Ernesto Guevara, el joven y el humanismo

Lázaro Bacallao

Hablar del humanismo en la juventud de Ernesto Guevara de la Serna supone un doble desafío. El primero es de carácter general: la palabra humanismo pudiera parecer inconmensurable para ligarla a una etapa de la vida que suele asociarse a la inconstancia, la irreverencia y la rebeldía sin causa trascendente. El segundo es específico: se trata de un joven que, con el tiempo, será definido como “el hombre más completo de su tiempo”.1 Ello resulta circunstancia difícil de obviar, y una tentación que no debe pasar inadvertida, para evitar lecturas apresuradas o apologéticas de los hechos.
Lo cierto es que en el tiempo juvenil de Ernesto se encuentran signos que, en el proceso de su formación teórica y práctica de ese período, apuntan al humanismo central de su pensamiento y acción revolucionaria posteriores. La indagación de tales antecedentes es ejercicio que permite una mejor comprensión del camino ascendente que seguirá el joven viajero lleno de aspiraciones y ensueños, hasta el revolucionario auténtico, actor y pensador del proyecto socialista de liberación humana. Se trata de seguir la evolución de unas ideas y actitudes que, al encontrar sus circunstancias, crecerán; entre otras razones, porque está en la voluntad de este hombre que crezcan y porque busca esas circunstancias, e incluso será actor de hechos que gestan nuevos acontecimientos propicios para esa transformación propia y, a la vez, social.
La preocupación primera por lo humano, en su sentido más profundo, llegará en Ernesto a través de los libros. Un Indice de lecturas2 de su adolescencia y juventud nos revela a un lector voraz –aventuras, literatura universal, poesía, historia, ciencias–, pero también un particular interés por ciertos temas que encauzan el intento por comprender al ser humano, desde su evolución biológica –como la paleontología–, hasta las esencialidades inherentes a su condición, con la filosofía en el centro de tales indagaciones.
Esa específica atención a la filosofía encuentra expresión en la elaboración, iniciada a los diecisiete años, de unos Cuadernos filosóficos, en los que el Che anota definiciones conceptuales y datos biográficos de filósofos. Los temas sobre los cuales va compilando citas, tomadas de diversas corrientes de la filosofía, resultan un inventario de las más recurrentes preocupaciones que han perseguido al ser humano a lo largo de su historia. Desde conceptos más generales como los de vida, muerte, libertad, bondad, conciencia, moral, ética, sociedad, justicia, voluntad, igualdad, hasta otros como marxismo, dialéctica, cultura, socialismo, o comunismo, que si bien inicialmente resultan sólo referencias, van adelantando una perspectiva en crecimiento hacia las últimas libretas de notas.
La revisión de algunas de las citas muestran las preocupaciones que, a edad tan temprana, ya albergaba el joven Ernesto, así como las características de las respuestas que intentaba buscar a tales inquietudes:3

Justicia [Cuaderno I]: Una clase dominante considera siempre que lo que sirve sus intereses económicos y políticos es justo, y lo que la perjudica es injusto. La justicia que ella concibe se realiza cuando sus intereses de clase se satisfacen. Los intereses de la burguesía son, pues, los guías de la justicia burguesa, como los de la aristocracia son los de la justicia feudal; así, por ironía inconsciente se simboliza a la justicia con una venda sobre los ojos, para que ella no pueda ver los mezquinos y sórdidos intereses que protege con su escudo (Pablo Lafargue: El método histórico de Carlos Marx).
Etica [Cuaderno II]: Una ética nueva no es una serie de normas originales, sino una nueva actitud frente a los problemas de la vida humana; determinar lo que puede hacer el hombre a su elección moral, por cuáles medios, en qué medida, es más útil que teorizar sobre deberes imposibles y finalidades extrahumanas (José Ingenieros: Las fuerzas morales).

Vida [Cuaderno I]: La vida es una contradicción que constantemente se plantea y se resuelve; y desde que la contradicción cesa, también cesa la vida y la muerte interviene (Federico Engels: Anti-Dühring).

Sociedad [Cuaderno I]: Cada sociedad es un conservatorio de moralidad y de inmoralidad, de ciencia y de repetición, de racionalidad y de misticismo, de optimismo y de pesimismo, en diferentes proporciones relativas que constituye el ambiente en que se modelan las generaciones, inocentes, ambientes que permanecen estacionario o que cambian en un sentido o en otro, cuando el equilibrio precedente se mantiene o se rompe (Agustín Alvarez: Creación del mundo moral).

