A nuestra generación le ha tocado el desafío de vivir su fe en el tránsito entre dos realidades diametralmente opuestas e irreconciliables; y además, ser testigo de este proceso con una militancia cristiana coherente y de permanencia en esta tierra que nos vio nacer. Ello nos da puntos de referencia para percibir la evolución que se ha ido produciendo en la reflexión teológica y bíblica en el seno de la Iglesia que recibió el triunfo revolucionario y la iglesia-pueblo que se ha ido gestando durante este proceso.
Por todo lo anterior, deseo reflexionar desde la experiencia vivida, en la búsqueda constante por encontrar ar-gumentaciones bíblicas y teológicas que pudieran dar razón de nuestra fe a nuestro pueblo sencillo y a nuestros hijos e hijas, en medio de las interrogantes que nos planteaba la nueva realidad marxista, con su fuerte carga de ateísmo.
¿Qué ha significado para nosotros el encuentro con una reflexión bíblico-teológica relevante y contextual para el momento histórico de esta nueva sociedad? Responder a la necesidad apremiante de poder trasmitir la fe frente a una realidad que había vaciado de todo sentido los conceptos doctrinales sustentados por la teología tradicional.
Fueron tiempos difíciles. De un lado, estaba el reconocimiento de la verdad concreta de justicia social para los más pobres de nuestra sociedad; del otro, la necesidad de ser fieles a nuestra profesión de fe para que la Iglesia continuara viva en Cuba. Urgía reflexionar la Palabra con nuevos lentes que dejaran a un lado las fundamentaciones teológicas sustentadas por la ideología burguesa, la cual llevaba a una formación pietista y dicotómica, literalista y fundamentalista.
Pasamos tiempos difíciles, de dudas, incertidumbres, que provocaban interrogantes. También en el seno de las comunidades religiosas y de las familias cristianas se asumían diferentes posiciones, entre las cuales estaban el temor, la inseguridad y el escape. Otros optaron por negar su pertenencia a la Iglesia para acomodarse en la sociedad. Hubo quienes establecían un divorcio entre su fe y su participación social. La minoría, creyentes honestos y fieles, querían encontrar la forma de conjugar la fe y su vida en la sociedad, sin entrar en contradicciones. A es- te grupo le sucedió lo mismo que a los discípulos cuando Jesús les habló de los momentos críticos que se acercaban por su sacrificio y su muerte, al ver que algunos lo abandonaban. Jesús les pregunta: “¿Acaso quieren ustedes dejarme también.” Y Pedro le contesta: “¿A quién iremos? Tú tienes Palabra de vida eterna” (Juan 6,60-70). ¿Cómo abandonar la fe que ofrece sentido y esperanza en la vida a pesar de las dificultades y los posibles sufrimientos e incomprensiones?
Se puede considerar que las críticas del ateísmo marxista a la religión constituyeron un juicio depurador de la fe, ya que sacaron a la superficie todo lo que había de fa-riseísmo y falsa religiosidad. Esto nos llevó a experimentar la necesidad de una reorientación teológica que se dio en los espacios ecuménicos, en los que muchos cristianos, unidos por el entusiasmo popular del triunfo revolucionario, decidieron vivir su fe aun corriendo el riesgo de no ser comprendidos ni en sus iglesias ni en la sociedad
La nueva realidad se convirtió en un hecho teológico que iba transformando la vida familiar, a partir de vivir la fe, en circunstancias nuevas, por medio del testimonio y el servicio, así como con el recuerdo de los mártires cristianos que fueron capaces de sacrificar sus vidas por sus amigos, al decir de Cristo en el Evangelio de Juan. De es-ta forma se fue gestando una manera diferente de vivir la fe en el pueblo sencillo. Era una manera que recuperaba la identidad cubana y patriótica, una verdadera fe encarnada en nuestras raíces y armonizada con ellas, de la que se iban erradicando las antiguas concepciones religiosas gracias a la propia realidad secular, que iba proporcionando una educación integral orientada al desarrollo de la personalidad en el proceso mismo de producción y construcción de la base económica de la sociedad. Vistas de esta forma, la educación cristiana y la teología están estrechamente relacionadas en su carácter científico, patrió- tico y humanista.
Dios educa en los hechos históricos, y la Revolución cubana lo ha sido plenamente. En nuestra pascua y liberación Dios nos trajo justicia, porque hemos vivido eventos que así lo han ido manifestando: la reforma agraria, la nacionalización de la industria, la alfabetización, la refor- ma urbana, el internacionalismo y la solidaridad.
