William Stringfellow es uno de esos hombres que debimos haber conocido hace rato por estas tierras. Aunque, a decir verdad, tampoco en su propio país es una persona ampliamente citada, fuera de los seminarios y facultades más progresistas. Sin embargo, hoy, poco a poco, se redescubre su figura y se publican numerosos escritos suyos de una actualidad sorprendente. Stringfellow es difícil de encasillar. Fue un teólogo perspicaz sin haber sido un académico; no fue pastor, aunque su sabia elocuencia era solicitada en eventos religiosos en los que era frecuente orador, además de que los temas de sus obras literarias denotan una preocupación pastoral. En el diverso campo de sus investigaciones encontramos estudios de ética y de Biblia y Teología, hasta que optó finalmente por el Derecho como profesión, pero no para hacer dinero con ella, sino para ponerse al servicio de los marginados, con los cuáles echó su suerte, al optar por vivir en el corazón del niuyorkino barrio negro de Harlem.
Tan respetado fue Stringfellow entre los teólogos que en la primera visita que hiciera a los Estados Unidos el prominente erudito Karl Barth, fundador de la neortodoxia, se le dio parte en un coloquio junto a los más destacados teólogos estadounidenses; y fue allí, tras haber escuchado a Stringfellow, cuando Karl Barth pronunció la célebre sentencia: “¡Oigamos a este hombre!” Pienso que tal vez Barth, que ha abogado por la contextualización del mensaje pastoral (lo ha ilustrado con el gesto de tener la Biblia en una mano y el periódico en la otra), encontró en Stringfellow el mejor exponente del tipo de teólogo que anhelaba ver: uno que tuviera buenos fundamentos en la Biblia, pero que estuviera muy consciente de las realidades del acontecer del mundo actual.
Esa característica de habitar en diversos mundos es lo que hace de Stringfellow un hombre inquietante, un profeta de su tiempo. Su condición de laico le permitió gozar de una libertad para reflexionar que brotaba de una vida de compromiso consecuente y efectivo con los más vulnerables y necesitados de su sociedad. Fue una rara combinación de teólogo y hombre de mundo, de visionario y de fino artesano de la materia prima que sólo la vida cotidiana puede dar.
Su vida
Stringfellow nació en 1929 en el seno de una familia de religiosidad tradicional de la Iglesia Episcopal, en la que fue un fiel practicante y líder juvenil. Durante sus años universitarios fue dirigente de la Federación Universal de Movimientos Estudiantiles Cristianos, lo cual le abrió espacios y le sirvió para entrar en contacto con las corrientes más avanzadas del pensamiento cristiano, especialmente con el francés Jaques Ellul, quien fuera muy influyente en su pensamiento, y con el que mantendría un diálogo a lo largo de su vida. También fue reconocido en los ambientes del Consejo Mundial de Iglesias como un pensador a tomar en cuenta. Precisamente por su clara visión espiritual, su raigambre bíblica y su compromiso eclesial, Stringfellow no rehuyó adentrarse en los más espinosos y polémicos temas de su época. De hecho se convirtió en un crítico muy agudo, en ocasiones lacerante, del establishment blanco, sus instituciones, su burocracia y su inmovilismo.
No dudó en tomar partido frente a la guerra de Vietnam, las injusticias económicas y el racismo. Su seriedad en la observación crítica y las opciones más difíciles le permitieron ser catalogado como un personaje inteligente, pero incómodo para los intereses creados. Diríamos hoy que Stringfellow vivió con la libertad de un profeta de Israel y con el arrojo de un Don Quijote. Sin embargo, por encima de su activismo social, son la profundidad de sus meditaciones y su percepción ética lo que lo hacen trascender hasta hoy y convertirse en una voz retadora que, como dijera Barth, hay que oír.
