La Gran Depresión del siglo XXI inaugura la administración Obama

Wim Dierckxsens

La crisis actual como crisis civilizatoria

l mundo capitalista enfrenta desde fines del 2007 una crisis que cada día parece más profunda. Cuando los medios dominantes anuncian el final de la crisis, ocurre un colapso peor. Se elige un nuevo presidente de los Estados Unidos y nada cambia aparentemente. Surgen preguntas como, ¿dónde está el final de la crisis? Es un hecho que las crisis son inherentes al capitalismo. Sin embargo, esta no parece ser una crisis más del capitalismo. Muchos autores afirman que la economía mundial se encuentra ante un abismo peor que el de la Gran Depresión. Así lo considera el anterior presidente de Goldman Sachs, Joseph Giannone, en su artículo “Whitehead Sees Slump Worse than Depression”.1 A su vez, Michael Chossudovsky señala en “The Great Depression of the 21st Century: Collapse of the Real Economy”,2 que la actual crisis es mucho peor que la Gran Depresión, ya que los principales sectores de la economía se encuentran afectados conjuntamente. Entonces, ¿estamos ante una crisis más del capitalismo o frente a una crisis sistémica? Cada vez más es mayor el número de voces que afirman lo segundo. ¿Que habrá entonces después de una crisis sistémica? No creo que un Bretton Woods II, como se ha predicho recientemente, solucione la crisis, porque se trata de un enfoque netamente financiero y monetario y no responde a la crisis en sus diferentes dimensiones. Hoy enfrentamos un nuevo tipo de crisis y no es posible dar respuestas sin entender qué tipo de crisis atravesamos.
Estamos en una coyuntura en la que la crisis del capital se combina con una crisis ecológica y climática a escala mundial. En realidad, como dice François Chesnais en “Discutir la crisis”,3 estamos ante el riesgo de una catástrofe, pero no ya del capitalismo en sí, sino de la humanidad. Estamos ante una situación catastrófica en la cual la naturaleza, tratada sin la menor contemplación y golpeada por el hombre en el marco de un capitalismo consumista y depredador, reacciona ahora de forma brutal. Sin embargo, tanto ahora como en el pasado, la lógica del capital no reconoce las mal llamadas “externalidades” de la economía, a no ser que vea afectada su tasa de ganancia. Es una actitud autodestructora. Si no hacemos nada, el calentamiento global cobrará sus víctimas. Entre el 20% y el 30% de las especies vivas podrían desaparecer de aquí a un cuarto de siglo. El cambio climático repercutirá fuertemente hasta en la especie humana misma. Aparecen epidemias, el acceso al agua se dificulta cada vez más y se encarece, y ello hace que se agudice como nunca antes la disputa por la tierra. Estamos acabando con la naturaleza, pero no percibimos que, a la vez, ella nos amenaza. La crisis actual viene a expresar no sólo los límites históricos del propio sistema capitalista. Enfrentamos también una crisis de la modernidad que considera a la naturaleza como un objeto de explotación. En síntesis, estamos ante una crisis de la civilización occidental que integra estas diferentes dimensiones.
Una dimensión fundamental de la actual crisis sistémica, en opinión de Samir Amin en “Débâcle financière, crise systémique: réponses illusoires et réponses nécessaires”,4 es el acceso cada vez más difícil a los recursos naturales, si se compara la situación de hoy con la de hace siete décadas. Durante la Gran Depresión del siglo XX, la escasez relativa de los recursos naturales nunca fue un elemento a tomar en consideración. El actual sistema consumista de producción le impide a la mayoría de los habitantes del planeta (los pueblos de los países del Sur) el acceso a sus recursos naturales. En tiempos pasados, un país emergente podía satisfacer su demanda de recursos sin poner en discusión los privilegios de los países ricos. En la actualidad ya no es posible. Los países ricos (un 15% de la población mundial) acaparan anualmente, por su estilo de vida y patrones de consumo, el 85% de los recursos del planeta. Ante la creciente escasez, los países ricos difícilmente permitan el acceso de los países emergentes a sus propios recursos. El conflicto por los recursos naturales entre Norte y Sur constituye, por tanto, el eje central de la lucha actual y de los tiempos venideros.
