La confirmación, después del 3 de diciembre,de que el proyecto de país que nos impulsa y nos identificará en el mundo entero es una propuesta marcada por el socialismo —un socialismo que no es el del siglo XIX, que remite a la teoría marxista pero no es lo mismo, que tampoco es el socialismo cubano, sino venezolano— nos obliga a pensar y elaborar cómo es este socialismo del siglo XXI, no sólo en teoría sino en la praxis.
Quienes hemos comprometido el corazón con el quehacer ciudadano y la educación popular estamos más obligados aún a pensar el socialismo del siglo XXI en Venezuela, para comprender y conceptualizar el mundo que nos ha tocado habitar y co-crear. Quienes tenemos la vocación de ser educadores populares entendemos esta ocupación como un ejercicio de convivencia, trabajo y preocupación por el bien común, de quehacer transformador de toda estructura o relación opresora.
No estamos hablando sólo de escolaridad, de aprobar asignaturas y lograr competencias académicas que permiten pasar de un grado a otro, y que dan como resultado un cúmulo de conocimientos y un título profesional mediante el cual acceder a un mejor trabajo. No es eso lo que está en la base del socialismo que será venezolano, ni de la educación popular de la que hablaba don Simón Rodríguez. La propuesta se entiende como una manera de ser y estar en el mundo, en la América Latina, en Venezuela, en el barrio, en la casa, desde el compromiso sociopolítico con los sectores empobrecidos, para alcanzar la justicia social para todas y todos, no para que siga habiendo pobres y ricos. Está en la raíz de nuestro socialismo la acción revolucionaria que potencia el poder creador del pueblo, del barrio; el cuestionamiento a la reproducción del modelo opresor que, como decía Freire, cargamos a cuestas; la concientización de la hegemonía capitalista que nos educó en la “superación” que genera la corrupción, permite el enriquecimiento ilícito y desprecia la sencillez de vivir con lo justo y lo necesario.
La educación popular, los educadores populares, desde su intencionalidad y metodología, tienen hoy ante sí el desafío de concebir propuestas alternativas, nuevos modos y medios de entender y construir esa otra sociedad justa e igualitaria para sostener el proyecto socialista en el que nos embarcamos como propuesta de vida. La apropiación de la idea de necesitar otro país, el deseo de ver a otra gente gobernando, la búsqueda de otra forma de repartir las riquezas, el alcance de reivindicaciones laborales y la denuncia del dominio y la manipulación groseras del imperialismo se han afianzado elección tras elección. Sin embargo, eso no es suficiente para derrocar el capitalismo y el imperialismo que cada día seguimos alimentando activamente y que no nos permite construir plenamente, desde la base ni desde algunas personas del gobierno, el país otro que queremos. Para derrocar al capitalismo, decía Gramsci,1 hace falta un sujeto social colectivo que intervenga, que sea activo en el proceso de derrocamiento y transformación social. La educación popular en Venezuela, uno de los cinco motores del nuevo periodo presidencial, tiene que impulsar ese sujeto social colectivo que no espere pasivamente a que las instituciones hagan su trabajo.
La acción política-educadora-transformadora se evidenciará en unos Consejos Comunales (CC) que realmente articulen e integren las diversas organizaciones comunitarias2 sin hacerse sombra ni sospechar del poder que impondrán unas sobre otras, con el único objetivo de ser germen de la nueva sociedad. Ocupados en una vocería atenta a las alegrías y dificultades del sector, barrio o urbanización, los miembros de los CC han de insistir tercamente en la reunión semanal que comunica preocupaciones locales y continentales, que organiza las ideas y los eventos sociales, y que propone soluciones en relación con los órganos del Estado.3 Tarea “imposible” la de la corresponsabilidad, lo sabemos. Eso nos enseñó el neoliberalismo: sólo tenemos que reunirnos para alcanzar el interés inmediato, no para reflexionar, menos para pensar o elaborar ideas. Nuestro socialismo amerita unos CC que entiendan la organización desde procesos de formación y creación que permiten relacionar directamente los actos, la teoría y la práctica, creando y recreando la conciencia crítica. Es el tiempo de las reuniones, del debate y los foros al interior de los CC, debates que cada vocero ha de extender a su cuadra, a su calle, como parte fundamental de la participación popular.
Otro llamado importante es el de tener los ministerios en la calle, oyendo y canalizando propuestas y denuncias, no esas oficinas burocráticas que han contenido la consolidación de la participación popular, desencantado a los líderes comunitarios, desairado a educadores populares, voceros, activistas vecinales. ¿Es imposible que haya un oído de los ministerios en la agenda semanal o quincenal de los CC? Es necesario un encuentro directo entre las propuestas de los CC y la colaboración del ministerio correspondiente, entre los líderes vecinales y la mayoría vecinal, para que se potencien nuestras capacidades de organizar, articular y ejecutar acciones socialistas.
