Política, campesinos y gente de color: la “guerra de razas” de 1912 en Cuba revisitada

Louis A. Pérez, Jr.

En su época se la llamó “la guerra de razas” y “la guerra racista”. Sigue llamándosele así. Los cubanos blancos habían temido durante casi un siglo que se desatara. La probabilidad de que ocurriera había sido anticipada desde mucho antes, y contemplada con una mezcla de aprehensión y disposición a enfrentarla. Era un espectro que se cernía sobre la que era entonces una colonia y que no se esfumó en los primeros años de la República. En 1912 se confirmaron los peores miedos de los cubanos blancos: los negros se alzaron en armas. La tan largamente temida guerra de razas había llegado… o al menos eso parecía.
La percepción del levantamiento de 1912 como una guerra de razas se impuso de inmediato, y se ha mantenido desde entonces. Ha persistido como una de las verdades inmutables de la historiografía que se ocupa de los primeros años de la República. En Cuba y en otros países, antes y después del triunfo de la Revolución, la historiografía ha demostrado una notable adhesión a las ideas expuestas en 1912.1
La interpretación historiográfica tradicional sobre 1912 no carece de cierta base fáctica. No hay dudas de que la raza era una de las cuestiones en debate. Una década después de lograda la independencia, la situación de los afrocubanos en la República no era mejor que la que habían tenido en la Colonia. Nada había cambiado, y los negros no se reconciliaban con esa realidad. Tras intentar sin éxito obtener justicia por intermedio del sistema político, los líderes negros se rebelaron contra él. De ahí que la historiografía no haya dado una interpretación totalmente errónea de los acontecimientos de 1912. No hay dudas de que las causas de la rebelión fueron raciales y políticas. Sin embargo, las fuentes de la rebelión eran sociales y económicas.
La perspectiva de la independencia había llenado de esperanzas a los cubanos negros. Para incontables decenas de miles de personas de color, la lucha por la autodeterminación no se limitaba a la conquista del autogobierno. Implicaba una nueva sociedad y gozar de un nuevo estatus en ella. Esa era la promesa de la República, y los afrocubanos no vacilaron. Un movimiento encaminado a establecer un nuevo país se convirtió en una fuerza destinada a conformar la nueva sociedad.
Los afrocubanos respondieron al llamado separatista masivamente y con grandes expectativas. “¡A las armas por la libertad!”, exhortó Maceo a los cubanos negros. “Arrojad de Cuba al gobierno que os explota para tiranizar mas y mas vuestra raza. Si, arrojad a esos enemigos de la humanidad negra que son causa de su desgracia”.2 José Martí prometió: “[En la República]… cada cual será libre en lo sagrado de la casa. El mérito, la prueba patente y continua de cultura, y el comercio inexorable acabarán de unir a los hombres. En Cuba hay mucha grandeza, en negros y blancos”.3 “Por razón de raza no se excluirá a nadie de las funciones públicas”, prometió un funcionario del Partido Revolucionario Cubano en 1896.4
Los afrocubanos5 se distinguieron en la guerra por la independencia. Avanzaron rápidamente en los rangos de las organizaciones separatistas y en todos los sectores de la política revolucionaria, en la Isla y en el extranjero, en el partido y en el gobierno provisional, como soldados y como civiles. Los cubanos de color ocuparon posiciones de relieve, prestigio y poder. Su presencia fue especialmente significativa en el Ejército Libertador, en el cual los negros eran casi la mitad de los soldados y se estima que alrededor de un 40 % de los oficiales superiores.6
Con la paz todo cambió. Los avances logrados durante la guerra fueron revertidos. Las juntas establecidas fuera de Cuba se disgregaron, se disolvió el gobierno provisional y se desmovilizó el Ejército Libertador. De repente, desaparecieron todas las expresiones institucionales de Cuba Libre en las cuales habían obtenido grandes avances los afrocubanos, y con ellas las posiciones políticas, los rangos militares y los cargos públicos ocupados por miles de negros.
Esta realidad casi no se hacía ver en 1899, porque los cubanos estaban preocupados en esa fecha por asuntos de mayor urgencia. La guerra había terminado y todos los que habían sobrevivido al conflicto, tanto los participantes como los pacíficos, estaban ansiosos por recomenzar sus vidas. Muchos regresaron a su lugar de origen: la tierra. Y para la mayoría de los veteranos afrocubanos, la tierra de sus orígenes era la provincia de Oriente.
Generaciones de cubanos de color habían encontrado esperanza y cobijo en la provincia oriental. Les ofrecía posibilidades de mejorar su situación a los pobres, oportunidades a los oprimidos. También, tierras a los que carecían de ella y maneras de ganarse la vida a los desempleados. Su atractivo resultaba irresistible. Esclavos fugitivos y esclavos liberados,7 ex esclavos después de la emancipación en 1886, ex soldados después de 1898; todos emigraban hacia el este. Entre 1887 y 1899, años durante los cuales en el conjunto de la Isla la población descendió en un 10 %, la de Oriente aumentó en un 20 %: el número de habitantes de la provincia pasó de 272 379 a 327 716.8 En los años que siguieron a la emancipación, miles de ex esclavos sin tierras emigraron hacia el este, en busca de tierra y de trabajo. Entre 1887 y 1899, el total de la población de color de las tres provincias occidentales descendió en un 16,6 %; el número de hombres de color, en un 25,7 %. Durante esos mismos años, el total de la población de color de Oriente aumentó en un 22,4 %, mientras que el número de hombres de color lo hizo en un 23,6 %.9
Oriente era un lugar de paridad y proporción, de equidad e igualdad. La correlación de los sexos era 50/50: 163 845 hombres y 163 870 mujeres. Resultaba la única provincia cubana en la cual el número de mujeres superaba al de hombres. Los cubanos de color constituían un sector tan grande de la población como los blancos nativos, y la proporción de los dos grupos era la más pareja de Cuba: 44,7 % y 51,2 %.10 Se mantenía una diversidad agrícola mayor que en el resto del país, lo cual suponía una variedad mayor de formas de tenencia de la tierra. La caña de azúcar era uno más de los productos que se cultivaban en el este del país. Gozaba de una economía agraria notable por su diversidad y versatilidad. Los ingenios coexistían con los cafetales, las fincas cacaoteras, las plantaciones de plátanos, los frutales y los cocoteros, los cultivos de vegetales, las vegas tabacaleras y los ranchos de ganado.11
Los efectos de esta diversidad de usos de la tierra eran sorprendentes. Mientras que en Occidente el latifundio cañero surgía como la principal forma agrícola, las pequeñas fincas dedicadas a una variedad de cultivos eran la forma fundamental de tenencia de la tierra en el Oriente. En ninguna otra provincia era menor la cantidad de habitantes por finca: 15,2. La seguían Pinar del Río con 16,6; Santa Clara con 22,1; Camagüey con 37,0; Matanzas con 49,5; y La Habana con 68,9. Los datos del censo de 1899 ponían de relieve el contraste entre Occidente y Oriente. Sin contar a Camagüey, donde buena parte de la tierra se dedicaba a la cría extensiva de ganado, Matanzas era la provincia con menor número de fincas (4 083) con la mayor extensión promedio (247 acres). La seguía La Habana con 6 159 fincas y 135 acres. Oriente, en el polo opuesto, tenía el mayor número de fincas con la menor extensión promedio. Solo 0,05 % de las fincas orientales superaba los 330 acres, y representaba el 26,9 % del total de las tierras cultivadas. El tamaño promedio de las 21 550 que existían en 1899 era aproximadamente de 80 acres:12
Tabla 1

