_La comunicación es el proceso de interacción
social democrática que se basa sobre el intercambio de símbolos por los cuales los seres humanos
comparten voluntariamente sus experiencias
bajo condiciones de acceso libre e igualitario,
diálogo y participación.
Luis Ramiro Beltrán_
Debe ser la Bolivia que lo engendró, tierra de modesta cordialidad, de dignidad aborigen, de amistad en el altiplano… Debe ser la América Latina, en su total e irredenta hidalguía, que ha fijado en sus pensamientos la idea del diálogo. Tal vez sea la propia comunicación, arte y aptitud, oficio y academia, que lo ha ocupado y preocupado por más de seis décadas. O algún cromosoma extraño y utópico que generó en sus hábitos la constancia y la bondad de los buenos educadores…
No sé, pero el profesor Luis Ramiro Beltrán (Oruro, 1930), uno de los mayores investigadores de los procesos comunicativos de nuestro continente, es un patriarca de las palabras, la fraternidad y la decencia. Lo supe durante las jornadas del XIII Encuentro Latinoamericano de Facultades de Comunicación Social (FELAFACS, 2009), mientras lo escuchaba en los salones y pasillos del habanero Palacio de las Convenciones.
Conocía algunos de sus textos, que viraron boca arriba aquellas definiciones verticales de la comunicación. Pero verlo; oírlo disertar y dar las gracias con todo el cuerpo doblado ya de saberes; encontrar nuevos libros suyos y conversar, conversar sobre sus delirios investigativos durante decenas de años, me lo descubrió como un maestro venerable.
Premio MacLuhan (1983), Doctorados Honoris Causa de varias universidades, Premio Nacional de Periodismo (1997), poeta, escritor para cine y teatro, consultor de organismos internacionales: hombre de ciencia… Cuando el profesor Luis Ramiro Beltrán dice “compañero”, parece como si estuviera creando, con el más puro mineral del idioma, aquel sentido de compartir el pan que tuvo ese vocablo.
Alguna vez usted dijo mantenerse al margen del partidismo político, en el terreno de la academia. Sin embargo, desde que con tres meses sufriera persecución en brazos de sus padres, hasta todas sus batallas por una comunicación más horizontal, más dialógica en la América Latina, ha tomado clara posición por los ninguneados de este continente. ¿Se puede hacer comunicación al margen de la política?
Es cierto: no he tenido militancia partidaria activa; sin embargo, estoy entre los primeros investigadores latinoamericanos que se dedicaron a mostrar la relación estrecha entre sociedad, comunicación y política. Por tanto, sí creo en la comunicación política y en que el comunicador tiene el derecho y el deber de manifestarse en el sentido de cambiar la realidad cuando la considere injusta.
Al principio no era consciente, pero me siento satisfecho de haber evolucionado. De 1955 a 1965 laboré por toda la América Latina en Comunicación para el Desarrollo Educativo. Esta tarea tenía un carácter técnico instrumental, de servicio a la gente campesina que no entendía lo que hablaban, por ejemplo, los agrónomos, en una jerga especializada. Hasta ese momento no me di cuenta de la naturaleza política del fenómeno en el que estaba inserto.
Paradójicamente, de 1965 a 1970 me la pasé estudiando para el máster y el doctorado en la Universidad de Michigan, en los Estados Unidos de América; y fue allí donde entendí la realidad latinoamericana. De día estudiaba Comunicación y de noche, Revolución. Por mi cuenta, sin profesor ni nada. El volumen de información disponible era tan extraordinario que empecé a interesarme. Y luego, en algún viaje a la América Latina, comencé a juntar los datos que no había al respecto en la nación norteamericana.
Me gradué del máster en 1968, con un resumen de la teoría existente, que era elemental y escasa, sobre Comunicación para el Desarrollo. Eran esencialmente aportes de grandes maestros norteamericanos: Wilbur Schramm, Everett Rogers… Más tarde, mi tesis de grado para el doctorado, que terminé en 1972, es una crítica documentada de la dependencia interna y de la dominación estadounidense sobre nuestros países.
