Lectura popular de la Biblia: la búsqueda de la moneda perdida

Nancy Cardoso

Una alegoría sugerente

O ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido’.” (Lc 15,8-9)
Muchas de las parábolas de Jesús son poemas sobre cosas halladas y perdidas, declaraciones de ausencias y deseos de presencia. Los Evangelios recogen esa prédica de Jesús de modo diverso y variado… un hijo, una oveja, la semilla que aún no germina, la harina sin levadura, el odre y las cosas nuevas y viejas, la perla, un tesoro escondido, los talentos enterrados, y la mujer y la moneda.
La mujer tiene diez monedas y pierde una; es el espacio de la carencia, de la falta. A partir de la conciencia de esa falta, la mujer se organiza para encontrar lo que ha perdido. La mujer enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado.
En su búsqueda de la moneda, la mujer advierte los rincones de la casa, los huecos antes no advertidos, el polvo acumulado al pie de los muebles que nunca se mueven. ¡Son tantos los lugares donde se ocultan las cosas que faltan! Es necesario Las condiciones de vida de las mayorías trabajadoras en los países latinoamericanos son degradantes y humillantes, a pesar de todo su trabajo y creación.

Miserables en la salud, la alimentación y el ocio.
Violentas en la casa, en la calle y en las relaciones.
Con sus esperanzas cifradas en lo poco, lo pequeño y lo pobre.

Pero ya nos acostumbramos a estar así. Nos acostumbramos a sobrevivir y casi no sentimos la ausencia, casi renunciamos a la vida.
Las luchas cotidianas de hombres y mujeres por la vida, por relaciones justas y fraternas, por salud, alimento y ocio; las luchas por la superación de las violencias, las discriminaciones y las represiones denuncian esa subvida y proclaman las carencias y el deseo de vida abundante. Esta lucha de los pobres por la vida en la América Latina hace explícitas otras pérdidas y ausencias, entre ellas la que me gustaría tratar aquí más detalladamente:

¡Hemos perdido la Biblia!
¡Hemos perdido la Palabra de Dios!

Y casi nos hemos acostumbrado a vivir sin ella. La Biblia pasó a ser propiedad de algunos que monopolizaban –entre otras cosas– la palabra de Dios y su voluntad. La Biblia fue encerrada dentro de sí misma y limitada a los espacios académicos y especializados por las autoridades de las iglesias, como elemento de sustentación y reproducción de las estructuras de poder. La Biblia fue sustraída de la vida del pueblo, tanto por el fundamentalismo literalista como por el cientificismo objetivo que, a partir de posiciones extremas, sustituyeron el dinamismo y el poder de la Palabra de Dios encarnada en la historia cotidiana.

¡Perdimos la Biblia
a manos de pastores y curas,
de exégetas y doctores
y casi no sentíamos su falta!

Aprisionando la Biblia dentro de sí misma, el fundamentalismo declaró la supremacía de los textos sin historia, sin preguntarse por la vida de quien produjo los textos ni del grupo que los relee. Otra postura, la que declaró la supremacía de la ciencia objetivista, encerró la Biblia en los seminarios, los institutos, las tesis y las enciclopedias, despojada de una lectura mística y distanciada de la vida del pueblo en las comunidades.
Identificada con las doctrinas y las estructuras, la Biblia perdía su vinculación con la vida concreta del pueblo y servía para urdir discursos sobre Dios que justificaban las relaciones injustas de trabajo y de poder; servía para construir discursos que legitimaban prejuicios y masacres de minorías; servía para construir discursos elitistas, exclusivistas; servía para construir discursos proselitistas y divisionistas entre experiencias diferentes de Dios; servía para construir discursos espiritualistas y dualistas que negaban la materialidad de la vida humana y relegaban las experiencias del cuerpo a los espacios del pecado y la vergüenza.
Aun admitiendo que hubo excepciones, fue así que la Palabra de Dios llegó a Brasil y al continente latinoamericano: como discurso explícito e implícito de un orden económico expoliador, de una sociedad androcéntrica, elitista, llena de prejuicios, reprimida, etnocéntrica, clasista e inquisidora. En los casi quinientos años de presencia del “evangelio” en el continente, era eso lo que se predicaba en las iglesias, aunque repito, siempre hubo diferencias y excepciones.

Pero… ¿y la mujer?
Es la mujer la que siente la ausencia.