Jesucristo también sale a nuestro encuentro desde el hecho teológico de la Revolución. Y es el creyente sencillo, que forma parte de este pueblo, el que es encontrado y evangelizado por Jesucristo vivo, soberano de la historia. Fueron los marginados por las denominaciones los primeros que tuvieron la visión de una fe en esperanza que les hacía sentirse identificados con la realidad y no sentir temor. Es en esta experiencia que deseamos orientar a la familia cristiana en su tarea formativa, desde el Departamento de Educación Cristiana del Consejo de Iglesias de Cuba. Y ello por ser la familia el núcleo fundamental de la tradición bíblica, ejemplificado en la familia hebreo-cristiana desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamentos; y también por la revalorización que el Estado socialista hace de la familia, expresada concretamente en el Código de la Familia y fundamentada en la Constitución de la República de Cuba.
La educación cristiana debe tener como base nuestra identidad nacional y cultural, presente en nuestro acervo histórico, y debe ser una tarea sistemática, permanente y continua tal como se plantea en Deuteronomio 6,4-9.20 al 25. Debe estar arraigada en los fundadores mismos de la teología cubana, esto es, los misioneros patriotas. De esto dan fe las palabras del presbítero episcopal Manuel Florencio Moreno cuando escribía:
Feliz quien recuerda cuando en edad temprana recibió en comunicación íntima la relación de la Patria, de su historia, de sus dolores y sus luchas (…) Desgraciado conceptuamos a quien no haya sentido ese amor a la Patria el cual coloca al individuo en el din-tel del infinito y le presenta la visión de lo más precioso, rico e insondable de la vida humana, y lo ca- pacita para apreciar el valor del cuerpo social, sentir ternura por él y para sustentarlo y estar dispuesto a voluntarios sacrificios.1
La filosofía fundamental del trabajo consistió en promover, de manera modesta y sencilla, una breve orientación periódica en la que se presentan estudios y reflexiones bíblicas en diálogo con el evento histórico que vivía la humanidad, y en especial nuestra patria. Porque la educación cristiana es el arte de conjugar y armonizar plenamente la fe con la vida social; es decir, con los deberes como iglesia de oración, estudio y reflexión de la Biblia, y los deberes en la sociedad, como el trabajo voluntario y socialmente útil, la militancia en los CDR, el sentido colectivista, la vigilancia, la defensa de la patria. Así vivíamos la militancia cristiana en armonía con el desarrollo científico y técnico y el sentimiento colectivista en nuestro país. Y ello alcanzaba, en el servicio y la solidaridad, la más alta expresión del amor a la humanidad.
Así, la familia cristiana lograba entender que la fe cristiana expresada en la liturgia dominical era el reflejo de una semana de servicio pleno en la cuadra, la escuela, el centro de trabajo, haciendo real la unidad con Cristo en el quehacer social, luchando contra las manifestaciones de egoísmo, vanidad e individualismo, lastres del viejo ser humano que Cristo vino a redimir.
El marxismo apostaba por una nueva humanidad caracterizada por la modestia, la sencillez, el amor al trabajo, la responsabilidad, la capacidad de entrega, el sacrificio y el amor a la humanidad expresados en el paradigma de Ernesto Che Guevara. ¿Cómo relacionar esta realidad con el hombre nuevo, Jesucristo, que se expresa en Efesios 4, 17-32? En el estudio contextual que hicimos de este texto bíblico, encontramos objetivos en común que nos acercaban a la comprensión del mismo mediante la siguiente paráfrasis:
Pero ustedes no aprendieron teorías de Jesús. Su en-señanza fue ejemplo cada día en cada momento de su vida. Fue el amor concreto en el servicio y la práctica diaria de la verdad. Por tanto, renuncien al estilo de mentalidad burguesa de vida de la antigua humanidad, viciada por el deseo desorbitado del consumismo, que va corrompiéndola hasta llevarla a la destrucción. La nueva humanidad es la imagen de Dios, esencia misma del ser humano, que él creó, dándole una mente y valores nuevos en justicia. Por eso no más mentiras, pues la práctica del engaño no corresponde a la verdad y a la honradez con los de-más seres humanos que son nuestro pueblo, porque todos somos parte de su cuerpo. El robo es parte de la mentalidad burguesa, que se apropia del trabajo del pueblo trabajador para enriquecer a una minoría.
La nueva humanidad es trabajadora como el Jesús carpintero de Nazaret, y ha de fatigarse creando un nuevo mundo, con su labor diaria y en solidaridad con los pobres de hoy, que son la clase obrera, con la que debemos comprometernos. No pierdan el tiempo en teorías y conversaciones superfluas y dedíquenlo al estudio, a la técnica, al dominio de las cien- cias y aconsejen a todos con persuasión y ternura. No deben entristecer al Espíritu Santo, porque hemos sido rescatados y liberados para llevar una vida de justicia, amor y servicio, que es la salvación. La nueva humanidad ha arrancado la mentalidad individualista burguesa, el maltrato y la explotación y, por el contrario, se expresa la solidaridad, la fraternidad, el internacionalismo y la justicia social.
