Un ayuno para una guagua amarilla

José Conde

EL PRESENTE
Retornar a la “guagua amarilla” es hacer un viaje que nos transporte, cual máquina del tiempo, dieciocho años atrás. No obstante, la singularidad de esa máquina es que nos remite a un antes, a su propio contexto, y también nos trae al presente. Me gustaría que este fuera un retorno carpenteriano; por tanto, comenzaré por el hoy.
Desde hace meses, el tema de la Iglesia Cristiana en Cuba (en especial la Católica Romana) ha sido retomado por los medios internacionales, a raíz de la mediación que dicha institución realizó a pedido del gobierno cubano, y en conjunto con el gobierno español, para liberar prisioneros que de una u otra forma habían actuado en beneficio de la política de una potencia extranjera para un cambio de régimen en la isla. Dicho proceso de liberaciones, amplio y transparente, suscitó en algunos preguntas y suspicacias, poco conocedores de la realidad eclesial y de la historia de las relaciones Iglesia-Estado en Cuba. Sin dudas, la Iglesia Católica Romana reúne algunas características que la diferencian de otros grupos cristianos, sin cuyo accionar, no obstante, esa misión mediadora no habría sido posible.
Quienes procedemos del movimiento ecuménico ágil, diverso y enriquecedor vivido durante los años setenta y ochenta del pasado siglo, reconocemos en todo ese largo caminar —de compañerismo crítico con el proceso revolucionario, de compromiso cristiano, de testigos de un Evangelio de vida y en favor de la vida plena, revelado y palpado en muchas de las medidas y acciones realizadas por la Revolución cubana— las semillas que germinaron en la buena tierra, y que hoy dan sus frutos y flores, ofrendas agradables en el altar de la Patria.
Sabemos que ningún proceso se desarrolla de la noche a la mañana, sino que va creciendo. Que la Iglesia Católica Romana haya jugando un papel importante en la liberación de personas, más allá de sus propias diferencias con el sistema o el gobierno cubano, como sin dudas también los hay en Cuba, como en toda sociedad, no es más que el resultado de un largo camino de acercamientos y diálogos basados en la confianza y el respeto mutuos. Podemos afirmar que los frutos que se recogen hoy son el resultado de una política consecuente, pero también de un actuar comprometido con la independencia y la soberanía de la Patria de muchos cristianos, aun en los momentos de mayor incomprensión y a pesar de ellos. Soy de la opinión de que el presente de aceptación y comprensión, aun de los más ortodoxos en el campo político, se debe en mucho al trabajo de los Pastores por la Paz, de centros como el Memorial Martin Luther King, y, muy especialmente, de los acontecimientos que se dieron alrededor de la Guagua Amarilla.

1993, LO QUE FUE PRESENTE
Por rutina, cada verano repetimos que estamos en presencia del más caluroso de la historia. Sin embargo, aquel verano de 1993 marcó un punto de inflexión, porque si hubiéramos caído más profundo, seguramente habría llegado a su fin un sueño colectivo. Fue como un bochorno a media tarde, en que el sol aparecía en pleno centro y más cerca de nuestras cabezas, y no precisamente como luz, sino como bola de fuego abrasador. Y nosotros allí, en medio de aquel campo sin árboles, sin sombras, en que el país parecía haber quedado detenido. Aquel si fue un verano caliente en muchos sentidos, un pentecostés de lenguas de fuego sobre las cabezas, en el que diferentes lenguajes se hicieron uno.
Por eso creo importante refrescar los recuerdos del acontecimiento que, a mi entender, fue un parteaguas en las relaciones Iglesia-Estado en Cuba: el ayuno en solidaridad con los Pastores por la Paz, que popularmente quedó marcado por el símbolo de la guagua amarilla. Quienes estuvimos desde el comienzo en sus cercanías, sabemos cuánto significó aquel acontecimiento en lo institucional, pero especialmente en lo personal, para muchos de nosotros.
Algunos de los ayunantes veníamos de la Coordinación Obrero Estudiantil Bautista de Cuba (COEBAC), movimiento ecuménico al interior del mundo bautista de la isla, que fue simiente del Luther King y otras instituciones. La COEBAC fue como la tribu nómada, y el Centro la realidad de construir el “Templo”. El reto ha sido mantener en la institución el espíritu de movimiento. Creo que muchas veces se logró, a lo largo de su historia, y ese es el valor que conserva el Centro hoy, a las puertas de un nuevo aniversario de su fundación.
La acción de los Pastores por la Paz, bajo el liderazgo del reverendo Lucius Walker, digno hijo de la comunidad afrodescendiente de los Estados Unidos, fue un valeroso acto de solidaridad con el pueblo cubano, y una respuesta cristiana al recrudecimiento, en momentos difíciles, del bloqueo contra la isla, el cual desde su mismo inicio perseguía el deterioro del apoyo al proceso social iniciado en 1959. Y qué mejor para describir tal estrategia que las palabras del vicesecretario de estado Lester Mallory, escritas el 6 de abril de 1960:

El único modo efectivo para hacerle perder el apoyo interno [al gobierno cubano] es provocar el desengaño y el desaliento mediante la insatisfacción económica y la penuria.…Hay que poner en práctica rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica, negándole a Cuba dinero y suministros con el fin de reducir los salarios nominales y reales, con el objetivo de provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno.
En la frontera Estados Unidos-México, luego de las escaramuzas que tuvieron que realizar los miembros de la Caravana para lograr pasar una parte de la ayuda humanitaria hacia suelo mexicano, transportándola a pie por el puente que une la frontera entre ambas naciones en la ciudad de Laredo, se dieron situaciones muy tensas. Incluso, en algún momento previo fueron interceptados por un grupo de opositores cubanos violentos, contrarios a cualquier ayuda humanitaria al pueblo de la isla. Sin embargo, lo que detonó la protesta más dura por parte de los caravanistas fue la negativa a dejar pasar tres ómnibus, que fueron requisados. El 29 de julio, doce personas tomaron por asalto uno de aquellos ómnibus, y se declararon en huelga de hambre; allí se enfrentaron a temperaturas de hasta 41 grados Celsius, y también a la negativa del gobierno de los Estados Unidos a dejar pasar los ómnibus hacia México, de donde serían embarcados junto al grueso de la ayuda humanitaria que durante meses habían recaudado en largos periplos a través de la extensa geografía del norte del continente.
Así, entre acciones de apoyo por un lado e intimidaciones por el otro, pasaron los días. Se corría el peligro de un desenlace fatal, ante la edad de algunos de los huelguistas. El 13 de agosto, un grupo de cristianos cubanos comenzó un ayuno frente a la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana —más conocida como la SINA—, en solidaridad con los huelguistas de Laredo. La reacción popular en Cuba no se hizo esperar: el apoyo fue tal que al tercer día hubo que limitar la entrada, pues ya la cifra de ayunantes era de más de medio centenar. Allí se unieron personas de diversos sectores a un nutrido grupo de cristianos. Muchos tuvimos que dormir a suelo pelado. Junto al pueblo, o como parte inseparable del pueblo, se acercaron innumerables personalidades de la cultura y la intelectualidad para apoyar a los ayunantes.
Uno de los visitantes más asiduos fue Fidel, que a veces llegaba entrada la madrugada para saber cómo nos encontrábamos, interesarse por la salud de los más veteranos y actualizarse de cómo iban las acciones del lado norteamericano. Decenas de miles de cubanos pasaron para solidarizarse con la causa; muchos firmaron cuadernos que, para la ocasión, fueron puestos en las afueras del improvisado campamento. En las mañanas se hacían devocionales; el resto del día lo ocupábamos en leer o conversar; en las noches, alguna guitarra nos acompañó (uno de los que se sumó al ayuno fue el trovador Vicente Feliú).
Así transcurrieron los días, hasta la madrugada del sábado 21 de agosto, en que el reverendo Raúl Suárez nos convocó para darnos la grata noticia de que los ómnibus podrían pasar la frontera. La alegría fue inmensa. A la mañana siguiente, luego del devocional, regresamos a nuestras casas, a la espera de la llegada de Lucius y sus acompañantes, nuestros hermanos en momentos difíciles. Finalmente arribaron el 24 de agosto en horas de la tarde. Las palabras de Walker se hicieron realidad: “Nos propusieron dejarnos ir, si nos comprometíamos a no llevar el ómnibus a Cuba, pero dijimos que de todos modos lo llevaríamos”.

EL PASADO DEL PRESENTE
No quedaría completo este breve relato, si no hablara de las raíces que dieron alimento a lo sucedido aquel verano de 1993. En primer lugar, creo que fue la capacidad como estadista de Fidel, que vio siempre el potencial progresista del cristianismo. Sus visitas a Chile, Jamaica y Brasil, en las que pudo dialogar con cristianos comprometidos con el Evangelio y con sus pueblos, le llevó a hacer declaraciones audaces para aquellos tiempos. La publicación en 1985 del libro Fidel y la religión, del teólogo brasileño Frei Betto, fue todo un suceso editorial en Cuba y el mundo, porque era la primera vez que un dirigente socialista se enfrascaba en tales reflexiones de manera abierta y desprejuiciada.
No obstante, había algo que todavía no cuajaba: hasta ese momento solamente había sido un diálogo público con líderes cristianos del exterior. Por ello, un grupo de líderes de iglesias cristianas cubanas, a través del entonces Consejo Ecuménico de Cuba, le pidió a Fidel la posibilidad de intercambiar ideas, de dialogar con la dirección política del país. Dicho encuentro tuvo lugar en 1990, e igualmente produjo un viraje en la comprensión, esta vez al interior del país, de la realidad del pueblo cristiano cubano, que en muchos sentidos no era el mismo de los sesenta-setenta.
Finalmente, todo este desarrollo histórico ha sido la base del momento actual en las relaciones Iglesia-Estado en Cuba, en el cual, como ya afirmé, el ayuno en solidaridad con los Pastores por la Paz, jugó un papel medular.
Es reconfortante observar cuánto se ha avanzado. Lamentablemente, todavía falta ver avances sustanciales en la actitud del gobierno norteamericano, que persiste en su interés de rendir por hambre y necesidades al pueblo cubano. Pero, como dijo el reverendo Raúl Suárez aquella memorable noche de 1993, siempre se podrá afirmar: “Triunfó la razón, perdió la intolerancia”.

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