Extensión total…..Número…….Menos…..34-99 …..34-165…..166-330…Más
cultivos en 1899….total de…..de 33 ….acres…….acres……acres…de 330
(en acres)………..fincas……acres……………………………….acres

203 914……………21 550…..20 997……422……..47………39……..45

Oriente no solo contaba con el mayor número de propietarios, sino también con la mayor cantidad de arrendatarios: un total de 43 721.
Pero no se trataba solo de que mayor número de personas cultivaba más tierras. También era notable el carácter social de la tenencia de la tierra. En ningún otro lugar de Cuba los patrones de tenencia reflejaban de manera tan adecuada la composición racial de la Isla. Propietarios o arrendatarios afrocubanos explotaban el 41 % de las fincas. En términos absolutos, estaban casi en paridad con los propietarios blancos.
Un aspecto un tanto menos sobresaliente, pero no menos notable, de la tenencia de la tierra en Oriente era que los afrocubanos cultivaban el 26 % del total de la tierra en uso. Cuando se compara con el total de las explotadas por afrocubanos en el resto de la Isla, el porcentaje oriental resulta muy notable. Le seguía en orden descendente Pinar del Río, con un 11,4 %, seguida por Santa Clara (6,7 %), Camagüey (4,5 %), Matanzas (3,8 %) y La Habana (3 %). Oriente, además, estaba muy por encima del total nacional de 10,8 %. Dicho de otra manera, casi el 75 % de la tierra propiedad de negros en Cuba y el 50 % de la explotada por arrendatarios afrocubanos estaban en esa región.13 La distribución de las fincas en el territorio era la siguiente:14

……………………………………………………………………….
Tabla 2

Forma de tenencia……….Número ………..Área……..Porcentaje…..Porcentaje
……………………….total………cultivada….. del total……del área
……………………..de fincas…….(en acres)…..de fincas……cultivada

Propietarios blancos……..3 855……….76 155………17,9………..37,3
Arrendatarios blancos…….7 633……….62 465………35,4………..30,6
Propietarios de color…….2 411……….17 970………11,2…………8,8
Arrendatarios de color……6 372……….35 007………29,6………..17,2
Otros…………………..1 279……….12 317……….5,9…………6,1
Total………………….21 550………203 914……..100,0……….100,0

Ese mismo patrón se repetía en lo que respecta al tamaño y el número de los 5 218 ingenios orientales. Sin contar a Camagüey, Oriente tenía el menor promedio de tierras por ingenio, estaba entre las provincias con más fincas cañeras y contaba con el mayor número de propietarios y arrendatarios blancos y de color, que trabajaban las parcelas más pequeñas:15

Tabla 3

Forma de tenencia………Total……..Extensión promedio (en acres)

Propietarios blancos…….1 021…………39,0

Arrendatarios blancos……2 044………….9,2

Propietarios de color……..301………….4,2

Arrendatarios de color…..1 407………….2,7

Otros……………………445…………12,1

Total………………….5 218…………13,2

Las vegas de tabaco de Oriente exhibían características similares:16

Tabla 4

Forma de tenencia……………Total……………Extensión promedio (en acres)

Propietarios blancos…………..85……………………1,9

Arrendatarios blancos………….330…………………..1,8

Propietarios de color…………..26……………………1,7

Arrendatarios de color………….167……………………1,8

Otros………………………….60……………………1,0

Total…………………………668……………………1,7

Otro aspecto de la agricultura oriental se distinguía por una característica significativa. En la producción de café y cacao, que estaban entre los cultivos principales de los pequeños agricultores, los cultivadores de color eran una clara mayoría:17

Tabla 5. Área dedicada al cultivo de café y cacao en cordeles (1 cordel=1/10 acre)

…………………………….Café………………Cacao
Forma de tenencia………Área……….…………Área……….

Propietarios blancos…..23 704…….25,3………30 865………26,1

Arrendatarios blancos….14 101…….15,2………14 488………12,3

Propietarios de color….32 970…….35,1………40 199………34,0

Arrendatarios de color…22 006…….23,4………29 866………25,2

Otros………………..1 016……..1,0………2 798………..2,4

Total………………..93 797…….100………118 216………100

En otros sectores de la agricultura a pequeña escala imperaban los mismos patrones. Un 47 % del total de la tierra dedicada al cultivo de malanga estaba en manos de cubanos de color. Lo mismo sucedía con el 42 % del arroz y el 42 % de los ñames.
En el este del país sobrevivían los sistemas tradicionales de tenencia de la tierra, y en ningún lugar disfrutaban de más oportunidades los cubanos, fueran blancos o negros. Pero había más. Otro rasgo importante diferenciaba al Oriente del Occidente. No era solo la variedad de formas de tenencia, sino la disponibilidad de tierras: en ningún lugar del país había tanta disponible. En eso consistía, en buena medida, el atractivo principal de la migración hacia allá. En fecha tan tardía como la década de 1870, los mapas oficiales de la Isla describían vastas zonas de la provincia como “montañas yermas y deshabitadas” y “regiones inexploradas y sin cultivar”.18 En 1899, solo un 22 % del área total de la provincia estaba parcelado en fincas privadas, y un 11 % de ese total (203 914 acres) estaba cultivado.19 Grandes zonas de Oriente permanecían inexplotadas y sin dueño. Más aun: nadie sabía las dimensiones reales de esas extensiones de tierra. Lo que sí se sabía era que eran enormes. Mucho después de que en Pinar del Río, La Habana y Matanzas desaparecieran las tierras públicas, vastas extensiones de Oriente seguían siendo públicas. En 1899, más del doble del área cultivada, alrededor de 500 000 acres, era de tierras públicas. Buena parte de ellas estaba cubierta de bosques, y se ubicaba en el inaccesible y remoto interior de la provincia. Los linderos eran vagos y a menudo indefinidos, y en muchos casos nunca se habían terminado las demarcaciones detalladas de las tierras del Estado. De ahí que los estimados del área total de las tierras públicas fueran solo aproximados, y muchos creían que el tamaño real del patrimonio estatal excedía con mucho los cálculos oficiales.20
En 1899, Oriente era todavía una tierra de oportunidades, sobre todo de obtener tierras. Y parecían casi infinitas. Era el lugar en el que los cubanos podían comenzar de nuevo. Durante varias décadas, decenas de miles de cubanos habían emigrado a esa región en busca de nuevas ocupaciones y nuevas tierras. Esa era la promesa que atraía a miles de personas a la provincia: a desertores y desesperados, a desplazados y desposeídos, a soldados, personas con medios y emigrantes en precario de todas las regiones de Cuba. Y Oriente no los frustraba. Esa había sido siempre la promesa del este de la Isla: un lugar donde comenzar de nuevo, pero, sobre todo, una nueva libertad. Su atractivo se mantuvo después de la guerra. Lo que es mejor: se incrementó. El auge de población que experimentó fue espectacular. En 1907, la provincia se acercaba al medio millón de habitantes: los residentes de la provincia habían aumentado en 127 000, lo que representaba casi un 40 % de incremento, al pasar de 327 716 en 1899 a 455 086 en 1907, y casi un 70 % de incremento en las dos décadas transcurridas desde 1887.21