Resulta un hecho estratégico para la lucha de los países del Sur que esos recursos estén concentrados en el propio Sur. La crisis financiera y la crisis de la economía real impulsarán una mayor desconexión del Sur del proceso de globalización, es decir, de la influencia económica del Norte desarrollada bajo la globalización neoliberal. La desconexión del Sur le permitirá una mayor proyección de su economía en beneficio propio y potencialmente una reconexión con las necesidades populares. Un menor acceso de los países del Norte a los recursos naturales impedirá sostener el estilo de vida de Occidente basado en el consumismo. Se demandará una desmaterialización absoluta en la producción, lo que se traduce en una prolongación de la vida media de los productos. La rotación del capital disminuye y con ello se llega al límite mismo de la lógica de acumulación del capital.
Un recurso natural especialmente estratégico que continúa agotándose es la energía de origen fósil. El proceso de globalización neoliberal, con su criterio de la eficiencia, ha duplicado la distancia del transporte de bienes y, con ello, la demanda de recursos energéticos. La demanda de petróleo ha superado en los últimos años la capacidad de su producción, es decir, la oferta. La sustitución en gran escala de energía fósil por otras fuentes energéticas es la opción del capital para no cambiar el estilo de vida occidental, garante del proceso de acumulación de capital. La sustitución de petróleo por agrocombustibles en los últimos años implicó un alza del precio de los alimentos básicos. La consecuencia es una crisis alimentaria crónica en los países del Sur. Cuando estalló la crisis alimentaria de los últimos dos años, el capital no necesitó una intervención estatal para enfrentarla. La muerte lenta de las mayorías por hambrunas no significa una crisis real para el capital. Sólo lo es una crisis de la tasa de ganancia. Así se encadenó, durante el último año, la crisis de recursos energéticos con la crisis alimentaria, lo que generó una crisis de la ética.

Socialismo o barbarie: ¿mito o realidad?

Si ya no hay recursos naturales suficientes para poder garantizar en el futuro el estilo de vida occidental para el 15% de la población mundial, ¿que sucede si países emergentes como Brasil, Rusia, India y China (el llamado BRIC), así como el Sur en su conjunto, aspiran a tener un mayor acceso a dichos recursos en beneficio de su destino propio? Si con ese estilo de vida no hay recursos suficientes para una minoría, menos habrá para países emergentes como China, por ejemplo, que aspira a tenerlo. No habrá acceso exclusivo seguro a esos recursos sin control militar del planeta. Para los Estados Unidos y Europa ese control ya es una política, que continuará con la administración Obama. Si fuese por poder adquisitivo, China tendría hoy más capacidad de acaparar tales recursos. Cuando la capacidad económica de Occidente no basta, la amenaza de guerra se tiende a incluir como recurso político, y ello será cierto incluso durante la administración Obama. El pacto trasatlántico con la OTAN, que incluye a Israel, puede ser la vía en los años venideros. Sin embargo, Europa queda en medio de un posible conflicto, hecho que le resta fuerza a la tesis de la OTAN.
En este contexto, Edward S. Herman y David Peterson5 han subrayado recientemente que las principales amenazas actuales en el planeta son la de una guerra nuclear y la del calentamiento global. En teoría, la guerra nuclear se puede evitar con facilidad, dicen estos autores. Evitarla implicaría un bajo costo y el desarme más bien liberaría recursos para mejorar las condiciones de vida de las mayorías excluidas actualmente. La lucha contra el calentamiento global, en cambio, ya no se puede evitar y resultará muy costosa. Sin embargo, eliminar la amenaza de una guerra nuclear y emprender una política de desmilitarización va en contra de los intereses del conjunto del complejo militar industrial y los intereses privados de los países centrales. En la actualidad son precisamente esos intereses privados los que pesan en la toma de decisiones políticas. Lo anterior no deja mucho espacio a la administración Obama. La pregunta es, ¿bajo qué condiciones podemos evolucionar hacia un nuevo orden mundial más justo y equitativo que incluya el respeto a la naturaleza? La respuesta más probable es que esta transición no se dará sin lucha de clases a nivel internacional, sobre todo entre Norte y Sur.