Hoy diríamos que los pobres del continente, en su lucha por la vida, también han sentido la falta de un dios mejor. Un Dios encarnado en la realidad y todo amor y solidaridad con los más pequeños.
En las luchas de liberación concretas del continente, en las que la participación de cristianos y cristianas ha sido importante, ha surgido la pregunta sobre la intervención de Dios y su presencia en la vida sufrida del pueblo latinoamericano. La militancia y la oración que buscan un dios presente en el sufrimiento se preguntan también por la Palabra de Dios. Hombres y mujeres labran con su lucha un nuevo lugar social en el que experimentan a Dios y su voluntad de liberación.
El pueblo toma la Biblia en sus manos y reclama su derecho a hablar de Dios, a hacer teología. Sin desdeñar las mediaciones de los estudiosos, de las autoridades eclesiásticas y de la tradición, los cristianos y las cristianas, en su lucha por la vida, redescubren la Palabra de Dios.
En la búsqueda militante, y a partir del pobre, de un mecanismo en la práctica de reflexión y concientización, se procesa:

¿Qué mujer que tiene diez dracmas,
si pierde una,
no enciende una lámpara
y barre la casa
y busca cuidadosamente
hasta que la encuentra?

El pueblo se organiza para reaprender la Biblia. Emplea sus aprendizajes en la lucha por la vida, en la construcción de un movimiento de lectura de la Palabra de Dios que se articula con la realidad, con las necesidades y luchas concretas, con los enfrentamientos a las estructuras de muerte y pecado y su superación. Es una lectura participativa, contextualizada y crítica.
Es como parte de este movimiento que surge el Centro Ecuménico de Estudios Bíblicos (CEBI), con el objetivo de:

reaprender a leer la Palabra de Dios en la Biblia y en la vida;
articular la lectura popular con los espacios académicos de estudio de la Biblia;
recuperar la espiritualidad y la mística en la lectura de la Biblia y en las luchas de liberación.

El CEBI

Historia

Los primeros encuentros que se realizaron con el propósito de fundar el CEBI tuvieron lugar en 1977 por iniciativa de Frei Carlos Mesters. El 28 de junio de 1978 una primera carta circular anunciaba la creación del CEBI e invitaba a su primer curso, que se realizó en octubre de ese año.
Desde su fundación, el CEBI es una organización ecuménica tanto en su práctica y su espiritualidad como en su organización. Lo hace para ser fiel a lo que Jesús pidió: “… para que todos sean uno. Como tú, padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21). La fidelidad a la Palabra lleva a los cristianos a comprometerse con la causa de los pobres, a empeñarse en la transformación de esta sociedad injusta y a luchar contra las amenazas y las fuerzas de muerte instaladas en la vida del pueblo.

Objetivos

El CEBI nació con el objetivo de ser un servicio de la Palabra para las comunidades cristianas populares y, en esa condición, ha realizado su trabajo en diversas iglesias, abiertamente, con conocimiento de las autoridades eclesiales. Lo que el CEBI pretende es algo muy simple: oír “lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2,7), y transformarlo en servicio al pueblo.
Mucho antes de que existiera el CEBI, ya había, en las comunidades de los pobres, una forma propia de leer e interpretar la Biblia, profundamente fiel a la más pura tradición común en nuestras iglesias. El CEBI intenta captar y hacer explícito ese modo de leer la Biblia, propio de los pobres de las comunidades. Procura articularlo y organizarlo para que un número cada vez mayor de personas se beneficie de él. Procura incorporar a la vida de las iglesias lo que aprende de las prácticas de los pobres: “Yo te bendigo, padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu voluntad” (Mt 11,25).

Metodología

Encender una lámpara (Historia)
Barrer la casa (Tradición)
Buscar cuidadosamente
Convocar a las amigas y vecinas
¡Alegrarse!

