¿Cómo enfrentar al imperio?

Arundathi Roy

Me han pedido que hable sobre cómo enfrentar al imperio. Se trata de un tema muy amplio para el que no tengo respuestas sencillas. Cuando hablamos de enfrentar al imperio es necesario identificar a qué nos referimos con el término “imperio”. ¿Al gobierno de los Estados Unidos (y sus satélites europeos), al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional, a la Organización Mundial del Comercio y a las corporaciones multinacionales? ¿O hablamos de algo más que eso?
El imperio ha sembrado en muchos países otras cabezas subsidiarias, varias secuelas de nacionalismo, fanatismo religioso, fascismo y, por supuesto, terrorismo. Todo esto va de la mano con el proyecto de globalización corporativa. Permítanme explicar lo que quiero decir. India, la democracia más grande del mundo, ocupa en este momento el primer lugar en el proyecto de globalización. Su “mercado” de mil millones de personas ha sido trazado por la Organización Mundial del Comercio. La corporativización y la privatización han sido bien acogidas por el gobierno y la élite de este país.
No es una coincidencia que el Primer Ministro, el Ministro del Interior, el Ministro de “Desinversión”, los hombres que firmaron el trato con Enron en la India, los que están vendiendo la infraestructura del país a las corporaciones multinacionales, los que quieren privatizar el agua, la electricidad, el petróleo, el carbón, el acero, la salud, la educación y las telecomunicaciones, todos sean miembros o admiradores de la RSS.1 La RSS es un ala derechista, un gremio indio ultranacionalista que se ha mostrado abiertamente admirador de Hitler y de sus métodos.
El desmantelamiento de la democracia va avanzando con la velocidad y la eficiencia del programa de ajuste estructural. Mientras el proyecto de globalización corporativa arranca vidas humanas en la India, la privatización masiva y las “reformas” laborales están obligando a la gente a salir de su tierra y de sus trabajos. Cientos de agricultores empobrecidos se están suicidando con el consumo del pesticida y desde todos los lugares del país llegan reportes de muertes por hambre.
Mientras la élite viaja a su destino imaginario en algún lugar cerca de la cima del mundo, los desposeídos descienden en espiral hacia el crimen y el caos. Si nos guiamos por la historia, este clima de frustración y desencanto nacional es el caldo de cultivo perfecto para el fascismo.
Los dos brazos del gobierno indio han desempeñado un impecable papel en la acción tenaza. Mientras uno de ellos se ocupa de rematar al país en grandes porciones, el otro, para desviar la atención, está dirigiendo un melancólico coro de ladridos de nacionalismo indio y de fascismo religioso al dedicarse a dirigir pruebas nucleares, rescribir libros de historia, quemar iglesias y demoler mezquitas. La censura, la vigilancia, la suspensión de las libertades civiles y de los derechos humanos, la definición de quién es ciudadano indio y quién no, particularmente en relación con las minorías religiosas, se está volviendo cada vez una práctica más común.
En el último mes de marzo, en el estado de Gujerate, dos mil musulmanes fueron brutalmente asesinados en una masacre patrocinada por el Estado. Las mujeres musulmanas han sido el blanco central de dicha masacre, fueron despojadas de sus ropas y víctimas de violaciones múltiples, antes de ser quemadas vivas. Los incendiarios quemaron y saquearon tiendas, casas, fábricas de textiles y mezquitas. Más de ciento cincuenta mil musulmanes han tenido que salir de sus casas y la base económica de la comunidad musulmana ha sido devastada. Mientras Gujerate ardía, el Primer Ministro del país estaba en MTV promoviendo sus nuevos poemas. En enero de este año, el gobierno que dirigió la matanza fue reelegido con una cómoda ventaja en las elecciones. Además, nadie ha sido castigado por genocidio y Narendra Modi, arquitecto de la masacre y orgulloso miembro de la RSS, se ha embarcado en su segundo mandato como Ministro en Jefe de Gujerate. Si él fuera Saddam Hussein, por supuesto, tal atrocidad habría aparecido en la CNN, pero en vista de que no lo es, y debido a que el mercado indio está abierto a los inversionistas extranjeros, el hecho ni siquiera constituye una molestia capaz de causar vergüenza.