Su experiencia como abogado de los marginados en el barrio de Harlem le permitió experimentar de primera mano el sufrimiento producido por la discriminación solapada y la injusticia social. Muy a su pesar, la diabetes le obligó a trasladarse a una vida más tranquila, de estilo monástico, con su amigo Antonio Towne, al islote de Block Island. Allí estuvo sometido a una disciplina y a tratamientos médicos muy rigurosos. Su dolencia física le acosó en sus últimos años, por lo que tuvo que ser hospitalizado en varias ocasiones.
El asilo que le brindó a su amigo, el sacerdote pacifista Daniel Berrigan, en su propia casa, lo convirtió en blanco de las persecuciones del FBI. La muerte lo sorprendió en 1985, a los cincuentiséis años, tras sufrir las consecuencias de una pertinaz enfermedad y otras complicaciones. Su fallecimiento nos privó de un hombre que vivió intensamente y dejó una riquísima obra bibliográfica de interés para la pastoral, la Psicología, la Teología, la Sociología y el Derecho; pero sobre todo, una obra para los que quieren encontrar un modelo de coherente y fiel discipulado.
Teología biográfica
Quizás lo que hace más atrayente las obras teológico-pastorales de Stringfellow es que en gran parte son tramadas a partir de sus propias experiencias. En ese sentido, se puede hablar de una teología biográfica. Al respecto,
La histórica, encarnada actividad de la Palabra de Dios significa la militancia de la Palabra de Dios, tanto en dimensiones de espacio y tiempo cósmico, y en cada cosa de la vida creada, incluyendo tu personalidad y tu biografía o la mía. Esta es la base de fe cristiana que tan a menudo es desatendida, marginada, omitida o ignorada cuando la teología se expresa solo en términos abstractos, declarativos o académicos. Así yo creo que una biografía (y una historia), cualquier biografía, y toda biografía es inherentemente teológica, en el sentido que ya contiene –literalmente en virtud de la Encarnación– las nuevas del evangelio; aceptémoslo o no, cada uno de nosotros es una parábola…1
Tanto estas obras como el resto de sus escritos reflejan un espíritu sensible a las situaciones existenciales. Le preocupan los medios para ayudar a sanar el cuerpo y el alma de las personas, cómo ejercer un ministerio efectivo de apoyo y sostén en las crisis. En su obra “Mi pueblo”, se refiere e ilustra el servicio al prójimo de la abogacía y la intercesión, que es el llamamiento que recibe en el bautismo todo laico. En “Segundo nacimiento” es rico en percepciones pastorales acerca del dolor y la sanidad; sería muy útil al pie de cada cama de hospital. Y “Simplicidad” es un lúcido tratado sobre el sufrimiento.
Su teología es empírica, o para usar un término ortodoxo, “encarnacional”. Cuando escribió teología lo hizo a partir de los eventos, tanto personales como históricos que, en sintonía con la más antigua tradición de la iglesia, consiste en un diálogo con su contexto histórico; nunca para satisfacer inquietudes intelectuales de naturaleza especulativas.
Una conversación con un adicto, un caso legal de los derechos civiles, la política en Block Island, la guerra en el Sudeste Asiático o una liturgia para el movimiento de resistencia. Estas cosas están entrelazadas con reflexiones teológicas. Dan la apariencia de estar limitadas a un tiempo. Sin embargo, esta es la naturaleza de la teología en la práctica bíblica. Es evidente que las crónicas de Israel, o los discursos de los profetas, o las cartas de Pablo, o los Evangelios mismos, están ubicadas en el tiempo, y no es posible entenderlos correctamente sin una consideración cuidadosa de su contexto. Son concretos y específicos, manifiestan una intención de respuesta a estas situaciones.
Sin duda, la teología cristiana se ha concentrado en los temas metafísicos, en la interpretación de los dogmas, en el diálogo con la academia, en un incansable esfuerzo por mantener la respetabilidad intelectual que ha olvidado sus raíces históricas en las vivencias de una comunidad de gente sencilla, habitantes de un país varias veces colonizado. Con élites locales muchas veces corruptas al servicio de las potencias extranjeras, sin un liderazgo religioso que defendiera el derecho a la vida y la dignidad humanas.
