La tierra prometida…

Rosa Muñoz

Tierra Firme llamaban los antiguos a todo lo que no fuera isla.
La isla es, pues, lo menos firme, lo menos tierra de la Tierra.

Dulce María Loynaz: “Poema CI”, Poemas sin nombre, 1953.

Yo nací en tierra firme continental, en un hospital de Leningrado que, por razones obvias, no logro recordar. Hija, además, de una joven de la Alemania Democrática, nadie diría que algo habría de unirme a esta isla del Caribe en la que hoy habito. Pero sí. Resulta que mi madre la eligió para vivir, en la figura de mi padre habanero. Y de ahí en adelante, anclado el cuerpo en un punto cualquiera de la isla, aprendido el idioma y tantas otras artes de supervivencia, la imagen de aquella tierra firme surge a retazos, inevitablemente, desde el fondo de las fotos de familia. No puedo dejar de evocarla y, sin embargo, no hay contornos definibles del otro lado, si paro mi isla frente al espejo. No los hay, después de tantos intentos por hacerle una foto donde quepa toda. No se deja atrapar.
Para la mayoría de los cubanos que nunca han puesto un pie fuera de la isla, Cuba es lo que definiría sabiamente mi buen profesor de periodismo como “todo el mundo, el universo, el sol y las estrellas”. A un tiempo, el Adelanto y el Atraso del gato volante de Abel Prieto. A un tiempo, la Cuba luminosa de Martí y Lezama, la nación tenebrosa de Casal o la hecatombe de Abilio. A un tiempo “la tierra más hermosa” de Cristóbal Colón y el refugio mítico, maternal, tembloroso, que despertaba a Piñera a medio sueño y le impedía dormir a pierna suelta, torturado por “la maldita circunstancia del agua por todas partes”.
Y no sé si por compartir tanta razón poética, o porque mi madre ya no puede vivir en otra parte. O por las miles de explicaciones airadas con que he defendido la isla de los extraños, o por aquellas razones que le pido, en confianza, cuando pretendo tierna o ingenuamente entenderla y hacerme entender por ella. O por el recuerdo de mis compañeros de preuniversitario, que me convencían de que estudiara periodismo y diera cuenta de sus “verdades silenciadas”, o por las tardes de tertulia con los amigos, mi madre, mis compañeros de la universidad, en las que he criticado o admirado o confundido esta tierra, y en las que inventamos proyectos de vida para nuestros proyectos de nación y viceversa. O por mi convencimiento de querer vivirla, y de seguir buscando esa felicidad que une el confort del cuerpo y el espíritu… O, probablemente, por todas esas cosas juntas (y por otras que no sabría definir) es que me decidí a buscarla y escribirla en mi primer gran proyecto de investigación científica: la tesis de licenciatura.
Probablemente también porque imaginaba que mis descubrimientos podían ser interesantes para nuestros poderes públicos (para quienes trazan políticas de desarrollo, idean reformas económicas e intentan revertir sus costos sociales), necesitados de retroalimentación, de intercambio y participación de la gente en la construcción de un proyecto nacional que no renuncie a su origen popular, e interesantes para la comunidad científica –reciente y arduamente preocupada por la cubanidad, por lo nacional en el concierto transnacional–, me decidí a preguntarme, y sobre todo a preguntar a mis coterráneos, por la imagen que la nación les provoca, por la satisfacción y las frustraciones, por los sueños y las relaboraciones que les exige su idea del proyecto nacional. La imagen del país que existe, inseparable de la imagen del país posible, de la conjunción de tantos deseos que se resisten a aceptar que el país no sea también ese otro mundo que quisieran vivir. Lo que sería para Borges el hallazgo de “el otro país”: este mismo.
Había que escoger entre los más de once millones de cubanos unos cuantos sujetos al alcance; comunes, pero relevantes. Y fue el momento de apostar por un grupo social universalmente significativo: los jóvenes, agentes de cambio encargados de aportar la innovación al integrarse a la estructura social en sustitución de generaciones anteriores, grupo revolucionario que recibe y produce privilegiadamente nuevos lenguajes, que crea sus propias respuestas a los nuevos problemas, y que se distancia (aunque a veces sólo muy lentamente) de las pautas culturales obsoletas. Termómetros probables de la tendencia del imaginario social, en proceso de construcción de sus proyectos de vida, inseparables de los proyectos de nación, en tanto sitio donde habitar. De especial relevancia en el contexto cubano, donde la juventud ha sido altamente valorada por la sociedad: primero, como solución futura al problema histórico de Cuba, y luego como la generación renovadora que lograría preservar y fortalecer la identidad y las conquistas nacionales. Jóvenes fueron en su mayoría quienes conquistaron el triunfo revolucionario de 1959; quienes propusieron el modelo de sociedad a construir; quienes, aprovechando las nuevas oportunidades de acceso a la educación y la cultura, alcanzaron los mayores niveles de calificación y aspiraciones como grupo social en la historia de la nación, portadores de proyectos de vida y de nación cada vez más exigentes. Jóvenes son también quienes ocupan un papel central en todos los nuevos proyectos políticos y culturales de la actual sociedad; y jóvenes son los beneficiados con las crecientes oportunidades educacionales y laborales que ofrecen los nuevos programas sociales. Son jóvenes muchos de los que dirigen los proyectos en marcha; jóvenes los dirigentes de organizaciones juveniles que alcanzan escaños en el parlamento; y jóvenes también, en el otro extremo, la mayoría de los que emigran o de los desvinculados laborales.
La capital cubana, que sólo abarca cerca del uno por ciento del territorio nacional y es la provincia más pequeña, pero al mismo tiempo la más poblada, abriga hoy a casi el 20 % de los cubanos y, aunque tiene la más baja proporción de población joven en relación con el total de su población, concentra casi la quinta parte de los jóvenes del país. Así que algunos grupos de jóvenes habaneros, relevantes en el concierto generacional, serían el ancla para mi aproximación a los sentidos de la isla, también por lo que “vivir en la capital” implica en Cuba y muchos otros países del tercer mundo, donde se aplica una especie de simetría radial en la que la capital funciona como ciudad-centro desde donde surge y se controla el país económica, política y socioculturalmente; donde “está todo”;1 donde las mediaciones sociales son quizá más prolijas, más heterogéneas, más sofisticadas, porque desde acá el país parece ser “más desarrollado”2 o “más civilizado”, “más culto”, más comunicado con otras regiones (por carretera, ferrocarril, aviación, teléfono, radio, redes digitales), más globalizado, más a la moda, más en contacto con el mundo, o simplemente “más bonito”. (Aunque quizás para muchos el país desde acá sea “más criticable”, precisamente porque las expectativas y los puntos de comparación se sitúan más alto).
En sucesivas aproximaciones cualitativas, segmenté el universo estudiado según el criterio de identidad aportado por los propios sujetos y algunos “jueces expertos”.3 “Jóvenes intelectuales” y “jóvenes de barrio” (que se identificaron también como “normales”, aludiendo a su no adscripción a otras identidades grupales más delineadas) serían las categorías identitarias más generales reconocidas por el propio grupo generacional, que comprenderían también a “jóvenes religiosos”, “jóvenes marginales”, “jóvenes agentes políticos”, o “jóvenes de muy desahogada posición económica”, para responder finalmente a la pregunta por la imagen del país.
El objetivo esencial, acceder al discurso natural como soporte que vehiculiza las imágenes, se persiguió a través de un “simulacro de realidad”: el grupo de discusión, en el que los discursos individuales reordenan el sentido social para dejar establecidas las estrategias, los modos de tematizar, apostar, enfrentar, vivir, imaginar el país. Desde la mirada comunicológica, no me conformaba la idea de registrar imágenes y punto, por más que complejizara la categoría con las ideas de psicólogos y sociólogos sobre las representaciones e imaginarios sociales, entendiéndola como producto-proceso-instrumento de comprensión de la realidad y, al mismo tiempo, marco de invención, de ensanchamiento de la propia realidad hacia el reino de la posibilidad y el deseo. Quería leer la responsabilidad de las instituciones sociales y otras mediaciones socioculturales en las que están insertos (o con las que se relacionan) los sujetos; quería indagar los significados que estas aportan o modifican. Así que propuse la comprensión de la construcción de sentidos de la realidad como un proceso de intercambio entre discursos sociales, y no sólo entre estos y sus coyunturas; como un proceso de interacción de los sujetos y las mediaciones sociales que atraviesan su entorno comunicativo, como un escenario de lucha por la hegemonía cultural que preocupara a Gramsci.
El reto era penetrar la realidad, tomar sus palabras prestadas y escribirla sin traicionarla.

