberal y la consecuente emergencia de una “nueva clase trasnacional”,1 entre otros factores, favorecieron la expansión del capitalismo global, incorporando las economías y Estados del fallecido régimen y diseminando una ideología hegemónica poscomunista y multiculturalista que fomentaba la integración de culturas diversas al mercado global. El fin de la historia predicado por Francis Fukuyama sintetizaba este proceso, por demás complejo y multidimensional —en el cual las variables geopolíticas, económicas, militares, tecnológicas, comunicativas, ideológicas y culturales se entrelazaban y reforzaban unas a otras—, en un cierre de época caracterizado por ese autor como el triunfo total de la sociedad liberal (y su modelo económico), mostrada como la sociedad más exitosa y racional, y la que mejor permitía el desarrollo de las capacidades humanas de cuantas hubiesen existido y pudieran imaginarse. Así, Fukuyama partía de una constatación inmediata y parcial de los hechos, para afirmar una tesis transhistórica que cancelaba toda imaginación sobre una sociedad alternativa posible. De otro lado, el debate político sobre la posmodernidad se decantaba por la tesis del fin de los metarrelatos de Lyotard, y una política de la diferencia, en la que la reivindicación de la identidad particular, la diversidad y el valor de las experiencias locales iban de la mano con aquella tolerancia multicultural que permitía la coexistencia de discursos diversos, pero nunca esencialmente antagónicos. Quizás Lyotard, desde su izquierda desprovista de economía política, pretendía promover una sociedad emancipada de toda forma de tiranía totalizante (capitalismo y socialismo)2 que cooptara la libertad humana, y crear filosóficamente el fermento de una verdadera democracia que terminaría por desmontar la trágica herencia de la historia del siglo XX, incluyendo ese nuevo metarrelato de un bucle neoliberal infinito contenido en el texto de Fukuyama. Sin embargo, Lyotard obviaría en su crítica de los metarrelatos al metarrelato del mercado absoluto predicado por el discurso neoliberal.3 Este olvido culpable explica en parte por qué el posmodernismo resulta funcional al capitalismo global.4
De la exaltación del fragmento y de los microrrelatos, la renuncia a toda pretensión de verdad, la apuesta por el pensamiento débil (Vattimo), el rechazo a cualquier intento de comprensión de la totalidad social (lógicas estructurantes de los macroprocesos sociales), se deriva la imposibilidad de fundar un pensamiento crítico. El paradigma del conflicto parecía —en el sentido fenomenológico— haber sido superado y remplazado por el de la tolerancia despolitizada, las gratificaciones inmediatas y sustitutivas y el hedonismo autorreferencial de la sociedad del consumo. Una especie de mundo feliz hermanado por el mercado.
Si algo se destaca en los pensadores posmodernos es su incapacidad para analizar cualquier lógica estructural y procesual que explique las condiciones de producción de los fenómenos simbólicos que analizan. Una pérdida de sentido de realidad que padecen, al fin y al cabo, los habilidosos especialistas en juegos de lenguaje como Derrida y el segundo Baudrillard. Este nuevo giro lingüístico experimentado por la filosofía del siglo XX representa la cara ilustrada del antiutopismo de los años noventa. Aun sin ser precisamente neoliberales, sus discursos teóricos apuntan a la cancelación de la utopía, la imposibilidad de crear una fuerza colectiva orientada hacia la trasformación de la realidad.
Lo cierto es que, ante el fracaso de los proyectos socialistas del siglo XX, el margen de trasformación socioeconómica se restringió considerablemente,
tanto desde el punto de vista material objetivo como en términos de las representaciones colectivas sobre lo social. Sin embargo, dos décadas después el optimismo neoliberal se encuentra en jaque.