La faz cambiante de Oriente

No solo se trataba de que llegaran más personas a Oriente. Su número no representaba un problema, pero sí el propósito que las traía. Los cubanos no eran los únicos que se daban cuenta de las promesas que encerraba la región. También los norteamericanos veían las oportunidades que brindaba la provincia, y su presencia era ubicua y abrumadora. Arribaron en 1898 como ejército de conquista y gobierno de ocupación. Después, como agentes y vendedores, especuladores e inversionistas, a levantar sus hogares y asentarse, y todos venían en busca de lo mismo: tierra. Llegaron con recursos de capital que excedían con mucho su número, y con ventajas igualmente desproporcionadas en un medio económico empobrecido. Disponían del dinero necesario para comprar la tierra disponible, y de las conexiones políticas para lograr que se tornara disponible la tierra que no podían adquirir. Vastas extensiones pasaron a manos de extranjeros. Y en este nuevo orden de cosas no quedaba del todo claro qué lugar ocuparían o podrían ocupar los cubanos. Las señales eran ominosas. Los observadores que relataban sus impresiones de la época tendían a confirmar esos procesos y a prever sus consecuencias. Un viajero norteamericano comentó en 1911: “Un 90 % de la tierra fértil de Cuba es propiedad de extranjeros, y, como ese es el caso, mientras más capital extranjero entre, mejor será para el país. En otras palabras, la única perspectiva de los cubanos es emplearse como asalariados”.22
Las transacciones y los traspasos de tierra en la zona oriental se aceleraron durante la primera década de la independencia. Cambiaban las formas de tenencia de la tierra y el perfil de los propietarios: de pública a privada, de minifundios a latifundios, de comunales a empresariales, de cubanos a extranjeros. Y acontecía con rapidez. La construcción de ferrocarriles avanzaba a toda velocidad y aceleraba los traspasos de tierras y la transformación de su uso. La ampliación del transporte desató una sucesión de procesos interrelacionados. La vía férrea de la Cuban Company conectó a Santiago de Cuba con Santa Clara en 1900. Dos años después, Santiago se conectó directamente con La Habana, con lo que se completó el enlace por ferrocarril de las seis provincias. La ampliación del ferrocarril en la provincia avanzó velozmente a partir de ese momento. En 1905, se conectó Alto Cedro con la bahía de Nipe, lo que dio origen al pueblo portuario de Antilla. Un año después, Cacocún y Holguín se enlazaron por ferrocarril. Se estableció un servicio de trenes desde Martí, en Camagüey, hacia el este, por el valle del Cauto, hasta Bayamo, Palma Soriano y San Luis. Poco después, Bayamo se conectaba con Manzanillo.23
El proceso se alimentaba de su propio éxito. La expansión del ferrocarril abrió nuevas posibilidades. Los ingenios azucareros se ampliaron rápidamente durante esos años. Y lo mismo ocurrió con la minería. Los especuladores en bienes inmuebles y los agentes de fomento adquirieron algunas de las tierras más productivas de Cuba, y en todo Oriente los proyectos de colonización norteamericanos se desarrollaban a toda velocidad.
Comenzó un ciclo inexorable y fatal. En toda la provincia, pequeños propietarios y campesinos perdían el control de sus tierras. El proceso era especialmente pronunciado en la zona sudoriental. La tierra pasaba a manos de las compañías ferrocarrileras para establecer terminales, zonas de construcción, pueblos, depósitos y derechos de vía. Se ampliaron las compañías mineras.24
En los primeros años del siglo, los agricultores norteamericanos fundaron doce colonias agrícolas en Oriente, que controlaban decenas de miles de acres de terrenos. Solo la Cuban Agricultural and Development Company adquirió 135 000 acres en Guantánamo. Pero la mayor parte de la tierra pasó a manos de los latifundios azucareros. Poco importaba si era en forma de propiedad de las compañías (caña de administración) o de colonato. El resultado era el mismo. Los pequeños propietarios y los campesinos resultaban desplazados, empujados hacia las sabanas del interior o hacia el pie de las cadenas montañosas del norte y el sur de la provincia.
Todas las formas de tenencia de los campesinos estaban sujetas a la usurpación, pero ninguna más que la hacienda comunera, un sistema de propiedad conjunta en que la tierra se distribuía en lotes y mediante acciones (pesos de posesión). A fines del siglo, las haciendas comuneras eran una de las principales formas de tenencia de la tierra en el oriente de Cuba. Los pesos de posesión le garantizaban al propietario (comunero), el derecho a utilizar una determinada porción del terreno, pero no un título legítimo y claro sobre su parcela. Los pesos de posesión daban derecho al uso de la tierra, esto es, a un lote incluido dentro de los linderos de un terreno mayor. La tierra no se dividía: los comuneros obtenían el derecho a trabajar una parte de ella que estaba en proporción directa con los pesos de posesión de que disponían. Con el curso del tiempo, los derechos de usufructo de la tierra se multiplicaron, y los derechos de propiedad se hicieron confusos y estaban constantemente sujetos a reclamaciones, lo que inevitablemente creaba una caótica maraña de títulos de propiedad y ocupaciones de facto. Los lotes rara vez se demarcaban, y los linderos eran inexactos, extraoficiales y difíciles de verificar. Por lo general, los hitos eran un bosque, una colina, un arroyo, un pantano u otros accidentes geográficos o marca arbitraria mutuamente convenida. A menudo, un corte en un árbol o en un tronco caído, o una pequeña corriente de agua, servían de límites. E igualmente a menudo, cuando alguien cortaba el árbol marcado o se podría el tronco caído, o cambiaba el cauce de la corriente de agua, desaparecía todo rastro de los hitos. En ocasiones, solo se conocían los linderos gracias a la tradición, a la memoria colectiva de la comunidad. En un litigio de 1909, cuando se les preguntó a los pequeños propietarios cómo reconocían los límites de su finca, un comunero respondió: “…siendo esta línea la de que tiempo inmemorial ha sido tenida y respetada por los condueños de ambas haciendas y realengos”.25
Eran precisamente esas ambigüedades las que hacían vulnerables a la usurpación las tierras de los campesinos. La guerra de independencia –cuyos combates se desarrollaron durante más tiempo en la provincia oriental– contribuyó a hacer más confusas las propiedades y las demarcaciones.
Durante la guerra desaparecieron escrituras y títulos. Una gran cantidad de estos permitían poner en tela de juicio la propiedad o la posesión, y todo reclamo impreciso daba la posibilidad de establecer un litigio.
Esas condiciones favorecían a los grandes y los poderosos en detrimento de los pequeños y los desvalidos. Los especuladores en bienes inmuebles, las compañías ferrocarrileras y las empresas azucareras no vacilaban en impugnar las propiedades de los lugareños. Para los muchos cuyos títulos eran imperfectos o incompletos, o que tenían algún otro defecto, el proceso de adjudicación era generalmente el primer paso hacia el desahucio y el desplazamiento. El procedimiento exigía que un tribunal designado por el juzgado realizara un deslinde en el cual se analizaba la validez de los pesos de posesión. Mediante costosos deslindes, solicitados por el demandante, se establecían linderos nuevos y detallados. Abogados y agrimensores pedían a los tribunales que ratificaran los nuevos linderos y que validaran los nuevos títulos de propiedad. El resultado estaba, por lo general, predeterminado.
Tras varios años de trabajo de campo en las zonas rurales de Cuba, el sociólogo Lowry Nelson escribió:
Las compañías azucareras les compraban sus tierras a los campesinos que podían exhibir un título, pero cuando los títulos eran dudosos –como ocurría en muchos casos– se presentaba un recurso a los tribunales. No hay ninguna duda de que en esos litigios legales las compañías disfrutaban de ventajas abrumadoras. Podían emplear a los mejores abogados, quienes conocían los resquicios de la legislación cubana sobre la tierra. Si era necesario, podían sobornar a los altos y a los pequeños funcionarios.26