Estrategias para imaginar(se) Cuba

Balseros, navidades, absolutismo / Bautizos, testamentos, odio y ternura
Nadie sabe qué cosa es el comunismo / Y eso puede ser pasto de la censura
Nadie sabe qué cosa es el comunismo / Y eso puede ser pasto de la ventura

Silvio Rodríguez: “Reino de todavía”.

La imagen de Cuba, según sentenció el escritor habanero Abilio Estévez en La Gaceta de Cuba, podría ser una “rara materia evanescente”, imposible de atrapar. Compulsado a imaginarla, cualquier cubano parece definirla a su modo: “un negro así con un tabaco, unas tumbadoras…”, “la playa, una botella de ron”; “la mulata, un culo con lycra caminando por Centro Habana”; “dominó, ron, bachata, descarguitas con los socios”; “el campo, el churre, mi casa, mi familia”; “un país subdesarrollado, del tercer mundo y bloqueado”; “de donde soy, de donde vengo, mi barrio, mi cuadra, la bicicleta…”; “la gente, para mí el país es la gente, está implícito en la gente”. Imágenes más o menos poéticas, estereotipadas o singulares, involucradas o extrañadas, epidérmicas o sentidas, que podrían extenderse hasta el infinito.
Sin embargo, ante la pregunta por la imagen del país, la mayoría se imagina una intención catártica, subversiva. Probablemente, por la propia necesidad de algunos de purgar sus confesiones más polémicas, menos dichas o poco preguntadas, al menos fuera del marco íntimo, familiar, del círculo de amigos o del cubanísimo comentario de paso, al descuido, en el pasillo. Sin dudas, el tema “Cuba” (hablar del tema “Cuba”) se revela como tabú. El objeto país resulta demasiado trascendente como para ser abordado sin más. Pronunciarlo, involucra cierta tensión entre el discurso y la coyuntura cotidianos, la necesidad de asumir una actitud crítica ante un contexto problemático como única vía para contribuir a su desarrollo como agente de cambio social, sin falsas complacencias; así como el peso de la responsabilidad social que ello implica, unida al temor a la sanción, el desacuerdo o la incomprensión del otro (el que pregunta, el grupo a que se pertenece, las instituciones sociales, etc.), y unida también a la falta de costumbre de la mayoría al compromiso de hacer públicos (publicables) sus pareceres. Ello deriva, de manera general, en la autoimposición de censuras que adelantan cierta desconfianza en la efectividad y receptividad de los canales y flujos de comunicación, que los interrogados suponen verticales y ascendentes. Pronunciarse en la componente horizontal, en el ámbito privado –donde las relaciones de poder quedan disminuidas, y también la posibilidad efectiva de sanción al desacuerdo– parece ser menos problemático y hasta necesario; tanto como la garantía del anonimato o el equilibrio de la tensión entre la voluntad crítica y la cuota de responsabilidad que esta exige (en algunos casos) o los temores a repercusiones negativas de carácter personal (en otros).
Imágenes contradictorias, valoraciones y actitudes duales, revelan una relación generalizada de amor-odio, de orgullo-inconformidad, de satisfacción-frustración para con el país que existe. Representaciones polémicas, controversiales, se erigen a medio camino entre el extremo de las representaciones hegemónicas de la realidad (“centrales”, “oficiales”, “institucionales”) y las representaciones emancipadas –a veces “disidentes” y otras sencillamente dialécticas, evolucionadas, portadoras de nuevas formas de pensamiento social. La negociación de los significados centrales predomina sobre la adhesión o resistencia a ellos. Y ninguno de los extremos ciega al otro: la relación de los jóvenes con la isla se hace problemática, tensa, compleja, imposible de definir por quien no la haya vivido.
Cuba es “la Revolución, pero también el hastío, la mediocridad, el aislamiento, la desesperación. La alegría y la tristeza. La vida y la muerte. El pasado y el futuro”, como nos dijera un joven profesor universitario de Centro Habana. Y la mayoría coincide en esta definición de doble filo, en la que Cuba es “libertad, esfuerzo, heroísmo, belleza, hospitalidad, paz, esperanza”, pero también “desencanto y desespero…” Dos polos y todo el recorrido entre ellos. Un país “de ‘graciosas’ desgracias”; “loco, complejo, sui generis, misterioso, surrealista, de grandes contrastes”. De modo que vivir en Cuba puede ser “interesante pero sobre todo sumamente difícil”; “un poco más trabajoso que en otros lugares, pero quizás más feliz”; “un paraíso, un honor, un regalo de la vida, un reto, un orgullo, una oportunidad, una suerte, un privilegio”; y, al mismo tiempo, “un fatigoso sacrificio económico” o “una obligación”.
Esta naturaleza dual de la imagen del país se extiende y redunda en la comparación de épocas, latitudes, en la unidad y la lucha entre coordenadas extremas.
El país se define por oposición, por contraste: el hoy y el ayer, el adentro y el afuera; el antes y el después del proceso revolucionario iniciado en 1959, o el antes y el después de la caída del bloque socialista; aquí o allá: en el extranjero que generalmente encarnan los Estados Unidos (como total opuesto, paradigma moderno del desarrollo económico, o antimodelo cultural y político) y eventualmente Europa (como paradigma histórico, romántico), o el socialismo chino (como nuestro similar más afortunado), o el resto del mundo todo, donde Cuba sobresale como ejemplo de desarrollo social, cultural, etcétera.
Aunque para algunos el país es también una conjunción de fantasmas, metáforas de “una gran isla con muchos secretos” o personificaciones de “una mulata voluminosa de ojos chinos y pelo rubio, orgullosa, profunda, egocéntrica y alegre”, para la gran mayoría de los cubanos su explicación parece exigir una visión práctica, “aterrizada”. Mediados por un contexto de crisis económica nacional, que se prolonga ya por más de una década, la racionalidad económica, la preocupación por reproducir la vida material domina sobre racionalidades éticas o estéticas, e imaginar el país no es, en general, para los jóvenes habaneros interrogados, un acto de fabulación o extravío poético. Por sobre el país soñado y abstraído prima el país practicado, muchas veces en extremo simplificado, hasta vulgarizarlo al conteo de “los panes y los peces”.

