Desde que era una niña, casi entrando en la adolescencia, comencé a acompañar a mis padres, pastores bautistas procedentes de una denominación bastante antiecuménica, a los espacios que en aquel entonces oía llamar mundo ecuménico. Ahí conocí por primera vez la palabra crisis. Es decir, desde pequeña estoy oyendo decir que el ecumenismo está en crisis. Ahora, a los protagonistas de esa etapa los escucho decir que aquella fue la época de oro del ecumenismo en Cuba.
Por las contradicciones que se dieron en el seno de nuestra denominación, el mundo ecuménico, el entonces Consejo Ecuménico de Cuba (CEC), los movimientos ecuménicos juveniles –en especial el Movimiento Estudiantil Cristiano (MEC) y la Coordinación Obrero Estudiantil Bautista de Cuba (COEBAC)– sustituyeron la vida denominacional en nuestra familia y nuestra iglesia local, la Iglesia Bautista Ebenezer de Marianao (IBEM). Jugué, mientras mis padres estaban reunidos, en los pasillos y el patio de la iglesia metodista de K y 25 –entonces la catedral del ecumenismo cubano– y en los jardines del Seminario Teológico de Matanzas, y compartí amistad con gente metodista, de los Pinos, pentecostales, presbiterianos. Mi hermano, imposibilitado de ir al campamento bautista de Yumurí, se iba, gracias a Carlos y Adolfo Ham, a los campamentos presbiterianos. Mi madre acompañó a un grupo de pastores pentecostales a los Estados Unidos para que pudieran restablecer relaciones con iglesias contrapartes.
De manera que antes de estudiar Historia y Teología ecuménica en el Seminario de Matanzas viví y crecí en la familia ecuménica. Ahí tengo abuelos, tíos, primos hermanos, pero fundamentalmente tengo amigos. Y esa es mi identidad personal y es parte de la identidad de mi familia y de la comunidad a la que pertenezco.
Esto que cuento es un preámbulo, para que sepan quién habla y por qué habla, porque el tema que nos convoca no es el significado del ecumenismo, sino un análisis de la coyuntura del ecumenismo y de la iglesia cubanos, aunque para mí sería más fácil hablar de lo que ha significado para mí el ecumenismo que meterme en camisa de once varas al compartir visiones de cómo se da hoy.
En la década de los noventa, cuando entramos en el llamado período especial –así a secas en el lenguaje popular–, y en tiempos de paz en el oficial (muy contradictorio con nuestro concepto de paz), la situación religiosa se caracterizó por un abrupto crecimiento en la afluencia de personas a las diversas prácticas religiosas. Calzadilla y su grupo de investigaciones1 relacionaron lo que llamaron reavivamiento religioso con las condiciones de crisis social por las que atravesábamos.
Partiendo de un reconocimiento de que el mundo de entonces experimentaba una crisis tanto en lo económico como en el campo social y de la vida espiritual por injusticias, discriminaciones, conflictos étnicos, consumismo desbordado, un materialismo vulgar, y la ilógica destrucción del medio ambiente, Calzadilla afirmaba que se vivía una crisis de racionalidad, de paradigmas y de los valores con que se había construido la modernidad. Por ello, citando a Leonardo Boff y a Fray Betto, hay quienes aseguran que el ser humano de hoy día está necesitado de utopías y que se accede a una vuelta a la religión. Lo cierto es que, como en otras ocasiones, la religión incrementa su importancia y papel en momentos de crisis.
Cuba no escapaba a esta coyuntura universal, y en su caso particular, ella se agravaba por una situación crítica en la economía que afectó a otros campos de la vida social. El período especial, producto de la desintegración del campo socialista y del recrudecimiento de las hostilidades imperialistas hacia Cuba, demandó medidas para la sobrevivencia de los valores del socialismo y de la soberanía nacional que, por un lado, permitieron cierta recuperación que se comenzó a evidenciar a partir de finales de la década de los noventa, pero que, por otro, tuvieron repercusiones negativas para la convivencia social. Para los investigadores cubanos, una derivación de las consecuencias del período especial es un notable reactivamiento religioso comprobable en un conjunto de indicadores cuantitativos y, más aún, cualitativos:
– aumento de la asistencia a ceremonias religiosas cristianas y de otras fes; – incremento del número de bautizos; – altos niveles de solicitud de otras ceremonias (iniciaciones de santería, responsos y otros ritos mortuorios); – aumento de las cifras de participantes en las festividades más concurridas; – mayor utilización de signos religiosos visibles (crucifijos, collares, pulsos, vestimentas) e incremento de las ventas de artículos religiosos y de uso ritual en los alrededores de templos y en el comercio por cuenta propia; – presencia más notable de lo religioso en la música popular, la literatura y la plástica; demanda creciente de textos religiosos (la Biblia y especialmente los relacionados con expresiones religiosas de origen africano).