La actual crisis del capitalismo global presenta un escenario cada vez más amenazante: una creciente precarización del trabajo y de la clase trabajadora en los más diversos sectores de la producción y los servicios, que merma de forma progresiva la capacidad de consumo del consumidor; una dinámica de acumulación intensiva que no se reincorpora a los circuitos productivos de donde se extrae,5 restringiendo hasta el límite de su virtual eliminación las formas anteriormente existentes de redistribución de la riqueza, lo cual redunda en una mayor diferenciación y polarización social; un impacto ambiental sin precedentes que, no obstante, se trata de disimular o incluso instrumentalizar como un nuevo nicho de mercado y un incentivo para el crecimiento económico (en este punto, la “salida capitalista” a la crisis toma forma en el llamado capitalismo verde: “marketing verde”, turismo ecológico, proyectos de nuevas rutas comerciales tras el eventual deshielo de las regiones polares, consumo de productos ecológicos elitistas, etc.); el desmantelamiento del Estado de bienestar y el consiguiente fortalecimiento de “estados gendarmes” (Hinkelammert), preocupados por el mantenimiento del “orden” y la “seguridad pública” frente a la explosión de la delincuencia, las múltiples protestas y los movimientos sociales que surgen como reacción al desorden social creado por los ajustes estructurales. En otras palabras: una doctrina de seguridad que se convierte en una política criminal eminentemente represiva y en una criminalización de la protesta social; una ampliación intensiva y extensiva del capital,6 que continúa su expansión geográfica mediante la apropiación violenta de los recursos y la mano de obra, y que profundiza el mercado mediante privatizaciones de aquellos recursos y servicios que antes permitían la necesaria reproducción material de las personas; así como, en lo político, un secuestro del ideal y la institucionalidad democrática7 que hace oído sordo a las demandas, muchas veces multitudinarias, de la sociedad civil.
De esta crisis del capitalismo que alcanza el carácter de una crisis civilizatoria, en la medida en que su lógica de desarrollo y acumulación desigual absorbe y remplaza la lógica reproductiva del sistema, no se sigue de forma automática y necesaria una caída o desmoronamiento del mismo, ni mucho menos la emergencia de una sociedad alternativa. El capitalismo evoluciona prolongando y agudizando los conflictos, asimilando y cooptando la protesta hasta disolver su carácter radical, ofreciendo gratificaciones sustitutas, seduciendo, vendiendo la ilusión del éxito y la prosperidad y confirmándola con cada caso excepcional, reprimiendo con mano dura a los contenciosos pertinaces, ofreciendo pactos que luego presenta como logros civilizatorios, e invadiendo de la forma más diversa y creativa la capacidad crítica de la sociedad civil.8 El mundo feliz del capitalismo cosmopolita/multiculturalista, hedonista y apolítico9 es el sucedáneo fantasmático de su descomposición civilizatoria.
El nuevo escenario de la crisis del capitalismo hace pensar en la necesidad y, tal vez, la oportunidad de una nueva alternativa poscapitalista. Ante las dimensiones y cualidades de la crisis actual, la clásica antinomia entre socialismo o barbarie formulada por Rosa Luxemburgo vuelve a cobrar vigencia. Una “salida capitalista” de la crisis pasa por la agudización de los conflictos actuales, el deterioro creciente de la calidad de vida de la población, la reducción cada vez mayor de la democracia —hacia arriba, una poliarquía de elites en competencia; hacia abajo, autoritarismo y represión—, el militarismo y la criminalización de la protesta social, la comodificación de la vida (biopoder) y del medio ambiente (que incluye la posibilidad de un desastre ecológico).10
Una sociedad que destruye las propias bases de la acumulación que le da fundamento es una sociedad suicida que muestra una plasticidad totalmente incapaz de trascender sus propias contradicciones. Tal vez sea el momento de dejar atrás las mentalidades reformistas, cualquier esperanza en una lógica racional inmanente del sistema, la utopía irracional de un capitalismo con rostro humano, o la confianza en una ilusoria naturaleza humana que nos salvará del desastre. Si podremos sobrevivir al capitalismo dependerá de la praxis trasformadora, de la capacidad efectiva de recrear la sociedad mediante la acción colectiva organizada, lo cual —dicho en términos clásicos— plantea el problema del sujeto histórico de esa revolución.