Poderoso caballero Don Dinero

La problemática socioeconómica absorbe la imagen que sus más jóvenes ciudadanos expresan del país, valorada sobre todo desde el punto de vista de las limitaciones materiales, desigualdades sociales y deformaciones morales que genera la situación de contingencia económica. Funciona como supra-eje temático central, casi exclusivo, en la superficie o en el fondo de todas las imágenes, y les otorga un matiz predominantemente negativo. El país de los jóvenes habaneros, centrado en su situación socioeconómica, es ante todo una nación subdesarrollada, económicamente insegura, bloqueada por los Estados Unidos, en crisis, signada por la dualidad monetaria entre el peso cubano y el dólar estadounidense (o la moneda extranjera en general). Un país escindido entre cubanos y extranjeros, o entre cubanos con dólares y cubanos sin dólares.
El país de las “penurias económicas” lleva inevitablemente hacia el país de las “desigualdades sociales”, que se convierte en una suerte de “país de las penurias económicas distribuidas sin equidad”. Algunos recuerdan conocimientos elementales de marxismo de manual para evaluar la situación y concluyen que “estamos rompiendo con la máxima socialista que exige: de cada cual según su capacidad y a cada cual según su trabajo”. La desigualdad social se manifiesta en el surgimiento de clases o grupos sociales que los jóvenes distinguen diferenciados por el nivel de ingresos, el tipo de propiedad o determinadas situaciones contingentes:
1. “La gente que recibe dólares y la gente que no”: una definición en la que se ubican como privilegiados aquellos que reciben remesas del exterior, o quienes poseen ventajas exclusivas por trabajar vinculados al turismo o empresas mixtas, con estimulación en divisas y contacto directo con extranjeros (fuente emisora de la moneda en el país).
2. “El que está ligado al Estado trabajando y el que no depende del sueldo mensual, que se dedica a chapistear carros o es técnico de refrigeración y gana mucho dinero, aunque no gana dólares, porque no está vinculado al turismo”.
3. “Excepciones como el caso de los policías y los barrenderos, que ganan entre seiscientos y ochocientos pesos, mientras los profesionales ganan un promedio de trescientos y tantos”, porque son oficios que habían disminuido su demanda y prestigio social y que el Estado ha necesitado promover.
El país estratificado genera inconformidad, no sólo por la frustración de un proyecto histórico de equidad social, sino además por la pertinacia de las lógicas tradicionales de distribución social de los ingresos, según la calificación, naturaleza y responsabilidad del trabajo que se realiza.
La estrategia de enfrentamiento de la crisis transita de la estructura a la superestructura, donde su expresión más visible es quizás el deterioro o corrimiento de las normas éticas, de los referentes valorativos de la sociedad.
“Resolver” es la palabra de orden, una ambigüedad que puede ser sinónimo de prostituirse, robar y otras artes “inmorales” e ilegales que se disfrazan hoy con significados menos duros, de acuerdo con nuevas escalas morales invertidas o distanciadas de las socialmente proclamadas, y que llegan a ser aceptadas como nuevas formas de supervivencia por una parte de la sociedad. Unos protestan, otros se resignan, algunos lo observan con naturalidad: “La corrupción está de un extremo a otro. El jefe de una fábrica de lo que sea, si puede robar, roba; pero no es corrupción para hacerte rico, es corrupción para sobrevivir. En una imprenta tú por fuera tienes que ponerte a imprimir cosas, a imprimir tesis, a vender hojas”. “La mayoría de las casas de la ciudad tienen problemas, pero tú tienes que robarte los materiales para poder arreglar tu vivienda porque no hay materiales”. “Las muchachas tienen que ‘jinetear’ para poder ayudar a la familia a que sobreviva; quieren estar bonitas y presentables igual que las demás, lo único que pueden hacer es irse con un turista por dinero, prostituirse”.
Evidentemente, y a pesar de la lenta recuperación económica y los planes de reconstrucción social implementados en los últimos años, el balance sigue resultando negativo si se evalúa a Cuba en el ámbito socioeconómico. Y es que se trata de un balance que está atravesado, sin dudas, por elevadas expectativas de un grupo social, el de los jóvenes, que posee cada vez más altos niveles de instrucción y que, en correspondencia, pone metas más ambiciosas a los planes de desarrollo nacional.
En un plano secundario se suceden las valoraciones sobre el sistema político, generalmente equilibradas entre la alabanza y la crítica. Consideraciones favorables relativas a la independencia y el prestigio internacional del país o el sistema sociopolítico que lo rige, ocupan su lugar frente a inconformidades con mecanismos de regulación demasiado centralizadores, estrechos marcos de legalidad en torno a diversas prácticas sociales “legalizables”,4 o la “disminución de la participación ciudadana” y la “escasa legitimidad social para la pluralidad ideológica, informativa, creativa”.