La pérdida de tierras que sufrían los campesinos coincidía con un aumento extraordinario de la población. Con el tiempo, la presión demográfica se haría sentir en todo Oriente, pero se experimentó primero en el sudeste de la provincia, en la zona formada por los cinco municipios contiguos de Alto Songo, El Caney, Guantánamo, San Luis y Santiago. Desde hacía largo tiempo, la zona sudoriental había servido de refugio: a fines del siglo xix, antes de la emancipación, a los cimarrones; después, a los esclavos liberados. A inicios del siglo xx, se convirtió en cobijo de los veteranos y de las víctimas de la guerra.
Durante tres generaciones, parias de todos los grupos sociales habían encontrado una oportunidad en el sudeste de Oriente. Buena parte del territorio de los cinco municipios se ubicaba en terrenos montañosos impenetrables, al pie de las montañas y en los valles intramontanos de la Sierra Maestra. En 1907, un geógrafo describió la zona como una “terra incognita, que no ha sido explorada, descrita ni plasmada en mapas”.27
Era una zona escabrosa, irregular, una sucesión de terrazas escalonadas, atravesadas e intersectadas por innumerables vallecitos. Era también tierra fértil, generosa y productiva, sin rival en el resto de Cuba.
Los municipios sudorientales también se diferenciaban en otro sentido. En ninguna otra región de Cuba era tan alta la proporción de población afrocubana. En los dos ciclos censales de 1899 y 1907, las personas de color constituían una clara mayoría:28

Tabla 6. Porcentaje de la población

Municipio…………………1899……………..1907

Alto Songo………………..74,9………………71,8

El Caney………………….52,8………………53,1

Guantánamo………………..68,0………………67,5

San Luis………………….70,6………………68,9

Santiago………………….57,9………………55,6

El incremento demográfico experimentado en Oriente entre 1899 y 1907 fue especialmente pronunciado en el sudeste. Tres de los cinco municipios registraron un aumento de la población significativamente superior al 40 % de la provincia. La población de Alto Songo creció de 12 770 habitantes (2 814 familias) a 20 553 (3 963 familias), equivalente a un 61 % de crecimiento. En varios pueblos y poblados del municipio, específicamente en Jarahueca, Loma del Gato, Socorro y La Maya, las principales zonas cafetaleras y cacaoteras de Alto Songo, la población casi se duplicó. La de El Caney pasó de 9 126 habitantes (1 743 familias) a 16 215 (3 147 familias), lo que suponía un incremento del 78 %. Guantánamo experimentó un crecimiento del 54 %, ya que sus habitantes aumentaron de 28 063 (6 596 familias) a 43 300 (9 804 familias). Los incrementos registrados en el interior del municipio eran aún mayores: Palma de San Juan, 351 %; Indios, 279 %; Isleta, 208 %; Sigual, 180 %; Bano, 162 %; Caridad, 123 %. Solo en San Luis y Santiago de Cuba el aumento de la población no superó el incremento provincial general: en San Luis, el crecimiento fue del 22 % (de 11 681 habitantes, distribuidos en 2 344 familias, a 14 212 en 2 990 familias); y en Santiago, de un 18 %, (de 45 478 habitantes y 10 292 familias a 53 614 y 12 163 familias).29
En el sudeste de Oriente parecían desarrollarse simultáneamente diversos procesos. Después de varios años de disminución de la fertilidad, la región experimentaba un súbito y espectacular incremento de la tasa de natalidad. Tras el fin de la guerra de independencia, la estabilidad y la seguridad retornaban a las vidas de los orientales. Terminada la reconcentración, las mujeres regresaron a sus hogares. Los hombres volvían del ejército. Por supuesto, lo mismo sucedía en toda Cuba, pero era especialmente significativo en Oriente. La mayoría de los soldados que se reincorporaban a la vida civil procedía originalmente de la región oriental, y fue allí que regresó. Esta zona había hecho una extraordinaria contribución a la liberación de la Isla. Se estima que el 80 % de los hombres de Alto Songo se enroló en el Ejército Libertador, y que constituían casi la mitad de la fuerza invasora original.30 Al mismo tiempo, la mayoría de las unidades del ejército cubano que se desmovilizaron entre 1898 y 1899 se encontraban en la mitad oriental de la Isla. El Primer Cuerpo de Ejército estaba estacionado en Santiago, el Segundo en Manzanillo, el Tercero en Camagüey, y el Cuarto en Santa Clara. Aproximadamente 35 000 de los 50 000 oficiales y soldados se desmovilizaron en las tres provincias del este del país.31 Después de la guerra, los casados regresaron junto a sus esposas; los solteros volvieron para casarse.
Además, el hecho de que una parte tan sustancial de la guerra se hubiera desarrollado en el este del país, y de que tantos soldados de esa región hubieran combatido lejos de sus hogares, había traído como resultado que el número de matrimonios y la tasa de natalidad de Oriente fueran los menores de Cuba [ver Tabla 7].32
El regreso de los soldados tuvo un enorme y súbito impacto en las tasas de matrimonio y natalidad de la provincia. Casi de inmediato se produjo un marcado incremento de la población. Solo en 1899, el número de matrimonios en Oriente aumentó hasta alcanzar la cifra de 471, al tiempo que los nacimientos llegaron a 2 892.33

…………………………………………………………………………………………
Tabla 7

Años……………Matrimonios………….Nacimientos

1894……………..565…………………..3,481

1895……………..368…………………..2,144

1896……………..212…………………..1,269

1897……………..126…………………….811

1898……………..142…………………….974

La natalidad aumentó en toda Cuba. Entre 1899 y 1907, la población de niños menores de cinco años de edad aumentó un 162 %, de 130 876 a 342 652 personas. La provincia de Oriente registró un incremento ligeramente superior, de 164 % (de 32 156 a 84 788 personas). Las cifras en la porción sudoriental también fueron significativas: tres de los municipios registraron crecimientos muy superiores a los promedios nacional y provincial:34

