El profeta es, a la vez, un hombre de Dios y un hombre de su tiempo. En él se manifiesta la pasión por la verdad, sin que deje de ser un poseído por sentimientos de amor. El hambre y la sed de justicia lo arrastran a ser un hombre o mujer del mundo. Está radicalmente comprometido con el presente y el futuro de su pueblo. Posee una profunda capacidad para discernir “las señales de los tiempos”. Coloca en su justo lugar el cronos, y percibe con inteligencia y madurez los kairos que se van dando en el dinamismo y conflictivo desarrollo histórico. Percibe el sentido del momento histórico. Por estas características de la tradición judeocristiana, el profeta es mucho más que un vidente que en un abrir y cerrar de ojos visualiza el provenir. El término hebreo Ro’êh más bien expresa la capacidad de desentrañar las causas que caracterizan la realidad ética, moral y espiritual de una sociedad determinada, porque se asumen o se rechazan en las estructuras del poder político, económico, social y religioso lo que puede dar frutos de justicia o la iniquidad de la injusticia. También usaban los hebreos la palabra Nabi que significa tanto “el que es llamado” como “el que proclama”. Entonces, el profeta escudriña los signos del Shalom, la paz en toda su plenitud, como “fruto de la justicia”, y tiene la honestidad de reconocer en estas señales la voluntad de Dios y anunciarlas a pleno pulmón. También denuncia con toda consecuencia y valentía la impiedad y la injusticia de los que proclaman “paz, paz y no hay paz” y a “aquellos que dictan leyes injustas y ponen por escrito los decretos de la maldad. Dejan sin protección a los pobres, roban a los pequeños sus derechos; y dejan sin nada a la viuda y despojan al huérfano”.
Estas consideraciones sobre la concepción y la práctica del profetismo bíblico nos permiten ver en el pensamiento y la obra del Dr. Martin Luther King, Jr. a un auténtico profeta. Y es necesario recordarlo y hacerlo presente en la realidad actual que vive la sociedad norteamericana y su repercusión mundial.
Hay que recordar que las consideraciones de King sobre la ética de la liberación:
Muy pocos se dan cuenta exacta de cómo la esclavitud y la segregación racial han corroído el alma y socavado el espíritu del hombre y la mujer negros. Todos los abominables negocios de la esclavitud tenían un fundamento en la premisa de que el negro era un objeto para ser usado, no una persona para ser respetada.
Primero, los encargados de los esclavos debían mantener una disciplina estricta. Un dueño decía en una ocasión: “La sumisión ciega es la única condición sin la cual el esclavo no puede nunca ser agradable”. Otro dijo: “Debe saber el esclavo que su dueño está para gobernarle absolutamente, y él debe obedecer incondicionalmente, de modo que jamás, ni por un solo instante, dé a entender que puede ejercer su propia voluntad o juicio en contra de la orden que le haya sido dada”. Segundo, los amos de esclavos se dieron cuenta de que debían imprimir en el hombre encadenado una conciencia de inferioridad. Este sentimiento de inferioridad se extendió deliberadamente hasta el pasado de los esclavos. Los dueños se convencieron de que, para el mejor control de los esclavos negros, estos “debían tener el convencimiento de que estaban marcados por un ancestral estigma africano, y que su color era signo de degradación”. El tercer paso en el proceso de entrenamiento del buen esclavo consistía en que estos debían respetar a sus dueños como portadores de un poder omnipotente. Era necesario, según afirmaban varios dueños, “hacer que el esclavo permanezca siempre en estado de miedo”. El cuarto aspecto consistía en “persuadir al encadenado para que tomase un interés ciego en los asuntos de su dueño y aceptase el comportamiento de este como la norma ideal de conducta”. De este modo, debía entender como bueno, verdadero, justo y hermoso lo que hiciese su señor. La última, de acuerdo con la documentación de Stampp, consistía en “marcar en el negro sus vicios y debilidades, para crearle el hábito de una perfecta dependencia”.1
Es aquí donde sobresale en Martin Luther King, el vidente, que no se detiene en la periferia ni en la superficie de los problemas, sino que penetra la realidad y va a la raíz misma del problema, y en el pensamiento paulino encuentra hasta dónde hay que llegar en la concepción de la lucha por la liberación plena y la libertad anhelada. A la pedagogía del opresor, como diría Paulo Freire, opone la pedagogía del oprimido: a la educación demoníaca de la dominación y la sumisión, opone la filosofía de la liberación plena y de la libertad. Y en su conocimiento profundo de la tradición bíblica recordó el éxodo de los esclavos hebreos de la esclavitud en Egipto, rechazó el facilismo del camino de los filisteos y optó por el camino del desierto; y apegado al pensamiento paulino, levantó frente al hombre viejo viciado por el Imperio y las estructuras de la sociedad esclavista, el hombre nuevo y la mujer nueva creados, según Dios, para la justicia y la santidad de la vida.