Alexander Cockburn, en “Lo peor de Clinton, con Obama”,6 señala que el nombramiento de Rahm Emanuel como jefe de gabinete y guardián de Obama es tan siniestro como el de Carter cuando instaló al archiguerrerista de la Guerra Fría Zbigniew Brzezinski como su Asesor Nacional de Seguridad. Cockburn lo considera un superhalcón belicista del Likud que cuando trabajó en la Casa Blanca de Clinton contribuyó a la aprobación del NAFTA, la ley del crimen, el presupuesto equilibrado y la reforma de la asistencia social. Estuvo a favor de la guerra en Irak, y cuando presidió el Comité Demócrata para la Campaña Electoral en el Congreso, en el 2006, hizo grandes esfuerzos por eliminar a candidatos demócratas contrarios a la guerra. En el 2006 Emanuel publicó un libro junto con Bruce Reed llamado The Plan: Big Ideas for America, que contiene una sección dedicada a la “guerra contra el terror”. Emanuel y Reed afirman: “Tenemos que fortalecer ‘la delgada línea verde’ de los militares en todo el mundo, aumentando las fuerzas especiales y los marines de los Estados Unidos y ampliando el ejército norteamericano con otros cien mil soldados… Finalmente, debemos proteger nuestra patria y nuestras libertades cívicas creando una nueva fuerza interior de contraterrorismo como el M15 de Gran Bretaña”. La opción de Emanuel parece apuntar a la barbarie.
Las complejas dimensiones de la crisis que plantean los actuales y eventuales acontecimientos bélicos nos colocan en medio de una crisis de la humanidad. Estas dimensiones, en las que se conjugan el conjunto de sus contradicciones, marcan los límites históricos del capitalismo. Esa conjugación de contradicciones es expresión de los límites históricos del sistema vigente, de ahí que se manifiesten como una crisis de civilización. Los Estados Unidos no disponen de recursos económicos para ir a una guerra más amplia, ni los países acreedores tienen una mayor disposición, como veremos a continuación, para continuar financiando a los Estados Unidos. Lo anterior pone límites objetivos a una nueva conflagración mundial. Sin embargo, incluso si excluimos el estallido de una guerra de gran magnitud, existe en el presente la amenaza concreta de una guerra atómica. Esto es algo que prácticamente excluimos de nuestras discusiones, pero durante la administración Obama se puede imponer como un hecho real.
Una guerra atómica en medio de una profunda crisis resaltará lo irracional de la racionalidad económica vigente. Un desarrollo prolongado de la crisis en sus diferentes dimensiones económicas, ecológicas y militares, que amenazan la vida del planeta, hará cada vez más evidente la actual crisis como una verdadera crisis civilizatoria. Una humanidad que renuncia a la vida perdería el derecho a la existencia. En medio de tal crisis civilizatoria emergerá la ética de la vida. En esa crisis el dilema entre socialismo o barbarie no sólo se planteará de manera inmediata, sino que la balanza se inclinará por el primero. Alain Grez, en su artículo “El consenso de Pekín”,7 especula que en el contexto de la crisis civilizatoria, el Consenso de Washington tenderá a ser remplazado por un llamado Consenso de Pekín o Consenso del Sur que apunta a la autodeterminación en las decisiones y el rechazo a las imposiciones de potencias occidentales; a la prioridad de la calidad de vida sobre el Producto Interno Bruto; y a un acento mayor en la innovación. Aunque los términos del planteamiento son debatibles, queda claro que, como nunca antes, desde la descolonización, los países del Sur tendrán la oportunidad histórica –como lo prueban las cumbres del BRIC– de llevar a cabo políticas independientes y encontrar socios no alineados con el imperio. Se tejerán así nuevas relaciones más horizontales en un mundo multipolar.

Cuando la Torre de Babel del siglo XXI se desploma

El mundo capitalista se encuentra entonces ante una crisis sin precedentes. Según J. R. Nyquist8 pareciera que los políticos han perdido el control. Sin embargo, el autor sostiene acertadamente que los políticos nunca controlaron la llamada economía de mercado. La economía de mercado es una criatura de sí misma, con sus propias leyes, que no responden a políticas de intervención. El descomunal tamaño que ha alcanzado la economía financiera con respecto a la economía real en los tiempos recientes es de diez a uno, fenómeno que ha ido de la mano con una creciente internacionalización de las economías y con procesos de desregulación e integración financiera. Ante la crisis, son ahora los mismos especuladores quienes exigen que sus gobiernos “arreglen” la economía. Lo piden para salvar sus ganancias, aunque parezca ser en beneficio del bien común. Claro, los gobiernos tienen instrumentos. Pueden bajar las tasas de interés, emitir dinero, impulsar el flujo de crédito entre bancos, nacionalizar bancos en quiebra, etc. Todas estas medidas no evitan lo que viene: la Gran Depresión del siglo XXI.