II
En el debate actual sobre las posibilidades de una transición poscapitalista, se reitera la centralidad de la subjetividad para la acción colectiva trasformadora.11 Entre ellos, Gambina señala tres premisas estratégicas: 1) la resistencia y la construcción de sujetos conscientes, 2) la definición del sentido de lucha de los trabajadores (y trabajadoras) y los pueblos, y 3) la constitución de una fuerza política capaz de emprender la trasformación social.12 La primera implica una desalienación de la conciencia y la promoción del pensamiento crítico. Este eje de trabajo tiene un carácter fundamentalmente pedagógico. La segunda se refiere al necesario aporte de la economía política y las ciencias sociales en la creación de un horizonte concreto de trasformación de la sociedad, que pueda ser reconocido por los sujetos y oriente sus prácticas. La tercera constituye un talón de Aquiles de la izquierda global, y guarda relación con la capacidad organizativa, la articulación efectiva de los distintos grupos y ejes de lucha, y la espiritualidad transformadora. Estos desafíos son enormes, porque requieren que la sociedad poscapitalista vaya surgiendo (como un proyecto holográfico) dentro de los propios sujetos del cambio.
Tal vez el mayor desafío sea el de la subjetividad: ser capaz de imaginar y hacer posible la alternativa en medio de un mundo que parece inexorable.
Una rápida mirada a la realidad y la cultura política de muchos sectores anticapitalistas revela una serie de obstáculos para la promoción y la articulación de una estrategia global antisistémica eficaz:
– La insistencia en muchos sectores de la izquierda de corriente principal en identificar el sujeto histórico revolucionario con el antiguo proletariado industrial, o bien con su ampliación contemporánea en la llamada clase trabajadora. Si bien la explotación (relación capital-trabajo, la cual empieza a disolverse en las condiciones actuales de producción) sigue siendo un eje fundamental de la acumulación capitalista, no agota los mecanismos de reproducción del sistema ni las diversas dimensiones de la dominación.
– La falta de propuestas frente al modelo económico actual. No basta la denuncia antisistémica: la superación del capitalismo global requiere de nuevas formas de organización de la economía. La economía política no es solo una crítica de la economía (que recita con frecuencia los descubrimientos de Marx), sino el esfuerzo por producir nuevas formas de producción y distribución que garanticen y promuevan la lógica reproductiva.13
– La falta de estrategias complejas, multidimensionales y dinámicas. La tendencia a tratar de incidir en un solo escenario, de repetir esquemas de luchas relativamente consolidados: una especie de “táctica de desgaste”, la cual supone que si se insiste una y otra vez en el mismo punto se terminará por agujerear el muro. Pero no toma en cuenta que “el muro”, cuando lo requiere, “cambia su estructura”, su forma de operar, y, además, existe la contraofensiva. En cualquier caso, la burguesía multiplica sus ámbitos de incidencia y despliega diversas estrategias; es esencialmente proactiva en cuanto a sus mecanismos de dominación.
– La tendencia a la fragmentación y el espontaneísmo14 en numerosos movimientos sociales, que conduce a una multiplicación de acciones puntuales con metas de corto plazo, muchas veces fundadas en la justa indignación, pero carentes de un horizonte de miras más amplio y una visión de conjunto.15
– La reproducción de esquemas de poder hegemónicos en el seno de los propios agentes de cambio: sexismo, centralización, verticalismo, competencia hedonista, elitismo o burocratización (tendencias a la reproducción de estructuras de poder y de gestión).
La importancia renovada que cobran los movimientos sociales en un escenario de transformación social ante la crisis global es resultado no solo del desinterés de las elites por revertir el impacto social y medioambiental del modelo de desarrollo, y de la profundización de la desigualdad social a escala planetaria, sino, además, de la toma de conciencia acerca de la complejidad de la organización social y sus diversas formas de sujeción. Sin embargo, la diversificación de los movimientos sociales y su carácter predominantemente efímero atenta contra su eficacia trasformadora; es, paradójicamente, una expresión de las dinámicas sociales más generales contra las cuales luchan. La búsqueda y la producción incesantes de identidades primarias termina siendo la otra cara del proceso de cambio incontrolado y confuso del capitalismo global.16