Las razones que dieron origen a este reavivamiento fueron numerosas: se trató más bien de un conjunto o sistema de factores que operaron en una relación causal. Pero, como reconoce Calzadilla,
…no cabe duda de que insatisfacciones, desorientaciones, sentimientos de desprotección que caracterizan las crisis sociales, potenciaron el recurso religioso como explicación, respaldo, esperanza y búsqueda de protección en lo sobrenatural. Pero más allá de eso, pienso que se da una búsqueda de solidaridad, apoyo, reorientación en lo comunitario, porque la Iglesia y la religión no es sólo búsqueda de respuesta de lo sobrenatural, sino profunda búsqueda de uno mismo y encuentro con el otro. Creo que hubo una crisis del paradigma político, y las iglesias para muchos se constituyeron en espacios de militancia política o sociocultural… hay una búsqueda en la religión de solidaridad, de ideales de vida, de valores morales, de modelos de conducta y esperanzas.
El período especial, con sus vías de salida y el crecimiento de las congregaciones, demandó también un reordenamiento de las instituciones religiosas. De ahí que se produjera al interior de nuestras iglesias:
– un fortalecimiento institucional no sólo de las iglesias, sino de instituciones ecuménicas y eclesiales. Algunas comenzaron a recibir financiamiento para ello; – una extensión de las iglesias históricas en Cuba y la entrada en el juego de nuevos movimientos y tendencias religiosos del propio protestantismo tradicional (Iglesia Evangélica Libre, Liga Evangélica, Iglesia Metodista en Cuba). Existen actualmente seis nuevas denominaciones; – un auge del carismatismo, debido, según los investigadores de la religión, a su incidencia en curaciones con la sanidad divina, sus cantos movidos, el trance, que hacen que su liturgia esté próxima al modo como el común de los creyentes cubanos acostumbra a expresar su religiosidad.
Además de lo anterior, se habló en esa época de crisis del ecumenismo por la marcada tendencia al denominacionalismo. Las iglesias tuvieron que ampliar y reacondicionar sus infraestructuras, se crearon empleos nuevos, se realizaron ampliaciones, remodelaciones y nuevas construcciones. Pero también considero que el CEC, el Seminario Evangélico de Teología (SET) y otros centros surgidos a finales de los ochenta y principios de los noventa consolidaron sus proyectos. Había una gran demanda de formación y de aporte a la sociedad por medio de proyectos de diaconía, aunque también se dieron prácticas asistencialistas con marcada connotación proselitista.
En medio de ese auge de la iglesia cristiana, las denominaciones pentecostales históricas del país crecieron, se fortalecieron, se vincularon al Consejo de Iglesias de Cuba (CIC) y muchas comenzaron a relacionarse con contrapartes de la América del Norte y de la América Latina, lo cual no siempre resultó beneficioso. Por la vía del turismo se acercaron organizaciones y ministerios con muchos recursos económicos, pero con toda una serie de condicionamientos organizacionales y doctrinales, y recursos mediáticos, que reproducían el evangelicalismo norteamericano y globalizaban la cultura de la dominación. La revolución tecnológica del mundo de la informática tiene potencialidades, pero también es una vía de globalización neoliberal en cuyo seno el ámbito religioso se comercializa y constituye un elemento de legitimación y transmisión.
Se desató el controvertido fenómeno de las casas culto, al tiempo que, de otro lado, se realizaron esfuerzos que verdaderamente aportaron recursos y herramientas para la labor pastoral de las iglesias, como el curso de extensión del SET, la labor del CMMLK –en la figura que llamaría misionera de la formación pastoral de Adalys Vázquez, que fortaleció el programa del Curso de Educación Pastoral (CEPAS)–, el trabajo que hizo el CIC con la fundación del Departamento de Desarrollo Sostenible y de Vida y Salud Comunitaria, o como el llevado a cabo por el Centro Cristiano de Servicio y Capacitación Bartolomé Gregorio Lavastida, el Centro de Reflexión y Diálogo de Cárdenas o el Grupo de Reflexión y Solidaridad Monseñor Oscar Arnulfo Romero (OAR), entre otros.