Derrocaremos el capitalismo cuando todas y todos los trabajadores del sistema educativo bolivariano se convenzan de que la educación tiene que ver con sacar fuera lo mejor del ser humano para compartirlo en la sociedad que vive, al tiempo que se nutre de los ideales de esa sociedad y sus buenas acciones sociales. Cuando entendamos el conocimiento y la educación como un proceso social de carácter colectivo que aporta al desarrollo de la identidad personal y social, comprenderemos que hoy debemos desaprender el individualismo capitalista y separatista. Tendremos el socialismo del siglo XXI cuando las maestras y los maestros de los Simoncitos4 se relacionen fraternalmente con los niños y las niñas sin limitar su creatividad y sus creaciones. Cuando los empoderen de su formación tocando y cuidando la naturaleza sin miedo al ridículo o a la pregunta que genera la reflexión, y destierren la respuesta mecánica. Cuando estimulen la solidaridad y la protección del compañerito de estudio sin reparar en color o condición. Cuando promuevan el compartir de los útiles y destierren la lista escolar individualizada, sin temor a la cooperación. Necesitamos maestras y maestros que ayuden a nuestros niños a observar su entorno, y al modo de don Simón, descubran la utilidad de los colores, de la construcción, del trazado de las calles, que experimenten la lluvia y el sol y sus consecuencias vitales en el cuerpo. ¿Qué necesitamos para eso? ¿Aulas llenas de juguetes? ¿Salones abiertos? ¿La amplia calle? ¿Un día de paseo? ¿El pausado caminar que nos ayude a seguir procedimientos y procesos?
¿Y qué hacer con la academia liceísta y universitaria en Venezuela? Desarrollar nuestras capacidades para la lectura, la escritura, la reflexión, el trabajo comunitario, no la competencia ni el ser alguien por el estudio titular que aún predomina en el ambiente de nuestras misiones educativas. La educación popular ensanchó la comprensión de la acción educativa y política en la sociedad, desde Simón Rodríguez hasta Freire sabemos que es urgente una nueva formación en nuestras maneras de ver las cosas, de actuar, de manejar el capital. Eso que llamamos nuevo paradigma socialista tiene que ver con atender las mismas cosas con otros ojos, con otras razones, con otras intenciones. El empeño organizativo y de transformación que implican los Consejos Comunales para el proyecto de país que queremos se ha de de complementar con una formación consecuente en los liceos y las universidades: con nuevas relaciones de poder, entendiendo este no como una imposición de fuerzas o un cargo de gerente, sino como una fuerte vinculación entre las personas y las cosas, una suma de capacidad crítica para entender y atender los procesos y desarrollar las competencias instrumentales,5 para actuar complementados y necesitados recíprocamente. La propuesta del socialismo del siglo XXI es recuperar esa convicción de que somos portadores de poder en la medida en que todos nos encontramos envueltos en relaciones que se influencian mutuamente y nos implicamos más conscientemente en el proyecto de país que deseamos. El poder es sinónimo de participación, y se encuentra difuso y confuso en todas las áreas de la sociedad. Necesitamos profesores, educadores, obreros, estudiantes que fortalezcan ese tipo de poder en los liceos y universidades, en las escuelas y los liceos bolivarianos.
La cotidianidad del liceo, los trabajos comunitarios, la relaboración del conocimiento a través de la investigación y la acción social son parte de esas nuevas relaciones de poder y transformación social. La educación popular que estamos proponiendo en el sistema educativo bolivariano quiere fortalecer los intereses de la cooperación interna en la institución educativa. Ya esto se da en muchas escuelas, pero el salto del interior de las escuelas al exterior de las comunidades aún nos espera. Nuestros chamos pueden alcanzar la disciplina del trabajo y la colaboración en la simple actividad de limpiar o reparar su institución educativa, siempre y cuando vean a sus maestros dar el ejemplo. No se enseña lo que no se sabe, y el respeto, la equidad, la justicia en las relaciones de poder que se entablan en las instituciones educativas se proyectan a la organización comunitaria, a la organización cultural, a la cotidianidad del país.
Ahí hay un reto para favorecer la coherencia y el alcance de los objetivos de nuestro socialismo. La escuela hará experiencia de vida la valoración de las normas necesarias para la convivencia, y consolidará un ambiente de respeto y solidaridad, para darle carne y sangre a este socialismo que necesita nuevas generaciones de jóvenes y adultos honestos y corresponsables, implicados en su formación para la vida, no para pasar el año, con lo cual se desterrará el aprendizaje de la corrupción. Es importante reafirmar que las escuelas bolivarianas han de potenciar más que nunca esta formación de nuestros adolescentes y jóvenes con esas actividades alternativas que se incluyeron en la matriz curricular como danza, deporte, música; y más aún, combinar junto con las casas de la juventud el compromiso de cuidar los espacios comunitarios que estén a su alcance, que van desde limpiar la calle que se habita hasta la consolidación de grupos educativos culturales vecinales surgidos de las inclinaciones juveniles y de los intereses de la patria. En este sentido, la red de bibliotecas públicas debe trascender su horario de oficina y también ofrecer sus espacios para la ocupación nocturna de nuestros jóvenes, quienes sabemos que muchas veces no acceden al libro ni tienen en su hogar el tranquilo espacio del estudio, y a los que se les cierran las puertas de una biblioteca a las cuatro de la tarde.