Mi tutor, el doctor David Berlo, director de la escuela, jamás me tocó una coma en el trabajo. Al contrario, no diré que celebraba, pero decía: “Mire, está bien planteada. Lo importante es que usted respete la información segura y que maneje las opiniones separadamente de los datos”.
Desgraciadamente, mi estudio no se publicó —ni en inglés, ni en español—, mas me dio el pie para, a partir de 1969, comenzar a hacer esa crítica a nivel general, en una reunión de la Sociedad Internacional para el Desarrollo. Y la década del setenta la dediqué completamente a eso.
Entonces su relación con David Berlo y Everett Rogers le abrió las puertas del conocimiento más profundo y cuestionador.
Imagínese, compañero, cuando yo era asistente de Rogers —pues fui ayudante de cátedra de ambos— las clases eran de diez semanas y, ¿sabe qué hacía en la última? Se iba y me dejaba solo con el grupo.
No venía más hasta el día final. Previamente me decía: “en las tres jornadas antes del cierre usted tiene que conseguir que los estudiantes reflexionen por cuenta propia y que me digan en qué no están de acuerdo, qué les parece mal, para que no se conviertan en mecánicos aprendices memorísticos”. Yo me esforzaba por que los alumnos lo esperaran con una buena batería crítica. Y el hombre era felicísimo.
Estando yo en Colombia me pidió un artículo para una revista y ese texto mío se llamó “Premisas, objetos y métodos foráneos”. Era una crítica a los modelos y procedimientos de comunicación impuestos a nosotros por los Estados Unidos, por los expertos de esa nación, que no tenían asideros en nuestra realidad.
Quedó tan contento con el trabajo, con la crítica que hice —y era tan hidalgo—, que a raíz de eso comenzó a cambiar su teoría de difusión de innovaciones. Un día le preguntaron por qué había modificado sus concepciones y dijo: “Ah, el pensamiento latinoamericano me lo ha inspirado. Y específicamente la visión que tiene del desarrollo Luis Ramiro Beltrán, tan distinta de lo que yo planteé”. ¡Qué entereza tan increíble!
En cuanto al doctor Berlo, le cuento algo interesante. Mi gran colega paraguayo Juan Díaz Bordenave y yo estábamos en una reunión México, como con unos mil participantes (aún yo estudiaba en Michigan), y en la presidencia del evento se encontraban el doctor Berlo, el doctor Rogers y el doctor Schramm, los tres grandes de la época.
Según cuenta Díaz Bordenave, que estaba a mi lado escuchando a los maestros, Berlo aseguró que las tres personas que más habían influido en su nueva manera de pensar en comunicación eran Wilbur Schramm, Paulo Freire y yo. ¡Qué gentileza, por Dios! Yo era no más que su asistente. Relata Díaz Bordenave que literalmente me chorreé en el asiento.
*Dice Eduardo Galeano que la América Latina es la región de las venas abiertas.
¿Podríamos afirmar también que es la zona del planeta más incomunicada a lo interno?*
En todo sentido. Yo soy de Bolivia, por ejemplo, y nunca he visto en La Paz un puesto que venda periódicos peruanos. Jamás. Y estamos lado a lado. Argentino a veces llega algo, pero de Perú, nada, y para qué decir de los que no son cercanos. Nunca he visto, por ejemplo, un diario del vecino Paraguay en mi ciudad. No tenemos comunicación entre nosotros.
Pero el problema que me ocupó por mucho fue la incomunicación dentro de casa. La población campesina, por ejemplo, vivía aislada, completamente ignorada, y siempre oprimida, empobrecida por la minoría dominante. El sistema de comunicación —lo que me empeñé en denunciar toda una década— ponía la información como privilegio de los menos. De ahí nace mi trabajo “Adiós a Aristóteles”.