No obstante, retomar de forma consciente la complejidad de la organización social y los procesos de dominación permite ampliar las fronteras de la lucha política. En este sentido, resulta estimulante el enfoque teórico desarrollado por Castells, que distingue entre relaciones de producción, experiencia y poder.17 Las relaciones de producción propias de la esfera económica actúan sobre la materia para apropiársela y transformarla en productos, consumo desigual de parte de él y acumulación de excedentes, que en el caso del modo de producción capitalista se orienta hacia la maximización del beneficio, sobre la base del control privado de los medios de producción y circulación. Las relaciones en torno a la experiencia consisten en “la acción de los sujetos humanos sobre sí mismos, determinada por la interacción de sus identidades biológicas y culturales y en relación con su entorno social y natural”.18 Estas relaciones se orientan a la búsqueda infinita de satisfacción de las necesidades y los deseos humanos.19 Mientras, las relaciones de poder buscan la imposición de los deseos de unos sujetos sobre otros, mediante el uso potencial o inmediato de la violencia física o simbólica, sobre la base de las relaciones de producción y la experiencia.20
La articulación de estas tres dimensiones en el análisis permite explicar por qué los conflictos en los cuales participan los movimientos sociales contemporáneos no pueden ser reducidos a la lucha de clase. Pero por otro lado, tampoco se sustentan a largo plazo las reivindicaciones identitarias que carecen de alguna perspectiva de economía política, y mucho menos que no entienden sus manifestaciones como parte de alguna relación de poder.21 El desafío está en descubrir las conexiones entre los distintos ámbitos de la organización social y la dominación.22 Podríamos discutir, en cambio, de modo más específico, si la esfera de la experiencia puede reducirse, como sugiere Castells, a las relaciones de género (conformadas en torno a concepciones acerca de la familia). La acción del sujeto sobre sí va más allá de las determinaciones sociales sobre su sexualidad personal e intersubjetiva, tiene muchas más facetas y expresiones; pero podría en cambio afirmarse que las relaciones de género y las construcciones culturales normativas sobre la sexualidad constituyen una matriz fundamental de la experiencia del sujeto, en la medida en que se trata de procesos constitutivos del sujeto de carácter verdaderamente trasversal y transcultural.23 El problema del Estado y su relación con el poder, al que alude Castells en clara referencia a Foucault, no podría ser más relevante para la comprensión de los movimientos sociales y sus posibilidades, en un escenario de fuertes tendencias antiestatalistas (donde la reducción del Estado consiste en el desmantelamiento del Estado interventor y el Estado de Bienestar), cuando gran parte de su capacidad de cambio y resistencia pasa por la posibilidad de interpelar y dialogar con el Estado de derecho.
III
Hablar de una praxis colectiva de trasformación de la sociedad actual significa ir más allá del campo de lo dado y pensar en el campo de lo posible. Pese a todas las limitaciones de las formas colectivas de resistencia y confrontación del capitalismo global, y a su escasa eficacia inmediata actual en la construcción de una sociedad poscapitalista, resulta necesario dilucidar las características de un nuevo sujeto histórico emergente24 o por construir.
En primer lugar, el nuevo sujeto histórico debe ser plural. La diversidad no implica necesariamente fragmentación, sino reconocimiento de la diferencia en medio de una lucha por el bien común. Ningún movimiento particular puede asimilar y comprender de forma suficiente la multidimensionalidad de la dominación. Es un hecho que los movimientos sociales actuales son diversos, pero esta diversidad no debe verse como un mal necesario sino como una conquista, en la medida en que se amplían las posibilidades estratégicas, los ámbitos de la lucha, la agudeza de las reivindicaciones y la proliferación de la resistencia. La imaginación del contrapoder se garantiza en parte por la diversificación del locus político.
Es necesario superar la fragmentación y la dispersión del “movimientismo”. Para lograr la eficacia de la lucha política se requiere encontrar convergencias y ejes de articulación entre los diversos movimientos. No es realista pensar en una hiperintegración funcional de los diversos movimientos. Las convergencias y articulaciones se dan en medio de la praxis misma, a través de complejas estrategias de contrapoder: algunas pueden tener un mayor aliento, otras pueden ser más focales o tácticas. Pero esto no sucederá por inercia, sino gracias al desarrollo de una visión de conjunto (mediación socioanalítica), la elaboración colectiva de un horizonte utópico (discusión en torno al significado del poscapitalismo) y las habilidades comunicativas de los movimientos (mediación comunicativa). No se trata solamente de una discusión interna, sino de un diálogo entre distintas corrientes.
De lo anterior se sigue una recuperación de la radicalidad. Las reivindicaciones solipsistas deben ser superadas por enfoques de bien común. Las experiencias sociales de dominación no son superables mediante pactos y ajustes cosméticos. No puede sostenerse la radicalidad fundamental de un movimiento sin economía política, pero apelar solo a la economía política resultaría unidimensional. En cualquier caso, el horizonte común no se contenta con conquistas parciales, sino con la trasformación de la totalidad social.