La singularidad de Jesús es la urgencia de un mensaje en favor de los más vulnerables, que hacía del aquí y el ahora algo absolutamente inescapable. Fue precisamente este reto presentado en la comunidad judía de Nazareth lo que levantó la primera ola de hostilidad hacia su persona, pues al decir “Hoy se ha cumplido esta palabra delante de ustedes”,2 la estaba comprometiendo a tomar posición ante la actualización del mensaje liberador del profeta Isaías.
Pero lo interesante de su llamado es que no sólo enfoca el gran escenario de los eventos públicos y políticos, sino que toma en cuenta la vida cotidiana, sencilla y anónima de la gente humilde. Son ellos precisamente los llamados a protagonizar y vivir una cultura de la solidaridad, el perdón y la esperanza en un mundo nuevo. La práctica de Jesús es incluyente, dignificante y restauradora de todo el tejido social. Sólo a partir de la comunidad que se crea alrededor del ideal del Reino puede aspirarse a cambiar el mundo…
De este modo surge una hermenéutica que retoma los paradigmas de la historia sagrada para convertirlos en instrumentos para interpretar, juzgar y denunciar los eventos del día de hoy. Esto logra hacer la conexión Stringfellow entre la Palabra escrita y la palabra viva de hoy,
Cuando una persona se hace un ser humano maduro, está libre para escuchar y finalmente dar la bienvenida a la Palabra de Dios en la Biblia, y recibe la luz para discernir la misma Palabra de Dios que obra ahora en el mundo, en todos los lugares, tanto en la propia existencia como (¡gracias a Dios!) en la vida de cualquier otra persona. Entonces se establece un ritmo en la vida cristiana que armoniza la intimidad personal con la Palabra de Dios en la Biblia y nuestro involucramiento en la misma Palabra activa en el mundo.3
Esta “palabra activa” es lo que hace sagrada la vida que se desarrolla en los espacios y conflictos peculiares de una época, dándole el sentido de trascendencia a las vivencias cotidianas, con toda su ambigüedad y temporalidad. Esta teología biográfica representa una ruptura epistemológica con los métodos tradicionales establecidos que tienen como su materia prima los discursos oficiales sancionados por las instituciones eclesiásticas, las corrientes filosóficas de moda, los debates académicos y las supuestas verdades abstractas. Indudablemente que esta nueva postura constituye un reto, pero es lo que le vendría a dar oxígeno a la teología, de modo que esta tenga el poder vivificante que la iglesia y el mundo necesitan. Y por supuesto no nos vamos a confundir con un facilismo inmediatista, expuesto a la improvisación y la banalidad. La reflexión madura requerirá del empeño serio que no desconoce la mediación intelectual.
Si algo no puede negarse es que nos encontramos ante un auténtico exponente de lo que hoy conocemos en la América Latina como Lectura Popular de la Biblia, en la que la vida cotidiana, los acontecimientos, los problemas, las situaciones concretas que confrontan las personas y las comunidades son releídos a la luz de la Palabra, tratando de encontrar un sentido, una relación con esa historia de redención del pasado. Stringfellow mantiene un diálogo permanente entre la realidad de su día y la Palabra de Dios, a la que considera relevante para iluminar la vida actual. No era un fundamentalista que viera en la Biblia un recetario de soluciones acabadas para todos los problemas de la vida moderna. De hecho, entendía que era imprescindible para entender las Escrituras acercarnos al lenguaje y al contexto histórico en que surgieron, constatando las diferencias culturales con el nuestro, pero con la certeza de que en ella encontramos claves valiosas para iluminar nuestro presente.