Tabla 8

Municipio…………..1899……………1907……………Porcentaje

Alto Songo…………1,348…………..4,145…………….207,5

El Caney…………….644…………..2,793…………….333,6

Guantánamo ………..2,349…………..7,101…………….202,3

San Luis…………..1,115…………..2,824…………….153,3

Santiago…………..3,017…………..7,249…………….140,3

Estos procesos tenían otra implicación. El aumento de población fue el resultado de la combinación de una alta tasa de natalidad con una baja tasa de mortalidad. Entre 1907 y 1916, la tasa de mortalidad de la provincia fue de 10,07 por cada 1 000, la más baja de toda Cuba.35 Los incrementos más significativos fueron los que se registraron en los grupos poblacionales en edades de dependencia, específicamente los menores de quince años y los mayores de sesenticinco. El censo de 1907 indicaba que el 40 % del total, y que 10 598 tenían más de sesenticinco.36 Más del 41 % de la población de color tenía menos de quince años (81 177 personas de un total de 196 092), y 5 669 tenían más de sesenticinco.
El estimado de los incrementos hasta 1912 resulta aún más revelador. El incremento anual promedio de la población oriental se aproximaba a las 16 500 personas, mientras que la tasa de mortalidad anual de esos años era de unos 5 000. En 1912, el porcentaje de la población total menor de quince años de edad había llegado a ser casi de 50 % (302 265 de un total de 609 078 habitantes). La proporción para la población de color era similar (112 000 menores de quince años de un total de 225 000). La alta natalidad de la posguerra produjo una población con una gran proporción de personas por debajo de la edad laboral normal, lo que suponía, a su vez, una gran cantidad de personas dependientes por cada adulto.
La floreciente población de posguerra presionó más sobre los recursos existentes, que eran limitados, especialmente sobre la tierra. En 1907, la densidad de población del sudeste de Oriente era de las mayores de Cuba. Con excepción de Guantánamo, todos los municipios estaban por encima del promedio nacional de 18 habitantes por kilómetro cuadrado. Santiago de Cuba contaba con 78 habitantes por kilómetro cuadrado, San Luis con 29, Alto Songo con 22 y El Caney con 21.37
Solo Guantánamo estaba por debajo del promedio nacional, con ocho habitantes por kilómetro cuadrado. Pero procesos de otro tipo estaban transformando el mayor de los municipios sudorientales y prefiguraban tendencias presentes en el resto de Oriente. En toda la extensión de Guantánamo desaparecían las fincas pequeñas y los terrenos de cultivo familiar. Aumentaban la producción de azúcar y la concentración de las tierras. Más y más tierra pasaba a manos de cada vez menos propietarios. En el valle de Guantánamo, los ingenios consolidaban su control sobre la tierra. En 1912, el valle ya estaba dominado por diez centrales azucareros, todos extranjeros. Soledad, Isabel y Los Caños eran propiedad de la Guantánamo Sugar Company. Guantánamo Sugar, fundada en New Jersey en 1905, era propietaria directa de un estimado de 55 000 acres de tierra en el municipio, así como de la mayoría de las acciones de la Guantánamo Railroad. El Santa Cecilia era propiedad de la Santa Cecilia Sugar Company, una empresa fundada en Maine en 1904 que era dueña de más de 12 000 acres de tierra en Guantánamo. Otros centrales incluían el Santa María, propiedad de la Santa María Sugar Company (Estados Unidos); el San Miguel y el Esperanza, propiedad de Oriental Cubana (Francia); el San Antonio, propiedad de St. E. Montlue (Francia); el Confluente, propiedad de la Confluente Sugar Company (España); y el Romelie, propiedad de Brooks and Company (Inglaterra).38
El cultivo de la caña se extendió en todo el resto de la porción sudoriental de la provincia. En San Luis, los antiguos ingenios Unión y Santa Ana, y uno nuevo, Borjita, aumentaron su producción. En Alto Songo, el Almeida amplió el cultivo de caña.
La expansión del sistema azucarero auguraba la extinción de las fincas pequeñas y la expulsión de los pequeños propietarios. Ocurría en diferente medida en todo Oriente, pero la velocidad del proceso era especialmente rápida en el sudeste de la provincia, y coincidía con la mayor tasa de crecimiento de la población de toda Cuba. Los datos son incompletos e imperfectos, pero permiten atisbar la magnitud de la debacle de las fincas independientes de la región. Entre 1899 y 1905, el número total de fincas disminuyó casi a la mitad, de 21 550 a 10 854.
En la zona sudoriental, la desaparición de las pequeñas fincas era especialmente aguda:39
Tabla 9. Número de fincas

Municipio…………………1899………………..1905

Alto Songo………………1,516…………………..477

El Caney………………….611…………………..518

Guantánamo………………1,262………………….1,154

San Luis…………………1,289…………………..100

Santiago…………………..286…………………..124

En el período inmediatamente posterior (1905-1911), el número de fincas de Guantánamo se redujo de 1 154 a 419.40
La creciente densidad de la población permite reconstruir la misma historia desde otro punto de vista, y las señales no eran menos ominosas. El aumento de la población, sumado al del número y el tamaño de las familias, le planteaba nuevas exigencias a la tierra. La población campesina crecía al tiempo que la tierra disponible para la agricultura de subsistencia decrecía. La tierra pasaba al cultivo de la caña en forma de latifundios, lo que reducía tanto el número de las pequeñas fincas como la cantidad de tierra disponible. Se produjo un círculo vicioso de escasez de tierras, aumento de los precios y deudas usureras. Más y más personas se amontonaban en cada vez menos área. No se trataba de un mero incremento de la población: es cierto que aumentaba, pero al mismo tiempo que decrecían los recursos, fundamentalmente la disponibilidad de tierra.
Cada parcela ganada para la producción de azúcar equivalía a una correspondiente pérdida para la agricultura de subsistencia. Pero la expansión del azúcar hacia Oriente en los primeros años del siglo xx estaba acompañada de otro rasgo notable: la introducción de mano de obra barata procedente de Haití y Jamaica. La coincidencia era portentosa. Los productores de azúcar habían tenido dificultades para terminar la zafra de 1911, y las achacaban a la falta de mano de obra rural. Predecían que el año siguiente sería ruinoso. Tres nuevos centrales se preparaban para entrar en operaciones en la zafra de 1912: el Morón, en Camagüey; el Delicias, en Puerto Padre, y el Manatí, en Las Tunas, y se estimaba que necesitarían 10 000 cortadores más. Esto no incluía las nuevas ampliaciones de varios centrales más pequeños como el Río Cauto (Bayamo), el Ermita (Guantánamo), el Borjita (San Luis) y el América (Palma Soriano), que se calculaba que demandarían 3 500 trabajadores agrícolas.41 En 1912 se produjo la primera inmigración significativa de trabajadores antillanos en Oriente. Unos 2 000 jamaiquinos y haitianos llegaron a Santiago de Cuba para trabajar en los cada vez más extensos cañaverales.42
Se trataba de una entrada legal y correctamente procesada de trabajadores contratados. No obstante, se consideraba que el número de antillanos era considerablemente mayor. Nadie sabía exactamente cuántos estaban arribando al este de Cuba ilegalmente. Lo que sí se sabía era que la inmigración ilegal había asumido proporciones graves, y que esa población había alcanzado cifras significativas. A diferencia de los acuerdos regulados de contratación de mano de obra, mediante los cuales los trabajadores regresaban a su patria después de terminar la zafra en Cuba, los inmigrantes ilegales por lo general se quedaban en la Isla. Las autoridades cubanas estaban perdiendo el control sobre las costas orientales, y nadie sabía bien qué hacer ante esa situación. Unos pocos días antes del comienzo de los disturbios en gran escala, a fines de mayo de 1912, Antonio Masferrer, el jefe de la aduana de Santiago, había advertido públicamente sobre la inmigración incontrolada e ilegal de trabajadores antillanos en la provincia de Oriente. “Se encuentran las costas orientales en un estado de abandono total”, se quejaba Masferrer. “Esta falta de vigilancia ha permitido la inmigración clandestina […] de unos diez mil individuos de color, procedentes de Jamaica, Santo Domingo y Haití”.43
Llegaban grandes cantidades de extranjeros que desplazaban a los cubanos de los campos, las fincas y las fábricas. En las minas de El Caney, en las plantaciones cañeras de Guantánamo, a lo largo de las líneas del ferrocarril y en los centrales, la mano de obra barata de los extranjeros abarrotaba el mercado laboral local y deprimía los salarios. Se estima que el 11 % de los agricultores de Oriente eran extranjeros, al igual que el 26 % de los 7 328 jornaleros. Casi el 96 % de los 1 603 mineros eran extranjeros.44
El desempleo crecía en el país, en algunos casos de manera dramática. En 1907, más del 20 % del total de la población masculina mayor de diecisiete años se clasificaba como “sin ocupación lucrativa”. La cifra era del 16,7 % en El Caney, del 18 % en San Luis, del 19,2 % en Alto Songo, del 20,6 % en Guantánamo y de un pasmoso 35,1 % en Santiago.45
Otras tendencias reveladoras permitían captar elementos adicionales sobre la crisis rural que se desarrollaba. Entre 1899 y 1907 el porcentaje de afrocubanos varones dedicados a las labores agrícolas descendió de un 40 % a un 35 %, mientras que el de las mujeres disminuyó en más de la mitad. Ambos datos indican un decrecimiento de la agricultura familiar en la medida en que menguaba el número de pequeñas fincas. Al mismo tiempo, aumentaba el trabajo asalariado. Durante esos años se incrementó la proporción de varones afrocubanos empleados en la manufactura y de mujeres afrocubanas en el servicio doméstico.46
No solo quienes perdían sus tierras atravesaban tiempos difíciles. La depresión iba de la mano con el desahucio. El precio del café y el cacao, los principales cultivos comerciales de los pequeños agricultores, se deterioraba. La depresión internacional del mercado del café ocurrida entre 1900 y 1910 precipitó a los plantadores cubanos en una crisis. Los bajos precios de los cultivos comerciales redujeron la capacidad de los pequeños agricultores para pagar obligaciones financieras ya contraídas, o para contraer nuevas. Muchos simplemente no lo lograron, y quebraron. En 1911, la producción cafetalera cubana ya se había reducido hasta el punto de que solo podía satisfacer una cuarta parte de la demanda nacional, y el resto se cubría con importaciones procedentes de Puerto Rico.47 Al año siguiente, la producción de café fue la menor y la de peores precios de toda una década.48 En el período de dos años que medió entre 1904 y 1906, el número de cafetales se redujo de 1 220 a 1 029.49 Aunque los precios del café volvieron a subir, en 1919 el número de fincas cafetaleras se había reducido drásticamente a menos de 200.50
Esos procesos tenían lugar en un momento en que subían los precios al consumidor. Disminuían las entradas de los pequeños propietarios rurales, y también el valor de esas entradas ya reducidas. En 1912, el precio de los alimentos básicos era el más alto de los últimos ocho años, y habían experimentado un incremento promedio de casi un 33 % a partir de 1904:51