Pero, ¿qué haremos en este socialismo del siglo XXI con nuestros niños y niñas que están en la calle trabajando sin acceder al sistema escolar oficial? Grandes esfuerzos ha hecho el Ministerio del Trabajo, a través de los comisionados del NAT,6 por atenderlos para favorecer el respeto de sus derechos laborales y personales, puesto que la necesidad los colocó en esa coyuntura laboral. Pero el país que queremos, enmarcado en una formación permanente de empoderamiento y organización, aún no impacta a esa juventud desde el diálogo de saberes con su experiencia y el conocimiento socializador de las potencialidades humanas. Desde ahí donde trabajan —mercados, centros comerciales o calles— la educación popular debe dar una respuesta a estos adolescentes y jóvenes. Se necesitan facilitadores que adapten el currículo establecido, o puedan crear otro, para recuperar el potencial de vida de esos pequeños patriotas y despejarles el futuro de explotación y opresión que el capitalismo les signó.
Se debe institucionalizar los foros educativos de padres y representantes. Sabemos de su perezosa participación, pero hemos de insistir para sumarlos cada vez más, pues son la oportunidad para discutir las preocupaciones por la formación de nuestros hijos, hermanas, sobrinos, y proponer soluciones vinculantes con todo el quehacer nacional.
Y los foros educativos han de trascender la escolaridad para instalarse en la comunidad como espacios de participación y reflexión comunitaria que aborden temas como justicia y ciudadanía, planificación y gestión, violencia y delincuencia. Foros, conversatorios, constante atención al quehacer y el ser de la comunidad para iniciar un proceso de recuperación del espacio público como espacio de encuentro y discusión, pues la comunidad entramada en foros de seguridad, en diálogo con los Consejos Comunales y con los ministerios en la calle es parte del sistema de seguridad que previene la violencia que tanto nos preocupa.
Así, el desarrollo endógeno no es sólo un asunto de cooperativas y pequeñas microempresas, necesarias para la economía alternativa y contraimperialista, sino un proceso de formación y construcción constante. Toda sociedad necesita desarrollar los mecanismos por los cuales sus habitantes accederán a los aprendizajes necesarios del proyecto de vida que dicha sociedad tiene. Por eso la tarea educadora de desaprender más de cuarenta años de sinsentido social, de falta de sentido de pertenencia al país y despreocupación por lo comunitario y por el porvenir de los más desfavorecidos es tarea fundamental de este socialismo del siglo XXI. Es tarea de nuestras organizaciones comunitarias, de nuestras misiones educativas, de la propuesta de formación para el trabajo de la Misión Vuelvan Caras.
Vamos a paso de vencedores.
La educación popular que inspiró a don Simón Rodríguez y a muchos otros educadores de la América Latina tiene hoy más vigencia que nunca: impulsar y sostener, desde los sectores populares y empobrecidos, la transformación socialista que propone el gobierno nacional, pues es fundamental en la identidad de la educación popular su intencionalidad política de transformación social a partir de una praxis educativa, ciudadana y convivencial éticamente responsable, es decir, orientada por los principios, valores y convicciones del socialismo que se propone. Y eso haciendo revisiones constantes, sistematizando desde la praxis y teorizando mediante la confrontación y la evaluación permanentes. Recuperando el día a día, reconociendo que la calle, el barrio, el trabajo, el sindicato, el consejo comunal, la escuela, son la base del empoderamiento y la concreción de este socialismo del siglo XXI.
Creo que un ingrediente fundamental para alcanzar ese socialismo del siglo XXI no es el decreto ni la ley, sino la fe, la actitud convencida de cada hombre y mujer que apuesta por este camino. Es necesaria la convicción de que este es el proyecto de vida para hacernos más humanos y mejores ciudadanos. Creer y actuar desde esa fe. Por mucho que el gobierno proponga estructura e instituciones que favorezcan la concreción del socialismo, cualquier estructura gubernamental se falsificará o desviará su intención, si las personas que sostienen la institución no actúan en consecuencia; es tiempo de avanzar en la formación de la actitud socialista. Ahí tienen su tarea principal los educadores populares. Para los revolucionarios, decía Gramsci, el principal obstáculo es superar la conciencia puramente economicista para alcanzar una conciencia socialista que no limite su alcance a reivindicaciones mínimas, sino que intente transformar el conjunto global de las relaciones de poder y quehacer en la sociedad. En nuestro caso, esa es la tarea en nuestra esperanzada sociedad venezolana.
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Notas:
1 Néstor Kohan: Antonio Gramsci, Ocean Sur, 2006.
2 Artículo 2 de la ley de Consejos Comunales.
3 Artículo 1 de la ley de Consejos Comunales.
4 La autora se refiere a los Centros de Educación Inicial, creados por el Gobierno Bolivariano para brindar una educación integral a los niños entre uno y seis años [Nota de los E].
5 José Osorio Vargas: “Dimensión Educativa”, Aportes, no. 46, 1996.
6 El NAT es el Plan Especial para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes Trabajadores, puesto en práctica por el Instituto Nacional de Prevención, Salud y Seguridad Laboral y el Ministerio del Trabajo venezolanos [Nota de los E].