_Para soñar el hondo sueño
la realidad no va a abandonarnos.
Nosotros somos también esa realidad_
_Cuba defendida
Roberto Fernández Retamar_
Siempre he tenido una extraña relación con los libros. Me dejo llevar por ellos. Me gusta dejarlos narrar las historias que están más allá de las letras. Casi siempre tengo en casa más de uno deambulando. Se empolvan por los rincones, los desempolvo a veces. Les paso por el lado y les echo una ojeada, y otra. Así, se han mezclado las más increíbles historias. Galeano me ha contado de las misiones encomendadas a Tina Modotti por el Socorro Rojo, y Maggie Mateo intenta escribir su poscrítica trece años después, en medio de un apagón, en la selva Lacandona.
Esta vez ocurrió una feliz coincidencia. Tenía en mis manos, para reseñar, un libro publicado en el 2004 por el Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello: La participación. Diálogo y debate en el contexto cubano. Me debatía pensando el sentido que podría tener en este momento hacer la reseña de un libro que vio la luz hace cuatro años y que había sido ya merecedor de otra1 cuando estaba aún con tinta fresca. Fue en ese momento que sobresalió en mi librero el verde de la Cuba defendida de Retamar. Lo devoré de golpe. Allí me enamoró un pequeño ensayo publicado en Revolución a pocos meses del triunfo del 59: “Destino cubano”. El texto comienza así: “Cuba fue ya una vez centro del mundo. No del todo gracias a ella ni a gusto suyo, pero así fue”.
Intenté en vano buscar en mi memoria algún momento en que Cuba no haya estado en el centro de atención, en el vórtice del debate, del odio, de la admiración, de la crítica. La polémica realidad de una isla que ha sobrevivido casi medio siglo a las adversidades sufridas en Latinoamérica, a la hostilidad del más fuerte de los enemigos, no se presta a menos. La compleja dinámica cubana ha provocado más de un elogio y mil veces más críticas. Cuba ha sido vanguardia y mito, bandera y carne de cañón.
Reseñar hoy este compendio de artículos2 hace coincidir dos momentos que considero trascendentales para la historia de Cuba: el proceso crisis-reajuste de los noventa y la expectante actualidad. El primero constituye el pie forzado de los análisis que proponen los textos; el segundo, el momento en que escribo. Para ambos, la problemática de la participación social constituye un nodo esencial, si se trata de pensar Cuba, su pasado reciente y los retos del futuro.3
¿Qué significa participar? ¿Qué particularidades entraña, si la pensamos desde un proyecto socialista? ¿Cómo articular mecanismos efectivos que conecten un discurso emancipatorio con la práctica concreta? Las respuestas no son sencillas. La Revolución cubana se ha reconocido dentro de un proyecto que la historia ha nombrado socialismo y que tiene como premisas esenciales la socialización de la propiedad, el poder y el saber. El hecho mismo de apostar por un proyecto socializador implica ya un fuerte compromiso con el ser humano y su emancipación. La participación pasa entonces a ocupar un lugar protagónico, si se entiende como “ser y tomar parte de los procesos sociales” y, desde una perspectiva emancipatoria, como el “acceso del sujeto popular a la toma de decisiones en aquellos aspectos de naturaleza pública que les conciernen”. Si la entendemos así, podemos entonces comprender la relevancia que ha tenido para la experiencia cubana y, en ese sentido, para el pensamiento social de la isla.
La década de los noventa despierta convulsa. El modelo de desarrollo que asumimos desde decenios anteriores, la integración al CAME, el Sistema de Dirección y Planificación de la Economía, fueron causas y efecto de un sistema de relaciones sociales verticalista, una economía empobrecida y un protagonismo hegemónico del Estado. Lo que se ha dado en llamar proceso crisis-reajuste de los noventa no es otra cosa que una estrategia nacional que tiene antecedentes claros en el proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas de mediados de los ochenta. A través de dicha estrategia comienza a fomentarse en Cuba una “apertura” en todos los sectores con el propósito de hacer frente a la crisis, buscar alternativas diferentes a las asumidas por el bloque esteeuropeo, a la vez que reafirmar el carácter socialista del modelo cubano.
