Del siempre lúcido Helio Gallardo, nuestro colaborador desde los primeros números de Caminos, nos llega el siguiente análisis sobre el resultado del reciente referendo en Costa Rica, que queremos compartir con nuestros lectores.
Referendo en Costa Rica: fraude, errores, perspectiva
I
En la Costa Rica del siglo XXI se dibujan dos procesos políticos de diverso carácter que, hasta el momento, se han enfrentado parlamentariamente. Uno es el esfuerzo coordinado de empresarios centroamericanos y locales, transnacionales y “tecnócratas” por insertarse en la lógica de la acumulación global de capital, y subordinar, en un mismo movimiento, a la fuerza de trabajo, los recursos naturales y la historia de seguridad social del país. Este proceso carece de partidos en sentido estricto (puesto que lo que tienen son intereses), pero controla finanzas y propiedad, medios masivos, jerarquía clerical, instituciones políticas y una buena parte del “sentido común” de la población. Actualmente los hermanos Arias condensan su primer gobierno directo. Este bloque tuvo algunas aproximaciones con anterioridad (Calderón, Figueres Jr., Rodríguez) que, por causas diversas, frustraron sus expectativas. Sus dirigentes estiman que con los Arias ha llegado el momento del avance final y la instauración de su hegemonía. El bloque (plural, con sectores no siempre conscientes de los alcances del proyecto) acaba de obtener una estrecha victoria (51,6%) en el referendo que decidía la aprobación o rechazo de un pacto comercial empresarial (no es un tratado de libre comercio) con los Estados Unidos y otras economías y estados menores. La encendida y polarizada pugna por el pacto se debió al significativo rechazo de este proyecto.
El otro proceso tuvo su gestación en una sensibilidad particular, aunque amplia, de rechazo a la corrupción y venalidad políticas de la minoría reinante (“meritocracia”, la llamaron en algún momento los Arias), a su impunidad y a la alianza que su corrupción establecía con clientelas empresariales. Costa Rica posee un Estado sólidamente clientelista y mercantilista. Casi no muestra políticos profesionales (una especialidad que posee su propia dignidad). Todos, o casi todos, “abandonan” sus negocios para ocuparse de la cosa pública “por amor a la patria”. Normalmente viven con opulencia o con más recursos que un ciudadano medio. Parte de su riqueza (y prestigio) es explicable por razones familiares o profesionales. Otra, la visible (el país es un paraíso de sociedades anónimas), debe atribuirse a alguna inclinación de la fortuna que parece acosarlos sin tregua. El Estado clientelista atiende gamonales y grupos-masas electorales y también “buenos negocios” empresariales. El Estado mercantilista resuelve las posiciones desde las que es posible establecer y agilizar los “buenos negocios” empresariales, locales y transnacionales, no siempre lícitos, pese a la legislación ad hoc y la complacencia del Ministerio Público y los jueces. El círculo de descomposición se cierra porque entre estos políticos clientelistas y mercantilistas reina el pacto del “hoy por mí, mañana por ti”.
En relación con este modelo de “convivencia democrática” se gestó durante la transición que tuvo lugar entre siglos una sensibilidad de rechazo a la corrupción política y a la venalidad delincuencial de los políticos. En las elecciones generales del 2002 esa sensibilidad se materializó en tres candidaturas: la abelista, la del Partido Acción Ciudadana (PAC) y la del Movimiento Libertario (ML). Con sus claras diferencias sociohistóricas e ideológicas, las tres candidaturas, con motivaciones distintas, apuntaban al final de las mafias y su forma de “estar en la política” y “hacerla”. El abelismo (por Abel Pacheco, el candidato), triunfó y se frustró. El PAC, con estilo fluido y ambiguo, creció electoralmente hasta convertirse en la segunda fuerza parlamentaria en las elecciones del 2006. El ML, autosometido a una crisis de crecimiento (o de disolución), se mantiene vivo sin crecer. En la situación actual, se ha alineado con el gobierno de los hermanos Arias.
