Todo empezó en el 94. Ya antes se había derrumbado el Muro y entre nosotros se había instalado la crisis económica. Del lado cubano, se hacían esfuerzos por lanzar una actividad en la que teníamos poca experiencia: la cooperación no gubernamental; y del lado de algunas agencias internacionales, cooperar con la terca resistencia cubana empezaba a ser una posibilidad atractiva. Se celebraron dos encuentros entre ambas partes, el primero auspiciado por la ANAP, el segundo por el Centro de Estudios sobre Europa Occidental (CEEO) en los que, además de conocer a representantes de agencias internacionales, comenzamos a conocernos los cubanos que podíamos integrar lo que después denominaríamos la comunidad no gubernamental cubana. Más o menos por la misma época visitó la isla una ministra de exteriores de Canadá, que anunció que su país destinaría una suma a las agencias no gubernamentales canadienses que quisieran establecer relaciones de cooperación con Cuba.
Con esos ingredientes podían haber pasado dos cosas: una arrebatiña entre agencias de allá e instituciones de acá para hacerse de un pedazo del pastel; o el establecimiento de una coordinación entre agencias de un lado y contrapartes cubanas del otro para iniciar un proceso armónico al que cada uno aportara sus fortalezas y conocimientos. Lo primero era lo más probable, pero sucedió lo segundo.
La protofamilia no gubernamental cubana ya sabía desde antes que tenía que aprender qué era la cooperación, quiénes eran sus actores, cómo se presentaba un proyecto…, y tenía que madurar con carburo, porque la necesidad y las posibilidades, ambas, nos tocaban con fuerza a la puerta. De ahí que el consenso para agruparnos y compartir lo que cada uno sabía o las preguntas sobre lo que no sabía fue fácil de lograr. Recuerdo que la coordinación de ese grupo la asumimos tres organizaciones: el Centro Félix Varela, el Centro Memorial Martin Luther King (CMMLK) y el CEEO. Cuando un grupo de agencias canadienses encabezadas por OXFAM-Canadá decidió fomentar en su país la idea de que no se compitiera por los fondos prometidos, sino que se colaborara en el tendido de mano a la isla, ya había una contraparte grupal cubana con la que podía conversar.
Durante buena parte de 1994 se realizó una investigación paralela en Canadá y Cuba para averiguar quiénes estábamos interesados en el proceso, interesar a otros, saber a qué se dedicaba cada quién y cómo operaba. Toda esa información se recopiló en sendos dossiers que intercambiaron las partes. Finalmente, en 1995, en lo más espeso del Período Especial, celebramos en el hotel Las Yagrumas (qué lindo el paisaje, qué buena la comida) el Encuentro Interagencias Cuba-Canadá, coordinado también de manera binacional sobre el terreno (una de las coordinadoras era canadiense, la otra cubana, y se entendieron a las mil maravillas).
Creo que el resultado fundamental del evento mismo fue la aprobación por todos de una Carta de principios sobre la cooperación entre las agencias que la suscribieron. En ella se comprometían, sobre todo, a actuar a partir de la comprensión de que todos los participantes en la relación, cubanos y canadienses, eran socios iguales, con prioridades a respetar, con independencia de la condición de dadores o receptores. Y el hecho de que, en realidad, su espíritu marcó por un buen tiempo la relación entre las instituciones implicadas.
A los cubanos nos ayudó a identificar entre nosotros la realidad y la justeza de las coordinaciones emprendidas. Nos dio fuerzas e identidad. Espero que lo mismo haya sido cierto para los canadienses.
Después pasó mucha agua debajo de los puentes. Acá se aprendió bastante rápido, creo, a bracear en la nueva actividad. Surgieron algunas nuevas asociaciones (no muchas) y llegaron a Cuba nuevas agencias. Al cabo de los años, aquel esfuerzo me parece tanto más meritorio por nuestra casi nula experiencia de entonces. Sigo creyendo que nos evitó escollos y rivalidades que han plagado la cooperación en otros países. Y, last but not least, creo que fortaleció nexos de amistad, compañerismo y solidaridad entre isleños tropicales y norteños aplatanados. Para recordarlos a todos, me limitaré a mencionar a Martha y Minor Sinclair, compañeros si los hay, que vivieron con nosotros en Cuba durante un buen trozo del Período Especial y de varias maneras nos siguen acompañando hasta el día de hoy.