Me satisface mucho hacer hoy, después de dieciséis años, un elogio a El Vodú en Cuba. Eran los meses finales de 1992 y me desempeñaba al frente del Departamento de Investigaciones Socioculturales de la Dirección Provincial de Cultura. Por encargo del Centro de Investigaciones de la Cultura Cubana Juan Marinello, debíamos enviar apresuradamente a La Habana los resultados científicos más relevantes obtenidos en el sector cultural durante ese año.
Ya por aquel entonces tenía relaciones de trabajo con la Casa del Caribe y participaba en sus actividades. Recuerdo que había estado en dos ceremonias de vodú, una oficiada por los houganes y hermanos Pablo y Tato Milanés y otra por el hougán Nicolás Casal, ya fallecido, y que, misterios mediante, cumplirá ciento tres años el día 13, como Joel.
En algún cajón en los que guardo papeles y libros conservo para la historia de esta Casa el manuscrito que redacté para la fundamentación del resultado, y como ya se había publicado el libro, adjunté un ejemplar, con la ayuda de Alarcón y de Millet. Entonces sucedía como ahora: uno manda cosas como esas para la capital, y como va del interior, infiere que las van a engavetar, o que sencillamente otro resultado cualquiera será premiado, porque el de provincia no llegó con los requisitos exigidos.
Estaba equivocado. Un día recibí una llamada por encargo de Pablo Pacheco, entonces director del Marinello, para notificarme que El Vodú en Cuba había sido premiado. Es bueno aclarar que este resultado se premió en 1992, aunque el certificado que lo acredita se emitió unos meses después, ya en 1993. Yo creo que Joel tuvo en cuenta eso cuando me propuso, un tiempo después, trabajar en la Casa del Caribe.
Poco más de media cuartilla conseguí escribir entonces para esa fundamentación, y como es de suponer, no contaban ni mi ignorancia sobre el tema ni lo apresurado de su redacción. Pero quedó el resultado en forma de publicación.
El vodú en Cuba era, en el momento de su primera publicación en 1992 por el Centro Dominicano de Estudios de la Educación, una revelación de las ciencias sociales cubanas y los estudios sobre la cultura caribeña. Hasta entonces, ninguna otra publicación de la Casa del Caribe había alcanzado tanta relevancia. Son varias las razones, algunas vigentes aún.
Sobre el tema sólo existían las vagas referencias reunidas en la obra de Fernando Ortiz y un artículo del investigador Alberto Pedro. La Revista del Caribe publicó en sus números iniciales los resultados del trabajo de campo de un grupo de compañeros que se había enrolado en esta aventura antropológica, y que luego servirían de cuerpo y materia prima para el libro. Aun cuando no figuran como autores, aquí hay que resaltar dos nombres imprescindibles: Julio Corbea Calzado y Manuel Santana.
Tras aquella edición que se hiciera con el concurso del querido hermano dominicano Alfredo Pierre y de su coterráneo, el antropólogo Dagoberto Tejeda, el resultado ha sido editado en dos ocasiones por la Editorial Oriente. Primero este libro, y después el de los investigadores Manuel Ruiz Vila y Rafael Brea,1 son ejemplos no superados de la escuela de investigación antropológica que quiso Joel.
Este libro se cuestionó desde sus mismos inicios. Se calificó apresuradamente de positivista y simplista, y se le adjudicaron no pocos calificativos más por los “cientificistas” de entonces. Todavía hoy hay quienes lo descalifican. Ninguna obra humana es perfecta, y los resultados en las investigaciones sociales tienen márgenes de error metodológico reconocidos.
Aquel equipo de expertos que decidió premiar este resultado en 1992, y los autores impulsados por Joel, tuvieron la lucidez suficiente para distinguir que se trataba de información esencialmente nueva sobre un aspecto de la realidad, que ofrecía datos primarios, quiero decir, sin la siempre contaminante apreciación del científico social.
Hay otros detalles importantes. Apenas la investigación comenzó, en otras zonas de Oriente como Las Tunas, Holguín, Guantánamo y Ciego de Avila comenzaron a formarse equipos de compañeros especialistas, investigadores y promotores culturales interesados de múltiples maneras en el tema.
Con este resultado empezó a cambiar verdaderamente la visión sobre la presencia haitiana en Cuba. El vodú y sus portadores entablaron desde ese momento, con un recurso de la ciencia bien empleado socialmente, un diálogo con el resto de la cultura nacional. Sacar este asunto de la Sierra Maestra y de los llanos de Las Tunas, Holguín, Camagüey y Ciego de Avila, y ponerlo a consideración de las ciencias sociales, de las investigaciones sobre la cultura cubana, llevarlo a las universidades, a las galerías de arte, a los medios audiovisuales y los departamentos de asuntos religiosos del Partido, fueron los primeros efectos de esta pesquisa que comenzó casi al tiempo que se fundaba esta institución.