Existen más de cien millones de musulmanes en la India, lo que significa que en nuestra antigua tierra está avanzando una bomba de tiempo. Todo lo que he dicho hasta ahora sirve para demostrar que es un mito que el libre mercado derrumbe las barreras nacionales. El libre mercado no amenaza la soberanía nacional, socava la democracia.
Mientras tanto, se intensifica la desigualdad entre ricos y pobres y la lucha por acaparar recursos. Para llevar a cabo sus “tratos amorosos”, para corporativizar las cosechas que sembramos, el agua que bebemos, el aire que respiramos y los sueños que soñamos, la globalización corporativa necesita contar, en los países más pobres, con una confederación internacional de gobiernos autoritarios, ilícitos y corruptos, que se dediquen a implementar reformas impopulares y a reprimir a los sublevados. La globalización corporativa, o imperialismo si lo llamamos por su nombre real, requiere una prensa que actúe como si tuviera libertad de expresión y cortes que funcionen como si administraran justicia. Entre tanto, los países del norte fortalecen sus fronteras y reservas (como hacen con las armas de destrucción masiva). Después de todo, deben asegurarse de que sólo se globalice el dinero, los bienes, las patentes y los servicios, pero no el libre movimiento de gente; tampoco el respeto por los derechos humanos ni los tratados internacionales que regulan la discriminación racial y las armas químicas y nucleares, ni aquellos acuerdos que reglamentan las emisiones de gas causantes del efecto invernadero y del cambio del clima y, por supuesto, deben asegurarse de que –¡ni Dios lo quiera!– se globalice la justicia.
Así que todo esto es imperio. Esta confederación ilícita, esta obscena acumulación de poder, esta distancia cada vez mucho más grande entre aquellos que toman las decisiones y aquellos que son víctimas de las mismas. Nuestra lucha, nuestro objetivo, nuestra visión de Otro Mundo debe encaminarse a eliminar esa distancia.
Entonces, ¿qué debemos hacer para resistir al imperio?
La buena noticia es que no todo lo hemos hecho mal, ha habido victorias importantes. Aquí en la América Latina ustedes han logrado muchas: en Bolivia tenemos a Cochabamba, en Perú hubo una sublevación en Arequipa, en Venezuela el presidente Hugo Chávez sigue manteniéndose a pesar de los mejores esfuerzos de las autoridades norteamericanas, y los argentinos, quienes hoy en día se dedican a rehacer un país de las cenizas que dejaron los estragos del FMI, tienen los ojos del mundo puestos en ellos.
En la India el movimiento contra la globalización corporativa está tomando impulso y se ha convertido en la única fuerza real y política para combatir el fanatismo religioso. En cuanto a los relucientes embajadores de la globalización corporativa (Enron, Bechtel, World Com, Arthur Anderson), preguntémonos: ¿dónde estaban el año pasado y dónde están ahora? Y por supuesto, aquí en Brasil debemos preguntarnos… ¿quién era el Presidente el año pasado y quién lo es ahora? No obstante, muchos de nosotros tenemos oscuros momentos de desesperación y desesperanza porque estamos conscientes de que, bajo el abrigo cada vez más amplio de la guerra contra el terrorismo, los hombres de traje no paran de trabajar.
Sabemos que mientras llueven bombas sobre nosotros y cruzan misiles atravesando los cielos, se están firmando contratos, se están registrando patentes, se están instalando oleoductos, se están expropiando recursos naturales y se está privatizando el agua. Y sabemos que George Bush está planeando ir a la guerra contra Iraq. Si miráramos este conflicto como una confrontación directa y cara a cara entre el imperio y aquellos que nos oponemos a su poder, obviamente tendríamos que decir que estamos perdiendo.
Pero existe otra perspectiva del asunto. Todos nosotros, los que estamos aquí reunidos, cada uno a nuestra manera, hemos declarado un bloqueo al imperio. No hemos podido detener su recorrido, al menos por ahora, pero lo hemos hecho tropezar. Hemos hecho que se quite la máscara, le hemos obligado a mostrarse abiertamente. Ahora aparece frente a nosotros, en el escenario mundial, con toda su brutal y perversa desnudez.
