Buenas tardes a todos y a todas
Bueno, primero comentar un poco la emoción de esta tarde. y saludar a todos y todas los aquí presentes. De manera especial quiero agradecerle a Armando Hart sus palabras generosas, sobre todo por la manera como siempre se ha referido a este libro La obra del artista. Y también a Raúl Suárez por todo lo que significa como cubano, como pastor, como creyente, como hermano en la fe. De modo especial le agradezco a Joel Suárez, hijo de Raúl, y a la editorial Caminos por la publicación de Un hombre llamado Jesús, y a Sonia y Padrón, de la Editorial de Ciencias Sociales, por la publicación de La obra del artista.
Estos dos libros tienen mucho en común, pero fueron escritos en distintos momentos. Primero yo escribí La obra del artista, después sobre Jesús. No es necesaria mucha ciencia para saber que el artista es Dios, y que Jesús es su hijo.
La obra del artista nace de la necesidad de encontrar el diálogo entre espiritualidad y ciencia, de encontrar nuevos paradigmas. Porque nosotros somos todos contemporáneos de la crisis de la modernidad y en la crisis de la modernidad está el fracaso del sistema capitalista: hoy somos en el planeta seis mil millones de habitantes, de los cuales, según la ONU, cuatro mil millones viven por debajo de la línea de la pobreza. Eso significa que para dos terceras partes de la humanidad, el capitalismo ha fracasado. Pero también tenemos que ha desaparecido el socialismo europeo.
Entonces es hora, en este paso del siglo XX al siglo XXI, de reflexionar sobre nuevos paradigmas, nuevas perspectivas, nuevos caminos de liberación de la humanidad. A mí, desde muchacho, cuando empecé con trece años mi militancia política, siempre me ha acompañado esta afirmación: en su gramática, un revolucionario es un hombre o una mujer que tiene más signos de interrogación que signos de admiración. Porque cuando tenemos demasiados signos de admiración fácilmente llegamos al fundamentalismo, a un izquierdismo o un radicalismo, y esa es la mejor manera de estar distanciado del pueblo. Hay que estar siempre abierto, siempre haciendo preguntas y más preguntas sobre la humanidad, y ahí están la ciencia, la tecnología y nuestro corazón, porque somos, cada uno de nosotros, la síntesis de estas dos dimensiones: razón y corazón.
En el corazón está nuestra subjetividad, nuestra fe, o sea, todo eso que las tradiciones más arcaicas llaman espiritualidad.
Las religiones son muy nuevas en la historia de la humanidad. Ninguna religión tiene más de ocho mil años, pero la espiritualidad es tan antigua como el ser humano. Entonces, la modernidad, sobre todo en el siglo XX, ha cometido un error (y este es un diálogo que hace más de veinte años mantengo con Armando Hart). Ha cometido el error de separar lo que en principio es inseparable: la dimensión subjetiva del ser humano y la racionalidad político-científica.
Muchas veces me he preguntado, por ejemplo, hasta qué punto ciertas concepciones del marxismo han sido mucho más positivistas que propiamente marxistas. ¿Por qué? Justamente porque han llegado a un desconocimiento de esta dimensión tan profunda de cada uno de nosotros que es la subjetividad. Ningún revolucionario ha llegado a serlo por causas racionales, sino por razones afectivas. La racionalidad es posterior a nuestras opciones éticas, que tienen su raíz en nuestro afecto, hecho que comprobé en los años de lucha contra la dictadura en Brasil. Los compañeros que iban a la tortura y no se quebraban en la tortura no eran los compañeros que mejor conocían las ideologías del marxismo, no. Eran los compañeros que más profundamente amaban la causa y al pueblo. O sea, la raíz de la subjetividad era algo que los sustentaba.
Cuba, por ejemplo, puede hacer todas las explicaciones racionales sobre la historia, los logros, las dificultades, y las perspectivas de esta revolución que cumple cincuentiún años. Pero nada de eso es tan fuerte como el amor martiano que un cubano le tiene a esta patria, a este país, porque esa es la raíz más profunda. No son las explicaciones propiamente racionales las que nos convencen de las cosas más radicales de la vida: es la experiencia del amor, son las razones afectivas. Como dijo Pascal, el corazón tiene razones que la razón no conoce.