Libertad [Cuaderno I]: La libertad es necesariamente un producto de la evolución histórica (Federico Engels: Anti-Dühring).

Humanismo [Cuaderno VI]: Al poseído de Dios le es, sin duda, muy posible afirmar al criminal, y viceversa; pero a ambos y a todos los otros seres absolutos, les es imposible afirmar aquel término medio tibio y neutral, lo burgués. Solo el humanismo, el magnífico invento de los detenidos en su llamamiento hacia lo más grande, de los casi trágicos, de los infelices, de la máxima capacidad, solo el humanismo (quizá el producto más característico y más genial de la humanidad) lleva a cabo este imposible, cubre y combina todos los círculos de la naturaleza humana con las irradiaciones de sus prismas. Vivir en el mundo, respetos a la ley y al propio tiempo estar… (Herman Hesse: El lobo estepario).

El seguimiento de las notas tomadas en las seis libretas que constituyen los Cuadernos,4 hasta la revisión que hace de los mismos a los veintiocho años, durante su estancia en México, muestran el ascenso en su formación intelectual, así como la depuración y radicalización de su pensar, que se pondrá de manifiesto, por supuesto, en su dimensión humanista. Pero la comprensión cabal de ese proceso requiere del análisis de su complemento en la práctica: el conocimiento de la realidad social latinoamericana que gana gracias a los viajes de juventud. Se va perfilando así un ideario que, en su humanismo, articula de manera creciente las generalidades de las teorías y los libros con la realidad concreta y contextualizada que se vivencia.
La preocupación por lo humano transita así desde un momento inicial mayormente conceptual –a través de la lectura– a otro que conjuga aquel con la indagación en la sociedad y el ser humano reales.