El ensayo de nuevos experimentos democráticos debe ser consustancial al nuevo sujeto histórico. El fracaso de la democracia en el seno del capitalismo demuestra la necesidad de reinventar la democracia. En este sentido resulta inspiradora la noción de demodiversidad,25 que implica el reconocimiento y la potenciación de la diversidad institucional que puede encarnar el ideal democrático.
Una acción colectiva de amplio alcance requerirá de articulaciones múltiples y a distintos niveles. Ello incluye las articulaciones locales y globales entre distintos movimientos y entre movimientos, sindicatos, estructuras políticas formales, diversas organizaciones de la sociedad civil, incluidos los grupos de protesta y/o resistencia focalizados (que no se convierten necesariamente en movimientos).
La noción de vanguardia histórica, tan apreciada por la izquierda de corriente principal también debe ser revisada. Tanto la experiencia histórica como el análisis teórico muestran que, una vez que se institucionaliza o se postula a priori la identificación de un grupo particular con la vanguardia se introduce una lógica de poder (y de dominación) dentro del mismo movimiento revolucionario. Tal vez sea necesario dejar que esa vanguardia emerja en la coyuntura, en función de sus virtudes propias (fundamento teórico-científico, eticidad, habilidades organizativas y estratégicas) y en la capacidad de condensar y sintetizar dialécticamente los conflictos fundamentales de la sociedad. Tal vez esa vanguardia no responda a un solo grupo, sino a una articulación de movimientos que encuentren y demuestren en su confluencia el potencial articulador y trasformador.26 Ante esta problemática, el papel de las ciencias sociales no consiste solo en dilucidar la lógica del sistema y sus contradicciones, sino, además, en denunciar el uso instrumental de las ciencias sociales para optimizar su funcionamiento y en retroalimentar a los diferentes movimientos sociales, sindicatos y organizaciones contrahegemónicas, no solo en cuanto a su conocimiento del terreno de confrontación, sino respecto a sus propias necesidades de organización y articulación. Ello incluye, por cierto, la dilucidación ideológica de las subjetividades involucradas en la lucha, así como sus dinámicas intersubjetivas. Un rol a la vez cercano y lejano del ya tradicional intelectual orgánico: cercano por sus opciones finales de lucha y compromiso, lejano por la vigilancia epistemológica27 de su propia disciplina (es decir, la salvaguarda constante de su cientificidad) y su renuncia a encarnar una vanguardia apriorística; contrario a todo antintelectualismo y a todo direccionismo o verticalismo político; una contribución que consiste en brindar un espejo —fundado en el saber académico/científico— en cada momento de la acción colectiva transformadora.
Notas
1. W. Robinson: Una teoría sobre el capitalismo global: producción, clases y estado en un mundo trasnacional, Ediciones desde Abajo, Bogotá, 2007.
2. Entiéndase las experiencias de socialismo real que se derrumbaron al final de los años ochenta.
3. F. Hinkelammert: El mapa del emperador: determinismo, caos, sujeto, DEI, San José, Costa Rica, 1996, pp. 141-184.
4. Ver las tesis de Fredric Jameson sobre la posmodernidad como lógica cultural del capitalismo tardío.
5. W. Robinson: op. cit.
6. Id.
7. Ver A. Borón: “Crisis de las democracias y movimientos sociales en AL: notas para una discusión”, en OSAL, no. 20, 2006, pp. 289-304.
8. Deleuze advirtió el paso de las sociedades disciplinarias (analizadas por Foucault) a las sociedades de control, en parte basadas sobre la información acerca del individuo y en la promoción del deseo compulsivo en el sujeto. Un sujeto “sujetado” mediante su deseo (máquinas deseantes). La probabilidad de que el sujeto rebelde se convierta en un sujeto deseante, esclavizando a su deseo mediante el mercado, donde son precisamente sus dimensiones subjetivas las que son ingresadas en este circuito pulsión-consumo: de este modo, incluso los rasgos de la identidad personal, la experiencia del mundo y su búsqueda de libertad pueden ser trasmutados en un nuevo imperativo de goce perpetuo a través del mercado, trascendiendo las fronteras de la tradicional industria del entretenimiento y desarrollando lo que podríamos llamar una industria de la experiencia de sí.
