Dos estudiosos de la agricultura cubana respondieron el cuestiona_rio que Caminos elaboró especialmente para este número. Estas son las preguntas y sus respuestas.
1.¿Qué política de desarrollo agrario se aplica actualmente/se avizora que podría surgir de las medidas que se adoptan/sería deseable para Cuba? ¿Hay una disputa en el campo cubano entre la agroecología y los modelos más extensivos y tecnificados?
Roberto Caballero: Aunque considero que hoy no existe una clara definición de política de desarrollo agrario en Cuba, sí hay una intencionalidad hacia la descentralización con el fortalecimiento institucional de las delegaciones municipales de la agricultura. El discurso oficial insiste en la cooperativización total (se habla de que el 95% de las tierras esté cooperativizada bajo una misma Ley de Cooperativas), en que la unidad básica de producción sea la finca manejada participativamente por un colectivo laboral, en autoabastecimiento a nivel municipal a partir de una agricultura de muy bajos insumos y máximo aprovechamiento de los recursos locales y hasta en minimizar tecnologías ambientalmente agresivas. Sin embargo, en la mayoría de los decisores del sector agrario, y en muchos técnicos y agricultores, persiste la convicción de que el aseguramiento de la alimentación del país transita necesariamente por una agricultura de altos insumos. Incluso no me atrevería a asegurar que la intencionalidad actual y los llamamientos oficiales no sean más que una alternativa temporal ante las insuficiencias materiales actuales para asumir una agricultura altamente mecanizada y quimizada. Esto se hizo evidente cuando en el 2008 el MINAGRI recibió por primera vez en muchos años una fuerte suma de dinero del presupuesto estatal, y este se destinó a la reactivación de la agricultura de altos insumos de los ochenta, en vez de a fortalecer la infraestructura necesaria para consolidar la agricultura sostenible sobre bases agroecológicas a la que las penurias de los noventa (más que la convicción) nos había llevado, a pesar de que en los noventa, con una agricultura de muy bajos insumos y de empleo de productos biológicos localmente producidos, se alcanzaron cifras de producción nunca logradas en los ochenta. Pero lo considero algo muy natural: la mente requiere de tiempo y trabajo para transformarse y nos creímos que el cambio forzado de modelo productivo de los noventa era realmente ya la reconversión definitiva de la agricultura cubana, descuidando el intenso trabajo de capacitación, motivación e investigación requerido para consolidarlo. Para mí, la agricultura sostenible sobre bases agroecológicas no sólo es deseable, sino que constituye la única alternativa válida para algún día alcanzar nuestra soberanía alimentaria. Ningún otro camino sería sostenible ni técnica, ni social, ni económica ni ambientalmente.
Juan Valdés Paz: Desde una visión de conjunto, según mi percepción, las actuales políticas continúan el proceso de recuperación de la agricultura iniciado en la década anterior, más que el de su desarrollo. De hecho, el sector agropecuario, y en particular la agricultura cañera y la ganadería vacuna, no han logrado regresar al nivel previo a la crisis de los años noventa, e inclusive habrían descendido aún más en estos años. Existe, pues, un gran potencial de recuperación pendiente de rescatar.
Por otra parte, no identifico una estrategia de desarrollo agropecuario proyectada al futuro. Esta no podría diseñarse por separado de una definición del modelo de desarrollo que seguiría el país en adelante, ni de un balance abierto y crítico de la experiencia agropecuaria de las cinco décadas anteriores.
Una de esas experiencias, en parte agotada por su inviabilidad económica y ecológica, ha sido el modelo agrotecnológico, intensivo en recursos, promovido por el Estado. La crisis de los noventa le impuso a la producción agropecuaria un modelo mixto y, por tanto, algo más agroecológico, como resultado de la falta de disponibilidad de esos recursos y no tanto por la aspiración de muchos a un modelo agroecológico. Probablemente —teniendo en cuenta las correspondientes diferencias por rama y tipo de producción— prevalecerá un modelo mixto, dado que la carencia de fuerza de trabajo y la actual escala de explotación limitarán la instauración de un modelo agroecológico completo, aun supuesta una mayor conciencia agroecológica, apenas en ciernes.
El potencial de desarrollo agropecuario aparece como más limitado en la medida en que la población rural tiende a disminuir, la calidad de los suelos se deteriora y los cambios ambientales se hacen desfavorables.
2. El compañero Raúl Castro ha dicho que hay que desatar las fuerzas productivas en este sector. ¿Qué habría que hacer para lograrlo? ¿Cuáles son las innovaciones más interesantes/prometedoras que se desarrollan en la actualidad?