El proceso incluyó, entre otras medidas, la revaluación de las formas de propiedad y el papel del mercado en el socialismo; la búsqueda de alternativas al poder del Estado; la descentralización de un conjunto de decisiones importantes para la vida del país, entre las que se encontraba la gestión empresarial y de los poderes populares, y por tanto, la toma en consideración de la relevancia de otorgar cuotas de autonomía a un grupo importante de actores sociales.
Todo esto trajo consigo la emergencia de formas inéditas de relacionamiento y de participación popular en los más diversos sectores y ámbitos; un redimensionamiento de lo local; así como una complejidad social fruto de la marcada heterogenización que comenzaba a pautar las dinámicas de la sociedad cubana de fines del siglo pasado.
Pensar la participación
La realidad antes descrita produjo un auge de los estudios que se encaminaban a comprender las particularidades e impactos de la crisis y las medidas del reajuste. La participación. Diálogo y debate en el contexto cubano es fruto del trabajo realizado por un grupo de investigadores a raíz de dichas prácticas investigativas y de experiencias concretas de transformación en el seno de tan compleja dinámica.
El libro se publica en una coyuntura especial, el 2004, cuando ya las aguas habían tomado el nivel suficiente como para permitir sistematizar la historia; y, casi sin saberlo entonces, en el año que marca una vuelta a la centralización en el país.4 Así, una de las principales virtudes de este libro es que sus trabajos están marcados por un importante componente empírico. Los autores y autoras proceden en su mayoría de centros docentes y de investigación como el Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello y el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS). Si bien en ambos se concentra la mayor parte de los autores, el libro también cuenta con la presencia de otras instituciones como el Instituto de Filosofía, la Universidad de La Habana, el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, el Centro Nacional de Superación para la Cultura y el Centro de Investigación Memoria Popular Latinoamericana (MEPLA). En ese sentido, resulta interesante la perspectiva que cada investigador/a aporta desde las especificidades de su ámbito objeto de estudio, a la vez que ofrece una panorámica general sobre el estado de la problemática de la participación en Cuba.
La compilación ha sido dividida en dos partes fundamentales: una primera que recoge seis trabajos de carácter esencialmente teórico y epistemológico, y otra que incluye nueve textos que reflexionan sobre prácticas investigativas concretas en diferentes esferas de la sociedad, así como en grupos sociales particulares. Los quince textos se acercan a la problemática desde niveles, dimensiones y perspectivas diversas. Los análisis recorren la participación en la economía, en la esfera sociopolítica y cultural; se detienen en el ámbito educativo, el comunitario y abarcan grupos específicos como la juventud.
Acercamientos conceptuales
El primer bloque constituye un entrante necesario al colocar al lector en el vórtice de un ineludible debate teórico y epistemológico. Los dos textos iniciales5 se proponen marcar un punto de ruptura con las formas tradicionales de comprender lo social. Para ello, recuperan nociones de la perspectiva de la complejidad que invitan a comprender la investigación como un dispositivo social que recupere el compromiso con la realidad, la función utópica, así como la relevancia de lo dialógico, lo testimonial y lo azaroso. Espina se apoya en el rescate de un concepto de desarrollo que asuma la riqueza de la diversidad, de manera que esta sea generativa y transformadora de todos los actores sociales. El diálogo con las ideas de la complejidad que proponen ambos textos resalta además la importancia de los procesos sociales emergentes, de lo no pautado. La perspectiva local adquiere especial atención a partir del reconocimiento de comprenderlo como escenario legítimo del desarrollo, como “espacio de alternativas proveedoras de (una) inserción social digna, en relación con el acceso al bienestar y en relación con niveles de agregación de mayor generalidad”.6 Esta manera de entender lo local permanecerá como eje transversal de una buena parte de los textos de todo el libro.