Esta tarea formativa no ha sido fácil: han existido reservas y prejuicios en cuanto a los espacios educativos que proveen los canales formativos de la nueva humanidad. La base que sustenta la filosofía educacional es marxista, con una fuerte carga ateísta, que trajo como con- secuencia incomprensiones y reservas en relación con las personas religiosas y su idoneidad para estudiar determinadas profesiones.
Para lograr una verdadera unificación y conjugación de los principios cristianos en nuestros hijos e hijas, teníamos que entender la presencia de la justicia y el amor de Dios en nuestra situación. Urgía comprender el rol del marxismo como juicio profético a la iglesia que vivía de espaldas a la realidad. Por tanto, era necesario escudriñar con una nueva mirada las Escrituras. Era imprescindible encontrar la línea profética, generadora de la espiritualidad radical y revolucionaria de la religión hebrea. Los profetas, hombres identificados profundamente con su pueblo y los problemas sociales, políticos y económicos de su época, conocían profundamente los males y las injusticias que sufría el pueblo. Y había que hacerlo en contraste con la depravación moral y social de la religión oficial, que, como parte del status quo, sacralizaba la explotación. Los profetas representan la ira de Yahvé contra los poderosos; por eso arremetían con fuerza contra las injusticias y la falsa religiosidad, que es la que constituye el opio de los pueblos. Así se revela claramente en Amós 7,10-17.
En Amasías tenemos el líder religioso que ayer, hoy y siempre es el clásico sustentador fanático de la religión que legitima la ideología de los poderosos. Es el capellán del rey, encargado de frenar la rebeldía del pueblo contra las injusticias y desmanes del gobierno imperial. Amós, por su parte, representa al sacerdote de Yahvé al servicio del pueblo, comprometido con sus luchas por la justicia y la paz.
¿Qué decir del capítulo 4 de Oseas, que denuncia la infidelidad de los dirigentes religiosos a la justicia de Yahvé? Y lo mismo Isaías 1,10-17, donde se habla contra la hipocresía del culto, de esa adoración alienada de prójimo y justicia. O Miqueas 3,1-5 y Jeremías 23,9-11. Además de Ezequiel 34, donde encontramos una denuncia radical contra los falsos dirigentes y pastores que se preocupan más de gozar privilegios personales que de cuidar a su pueblo, servirlo en sus necesidades y guiarlo en la práctica de la justicia.
Los profetas nos descubren la voz de la justicia revolucionaria y la combatividad contra las injusticias. Fueron el juicio de Dios a la religiosidad alienante y decadente del templo y de la casta sacerdotal, que siempre establecía alianza con los poderosos, olvidándose de los pobres de Yahvé, a quienes se debía y tenían que servir. ¡Cuántas se-mejanzas encontramos entre las denuncias de los profetas y las denuncias de Marx a la religión!
Jesús es el clímax del pensamiento profético: como re-volucionario, ataca la falsedad religiosa y opta por los po-bres. Es el Jesús que, látigo en mano y acompañado por sus seguidores, arremete con violencia contra la explotación organizada para saquear y engañar al pueblo piadoso. El que denunció a los seudorreligiosos de su época como hipócritas y sepulcros blanqueados, generación de víboras (Mt 23,1-18).
En este esfuerzo por redescubrir el texto en su justa interpretación es que la familia cristiana pudo encontrar los puntos de referencia para sustentar su fe, descubriendo que el amor a Dios sólo era posible en el amor a los demás, en el esfuerzo por crear felicidad y bienestar para toda la comunidad, más allá de los muros del templo. Ese amor no es abstracto, idealista y subjetivo, ni limitado a una relación vertical entre Dios y el creyente, que deja fuera a la humanidad. Es así como la confrontación con el marxismo fue depurando nuestra fe, liberándola de la carga ideológica burguesa de otrora, para dar paso a una nueva manera teológica de pensar en la familia cristiana, que, como parte del pueblo, se desarrollaba normalmente disfrutando en su mayoría de todo los que antes no po-día: desde los estudios primarios hasta los superiores, los servicios médicos, los hospitales, el sistema de vacunación, etc.
Las experiencias testimoniales de la familia cristiana fueron recogidas por la Secretaría Nacional de la Comisión Evangélica Latinoamericana de Educación Cristiana (CELADEC) para reflejar la reflexión bíblico-teológica que se daba en las mismas desde su práctica social como parte de nuestro pueblo. Esos testimonios adoptaban la forma de poesías, cantos y oraciones que se dieron en talleres y consultas en diferentes partes de la isla.