El imperio bien puede ir a la guerra, pero ahora está al descubierto. Es demasiado repugnante para contemplar su propio reflejo, demasiado repugnante incluso para reanimar a su propio pueblo. No pasará mucho tiempo antes de que la mayoría de los estadounidenses se conviertan en nuestros aliados. Hace apenas unos pocos días, en Washington, doscientas cincuenta mil personas marcharon para protestar contra la guerra en Iraq y cada mes la protesta coge más fuerza. Antes del 11 de septiembre de 2001, los Estados Unidos tenían una historia secreta, especialmente para su propia gente, pero ahora los secretos de este país son historia y su historia es de conocimiento público, está en boca de todo el mundo.
Hoy todos sabemos que cada argumento utilizado para intensificar la guerra contra Iraq es una mentira. El más absurdo de todos es que el gobierno de los Estados Unidos tiene un profundo compromiso de llevar la democracia a Iraq. Matar gente para salvarla de la dictadura o de la corrupción ideológica es, por supuesto, un viejo deporte practicado por el gobierno de los Estados Unidos. Ustedes, los latinoamericanos, lo saben mejor que la mayoría de la gente. Nadie duda que Saddam Hussein es un dictador cruel, un asesino (cuyos excesos más grandes fueron apoyados por los gobiernos de los Estados Unidos y Gran Bretaña) y no hay duda de que los iraquíes estarían mejor sin él. Pero ya que el mundo entero estaría mejor sin cierto señor Bush, que de hecho es mucho más peligroso que Saddam Hussein, ¿deberíamos entonces bombardear la Casa Blanca para sacarlo?
Está más que claro que Bush está decidido a ir a la guerra contra Iraq, sin importar los hechos y sin tener en cuenta la opinión pública internacional. Por lo tanto, en su tarea por reclutar aliados, los Estados Unidos están preparados para inventar hechos. La charada con los inspectores de armas es la ofensiva del gobierno de los Estados Unidos, ofendiendo con concesiones a algunos comportamientos retorcidos de la etiqueta internacional. Es como dejar la “puerta del perrito” abierta para que los “aliados” de último momento, o quizás las Naciones Unidas, puedan pasar arrastrándose. Así sea valiéndose de cualquier intento o propósito, la nueva guerra contra Iraq ha comenzado.
Entonces, ¿qué podemos hacer? Podemos afinar nuestra memoria y aprender de nuestra historia. Podemos continuar construyendo una opinión pública que con el tiempo se convierta en un estruendo ensordecedor. Podemos hacer que la guerra en Iraq se convierta en una pecera que permita ver los excesos cometidos por el gobierno de los Estados Unidos. Podemos exhibir a George Bush, a Tony Blair y a sus aliados, como los cobardes asesinos de bebés, envenenadores de agua y bombarderos a distancia que son.
Podemos reinventar la desobediencia civil de un millón de formas diferentes. En otras palabras, podemos crear un millón de maneras de convertirnos en un dolor de cabeza colectivo. Cuando George Bush diga: “si ustedes no están con nosotros, están con los terroristas”, podemos decir “¡No, gracias!”. Podemos hacerle saber que la gente del mundo no necesita elegir entre un “perverso Mickey Mouse” y el Mad Mullahs.
Nuestra estrategia no debería ser solamente enfrentar al imperio, sino también ponerlo en su lugar. Para dejarlo sin oxígeno, para deshonrarlo, para despreciarlo con nuestro arte, nuestra música, nuestra literatura, nuestra terquedad, nuestra alegría, nuestra brillantez, nuestra inclemencia transparente y la habilidad para contar nuestras propias historias. Historias que son diferentes de las de quiene tienen lavado el cerebro. La revolución corporativa colapsará si nos negamos a comprar las ideas que nos venden, su versión de la historia, sus guerras, sus armas, su teoría de lo inevitable.
Recuerden esto: somos muchos y ellos son pocos. Y ellos nos necesitan más de lo que nosotros los necesitamos.

Traducción: Adriana García Cruz.

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Notas

1—RSS. Rashtriya Swayamsewak Sangh (Unión de Voluntarios de la Nación).

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