Politizando…

Situada en la dimensión política, la imagen vuelve a hacerse dual, y su aura positivo-negativa flota entre el país independiente, internacionalmente respetado y prestigioso, y el país “demasiado politizado y centralizado” o “poco plural”. La imagen orgullosa de la nación se relaciona fundamentalmente en el ámbito político a su imagen pública, a su manera de conectarse con el mundo, a la representación que desde el exterior se tiene de la isla, o a la que se construye desde adentro en la comparación con el exterior. Para muchos, Cuba es “un país revolucionario que lucha por lo que quiere”, “sin dudas mejor que la mayoría de los países serviles a los Estados Unidos”, y ello “nos distingue favorablemente de otros latinos”. Para otros, la imagen inconforme se centra en el país saturado por la racionalidad política, el predominio ilimitado del discurso político-ideológico sobre el sistema como conjunto, justificado generalmente por las históricas tensiones políticas externas e internas, en medio de las cuales ha sobrevivido el sistema hasta hoy, y que se han renovado periódicamente desde el triunfo de la Revolución con Girón o el Escambray, la Crisis de Octubre, los balseros, Elián González, los llamados periodistas independientes, etc.
El país centralizado también es asumido por algunos como condición sine qua non del funcionamiento del sistema, aunque otros aboguen por su flexibilización. “Aquí, desde que se concibe una idea hasta que llega abajo, empieza a torcerse y torcerse y cuando llega abajo ya está distorsionada y jodida. Y entonces, si todo llegara allá arriba y bajara como mismo se crea, esto sería maravilloso”. “El Estado quiere controlarlo todo y no puede, pone trabas, no deja a la gente hacer sus negocios ni ganar dinero”. Como parte de la centralización, el sistema político cubano y, por tanto, el país, se asocia al liderazgo histórico, estable, insustituible para algunos, de personalidades que ganaron nombre y prestigio político ante la nación como sobrevivientes de la lucha armada que condujo al proceso revolucionario de 1959. Entre ellos, puntual y muy especialmente, la figura de Fidel Castro, a quien la mayoría llama familiar y sencillamente “Fidel”, funciona a todos los niveles como símbolo del proyecto nacional que “más que socialismo es una especie de fidelismo”, así entendido por sus admiradores y detractores.5
En semejante contexto, los jóvenes describen y se preocupan por una Cuba menos unida, donde la gente se interesa poco por “participar”, que pudiera estar relacionada con ciertas percepciones sobre el divorcio entre los discursos sociales, institucionales u oficiales, y la realidad cotidiana de los sujetos; o sobre la presunta imposibilidad de emergencia de nuevos discursos y la escasa oportunidad para la creatividad; controles y prohibiciones excesivos de libre acceso a la información (a Internet, por ejemplo); u otras actividades “incomprensiblemente ilícitas” en nuestro entorno.
A pesar de la cuantía de inconformidades, que supera con creces las satisfacciones referidas respecto al ámbito político, el recuento de la imagen nacional en esta dimensión termina por ser positivo. La mayoría de los jóvenes manifiesta cierta actitud de apoyo (o cuando menos de tolerancia) al sistema como conjunto y entiende como solucionables los elementos desfavorables que señala.
A diferencia del ámbito socioeconómico, donde las soluciones apenas se vislumbran, reparar la imagen parece ser más bien cuestión de voluntades.
De reducida centralidad frente a la constante socioeconómica, e incluso frente a las recurrentes alusiones políticas, pero invariablemente referidas en los discursos juveniles estudiados, aparecen valoraciones positivas de naturaleza histórico-política, cultural, idiosincrásica, geográfico-natural. A medio camino entre el mito y la convicción, se afirma la belleza natural, paradisíaca, “prácticamente virgen”, de la isla (de sus playas y paisajes), sólo comparable a la naturaleza insuperable de sus mujeres, o al carácter accesible y familiar de su gente.

Juez y parte

En general, las más sustanciales variaciones en la tematización de la imagen del país, en la actitud que se asume ante la imagen de la isla en sus distintas dimensiones, aparecen relacionadas, fundamentalmente, con dos variables:
1. La mediación de la posición social, fuertemente atravesada, en la circunstancia cubana, por la racionalidad económica de crisis y, por tanto, marcadamente (no exclusivamente) determinada por los niveles de ingresos6 y el acceso al consumo material, más que por la calificación y extracción social, las competencias culturales o la etnicidad (o racialidad).7
2. La mediación que en el nivel microsocial ejerce la integración política de los sujetos, en este caso observada más que desde la pertenencia o no a grupos o actividades políticas, desde la propia representación de los sujetos sobre el significado y relevancia que para ellos tiene tal pertenencia, y su expresión en los discursos.
Así, las imágenes de los sujetos más políticamente activos,8 que se consideran a sí mismos más y mejor informados que la mayoría, con acceso a círculos privilegiados de información, resultan más articuladas a la coyuntura macrosocial y están, por tanto, dominadas (como el conjunto del sistema)9 por la racionalidad político-ideológica. Más identificadas con el discurso de las instituciones hegemónicas, menos personales, aparentemente más centradas y comprometidas con el proyecto colectivo de nación que con sus proyectos individuales de vida. Mientras, el resto percibe las estructuras macrosociales como realidades externas (ajenas) que rigen sus destinos, y centra su imagen del país en el entorno microsocial, en sus propios proyectos individuales de vida.
En este sentido, para los sujetos más políticamente activos, la clave de la imagen nacional está en los obstáculos opuestos al funcionamiento del sistema como conjunto, en su condición de “país subdesarrollado y del Tercer Mundo”, “política y económicamente bloqueado por los Estados Unidos”, o “los logros políticos y sociales alcanzados a pesar de…”, o en la necesidad de insertarse en un mundo unipolar y globalizado, neoliberal, donde las riquezas están distribuidas desigualmente.
En tanto, para los sujetos que definen su posición social y actitud ante la realidad esencialmente por sus niveles de ingresos personales (con independencia de su calificación profesional u otras distinciones), la imagen nacional está definida por las posibilidades de consumo material que el país les ofrece individualmente. Y transita entre “el país de las penurias económicas”, el país donde “se puede vivir sin trabajar porque siempre se inventa”, o el país donde “con dólares hago lo que quiero”, en dependencia de la posición del juez, pues “si tú te comes un bistec todos los días, si tú tienes dinero para salir a pasear todos los días, si incluso tú tienes un buen puesto de trabajo que te permite viajar, no piensas lo mismo que el resto de los mortales”. Del mismo modo en que para los sujetos cuya identidad como grupo social se define por su calificación profesional, competencias, preferencias y hábitos de consumo cultural, la imagen del país queda configurada también desde la dimensión socioeconómica y la preocupación individual, pero con una significación diferente: por las contribuciones o limitaciones que sus economías domésticas aportan a sus realizaciones profesionales, a la satisfacción y desarrollo de sus intereses culturales.