¿Por qué? En palabras de Ludwig von Mises, “no hay forma de evitar el colapso final de un burbuja generada por una expansión monetaria sobra la base del crédito (deuda). La única alternativa para evitar un colapso mayor es que la crisis se dé más temprano como resultado de un abandono voluntario de la expansión del crédito. Esto hubiera sido posible a partir del colapso de la burbuja bursátil entre marzo del 2000 y septiembre del 2001. Sin embargo, a partir del 11 de septiembre, la Reserva Federal de los Estados Unidos mantuvo la política de bajar metódicamente las tasas de interés y optó así por estimular la burbuja más grande de la historia del capitalismo. Muchos países de Occidente y más allá siguieron el ejemplo. Al menos el 70% de la economía mundial enfrenta en la actualidad una crisis hipotecaria. El crédito, sin embargo, va mucho más allá. Hay una crisis de la deuda privada (tarjetas de crédito), pública y empresarial. El resultado final será el fin del sistema monetario vigente”.9
Si aumentan los autores que como nosotros afirman que la actual crisis será peor que la Gran Depresión de los años treinta es por una razón simple: nunca hubo semejante burbuja financiera en la historia del capitalismo ni semejante integración financiera a escala mundial. Los derivados (que funcionan como crédito sobre crédito sin ninguna conexión ya con la inversión real), han sido la causa principal de la magnitud de la burbuja y, con ello, de la crisis planetaria en marcha. La pirámide de crédito funciona mientras exista un constante influjo de fondos aportados por nuevos inversionistas a crédito, o sea, mientras se ensanche la pirámide. Conforme se ensancha el edificio, se produce la ilusión de que todos salen ganando. En esencia, se trata de un sistema de inversión en el que la promesa y la entrega de ganancias no dependen de la inversión real, sino de la llegada de nuevos inversionistas sobre la base de nuevos créditos aportados. Se trata de un edificio piramidal construido con puro capital ficticio. Mientras exista la fe en que se puede hacer real la ganancia, la pirámide se agranda. Para lograrlo se necesitaba mantener al gobierno fuera de los controles, y preservar así la fe ciega en la obra. Los bancos centrales, y en primer lugar la Reserva Federal, tuvieron responsabilidad directa en el asunto.10
En la base de la pirámide estaban los créditos hipotecarios. El único componente real aquí estaba dado por las casas que responden ante las obligaciones hipotecarias. Los bancos revendían las hipotecas, a menudo mezcladas con otros productos financieros. Los vendieron a fondos de pensiones u otros bancos, con frecuencia fuera de los Estados Unidos. Con ese dinero se otorgaban nuevas hipotecas para construir una nueva etapa de la pirámide, y así sucesivamente hasta llegar a las hipotecas a personas sin capacidad de pago. Las hipotecas subprime11 son apenas la cara más visible del estallido de la crisis, pero no su esencia. En el camino aparecen los seguros involucrados en el negocio. Un complejo sistema de derivados financieros elevó la pirámide a cotas desconocidas en la historia del capitalismo. La “torre de Babel del siglo XXI” alcanzó a mediados del 2008 algo más de seiscientos billones de dólares, es decir, diez veces el Producto Bruto Mundial.12
Un sector financiero que se separa de la creación de valor en la economía real y productiva es capaz de crear ganancia ficticia, pero sin respaldo en valores reales. Cuanto más profundo sea el sistema financiero y más apartado esté de la creación de valor y plusvalía, cuanto mayor sea, además, ese crédito otorgado y más países estén involucrados en esa lógica, tanto más profunda, prolongada y extensa será la crisis y mayor también la destrucción de capital ficticio. Nunca antes en la historia moderna hubo semejante burbuja especulativa alrededor del globo. ¿Cómo pude irse tan lejos? ¿No habíamos aprendido de las recesiones anteriores? Las lecciones aprendidas con la crisis de los años treinta no nos previnieron de una nueva depresión, tal como se creía firmemente hasta hace poco. Puede que viejos errores no se hayan cometido en la actualidad, pero se cometieron y cometerán otros errores aún más graves. Sin embargo, el mayor error que se volvió a cometer es no distinguir la diferencia entre ganancia y plusvalía. Una ganancia sin respaldo en la economía productiva por su contenido (hay servicios productivos), carece de plusvalía y resulta ser una ganancia ficticia. El capital invertido es capital ficticio.13 Esta distinción requiere entender la teoría del valor trabajo de Marx, y llama la atención que las obras de Marx se ponen otra vez de moda.