Así las cosas, el PAC se presenta como el principal aparato partidario y parlamentario que condensa (y debería expresar) los sentimientos de repudio y castigo a la corrupción y la venalidad. A este rechazo, el PAC agrega un modelo de desarrollo, menos conocido y comprendido por la población, que se centra en el esfuerzo nacional y la inclusión. Como el sentimiento de rechazo a un sistema político podrido (y al intuido proyecto neoligárquico y tecnocrático) rebasa con mucho, ciudadana y socialmente, al PAC, este surge como el principal interlocutor de diversos sectores de la sociedad civil, tanto de la “bien portada” como de la emergente y otros sectores más minoritarios que no podrían considerarse quizás “sociedad civil” bajo ninguna de sus expresiones. El 48,4 % de los ciudadanos que votó “No” al pacto comercial expresa la fuerza electoral de ese bloque (muy plural), fuerza que tiende a hacerse constante, y al que los grupos reinantes descalifican como “sindicalistas”, “comunistas”, “mentirosos” e “ignorantes”. Para el discurso imperante constituyen el “otro obsceno” (Kristeva) o la “chusma” (Kiko, de El Chavo del Ocho), lo repudiable y que no debe existir. Esta sensibilidad y este bloque emergente son ya en este momento una alternativa de gobierno. Como tales están en la mira de la destrucción y de la cooptación de opulentos y prestigiosos.
En estas condiciones se realizó el primer referendo de la historia política de Costa Rica. La ciudadanía (potencialmente) debía aprobar o rechazar un pacto comercial que “decidía el futuro del país”. El desenlace numérico quedó anotado más arriba. El carácter y la proyección del evento serán presentados y discutidos en las secciones siguientes.
II
El resultado del referendo del 7 de octubre generó sentimientos de rabia, frustración y desconcierto en sectores importantes que votaron por el No. Un mensaje muy difundido en Internet se desahogaba mezclando ira e ingenuidad: “Me da vergüenza ser parte de esta Costa Rica de brutos… Cómo se nos ocurre darle el voto al Sí”. Otros se comprometían a seguir luchando más radicalmente. Alguno proclamaba el final de la lucha parlamentaria y el comienzo de la clandestinidad y la insurrección. La dirección (oficial y en buena medida autoproclamada) del No (Movimiento Patriótico) balbuceaba que exigiría el recuento de cada voto. Para los jóvenes, una parte cualitativamente importante del bloque, la derrota significó una brutal bofetada. Sienten que no era posible perder ante tanta desvergüenza. Transforman el golpe en desconcierto y dolor. Otros, en indignación. Todos estos sentimientos son social, humana y ciudadanamente legítimos.
La manera de superar la vertiente paralizante o furiosa de estos sentimientos pasa por asumir al menos dos cuestiones básicas: los fenómenos políticos están constituidos por procesos, no por hechos, por importantes o decisivos que estos parezcan. Y lo que se jugó en el pulso electoral del referendo fue una manera diferente de “estar en política y de hacerla” que desemboca en un proyecto y un programa de país. Estos últimos son procesos. El referendo, en cambio, uno de sus hechos o hitos. Lo que muestra la votación es que el proceso de cambio, que para Costa Rica es revolucionario, ha adquirido, en menos de diez años, una capacidad de convocatoria electoral que le ha llevado a colocarse como efectiva alternativa de triunfo. El 48,4% de los votos, en un país conservador, es una enorme cantidad de sufragios. En el proceso, es un éxito. Como hecho, el resultado del referendo es una derrota. La frustración ante el desenlace electoral deriva de la articulación de tres causas: la importancia de lo puesto en juego; el entusiasmo y calidad empeñados para conseguir el triunfo; la certeza o casi certeza de ganar. A esas causas se suma la angustia de saber que la derrota la propinó un rival sin nobleza, tramposo, torpe, hipócrita, pomposo y amparado por el sistema.