Islas

La condición isleña, la sensación de encierro y aislamiento, de escaso contacto cultural con el exterior, de alternativas de supervivencia económica cortadas en la frontera marítimo-insular, son también maneras frecuentes en que los jóvenes habaneros definen su país. La imagen del “país-isla”, entendido bien como país “singular” u “original”, bien como país “aislado”, hace que para muchos jóvenes cubanos que nunca han puesto un pie fuera, y quieren hacerlo, ello siga siendo una posibilidad remota10 y la única realidad conocida y la única posible. Sus fronteras no se pierden, aunque en el mundo reine la globalización y los teóricos posmodernos denosten las identidades nacionales.
Esta certeza genera ansiedad, curiosidad, necesidad e incluso idealización de lo desconocido, de “lo otro” como probabilidad de cambio y supuesta mejoría. Ejercer el derecho de buscar en otro sitio un empleo mejor remunerado para mejorar las condiciones materiales de vida y ayudar a la familia, alcanzar mayores posibilidades de realización profesional con acceso a tecnologías de punta y abundantes recursos materiales, o sencillamente conocer otras culturas, son algunas de las razones por las que los jóvenes lamentan su imposibilidad de viajar al exterior. Las dificultades legales para hacerlo libremente refuerzan la motivación y hacen que incluso para algunos el asunto se convierta en obsesión, pues “cuando algo (sea viajar o ir a la playa) te lo impiden tanto, más tú lo quieres. A lo mejor si tú nacieras aquí y fueras tan libre de viajar como en Europa, tú jamás saldrías de este país”, nos aseguraba un estudiante de veintiún años del tecnológico de informática en el Vedado.
Para otros, sin embargo, irse tampoco es El Proyecto de Vida con mayúsculas. La relación de amor-odio con la isla se inclina hacia el borde positivo, y la decisión de permanecer, de apostar por el futuro desde acá, se sustenta fundamentalmente sobre la elevada valoración de la autoestima y los vínculos afectivos individuales, así como las razones de satisfacción de que los provee el proyecto nacional. Desde la mirada urbana, orgullosa, del capitalino, este es un problema esencialmente habanero.
En el interior del país, que los capitalinos llaman indefectiblemente “campo” (aunque sea ciudad), “la gente es más conforme”, ignora la posibilidad de aspirar a un cambio, o en últimas aspira a La Habana como horizonte, mientras que los habaneros (que ya tienen “lo mejor de Cuba” y están más en contacto con sujetos y objetos foráneos) aspiran al extranjero.

Mediaciones

Ante la evidente necesidad de imaginar la isla desde la afectividad más que desde la racionalidad, las opiniones, creencias o mitos, actitudes, imágenes valorativas originadas por experiencias, recuerdos, escenarios, personas, acontecimientos, anécdotas particulares relacionadas con el acto de habitar esta isla, fueron mucho más abundantes que las informaciones, conocimientos, conceptos objetivos (si es posible la objetividad). Por tanto, se desembocaba regularmente en la toma de partido, la defensa, la ofensa o la confusión apasionadas, totalmente involucradas, subjetivas, personales, donde primaría lo inmediato-individual-utilitario. Pero, por supuesto, no todas las imágenes del país están directamente relacionadas con la propia experiencia social de la realidad. Algunas pudieran parecer infundadas, ilógicas, caóticas, sin sentido, tal vez por haber sido importadas de otro individuo, o de las instituciones socializadoras que nos rodean. O sencillamente (y esto es lo más común) tienen un poco de ambas: están relacionadas con la propia experiencia social de la realidad y, a la vez, influenciadas por las experiencias, las interpretaciones o los discursos ajenos.
Especialmente la familia y la historia familiar, la evolución de su posición y participación en el entramado social, aparecen de modo evidente y explícito en los discursos registrados como una de las mediaciones contextuales microsociales más recurrentes, la principal fuente de datos confiables para la comparación entre la isla actual y la isla pretérita. El éxito o la frustración del recorrido familiar soñado (de madres y padres como referentes más cercanos) es un dato sensible para la evaluación del país en tanto proyecto nacional. Después de la familia, los amigos, y compañeros de trabajo y estudios encarnan también –en ese orden– grupos de pertenencia afectiva, generacional, cultural y probablemente profesional que funcionan como referentes cotidianos, censores o motores en la visión del país. En tanto, para quienes sus rutinas diarias pasan por la pertenencia al barrio como marco de identidad, el círculo de amigos se amplía o solapa con el de vecinos, y otros conocidos que “viven igual que nosotros, pasan los mismos trabajos o peores”, o “han pasado a mejor vida”, han logrado emigrar y “triunfar” haciéndose de “¡una casa y un carro!”, y los actualizan sobre lo “dura” pero “productiva” que es la vida “allá” en el extranjero (generalmente encarnado en los Estados Unidos).
La imagen proyectada mediante el sistema de educación o los medios de comunicación, así como el conjunto de instituciones estatales, algunos líderes políticos, organizaciones políticas y de masas –entre las que fueron especialmente citadas la FEU y la UJC– resulta explícitamente negada por la mayoría (aparezca o no implícita luego en la imagen que cada quien expresa), como algo proveniente de medios “oficiales” u “oficialistas”, instrumentos del discurso central, muchas veces divorciados de la vivencia de los sujetos comunes, demasiado interesados en explicaciones sobre el funcionamiento del sistema a nivel macrosocial, repetitivos, saturados de contenidos estáticos, que resultan poco verosímiles “porque los periódicos siempre están de acuerdo”, “la información es incompleta”, “no te dicen las cosas como son”, “nunca o casi nunca reconocen los problemas, y en el noticiero somos perfectos en todo”, “se debería buscar la manera de proyectar al exterior y al pueblo cubano una imagen más real, porque la gente se ríe, y sabe que lo que tenemos no es ‘candela’…”.
Los conceptos de “verdad” y “realidad” institucionalizados se enfrentan con la coyuntura, y esto tiene un costo para la credibilidad del sistema a nivel macrosocial. Sin embargo, en su esencia, se trata de una tensión universal. Ya lo había anunciado Engels: para lograr erigirse en cosmovisión y programa representativo de los intereses y expectativas de un grupo y validar el quehacer de dicho grupo, cualquier ideología (sea la de la Revolución cubana o la del nacionalismo gallego), como marco generativo-restrictivo en el que los sujetos producirán sus representaciones del mundo, debe conseguir concentrar todos los defectos de la sociedad fuera de sí, pues toda época revolucionaria se autopresentará como original, insólita, pura, respecto al status quo cuya subversión representa o se propone.
A contracorriente, los llamados medios alternativos, con un discurso encontrado con el hegemónico, a veces incluso de clara oposición política, están ocupando presuntas zonas informativas silenciadas en nuestros medios tradicionales, y aparecen referidos entre las preferencias de algunos sujetos como fuentes de información sobre Cuba “porque no dicen lo mismo que todos”. Representados especialmente por las publicaciones religiosas Vitral y Palabra Nueva, resultan curiosamente aludidos incluso por sujetos que se autodefinen “no religiosos”. Sin embargo, la mayoría coincide en el rechazo casi absoluto a la mirada de afuera, las más de las veces percibida como una visión descontextualizada, extrañada de la realidad nacional, especialmente si proviene de los Estados Unidos (y aún más de Miami) en la figura de reaccionarios, extremistas, contrarrevolucionarios y medios de prensa como extremos negativos, pero también asociada a quienes se identifican con un extremo positivo irreal, mitificado. “Por ejemplo, cuando hablan mal de Cuba a mí me ‘funde’,” decía una joven estudiante del ISA residente en Plaza, “incluso aunque piensen cosas que yo también pienso, me pongo brava, no me da la gana que lo digas porque tú no sabes nada. ¿Tú llevas aquí dos días y te vas a poner a hablar mierda? Estate aquí un tiempo más… O me caen también mal esos extranjeros que vienen a ‘turistear’ y ¡ay Cuba y Fidel!, y después se van y comen tremendos bistecs y se pasan la vida hablando de lo bien que está Cuba y de lo buena que está Cuba, y vienen una vez al año a Cuba porque Cuba es ‘su país’, pero no viven en Cuba. O la gente que se va y se pasa la vida extrañando a Cuba, pero jamás viran”.
“Ofensivas”, “aberradas”, “indignantes” resultan especialmente las imágenes que atentan contra los motivos de orgullo nacional, particularmente los de naturaleza cultural, idiosincrásica (aunque también los relativos a la historia nacional y los logros sociales), sobre todo si se promueven desde alguna zona del discurso social interno (la publicidad destinada al turismo, por ejemplo). Y este rechazo se extiende al modo como algunas realidades cotidianas, fenómenos o grupos sociales que pueden ser minoritarios, se alzan a veces como estereotipo negativo de la isla, absorbiendo la totalidad de la imagen:
“Nosotros no estamos de acuerdo con la imagen que la publicidad vende de Cuba en el extranjero, pero por otro lado –reflexionaba en el municipio Diez de Octubre un estudiante de la CUJAE–, aunque Cuba esté promoviendo el turismo de familia y todo eso, cuando el extranjero pasa por Quinta Avenida ve el turismo sexual… y muchas veces se va pensando que Cuba es eso que vio allí o alrededor de los centros turísticos: gente prostituyéndose”.
Casi siempre involuntaria e inconscientemente, los discursos de los jóvenes habaneros sobre la isla, aparecen cruzados, a veces incluso “textualmente”, por otros discursos sociales que más se relacionan con su actividad cotidiana o sus competencias y preferencias culturales. Entre los géneros de discurso con los que se establecen intertextualidades más notables, se hallan:
1. El discurso político: especialmente tomado como matriz referente por los agentes políticos, no sólo en contenido, vocabulario, etc. (puesto que afloran inclusive conocidas consignas políticas como aquella de que “Cuba es un eterno Baraguá”); sino también en actitud, al asumir los sujetos elementos típicos del lenguaje extraverbal de este género de discurso (posturas, movimientos, cadencia al hablar, etc.), la ritualización del habla a que aludía Foucault.
2. El discurso religioso: notable, en este caso, en jóvenes cristianos que asisten regularmente a cultos y dividen la realidad entre cristianos y no cristianos (o mundanos), mientras repiten en discursos muy similares alusiones a Dios, la fe religiosa, etc., relativas a la necesidad del país de “acercarse a Dios”.11
3. Y el discurso artístico, especialmente el de la música, que ha permeado también, tradicionalmente, el discurso cotidiano de los cubanos, identificados con la manera de decir de cantautores, grupos, orquestas de moda. Cuba puede ser descrita como “lo máximo” (expresión acuñada en los noventa por una popular canción de Manolín, el Médico de la Salsa), o el lugar “de donde soy, de donde vengo” (una definición reciente, ofrecida desde la nostalgia del barrio por el emigrado grupo Orishas); en tanto alguien pide más posibilidades de desarrollo socioeconómico para “el hijo del constructor” (la manera en que un rap de moda titulado Quién tiró la tiza define al cubano marginal o marginado, de peor posición social).
Finalmente, a modo de balance, atravesando todas las dimensiones de la imagen del país, pero concentradas también en el componente socioeconómico, aparecen recurrentemente: a) el recuento de las satisfacciones y frustraciones que cada dimensión genera en los ciudadanos para con sus proyectos individuales de vida o el proyecto de nación, enfocado muchas veces en la discusión de la validez de la emigración como proyecto alternativo; b) el reclamo de la expectativa o deseo de país, del país posible irrealizado, de nuevos proyectos de vida o nación.