Encender una lámpara:
trabajar con la historia en la historia

El trabajo a partir de las necesidades concretas del pueblo forma parte de la metodología del CEBI. Pero resulta importante trabajar históricamente esas necesidades y sus formas de expresión y organización. De ahí la importancia de entender de una manera histórica no sólo la vida del pueblo que lee la Biblia, sino también la historia del pueblo que “vivió” las narraciones bíblicas y que, al percibir la acción de Dios en su historia, fue fiel en su memoria y en su registro.
Trabajar la historia del (los) pueblo(s) de la Biblia significa buscar una visión global de las narraciones que, sin ocultar las diferentes lecturas y conflictos, posibilite comprender las preferencias y prioridades de la acción de Dios reconocer la casa propia: encender una luz, iluminar los rincones, los lugares olvidados e impensados.
En su búsqueda de lo que le falta, la mujer barre la casa, quita el polvo, corre los muebles que hacía tanto tiempo no se movían; entra aire nuevo en los rincones… y puede ser que la mujer encuentre hasta lo que ya no recordaba que había perdido.
La mujer busca con diligencia, con método, con cuidado, con sistematicidad. Es un proceso animado por la ausencia concreta, por el deseo de encontrar. Hallada la moneda, la mujer llama a sus amigas y vecinas. Tal vez aquí se pueda evaluar el significado de lo que estaba perdido y más tarde se encontró. La mujer reúne a la comunidad y celebra: ¡Alégrense conmigo! ¡Participen de lo que hallé! No es una ausencia solitaria ni un proceso puertas adentro. La alegría por la presencia de lo que faltaba reúne y convoca a la comunidad.
Se trata de un proceso tan importante que el evangelista Lucas afirma: “… del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta” (Lc 15,10). Tal vez ese texto nos ayude a reflexionar sobre el momento que vivimos, nuestras ausencias y búsquedas, nuestros hallazgos y celebraciones. Para eso, sería bueno que, como la mujer, comenzáramos haciendo explícitas nuestras faltas y ausencias, lo que debemos reconquistar. Quiero comenzar afirmando que nos hace falta vivir. Lo que existe hoy en Brasil, y en la América latina en general, es un remedo de vida, una sobrevivencia. No vivimos, sobrevivimos:

económicamente explotados,
políticamente dominados,
socialmente oprimidos,
culturalmente alienados,
religiosamente adormecidos.

en la historia. A partir del trabajo con los textos en sus contextos, la metodología del CEBI propone una circularidad de sentido: las relaciones concretas vividas por el (los) pueblo(s) condicionan la comprensión del (los) sentido(s) de los textos que leemos hoy en nuestro contexto.
Trabajar históricamente ilumina la Biblia como un todo y arroja luz sobre cada período y momento de la vida del pueblo, que se nos torna más comprensible. Percibimos así las semejanzas en lo relativo a la situación y la intervención de Dios y también las diferencias, el desarrollo dinámico de las relaciones humanas y la superación de estructuras y modelos culturales.
Esta iluminación histórica presenta también dificultades y limitaciones, dado que debemos aceptar el límite de cualquier método para entender de modo objetivo y definitivo un momento histórico. En este sentido, la lectura que se pregunta por la vida concreta del pueblo que “vivió” el texto y lo hizo “vivir”, tiene que tener en cuenta esas limitaciones.
Preguntarse por la vida concreta es preguntarse por las formas de organización de la vida:

el trabajo
la vida social
las relaciones entre hombres y mujeres, entre adultos y niños, entre un pueblo y otro
el poder político
el saber
la religión
la cultura…

Esas preguntas que se le hacen al texto y a la realidad no se agotan en las respuestas y en la comprensión, sino que exigen una preocupación especial por el espíritu, por la experiencia de fe que motivó el texto y que motiva hoy su relectura.
También resulta muy importante iluminar la vida conociendo un poco de la geografía bíblica, de la lengua del pueblo y de sus expresiones orales y escritas, como instrumentos que nos aproximan a las experiencias narradas. Este momento de iluminación exige una cuidadosa articulación entre la lectura popular y los estudios de los biblistas y exégetas.
El CEBI trata de ser uno de los espacios en los que el trabajo académico se deja criticar y se alimenta de las lecturas y las preguntas del pueblo que lee la Biblia, al mismo tiempo que asesora y critica esta lectura popular que también puede estar permeada de prejuicios e inmediatismos.

