El recuerdo del Padre Sardiñas

Jesús Montané Oropesa

Compañeras y compañeros:

Del 6 de mayo de 1917 al 21 de diciembre de 1964, cuarentisiete años, transcurre la vida de Guillermo Isaías Sardiñas Menéndez, hombre sencillo, noble, bondadoso, cristiano y revolucionario al que hoy evocamos aquí con admiración y cariño. Unico sacerdote católico que llegó a ser oficial del Ejército Rebelde durante la guerra de la Sierra Maestra, y a quien a propuesta de nuestro inolvidable Camilo Cienfuegos se le otorgó en la aurora de la Revolución triunfante el grado de comandante, máximo rango militar de entonces.
Hijo de familia de modestos recursos materiales, a los doce años encauza su vocación religiosa hacia la carrera eclesiástica e ingresa en el Seminario Conciliar de San Carlos y San Ambrosio de La Habana. Allí estaría desde 1929 hasta 1933, y allí despertaría a las inquietudes políticas. Es justamente el período del desembozamiento despiadado de la dictadura machadista y del derrocamiento del tirano. Dos veces registrarían los esbirros policíacos el edificio del Seminario para desalojar a los estudiantes impregnados de la influencia práctico-ideológica de aquel “que nos enseñara a pensar”, el presbítero patriota Félix Varela.
Fue en el Seminario San Basilio el Magno, en la antigua provincia de Oriente, donde a los 19 años culminó sus estudios, y donde recibe la prima clerical tonsure, que oficializa el inicio de su condición sacerdotal, en la Iglesia Catedral de Santiago de Cuba.
Cinco años dedica a cursar la licenciatura en Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana de Roma, y a su regreso de Italia en 1941, cuando ha estallado la Segunda Guerra Mundial, es ordenado presbítero en la Catedral de Cienfuegos y designado cura ecónomo de la iglesia parroquial de Corralillo, en Las Villas.
De Corralillo a Palmira, a Vueltas, a El Jíbaro en la Sierra del Escambray, comunidades todas humildes a través de las cuales se da su inserción entre las clases más pobres, lo que le permite ejercer su bondad innata, su amor por el prójimo desvalido y, al mismo tiempo, aprehender, viviéndolo, cuán humano e injusto es el sistema socio-económico prevaleciente en la entonces república del bochorno.
Es la etapa fortalecedora de sus convicciones cristianas y revolucionarias. Desde el primer momento sus parroquianos van integrando una imagen muy peculiar de este hombre físicamente delgado, de apariencia frágil, modesto, algo tímido, desinteresado, que no cobra los servicios a las gentes pobres, que incluso paga el alquiler de las viviendas misérrimas de algunas familias abocadas al desahucio y sostiene económicamente la educación de algún que otro niño. Pero, en humano contraste, es apasionado y enérgico en sus criterios, de gran valentía personal, capaz de abofetear a un politiquero insolente y de retar con los puños a un interlocutor en discusión acalorada. Es un fuerte crítico del fariseísmo de algunos ricos que se dicen cristianos y explotan inmisericordemente a los pobres. Luchador tenaz contra la discriminación racial y de la mujer. Y nada sectario; nada le impide visitar en sus hogares a honestos trabajadores marxistas que gozan de su amistad.
Nada común este franco cura pueblerino. Sin sirviente ni cocinero, se le ve día a día comer en las fondas más baratas de los pueblos, y jugar dominó o cubilete en lugares públicos donde se bebe, sin temer a las críticas de algunas beatas.
Constante animador de proyectos sociales, culturales y deportivos en las comunidades por las que transita su magisterio, es severo fiscal que condena las numerosas lacras que laceraban aquella sociedad. No es extraño que el padre Sardiñas acepte de sus feligreses la propuesta de candidatura para alcalde y para representante a la Cámara durante su tránsito presbiterial por Palmira. Ni puede extrañar el veto a tales aspiraciones por parte del aristocrático Obispo de Cienfuegos, su jerarquía inmediata superior. Ni el coraje de este humilde cura al enfrentarse a esta misma instancia clerical cuando encabeza un movimiento de protesta de jóvenes sacerdotes cubanos contra el arbitrario manejo del escalafón de promociones parroquiales en la jurisdicción de ese obispado.