Tabla 10

Artículo………..1904 ($)……1912 ($)….Incremento porcentual

Arroz…………..3.00……….4.70…………….56,6

Manteca…………10.50……..17.85…………….70,0

Sal……………..1.94………2.63…………….35,5

Harina de trigo…..6.88………7.67…………….11,4

Garbanzos………..7.86………8.60……………..9,4

Frijoles…………3.85………4.75…………….23,3

Chícharos………..4.80………5.55…………….15,6

Aceite de oliva…..8.00………12.50……………56,2

Fideos…………..4.50……….5.25……………16,6

Se hacía cada vez más difícil mantener a una familia con los ingresos de sus jefes. Los hombres no lograban cumplir su papel de proveedores, con lo que la desesperación rondaba los hogares de las zonas rurales.52 No había ni tierras suficientes para subsistir ni trabajo bastante para sobrevivir. El tamaño de las parcelas campesinas disminuía, y las tierras de uso familiar desaparecían. Las consecuencias eran claras: la próxima generación no tendría tierras. En especial, los cubanos de color enfrentaban la sombría perspectiva de terminar en peores condiciones que como habían comenzado sus padres. La pérdida de la autosuficiencia equivalía al incumplimiento de una promesa; aún más: les negaba a los afrocubanos toda posibilidad de creer en la promesa de un futuro mejor. Varias generaciones de afrocubanos habían encontrado tierras y medios de vida en el oriente del país. Oriente había sido, al mismo tiempo, su primera opción y su último recurso. Ahora se enfrentaban al derrumbe de su mundo y no quedaba lugar al cual marcharse.

La cuestión racial en la política republicana

Los procesos de Oriente ocurrían simultáneamente con el aumento del descontento en toda la Isla. El deterioro de las condiciones de vida de las personas de color en esa zona no se diferenciaba del que experimentaban los afrocubanos en otros lugares del país. A los cubanos de color no les iba bien en la República. Para muchos de ellos, las condiciones eran, en realidad, peores que en la Colonia. Su contribución a la causa de Cuba Libre había sido muy superior a su proporción en la población. La compensación que Cuba Libre les había brindado era muy inferior a esa misma proporción. Se les había prometido igualdad política y justicia social. No habían obtenido ninguna de las dos.
En el transcurso de una visita a Cuba en 1905, Arthur A. Schomberg escribió: “Durante el dominio colonial español, los negros recibían un trato mejor, gozaban de más libertad y felicidad que hoy en día”. Y añadió:

Muchos negros cubanos maldicen el advenimiento de la República. Los negros fueron bienvenidos en la época de la opresión, de las dificultades, de la revolución, pero en estos tiempos de paz […] se les niega posición, se les condena al ostracismo y se les convierte en parias políticos. Los negros han hecho mucho por Cuba. Cuba no ha hecho nada por los negros.53

“Al terminar la guerra”, rememoraba después el ex esclavo Esteban Montejo, “empezó la discusión de si los negros habían peleado o no. Yo sé que el 95 % de la raza negra hizo la guerra. Luego ellos empezaron a decir que el 75. Bueno, nadie les criticó esas palabras. El resultado fue que los negros se quedaron en la calle. Guapos como fieras y en la calle. Eso era incorrecto, pero así fue”.54
La situación de los afrocubanos en los primeros años de la República se vio exacerbada por el arribo de una gran oleada de inmigrantes, sobre todo españoles. Se estima que entre 1902 y 1912 emigraron a Cuba 250 000 españoles.55 La competencia por los empleos a una escala tan masiva sirvió, a la vez, para expulsar a los negros del mercado laboral y para hacer más urgente la inserción de los afrocubanos en la creciente burocracia estatal.
No obstante, los cubanos blancos sufrían las mismas presiones y no mostraban mucha disposición a compartir las rentas públicas con los negros.
Los efectos fueron notables. Los afrocubanos estaban subrepresentados en los cargos electivos, en los puestos por designación, en las fuerzas armadas y en la burocracia estatal. Los de color eran el 30 % de la población, aproximadamente 610 000 personas de un total de 2 000 000 de habitantes. La información del censo de 1907 solo ofrece datos alusivos a la situación de los afrocubanos en la vida cotidiana de la República. Tres categorías del censo claramente definidas como puestos públicos eran las de maestros, soldados y policías, y funcionarios de gobierno. Los cubanos de color estaban subrepresentados en todas ellas [ver Tabla 11].56
La comunidad afrocubana era presa de un profundo sentimiento de traición. Al inicio, los dirigentes políticos negros se habían incorporado a los partidos existentes. No obstante, si se descuenta el éxito individual de un reducido número de políticos afrocubanos, la situación de los negros no mejoró. Los llamados a los dirigentes políticos blancos y a los funcionarios electos cayeron en oídos sordos. En fecha tan temprana como 1902, un grupo de dirigentes políticos negros se reunió con el presidente Tomás Estrada Palma para protestar por el maltrato a que estaban sujetos los negros en el nuevo gobierno republicano. El líder del Partido Liberal, Generoso Campos Marquetti, se quejó de que el reducido número de negros en la guardia rural y en la policía, y la discriminación de los negros a la hora de designar funcionarios civiles, ponían de manifiesto la falta de atención “a una raza que derramó su sangre valientemente en defensa de la causa cubana”. Campos Marquetti protestó: “La verdad es, señor presidente, que esto no es lo que esperábamos de la Revolución, y que las cosas no pueden seguir así”.57