Proyecto de vida y proyecto de nación

Fuertemente removida por las frustraciones socioeconómicas o las inconformidades políticas, la nación conserva su autoestima, su imagen positiva de sí misma, sustentada especialmente sobre sus realizaciones sociales, histórico-políticas y culturales. Entre ellas:
1. Los logros que el sistema social ha podido alcanzar y conservar como motivos de orgullo nacional: el derecho a la educación y la salud gratuitas, el desarrollo cultural y deportivo, el desarrollo científico, la tranquilidad ciudadana.
2. La afirmación de creencias históricas y políticas relativas al espíritu de lucha, la capacidad de resistencia y valentía de los cubanos, el ejemplo internacional de soberanía que representa el país, su prestigio.
3. La singularidad de elementos culturales o idiosincrásicos, en un país de “rica cultura y costumbres”, “de gente excepcional, alegre, con muchas ganas de vivir”, “con un carácter bien marcado que le permite enfrentarse a cualquier contratiempo y salir airosa”, “gente digna, inteligente, esforzada”, “gente muy musical, con ritmo en la sangre”.
Para la mayoría, independientemente de su actitud más o menos crítica hacia la isla, Cuba sigue siendo un proyecto de nación irrealizado. Para unos en proceso y para otros en retroceso, pero en general “no es lo que soñaron muchos de nuestros padres para nosotros, es mejor que la de ayer (la de antes de 1959), pero peor que la de los ochenta”. Tal irrealización del proyecto nacional pasa por la irrealización o imperfección de algunos proyectos colectivos, pero sobre todo por la irrealización de muchos proyectos individuales de vida. Es una conjunción de las aspiraciones personales y sociales “frustradas” o “por alcanzar”, en dependencia de la mirada que lo juzgue. El reclamo es histórico y actual. Es una deuda que la generación presente estima que la nación le debe, a ella y a quienes le precedieron, como primeros y más empeñados postores de la nación proyectada hace casi medio siglo. Y al mismo tiempo, es un reclamo pesimista, desesperanzado, descreído, una especie de “derecho al pataleo”.
En paralelo, el deterioro o la imperfección de algunos de nuestros proyectos colectivos más logrados preocupa a la mayoría, y se manifiesta en forma de temor a la quiebra de motivos de orgullo nacional como el sistema de educación, la salud pública o los mecanismos de justicia social.
Pero son, probablemente, los proyectos individuales irrealizados los que más pesan. Proyectos familiares, generacionales, cuyas decepciones han sido heredadas como propias por las nuevas generaciones: “Están los padres de nosotros que estudiaron toda su vida, se esforzaron para poder darles a los hijos una vida mejor y que no pudieron porque son profesionales que están trabajando para el Estado y no tienen acceso a un trabajo bueno y a ganar dólares. Y hay que entender a esa gente que están frustrados, que tuvieron en algún momento un nivel de vida bueno y con todo este cambio se fueron para abajo, y a partir de ahora siguen para abajo. Eso desestimula a los hijos a seguir ese camino, y a algunos los estimula a entrar en la delincuencia, las ilegalidades…”, lamentó un ingeniero informático de veinticuatro años en el municipio La Lisa.
El tiempo de revisión es corto aún para algunos. Y la juventud y las dimensiones del país en el concierto mundial valen para justificar ciertas decepciones, pues “la Revolución, en este país así chiquitico, ha logrado bastantes cosas, pero son sólo cuarenta y tantos años de revolución contra cuatrocientos años de colonialismo”. Por otra parte, la mayoría de la actual juventud, que aprecia las conquistas nacionales, pero ha nacido con ellas como derechos per se –educación y salud gratuitas, por ejemplo– reúne aspiraciones crecientes que alcanzan desde la plena realización profesional hasta la independencia económica, condiciones materiales para formar familia, así como otras comodidades escasas en el entorno nacional (un automóvil es el ejemplo más frecuente).
En últimas, la centralidad de la situación de crisis económica genera el repliegue del proyecto nacional al proyecto individual, en que “la gente sigue siendo ‘buena gente’, la gente sigue siendo sociable, la gente se sigue llevando bien, pero ya nadie mete la mano en la candela por ti, ya nadie te hace un favor gratis. Nadie tiene tiempo para ver los problemas de los demás porque tiene que resolver sus propios problemas…”, según nos decía un ingeniero informático de veinticuatro años en La Lisa.
Y, mientras tanto, aunque el discurso central diga lo contrario, e incluso aunque algunos utopistas persistentes o sujetos políticamente activos –que permanecen integrados a las estructuras y proyectos macrosociales– se empeñen en revertir la desidia, para muchos el proyecto colectivo queda aplazado para cuando el mundo, el país y sus habitantes estén preparados para asumirlo.