No se debe pasar por alto el valor positivo que encierra la llamada al negro hacia una verdadera conciencia de su prestigio racial y a una valiente apreciación de la herencia de sus antepasados. Hay que iluminar al negro con una revaluación de su valía y de su dignidad. Debe conocer los caminos de la superación en medio de un sistema que le sigue oprimiendo; debe desarrollar un inexpugnable y majestuoso sentido de su propio valer. No puede continuar avergonzándose del color de su piel… Para esquivar este homicidio cultural, el negro debe levantarse con la afirmación de su más genuina virilidad olímpica… La libertad psicológica, el inconmovible sentido de la propia estima, es el arma más poderosa contra la larga noche de la esclavitud física. Ni la proclamación de la emancipación de Lincoln, ni los decretos sobre derechos civiles de Kennedy o Johnson nos pueden traer totalmente esta clase de libertad. El negro únicamente deseará ser libre cuando sea capaz de rebuscar profundidades de su propio ser y firmar con la pluma y la tinta de una segura personalidad su propia emancipación. Con esforzado espíritu hacia la verdadera estima de sí mismo, el negro debe atrevidamente arrojar de sí la autoabnegación y gritar ante él y ante el mundo entero: “¡Yo soy alguien. Yo soy una persona. Yo soy un hombre con dignidad y honor. Yo tengo una rica y noble historia, a pesar de las dolorosas explotaciones que la misma historia ha hecho. Yo soy negro y hermoso!”2
Voz profética para ciertas iglesias en los Estados Unidos
Poseedor de una sólida base bíblica y teológica, unida al estudio profundo de la historia del cristianismo y del pensamiento cristiano, Martin Luther King se percató de la ruptura de la iglesia constantiniana con el movimiento de Jesús de Nazaret. La línea divisoria aparece con el Edicto de Milán, a raíz del control absoluto del poder imperial romano por Constantino, llamado el Grande. A partir de ese momento se interrumpe el movimiento de Jesús, que se había desarrollado a la sombra de la cruz, y en su lugar surge la iglesia que se organiza y piensa su fe a la sombra del trono y del imperio. Con esta ruptura, la iglesia perdió el sentido evangélico del poder y asumió la concepción imperial .
Por esa razón, en su respuesta a los clérigos blancos que no sólo guardaban silencio frente a las secuelas del racismo y la segregación y una pasmosa ausencia de compromiso con la lucha revolucionaria, sino que afirmaban que el Evangelio de Jesucristo nada tenía que ver con estos esfuerzos, les recordaba:
Hubo una época en que la Iglesia fue muy poderosa: cuando los cristianos primitivos se regocijaban de que se les considerase dignos de sufrir por sus convicciones. En aquella época la Iglesia no era mero termómetro que medía las ideas y los principios de la opinión pública. Era más bien un termostato que transformaba las costumbres de la sociedad. Donde quiera que un cristiano penetraba en una ciudad, las personas que entonces detentaban las riendas del poder se perturbaban, e inmediatamente trataban de procesar a los cristianos por ser “perturbadores de la paz” y “agitadores forasteros”, y con cierto temor afirmaban: “estos que revolucionan el mundo han llegado a Tesalónica”. Pero los cristianos no cejaron en su empeño, convencidos de que eran “una colonia celestial”, destinados a obedecer a Dios antes que a los hombres.3
Con dolor les recordó una vez más: “La Iglesia hoy no puede decir lo mismo que los apóstoles, quienes con plena convicción podían decir: No tengo plata ni oro pero lo que tengo te doy…”
Las iglesias cubanas, al igual que las iglesias en los Estados Unidos, deben meditar con un auténtico discernimiento pastoral las preguntas que él hizo a los clérigos blancos de Birmigham: “¿Qué clase de Dios es el que ustedes adoran en sus templos y edificios cuyas cúpulas se elevan al cielo? ¿Cuál es la calidad ética, moral y espiritual de la gente que cada domingo se reúne para adorar a Dios? ¿Qué hacen ustedes por la igualdad, la dignidad humana y la justicia social de los que padecen por la violencia de los poderosos?”