RC: En lo que respecta a la agricultura, igual que a la política general del país, considero que existe una fuerte disonancia entre el discurso y la acción. Para lograr desatar los nudos que atan las fuerzas productivas de la agricultura habría que lograr un muy fuerte sentido de pertenencia y una muy alta autoestima de las personas que laboran en el sector. El trabajo de la agricultura está entre las labores que se niegan a encerrarse en un determinado horario y días laborables: se trata de procesos productivos abiertos en los que inciden un muy elevado y diverso número de fenómenos naturales que obligan al agricultor, en determinados momentos, a continuar la labor de sol a sol, o a cambiarse de ropa cuando ya iba a salir con la familia para la playa y entrarle al campo. Este nivel de entrega y dedicación exige mucho más que una disciplina impuesta y una retribución monetaria. Demanda un fuerte sentido de propiedad y una elevada ética personal y un compromiso con su función social. Las innovaciones más importantes anunciadas y ojalá promovidas por la máxima dirección del país pueden significar un aporte importante a esta necesidad:
– Minimizar el tamaño de las unidades básicas productivas reviviendo la histórica finca habitada por un dueño y su familia, con un grupo adicional de personas que participarían a partes iguales de los beneficios sociales y económicos de la misma. – Establecer una relación mucho más directa entre el productor y el consumidor, a partir de los principios y las concepciones de la agricultura suburbana. – Contextualizar la agricultura local en el marco de los programas de autoabastecimiento municipal, con un mayor énfasis en las tecnologías de proceso (más que de insumos) para lograr una agricultura que aproveche al máximo los recursos locales, minimizando la dependencia de medios e insumos externos. Ella también es promovida desde la agricultura suburbana. – Apegarse a la Resolución 259 que ampara la entrega de más de un millón de hectáreas de tierras ociosas a más de cien mil nuevos agricultores para su explotación.
Todos estos planteamientos aparecen en los discursos y documentos oficiales de la última sesión de nuestra Asamblea Nacional y en comparecencias de Raúl. Sin embargo, sólo como ejemplo cabría mencionar que al mismo tiempo que se hicieron estos llamamientos, y en la propia sesión de la Asamblea Nacional, se dio a conocer un nuevo sistema de comercialización de productos del agro que se contradice con todo lo anterior, al basarse en un control centralizado de lo que todos y todas producen y un también centralizado y tortuoso camino de comercialización de la totalidad de la producción agropecuaria.
En el caso de la Resolución 259, se les entrega tierras a personas en lugares muy alejados de sus viviendas y se les prohíbe construir en ellas, ni siquiera para guardar sus herramientas.
JVP: El propósito de “desatar las fuerzas productivas del sector” parece inobjetable, aunque las medidas que conozco me parecen insuficientes y las que se ha comenzado a implementar transcurren con demasiada lentitud.
De todas las innovaciones, la que me parece más trascendental es la de instaurar un modelo agropecuario descentralizado, tal como se expresaría en la plena autogestión de los productores, la ampliación de las relaciones mercantiles y la municipalización de los procesos agropecuarios y de la dirección estatal sobre ellos. Al respecto, “la actualidad” sería comenzar desde ahora su instauración.
3. En el sistema de producción, distribución, comercialización, estos dos últimos elementos parecen tener problemas propios y diferentes según las regiones. ¿Cuáles serían las soluciones posibles para acercar los productos a los consumidores/las industrias procesadoras de manera sostenida?
RC: Ya comenté antes las soluciones más viables a la comercialización, y a que exista un mayor respeto al consumidor por parte del productor: acercar las ventas al lugar de producción y minimizar la presencia de intermediarios en la cadena. A más intermediarios, más difusa se verá la cara del productor para el que lo va a consumir y más difusa la del consumidor para el que debe producir su comida.
En el caso de las industrias procesadoras sucede algo similar: se habla de fortalecer las pequeñas industrias artesanales locales, pero, al mismo tiempo, los gobiernos municipales tienen orientaciones de no autorizar la puesta en marcha de estas industrias. Por otra parte —y ello vale también para la parte agrícola— no se les ofrece a las pequeñas industrias artesanales los medios e insumos elementales necesarios para lograr un procesamiento que no sea vetado por las inspecciones de salud pública.
JVP: Las funciones de comercialización y distribución de la producción, como todas las de la agricultura, deberían ser objeto de la mayor descentralización posible, lo cual supone el autoabastecimiento de los territorios, el acopio directo por la industria procesadora y la existencia de un mercado nacional agropecuario mínimamente regulado. Históricamente, y en la medida en que estas actividades se concibieron como funciones exclusivamente estatales, fue necesario crear, organizar y dotar a un sistema de acopio de la producción agropecuaria, más o menos centralizado, capaz de cumplir dichas funciones. Vale aclarar que este sistema, constituido en los años sesenta, fue en esos años relativamente eficaz en acometerlas.
Debemos también aclarar que gran parte de los desequilibrios del mercado libre agropecuario son el efecto de la incapacidad del sector socializado —con más del 80% de la tierra— de asegurar una oferta suficiente de productos.
La autogestión de los productores supone una base contractual fuerte con los proveedores y comercializadores, apenas delineada; una participación de estos en la política de precios; y que el sistema de comercialización, además de abierto a diversas formulas de acopio y distribución, quede expuesto a las mismas condiciones mercantiles.