Este rival sin nobleza cometió errores que lo encaminaron a la derrota. El más grueso, una comunicación interna que fue hecha pública y que puso en evidencia su rostro más retorcido, causó consternación y escándalo en todos los ciudadanos decentes. La comunicación urgía a preservar intereses y volcar preferencias infundiendo miedo, coaccionando alcaldes, mintiendo sin pudor, engañando al Tribunal Supremo de Elecciones (TSE). Los involucrados: un vicepresidente de la república y ministro, un diputado y los hermanos Arias. El primero renunció a cargos de los que debió ser expulsado. Los restantes se amparan en la impunidad. El TSE miró para otro lado. Los medios masivos escondieron. La Conferencia Episcopal calló. Es el sistema.
Pero el error de los opulentos y “prestigiosos” no fue puesto en su verdadera dimensión (un signo del régimen) ni publicitado tampoco por los partidarios del No. No se da el golpe del knock out. La explicación: no hay dinero para propaganda en los medios masivos. Inimaginable. Se quiere competir para ser alternativa de gobierno y de poder y no se cuenta (porque no se trabajó para obtenerlos) con los recursos más elementales. Lo mismo ocurre con la declaración de noventicinco religiosos que llaman a votar por el No. Los medios condenan la declaración, pero no la publican. La gente que administra el No tampoco. La declaración existe, pero la gente mayoritariamente no la conoce ni discute. Se pierde la oportunidad de otro golpe que hubiera resuelto la pelea.
El bloque que lideran opulentos y “prestigiosos” se estima derrotado a una semana de la votación. Los sondeos lo ubican más de diez puntos abajo. Ni el miedo ni la mentira han funcionado. Cunde la exasperación, la crispación, el odio. El temor sugiere los últimos esfuerzos: el obispo de los Arias, en la Conferencia Episcopal (señor Ulloa) desmiente y desautoriza (con su estilo ambiguo) la declaración de los noventicinco religiosos. El gobierno recurre a la administración Bush para que declare que si gana el No el país no podrá renegociar otro tratado y probablemente perderá las concesiones para exportar derivadas del programa de la Cuenca del Caribe. Los Arias y el Sí se centran en declarar: “Es la única oportunidad. Quien le diga lo contrario, miente”. Es su mejor momento propagandístico.
Y florece al interior de su sistema. La norma legal (TSE) prohíbe la propaganda en medios masivos los dos días anteriores a la elección y el día mismo del evento. Los hermanos Arias, con la complicidad de medios y periodistas, y la docilidad del Tribunal Supremo de Elecciones (¿?) saturan viernes 5, sábado 6 y domingo 7 las pantallas llamando a votar por el Sí, “última y única posibilidad y quien diga lo contrario miente”, no habrá empleo ni inversión extranjera, sin TLC “nos lleva el Diablo”, etc. El No carece de capacidad de respuesta. Tampoco se queja ante la transgresión de la norma. No se hace presente. No paga campos para aminorar la saturación. Las tramas de Internet no pueden competir con el impacto televisivo.
El día de la elección las maquinarias clientelares tradicionales, a las que se agregan ahora los empresarios que inducen a sus trabajadores a votar por el Sí señalando que un No los llevaría a abandonar el país (una trabajadora humilde declara: “Cuando creí que la empresa se iba a ir, pensé hasta en salir del país porque se habrían cerrado muchas oportunidades. Ahora, me siento más segura”), se muestra superior a la capacidad del No para trasladar votantes. Es también más descarada.
Hasta las mujeres presas son llevadas a votar por el Sí. Se les ordenó hacerlo. Las televisoras siguen pidiendo a la ciudadanía “libre” votar por el Sí. En esas ocho horas del domingo se resuelven los poco más de tres puntos que harán la diferencia entre el triunfo y la derrota.