La comunicación alternativa surgió con gran vigor en la América Latina de las prácticas del pueblo mismo, de hacer comunicación donde no le permitían. Ahí están las radios mineras de Bolivia. Son un antecedente de lo alternativo cuando no existía siquiera la palabra con el sentido que le damos hoy. Trabajaban con la estrategia de micrófono abierto, que consistía en que no solamente hablaran los sindicatos mineros entre ellos y en ir a los socavones, sino en llegar a las iglesias, a las plazas, a los mercados, a las escuelas, para oír a todo el mundo, sus problemáticas, su respiración, sus sueños, sus críticas, incluso críticas a los propios sindicatos. Eso es comunicación democrática y la hizo el pueblo con las uñas. Sin un centavito. Y con aparatos de transmisión muy elementales llegaron a tener treintitrés emisoras en red, en cadena nacional en los distritos mineros.
Usted fue de los pioneros en Latinoamérica en tratar de implementar modelos comunicativos basados en el diálogo. Si tuviera que resumir los mayores frutos de esta aspiración que defendió durante la década del setenta, ¿qué diría?
Se hicieron concretamente tres cosas sustantivas. Primero, en el año 1973, la UNESCO me contrató como consultor en París. Estuve un mes trabajando allá, porque por mandato de la Asamblea General, como ya se habían definido políticas de cultura, tocaba el turno a las de comunicación. Y no había, no digo yo teorías, ni la mínima literatura al respecto.
Me tuve que rascar la cabeza un mes, a golpe de café y de vez en cuando algún vino, hasta producir un documento razonablemente desarrollado. Lo hice sobre todo reuniendo lo poco que había, conversando con amigos, exprimiéndome el coco.
Afortunadamente nos salió bien, tan bien que la UNESCO organizó la primera reunión de expertos sobre políticas de comunicación en Bogotá, en 1974. Entonces yo fui el corganizador, junto con el inglés John Willinson, brillante y progresista compañero. En el seminario se repartió como insumo mi documento. Pero el resultado final fue muchísimo mejor. Eramos unas dieciocho personas. Y logramos un excelente trabajo colaborativo.
¿Qué destino tenía aquel producto? Iba a ser el material básico, la agenda de trabajo de la Primera Conferencia Intergubernamental sobre Políticas de Comunicación para Latinoamérica y el Caribe, que se realizaría en Costa Rica, dos años más tarde.
Pues quién le dice que la Asociación Interamericana de Radiodifusión (AIR) y la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) le declararon la guerra a muerte a la iniciativa. Dijeron que era un documento espantoso para fascistas y comunistas. Y si usted ve el texto, lo único que planteaba era la necesidad de consejos pluralistas democráticos, con todos los sectores opinando, para, por consenso, lograr una legislación que cambiara el panorama comunicativo. Todo dentro de los límites jurídicos posibles, con discusión política múltiple. No era ninguna propuesta desbordada, radical, loca, sino un documento sensato, académico.
Segundo, el Movimiento de Países No Alineados (MNOAL) que surgió en la propia “década de fuego”, como la he llamado, liderado por Josip Broz (Tito), de Yugoslavia, hizo la propuesta de un Nuevo Orden Mundial de la Economía. Causó un enfurecido ataque de todos los sectores conservadores; pero a pesar de esta resistencia, gracias al talento del colega peruano Germán Carnero, que asistió a las reuniones del MNOAL, se logró que pensaran también en un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC).
El NOMIC comenzó con una declaración escueta: había que ponerle carne. Entonces Mustapha Masmoudi, coordinador de los ministros de información del MNOAL, nos invitó; le pidió a la UNESCO que mandara a un grupo de especialistas, entre los que estábamos dos latinos: Fernando Reyes Matta, de Chile, y yo. Trabajamos durante unos quince días. Hicimos un documento para explicar en qué consistiría el NOMIC.