Insumiso ante la falta de equidad, apeló al palio cardenalicio. Vino a La Habana y aquí se mantuvo en espera de una solución justa. De esa manera, es nombrado párroco de Quivicán, desde donde atendía también la iglesia de Alquízar. Y matricula la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana, de la que cursará los tres primeros años. Luego es designado nuevo presbítero de Nueva Gerona y llega a la pequeña Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, el 27 de febrero de 1954.
No tuvo relación directa con los moncadistas que estábamos presos en el Reclusorio Nacional, ya que los servicios católicos en el penal eran atendidos por una misión de sacerdotes que iban los fines de semana. Sin embargo, supimos que se interesaba por nosotros con nuestros familiares que acudían a su parroquia.
El 15 de mayo de 1955 fuimos excarcelados. A partir de ese momento, comienza a estructurarse el Movimiento Revolucionario 26 de Julio en todo el país. Con amigos que nos habían prestado ayuda durante el tiempo de prisión y familiares nuestros allá se organizó la primera célula del 26 en Nueva Gerona, bajo la dirección de Magaly Montané Oropesa, nombrada su coordinadora.
Lo que al principio había sido una natural aproximación nacida de similares sentimientos de rechazo a la tiranía batistiana y a las diferentes injusticias sociales, se fue transformando en acercamiento político, primero y, después del desembarco del Granma, en plena identificación con la idea capital de Fidel de que la insurrección armada popular era la vía adecuada para el derrocamiento de aquel régimen de oprobio y la edificación posterior de una sociedad más justa y, por tanto, esencialmente cristiana. Aquí radica la clave del pensamiento y acción de este hombre ejemplar durante los últimos años de su existencia. Como cristiano verdadero no tuvo que abjurar de sus principios religiosos para abrazar a la Revolución. Resolvió en magistral síntesis el derrotero de su vida. No dejó de ser cura por ser revolucionario, ni dejó de ser revolucionario, por ser cura, como justamente se ha señalado. Precisamente, ser legítimo cristiano lo llevó a ser legítimo revolucionario. En la huella de José Martí, Apóstol de la Independencia de Cuba, siempre había echado su suerte defendiendo a los de abajo, a los desposeídos de la tierra, encrucijada en la que hallan su plena identidad cristianismo y revolución.
De alguna manera, Sardiñas transmitía estos sentimientos a sus feligreses desde el púlpito, y más aún, en su conducta pública y en las conversaciones privadas con los compañeros de la dirección local del Movimiento, en especial con Melba Hernández, miembro de la Dirección Nacional del M-26-7 en ese entonces, y con otros compañeros que no tardaron en contarlo entre sus filas.
Cooperó económicamente y se ofreció sin condición alguna para otras tareas clandestinas. Pero él consideraba que todo eso era insuficiente. De manera que tomó una decisión trascendental para su vida y se la expuso a nuestros compañeros. El mismo ha dejado el testimonio: “Les dije que cinco, diez o veinte pesos que les diera no iban a resolver nada. Mi ánimo como cubano, palpando el ambiente de pueblo, me indicaba que yo debía ir a la Sierra Maestra, y me ofrecí porque sabía que no sólo eran cubanos necesitados de ayuda espiritual, sino porque yo me comprendía parte del pueblo”.
Aprobado ese propósito por Fidel, el padre Sardiñas rebosa de alegría. Estando todavía en Nueva Gerona, de inmediato insiste en tener su uniforme de rebelde. Y con el alborozo de un adolescente –no obstante su condición sacerdotal y sus ya cuarenta años de edad– en más de una ocasión recibió en la sacristía a sus más íntimos compañeros del Movimiento con la ropa verde olivo puesta.
Por los secretos canales de la clandestinidad se unió al incipiente ejército revolucionario en Palma Mocha, Sierra Maestra, el 8 de julio de 1957. Todo un símbolo, con él cubre el trayecto final de subida el primer médico del llano que se une a la guerrilla, Julio Martínez Páez. Ambos son recibidos por Fidel.