¿Fraude? Sin duda. Y con la complicidad no solo de las “autoridades” locales sino con la de la mayoría de los “observadores” internacionales. Pero, seamos realistas. Esto era previsible. Esperable. El filósofo diría que el comportamiento de los tramposos consiste precisamente en “trampear”. Lo no previsible era que el Movimiento Patriótico por el No no se proveyera del financiamiento básico para noquear si la oportunidad se presentaba. Y se presentó. ¿Se pensó que el otro bando cederá poderío y “prestigio” sin recurrir a todo? Si el No hubiese ganado se estarían viviendo otras crisis, producidas por los derrotados.
Sin dinero no hay publicidad. Y sin publicidad masiva, cuando se es retador emergente, se pierde la oportunidad de contribuir a crear nuevas sensibilidades y nuevas capacidades ciudadanas. Y entonces el rival va sobre oídos seguros, preacondicionados. Las mentiras burdas caen sobre sentidos de gentes que las desean oír.
¿Trabajó el No para su derrota? Si se considera el evento, sí. Si se valora el proceso, se abriría una polémica dura porque el Movimiento Patriótico agrupó a sectores muy diversos.
III
El proceso representado en esta coyuntura electoral por el No no salió derrotado en el referendo. Lo perdió, que es algo distinto. Al perder, abrió una crisis en su interior. En efecto, una alternativa que se determina parlamentaria requiere de triunfos electorales (no necesariamente de llegar primera) para capturar legitimidad para su proyecto. El PAC, rostro parlamentario fundamental del No, ha estado dos veces al borde del triunfo, pero no ha triunfado. Sin embargo, ha crecido parlamentariamente. Sus rivales sienten su tufo electoral en el cuello. Lo resintieron particularmente espeso ahora. Querrán cooptarlo (masivamente o fragmentándolo) o destruirlo (aquí vale cualquier cosa). El otro escenario para el PAC consiste en transformarse en interlocutor permanente de ese más del 48 % que parece desear un cambio fundamental para el “estar en política y hacerla”. Están amas de casa, estudiantes, sindicalistas, jóvenes, ecologistas, campesinos, trabajadores de servicios, indígenas, pobres de la ciudad y del campo, ciudadanos. Sus Comités Patrióticos se extendieron por todo el país. Si la vía es parlamentaria, se debería escucharlos. Y esos diversos sectores deberían, a su vez, escuchar al PAC. No para obedecerlo, sino para asumirse escuchando y participando, no sólo demandando. PAC y sectores sociales deberían crecer en propuesta y organización a partir de sus reconocimientos y diálogos. Ambos frentes tienen razones para estar, hasta el momento, agradecidos unos de otros. Y el PAC tendría un salvoconducto social para evitar ser tragado por la corrupción y la venalidad contra las que nació. Y también para guarecerse de un aplastamiento eventual.
En lo inmediato, el trabajo condensado por los Comités Patrióticos y su votación del 48,4 % y por su representación parlamentaria (PAC, Frente Amplio, Accesibilidad sin Exclusión) debe concentrarse en la aprobación de una agenda social básica y vigorosa que potencie a la población y, en especial, a los trabajadores frente a las “oportunidades” y privilegios que dará al capital y a los empresarios el TLC. Al mismo tiempo, se debe luchar por legislación que torne transparentes y responsables las acciones de gobierno, evite la impunidad de los funcionarios y endurezca las sanciones legales y políticas por los delitos cometidos desde la función pública. La ciudadanía de a pie debe tomar el control de la designación de magistrados (Sala Constitucional, TSE, Corte Suprema) y, también, ser parte activa decisiva en la evaluación de su desempeño. En la actualidad, estos y otros circuitos donde debería imperar la ley no resultan confiables.