El capital que se desarrolló así tenía una existencia estrictamente virtual. Era como una cascada infinita de anotaciones contables y de registros electrónicos. Una pura ilusión, un espejismo de riqueza. Tarde o temprano tenía que derrumbarse ese gigantesco castillo de naipes.14 La amplitud de la crisis actual no tiene precedentes. A diferencia de la Gran Depresión del siglo XX, la ilimitada expansión monetaria y el enorme déficit presupuestario conllevan colapsos de monedas, en primer lugar del dólar como moneda internacional. A diferencia de la Gran Depresión, países enteros pueden caer hoy en bancarrota, como sucede con Islandia, Hungría y Ucrania, y puede suceder mañana con países grandes como Italia. A diferencia también de la época de la Gran Depresión del siglo XX, el mundo está más integrado que nunca y una crisis en la economía real a escala global no salvará ni a los países con mayor empuje económico como China.
Entonces, ¿que se puede hacer? ¿Caben aquí las regulaciones? Las mismas, afirma François Houtart en “Panel sur la crise financiere ONU”,15 sólo caben en tanto constituyan etapas de una transformación radical que permita una salida a la crisis que no sea la guerra y no prolonguen la lógica destructiva de la vida. Por tanto, no basta con reordenar un sistema: se trata de transformarlo. Ello constituye una obligación moral, y para comprenderla se requiere adoptar el punto de vista de las víctimas. En el plano internacional, predominará en primera instancia el “sálvese quien pueda”, hasta que quede claro que no se salvará ni el capital dominante. En ese contexto, suele triunfar con el tiempo la lucha a nivel mundial con una ética solidaria y una ética del bien común. Ello implica reconocer y manifestar la convicción de que el conjunto de crisis financiera, alimentaria, energética, climática, del agua, social, etc., no se resuelve sino mediante un cambio civilizatorio, y la convicción de que podemos transformar el curso de la historia. Por tanto, resulta un asunto eminentemente político no limitarse a las dimensiones financieras de la crisis, sino considerar la misma crisis en sus múltiples dimensiones.

Proteccionismo, colapso del comercio internacional y desconexión

La gran crisis financiera desemboca en otra crisis gigantesca en la economía real. El diario Le Monde no se anduvo con rodeos el lunes 27 de octubre del 2008 al describir el estado de la economía mundial: luego de anunciar en la cubierta, con un título catastrófico, que las bolsas habían perdido veinticinco billones de dólares, concluye en las páginas interiores de una forma más lapidaria: “Los mercados bursátiles, chupados por el vacío”. Al día siguiente, los ingleses llenaban también las primeras páginas con la noticia de que las pérdidas bancarias y financieras ya llegaban a los 2,8 billones de dólares. Hasta el Financial Times se sumaba a la competencia catastrofista para mostrar que detrás de las bolsas de Indonesia y Rusia –habían perdido el 95 y el 76% respectivamente de su capitalización– había una larga fila de países cuyos mercados de capitales se desintegraban. El vicepresidente del Banco de Inglaterra tampoco se quedó atrás al señalar que nos encontramos ante la mayor crisis en la historia de la humanidad.16
Con sus intervenciones de salvación a los bancos y empresas transnacionales, la Reserva Federal de los Estados Unidos crea más capital ficticio, con la intención de mantener la ilusión de un valor del capital que está a punto de derrumbarse. Lo hace con la perspectiva de tener en algún momento la posibilidad de aumentar fuertemente la presión fiscal, cosa en realidad imposible, porque eso significaría el congelamiento del mercado interno y la aceleración de la crisis en tanto crisis real. Asistimos, entonces, a una fuga hacia adelante que no resuelve nada.17 La administración norteamericana financia de esa forma su propia incapacidad de pago, lo que a su vez le brinda más poder centralizador a la banca para definir el quehacer del gobierno en la crisis. El resultado es la profundización de la crisis en la economía real. Con la crisis financiera, nos encontramos apenas en la fase inicial de una crisis mucho mayor. La misma promete ser muy larga y profunda. Ya tenemos delante un segundo momento de la crisis: el proceso de propagación de la recesión. Esta se transformará en una brutal crisis de superproducción a escala planetaria. En los Estados Unidos y Europa ya comenzó este proceso, que se expandirá. Como la industria automotriz depende en gran medida del crédito, y este se ha visto reducido radicalmente, las ventas caen bruscamente, golpeando en primer lugar a ese sector. Es ahí donde se anuncian ahora las quiebras con desempleo masivo, baja salarial, inseguridad laboral, es decir, la crisis social. Luego vendrá la crisis de las tarjetas de crédito y caerán las ventas de todos los productos y servicios. Hasta los propios gobiernos tendrán dificultades crecientes para obtener crédito, como veremos a continuación. El Global Europe Anticipation Bulletin (GEAB), en su edición 28 del 15 de octubre del 2008, afirma que la crisis sistémica global en el 2009 será mucho más impactante que la crisis de los años treinta. Dan para ello algunas razones. La deuda pública de los Estados Unidos está fuera de todo control, y se estima que alcanzará un 70% del PIB en el año próximo. Sin embargo, esta es apenas la punta del iceberg, afirman. La deuda privada en los Estados Unidos puede alcanzar el 300% del PIB. Como consecuencia, esperan para el año 2009 una profunda recesión.