Más allá del preciosismo anecdótico del dato, me gusta subrayar la fecha del arribo porque implica el enaltecimiento del coraje personal y la confianza en las ideas y la capacidad de dirección de Fidel, que alientan estos hombres que se incorporan a un pequeño contingente de combatientes cuya suerte se desconocía en aquel instante. A ocho meses de iniciada la guerra, cuando muchos clasificaban como una locura aquella gesta y la consideraban una aventura condenada al fracaso, estos hombres se internan en las montañas a correr esa misma suerte.
No es difícil imaginar cómo transcurrió su vida de campaña en el Ejército Rebelde. Cuánto sufrimiento en alguien de tan pocas condiciones físicas para una existencia precaria en tan inhóspitos parajes, sumado a las privaciones y a las permanentes marchas y contramarchas a que obliga la guerra de guerrillas. Pero, simultáneamente, cuánta satisfacción espiritual por el ejercicio infatigable de su sacerdocio en tales condiciones; y cuánto orgullo patriótico por su participación de primera línea en la epopeya liberadora nacional. Todos los que lo conocieron entonces lo recuerdan con respeto y agradecimiento.
No es necesario hoy extendernos en los detalles del impacto que su incorporación a las fuerzas rebeldes provocó en la opinión pública cubana e internacional, ni el seguimiento en las profundas huellas de su prédica en la empobrecida población campesina y en los creyentes de las propias filas revolucionarias durante los últimos dieciocho meses de la guerra. Sí queremos, por último, retener para siempre su presencia en la Revolución triunfante.
Las primeras medidas de justicia revolucionaria después del 1ro. de enero de 1959 concitaron contra nuestra revolución la más irracional campaña por parte del imperialismo yanqui, que fue mucho más feroz en la misma medida que se hizo saber que Cuba, por primera vez en la historia, era ya una nación verdaderamente independiente, dispuesta a ejercer a plenitud su soberanía.
Las siguientes medidas, todas de carácter popular, antidiscriminatorias, de reafirmación nacional y de liberación del pueblo trabajador y de los hombres del campo, atrajeron el apoyo de las clases hasta entonces desposeídas, pero despertaron el odio de la oligarquía y las clases explotadoras.
¿De cuál lado habría de estar este hombre cristiano y revolucionario?
Baste decir que hasta su último día ejerció humildemente su ministerio sacerdotal y lució con orgullo patriótico su uniforme de comandante del Ejército Rebelde.
Sin saberlo –y de saberlo sin que le importara una gloria terrenal que nunca ambicionó–, nuestro sencillo hombre es, históricamente, precursor de una poderosa corriente social-humanista que en la América Latina es conocida hoy por sus seguidores como Teología de la Liberación.
Esta es, a grandes rasgos y en sumarísima síntesis, la semblanza del hombre bueno que evocamos, al cumplirse un aniversario más de su fallecimiento.
No pretendo que estas palabras constituyan el mejor homenaje a su memoria aunque estén guiadas por el fervor del afecto. El mejor tributo que puede hacerse a Guillermo Sardiñas es la obra creadora y liberadora de la Revolución por más de tres décadas y la permanente e inclaudicable disposición a la lucha por el decoro, la dignidad, la libertad, la felicidad, la defensa de la patria y el socialismo a las que él dedicó su vida, banderas sostenidas en alto por quienes fuimos sus compañeros y hechas suyas por nuestro pueblo y otros muchos pueblos del mundo.
Sólo así nos hacemos acreedores a su ejemplo.

Muchas gracias.

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**—Palabras pronunicadas ante la tumba del padre Guillermo Sardiñas en ocasión del trigésimoprimer aniversario de su fallecimiento.

Un comentario en «El recuerdo del Padre Sardiñas»

  • Un nino de la isla dice:

    Despues de servir en una mis de muerto. Este cura me llevo a la sacristia, y alli abuso de mi. El se desnudo y me pidio que lo tocara. De nervios me fui corriendo de la sacristia, la iglesia, y la isla. Nunca regrese.

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