Masmoudi formaba parte de la Comisión McBride, entidad creada por la UNESCO para los debates del nuevo orden y las nuevas políticas. (Precisamente habían escogido al irlandés Sean McBride porque era Premio Nobel de la Paz y Premio Stalin de la Paz, o sea, alguien insospechablemente neutral, formidable). Con nuestro texto se armó un frente de batalla brutal. Lo que después se conocería como Informe McBride, según se ha analizado, fue inspirado fundamentalmente por el pensamiento latinoamericano.
Finalmente, el tercer aporte sería la crítica a los procedimientos de investigación provenientes de los Estados Unidos, lo que ya le comenté de mi trabajo “Premisas, objetos…”, escrito para “hacer polvo” a mi maestro Rogers. También realicé un primer inventario de situación de la literatura latinoamericana en materia comunicativa. Lo que había en el Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL) no pasaba de mil textos. Ahora son incontables. Luego trabajé la línea de un nuevo modelo de comunicación para democratizarla y democratizar así la sociedad.
¿Y usted cree que desde la comunicación podría originarse el cambio que han necesitado nuestras sociedades o primero tendrían que cambiar as estructuras de estas para que se transformara la comunicación?
Bueno, decir cuál fue primero, si el huevo o la gallina, es bastante difícil. Pero mire, compañero, como obviamente no puede existir sociedad sin comunicación, tampoco hay democracia sin comunicación. Así que si queremos verdadera democracia, tiene que haber comunicación para que el pueblo participe.
Yo analicé todos los modelos norteamericanos en “Adiós a Aristóteles”; tomé para ello elementos de Reyes Matta, Díaz Bordenave, Rafael Rocangliolo y otros de Latinoamérica; también europeos… En fin, todo lo que pude conseguir está examinado críticamente. A partir de eso propuse bases para un modelo de comunicación horizontal, palabra derivada de los aportes del gran maestro Paulo Freire, que inspiró, a la cabeza de los setenta, la insurgencia latinoamericana en el sentido que hablamos.
Creo que desde Latinoamérica se hicieron proposiciones muy creativas en la época. Para mí el modelo naciente tenía tres componentes: acceso, participación y diálogo. Al pretender cambiar la comunicación vertical y monológica, quisimos decir que no hay un emisor dominante y un receptor pasivo, sino que los dos son emisores-receptores y que solo en el diálogo, que supone la participación de los que no tienen el poder político, se alcanza la democracia.
Este desvelo suyo de hace más de treinta años por conceptuar y articular políticas de comunicación, ¿cómo ha evolucionado? ¿Se han definido y aunado las políticas en el terreno comunicativo continental?
Ha sido una calamidad, compañero. Ni siquiera el periodista Guido Grooscors, ministro de información de Venezuela, que fue quien dirigió los trabajos de la Conferencia Intergubernamental en Costa Rica y logró una declaración estupenda y treinta recomendaciones, ni siquiera él pudo aplicarlas. Lo que le dije: la presión de la SIP y la AIR. Cuando Guido le presentó la propuesta al Presidente Carlos Andrés Pérez este le dijo: “No, no, mi querido Guido, tú no vas a estar aquí”. Fue violentamente nombrado embajador en Colombia. No debemos olvidar que seis meses después había elecciones.
Posteriormente hubo varios intentos en otros países, pero nada se abrió paso.
¿Qué se ha producido desde entonces? En primer lugar la desregulación: los políticos conservadores dicen que la mejor política es ninguna. Pero al final ellos hacen y aplican de manera inconsulta las estrategias que les convienen.
En la era de la sociedad de la información la dependencia externa de nuestros países ha crecido. Nosotros no logramos lo que se propuso en la década del setenta, y desde entonces el poderío mediático de los más reaccionarios ha aumentado. El gran desafío de hoy es luchar contra ese enorme poder. Por eso, si los jóvenes comunicadores renuncian a la utopía estaremos perdidos. Yo sigo creyendo en ellos, en ustedes.