Entonces, La obra del artista es un libro que tiene como subtítulo “Una visión holística del universo”. Una compañera afuera me preguntaba: ¿qué significa holística? Y yo le dije que holística es una palabra griega que significa totalidad, o sea, poner en sintonía los elementos que la tradición positivista, racionalista, ha separado. Se trata de la sintonía entre la visión más actual de la física cuántica y la astrofísica, y el sentido de la motivación espiritual hacia un proyecto civilizatorio más humano, más liberador, que todos nosotros buscamos.
Este libro es fruto del esfuerzo de muchos años, porque tuve que estudiar física, química, teología para hacerlo. Antes de publicarlos tuve que acudir a un conjunto de principios en esas diversas áreas, hasta que llegué al punto de no hacer mal papel en público. Ahí está el resultado de muchos años de trabajo.
Mi padre decía que este era mi mejor libro y me daba consejos que también quiero transmitirles a ustedes. Me aconsejaba que les dijera a los lectores que al leer La obra del artista no hay que prestarle mucha atención a cada pedacito de libro, sino que hay que leer todo un capítulo y después volver al pedacito, porque decía que era como los vitrales de una iglesia, que no hay que prestarle atención a cada pedacito, sino al conjunto del dibujo.
Un paréntesis: es muy significativo para mí la presencia de ustedes aquí hoy. Creo que aquí tenemos bendiciones más que suficientes para la presentación esta tarde.
Armando Hart, sin duda alguna, ha sido hasta ahora el mejor lector de este libro. Yo me siento muy feliz, porque Hart viene, como yo, de una tradición humanista, pero viene de la experiencia de hacer una revolución, que lamentablemente no tengo, y también de la tradición de un marxismo-leninismo martiano.
Siempre les digo a los amigos que vienen a Cuba por primera vez: no esperes encontrar un país con una revolución marxista-leninista. Si tú no sabes quién es José Martí, no vas a entender nada. Porque para entender a Martí hay que tener alma de poesía, de poeta. Entonces, esta es una revolución que baila, que ora, es una revolución que tiene una profunda humanidad, y ahí está la raíz martiana de la revolución cubana.
Hart siempre me ha enseñado a hacer cada vez una hermenéutica adecuada a los avances de la ciencia, de la tecnología, de la física cuántica Y este libro, de alguna manera, quiere decir que un proyecto de universo, un proyecto de humanidad, un proyecto del ser humano no puede dividir la naturaleza o, dicho en otras palabras, que el proyecto de Dios jamás la ha dividido. Solamente con esta sintonía lograremos avanzar en el proyecto civilizatorio.
Un hombre llamado Jesús es mi declaración de amor a Jesús. Yo no creo en Jesús porque creo en Dios. Es justamente al revés: yo creo en Dios porque creo en Jesús.
Y muchas veces me preguntan: ¿por qué, Betto, siendo tú un creyente, un cristiano, un religioso, un discípulo de Jesús, te interesas tanto por la política? Y yo contesto: justamente porque soy discípulo de un prisionero político. Jesús no murió de hepatitis en la cama o porque lo atropellara un camello en una esquina de Jerusalén, sino que fue asesinado por poderes políticos, por razones políticas. ¿Por qué? Porque predicar el socialismo bajo la dictadura de Batista en este país era un riesgo de muerte y predicar un Reino de Dios en el reino del César también.
Hoy hablar del Reino de Dios parece una cosa metafísica, pero para las autoridades del tiempo de Jesús, no. ¿Qué Reino es ese que no es del César, que era incluso una figura divinizada por la ideología romana? Entonces, ahí está la subversión de Jesús, que rompe todas las fronteras ideológicas de su tiempo para presentar algo que está en toda la tradición humanista y revolucionaria, y en especial en este país, en Varela y en Martí, y continuadas en Fidel. Cuando al principio de esta revolución Fidel afirma que en este país ningún niño tendría que caminar sin zapatos, ¿qué estaba diciendo? Que esta revolución no fue hecha para que una camada de revolucionarios ocupara ahora el poder, sino para que cada persona en este país tenga derecho a vivir una vida humana.
