La única etapa de nuestra nación en la cual el protestantismo compartió un punto común con el ideal del pueblo fue en la que va de 1883 a 1898. Esto lo sabemos, en primer lugar, por el nexo sociológico que hubo entre los fundadores de las primeras congregaciones protestantes en Cuba con las luchas independentistas, por su activa participación en las guerras de 1868 y 1895. En segundo término, durante la etapa siguiente (1902-1958), por la natural conformidad de las juntas misioneras in-tervencionistas con el estado de cosas mantenido por la oligarquía criolla y los “protectores” norteamericanos, así como por el silencio y la desconexión con las clases proletaria y campesina, opuestos activamente a la penuria a la que el sistema los tenía sometidos, vínculo reforzado con la prédica de una salvación vertical e individualista que no tenía nada que ver con el destino de esas clases sociales, en medio de un supuesto orden divino de cosas.
Por lo anterior, el protestantismo que se desarrolló en Cuba fue una opción religiosa más, identificada con la clase media baja, lógicamente alfabetizada: mayormente profesionales, empleados y obreros calificados, exceptuando las iglesias de sanidad, consideradas no históricas desde la perspectiva protestante tradicional. Aquellas trabajaron con las clases más humildes del campo y la marginalidad urbana, espacios no ocupados por el catolicismo. Estas iglesias también tuvieron un comportamiento religioso, porque daban mucha importancia a la conversión y la salvación individual.
De todas maneras, las iglesias protestantes no fueron una voz profética, porque no se guiaron por el principio protestante; de ahí su debilidad sociológica en nuestro contexto.
El principio protestante
De manera muy general, el principio protestante se basa en que su mensaje teológico no es absoluto. Todo es relativo y a la vez universal, porque así es como único deja de ser una mera opción religiosa más, que se agrega a un espectro religioso dado. Por el contrario, de lo que se trata es de que por sus propios principios se convierte en la verdadera relación profética y horizontal que llamamos fe, entre Dios y el ser humano; no en una relación vertical, a la que llamamos religión, una relación entre el “alma” del individuo y Dios.
Vistas así las cosas, el principio protestante nunca puede ser un destierro o alejamiento de la fe de los problemas humanos, ni una renuncia al compromiso profético, ni una renuncia o cesión de sus responsabilidades evangélicas y proféticas a absolutismos seculares, de cualquier signo que sean.
Ejemplo de un accionar profético lo fue el movimiento del Evangelio social en los Estados Unidos a fines del siglo xix, que intentó detener las nefastas consecuencias del capitalismo brutal en su propia cuna, a través de la en-señanza evangélica y la proclamación profética del respeto a la dignidad humana de la clase trabajadora mediante su emancipación de toda opresión, explotación e injusticia.
Lo anterior nunca ha sucedido en el protestantismo cu-bano real en sus más de cien años de existencia desde 1902.
Cuando el protestantismo no responde a sus principios históricos, a escala sociológica se nos presenta como algo fantasmagórico, deviene una ilusión óptica, una figuración vacía desprovista de todo fundamento, pero, en fin, “protestantismo real o histórico”. Hoy, sectores importantes del protestantismo real confunden la renovación litúrgi-ca –que es la expresión cultual del servicio a la humanidad– con la carismanía; la teología, con el conservaduris- mo; el ecumenismo, con el bilateralismo; la crítica, con la hipercrítica repetitiva; la autonomía, con la continuidad de los subsidios externos, etcétera.
De acuerdo con los principios protestantes, en esta coyuntura social del 2005, sería la hora de tener el coraje de gritar también: “¡Abajo el ‘protestantismo real’!” “¡Viva el protestantismo!”
La coyuntura social actual para el protestantismo cubano
Decir que para el protestantismo cubano la coyuntura social actual se caracteriza en lo fundamental por ser socialista, ciertamente, es una verdad de Perogrullo. Lo que quizás sea necesario afirmar es que, universalmente hablando, el socialismo no creó al proletariado, sino que, desde lo teórico, lo descubre y describe en sus aspiraciones y las luchas contra el capitalismo. Y a la inversa: en todo caso, el socialismo es el resultado de las luchas históricas del proletariado contra el capitalismo, por lo que no estaríamos capacitados para entender nuestro contexto social socialista, nuestra coyuntura actual, si no lo interpretamos en relación con el proletariado y sus luchas.