Si tuviera que apuntar en qué erraron ustedes, los primigenios de la horizontalidad…
Ah, sabe usted, creo que los soñadores de los setenta fallamos, tal vez de manera involuntaria, en que sólo hablábamos entre nosotros. Y ni siquiera con todas las academias de las que había entonces. No éramos una organización con estatutos ni estandartes, sino voces aisladas.
Hubo un movimiento fuerte con Pascuali en Venezuela, Márquez de Melo en Brasil, Mattelart en Chile, yo estaba en Colombia… Se fue juntando una comunidad que quizás nunca excedió de los doscientos o trescientos investigadores. Los había de distintas tendencias: marxistas ortodoxos, socialdemócratas, demócrata-cristianos, hasta liberales… De todo. El punto de entendimiento era que la comunicación debía contribuir a la justicia, al cambio, al bienestar de los oprimidos.
Pero tampoco tuvimos la posibilidad de acercarnos intensamente a los que tenían alguna participación en el poder. Había que llegar no sólo a las universidades, sino también a los sindicatos, a las asociaciones de maestros, a los organismos de la sociedad civil. Y a los políticos, que son, finalmente los que deciden. Si uno no entra a la base ciudadana, se va perdiendo el aporte académico. Fallamos en no saber vender el pesca’o (Sonríe).
Yo conocí a Mattelart años después de esas batallas, tampoco teníamos mucha plata para viajar y encontrarnos. Además, para la SIP y la AIR éramos un montón de bandidos radicales. Y no había más que una concordancia, no organizada, de fe y pensamiento.
Me gustaría mencionarle algunos nombres y que usted me hiciera una valoración de cada uno.
José Márquez de Melo
Un hombre a quien admiro muchísimo, porque es, además de un gran investigador, el más sistemático historiador del proceso de evolución de una comunicación democrática en la América Latina. Aparte de eso, ha contribuido como docente, como investigador. Merece todo el respeto de los comunicólogos de la América Latina.
Antonio Pascuali
El gran precursor. Ni qué decir cuánto admiro a Antonio Pascuali. En 1963 escribió su libro Comunicación y cultura de masas y comenzó, aunque no con esas palabras, la crítica a la dominación y la dependencia. Fue el primer investigador científico serio en nuestro campo que tuvo el continente. Todos le debemos mucho.
Paulo Freire
Un inspirador. El movimiento democratizante de la comunicación en Latinoamérica toma muchas de sus enseñanzas. Engendró una Comunicología de la Liberación. Mostró cómo se gestaba la dominación mediante la educación. Era un gran pedagogo. Muchos de los escritos sobre estos temas en el continente, parten de sus conceptos.
Mario Kaplún
Maravilloso. Un educador de aula que pronto trascendió ese espacio. Creó instrumentos comunicativos como los casettes de ida y vuelta, mediante los cuales una asamblea del pueblo, por ejemplo, se podía compartir por todo el país. Eran técnicas sencillas, pero cómo democratizaron la comunicación. Articuló el pensamiento de Freire, que iluminaba la escena, con experiencias prácticas de comunicación alternativa en la América Latina.
*Usted ha impartido clases y conferencias en muchas universidades del continente
y del mundo. ¿Cuál es, a su juicio, el ABC de un profesor de Comunicación?*
Es muy difícil tener fórmulas matemáticas para estos asuntos, pero le diré qué es para mí un maestro. No es el que enseña con la expectativa de que lo que dice sea repetido por quienes le escuchan. Para mí la educación debe poseer el arte de despertar la capacidad crítica y creativa propia de quien es alumno de uno. Si uno es capaz de hacerle sentir que tiene alas, que no tiene que memorizar nada y debe volar por su cuenta, entonces uno es Maestro.
A los doce años usted fue reportero, patrullero, y trabajó incluso en sanidad. ¿Será que la labor del periodista se emparienta con la del policía y con la del médico?