Además, la época estuvo marcada por la experiencia de hermanamientos y relacionamientos con grupos y ministerios internacionales, algunos vinculados a los movimientos de la nueva derecha norteamericana y organizaciones anticomunistas. Hubo literatura producida y literatura importada, y se produjeron intentos fallidos de fundar un seminario pentecostal.
Creo que a partir del año 2000 las iglesias entraron en un período de meseta. Las denominaciones históricas han formado una nueva generación de pastores. Otras iglesias han ordenado pastores con una formación empírica. Un tercer grupo ha potenciado la preparación en cursos breves, emergentes, con misioneros de otras latitudes que han impartido talleres y cursos. Hay cursos a distancia con contenidos fundamentalistas.
Pero ahora estamos en una nueva etapa, tanto en lo social como en la vida eclesial y ecuménica. Vuelvo a citar a Calzadilla, porque, como bien dijera, el reavivamiento trajo consecuencias a corto y a largo plazos a nivel social, pero también al interior de la religión. Y hoy, en el espíritu de Calzadilla, me atrevo a decir que la situación actual de algunos espacios formales ecuménicos es una consecuencia de la manera en que se enfrentó este reavivamiento religioso –en nuestro caso, protestante– de la década de los noventa. Esa manera incluyó:
– no potenciar la formación de líderes ecuménicos; – asumir el ecumenismo en su aspecto institucional, administrativo –para algunos un modus vivendi– y no como un estilo de vida de compromiso y entrega al esfuerzo común de aportar a las iglesias y a una renovación profunda, tal como reclama el apóstol Pablo; – no tratar de manera adecuada la sucesión generacional. Realizar esfuerzos improvisados, sin sistematicidad, en medio de ansias de protagonismo y de resistencia al cambio y a la participación de los jóvenes, y de desorientación por parte de muchos acerca del papel de la iglesia. Hubo una ausencia de diálogo con la realidad y una presencia de jóvenes apáticos y ajenos. Muchas veces, los proyectos no se concebían como contribución al proyecto socialista cubano. Por el desencanto y la saturación de lo tradicionalmente concebido como política, hubo superficialidad, tendencia al consumismo y evidencias de un status quo de clase media y de nuevos ricos.
Necesitamos articularnos, propiciar la participación de los laicos, hacer teología en revolución. Igualmente, es preciso establecer un dialogo con los desafíos actuales, que incluyen la diversidad etárea, de género, de raza y cultural, además del pluralismo religioso. Todo ello pasa por la lectura popular de la Biblia, la administración pastoral participativa, la educación y la teología populares, la espiritualidad.
Entiendo lo ecuménico como preocupación profunda y compromiso con la convivencia planetaria, social, local, comunitaria; la casa es el universo de Dios, la tierra de cada patria, la casa de cada familia, las organizaciones, las interrelaciones. Para los cristianos, unidad con todos para lo que aporte al proyecto del reino, acá y ahora. Como colaboradores con otras y otros y bajo la estela de la misión de Dios, sin pretensiones de dominación, como hijos e hijas de Dios, respondemos a la pregunta ¿donde esta tu hermano? Estamos llamados hoy en Cuba a preocuparnos por el destino de la patria, la soberanía, la participación, la emancipación y la vida plena. Lo que amenace el proyecto, venga de donde venga, de adentro o de afuera, hay que denunciarlo proféticamente en comunidad.
Hay jóvenes y adultos en este mismo momento repensando la experiencia del socialismo a la luz de los cincuenta años de la Revolución. ¿Donde estamos nosotros? ¿Qué jornadas teológicas hacemos para las más jóvenes generaciones? ¿En que estamos, dónde estamos y hacia dónde vamos?
Estamos desafiados a articular acumulados y esfuerzos, a repensar la pastoral y la formación teológica, a contribuir a rencantar el socialismo y la propuesta social. Debemos reforzar el liderazgo ecuménico mediante la formación ecuménica, al tiempo que brindamos apoyo a la formación bíblica, socioteológica y pastoral de nuestras iglesias. Tenemos que apostar a crear sujetos y comunidades críticos.
Estos son tiempos de un dialogo ecuménico y macroecuménico para aportar a la sociedad y al mundo en todos su desafíos. Son tiempos de diakonía.
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Notas:
1 Se refiere a Jorge Ramírez Calzadilla, quien encabezó hasta su fallecimiento el Departamento de Estudios Sociorreligiosos del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) de la Academia de Ciencias de Cuba (N. de los E.).