Lecturas y viajes de juventud

El análisis del humanismo que se va sedimentando en este joven requiere del examen de ese entrelazamiento entre formación teórica y conocimiento de la realidad latinoamericana a través de sus viajes –el primero, por las provincias del norte argentino;5 el segundo y el tercero, por la “Mayúscula América”.6 Palabras y hechos se van entretejiendo, cada vez más profundamente, sin dictaduras del uno sobre el otro, sin los extremos a que conduce la supremacía de cada uno –el dogmatismo estéril y el pragmatismo rasante–, respectivamente.
La intencionalidad de esos andares, si bien –sobre todo en los dos primeros– tienen algo de “hazaña puramente deportiva”, de placer, ensoñaciones y aventura juveniles, va transitando hacia sentidos más profundos y trascendentes. Unas palabras, entre las páginas salvadas de los relatos escritos sobre su recorrido por las provincias norteñas de Argentina, anuncian esas significaciones más hondas por venir: “…no me nutro con las mismas formas que los turistas… No, no se conoce así un pueblo, una forma y una interpretación de la vida, aquello es la lujosa cubierta, pero su alma está reflejada en los enfermos de los hospitales, los asilados en la comisaría o el peatón ansioso con quien se intima…”7
El primer viaje por tierra latinoamericana, aunque conserva aquel matiz romántico, ya tendrá otra dimensión: marca el estremecimiento inicial de la conciencia frente a la realidad de sus hombres y mujeres, aun cuando en el momento de la partida escapara al viajero todo lo trascendente de la empresa. Este recorrido por los pueblos de la América Latina marca el principio de un camino que transita por dos dimensiones del humanismo, profundamente interrelacionadas: la indagación detenida en el ser humano, al centro de la realidad social, en sus múltiples conexiones, a la vez que el conocimiento de sí mismo y las transformaciones propias a partir de la vivencia de esa misma realidad.
“El personaje que escribió estas notas murió al pisar de nuevo tierra argentina, el que las ordena y pule, ‘yo’, no soy yo; por lo menos no soy el mismo yo interior. Ese vagar sin rumbo por nuestra ‘Mayúscula América’ me ha cambiado más de lo que creí”,8 confiesa al inicio de sus Notas de viaje. Precisamente ese reconocimiento de la transformación de sí mismo, y la reflexión constante sobre ello, resulta uno de los ejes centrales del humanismo: el punto de partida para aproximarse a un conocimiento del ser humano en sus esencialidades es conocerse a sí mismo, en cuanto ser concreto y específico. El escabroso sendero de las mudanzas propias es la mejor prueba que podemos tener de la capacidad y la posibilidad de la humanización.
Es desde su condición humana –medida de todas las cosas, aclara, aludiendo a la definición de Protágoras–, que, explica Ernesto, hablará en las crónicas de este primer andar latinoamericano. Desde el ser humano, pero no entendido como una abstracción etérea, sino en correspondencia con sus circunstancias, porque “un hombre en nueve meses puede pensar en muchas cosas que van de la más elevada especulación filosófica al rastrero anhelo de un plato de sopa, en total correlación con el estado de vacuidad de su estómago…”9
En varios pasajes de esta travesía se expresa ese tránsito interior que vive Ernesto. Durante su estancia en Valparaíso va a consultar a una anciana enferma, asmática y cardiópata. El joven se conmueve ante la escena de la mujer, aunque no puede hacer mucho; sólo es posible, aquí, el gesto caritativo de la consulta: “simplemente le doy un régimen aproximado de comidas y le receto un diurético y unos polvos antiasmáticos. Me quedan unas pastillas de dramamina y se las regalo”.10 Es el humanismo limitado y contingencial que puede ejercer un hombre solo, indefenso también el que extiende la mano.
Años después, al analizar esa etapa de su vida, recordará cómo ante las injusticias, el hambre y los sufrimientos que conoció durante sus recorridos por Latinoamérica, había sentido la necesidad de asistir a aquellas personas: “pero yo seguía siendo, como siempre lo seguimos siendo todos, hijo del medio y quería ayudar a esa gente con mi esfuerzo personal”.11 Se trataba entonces de un humanismo desde lo individual, aun cuando esos esfuerzos personales estuviesen encaminados a alcanzar algo que podía estar a disposición de la humanidad.
Pero ya en las reflexiones del joven Ernesto, a propósito de su encuentro con aquella anciana chilena, se trasluce otro humanismo: el de la solidaridad. Ese que trasciende el simple gesto –aunque lo contiene, porque de nada sirve una solidaridad que no se manifieste en hechos concretos–, para resultar cuestión de actitudes y valores colectivos, suma de los individuales. Un nuevo humanismo que supone no sólo el cambio individual, sino, a la vez, una transformación social, ya presentida, y cuya plena conciencia llegará luego. “En estos casos” –escribe– “es cuando el médico, consciente de su total inferioridad frente al medio, desea un cambio de cosas, algo que suprima la injusticia…”12
En sus escritos juveniles de viaje es permanente la preocupación por el ser humano en el concierto de la realidad que va descubriendo. Allí se asoman varias de las aristas del humanismo que caracterizarán su pensamiento y su acción revolucionaria: cuestiones como las relaciones entre el hombre y la tecnología, o el hombre y el trabajo, que, por demás, resultan recurrentes en la historia del debate humanista.
Frente al escenario de la minería, una de las labores más duras, se detiene en la descripción de los artefactos y procedimientos técnicos, pero siempre fija su atención en el elemento humano. En la mina de Chuquicamata, el capataz les describe el mecanismo de recolección del cobre, pero a una pregunta de los jóvenes Ernesto y Alberto, responde: “mucha gente como ustedes me preguntan muchas cosas técnicas pero es raro que averigüen cuántas vidas ha costado; no puedo contestarles, pero muchas gracias por la pregunta, doctores”.13
Ernesto comenta el hecho, también desde la perspectiva de las relaciones de poder que se expresan en el trabajo:

Eficacia fría y rencor impotente van mancomunados en la gran mina, unidos a pesar del odio por la necesidad común de vivir y especular de unos y de otros, veremos si algún día, algún minero tome un pico con placer y vaya a envenenar sus pulmones con consciente alegría. Dicen que allá, de donde viene la llamarada roja que deslumbra hoy al mundo, es así, eso dicen. Yo no sé.14