No, no, compañero (sonríe). Le contaré lo que pasó: mi padre, Luis Humberto, que murió en la Guerra del Chaco, con Paraguay, cuando yo tenía tres años, era un periodista y crítico literario. Y mi madre, Betshabé, era jefa de redacción y cofundadora de una de las primeras revistas femeninas de Bolivia, Feminiflor, de 1921. Ella me inspiró mucho. Me regaló una imprentita y con este aparato hacía periodiquitos para la casa, luego para el colegio. Vivía jugando con eso.
Finalmente, le rogué que me llevara al periódico La Patria, de Oruro, porque el director era amigo de ella y de mi padre. Le insistí para que preguntara allí si yo podía ir a ratitos, para comenzar un aprendizaje.
El director accedió, de lo más cordial, medio sonriente. Y al cabo le dijo a mi madre: “Betsha, ni modo, el chico trae la tinta de imprenta en las venas”. Y salí de ahí con mi carné de reportero. Casi me desmayo en las gradas, compañero. Entonces comencé a trabajar. A los dieciséis años, un nuevo propietario y director me hizo jefe de redacción de ese diario.
Ahora, por qué lo de la Medicina. Es una casualidad. En una esquina se encontraba el periódico y en la siguiente la Asistencia Pública. Cuando iba a mi trabajo, me cruzaba a menudo con un caballero que me miraba de arriba abajo. Yo me hacía el loco y seguía. Pero un día me trancó. Pensé: “hijo, hasta aquí llegamos”…
“Mire, yo soy René Zabaleta”, me dijo, “director de la Sanidad Departamental. Conocí a su padre en la guerra y él me rogó que, si no salía con vida, hiciera algo por ayudar a su viuda y a sus hijos. Véngase a trabajar conmigo ya mismo. Será encargado de información de la Sanidad Departamental”.
Y, como ha contado, a veces hasta iba a buscar las noticias en una de las ambulancias.
(Sonríe). Hubo ocasiones en que así fue. Adentro de la Asistencia trabajábamos con mandil blanco. A veces me avisaban de un suceso y allá iba, así mismo.
Como si eso no fuera suficiente (qué tipo más loco), yo era inspector de colectivos (ómnibus) y bicicletas del poblado. Aún tengo mi libreta de sanciones. “El inspector Beltrán condujo al señor Fulano de Tal por estacionamiento indebido en tal esquina”. Entregaba a los ciudadanos, daba el informe a la autoridad y me retiraba.
Para eso tuve que abandonar el Colegio Alemán que me había conseguido mi madre, el mejor de Oruro, y estar de noche en un colegio nocturno donde redescubrí a mi patria. La anterior escuela era como vivir en Europa, pero con el cambio recuperé la realidad boliviana, porque mi compañero favorito era un sastre; y el otro, un plomero. Fui un dichoso insertado en la verdadera sociedad nacional. Tal vez todas esas cosas han influido en ir construyéndome una mentalidad progresista.
No me considero ningún genio radical de la revolución ni mucho menos, pero creo que he contribuido a hacer notar que la comunicación que hoy perpetúa la dominación y la dependencia puede evolucionar, puede transformarse y contribuir al cambio justiciero. Esa ha sido toda mi lucha.
¿Cuántas angustias pueden atravesarse en la jefatura de redacción de un diario cuando uno tiene dieciséis años, como usted entonces?
Muchísimas. ¡Todos los periodistas mayores que yo!, imagínese, compañero. Pero con qué respeto me trataban; y yo a ellos, por supuesto. Eran en verdad muy generosos. Nadie tuvo envidias, ni me ponían trampas, ni nada de eso.
Introduje tal vez un poco más de información local, pero en esencia intenté ajustarme a las normas que ya existían. Me acoplé al funcionamiento del periódico sólo como un nuevo coordinador.
De todas formas, no duré mucho allí, porque me salió un viaje maravilloso al ganar un concurso del New York Herald Tribune para ir a los Estados Unidos. Ese es uno de mis cuentos de hadas, como le he contado a mi querida Marta Paz. Allí conocí a grandes personajes como Nelson Rockefeller, Ingrid Bergman, el líder aprista peruano Víctor Raúl Haya de la Torre… Nos trataban como embajadores.