La intervención estatal en la economía real se inicia en la industria automotriz y sin lugar a dudas traerá consigo medidas proteccionistas. Lo mismo sucederá en otros sectores considerados estratégicos como la aviación o la computación. Con un mayor proteccionismo, la crisis se torna inmediatamente mundial. El proteccionismo es un “sálvese quien pueda”, a nivel del capital dominante, que no los salvará. A partir del proteccionismo colapsará el comercio internacional, lo que afectará sobre todo al capital transnacional. La quiebra de las empresas transnacionales en el futuro cercano será impactante. En ese contexto, triunfará la tesis de la desconexión del Sur y la posibilidad de generar un nuevo orden económico internacional. Si hasta la fecha la desconexión del proceso de globalización se ha logrado en la América Latina contra viento y marea, a partir de la crisis real a nivel mundial recibirá viento en popa. La oportunidad y la necesidad de la desconexión se darán en el mundo entero, lo que generará un clima más favorable para un cambio profundo.

El colapso del dólar y del actual sistema monetario en el 2009

Al exportar más de un 40% de su Producto Interno Bruto, China sufrirá particularmente una contracción de su economía con un colapso comercial a escala global. Miles de fábricas ya cierran en China. Sólo en la provincia de Guangdong se cerraron nueve mil fábricas por la crisis financiera en los Estados Unidos, según la edición del Epoch Times del 26 de octubre del 2008. Ante la contracción de las exportaciones, China y otros grandes acreedores de la economía estadounidense (los países árabes petroleros) vuelcan sus inversiones hacia adentro, en busca de la creación de un mercado interno. Como en el pasado China dependió en alto grado del mercado externo, el país acumuló más reservas internacionales en dólares que ningún otro país emergente. Las reservas internacionales totales crecieron desde el año 2001 a una tasa anual explosiva del 26,5%, y alcanzaban en agosto del 2008 casi los siete billones de dólares. Más del 70% de las mismas están en manos de los países emergentes, con China en primera línea.
En agosto del 2008 se paralizó de repente el crecimiento de las reservas internacionales globales y se observó un cierto reflujo. La lectura es que los Estados Unidos ya no logran obtener crédito externo. En este punto de la recesión, ¿qué motivo tienen los socios comerciales de los Estados Unidos para seguir comprando los bonos del tesoro y devaluar sus monedas? El resultado es un gobierno federal de los Estados Unidos insolvente. Conforme los países emergentes como China deseen transformar los billones de reservas internacionales que poseen en moneda nacional para financiar su infraestructura interna, la curva podrá adquirir un descenso pronunciado. Lo anterior comprometería el valor del dólar seriamente y podría causar incluso su colapso.