Teología con discernimiento
Para Stringfellow se requiere de un auténtico espíritu crítico para poder ver más allá de los acontecimientos históricos las huellas del accionar de Dios, así como los retrocesos en el camino. Ojos que sean capaces de percibir un significado en los sucesos mundiales. Para esto propone volver a lo que él llama el don del discernimiento:
El don del discernimiento es básico para el estilo de vida bíblico. El discernimiento tiene que ver con la percepción de lo importante en los sucesos comunes, con descubrir las señales de la salvación en esta era caída.
Tiene que ver con la connotación apocalíptica y escatológica de los sucesos de cada día. La de señalar la muerte donde otros ven sólo progreso, y también los indicios de resurrección y esperanza donde otros sólo sienten confusión y desesperanza.
El discernimiento no aguarda por las señales portentosas o milagrosas, sino más bien, es la sensibilidad a la Palabra de Dios que está oculta en toda la creación transfigurando la historia común, mientras permanece absolutamente realista respecto a la pujanza de las obras de la muerte en todo lo que ocurre.
Este don es básico en la obra del profeta. Está por descontado que la profecía sólo se refiere a predecir acontecimientos futuros.4
Una mirada al mundo treinta años después de escritas estas palabras, no hace más que confirmar la abrumadora presencia de acontecimientos de dimensión apocalíptica. El calentamiento global que amenaza el equilibrio del planeta, la pandemia del sida en el continente africano, los inacabables conflictos bélicos con ingredientes de terrorismo, las bombas inteligentes, el agotamiento de las fuentes de combustible, la escasez de agua, las hambrunas, la crisis de las llamadas monedas fuertes, en fin, un ascenso de factores alarmantemente peligrosos, fuera de todo control humano. No es extraño que en la literatura y en la filmografía sea hoy frecuente el lenguaje apocalíptico, y que el sentimiento general de la época sea de inseguridad, evasión hacia una espiritualidad ultramundana o frivolidad.
¿Qué entiende pues, Stringfellow por discernimiento? Una lectura de los hechos que ocurren en el mundo que sea capaz de penetrar más profundamente de lo que las ideologías dominantes quieren hacer ver. Indudablemente que en este planeta globalizado, en que la información está controlada desde centros de poder económico, en que se imponen criterios imperiales sobre el bien último para la sociedad, se requiere de una agudeza y una visión profundas y honestas, comparables a las de los antiguos profetas que fueron capaces de denunciar a aquellos que “a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz”,5 según palabras de Isaías. Pensemos solamente en la manipulación que sufren hoy los términos “libertad”, “democracia”, “crecimiento económico”, etc., en el vocabulario de la comunicación mundial.
Por supuesto que se entra en un terreno en disputa. Habrá quien tenga buenos argumentos para tener otra visión de la realidad. Basta constatar cuantos científicos difieren de la versión de las Naciones Unidas en cuanto al tema del calentamiento climático. Pero valdría siempre la pena preguntarse acerca de los intereses que hay detrás de cada propuesta. De todos modos, el mensaje esencial de Stringfellow no nos puede dejar tranquilos ni indiferentes respecto a la necesidad de inquietarnos y tener una mente abierta a la sospecha de las certezas que nos vende el poder dominante. Esto sería tener un buen discernimiento.
Principados y potestades
La observación de la realidad del mundo conduce a Stringfellow a preguntarse si no hay algo más que el resultado de conductas humanas extraviadas, de atávicas tendencias autodestructivas. O si será hora de que pensemos en que hay fuerzas más que humanas que operan con autonomía propia en el escenario mundial. Es esta inquietud la que hace a Stringfellow volver a la fuente bíblica para rescatar algo que había sido despreciado por la mentalidad moderna. Evidentemente, a estas alturas, hablar de “principados y potestades”, “demonios”, “gobernadores de las tinieblas del mundo”, “poderes angélicos”, términos frecuentemente usados en la Biblia se considera en los círculos académicos una imaginería arcaica, sin asidero en el mundo actual.