*Con su experiencia periodística y comunicológica, debe detectar, casi de una ojeada, las deficiencias de la prensa continental en nuestros días. ¿A cuál
de esos problemas dedicaría hoy más esfuerzos?*
Hay varios, y necesitan atención urgente. Pero yo anotaría el gran ensoberbecimiento de nuestra prensa. El sistema político posdictaduras militares en buena parte de Latinoamérica, a partir de la década del ochenta, cuando regresó —aunque sea entre comillas— la democracia, carece de justicia social. Tiene partidos y líderes gastados, desacreditados. En ese vacío de poder, la prensa se ha acercado a lo que auguraba una antigua metáfora inglesa: el cuarto poder.
Muchos periodistas abusan de su fuerza. Se sienten omnímodos, y la gente tiene que creerles cualquier barbaridad sólo porque ellos la dicen. La política hoy día no se hace muchas veces en balcones y plazas, sino en la televisión, en los medios, que le han arrebatado parte de su empuje al sistema político.
Sin embargo, la función que teóricamente se le asignaba a ese cuarto poder, la de ser contrapeso de los otros poderes, en la mayoría de los casos no se cumple; y ocurre, como han señalado muchos especialistas, que la prensa es un aliado más de los dominadores.
Es cierto. Y no se informa de la sociedad como un todo. Pocos se ocupan periodísticamente de los desposeídos, quienes sólo llegan a ser noticia cuando “se portan mal”, cuando cometen alguna “barbaridad”. El periodismo comunitario, ciudadano, está intentando cambiar eso. Pero aún es minoritario.
De cualquier forma algunos periodistas han logrado girar un poco hacia una línea, digamos, independiente. Sin embargo, otros continúan muy “banderizados”.
La ética se ha dañado en nuestra profesión. Casi a la misma velocidad que se han desarrollado las tecnologías de diseño, capacidad de transmisión, calidad fotográfica, ha aumentado espantosamente la falta de prudencia y decencia entre los periodistas.
Según ha defendido, tres cosas debían potenciarse en el sector periodístico: la rectitud de la conducta, la idoneidad y la modestia. ¿Cómo las ha cultivado usted durante tantos años de ejercicio, en los que ha obtenido premios como el Nacional de Periodismo de su país?
No sé. No creo que haya sido un acto muy consciente. Pienso que tuve maestros muy dignos. Y uno imita hasta sin darse cuenta.
Por otra parte, compañero, le quiero aclarar una cosa que ya he dicho otras veces: yo no sé competir. Nunca he querido ganarle a nadie en nada. Solamente compito conmigo mismo para mejorar algunas de mis mañas y taras. Nunca he buscado ningún galardón.
Desde 1983, cuando, ganándole a finalistas como Schramm y Umberto Eco, me dieron el Premio Mundial de Comunicación McLuhan-Teleglobe de Canadá, de alguna forma misteriosa no han cesado de llegarme los reconocimientos. Doy gracias a Dios día y noche por eso; a mi madre, que me educó como me educó, y a mi esposa, que me cuida como me cuida.
Creo que la soberbia es detestable. Una persona que por haber obtenido uno o varios homenajes se marea, y se siente grande, y se echa para atrás en el asiento, no me merece ningún respeto. Yo nunca quisiera ser así. Tal vez por eso no lo soy. La gratitud y la humildad son absolutamente lógicas. Y no es una maniobra poética que yo hago, es que si no he pedido nada y las buenas cosas me caen así, cómo no voy a decir: “Gracias, mil gracias, hermanos míos”.
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Notas:
1 En esa Comisión, que laboró durante tres años desde diciembre de 1977, participaron grandes personalidades del mundo de la información y de la comunicación como Hubert Beuce-Mery, fundador de Le Monde; Gabriel García Márquez; y Marshall MacLuhan, sociólogo canadiense.