¿Cómo se explica entonces que en la actualidad el dólar esté subiendo? En su artículo “US Dollar Death Dance”,18 Jim Willie afirma que se trata del último tango del dólar antes de su colapso. En la actualidad hay una enorme demanda de liquidez para salir de papeles especulativos y compromisos de pago electrónicos. Hay una fuga general hacia el efectivo como parte de una liquidación de mercados en todas las áreas, y también acumulación de liquidez, porque las empresas no pueden contar con el crédito bancario a corto plazo que usan para pagos de salarios y operaciones en curso. El dólar es la moneda por excelencia para obtener dicha liquidez. De ahí la fuga de capitales (a menudo golondrinas) de los países del Sur. También hay una fuga hacia el dólar en busca de un puerto más seguro. Ello se vislumbró a partir de la reciente crisis en Georgia. El euro perdió terreno inmediatamente. Aunque repunte el dólar, la economía real de los Estados Unidos está colapsando. ¿Qué pueden hacer los Estados Unidos frente a esta crisis?
En “Sobrevivir el próximo colapso del US Dólar”,19 Christopher Laird afirma que sin crédito las economías del mundo se contraen, y así también, y mucho, la norteamericana. El crédito no está volviendo. Cierto, la tasa libor (tasa de préstamo entre bancos) ha mejorado. Pero estos prestamistas no están prestando, sino que cubren sus propias necesidades y acumulan efectivo, tal como se ven obligadas a hacer las empresas desde que los mercados de crédito a corto plazo están congelados. Lo que eso significa para el dólar estadounidense es que, mientras el mundo pierde su motor económico y cae en una depresión económica, el muy abusado dólar pierde atractivo. Cuando la depresión económica se haga sentir, los déficit fiscales de los Estados Unidos, que ya llegan al billón al año, no tendrán financiamiento, ya que los socios comerciales dejarán de comprar notas/billetes del Tesoro. Entonces, el dólar estadounidense sufrirá un colapso.
Hugo Salines Price, en su artículo “The Strange Case of Falling International Reserves”, publicado en www. fanancialsense.com, estima que los países exportadores ya no adquieren más deuda norteamericana ni europea. Cada vez más fondos soberanos aprovecharán para adquirir capital real en Occidente, en lugar de ampliar el crédito internacional. Si este es el caso, la deuda en general, y especialmente la deuda fiscal norteamericana, ya no encontrará financiamiento externo. Lo anterior implica la necesidad de financiarla internamente, ya sea sacrificando el sistema de seguros o imprimiendo dólares. Lo último sucede ya a gran escala, lo que implicará una severa inflación en los Estados Unidos, que ya no se puede exportar. Es en la coyuntura actual de un posible colapso del dólar que podemos esperar que se creará un Nuevo Dólar.
Adrian Salbuchi20 estima que el próximo paso será que el Tesoro y la Reserva Federal declaren una emergencia económica nacional e introduzcan un cambio de moneda: un Dólar Nuevo que se basará otra vez en el patrón oro. Para lograrlo bastaría aprovechar un feriado bancario para instrumentar el recambio de moneda. Según Salbuchi, para su transición se determinarán términos beneficiosos para aquellos bancos, empresas, ciudadanos y aliados preferidos (o sea, se les reconocerá un Dólar Nuevo por cada dólar viejo). Luego, con determinados poderosos en posesión de dólares y bonos del tesoro, se negociará, según claros intereses geopolíticos, que determinadas instituciones y empresas puedan transformar sus tenencias en dólares actuales por dólares nuevos según otras paridades. Por último, al resto de los tenedores de dólares –a los ahorristas privados en todas partes del mundo– se les dirá que los Estados Unidos dejarán que el mercado local e internacional determine la paridad entre el Dólar Nuevo y el viejo dólar. Entonces veremos a los cambistas locales ofreciendo diez o veinte viejos dólares por cada nuevo. Es un “corralito a escala global”21 y una expresión clara del “sálvese quien pueda”.
La introducción de un Nuevo Dólar dejará al viejo dólar y a todos los papeles (bonos) en esa moneda como papeles sin valor que se podrán vender a partir de entonces en apenas un 10% o tal vez menos de su valor nominal. El costo de ese desastre lo pagaría todo el que tenga dólares, y no tanto el contribuyente norteamericano. Las estructuras de poder globales de los Estados Unidos permiten transferir de esa manera los efectos más nocivos de la crisis a terceros países y sobre todo a los países emergentes que poseen el 70% de las reservas internacionales. Los Estados Unidos son el único país que tiene esa alternativa para hacer frente a la crisis, y no resulta improbable que utilice ese mecanismo. La política tendrá el efecto de una bomba de neutrones en el mercado financiero internacional y arrastrará a toda la economía global.