El principio socialista: “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”, no deja de ser una teoría acerca de la redistribución que nos viene del capitalismo bajo la forma de salarios, y que algunos opinan que permanecerá como la forma poscapitalista de redistribución. Pero, en el caso cubano, hay factores y sectores que van más allá de la redistribución socialista, como es el caso de la salud, la educación, la cultura, el deporte, el subsidio social, etc.
Pero quizás lo más significativo para nuestra estructura social sea que la fuerza de trabajo deja de ser concebida como una mercancía más que se vende o se compra, para comportarse como una responsabilidad social y una fuerza transformadora y creativa que crea relaciones y vínculos recíprocos en la búsqueda del bien común. Esta concepción de la fuerza de trabajo con esa finalidad se acerca a una actitud cuasi sacramental ante la vida, porque la defiende, la revitaliza y la celebra.
Responder positivamente a la fe protestante –dimensión horizontal– y sus principios, en medio de nuestra coyuntura social, significa ser voz profética del proletariado, y nunca presentarse como una posibilidad religiosa más de evasión de la realidad social actual. Cuando el protestantismo se presenta como una opción religiosa más de evasión de la realidad social, se presenta como pura religión, por lo demás fracasada. Es el fracaso del protestantismo real o histórico, y abre las puertas al carismatismo, el conservadurismo, la reacción y la contrarrevolución.
Voz profética del protestantismo: la autocrítica
Si la fe cristiana protestante –evangélica y reformada– va a responder positivamente a su contexto social cubano, socialista y coyuntural, tendrá que ser una voz profética. La voz profética, ética y moralmente, debe ser, sobre todo, autocrítica. Nunca será juez, como quien tiene autoridad, potestad y razón para juzgar y sentenciar, porque nadie nos ha designado como tales. Al contrario, estamos comprometidos con la justicia y la lealtad debidas a la dig-nidad del prójimo.
La autocrítica requiere una actitud humilde, que reconozca nuestras propias debilidades y limitaciones, antes que las de los demás. En términos de la fe, ello implica un reconocimiento de las culpas por las cuales hemos faltado a nuestros deberes evangélicos en relación con nuestros prójimos, incluso por inacción y omisión. La confesión de nuestras culpas, el arrepentimiento por haberlas come-tido y la petición de perdón, se imponen. Incluso, no podemos presentar excusas sectarias, atenuando las respon- sabilidades en un mar de denominacionalismos, y decir: “esta culpa es católica, aquella es bautista, la otra es episcopal, la de más allá es metodista”: todos somos culpables de negligencia por el mal testimonio de los cristianos y cristianas en la sociedad. La sociedad no entiende de denominacionalismos.
Está por llegar el día en que las iglesias, antes de pedir espacios en la radio y la televisión para “predicar” el Evangelio y escuelas para enseñar la “moral cristiana”, los solicitemos para pedir perdón a las familias cubanas por la tan horrenda Operación Peter Pan, con la cual el pueblo identifica a las iglesias en general; la discriminación racial en nuestros antiguos colegios; la discriminación de la mu-jer; y la discriminación de la juventud y por haberla relegado al futuro, entre otros motivos. Lo anterior es sin que algunos cristianos esperemos –y no lo decimos para balancear el discurso– que se nos pida perdón por los ca-sos de discriminación y los errores que nos ocasionaron traumas.
Nuestra actitud debe repercutir, al decir de Eusebio Leal, historiador de la Ciudad de La Habana, en la consolidación aún mayor de la “perla más radiante del sentimiento nacional, que es su unidad”.1 Creemos firmemente que somos nosotros los llamados a dar el primer paso, sin esperar que nadie dé públicamente el segundo.