Al debate sobre el desarrollo local se suman otros dos trabajos.7 El primero centra su atención en los conceptos de desarrollo sostenible, desarrollo humano y desarrollo cultural. González y Cambra reconocen así la relevancia de la promoción de la participación de las minorías en la toma de decisiones, de manera que esta se convierta tanto en medio como fin del desarrollo. Por su parte, el texto de Aymara Hernández aporta una interesante visión de lo local, pocisionándose en el debate neoliberalismo-localismo. La socióloga se cuestiona afirmaciones nacidas de las experiencias de los modelos desarrollistas latinoamericanos, desde las que se asocia el accionar local al auge de la perspectiva neoliberal. Si bien reconoce las limitaciones del modelo cubano para implementar formas de autogestión y desarrollo local, se muestra optimista ante la posibilidad de replanteamiento del rol del Estado en un proceso descentralizador (el de los noventa) con impactos políticos, administrativos y fiscales.
Los textos que cierran esta parte8 se concentran en dos elementos importantes, si de pensar la participación se trata: el rescate de la dimensión subjetiva y la necesidad de construir un correlato metodológico. La participación no existe en abstracto; siempre existe alguien (actor) que participa en algo (ámbito) y para algo (fin). Asimismo la participación requiere de un componente sustantivo que supere posiciones inmóviles, disueltas en la masa, requiere sujetos que se (re)produzcan de manera alternativa, emancipada. Ambos textos animan al reconocimiento de la centralidad de la subjetividad social, de las nuevas formas que pueda estar tomando, de cómo está construyendo sentidos a partir de los contextos en que se crea; asimismo, invitan a análisis que muestren esos sentidos, que le den voz a los actores, que arrojen luz sobre lo psicológico cotidiano. Para ello, Moras Puig alerta sobre la importancia de proponer estrategias de indagación/transformación también alternativas y comprometidas con lo social. En la perspectiva metodológica el autor –y luego veremos que también lo hacen otros autores del libro- rescata la relevancia de la Investigación Acción Participativa (IAP) y la Educación popular como paradigmas éticos que promueven la participación de los sujetos en todas las fases del proceso investigativo y de las experiencias de transformación de sus realidades.
Experiencias investigativas y de transformación
concretas
La segunda parte del libro recoge un grupo de artículos que a mi entender tienen dos méritos fundamentales: muestran un panorama general del carácter de una buena parte de las investigaciones que se están haciendo en Cuba sobre la participación, y ofrecen al lector un material importante para formarse una idea general del contenido y las formas de expresión que comenzó a adquirir a partir del decenio de los noventa.
Un primer texto9 muestra la complejidad de la participación social en el contexto de emergencia de espacios económicos diversos e inéditos en la sociedad cubana. Martín se adentra en un debate en torno al concepto, a la vez que muestra las contradicciones que emanan del encuentro de nuevas formas de gestión promovidas por las medidas del reajuste, con una vieja filosofía de control, estatista y vertical. Pero la heterogeneidad estructural de los noventa trajo como consecuencia –además de formas de ser y tomar parte en la economía– una marcada heterogeneidad subjetiva que se reflejó de manera particular en grupos sociales concretos. En su texto,10 María Isabel Domínguez y Desirée Cristóbal se adentran en los matices que adquirió la participación sociopolítica en los jóvenes. Las autoras reconocen la relevancia de la participación como área clave de la integración social y se concentran en lo político como contenido esencial de su manifestación cubana. Además, muestran el alto contenido de movilizacionismo, formalismo y pasividad de que se han impregnado las prácticas participativas de la juventud cubana.