Para los logros de una agenda social (que obviamente los hermanos Arias no querrán implementar) el bloque social y ciudadano emergente debería contar con muchos de los que votaron Sí en la reciente elección. Franklin Chang, cosmonauta, empresario, uno de los símbolos de su propaganda, declaró: “El TLC no tiene conciencia social”. Se trata de un hombre honesto y no podría negar su colaboración en la propuesta. La Conferencia Episcopal emitió en su momento (tan atrás que ya parece haberlo olvidado) la tesis de que el TLC debería ser acompañado por una “verdadera” agenda de desarrollo nacional, no sólo por una agenda de implementación del pacto comercial. Y hasta la a ratos klu klux klanesca y fascista La Nación se dejó decir ante la inminencia de la derrota: “… el Sí (o sea, los Arias) tendrá que demostrar con hechos palpables que es posible la alianza eficaz del crecimiento económico y del desarrollo social…, de la competencia y nuestra identidad”. O sea, un poco la cuadratura del círculo, pero es un buen testimonio. La pretensión de agenda social debería ser apoyada por la mayoría, empezando por el trabajo y compromiso (en el barrio, en la calle, en los centros laborales, en las universidades, en las marchas y tareas de agitación) de quienes se organizaron en los Centros Patrióticos de Resistencia. Estos son fundamentales para una nueva Costa Rica y para una nueva manera de estar en política y hacerla.
Y es que el bloque emergente, el que puede buscar tornar real desarrollo social, crecimiento económico amable con la Naturaleza, transparencia y responsabilidad políticas y una cultura sin exclusión, aún no ha perdido la guerra. Perdió un referendo. Pero puede ganar batallas. Y si no consiguió “fusilar a los filibusteros”, frase de campaña, quizás consiga el milagro de convertirlos en empresarios frugales y solidarios. Para esto, obviamente, tiene que ganar a la mayoría de los ciudadanos. Es la ruta parlamentaria. Que por el momento se presenta como la única ruta factible y, para quienes conocen la guerra, también como la única deseable.
Ahora, si el bloque emergente es cooptado o aplastado, por empresarios, corporaciones, tecnócratas, curas bandidos y medios masivos rufianescos, pues que sea la ruta que la gente sencilla y vulnerable quiera y pueda. Y que se sepa desde ya que sufrirán todos y durante mucho tiempo. Incluso los que en algún momento se sientan arrogante y brutalmente seguros de la victoria.
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Por su importancia y actualidad, reproducimos las palabras del compañero Eliades Acosta en el panel organizado a propósito del aniversario de Palabras a los Intelectuales. Como no las hemos encontrado en la prensa cubana, queremos contribuir con su publicación a que tengan más difusión y efecto en el debate necesario.
Palabras a los intelectuales: cuarentiséis años después
Un mes antes del día, hace hoy cuarentiséis años, en que en esta misma sala pronunciase Fidel sus “Palabras a los intelectuales”, circulaba en La Habana el boletín número uno del Primer Congreso Nacional de Escritores y Artistas Cubanos dedicado al poeta Nazin Hikmet, por entonces de visita en la isla. En él, adelantándose al ya clásico “…Dentro de la Revolución, todo…, contra la Revolución, nada”, se publicaba el texto del “Manifiesto de los intelectuales cubanos”, que constituyó, de hecho, un llamamiento al Congreso, apoyado por la firma de 92 escritores, 25 cineastas, 52 músicos y bailarines, 56 teatristas, 32 arquitectos y 71 artistas plásticos. Aquel manifiesto fundacional terminaba con las siguientes palabras: “Del destino de la Revolución depende el destino de la cultura cubana”, y agregaba con letras mayúsculas: “defender la revolución es defender la cultura”.
Desde entonces han transcurrido cuarentiséis años. En ellos, el pueblo cubano, en medio del torbellino de su Revolución, ha sido artífice y testigo de un desarrollo de la educación, las ciencias y la cultura como nunca antes experimentase este país en su historia, y como pocas veces viesen otros en un período semejante. La composición de los invitados a esta conmemoración me releva de intentar la imposible tarea de enumeración de estos logros, y de listar, como en justicia debería también hacerse, los errores, desviaciones y retrocesos que hemos cometido en la ardua tarea de concretar nuestra utopía. Me limitaré a citar al compañero Alfredo Guevara, cuando en la primera reunión de trabajo del Consejo Asesor de Políticas Culturales del Partido, constituido el pasado 25 de mayo, afirmó con ejemplar lucidez y síntesis: “El diseño de la política cultural [del país] está trazado desde el Moncada, y es la Revolución misma. Su mayor enemigo es la ignorancia y su objetivo final es conducirnos al saber [pleno]. No se trata de catequizar, sino de actuar.”