Voz profética del protestantismo: la crítica
El principio protestante, al decir de Paul Tillich, es “un jui-cio sobre la situación humana”, lo que supone una crítica. Pero, una vez resuelto el dilema de la crítica-autocrítica, debemos reconocer la autonomía para la autodeterminación y la independencia de la sociedad socialista cubana actual, no sólo de factores externos, sino también internos, que quisieran retrotraerla a un tiempo pasado. Todo lo contrario, la referencia debe estar en el futuro, hacia el cual la sociedad marcha autónoma e independientemente. Esta autonomía está dada por su capacidad para la independencia, en medio de los riesgos que significa el histórico y bicentenario diferendo con los Estados Unidos.
Después de 1902 y hasta nuestros días, incluso durante la época de la influencia de la teología de la liberación (1970-1991), facilitada por los aires de renovación teológica, que en tiempos de Juan xxiii y Pablo vi soplaron sobre todo el cristianismo occidental, las denominaciones e instituciones protestantes, excepto durante períodos más o menos cortos, han permanecido mayormente conservadoras. Hay, por supuesto, honrosas excepciones de personas ecumenistas, protestantes o no, que han mantenido una trayectoria consecuente, que ha estado en armonía con sus principios en el caso de los protestantes.
Ha habido una falsa tendencia a presentarnos, por ge-neralización, con la engañosa ecuación de protestante es igual a progresista; católico es igual a conservador. La ecuación no es válida, porque en rigor no tenemos jerarquías protestantes, que es donde se da la diferencia. ¡Dios nos libre de jerarquías protestantes! Aunque los protestantes tenemos nuestro récord también.
Pudiera argumentarse que es diferente, porque entre los protestantes las trayectorias socialmente negativas per-tenecen a los individuos y no a las instituciones. Pero ese mismo argumento es válido a la inversa: las trayectorias socialmente positivas pertenecen a los individuos, y no a las instituciones.
Pero ¿qué nos cabe criticar o juzgar? ¿Cuáles son las reglas o principios rectores para la crítica? ¿Qué acciones o conductas debemos censurar? ¿Cómo debemos sustentar la crítica? Estas interrogantes permanecen para que las respondamos comunitariamente (ecuménicamente). No te-nemos gurús (del sánscrito, “maestro” o “guía” espiritual) con la autoridad intelectual para responderlas de modo in-dividual.
El síndrome puritano de considerarse superior, por en-cima de la sociedad, o de concebir la fe y las prácticas re-ligiosas como normativas de la sociedad, no es una ventaja para entender una coyuntura social y su crítica, sino un impedimento. Asimismo, el individualismo protestante, manifiesto en supuestos méritos personales de condigno o de congruo,2 que le hacen merecedor del premio de la salvación, también representa otro impedimento.
El individualismo es la peor cara del puritanismo, porque pone la relación de las personas con Dios en una di-mensión vertical (religiosa) y totalmente separada del resto de la comunidad. En ella, la salvación se obtiene por los méritos individuales en una relación del alma con Dios, por la conversión interior (pietismo) que no atraviesa la relación con el prójimo. Desde esa perspectiva, se puede tener una idea clara de la incapacidad para la autocrítica y, por supuesto, para la crítica.
Mentira vs. verdad. La guerra del método o el método de la guerra
Ser culto es el único modo de ser libre. 3
… y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres..4
Vivimos en una comunidad internacional globalizada por las comunicaciones y la información, y, al mismo tiempo, por la incomunicación y la desinformación. Las comunicaciones hoy tienen ese doble poder macabro: comunicar-incomunicar e informar-desinformar. Hay quienes están convencidos de que están comunicados, cuando realmente están incomunicados; y de que están informados, cuando realmente están desinformados.
Hoy los Estados imperialistas, para poder comenzar un conflicto bélico en el exterior, tienen que ganar antes la guerra mediática dentro de sus sociedades a fin de conseguir apoyo interno, presupuestos, relajamiento de la moral para poder reclutar soldados; para lograr disfunciones sociales en las familias, la Iglesia, las instituciones educacionales, etc. Las guerras no comienzan con bombas, sino con mentiras. La guerra de la mentira no deja de ser tan real como la guerra con bombas. A veces la mentira procede mediante la modalidad del silencio, que mata tantas personas como las bombas.