Ciertamente, no fue Stringfellow el primero que manejó este lenguaje de poderes y principados, que aparece frecuentemente en la Biblia, tratando de darle una relevancia actual. Ya en 1966, Albert van den Heuvel6 demostró de manera convincente que, para San Pablo, la obediencia ciega que manifestaban los judíos a la Torah era una forma de sometimiento servil a un “poder” dominante y esclavizador. Para van den Heuvel, esos poderes que actúan sobre la vida humana deben ser confrontados y desafiados por la fe. Actualmente, inspirado en la obra de Stringfellow, el teólogo norteamericano Walter Wink ha trabajado con gran amplitud el tema de los principados y las potestades en una trilogía que se ha convertido en un best seller.7
El olvido de estas categorías se debe no sólo al rechazo al lenguaje arcaico, sino también al énfasis protestante en que el problema radica exclusivamente en la relación entre el ser humano y Dios. Esto ha originado una ceguera profunda hacia todo lo que no tenga que ver con la religión en términos exclusivamente individuales. Para Stringfellow está claro que “No hay nada [en ello] particularmente misterioso, supersticioso o fantástico, a pesar de la incapacidad contemporánea para analizarlo teológicamente. Lo que la Biblia llama principados y poderes se llama en lenguaje contemporáneo ideologías, instituciones e imágenes”.
Para él estas categorías son parte integrante en la cosmovisión bíblica: las considera no una creación puramente humana, sino parte de los fundamentos con que fueron creadas todas las cosas. Su origen y su propósito se expresan
…en la visión bíblica de la creación, los principados angélicos, juntos con todas las otras formas de vida, son dados por Dios para estar bajo el dominio humano, y son medios a través de los cuales los seres humanos se regocijan en el don de la vida, por el conocimiento y la honra de Dios, que da vida a toda la creación.8
Por tanto, no pueden verse sino desde una perspectiva positiva, no hay en ellos nada intrínsicamente malo, fueron creadas para cooperar con la humanidad en el mejor cuidado de toda la creación. Son servidores del bien.
Imágenes, instituciones e ideologías
La primera categoría a la que aplica Stringfellow este concepto es a la que llama imágenes. El primer ejemplo de imagen está asociado a personas que se han convertido en celebridades, a partir de lo cual se crea una imagen pública que sobrevive a la propia persona. Así, pone el ejemplo de Marilyn Monroe, cuya imagen se convierte en símbolo de belleza y sensualidad. No importa que la actriz esté muerta: su imagen sigue viva, ejerciendo su poder para definir lo que es el ideal de belleza femenina. Hay otros nombres que más que imágenes o arquetipos se convierten en banderas de destrucción y muerte. Así, el nombre de Adolfo Hitler originó una época de racismo y genocidio. Una imagen, pues, puede ser un principado por el poder que ejerce sobre segmentos significativos de la población, unas veces para bien, otras para mal, unas veces para levantar la autoestima, otras el chovinismo.
Pero mucho más importantes que las imágenes son las instituciones:
Los principados institucionales también hacen demandas sobre los seres humanos de compromiso idolátrico, en el sentido de que el principio moral que gobierna las instituciones, las grandes corporaciones, las agencias gubernamentales y las organizaciones eclesiásticas, los sindicatos o la universidad, es su propia sobrevivencia. Todo debe ser sacrificado para preservar la institución, y esto se demanda de cada uno de los que están en su esfera de influencia, sean funcionarios, ejecutivos, empleados, miembros, clientes o estudiantes, que deben ponerse al servicio del fin de la sobrevivencia de la institución.