El Período Especial, etapa triste y gloriosa a la vez, si bien permitió al Estado, al Partido y al pueblo resistir y vencer el desafío y las amenazas derivadas del ignominioso fin del socialismo en Europa del Este y la URSS, también significó la congelación, postergación, e incluso la liquidación de importantes avances culturales conquistados en los años anteriores a 1989. Dieciocho años después debe decirse con claridad, encarando la realidad como siempre deben hacer los revolucionarios, que se mantienen numerosos efectos negativos de ese período sobre la cultura nacional, y son aún palpables las profundas afectaciones que provocó en el tejido espiritual de la nación, en los valores y motivaciones de la gente, en la conciencia cívica de los ciudadanos, en el desempeño y la gestión de las instituciones, en la unidad del movimiento intelectual e, incluso, en el imprescindible equilibrio y la necesaria claridad sobre los fines a alcanzar y los medios a utilizar por nuestra política cultural.
No es que no hayamos avanzado, ni que en su momento hubiésemos dejado de luchar contra los efectos indeseables de la crisis. Bastaría recordar, a manera de ejemplo, la conmovedora cruzada nacional por imprimir aquellos Cuadernos Martianos, en medio de la apoteosis de los apagones, las estrecheces y las incertidumbres; la clarinada de alerta por la pérdida de los valores que experimentábamos, y la movilización alrededor del centenario de la caída en combate de José Martí, acciones todas en las que brillaron, junto a muchos otros, los compañeros Cintio Vitier y Armando Hart, simbolizando el espíritu y la voluntad de resistir y vencer de nuestra cultura y nuestro pueblo. O Fidel lanzando al combate, dirigiendo la contraofensiva que protagonizaron los miembros de la UNEAC y la UPEC, a la vez que proclamaba con la genialidad de lo sencillo y lo irrefutable: “Lo primero que hay que salvar es la cultura”, o mejor aún, “sin cultura no hay libertad posible”.
En rigor, son demostrables con datos y cifras la preocupación y la ocupación de la Revolución y Fidel ante la magnitud y profundidad del daño, su clara percepción de la importancia estratégica del problema para la propia supervivencia de la Revolución, incluso su exacto dominio de la situación mundial y el recrudecimiento de la guerra cultural del imperialismo contra los pueblos, especialmente el nuestro, en pos de la implantación de un modelo neoliberal de pensamiento único global. Fruto de esos análisis y desvelos es la concepción de la batalla de ideas y sus numerosos programas educacionales y culturales, gracias a los cuales, en algunas esferas concretas, hemos podido avanzar hasta niveles superiores a los alcanzados hasta 1989.
Como si este escenario no fuese de por sí lo suficientemente complejo, o precisamente por ello, los enemigos de la Revolución cubana han intensificado hasta niveles nunca antes conocidos, usando todos los logros de la tecnología moderna, su particular guerra cultural y las acciones de desestabilización y subversión. A esto se debe sumar lo que ha significado de retroceso para el movimiento y las ideas revolucionarias la hegemonía coyuntural de las ideas y la práctica del capitalismo posmoderno, y lo mucho que de perverso y maligno entrañan para una cultura humanista, liberadora y de emancipación, contra las cuales están dirigidas. Se comprenderá fácilmente que los problemas que encara y encarará nuestra política cultural, en el borde delantero de esta lucha, son enormes.