Por lo anterior, en el mundo político imperialista actual se desarrolla profusamente la “anticultura de la mentira” como doctrina de Estado: “sé lo que es verdad, pero digo la mentira para obtener los resultados que se esperan”. Es la personalización de la anticultura, porque la cultura nunca puede ser mentirosa, aunque haya mentirosos que se crean cultos, pero realmente no lo son, porque si lo fueran serían libres, y un ser humano libre no puede ser mentiroso.
Pienso que John Edward Reid, criminólogo norteamericano, inventor del polígrafo o detector de mentiras en 1945, hoy tendría que inventar el detector de verdades. Lo que es emocionante hoy es decir la verdad. Si George W. Bush y Tony Blair le dijeran una verdad al detector de mentiras, lo confundirían.
Nuestra coyuntura está enfrentada a la mentira fascista, que nos trata de convencer de que su líder es una verdadera divinidad llamada a gobernar el mundo. Por eso, la filosofía de la propaganda imperialista se presenta a tra-vés de una “teleología” singular, grosera, inculta y burda, porque se explica los fines a conseguir no mediante respuestas a interrogantes concretas por el desarrollo de todas las potencialidades de la propia naturaleza, como las planteara Aristóteles, sino orientándose hacia los fines últimos a conseguir de manera pragmática, sin importar los medios, entre los cuales la mentira es un fuerte componente,5 porque sirve a sus fines y se expresa como verdad pragmática todo lo que le sea útil y adecuado a sus fines. No es que estemos ante un problema semántico o ante la paradoja del mentiroso, por la cual debamos replantear las nociones de verdad y falsedad. De ninguna manera. Objetivamente, la verdad depende de la teoría sobre la verdad que tenemos; es decir, que el lenguaje coincida coherentemente con la realidad ética objetiva.
Volviendo a la idea anterior, a veces nosotros mismos hemos dicho que el imperio hace un uso abusivo del lenguaje “teológico”, cuando, en realidad, lo que utiliza es un lenguaje “teleológico”, desde las seudoposiciones religiosas que adopta. Ese error nuestro constituye una inexactitud que rebaja la función de la teología y es un demérito para la tarea del teólogo. Si decimos que W. Bush es “un teólogo”, estamos haciendo una de dos cosas: o estamos ensalzando a George W. Bush o estamos rebajando a los teólogos.
De cualquier modo, la mentira se ha convertido en un método de la guerra o la guerra del método. Ante esa realidad, tenemos la responsabilidad de expresarnos con toda veracidad.
Los desafíos de la coyuntura
Finalmente, y de manera sintética, por razones de espacio, enumeraré los desafíos a los que se enfrenta la co-munidad protestante cubana en la presente coyuntura:
1. Restablecer el nexo con las aspiraciones de libertad e independencia del pueblo cubano.
2. Para responder al desafío anterior, construir iglesias autónomas e independientes.
3. Potenciar, como protestantes, la sociedad socialista como la sociedad del siglo xxi.
4. Responder a los desafíos de manera comunitaria, es decir, ecuménicamente.
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Notas
1—Eusebio Leal, Discurso pronunciado en la apertura de la exposición fotográfica Inolvidable Amigo, en homenaje a Juan Pablo II, en el Memorial José Martí, Plaza de la Revolución, 8 de abril del 2005.
2—Mérito de condigno: merecimiento de las buenas obras ejercitadas por quien está en gracia de Dios. Mérito de congruo: merecimiento de las buenas obras ejercitadas por quien está en pecado mor- tal. Diccionario de la Real Academia Española.
3—José Martí, Obras completas, t. 8. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 148.
4—San Juan 8, 32: Reina-Valera 1995. Edición de Estudio: Sociedades Bíblicas Unidas, 1998.
5—“Doctrina de las causas finales”. Ver Diccionario de filosofía Herde, Editorial Herder S.A., Barcelona. 1996.