A su vez, las experiencias testimoniales de las diversas familias, con una proyección ecuménica, nos hacían ver que todas estaban orientadas en la misma dirección: el bienestar común de la sociedad. Eran familias en cuyos hogares se oraba por la liberación de Zimbabwe, Sudáfrica, Namibia, la victoria de Vietnam, la independencia de Puerto Rico, la soberanía del Canal de Panamá. Se recordaban las situaciones de injusticia en la América Latina, las víctimas del fascismo en Chile y Argentina. Así se iba expresando la solidaridad internacional en el seno de los hogares.
Debido a la creciente participación de la mujer en las tareas sociales, se fue desarrollando un diálogo entre los postulados bíblicos acerca de la familia y la mujer con nuevos enfoques desde la práctica social expresada en el Código de la Familia, que plantea que la mujer y el hombre tienen iguales deberes y derechos. Al decir de 2Co 3,18 “por eso hombre y mujer andamos con el rostro descubierto reflejando como un espejo la gloria del Señor y nos vamos trasformando en imagen suya más resplandeciente por la acción del Señor que es Espíritu”. Apren-díamos en el quehacer cotidiano que ambos trabajamos por el logro de una verdadera humanidad, participativa, fraterna, creativa y solidaria. Y para contribuir a la promoción de la mujer en la esfera social, en el hogar y en la iglesia volvimos a la herencia bíblica y su raíz liberadora, que nos dice que el cuerpo de Cristo resucitado está constituido por hombres y mujeres.
La teología cubana es, además, el esfuerzo de esa ekklesía, el pueblo sencillo que, marginado de su institución religiosa, vivió su fe en la diáspora sin temor, porque amaba su historia y su identidad, y vivió en la plenitud su fe. Esa iglesia-pueblo fue parte del alumbramiento de una nueva manera de hacer teología, porque aprendió en la cotidianidad de la agenda social a leer en los signos de los nuevos tiempos la acción de Dios, y ello nos hizo más maduros y responsables en la fe.
Esta unidad de fe y vida, evangelio y liberación, ha traído como resultado una nueva manera de expresar y dar testimonio de la fe, que ha significado señales de renovación para la iglesia en la forma de proclamar, enseñar y adorar. Ha sido una teología nacida a partir del compromiso de mujeres y hombres cristianos dedicados a la transformación de la realidad en alegría verdadera de integración y plenitud humana, que sienten que la opción junto a nuestro pueblo pobre es el lugar donde la Iglesia tiene que rea-lizar su misión.
Nuestra sociedad parece estar saliendo del eufemísticamente llamado “período especial” hacia la recuperación de la economía, lo que se puede apreciar en la revalorización de la moneda nacional y en el mejoramiento de las pensiones a los jubilados, que evidencian cambios que aseguran los derechos vitales de la mayoría. ¿Qué va a suceder en las comunidades de fe ante estos hechos de me- joramiento social irreversible? ¿Será que las vocaciones se incrementarán o disminuirán cuando la sociedad ofrezca mejores condiciones materiales para desempeñar una profesión? Por otro lado, tenemos las amenazas de los Estados Unidos contra nuestro pueblo. Desde allí se tratará de manipular los sentimientos religiosos con interpretaciones fundamentalistas, idóneas para su plan de transición y diametralmente opuestas a las concepciones que nos ha legado la teología cubana. Esa teología que como creyentes hemos encontrado a partir de nuestra reflexión sobre la dinámica social, en la que hemos visto y celebrado los nuevos logros que Dios ha alcanzado y está alcanzando en nuestro pueblo. ¿Cómo vamos a responder a los desafíos del presente? ¿Desde qué interpretación y qué lectura de la Palabra testificará de su fe la Iglesia ante las nuevas coyunturas históricas?
Pedimos a Dios que, como iluminó a nuestra generación a través del legado histórico de los misioneros patriotas y de un encuentro con las Escrituras desde una perspectiva liberadora, podamos entregar sin temor la herencia recibida a las nuevas generaciones con la seguridad de que, al decir del apóstol Pablo:
Tú permanece firme en lo que has aprendido y creído, sabiendo de quiénes lo recibiste. Además, desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras, ellas te darán el conocimiento de la salvación que tenemos en Cristo Jesús. Toda escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para rebatir, para corregir, para guiar en el bien. La escritura hace perfecto al hombre de Dios preparándole para toda buena obra (2 Ti 3,14-17).
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Notas
1—La Iglesia en Cuba, año 1, n. 8, p. 1, 1912.