Webster Tarpley, en su artículo “Secret Plan for IMF World Dictatorship”,22 advierte en este contexto sobre una tendencia durante la administración de Barack Obama a un gobierno mundial en el que los Estados Unidos no pierdan el poder monetario. Se ha elaborado un plan con el primer ministro británico Gordon Brown de crear un nuevo sistema monetario internacional con un gobierno global. No es un Bretton Woods II, como se afirma, sino un intento de instaurar un poder mundial bajo su control que impondría sus políticas a todos los países y acabaría con lo que queda de la soberanía nacional. Un Banco Central Mundial haría a su vez las regulaciones del caso para tener un control mundial sobre los recursos naturales. La política implicaría mayores austeridad, sacrificio, desregulación, privatización, salarios más bajos, lucha antisindical y más libre comercio, y una carrera que sobrepase todos los límites y prohibiciones de la tecnología avanzada. El plan implicaría un estrangulamiento de la humanidad para salvar el capital de Occidente. Es de esperar que Brasil, Rusia, India y China (los países BRIC) se opondrán a semejante plan. Estos países emergentes, junto con los países exportadores de petróleo, son los países acreedores. Los países occidentales, y en primer lugar los Estados Unidos, son países deudores. Es poco probable que los deudores logren imponer tales condiciones a sus acreedores, al menos, sin el recurso de la guerra.
Como afirma Salbuchi, es probable que las autoridades norteamericanas no logren imponer su criterio ni superar la crisis económica. Entonces se plantea el tema en el plano geopolítico, promoviendo una situación de guerra global que permita pasar los efectos de la crisis a terceras naciones. Además de imponer limitaciones estrictas a las libertades internas en los Estados Unidos bajo pretexto de la grave crisis nacional, se intervendrá militarmente en diversas partes del mundo, y se movilizará al país (y sus aliados) hacia la defensa ante un enemigo creado. No se puede descartar un nuevo (auto)atentado en territorio estadounidense o contra intereses norteamericanos o de sus aliados en otras partes del mundo. Otra amenaza muy concreta y últimamente divulgada en la prensa oficial es un ataque unilateral contra Irán llevado a cabo por Israel tras recibir la luz verde de los Estados Unidos. Luego arrastraría a los Estados Unidos en la consiguiente guerra. La política de prevención de la guerra (nuclear) y por la paz será más necesaria que nunca en los años venideros.

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Notas:

1—En www.globalresearch.ca.
2—Id.
3—Ver Revista Herramienta, no. 39, octubre del 2008.
4—En www.observatoriocrisis.com.
5—Ver “La ménace d’une guerre nucléaire augmente”, en id.
6—En www.rebelion.org.
7—En Le Monde Diplomatique, noviembre del 2008, pp. 4-5.
8—Ver “Hitting the bottom”, en www.financialsense.com, 31 de octubre del 2008.
9—Ver James Glenn: “Once and for all”, en id.
10 —Ver Luis Medina Ávila: “El encadenamiento financiero-especulativo”, en Oikos, no. 25, 2008, Santiago de Chile, pp. 9-34.
11—Se trata de una modalidad crediticia del mercado financiero de los Estados Unidos que se otorga fundamentalmente a particulares o empresas, y que se caracteriza por tener un nivel de riesgo de impago superior a la media del resto de los créditos [N. de los E.].
12—Ver Jorge Beinstein: “Siete rostros de la crisis mundial”, en www.observatoriocrisis.com.
13—Ver Reinaldo Carcnholo y Paulo Nakatani: “Capital ficticio y ganancias ficticias”, en id.
14—Ver Luis Paulino Vargas Solís: “La crisis tras bambalinas”, en www.argenpress.info.
15—Esa intervención se incluye en este dossier.
16—Ver Jorge Altamira: “La crisis mundial sacude a la periferia capitalista”, en www.argenpress.info.
17—Ver nota 3.
18—En www.marketoracle.co.uk.
19—En www.globalresearch.ca.
20—Ver “Crisis terminal del sistema financiero global”, en www. asalbuchi.com.ar.
21—En Argentina se denominó corralito a una restricción a la extracción de dinero en efectivo de plazos fijos, cuentas corrientes y cajas de ahorro, impuesta por el gobierno de Fernando de la Rúa en el mes de diciembre del 2001.
22—En www.financialsense.org.

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