El reino de todavía

La generalidad de los jóvenes habaneros reclama, al menos en primera instancia, un país deseado posible, más que un país ideal, abstracto. Y ese país deseado se define primero en lo inmediato-individual-utilitario, y tanto más cuanto más bajos niveles de ingresos y/o menos competencias culturales estén de por medio: “Sin ser egoísta, yo lo que quiero es cambiar mi situación personal, quiero que la gente mejore y quiero lo bueno para todo el mundo, pero yo soy el que quiero cambiar, a mí no me interesa más nada, no me interesa cambiar nada, el partido, el parlamento ni nada: a mí me encantaría ir al Habana Café todos los fines de semana, no al Chaplin ni nada de eso, al Habana Café, con una orquesta sabrosa, caerme a dobles, irme con una pila de tablas (no de 10 pesos), darme unos pases…”, nos desarmaría un estudiante del pedagógico, de veinte años, en el Vedado.
Esta Cuba deseada se sitúa con frecuencia, y sin distinciones de uno u otro tipo de sujeto, más que en ideas creativas o proyecciones, en el referente histórico, mitificado, de los años ochenta como época de bonanza económica, como pasado cercano al “deber ser” planeado, soñado, esperado y casi realizado por las generaciones anteriores; o bien en el referente generalmente desconocido (simbólicamente imaginado) de otras latitudes presuntamente superiores, también mitificadas.
“La Cuba de ahora no tiene comparación con la de los ochenta, estoy seguro que quisiera volver al tiempo de la existencia de la URSS”, “las carnicerías antes estaban llenas de todo: chorizo, carne de puerco, carne de res… Y ahora tú ves a los carniceros sentados esperando que aparezca algo, y cuando llega le meten un cuchillazo porque ellos tienen que ‘vivir’…”, “¡Oye, si esto fuera como uno de los países desarrollados de Europa, o como China, vaya…!” Los reclamos que sus jóvenes habitantes capitalinos hacen al país son diversos, y se extienden también a la utopía. Aunque –como cualquiera podría predecir a estas alturas– el país deseado por la mayoría es esencialmente un país más desarrollado, en mejor situación socioeconómica, y con mejor calidad de vida para sus ciudadanos, con mayor justeza y equidad en la distribución de las riquezas a través de la remuneración del trabajo y la calificación de cada quien; un país con más libertades para la pequeña empresa como alternativa de desarrollo individual; un país en condiciones de apreciar y gratificar a sus ciudadanos por encima de cualquier ciudadano del mundo; un país en el que la emigración deje de ser el proyecto de vida de muchos y, sin embargo, viajar al extranjero sea un acto totalmente cotidiano, posible.
“Que en algún momento de la vida el sistema les de a los profesionales lo que les toca”; “que los que estudian se puedan dar buena vida, y no los que están trabajando en un hotel que no saben nada y los que están en los negocios sin tener que sacrificarse”; “que el Estado le diera libertad a las personas para hacer cosas que resuelvan los problemas que él no puede resolver; que dejasen vivir más ampliamente a las personas, hacer su negocio sin miedo a perderlo todo y así poder comprar en tiendas por dólares”; “que el Estado y el ciudadano cubanos fueran menos xenofílicos, que los cubanos y extranjeros tuvieran los mismos derechos”; “que sea un poco más factible lo de los viajes, que nos dejaran conocer otras culturas, no por los libros ni por anécdotas, sino por vivir un pedacito de esa realidad”.
Un país en condiciones de permitir y facilitar a sus ciudadanos el descanso, la diversión, el ocio, el consumo como derecho, sin demasiados privilegios, como posibilidad cotidiana y no como premio. El país protagonizado por la gente común y corriente sin disfraces, por la realidad de la gente común y corriente acercada y comunicada tal cual es con los poderes públicos. Porque, como exigía un estudiante de ingeniería química de veintitrés años en Diez de Octubre, “tiene que haber una gente que se siente a pensar en todas y cada una de las necesidades que tiene la gente, que choque más con la base, con la vida del cubano como tal, con el hijo del constructor, como dice la canción, para darle una solución, porque yo estoy completamente seguro que hay una pila de problemas que se ven aquí abajo que allá arriba no se conocen…”.
Un país redimido de sus penurias materiales y, por tanto, en condiciones de redimirse de sus deterioros morales: “Yo realmente lo que quiero es que la gente tenga un poquito más, pero que ese poquito más no los haga egoístas, porque la gente se ha puesto muy fea…”; “hay que cambiar la conciencia de la gente… para que sea posible el socialismo hay que llegar a un nivel de conciencia tan alto que sea posible la igualdad, y eso solamente se va a lograr mejorando la economía, mejorando muchas cosas…” Pero también un país menos centralizado, menos temeroso de la creatividad, más plural, más diverso; un país menos complaciente consigo mismo, más crítico y por tanto más justo y más verosímil. “Tenemos que criticar menos y autocriticarnos más, no podemos ir en contra de la realidad actual ni del desarrollo. A Cuba le faltan más noticias de ella misma y no de los demás”.
Y, al mismo tiempo, un país independiente sin que ello implique el enfrentamiento político constante con otros, un país menos agredido, un país respetado y prestigioso en el concierto mundial, un “país deseado” que exige también un “mundo deseado”, distinto del actual: “que el país pudiera vivir tranquilo, que cambiara con urgencia lo que necesita ser cambiado para que sobreviva la Revolución y no acabemos como cualquier país latinoamericano siendo siervos de los Estados Unidos”; “que no estuviera bloqueado por los Estados Unidos y fuera único en el mundo”; “vivir mejor y en paz”; “que Cuba fuera feliz y tuviera el respeto de todos”.