Ya se sabe, no partimos de cero. Una hermosa y fecunda tradición cultural revolucionaria nos antecede, pero debemos precisar, de manera responsable, que no sólo el resto del mundo ha cambiado radicalmente en los últimos veinte años, sino también nuestra sociedad. Cuba es la misma y otra a la vez después del derrumbe del campo socialista y del Período Especial. Nada que hagamos o proyectemos en materia educacional o cultural podrá eludir esa verdad tan evidente como para haber marcado el ambiente de nuestras calles, las relaciones en el seno de nuestras familias, el lenguaje cotidiano, el imaginario individual y colectivo y la propia creación artística y literaria.
Por debajo y a la sombra de la Cuba patriota, redentora, revolucionaria, rebelde, igualitaria, justiciera, solidaria, intolerante con las exclusiones y las marginaciones de cualquier signo, soñadora y culta, nos ha crecido una antiCuba indeseable, parasitaria, ignorante, mediocre, derrotista, sumisa al extranjero, mercantilizada, consumista y despolitizada, apátrida y claudicante, cortejada y cortejante de una hipotética restauración capitalista en el país. Es la que soborna y es sobornada; la que se abraza, no a la bandera, sino a la antena parabólica ilegal que le permite recibir con júbilo una alfabetización capitalista abreviada mediante El Show de Cristina. Es la que odia y teme todo lo lúcido, lo profundo y lo complejo, lo crítico y lo auténtico. La que desalienta el esfuerzo, los sentimientos colectivos, el estudio, la disposición al sacrificio, el amor al trabajo, la decencia, la solidaridad entre los hombres, el conocimiento de la historia patria, el respeto a los más débiles. Es la que desprecia a los que no tienen nada que ostentar o derrochar y rinde nostálgica pleitesía a una Cuba republicana anterior a 1959, a la que absuelve de sus pecados históricos, por ignorancia o cálculo. Es la que esconde su mohín de desprecio, hoy disimulado, mañana ¿quién sabe?, ante ciertas coloraciones de la piel, algunas militancias políticas, todas las culturas populares y ciertas estéticas.
En esa antiCuba, y en los aguerridos libertadores de la 82 División Aerotransportada deposita sus esperanzas de restauración capitalista y sus planes de retorno triunfal la lánguida coral de plañideras viejas, nuevas y novísimas que destilan sus odios y afanes de hecatombe en Miami y otras urbes del planeta. Son los que, como Rafael Rojas, utilizan sus luces para proclamar que sin la “desaparición biológica” de una generación de revolucionarios, Cuba no tiene futuro; los que, como Juan Abreu, piden que “la isla desaparezca en las profundidades marinas de donde emergió para desgracia de tantos, o que la conviertan en un gran basurero a disposición de los países civilizados”; los que, como Carlos Alberto Montaner, hace apenas dos días, en Madrid, delinean las características del “inevitable” capitalismo que nos espera, al que describen, con mañas de consumados estafadores, como “moderno, abierto, competitivo, signado por la búsqueda de productividad, fuertemente integrado al resto del mundo desarrollado”; los que claman por el asesinato de sus oponentes, o sea, de nosotros, porque están convencidos, como acaba de publicar Vicente Echerri en el Nuevo Herald, “… que es cierto que las ideas no se matan, pero se atenúan bastante cuando sus genitores mueren a tiempo”.
Se equivoca quien en medio de semejante panorama crea que, en los tiempos que corren y en los por venir, la cultura cubana deberá ser ornamento o distracción, ocupación lúdica para el esparcimiento sano, contenido inocuo para el tiempo libre, divertimento para quienes gusten del arte y la literatura sin mayores complicaciones ni inquietudes sociales. En su terreno, tanto o más que en el político-ideológico, o mejor dicho, precisamente por su carácter político-ideológico, por decirlo de manera resumida, se está librando silenciosa y cotidianamente la batalla decisiva entre Cuba y la antiCuba, entre nuestra sociedad socialista y la utopía reaccionaria de la restauración capitalista.