La hegemonía estatal también se muestra en los ámbitos cultural y educativo. Tres artículos abordan de una u otra manera la dimensión cultural de la participación,11 sus encuentros y desencuentros. Linares se adentra en un debate sobre la problemática del asociacionismo en la esfera de la cultura. Para ello se ubica en los alcances y limitaciones de los grupos comunitarios, las asociaciones y otros organismos no estatales. Casanova y Carcasés se acercan a las expresiones de la participación de actores diversos en la gestión del sistema de instituciones culturales del país. Socarrás reflexiona sobre la perspectiva cultural, integrando al debate la centralidad de la comunidad. Cultura y comunidad constituyen entonces dos conceptos esenciales que atraviesan los análisis de la mayor parte de los textos. El primero, como expresión de la unidad simbólica de la nación, y, el segundo, como espacio efectivo para la búsqueda de consenso, integración y legitimidad. La participación, según Linares, para que sea auténtica debe construirse entonces en cultura. Pero no hay dudas de que la producción y reproducción de patrones culturales pasa, en buena medida, por la educación. El proceso educativo, particularmente la escuela, ocupa un lugar esencial en la configuración de la subjetividad, en la incorporación de normas y valores esenciales para ser y estar en el mundo.
Yisel Rivero Baxter12 reflexiona en su texto sobre los procesos participativos en el ámbito docente, a partir de un estudio etnográfico. Se cuestiona el lugar que ocupa la escuela como espacio potenciador de un sujeto cuestionador, indagador, activo, al tiempo que devela las contradicciones existentes entre las políticas educativas y la práctica real de las instituciones. A ese debate se suma el texto de Argelia Fernández Díaz,13 que narra una experiencia muy particular de trabajo con programas educativos en los que se vincula la labor de la escuela con la comunidad de referencia. El trabajo, si bien no muestra grandes pretensiones de reflexionar sobre este tipo de procesos, más allá de las evaluaciones particulares que ofrecen los propios actores, es una muestra del carácter que han tenido una buena parte de las intervenciones que se proponen fomentar espacios de participación desde la comunidad.
A pesar de que teóricamente la comunidad constituye un espacio efectivo de potenciación y desarrollo de patrones culturales legitimadores de lo identitario, el trabajo comunitario en Cuba presenta aún zonas susceptibles de mejora. Esta idea es rescatada por otros textos del libro.14 Deriche muestra el proceso de apertura al trabajo comunitario que vino con las medidas del reajuste de los noventa y acota el hecho de que estas medidas se expresan como contradicciones en la práctica concreta. Dichas contradicciones develan una distancia entre el plano discursivo de la política y la realidad del trabajo comunitario, tesis planteada también por Casanova y Caracasés. El texto de Pleyán, visto a vuelo de pájaro podría parecer contradictorio con la idea antes expuesta, ya que muestra las interioridades de una experiencia efectiva de trabajo comunitario en diseño urbano. Pero no, el trabajo presentado sustenta una hipótesis que puede extraerse de la lectura de varios de los textos del libro: si bien la comunidad constituye un espacio potencial para el fomento de la participación en Cuba, la práctica del trabajo comunitario se muestra aún fragmentada y con avances que no alcanzan planos sistémicos.
Hablando de participación…
La compilación tiene una característica esencial que constituye a la vez fortaleza y debilidad. Muestra las más variopintas formas de comprender y abordar una problemática, pero la refleja de manera parcelada e incompleta en ocasiones. Los artículos seleccionados constituyen una muestra de la fragmentación que pervive en la comprensión del proceso, en ocasiones limitada a su tratamiento en ámbitos y espacios muy específicos y, en menor medida, desde una perspectiva integradora. Por otra parte, muestran un reconocimiento de la relevancia de las dinámicas locales como forma de reconocimiento de lo emergente, lo subjetivo, lo identitario. Y por último, puede verse cómo las experiencias transformativas en el plano de la participación se concretan en proyectos comunitarios que pocas veces logran irradiar a los contextos que los acunan. Una lectura sistémica del libro permite, además, sintetizar algunas de las características más importantes que comenzó a tomar la dinámica participativa cubana a partir del decenio de los noventa.