Barrer la casa

En el proceso de reapropiación de la Biblia nos damos cuenta del polvo acumulado en los rincones de la lectura. Son siglos de opciones y prioridades no evaluadas ni renovadas. Son los muebles pesados y nunca movidos de su lugar que muchas veces dificultan nuestra búsqueda.
Metodológicamente resulta importante hacer un trabajo sistemático de desconstrucción de estas camadas de interpretación, cristalizaciones de sentido y aplicación en la pastoral. Para ello, es bueno discutir las traducciones con que contamos de los textos bíblicos, conscientes de que toda traducción se construye a partir de motivaciones y elecciones en el marco de una lengua y una cultura.
También resulta importante quitar el polvo acumulado sobre algunas relaciones entre lenguaje y poder. Muchos términos que pretenden ser universales revelan, cuando se les limpia y se les ordena, ser términos que respetan estrictamente al grupo de poder dominante.
Por ejemplo, todo el lenguaje masculino que pretende ser universal para hablar de la humanidad y de Dios tiene que ser revisado para poder encontrar alternativas que nos permitan hablar de Dios como mujer y que no aten la experiencia de Dios a las relaciones de dominación y opresión del sexo masculino. Lo mismo pudiera decirse sobre otras opciones del lenguaje que están presas del léxico de los dominantes. Están presas de las prioridades de las autoridades, estudiosos y fundamentalistas, y eso ha dado lugar a concentraciones de preferencia en relación con los textos bíblicos que también deben revisarse.
Muchos textos bíblicos se consideraron de segunda categoría, otros fueron víctimas del más absoluto silencio, al tiempo que algunos se afirmaron como únicos y ejemplares para todos, en todas las situaciones. Se creó así un canon dentro del canon, al tiempo que se trataba de ocultar las motivaciones de esa selección y esa preferencia. En muchas iglesias, los textos paulinos han asumido una supremacía y una exclusividad que en ocasiones relegan a un segundo plano el Antiguo Testamento o incluso los Evangelios. En otras, simplemente, se olvidan los textos que pueden constituir una crítica para una postura moral o aportar nuevos elementos a la experiencia de Dios, como el Eclesiastés, el Cantar de los cantares, o el libro de Ester.
Es cierto que el lugar social histórico del que lee la Biblia condiciona sus preferencias y prioridades, pero resulta importante desde el punto de vista metodológico hacer explícitas esas motivaciones, y, al mismo tiempo, tratar de obtener una visión global de la Biblia; a eso nos ayuda el estudio histórico.
Sobre muchos textos se fue acumulando una gruesa capa de polvo formada por prejuicios que dificultan mucho una relectura liberadora. Ha resultado muy significativo el intento de explicitar el uso que se ha hecho de estos textos en la pastoral y en la religiosidad popular. Así, en torno a la narración de Génesis 3, la mujer recibe todo el peso de la culpa por la acción de Eva. Alrededor de esa lectura se creó una profunda capa de prejuicios sobre la mujer. Es preciso asumirlos y rediscutirlos para poder realizar una relectura liberadora.

Buscar cuidadosamente hasta encontrar

El proceso de encender una lámpara en la historia y barrer los rincones donde se acumulan las tradiciones se lleva a cabo de manera cuidadosa y sistemática. Supone una lectura que se mantiene fiel al texto y que asume y explicita sus motivaciones. Supone una lectura que exige el diálogo que se expone a la crítica y se abre a lo nuevo, sin acomodarse en absolutizaciones fáciles o apresuradas. Supone una lectura que se sabe provisional a la vez que encarnada, y que en el diálogo con la tradición y la comunidad eclesial procura mantenerse fiel a la Palabra de Dios. Supone articular de forma creativa y exigente el espacio de la pastoral con el espacio académico, reconociendo la complementariedad entre ellos; supone también tratar de mantenerse atento a la palabra profética que se pronuncia fuera de los espacios eclesiales y académicos.
La sistemática y la metodología se ponen aquí al servicio de la búsqueda y el encuentro. En este sentido, contenidos y metodologías exigen una dinámica liberadora: si la búsqueda es la metodología y el encuentro es actualización de la Palabra en la pastoral y en la realidad vivida, el proceso como un todo demanda fidelidad, radicalidad, crítica y profecía, para ser verdaderamente liberador.