Hoy puede decirse que estamos en una etapa en que la vida corporativa es decisiva. Las personas individualmente se convierten en seres insignificantes si no están integrados a una empresa, organización o institución. Esta obediencia a los dictados de los intereses corporativos hace que la vida familiar, la vocación, el desarrollo personal y social estén gobernados por el interés de la institución. Y la institución tiene como su meta absoluta su sobrevivencia, no importa cuán humanitaria parezca ser su propuesta. Así se evidencia en el caso de asociaciones religiosas, cuando un miembro de la institución comete una falta y en lugar de realizar un esfuerzo para restaurar al caído, se le inicia un implacable proceso de expulsión, olvidando todos los años que esa persona prestó sus servicios a la misma. Esto es así porque, precisamente, el fin de la institución es su propia sobrevivencia.9
Stringfellow no es un anarquista: cree que las instituciones son necesarias para la convivencia social. Sin embargo, no deja de ser muy crítico con ellas, con su incapacidad para frenar el burocratismo y el legalismo que las llega a dominar y, sobre todo, con que se conviertan en metas en sí mismas, olvidando las raíces que les dieron origen. A este respecto, es válido traer a colación lo que los teólogos latinoamericanos dicen cuando se refieren al movimiento de Jesús, caracterizado por ser liberador y creador de comunidades, y en el que el servicio amoroso y el interés en los más débiles eran tan vitales. La evolución posterior produjo una institución autoritaria y jerárquica, que con el tiempo se convirtió en potencia dominadora capaz de suprimir la libertad y los derechos de los demás.
Una tercera categoría de principados lo constituyen las ideologías. Aquí Stringfellow incluye todas las ideologías, tanto las que se expresan en programas y documentos como las que subyacen en el subconsciente colectivo. Tal es el caso de su propio país:
Los norteamericanos están ahora constante, incesante y un tanto vehementemente asaltados por la idea de que la significación moral última de sus vidas individuales está representada y depende de la sobrevivencia de los Estados Unidos y su modo de vida…
Pero esto sólo significa que la sobrevivencia de la nación como tal viene a ser el ídolo, el principal objetivo de lealtad, servicio e idolatría. O para decirlo de manera un poco diferente, las realidades ideológicas históricas en la historia de los Estados Unidos, su sentido del capitalismo y la democracia, son quizás desplazadas por un nacionalismo elemental.10
La actualidad de este aserto se comprueba cuando consideramos el sentimiento nacionalista que se disparó el 11 de septiembre del 2002, avivando el fuego del militarismo y la guerra. La lucha contra el terrorismo, que supuestamente amenaza la sobrevivencia norteamericana, justifica todas las acciones, demanda toda la lealtad, es la nueva ideología aglutinante y movilizadora.
Significado del estado caído
Esta tendencia necrofílica de los principados y potestades la deriva Stringfellow del relato bíblico de la caída del ser humano de su estado de inocencia primigenia, que arrastró en sus consecuencias al resto de la creación. Todo fue marcado por el signo de la decadencia y muerte: “Así los seres humanos, en su estado caído, hacen ídolos de sí mismos, algunas veces adoran una serpiente y otras criaturas, o los fenómenos naturales, o hacen ídolos de la nación, la ideología, la raza o alguno de los otros principados.”
Este trastrocamiento universal hace de la humanidad un ente vulnerable, sometido a poderes que sólo buscan su propio interés. Esta visión, un tanto pesimista, la expresa Stringfellow de la manera siguiente:
Para ponerlo en otras palabras, el domino que los seres humanos recibieron de Dios sobre el resto de la creación se perdió en la caída y se ha revertido, de modo que ahora los principados ejercen dominio sobre los seres humanos y exigen en sus propios nombres adoración idolátrica de los seres humanos. La gente no crea los principados, no los controla, por el contrario, la gente existe en el mundo en servidumbre con respecto a los principados.11
Así pues, las imágenes o símbolos, las instituciones y las ideologías tienen una esencia destructiva en sí mismas, por cuanto forman parte de un mundo que ha sido trastornado, y ha trastornado la función original con que fueron creadas. Y sin embargo, como son parte imprescindible de nuestro mundo, no podemos vivir sin los símbolos que aglutinen, sin las instituciones que garanticen la estabilidad y el orden, sin las ideologías que expresan las metas de mejoramiento humano. Pero la advertencia de Stringfellow es que debemos ser críticos capaces de denunciar el carácter idolátrico de estos poderes, cuando olvidan que fueron creados “para el ser humano”, y no el ser humano para ellos.