Hacia un humanismo revolucionario

Si el primer trayecto latinoamericano de Ernesto Guevara marca el germinar de esa conciencia de lo social frente a una realidad, su segunda travesía es continuación ascendente de aquella, que profundiza y radicaliza su pensamiento y acción. El primero, desde su crecimiento intelectual, a partir, fundamentalmente, del estudio cada vez más sistemático del marxismo, hasta llegar a considerarlo como la guía teórica que permitía comprender las condiciones sociales existentes. La segunda, que pasa definitivamente de la postura de espectador a la de sujeto implicado en los acontecimientos.
Ya desde su recorrido primero, ciertas interrogantes –aun cuando sólo sea desde una muy incipiente condición política– apuntan a la trascendencia de la articulación del par teoría-práctica en el objetivo de la comprensión del mundo, hacia el propósito de la transformación. En el epílogo de los relatos sobre aquel viaje también se vislumbraba ya el signo de un nuevo humanismo: el revolucionario frente al tradicional burgués: “…ahora sabía… sabía que en el momento en que el gran espíritu rector dé el tajo enorme que divida toda la humanidad en sólo dos fracciones antagónicas, estaré con el pueblo…”15
Esos adelantos, tendrán prolongación en los textos (cartas, diario, poemas, apuntes de lectura) que testimonian este otro andar, emprendido con propósitos más definidos, en relación con la vivencia de experiencias revolucionarias. Vuelven a encontrarse aquí signos que dan cuenta de esa formación, de la continuidad de la búsqueda, y del despertar revolucionario, como parte del cual se va conformando una dimensión humanista de igual signo que ahora, ya de manera definitiva y cada vez más depurada, asume el marxismo como base conceptual.
De importancia fundamental en su crecimiento revolucionario es la vivencia del proceso revolucionario guatemalteco, durante el gobierno de Jacobo Arbenz, y su derrocamiento a manos de los intereses confluyentes del gobierno de los Estados Unidos y la United Fruit Company. De esa experiencia queda la decisión de ya no seguir siendo un simple observador de los hechos, sino de tomar decidida posición en ese proceso revolucionario, en particular con el grupo comunista, representado por el Partido Guatemalteco de los Trabajadores. Ya su postura no es “de ninguna manera la de un diletante hablador y nada más”,16 declara en una carta de particular importancia, en la cual se anuncia un nuevo paso en la confluencia entre interpretación y acción transformadora del mundo. Transición consecuente con un estudio del marxismo que también se hace más sistemático desde este momento, con una utilidad práctica, además.
En este tiempo también comienza a escribir, al amparo de su “pequeña experiencia personal” y como nueva evidencia de esa evolución, un libro titulado La función social del médico en América Latina .17 En el texto –inconcluso y del cual sólo se conservan fragmentos–, se propone una visión del papel del médico desde una perspectiva revolucionaria que implica una revisión completa del humanismo en el ejercicio de la medicina.
La labor del médico no se limita, en el análisis de Ernesto, a la de “curador de enfermedades”; debe ganarse la confianza y el cariño del pueblo y poner en práctica toda su capacidad de psicólogo; ser un trabajador social, que facilite el cambio en la comunidad; un formador de conciencia en las clases subalternas, que dé participación a los individuos en la vida sanitaria del pueblo, “tratando en todo momento de que los beneficios (de la sanidad pública) sean el resultante de la acción colectiva de la comunidad, más que de la acción individual del médico”.18
La actividad del “médico revolucionario” y su ideario resultan diametralmente opuestos, en su naturaleza y propósitos, a “la acción inconsecuente e interesada de sus colegas individualistas, que no ven en su acción más que una acción delimitada que los conducirá a la meta por ellos ansiada, ya sea el poder (relativo poder de médico de aldea), la fama o el dinero”.19 En los presupuestos planteados se trasciende la medicina clínica, que se abre hacia una dimensión social, a partir de considerar su objeto no al ser humano en su sentido biológico, sino en tanto sujeto cultural, en interrelación con su contexto y dando particular importancia a su entorno comunitario. El propio médico y su función también se presentan desde esa perspectiva, considerando las complejas coyunturas a que se enfrentará en el escenario latinoamericano.
La estructura capitular propuesta contempla los aspectos históricos, geográficos, étnicos y económicos, así como las condiciones sociales y su incidencia en el ejercicio de la medicina. De igual modo, se propone dedicar espacio al análisis de las relaciones entre el médico y el Estado; y se abre la visión médica estrictamente “de gabinete”, para considerar al médico rural un antropólogo, un geógrafo, un economista. Un punto incluido en el listado temático de los epígrafes –“médico individuo, médico engranaje”–, apunta a una arista central que, desde la filosofía política, cruza el debate humanista –la tensión entre el hombre como ser individual y, a la vez, social–, en estrecha relación con la visión de los médicos como facilitadores de la acción sanitaria de la comunidad.