Y esa es la razón fundamental del mensaje de Jesús. Yo siempre subrayo que en los cuatro evangelios hay dos preguntas que le hacen a Jesús. La primera es, ¿Señor, qué debo hacer para entrar en la vida eterna? Si tú analizas los cuatro evangelios jamás, jamás, vas a encontrar esa pregunta en la boca de un pobre. Esa es siempre la pregunta de los ricos, de quienes ya han conquistado la vida terrena y ahora quieren saber cómo conquistar la otra vida. O sea, aquellos que tienen ya todas las ventajas de la vida en la tierra, ahora quieren saber cómo entrar en el Reino del cielo del otro lado. Y cada vez que Jesús escucha esa pregunta, que es la pregunta de Nicodemo, es la pregunta de Zaqueo, se siente incómodo y contesta aburrido, con ironía y un poco agresivo.
La segunda pregunta —y solamente hay estas dos preguntas en los cuatro evangelios— es justamente lo contrario de la primera. Señor, ¿qué debo hacer para tener vida en esta vida? Mi hija está enferma y quiero verla curada. Mi madre está postrada y necesito trabajar. Mi ojo está ciego y quiero mirar. Mi hermano está muerto y quiero que vuelva a la vida. Esta es la pregunta de los pobres, y Jesús la contesta con atención, con pasión y con misericordia. ¿Por qué? Porque él mismo dijo que había venido para que todos tengan vida y vida en plenitud. Ese es el proyecto de Dios.
En el almuerzo con Abel, yo les decía a los amigos que cuando yo estaba en la cárcel, cercado de comunistas ateos por todos lados, y salían los temas de la fe, del cielo, lo que pasa después de la muerte, yo decía: Mira, yo estoy tan seguro de que ustedes van todos al cielo que ahí vamos tener toda la eternidad para debatir estos temas. Ahora tenemos que debatir los temas de la liberación de nuestro pueblo aquí en este mundo. Entonces, esa fue mi motivación para escribir esta biografía de Jesús.
Este libro nació de muchos compañeros y compañeras que decían: Betto, yo me pongo a leer los evangelios y no comprendo, y no tengo ni tiempo ni cabeza para hacer un curso de Biblia. Entonces, dediqué seis años de mi vida a poner los cuatros evangelios en forma de novela, y para eso utilicé tres fuentes. Primero, los propios evangelios, que están ahí para todos en la Biblia. Segundo, la bibliografía sobre esa parte del mundo. No hay ninguna otra parte de la geografía del mundo mejor investigada en los mínimos detalles: cómo se hacía el vino, la construcción de la familia, cómo funcionaba el templo de Jerusalén como banco principal del Imperio Romano. Todo está muy detalladamente investigado. Yo busqué esa bibliografía en los libros, sobre todo en la tradición alemana, porque los protestantes alemanes desde el siglo IX empezaron una investigación profunda sobre la época, la cultura, el contexto en el que vivió Jesús, para poder entender mejor el texto de los evangelios. Cuanto más se conoce un contexto, mejor se entiende un texto. Conoce mucho más a Martí quien vive en Cuba que quienes viven en Brasil, así como Jorge Amado es mejor conocido en Brasil que en Cuba, a pesar de que Cuba y Brasil tienen muchas cosas común con la obra de Jorge Amado.
El tercer factor que utilicé —por eso es una novela— fue mi propia imaginación. Voy a dar un ejemplo: el evangelio de Juan nos informa que Jesús un día fue a una fiesta de matrimonio: las bodas de Caná. Fue una fiesta que duró tres días, como las fiestas en el interior de Brasil años atrás, porque la gente viaja mucho tiempo para llegar y no se puede hacer una fiesta de dos, tres horas y terminar. No, la gente iba a dormir y seguía en la fiesta al día siguiente. Todos sabemos por el evangelio de Juan que en una ciudad pequeña del campo, llamada Caná, hubo un matrimonio. Sabemos que Jesús asistió a esa fiesta con su madre y dos o tres discípulos. Y sabemos que como sucede en fiesta de gente pobre del campo —no hay invitaciones impresas, es como ustedes que están aquí esta tarde, que viene quien quiere— el vino se terminó. Es curioso que ese es el primer milagro de Jesús. El primer milagro no
fue el milagro de la necesidad: fue el milagro de la gratuidad para la fiesta. Lamentablemente, cuando yo estudiaba Teología el día de la clase de cómo hacer ese milagro yo no asistí. Y lo lamento, porque me gusta mucho el vino, pero perdí ese día, lamentablemente.