En La Habana, Cuba, a finales del 2003.

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Notas

*—El presente artículo tiene como base la tesis de licenciatura en Comunicación Social de la autora. Se trata de un estudio sobre la construcción de la imagen de país en el entorno comunicativo (ampliamente entendido como “entorno cultural”) de jóvenes cubanos de la Ciudad de La Habana. De ahí que la autora sugiera el subtítulo, casi comentario, “De cómo algunos jóvenes habaneros imaginan Cuba: el deseo de la certeza del país”.

1—El principal puerto, el principal polo de atracción turística, el escenario de ensayo (y a veces de exclusiva aplicación) de las nuevas estrategias e inversiones sociales (en salud, educación, seguridad social), la sede de las máximas funciones del aparato estatal y de gobierno, de las principales estructuras y organizaciones políticas, de las industrias de mayor peso en la economía nacional, de las casas matrices de muchas de las principales empresas comerciales, de la canasta básica más pródiga, del 43% del PIB del país, de los órganos de prensa nacionales, del circuito de cines de estreno, de las principales compañías danzarias y teatrales, de los más reconocidos grupos musicales y sus conciertos, así como de otras importantes instituciones y eventos culturales a nivel nacional como bibliotecas, museos, escuelas de arte, asociaciones culturales, festivales, etcétera.
2—Las frases entrecomilladas en cursivas corresponden a respuestas proporcionadas por sujetos entrevistados en el curso de la investigación.
3—Especialistas del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), el Centro de Estudios Sobre Juventud (CESJ), las facultades de Sociología, Psicología y Comunicación de la Universidad de la Habana, el Centro de Investigaciones Sociales del ICRT, el Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello” y el Centro de Estudios sobre Migraciones (CEMI) de la Universidad de La Habana.
4—Entre las que pueden situarse la adquisición legal de una computadora personal o el acceso en moneda nacional a determinados servicios (hoteles, fotocopia o impresión de documentos), así como la apertura de negocios privados, etc.
5—Llama especialmente la atención la emergencia de representaciones negativas sobre “algunos dirigentes políticos” innombrados, caracterizados, con cierta frecuencia, como “oportunistas”, “incapaces”, “corruptos”, probablemente relacionados con la experiencia individual de cada sujeto, pero sin explicaciones más claras. Tales valoraciones sustentan la desconfianza de algunos en el futuro político de la isla.
6—Que en Cuba han roto el vínculo con la calificación profesional, y provienen hoy de vías diversas, sólo una de las cuales es el salario estatal. Los niveles más elevados aparecen generalmente vinculados al acceso a la divisa, a veces por caminos “poco tradicionales”, como las remesas familiares desde el extranjero, los negocios ilícitos, etc., y otras veces vinculados al sector de propiedad privada o sectores emergentes de la economía (el turismo, por ejemplo).
7—Existen más semejanzas que diferencias entre el blanco, negro o mestizo que ha podido acceder a niveles superiores de instrucción y competencias culturales, a niveles superiores de integración política, a niveles superiores de ingresos, precisamente porque las diferencias están determinadas más por aquellos otros factores primarios que por el color de la piel. La racialidad, como representación sociocultural, incide más bien de modo secundario, como mediación de otra mediación y no como indicador directo, a través de la ubicación social que ella pudiera haber impulsado o desestimulado históricamente. En otras palabras, si hubiera más blancos o más negros que priorizaran las dificultades económicas entre los ejes temáticos de su imagen de país, ello se debería más que al hecho de ser blancos o negros, al de estar ubicados en una mejor o peor posición social.
8—Representados en el estudio por cuadros políticos de la UJC o el gobierno.
9—Juan Valdés Paz: “Notas sobre el sistema político cubano”, en Haroldo Dilla (comp.): La democracia en Cuba y el diferendo con los Estados Unidos, La Habana, Centro de Estudios sobre América (CEA), 1995; Ricardo A. Gessa Abreus: “Estudio de algunas de las principales mediaciones del entorno comunicativo cubano actual”, tesis de diploma, Facultad de Comunicación, Universidad de la Habana, 1996, p. 80.
10—En el año 2001, Cuba recibió 1 800 000 turistas, en tanto solo unos 200 000 de los 11 000 000 de cubanos viajaron a otros países, por motivos de trabajo (en representación de instituciones cubanas) o por razones personales (Francisco Aruca: Entrevista a Felipe Pérez Roque para Radio Progreso Alternativa, en Correo de Cuba, tercer trimestre del 2002, año 8. Disponible en: http://www.cubaminrex.cu/Cubanos_Exterior/Revista_ Correo/RC_A2_0302.htm, (mayo, 2003). De los más de una centena de jóvenes entrevistados o encuestados para esta investigación, apenas cinco habían salido del país alguna vez, y sólo uno lo había hecho por motivos personales. Para emprender viajes personales al extranjero, los cubanos requieren, en primer lugar, una suma considerable de dólares (que difícilmente puede obtenerse por concepto de salario en ubicaciones laborales corrientes, ni siquiera “muy calificadas”), necesaria para gastos de pasaje, estancia, etc. Pero, además, se les exige la obtención y presentación de una carta de invitación a nombre de alguna persona que se haga responsable por ellos en el país al que pretenden viajar, una visa del citado país (previa valoración de la confiabilidad del solicitante como “no-posible-emigrante-ilegal”), y un permiso de salida del Estado cubano (que también debe ser abonado en dólares), previa autorización ministerial tramitada por el centro de trabajo o estudio al que el ciudadano se encuentra vinculado.
11—Sin embargo, resulta significativo el hecho de que la religiosidad sólo haya aparecido como fuente de mediación significativa de la imagen del país en unos pocos sujetos encuestados como “muestra intencional”, precisamente por su fuerte y activa filiación

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