Un resultado de investigación de cualquier aspecto de la sociedad se puede considerar válido no sólo cuando ofrece información novedosa sobre el objeto investigado, sino también cuando abre el camino y provoca nuevas interrogantes. Ese es otro logro importante del trabajo, que el equipo de hoy, con el auxilio de este resultado, tiene por delante. El vodú en Cuba dejó para la Casa y para los estudios sobre la cultura cubana un reto: el de condensar en un volumen más ambicioso los aportes de la presencia haitiana en la cultura cubana con la información suficiente para medir su aún no bien reconocido papel en los procesos reconformadores de la cultura nacional.
Merece igual atención destacar la inmensa cantidad de información de primera mano que arrojó este estudio, desde la contenida en el documental Huellas, del realizador Roberto Román, hasta el archivo fotográfico y fonográfico que corre peligro de deteriorarse. El resultado en sí mismo no es sólo lo publicado en el libro, sino todo lo que sirvió de fondo para los análisis y la selección: una nada despreciable cantidad de testimonios que quedaron registrados para la historia de la cultura cubana y caribeña.
En esta hora de elogios no se pueden olvidar las muestras de confianza y las contribuciones de los portadores, muchos ya fallecidos, y otros que durante este tiempo siguieron brindando su desinteresada colaboración.
Ya hacia los finales veo con claridad otras aportaciones: la caracterización del vodú practicado en Cuba, las comparaciones con el de Haití y el de la República Dominicana y su definición como variante “ogunista” a partir del predominio de las familias de loas con estas características, la clasificación de los loas del vodú cubano por familias y su distribución por la geografía de la mitad oriental del país, una referencia bibliográfica sobre este tema que no existía y un vocabulario de términos sin el que no era posible comprender muchas cuestiones.
Algunos críticos mal intencionados todavía dicen que este libro fue escrito por Joel, lo que muestra que ni conocen el texto, ni el tema ni mucho menos a los autores. Joel estudió a fondo los mecanismos de intercambio entre haitianos y cubanos. Hay un capítulo en el libro consagrado a este necesario punto de partida, pero no habría habido avances en el proceso investigativo si Millet no hubiera perfeccionado su creole y mucho menos si Alexis Alarcón no hubiera puesto sus valiosas experiencias personales al servicio de un propósito tan noble y enriquecedor de nuestro patrimonio cultural. Los tres autores hicieron un equipo y se complementaron muy bien. Ahora Joel no está y Millet anda por Venezuela con otras interrogantes; Alarcón, sin ambiciones espurias y sin posturas de científico, continua siendo el especialista que más conoce sobre el vodú en Cuba.
Muchas gracias.
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Notas:
1—Barrio, comparsa y carnaval santiaguero, Editora de la UASD, 1997.
José Millet dice:
La autoría de El libro Barrio, comparsa y carnaval santiaguero…que se menciona en estas palabras de Vergés en reconocimiento a nuestro libro El vodú en Cuba, no es de Vila y Rafael Brea, sino mía también que no sòlo hice la investigaciòn de campo con Brea y Vila en el barrio Los Hoyos de Santiago de Cuba, sino que lo redacté junto con los mencionados dos entrañables compañeros de trabajo de la Casa del Caribe, institución de la cual es un orgullo manifestar donde quiera que uno se encuentro que fue uno de sus fundadores…creo que del equipo inicial quedamos sólo tres personas: José Fernàndez Pequeño, que vive en R. Dominicna, mi persona y Radamès de Los Reyes, que creo vive en Santiago de Cuba. Por favor, rectifiquen este error imperdonable. El editor de la edición original de ambos libros hecha en R. Dominicana fui yo, por la parte cubana, aunque Avelino Stanley lo fue y muy eficientemente por lo que concierne a Santo Domingo, segùn pueden testimoniarlo él y Alfredo Pierre.Me reservo mi papel en lo relatado por Vergés en cuanto a la introducción del original de El vodù en Cuba para que fuese evaluado por el Centro de la cultura nacional Juan Marinello del Ministerio de Cultura de Cuba como el resultado científico más relevante del año 1992. Los historiadores que se encarguen de averiguar quién fue el artífice de esa introducción. Gracias Vergés por tus palabras de reconocimiento a nuestra labor como investigadores. Faltan cosas por decir que ya yo he escrito, aunque no he publicado y lo haré más adelante.En la historia de los estudios etno-sociológicos hechos en la patria de Martí hay un antes y un después de la labor del equipo de estudios de las religiones que dirigí en la Casa del Caribe hasta venirme a residenciarme en Venezuela en el año 2005 y ese punto de quiebre lo marca El vodú en Cuba, sin dudas de ningún tipo.