Estratagema de los poderes demoníacos
No puedo evitar la tentación de citar in extenso, por su agudeza, lo que Stringfellow expresa acerca de cómo estos poderes se instalan en la sociedad norteamericana:
El principado busca la muerte de facultades específicas de la comprensión moral y racional que distingue a los seres humanos de las otras criaturas…
La meta es la inmovilización o la rendición o la destrucción de la mente, y la neutralización, el abandono o la desmoralización de la conciencia. En la caída, el propósito y esfuerzo de todo principado es la deshumanización de la vida humana.
Esto se ilustra en la importancia política que tiene en la sociedad norteamericana contemporánea el deporte comercial, que absorbe la atención, el tiempo y las energías de las multitudes, alejándolas de su participación en las luchas políticas.
La infinita y multifacética babel de atracciones existente en los Estados Unidos, por ejemplo, ha producido una fatiga tanto visceral como intelectual en millones de norteamericanos. Por ahora desmoralizados, sufren de falta de conciencia y no se arriesgan en acción alguna. Su interés humano en la vida está reducido a la mera subsistencia; sus esperanzas de la vida no van más allá de evadir cualquiera involucramiento con otros seres humanos y del deseo de que nadie los moleste. No tienen ninguna expectativa con la sociedad; no les queda ninguna energía para enfrentar a los principados, y se ven reducidos a la docilidad, la lasitud, el sopor, una profunda apatía y el vacío.
Babel significa inversión del lenguaje, inflación del discurso degradado a mero rumor, eufemismos y frases codificadas, retórica, redundancia, hipérboles profusas en un discurso sin sentido, lleno de sofismas, eslogan, ruido, incoherencia, un caos de voces y lenguas, falsedad y blasfemia. Y todo lo que significa Babel es violencia.
Los nazis practicaron una Babel contra los judíos. Babel disemina el racismo. En 1984, Babel es la forma en que la tecnología avanzada deshumaniza a la persona.12
Resulta interesante que desde la América Latina se ha trabajado con categorías muy parecidas a las que Stringfellow usa. La escuela del DEI de Costa Rica, representada por el teólogo y sociólogo Franz Hinkelammert, ha venido hablando de la fetichización, que es una forma de expresar esa divinización idolátrica de objetos que tiranizan la vida humana. El fetiche expresa el sentido de factura humana; sin embargo, en su operación es tan determinante como los principados y potestades de la Biblia. Desde la perspectiva latinoamericana hay una profundización en los factores económicos, los mecanismos y las leyes del mercado, que son la causa de la depauperación de los latinoamericanos. La absolutización de este orden, su influjo a través de la cultura dominante, así como su efecto paralizante y desmovilizador son denunciados desde una perspectiva liberadora por los teólogos de la liberación.
A este respecto, Hinkelammert insiste en que la recuperación por parte del ser humano de su rol protagónico, como sujeto de su propia existencia, es la esencia de su humanización y liberación. Señala que el camino de la liberación humana pasa por la resistencia del carácter de sujeto: “la liberación llega a ser la recuperación del ser humano como sujeto”.13
Esto significa que el ser sujeto se encuentra íntimamente ligado a la resistencia y a la lucha contra las instituciones objetivantes y dominadoras.
Y el teólogo coreano-brasileño Jung Mo Sung declara enfáticamente:
El único modo de preservar nuestra calidad de sujetos es no aceptar ser reducidos a ningún papel social, por más importante, “santo” o “revolucionario” que este sea; y no aceptar la sacralización de ninguna institución o sistema social. Es la necesidad de la crítica de la idolatría y del fetichismo.14
Stringfellow en Cuba
Ser coherentes con el reto planteado por William Stringfellow nos impone, al menos, cuestionarnos si alguno de sus planteamientos tienen validez y pertinencia en nuestro país. Si su reto significa algo para nuestro contexto es que los teólogos e intelectuales deben de abandonar la nube de declaraciones principistas, en la mayoría de las casos apologéticas, para acercarse a la realidad cotidiana del pueblo, escuchando las voces de la gente sencilla, siendo sensibles al mensaje que viene desde las bases.