Los libros me informan todos los detalles sobre cómo era el ritual del matrimonio en el tiempo de Jesús, incluso las comidas que se servían en la fiesta. Y los libros informan que según el ritual laico de ese tiempo todos bailaban. Jesús tenía dieciocho años y era soltero. Entonces yo tengo derecho a poner a Jesús bailando, porque quien no baila va seguramente al infierno: estoy seguro de que el infierno ha sido hecho para quien no le gusta el baile, para quien odia bailar. Una vez le preguntaron a San Agustín: ¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo? Y él contestó: Preparar el infierno para quien hace ese tipo de pregunta.
Agradezco muchísimo que se hayan publicado estos libros aquí en Cuba. Siempre digo en Brasil —y es verdad— que mi corazón tiene la forma de un mapa de Cuba, que es un país al que yo estoy histórica, filosófica, religiosamente muy vinculado; un país que tiene muchísima espiritualidad, no solamente religiosidad, sino espiritualidad.
En el almuerzo recordé también un episodio que me pasó hace años, poco después de que se presentó el libro Fidel y la religión, que ahora en abril la Oficina de Asuntos Religiosos va a conmemorar. Los obispos cubanos me habían pedido traer aquí unas Biblias, y como en Brasil no hay Biblias en español, tuve que solicitarles a unos amigos curas de España que mandaran aquí a La Habana unas cuantas Biblias. Enviaron por Iberia un contenedor con mil ejemplares de la Biblia, que fueron al doctor Carneado, que era el jefe de la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido. Y cuando llegué a Cuba dos meses después, Carneado me llamó y me dijo: ¿Qué intenciones tenías tú con esas Biblias? Le dije que había que dárselas a los obispos. Y me contestó que el problema era que habían quedado todas en el Comité Central y se habían terminado. Todos los compañeros del Partido habían ido a pedir una Biblia para su abuela, para su hija…
Termino el cuento. Yo le dije al doctor Carneado: Mira, compañero, me alegro mucho; en verdad, es mejor que las Biblias estén en manos de los comunistas que de los creyentes, que de alguna manera tienen acceso a ella y la conocen. Eso fue por la mañana. Por la tarde me encontré con Fidel, y cuando le conté lo que me había ocurrido por la mañana, me preguntó: ¿Y no quedó ninguna Biblia para mí? Bueno, yo siempre traigo, cuando vengo a Cuba, mi ejemplar en español, y ahí lo tenía. Le dije: Mira, comandante, no ha sobrado ninguna, pero yo quiero regalarte mi Biblia, y le puse una dedicatoria que guardo hasta hoy en la memoria: A Fidel, en quien Dios tiene mucha fe.
Fidel me pidió que le buscara el Sermón de la Montaña, y yo le dije que había dos versiones: la de Mateo y la de Lucas. Se puso a leer una, a leer la otra (en la versión de Mateo solamente aparecen las bienaventuranzas, las cosas buenas; en la versión de Lucas están las bienaventuranzas y las maldiciones para los ricos, los egoístas, los opresores y todo eso), y después de leer las dos, Fidel me preguntó: ¿Cuál de las dos te gusta más? Y yo le dije que prefería la de Lucas, porque tenía las bendiciones y las maldiciones. El se puso a leer de nuevo y dijo: Yo no estoy de acuerdo. Prefiero a Mateo. Mateo es más sensato.
Entonces, eso es lo que me llevó a escribir Un hombre llamado Jesús. Mostrar, como subraya el epígrafe de Leonardo Boff, que humano como Jesús sólo podría ser Dios mismo. O sea, que la divinidad no es lo contrario de la humanidad, sino la plenitud de la humanidad.
Muchas gracias.
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Notas:
- Palabras del autor en la presentación de La obra del artista y Un hombre llamado Jesús en la Feria del Libro cubana del año 2010.