La guerra contra Vietnam
Mientras más leo la denuncia de Martin Luther King, Jr. al gobierno norteamericano por la guerra de Vietnam, más cuenta me doy de que su pensamiento y el sentido de su misión iban tomando vuelos cada vez más radicales. Su reflexión en torno a la manipulación mediática sobre el peligro del comunismo; la base bíblica y teológica de sus pronunciamientos sobre la guerra; la aguda percepción profética del fortalecimiento de su gobierno como una maquinaria de muerte; la visión de los vietnamitas sobre sus supuestos libertadores; el largo alcance de los instrumentos de muerte que no sólo mataban en combate, sino que aniquilaban instituciones sociales y religiosas; su apreciación sobre las implicaciones éticas y morales de la guerra en la vida familiar de los vietnamitas; las inversiones de los capitalistas en Africa, Asia y la América Latina, movidas por el lucro y no por los intereses de esas naciones; su categórica afirmación de que “la guerra de Vietnam no es otra cosa que el símbolo de una sociedad enferma que corroe el espíritu de nuestro país’’ (en varios escritos explica por qué es una sociedad enferma: 1. Mi gobierno se ha convertido en una máquina de muerte; 2. Los enormes gastos de la guerra no solo destrozan nuestra economía; hacen a los pobres más pobres y desprovistos de programas sociales, lo que afecta radicalmente su calidad de vida; 3. La proclama de que la guerra era para asegurar la libertad y la democracia de los vietnamitas es pura mentira; 4. Presenta a los soldados negros y latinos luchando coco a codo, y en su propio país no podían estar juntos en las escuelas y en las universidades y aspirar a empleos de ciertos niveles); toda esa lectura de la realidad de su país me habla del alcance de un pensamiento revolucionario que lo convertía en un profeta peligroso para el sistema político, económico y social imperante en los Estados Unidos. Si no, analicemos la conclusión de esta denuncia pública:
Vivimos una época revolucionaria; por todo el mundo, los hombres se rebelan contra viejos sistemas de opresión y explotación. La gente descamisada y descalza se rebela como nunca lo había hecho hasta ahora. “El pueblo que andaba en tinieblas, vio una gran luz”. Nosotros, los que vivimos en Occidente, debemos ayudar en la forja de estas revoluciones. Resulta muy triste comprobar que, por culpa de la comodidad, de las satisfacciones y del miedo morboso que nos inspira el comunismo, y de nuestra tendencia a encajar la injusticia, las naciones del mundo occidental, que otrora hicieron nacer el espíritu revolucionario del mundo moderno, se han convertido en Estados antirrevolucionarios por antonomasia… Debemos encontrar nuevas formas de pedir la paz en Vietnam, de exigir la justicia en un mundo que está llamando a nuestra puerta y que se encuentra en plena evolución. Si no actuamos, es seguro que nos perderemos por los largos y oscuros pasillos reservados a aquellos que tienen poder pero carecen de compasión. Que tienen fuerza, pero carecen de moral; que tienen valor, pero carecen de visión.4
Finalmente, con la oración fúnebre pronunciada por él mismo antes de su muerte, grabó con caracteres indelebles en lo más profundo de nuestro ser la firme convicción de vincular la fe a la acción, la identidad al compromiso, la presencia en el proceso revolucionario cubano con la honestidad y la consecuencia.
Ese día quiero que podáis decir que traté de ser justo y que intenté caminar junto a los que en justicia actuaban, que puse mi empeño en dar de comer a los hambrientos, que siempre traté de vestir al desnudo. Quiero que digáis ese día que dediqué mi vida a visitar a los que sufrían en las cárceles, que intenté amar y servir a los hombres todos, mis hermanos.5
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Notas:
1—Martin Luther King, Jr.: Adónde vamos: ¿caos o comunidad?, AYMA S.A. Editora, Barcelona, traducción de José Cueto, 1967, p. 44.
2—Ibid., p. 49.
3—Martin Luther King, Jr.: Por qué no podemos esperar, AYMA S.A. Editora, Barcelona, 1964, p. 124.
4—Martin Luther King, Jr.: El clarín de la conciencia, AYMA S.A. Editora, Barcelona, 1968, pp. 58-59.
5—Ibid., p. 61.