9. S. Zizek: En defensa de la intolerancia, Ediciones Sequitur, Madrid, 2008.
10. En la situación planteada por la sociología del riesgo y los teóricos de la reflexividad, el carácter complejo y sinérgico de las variables ambientales hace imposible anticipar con precisión el punto de no retorno en el que la crisis se convierte en desastre. Ver S. Zizek: op. cit.
11. Ver F. Hinkelammert: op. cit.; F. Hinkelammert: Cultura de la esperanza y sociedad sin exclusión, DEI, San José, Costa Rica, 1995; A. Borón: op. cit.; F. Houtart: “Los movimientos sociales y la construcción de un nuevo sujeto histórico”, en A. Borón: La teoría marxista hoy, CLACSO, Buenos Aires, 2006, pp. 435-444; J. C. Gambina: “Resistencia internacional a la globalización neoliberal”, en Chiapas, no. 12., 2001, México D.F., y “La crisis de la economía mundial y los desafíos para el pensamiento crítico”, en J. C. Gambina (comp.): La crisis del capitalismo y sus alternativas: una mirada desde América Latina y el Caribe, CLACSO, Buenos Aires, 2010, pp. 77-92.
12. J. C. Gambina: op. cit., 2010, p. 91.
13. En este sentido, el movimiento feminista avanza con diversas y estimulantes propuestas, aún embrionarias, para la recreación de un modelo económico alternativo, paralelo al desarrollo del innovador movimiento por el decrecimiento.
14. El espontaneísmo muchas veces se conjuga con una actitud antintelectualista de consecuencias fatales para el éxito y la sobrevivencia a largo plazo de un movimiento.
15. Un ejemplo lo constituye el movimiento 15-M, a quien Zygmunt Bauman ha calificado como movimiento emocional. Sin embargo, habría que seguir su evolución futura y ver si es posible que se convierta en un movimiento antisistémico y propositivo. En parte, dependerá de si es capaz de superar su actual solipsismo y de aprender de otros movimientos que le anteceden y le llevan ventaja en cuanto a “capital” de pensamiento crítico.
16. M. Castells: La sociedad red, Alianza Editorial, Madrid, 1998, p. 29.
17. Ibid., pp. 40-41, 42.
18. Ibid., p. 41.
19. Id.
20.Id.
21. En ese sentido sorprenden las afirmaciones de apoliticismo de algunos sectores del movimiento 15-M o de algunos sectores de los movimientos por la diversidad sexual. En el último caso, si bien menos evidente, habría que asumir desde una perspectiva foucaultiana el carácter eminentemente político de toda reivindicación sexual, en la medida que se enfrenta y busca ampliar los marcos normativos en el ámbito de la sexualidad humana, correspondiente, en el esquema de Castells, al ámbito de la experiencia.
22. Podría hablarse también de “dominación” respecto a la esfera político-ideológica y cultural y de “explotación” en la esfera específicamente económica. En todo caso, ambos aspectos se encuentran interrelacionados.
23. En el sentido de que dicha problemática, independientemente de sus especificidades históricas, está presente en todas las sociedades, y cuya tendencia predominante es la dominación masculina.
24. Tanto Borón como Houtart parecen asumir la emergencia de ese sujeto en medio de las diversas contradicciones de la lucha social.
25. Sousa Santos citado por Borón: op. cit.
26. Si se me permitiera avanzar una hipótesis al respecto, me inclinaría a pensar que en el horizonte próximo esa articulación vanguardista podría darse entre lo mejor del movimiento feminista y las propuestas de economía social solidaria y el movimiento por la economía del decrecimiento. Cabe recordar aquí que la cuestión feminista no es solo un problema de discriminación de la mujer: se trata de un problema antropológico más amplio sobre las formas de organización de la sociedad, sobre las relaciones de poder y sus efectos, sobre la producción cultural y el propio modelo económico. La economía política cobra cada vez una importancia mayor en el feminismo. En este sentido, recientemente se están dando aproximaciones interesantes entre el decrecimiento y la economía feminista descolonizadora.
27. P. Bourdieu, J-C. Passeron, J-Claude Chamboredon: El oficio del sociólogo : presupuestos epistemológicos, 2da. ed., Siglo XXI, México, 2008.