Podemos decir que la coyuntura invita también a ser honestos y críticos. El país ha pasado por un proceso de recolección de opiniones, en asambleas, donde millones de cubanos han expresado sus preocupaciones sobre los problemas más acuciantes. En este momento la autoridad suprema de nuestro gobierno ha expresado que se está en el proceso de clasificación y ordenamiento para posteriores respuestas. Una de las cosas en las que se ha insistido son las excesivas prohibiciones, que se implantaron respondiendo a una necesidad tal vez justa en el pasado, pero que ahora parecerían no tienen sentido. También el Comandante en Jefe Fidel Castro expresó en un memorable discurso una expresión que se ha estado repitiendo en los medios, y que comienza diciendo, “Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado”.
Esto, indudablemente, crea expectativas. ¿Entraremos en un proceso de renovación de nuestro socialismo? ¿Se podrá iniciar una etapa de diálogo en la que se puedan expresar las distintas opiniones, a veces contradictorias? ¿Cuáles serán los límites a los que se podrá llegar?
Sin embargo, nos atreveríamos a imaginar a Stringfellow preguntando si somos tan ingenuos que pensamos que los principados y potestades ya han sido derrotados en nuestro país. El nos diría que no es tan fácil como creemos. Que los principados y potestades tienen un poder de resistencia asombrosos. Por ejemplo, el burocratismo, unido a un vicio que llamaremos controlismo. Todo tiene que ser orientado desde “arriba”. Los intelectuales y artistas hablan de la autocensura, que todavía tiene vigencia en nuestro suelo, y han propuesto defender una cultura del diálogo tolerante y respetuoso de las diferencias.
¿Pensamos que será fácil que los que están acostumbrados a “controlar” suelten sus riendas sin esparcir la idea de que todo el orden se va a resquebrajar? El miedo, el miedo es el arma de los principados-potestades. Por ejemplo, el miedo a que ocurra lo mismo que ha ocurrido en otros socialismos que intentaron renovarse.
Esta referencia nacional tiene como objetivo, simplemente, despertar la inquietud sana de que los principados y potestades no sólo operan en la sociedad norteamericana. No seríamos honestos con Stringfellow si solamente tomáramos conciencia de los problemas que él directamente enfrentó, y no los nuestros.
Conclusión
Con este trabajo no hemos querido sino introducir a un autor que merece ser estudiado por todos los preocupados por establecer un diálogo fresco, honesto y profundo entre el mensaje de la Palabra y la realidad de la sociedad actual. Stringfellow es un reto a avanzar en esta dirección, a buscar en libertad y discernimiento la voluntad de Dios para nuestro tiempo. Ojalá que su mensaje encuentre oídos atentos entre nosotros.
Notas:
1—William Stringfellow: A Keeper of the Word: Selected Writings of William Stringfellow, Wm. B. Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids, 1994, p. 20.
2—Evangelio de Lucas 4,21.
3—William Stringfellow: Count It All Joy, Wm. B. Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids 1967, p. 20.
4—William Stringfellow: A Keeper…, p. 302.
5—Isaías 5,20.
6—Albert van der Heuvel: These Rebellious Powers, SCM Press, Londres, 1966.
7—Walter Wink: Engaging the Powers, Augsburg Fortress Publishers, Minneapolis, 1992.
8—William Stringfellow: A Keeper…, p. 194.
9—Ibid., p. 196.
10—Ibid., p. 198.
11—Ibid., p. 200.
12—Ibid., pp. 221-222.
13—Franz Hinkelammert: El grito del sujeto, DEI, San José (Costa Rica), 1998.
14—Jung Mo Sung: Sujetos y sociedades complejas, DEI, San José, 2007.