Convocar a las amigas y vecinas: la comunidad, la organización

Lo que la mujer halló no es algo personal ni encontrarlo supone una conquista individual que se agote en la satisfacción interior; no tiene que ver solamente con la vida de la mujer y su casa, sino que demanda la calle, las relaciones, el vecindario. La mujer se organizó para buscar y encontrar. Encontró y va al encuentro de la comunidad.
Tampoco la lectura de la Biblia es un asunto particular o que se dirija a individuos: la lectura de la Biblia exige más; exige la calle, las relaciones, el vecindario, la comunidad. Esta implicación comunitaria forma parte de la lectura liberadora de la Biblia. La relectura de la Biblia ha sido uno de los elementos que han motivado nuevas organizaciones de la vida, la fe y la lucha por la vida.
A la vez que es un proceso que organiza y capacita a cada hombre y mujer como agente eclesial y social activo, es también un proceso dinamizador de las comunidades, porque parte de las necesidades concretas de los grupos y responde a ellas. Por esa misma razón, es un proceso ecuménico, ya que tiene que ver con la mujer, su casa, sus amigas y sus vecinas. Ecuménico significa todo el mundo habitado; en otras palabras, el ecumenismo tiene que ver con el mundo, con las personas y con los demás seres vivos.
La lectura de la Biblia es un proceso comunitario que tiene que ver con la vida en su concreción inmediata de los grupos y de las cuestiones relativas a la dignidad e integridad de la humanidad y de la naturaleza como un todo. Ese es el centro del ecumenismo.
La lectura liberadora y comunitaria de la Biblia convoca a la comunidad y critica los individualismos, las relaciones de dominación, los mecanismos de administración de la vida que se burocratizan y absolutizan y que pierden sus nexos con las necesidades concretas del pueblo. No se trata sólo de los mecanismos de la vida en sociedad, sino también de las relaciones en el seno de la comunidad eclesial y de las relaciones básicas y familiares entre hombres y mujeres, adultos y niños. Esta convocatoria y esta crítica de la vida en comunidad, que rompen con las abstracciones y generalizaciones de los sermones y prédicas y crean espacios comunitarios de aprendizaje, comunión y crítica, forma parte de la metodología de lectura de la Biblia que se practica en el CEBI.

¡Alegrarse!

La mujer convoca al trabajo, la comunión y la celebración: lo que estaba perdido fue encontrado. ¡Alégrense!
También en la lectura liberadora y comunitaria de la Biblia que el CEBI se empeña en desarrollar, la espiritualidad y la motivación constituyen un motor importante.
Al romper con una lectura de la Biblia ahistórica y atada a la letra y la ciencia, el CEBI comparte una lectura que, encarnada en la historia de la humanidad, en especial en la vida de los más pequeños y pobres, se sustenta en la experiencia de la fe y de la presencia de Dios.
La espiritualidad también fue aprisionada en fórmulas eclesiásticas y formales, con lo que pasó a ser una cualidad restringida a religiosos y religiosas, pastores y grupos especiales. Ha sido una espiritualidad que ha respondido más a cuestiones individuales y que se corresponde con la necesidad de sostener y reproducir las estructuras eclesiales.
Durante mucho tiempo, ser religioso o religiosa significó apartarse de la vida y sus contradicciones de pecado, tanto en la experiencia católica de las congregaciones religiosas como en la eclesiología protestante, que reclama de los fieles el rechazo al mundo y sus placeres. La vida religiosa y la espiritualidad se esterilizan al separarse de la cultura, las relaciones concretas de poder, el sexo y el trabajo.
La religiosidad y la espiritualidad del pueblo fueron expulsadas de las “religiones oficiales”, y tuvieron que buscar espacios alternativos para expresar su experiencia de Dios, su cultura y sus relaciones.
En ese proceso de marginación de la espiritualidad, la cultura y las relaciones del pueblo, la Biblia funcionó como regla y criterio de lo falso y lo verdadero. Se emplea la Biblia para afirmar el sacerdocio masculino y deslegitimar la pretensión femenina a ejercerlo; se emplea la Biblia para reforzar las jerarquías y obstaculizar la participación de laicos y laicas; se emplea la Biblia para decidir qué modelos litúrgicos, musicales y culturales pueden o no integrarse a las celebraciones; se emplea la Biblia para hacer proselitismo enfatizando las diferencias en las formas de culto y tornando casi imposible el ecumenismo entre los distintos grupos confesionales.
Por eso es tan necesario leer la Biblia prestándole una atención especial a las formas de expresión de la espiritualidad popular. En este sentido resulta importante articular la celebración y la espiritualidad con las carencias y las búsquedas del pueblo.
El espacio de la celebración es un espacio de expresión de las carencias concretas, de las luchas del pueblo articulado con sus movimientos y de organización para la búsqueda y la conquista. En ese espacio, los procesos de estudio y reflexión se integran a los procesos de expresión de la afectividad, la cultura y los deseos. La búsqueda se realiza a modo de oración. La reflexión se mezcla con la expresión de las necesidades y utopías en forma de plegarias.
El CEBI afirma como forma esencial de su metodología una lectura espiritual de la Biblia y de la vida, a partir de una espiritualidad militante y encarnada que critica la alienación y la manipulación que las estructuras y modelos de culto han promovido en la espiritualidad popular. Al afirmar la acción actualizadora del Espíritu Santo en la historia, la espiritualidad militante de la lectura de la Biblia a partir del pobre asume, a la vez, su dependencia de la acción liberadora de Dios y su vocación de participante activa en la liberación.

Traducción de Esther Pérez y Marcel Lueiro.

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