4. La agricultura necesita de tierras, insumos y personas, y también de una cultura que relacione a las personas con la tierra y con su actividad. Esa cultura, en cada país, está sustentada por una historia que pasa por las formas fundamentales de tenencia, producción, permanencia/éxodo… En el caso cubano, ¿qué cultura(s) de la tierra existe(n)? ¿Qué cultura está surgiendo, se promueve, es probable en el futuro?
RC: Todos los análisis actuales relativos al desarrollo enfocan con énfasis la influencia que sobre el mismo ejercen la globalización y las políticas neoliberales; sin embargo, no es frecuente encontrar referencias a la globalización tecnológica implantada y extendida desde hace décadas a partir de las concepciones del tipo Revolución Verde. Las llamadas tecnologías de punta no sólo han ido destruyendo en su avance la ecología de nuestro planeta, arrollando bosques, humedales y todo tipo de reservas naturales, incluyendo las armoniosamente integradas a los ecosistemas agrarios locales, sino que también aplastaron toda la etnociencia campesina al calificarla de atrasada y contraria al desarrollo moderno e incapaz de asegurar la alimentación de la creciente población mundial. Curiosamente, este conocimiento, avalado por la práctica milenaria de la producción agraria, resultó acusado del hambre que padece gran parte de la humanidad, con el objetivo de hacer éticamente inadmisible su defensa. Sin embargo, hoy se acepta generalmente que el desarrollo rural sostenible está necesariamente vinculado a la etnociencia campesina local y al fortalecimiento de la autoestima de los productores, para por esta vía alcanzar una mayor capacidad autogestionaria. Es por esto que todo intento de promover un desarrollo sostenible tiene que pasar en la actualidad por un cuidadoso trabajo de diagnóstico que, sobre principios participativos, permita rescatar este conocimiento tradicional local, enterrado bajo las poderosas ruedas de la pesada maquinaria de las tecnologías de elevados insumos externos. Si bien es imprescindible buscar mecanismos que permitan a los agricultores del mundo de hoy —gran parte de los cuales están entre las capas menos favorecidas de sus países— acceder a través de Internet y otros medios modernos de comunicación a la información científico-técnica más avanzada, el mayor reto está en rescatar la etnociencia local, sin la cual resulta dudosa la transferencia de tecnologías foráneas. Toda introducción de novedosas concepciones o tecnologías productivas requiere, para tener una mayor probabilidad de alcanzar resultados exitosos, que se asiente sobre los
conocimientos, las tradiciones y las experiencias locales, lo que podría expresarse, parafraseando al Héroe Nacional de Cuba, José Martí, “injértese en nuestra agricultura toda la ciencia y la técnica del mundo, pero el tronco ha de ser el de nuestra agricultura”.
En Cuba se ha iniciado un proceso de rescate de esta cultura local a través del Programa de Campesino a Campesino, promovido por la ANAP, aunque se ha dedicado poco espacio y tiempo a la sistematización de estos saberes para evitar que mueran con sus portadores.
Las acciones que el Estado cubano y el MINAGRI sostienen estar promoviendo se enfocan a regresar a las formas y los tamaños de propiedad tradicionales de la cultura agraria cubana, y pueden constituir una infraestructura favorable para que ese saber centenario que es nuestra cultura agraria sea no sólo rescatado, sino integrado a una nueva manera de hacer agricultura sostenible.
En general, todas las ONG cubanas relacionadas con el sector agrario centran sus esfuerzos en la promoción de una agricultura sostenible sobre bases agroecológicas, en su acompañamiento a sus organismos de relación, por medio de proyectos, publicaciones, eventos y capacitaciones, en los que involucran a su numerosa membresía.
JVP: En mi opinión, la cultura agropecuaria que se tiene, acumulada a lo largo de las últimas cinco décadas, se puede resumir de la manera siguiente: fracaso del modelo de administración estatal de la agricultura; viabilidad del modelo cooperativo si se le propician las condiciones supuestas a su desempeño y desarrollo; y mayor eficiencia de la producción campesina o familiar, en condiciones agrotecnológicas tradicionales y frente a un mercado libre. No obstante, y partiendo de que el modelo agropecuario deseable no sólo deberá dar cuenta de sus resultados productivos sino del grado de socialización que promueve, considero que la cultura cooperativa es, respetando la diversidad, la cultura que debería ser difundida. Al respecto, llama la atención que actualmente se ponga más acento en la producción parcelaria o familiar que en la cooperativa, aunque el país tiene comprometida en esta forma de organización de la producción más del 60% de las tierras.
También debo apuntar que “una cultura cooperativa” no es algo confinado a los productores agropecuarios, sino particularmente propio de las instituciones y actores de la esfera económica, política e ideológico-cultural. Es una cultura cooperativa socializada la que propicia las cooperativas, y no a la inversa.
Jose dice:
Las políticas agrícolas de Cuba no tienen en cuenta la salud de la población, ya que se aplican de forma desmedida para asegurar las cosechas procuctos que afectan la salud humana y los ecosistemas probados a nivel mundial como el glyfosate, 2-4D, metamidofos, fipronil, paraquat y otros que han elevado considerablemente el aumento de las tasas de cáncer en la población.