Tabla 11

Categorías…………………Blancos………….Cubanos de color

Maestros…………………….5,524…………………440

Soldados…………………….6,520……………….1,718

Policías………………………194………………….11

En 1907, muchos líderes negros dieron el primer paso hacia una importante realineación política. Se retiraron de los partidos existentes para organizar un nuevo movimiento, que primero adoptó la forma de Agrupación Independiente de Color y más tarde se convirtió en un partido político con todas las de la ley: el Partido Independiente de Color. Abogaba por un gobierno honesto, una mejoría de las condiciones laborales y la gratuidad de la educación universitaria. No obstante, sus principales preocupaciones se centraban en la cuestión racial, específicamente en las demandas de un incremento de la representación de los afrocubanos en los cargos electivos y los puestos públicos, incluidos los de las fuerzas armadas, el cuerpo diplomático, la judicatura y todos los departamentos del gobierno.58
La organización del Partido Independiente de Color les planteaba un reto a los partidos existentes en lo relativo al control del voto de los negros. Ello resultaba especialmente grave para el gobernante Partido Liberal, porque su condición de partido mayoritario dependía del margen vital de apoyo que le proporcionaba el electorado afrocubano. El gobierno liberal de José Miguel Gómez (1908-1912) no vaciló. En 1910, el presidente del Senado por el Partido Liberal, el afrocubano Martín Morúa Delgado, presentó un proyecto de ley que proscribía el nuevo partido. La aprobación de la Ley Morúa prohibía la organización de partidos políticos según criterios raciales. En 1912, la política cubana estaba ya polarizada en torno a la cuestión racial.
La fundación del Partido Independiente de Color sirvió para llamar la atención sobre un gran número de injusticias y sobre el hecho de que el color de la piel de los cubanos seguía siendo una cuestión tan irresuelta en la República como lo había sido en la colonia. Pero los objetivos políticos de los afrocubanos encontraron poco endoso y menos entusiasmo entre las grandes masas de personas de color de Oriente. Los esfuerzos movilizativos en esa provincia fracasaron. La mayoría de las 200 000 personas de color de Oriente (aproximadamente un 40 % del electorado de la provincia) no se sintió atraída hacia el nuevo partido. Los independientes ni siquiera lograron reunir el número mínimo necesario de firmas para nominar candidatos a las elecciones provinciales de 1908.59
La realidad es que el origen y la sustancia de los malestares de los afrocubanos en la República eran diversos, y que no eran los mismos para todas las personas de color. En el seno de esa población existían diferencias sociales significativas. El nuevo Partido Independiente de Color tendía a representar los intereses de políticos, ex oficiales del Ejército Libertador, profesionales e intelectuales afrocubanos, por lo general miembros de la pequeña burguesía negra, en resumen, de cubanos que aspiraban a que se les franqueara la entrada a la creciente burocracia estatal mediante cargos electivos o puestos por designación. Los independientes centraron su atención en el racismo institucional, en la práctica formal de la discriminación racial, que constituía un obstáculo para su participación en la vida de la República que habían contribuido a fundar. La plataforma del partido hablaba casi exclusivamente de cuestiones políticas; era una relación de quejas dirigidas a las autoridades gubernamentales y los dirigentes de los partidos de gobierno.
Esas cuestiones eran de un interés secundario para los pequeños propietarios, campesinos y trabajadores rurales afrocubanos de Oriente, quienes, además, en el momento en que se estaba formando el Partido enfrentaban una grave crisis y estaban preocupados por las cuestiones urgentes relativas a la subsistencia y la sobrevivencia. No es que no sintieran simpatía hacia los propósitos políticos del nuevo partido. Se trataba de que, en esencia, no se interesaban por las cuestiones políticas de la República. Sus vidas sufrían todo tipo de trastornos, sus comunidades eran presas de la desesperación.
La zona sudeste de Oriente era el escenario de una gran intranquilidad social. Aumentaban las acciones delictivas, anuncio del inicio de la desintegración y la fragmentación. Ross E. Holaday, el cónsul de los Estados Unidos en Santiago, informaba: “En Guantánamo y sus alrededores reina un estado de desacato que se estima es causa de considerable aprensión entre los buenos ciudadanos”. En un recorrido que realizó por Guantánamo en 1910, Holaday se enteró de que los hombres de negocios extranjeros que residían en la zona habían “recibido cartas con exigencias de dinero, que contenían amenazas de quemar sus propiedades o de quitarles la vida o la de algún miembro de su familia, si se negaban a satisfacer las demandas de los corresponsales anónimos”.60
A los males acumulados se añadieron otros del momento. Los desórdenes de mayo de 1912 coincidieron con el inicio del tiempo muerto, y las causas inmediatas de las perturbaciones del orden no eran menos apremiantes que las de vieja data. En esencia, eran las mismas. Los campesinos y los pequeños propietarios estaban perdiendo sus fuentes de ingreso al perder su acceso a la tierra. Con cada año se profundizaba la crisis. El tiempo muerto siempre había conllevado estrecheces, pero estas se hicieron mayores al escasear las oportunidades de practicar la agricultura de subsistencia. “El resultado”, informaba el ministro estadounidense John B. Jackson, dos años antes del alzamiento, “es que cuando termina la zafra, quedan muchas personas ociosas en los distritos rurales, prácticamente desprovistas de maneras de ganarse la vida. La mayoría son negros faltos de recursos que nunca disponen de mucho, pero que este año se las ven especialmente mal”. Jackson alertaba al concluir: “Parece inevitable que durante el próximo verano haya mucha pobreza. Todo ello contribuirá a crear un descontento generalizado”.61
Las frustraciones de los políticos disidentes afrocubanos eran muchas y profundas, y la rebelión constituía un último recurso desesperado para un movimiento aparentemente condenado a la derrota y la desintegración. El Partido Independiente de Color no había obtenido buenos resultados en el teatro de la política electoral. Los afrocubanos liberales y conservadores repudiaban públicamente una política racial. Al mismo tiempo, los políticos negros insertados en el sistema aprovecharon el reto que le planteaban los independientes al partido de gobierno para mejorar su suerte en la política. Blandiendo la amenaza de la polarización racial, lograron sinecuras y favores para sus electorados afrocubanos. Resulta un tanto irónico que el movimiento de los independientes sí ampliara las oportunidades políticas de los negros, pero solo a partir de los esfuerzos encaminados a contrarrestar el atractivo del nuevo partido entre la gente de color. Por otro lado, la Ley Morúa producía el efecto deseado. En las elecciones municipales y provinciales, se excluyó sistemáticamente a los independientes; pero el hecho de que no se hayan registrado protestas por esa exclusión revela que los independientes carecían de apoyo político significativo, incluso en distritos electorales donde predominaban los electores afrocubanos.