Considero que el texto permite comprender que a pesar de los esfuerzos de participación que se han producido en la sociedad cubana, estos han chocado con una estructura social jerárquica y altamente estatalizada. A pesar de las medidas descentralizadoras de los noventa, la transformación del rol del Estado cubano –del protagonismo y el control, a la facilitación y la coordinación– sigue aún en el reino de todavía.
La sociedad cubana actual se encuentra viviendo un momento inédito de su historia. Luego de la vuelta a la centralización que llegó con el inicio del nuevo siglo, desde el pasado año comienzan a vislumbrarse nuevas medidas que parecerían indicar otro momento de “apertura”. La participación de los sujetos en el planteamiento de los problemas, su solución y evaluación está volviendo a colocarse en el centro del debate cubano. Para el “destino cubano” resulta esencial que esta participación se haga efectiva, real, activa; resulta esencial que no abandonemos el empeño de hacer de la participación expresión genuina de un verdadero proceso de socialización del poder. Participar debe ser para el destino cubano medio y fin.
La Habana, julio de 2008
Notas:
1—Ver Lázaro Israel Rodríguez Oliva: “Pensarse y ser parte: sitios tácticos para el debate”, Temas n. 41-42, enero-junio del 2005.
2—Compilado por Cecilia Linares Fleites, Pedro Emilio Moras Puig y Yisel Rivero Baxter, todos investigadores del Centro Juan Marinello.
3—Existen otras dos importantes compilaciones que pueden completar la mirada del lector sobre la temática: La participación en Cuba y los retos del futuro, Ediciones CEA, La Habana, 1996 y Participación social en Cuba, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2004.
4—Entra en vigor la Resolución No. 92/2004 que regula las decisiones sobre el uso de las cuentas en divisas por parte de las empresas, a partir de su ubicación en una cuenta central única. Esta medida se reconoce como el primer paso de un proceso centralizador que comienza en ese mismo año. Granma, 30 de diciembre del 2004.
5—Mayra Espina Prieto: “Humanismo, totalidad y complejidad. El giro epistemológico en el pensamiento social y la conceptualización del desarrollo”, pp. 13-40; y Pedro L. Sotolongo Codina: “Complejidad y estrategias de trancisión”, pp. 41-50.
6—Mayra Espina: op. cit., p. 36.
7—Ernel González Mastrapa y Jordi Cambra Bassol: “Desarrollo humano, cultura y participación. Notas para el debate”, pp. 51-70; y Aymara Hernández Morales: “Neoliberalismo y localismo, ¿una asociación imposible de desmentir? Respuesta desde la experiencia cubana”, pp. 71-86.
8—Ovidio D’Angelo: “Participación y construcción de la subjetividad social para una proyección emancipatoria” pp. 87-104; y Pedro Emilio Moras Puig: “Participación, subjetividad e investigación cualitativa”, pp. 105-111.
9—José Luis Martín Romero: “La participación en la economía. Algunas reflexiones para el debate”, pp. 115-128.
10—“La participación social desde la perspectiva de la juventud cubana”, pp. 159-172.
11—Cecilia Linares Fleites: “Desarrollo cultural y participación en el contexto municipal cubano”, pp. 129-143; Elena Socarrás: “Participación, cultura y comunidad”, pp. 173-180; Alina Casanova Pérez-Malo y Ana I. Carcasés Legrá: “La participación en la gestión institucional de la cultura”.
12—“Participación docente: acercamiento desde la investigación”, pp. 143-158.
13—“La participación en algunas experiencias en la interrelación de los centro docentes y la comunidad. Aciertos y desaciertos”, pp. 181-192.
14—Yamile Deriche Redondo: “Desarrollo comunitario: de la coordinación a la integración”, pp. 201-208; y Carlos García Pleyán: “Diseño urbano participativo en una manzana de Holguín”, pp. 209-224.