Si alguna vez fue imprescindible la participación y el apoyo consensuado de artistas e intelectuales en la defensa y promoción de la cultura nacional y en la actualización de la política cultural de la Revolución, este es el momento. Si alguna vez tuvo sentido luchar por la eficacia de nuestras instituciones culturales y contra las decisiones unipersonales, las improvisaciones, la falta de estrategias públicas, coherentes y controlables, la insensibilidad, la burocracia, la incapacidad para discernir lo importante de lo secundario, lo auténtico de lo banal y lo político de lo impolítico, este es el momento. Si alguna vez fue de vida o muerte dialogar, escuchar, atender y respetar a los seres humanos, artistas, intelectuales o simples ciudadanos, de primer o segundo o décimo nivel, ese momento ha llegado.
Debemos avanzar hacia el establecimiento de un diálogo cultural impostergable entre las ideas de vanguardia y la tecnología más avanzada de nuestra época, de lo que dependerá su socialización y uso cultural. Nos espera la toma de decisiones estratégicas, por ejemplo, sobre el uso de Internet y la apropiación de códigos actuales, revolucionarios, en la música, el diseño y la gráfica para trasmitir ideas revolucionarias, o lo que es lo mismo, propiciar la renovación del encuentro o una nueva confluencia entre vanguardia artística y vanguardia política. Tenemos que propiciar, junto a la necesaria universalidad antidogmática de toda cultura auténtica, el reforzamiento y renovación de las tendencias patrióticas, socialistas, antimperialistas, tercermundistas y anticolonialistas en la cultura nacional, que incluya las necesarias alianzas con todas las fuerzas, dentro y fuera de Cuba, que compartan o luchen por estos objetivos.
Debemos garantizar un amplio debate para actualizar y repensar los límites culturales de nuestra sociedad. “Cultura”, nos recordaba recientemente Helmo Hernández, “es el imprescindible diálogo que establece una sociedad con sus límites”. Es tan nociva una sociedad con límites estrechos y asfixiantes, como aquella donde reine la anarquía social, la inobservancia de las más elementales leyes de la convivencia humana y la falta de jerarquías culturales y espirituales.
Sin la mayor libertad posible, sin crítica responsable, sin unidad en la pluralidad, sin combatividad ante los enemigos culturales de nuestra nación, sin creatividad, sin respeto a la diferencia, sin un pensamiento teórico que acompañe a la práctica, sin debate, sin participación democrática, sin respeto al pasado histórico y al patrimonio, y sin unos medios de comunicación, y especialmente sin una radio y una televisión acordes al nivel cultural creciente de nuestro pueblo, esta batalla está de antemano perdida, o lo que es lo mismo, está en nuestras manos ganarla.
Especial atención merecen nuestros niños y jóvenes, reflejo y reproductores de muchas de nuestras carencias del Período Especial, en cuyos hombros descansará, como acaba de reiterar Fidel, la continuidad de nuestras luchas y, a fin de cuentas, la prolongación y expansión de nuestra cultura. Nada podrá hacerse sin que antes profundicemos en sus verdaderas motivaciones, valores, paradigmas, referencias culturales o sus defectos. Ser rigurosamente realistas ha de ser el primer precepto a cumplir, si de verdad nos mueve el aliento cívico y revolucionario de acometer la labor educacional que el futuro nos exige.
Para el Partido, asumir estos retos culturales es una prueba de fuego. En estas contiendas no habrá batallas espectaculares, sino avances o retrocesos en el día a día. Podemos vencer, el pueblo quiere y necesita que venzamos, como necesitaba y quiso que venciéramos en abril de 1961 en las arenas de Girón, o que en agosto constituyéramos la UNEAC, hace ya cuarentiséis años.
Con significado nuevo, en el año del centenario de su natalicio, resuenan hoy las últimas palabras de Eduardo Chibás dirigidas al pueblo de Cuba. Permítanme parafrasearlas, para concluir: Cultura revolucionaria cubana, cultura martiana, humanista y universal, cultura nacional que nos define y enorgullece: ¡levántate y anda!
30 de junio del 2007