La rebelión

El levantamiento comenzó como una protesta política organizada, un movimiento armado cuyo fin era obligar al gobierno de Gómez a derogar la Ley Morúa. No obstante, nunca se definió ni se explicitó bien cuál era el propósito de los líderes independientes.
En una entrevista para un diario publicada a fines de mayo, los dirigentes del partido, Evaristo Estenoz y Pedro Ivonet, anunciaron que su intención era provocar la intervención de los Estados Unidos a fin de derribar al gobierno liberal, si este se negaba a abrogar la Ley Morúa. “Quieren derechos iguales a los blancos o concluirán con la República”, concluía conciso su artículo el periodista.62
La rebelión parecía organizada en torno a un plan que preveía alzamientos independientes, pero coordinados y simultáneos, en Pinar del Río, Matanzas, Las Villas y Oriente. Sin embargo, fuera de la provincia de Oriente el movimiento abortó o tuvo una vida muy corta. Los arrestos masivos de dirigentes del partido y de sospechosos de simpatizar con él en Pinar del Río, Matanzas y Santa Clara, dieron al traste con la posibilidad de que estallara una rebelión nacional coordinada. Partidas armadas dispersas se alzaron en algunos puntos de la región occidental, sobre todo en Las Villas, en las cercanías de Cienfuegos, Sagua la Grande y Cruces, pero fueron rápida y fácilmente reducidas por fuerzas gubernamentales.63
En Oriente todo fue distinto. Los desórdenes en esa región comenzaron en algún momento de inicios o mediados de mayo. Los relatos periodísticos no eran claros, quizás porque la inestable situación de desacato que anunciaba la rebelión había formado parte durante mucho tiempo de los recurrentes desórdenes diarios que ocurrían en el este del país.64 No obstante, lo que sí era cierto es que hacia fines de ese mes la situación se había intensificado, y también que los desórdenes ya no eran incidentes esporádicos y aislados de descontento individual, sino algo más parecido a una explosión espontánea y sostenida de rabia colectiva.
En esa provincia, el movimiento original de los independientes pronto se convirtió en algo mayor. Los malestares políticos desataron la protesta social. No es que dejaran de guardar relación, pero eran cosas distintas. Los políticos afrocubanos exigían un lugar en la República y también movilidad. Los campesinos afrocubanos demandaban un lugar en la tierra y derecho de permanencia. Por razones que no dejaban de relacionarse, ninguna de las dos demandas estaba cumpliéndose. Pero los orígenes de esos malestares, en 1912, eran claros y marcadamente distintos.
El levantamiento en la zona oriental se expandió con rapidez, aparentemente de manera espontánea. Hubo un sinnúmero de disturbios, y tuvieron especial intensidad los ocurridos en la región sudoriental. El ejemplo de la rebelión se diseminó con rapidez de viva voz, de pueblo en pueblo, sin que las diferentes partidas concertaran una política común o coordinaran sus acciones. Muchos de los insurgentes originales eran los funcionarios y miembros del partido.65 Sus malestares políticos tenían fundamento en la realidad, y en 1912 ya la desesperación y la frustración eran generalizadas y profundas entre los independientes locales. Pero los miembros del Partido no eran los únicos participantes. La realidad es que no es seguro que fueran la mayoría. El levantamiento desconcertaba a los observadores: no producía pronunciamientos ni proclamas, ni tenía un propósito palpable. “Es muy improbable”, comentaba el ministro estadounidense Arthur M. Beaupré a fines de mayo, “que los negros que encabezan el Partido Independiente de Color sean capaces de organizar un movimiento de este escala. Los negros que se han rebelado son de una clase muy ignorante”.66 Varias semanas después, Beaupré escribía de nuevo:

Solo puedo decir que toda la situación está rodeada de un pronunciado elemento de misterio. Resulta imposible determinar quién es el responsable del actual movimiento, cuáles son las intenciones de los dirigentes negros o qué peligro existe de que se produzcan disturbios en La Habana y en otras provincias.67

Pronto se hizo evidente que no se trataba de un simple desorden político. Algo más estaba en juego. Un observador militar estadounidense distinguió una diferencia importante entre los independientes alzados en armas y otros afrocubanos participantes. Según informó en junio el comandante Henry C. Davis, el origen del desorden de Alto Songo eran “pequeñas partidas de hombres a los cuales resulta difícil identificar como revolucionarios; se comportan más bien como bandidos, y opino que no son más que bandas organizadas para robar”.68 El cónsul de los Estados Unidos en Santiago comprendía mejor la naturaleza del alzamiento y sus implicaciones. Ross E. Holaday escribió lo siguiente:

Que el peligro potencial de la actual situación de intranquilidad política es grande no admite duda, porque por buena, que hayan sido las intenciones de los dirigentes de este movimiento en el sentido de no destruir propiedades ni matar, el mero hecho de que sus miles de irresponsables seguidores se ven continuamente obligados a vivir del pillaje y a evadir a las autoridades tendrá por consecuencia, si se permite que continúe este estado de cosas, la anarquía y un completo derrocamiento y derogación de la sociedad organizada según las leyes en toda la provincia. Los dirigentes no podrán controlar a sus seguidores ni a sus acciones durante mucho tiempo, y estos no vacilarán mucho ante la perspectiva de destruir propiedades.69

Lo que estaba ocurriendo en el oriente de Cuba en 1912 estaba solo muy parcialmente relacionado con el movimiento armado organizado por el Partido Independiente de Color. La protesta de los independientes puso en marcha una protesta de mayor envergadura. La chispa política prendió la conflagración social, y en los campos se desató un incendio. Los desórdenes pronto asumieron las proporciones de una revuelta campesina: un estallido de rabia y la liberación de una poderosa furia destructiva dirigida en general contra las fuentes y los símbolos de la opresión. Como sucede tantas veces con los movimientos campesinos, el levantamiento era de naturaleza amorfa y desordenada. Era un estallido popular nacido de la miseria social y dirigido no contra el gobierno, sino contra los grupos sociales locales y las condiciones específicas de maltrato. Carecía de un programa de reformas, de adhesión a un proyecto unificado, de organización, de una política definida y de un liderazgo formal.70 La protesta permitía que se expresara la rabia colectiva y, a pesar de su espontaneidad y ambigüedad, no carecía de método y sentido. Siendo, como era, un clamor contra la injusticia, quería, al mismo tiempo, destruir a los responsables de la pobreza y expulsar a los expropiadores mediante una ola de violencia y destrucción. Los participantes atacaron propiedades, saquearon fundamentalmente las propiedades extranjeras, en primer lugar las azucareras, y todas esas acciones definieron el carácter esencial del levantamiento. El ansia de reconquistar las antiguas maneras de vivir era el origen de la destrucción de las nuevas.
Eran veteranos de la guerra de independencia: ya habían empuñado la tea en una guerra. El fuego era un arma de la protesta rural que desde tiempos atrás les resultaba familiar a los pequeños propietarios y los campesinos de Oriente, y la usaron con mucha efectividad. El cónsul de los Estados Unidos en Santiago informaba: “Cada día se hace más evidente que los participantes en la revuelta no son insurgentes, sino incendiarios que pueden destruir en una hora propiedades que valen millones de dólares y que ha llevado varios años construir”.71 Y el blanco de buena parte de los incendios prendidos por los insurgentes eran los cañaverales y los centrales. La destrucción de propiedades azucareras era la acción más común. Todos los días se saqueaban las tiendas de las compañías y se robaba ganado. Todos los principales centrales de Guantánamo informaron haber sufrido daños. En el Esperanza se destruyeron casi 100 000 dólares de caña sembrada. El Santa Cecilia informó de grandes daños al ferrocarril de la compañía. El Limones fue incendiado y 2 500 toneladas de caña se disiparon en humo. El Romelie fue atacado varias veces. Algunos edificios del Confluente resultaron destruidos. El administrador de la Fidelity Commercial and Trading Company de Guantánamo informó que los insurgentes “quemaron nuestra caña y nuestros edificios, robaron nuestros caballos y nuestro ganado y saquearon tres de nuestras tiendas”.72
Por todas partes se atacaban las propiedades. Los ferrocarriles eran un blanco fácil. Se destruyeron vías férreas, se quemaron puentes, se arrasaron estaciones.73 Los trenes eran detenidos y asaltados. En varias ocasiones fueron descarrilados para asaltarlos. Los cafetales de mayor extensión quedaron destruidos. El cafetal Olimpo, en Alto Songo, fue incendiado.74
Las bodegas y cantinas, en su mayoría propiedad de españoles, sufrieron grandes pérdidas. Los españoles eran los comerciantes y los tenderos, y esos vendedores al detalle de las zonas rurales participaban en transacciones qu

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