Coherentemente, la revisión de los títulos de las obras consultadas o importantes para la redacción del libro revelan esa perspectiva humanista en un sentido amplio, en la cual se asienta el proyecto de texto. La bibliografía referenciada comprende temas no solo médicos, sino también sociales –el racismo, la cuestión indígena–, científicos, históricos, políticos y –recurrentes e imprescindibles– filosóficos. Esta apertura desde lo “estrictamente médico” hacia una posición que integra el humanismo médico y la cuestión filosófica, en su medio histórico y social, remite a un referente citado con frecuencia en sus Cuadernos filosóficos: el médico y también filósofo argentino José Ingenieros. Asimismo, resulta evidencia de una visión escasamente conocida y analizada de su compromiso con la profesión en ese período de tránsito de su vida.
En la prolongación de ese proceso de esclarecimientos y maduración política, la preocupación por el ser humano continúa siendo elemento que atraviesa las diversas esferas de la vida del joven: desde sus apreciaciones y comparaciones entre las civilizaciones precolombinas, en las que significa las particularidades y detalles de cada una a partir de las visitas a sus ruinas, hasta sus lecturas de la historia latinoamericana, en las cuales llama su atención aquello que revele la dimensión humana del hecho.
Resalta, así, en sus comentarios a La crónica del Perú, de Pedro Cieza de León, 20 que lo más significativo en ella “es precisamente el contacto con el hombre: donde los conquistadores sedientos de oro arrasaron ante todo lo que opuso a su paso surgió este extraño producto humano que se interesa mucho menos por el oro o la hazaña bélica que por la fisonomía moral de conquistados y conquistadores”.21
Pero esa atención hacia lo humano en su sentido histórico y filosófico no se agota en sí misma, sino que es fundamento –a la vez que encuentra aquí su continuidad y realización– del interés por el hombre concreto y vivo, actuante en su realidad. Y esa inquietud por el ser humano, desde el presente, en tanto actor de cambios, vive en el joven un proceso de radicalización, de manera incesante, en su sentido político.
Esa valoración de los seres humanos, en tanto que actores esenciales de los proyectos liberadores, resulta una necesidad en el joven Ernesto, y en los apuntes de su diario personal queda evidencia de ello. En sus páginas está el testimonio de ese ejercicio, en las apreciaciones acerca de las cualidades, actitudes y el papel desempeñado, en las circunstancias concretas, no sólo por los sujetos que ocupan posiciones de liderazgo principal, sino por todos los individuos que asumen una actitud militante y se involucran en los esfuerzos por el cambio social.
Los criterios que toma en cuenta, de manera reiterada, en las distintas evaluaciones, resultan una muestra de los aspectos que, ya en este momento, considera imprescindibles en el análisis de los sujetos, en particular de aquellos vinculados a procesos revolucionarios; además, resalta la importancia que concede al individuo como actor de tales experiencias. Ernesto tiene en cuenta cuestiones como la formación intelectual o la cultura general, es decir, la base teórica, pero también la base práctica que posee el individuo; sus conocimientos de marxismo; su militancia y la forma de asumirla –desde una postura ortodoxa o flexible, su eficacia como militante–; la formación política; la manera de encarar los problemas –si dogmática, ostentosa, impulsiva, o con una continuidad revolucionaria–; así como valores en general como la valentía, la lealtad, la sinceridad, la inteligencia, la disposición al sacrificio y a la acción heroica.
La experiencia guatemalteca es un paso que en ese camino de formación teórica y práctica marca un punto de ascenso significativo para su devenir revolucionario. Los fundamentos de sus futuras concepciones humanistas tendrán aquí, por tanto, un nudo de transición, una puerta de entrada que se abre hacia condiciones de posibilidad de una acción y un pensamiento revolucionarios que encontrarán, a su vez, caldo de cultivo favorable y eclosión definitiva a partir del involucramiento –en México, adonde parte desde Guatemala– en el movimiento liderado por Fidel Castro, y su participación en la Revolución cubana, que marcará decisivamente a Ernesto Guevara y será el escenario de su madurez revolucionaria.
Los sucesos de Guatemala lo llevan al terminante convencimiento “de que los términos medios no pueden significar otra cosa que la antesala de la traición”. Hay un tránsito, que hace de su período guatemalteco y mexicano tiempo de resumen y toma de decisiones trascendentales para el futuro. El mismo explica esa condensación y definitoria transformación en una carta a su madre de fines de 1954:

A aquello que tanto le temés se llega por dos caminos: el positivo, de un convencimiento directo, o el negativo, a través de un desengaño de todo. Yo llegué por el segundo camino, pero para convencerme inmediatamente de que hay que seguir por el primero… En qué momento dejé el razonamiento para tener algo así como la fe no te puedo decir, ni siquiera con aproximación, porque el camino fue bastante larguito y con muchos retrocesos…22

Hay, asimismo, una mirada crítica –esta vez más profunda, por sus implicaciones– a su pasado (casi presente, si se tiene en cuenta lo vertiginoso de los hechos), que enlaza de manera coherente con aquella conciencia sobre sí mismo, como individuo, que ya se hacía explícita en los relatos de su primer viaje latinoamericano. Al explicar por qué ha abandonado la escritura del libro sobre medicina en la América Latina, no sólo reconoce sus insuficiencias en el conocimiento, sino también que “tenía que llegar (en el texto) a una serie de conclusiones que se daban de patadas con mi trayectoria esencialmente aventurera; decidí cumplir primero las funciones principales, arremeter contra el orden de cosas, con la adarga al brazo, todo fantasía, y después, si los molinos no me rompieron el coco, escribir”.23
Asistimos a la cristalización inicial de una serie de acumulaciones que han venido sedimentándose a partir de lecturas y vivencias. Entre las primeras, y de manera categórica, el marxismo –que se ha hecho progresivo complemento para el análisis y comprensión de la realidad latinoamericana vivenciada, marcada por la explotación de sus pueblos– ya se convierte, en esta nueva etapa de su vida, en elemento primordial: “es el eje, y será por los años que el esferoide me admita en su capa más externa”.24 En correspondencia con su percepción del marxismo, este período marca también la consumación, en un primer momento, de una nueva visión acerca de la relación entre ser humano y sociedad, continuidad y superación, a la vez, de una perspectiva crítica sobre esa misma interrelación en el capitalismo.
Su reacción frente a la situación de aquella anciana que visitara en Valparaíso, durante su anterior recorrido por la América Latina, fue la desaprobación de unos vínculos familiares que, entre los pobres, conducen a que ante las presiones del medio “el miembro… incapacitado para ganarse el sustento se vea rodeado de una atmósfera de acritud apenas disimulada; en ese momento se deja de ser padre, madre o hermano para convertirse en un factor negativo en la lucha por la vida y como tal, objeto del rencor de la comunidad sana que le echará su enfermedad como si fuera un insulto personal a los que deben mantenerlo”.25 Pero esa crítica a un tipo de nexo entre los seres humanos signado por la sobrevivencia, ahora transita a una condena del individualismo que sustenta el humanismo burgués, y sus variantes de la moderación y el egoísmo, “las cualidades más execrables que pueda tener un individuo”. En lugar de ese “individualismo ramplón y miedoso… bohemio, despreocupado del vecino y con el sentimiento de autosuficiencia por la conciencia equivocada o no de mi propia fortaleza”, Ernesto asume una nueva visión de la acción humana colectiva. Frente a esa visión centrada en el hombre aislado y solitario, que lo presenta como fuente de grandes acciones, sostiene que “para toda obra grande se necesita pasión y para la revolución se necesita pasión y audacia en grandes dosis, cosas que tenemos como conjunto humano”.26
Ha vivido dos experiencias que le sirven de referente para tales valoraciones. La primera, en Guatemala, cuando, en medio de una debacle “donde cada uno atendía solo al sálvese quien pueda”,27 el único grupo que siguió trabajando, gracias a su sentido de la amistad, su fe y compañerismo, fueron los comunistas.
Luego, durante su encarcelamiento en México, junto a los cubanos, vive esa “identificación total entre todos los miembros de un cuerpo combatiente, [en] que el concepto yo había desaparecido totalmente para dar lugar al concepto nosotros”.28
Pero este posicionamiento desde lo colectivo no significa, como se suele pretender, una deshumanización, una pérdida de lo humano. Permanece en este joven ese ingrediente romántico que se transpira en el viaje y lleva al viajero a visitar ruinas y museos, recorrer viejos templos y palacios, en una evocación ante la historia que subsiste en la piedra plantada por antiguas civilizaciones; o a disfrutar de una fascinante relación con la naturaleza. No renuncia a ese componente, aunque la finalidad esencial del vagabundeo sea, a partir de ahora, “unirme a la lucha del pueblo”.29
Esa cualidad encuentra incluso nuevos recursos de expresión en un lenguaje de inherente condición romántica: la poesía.30 Pero ni siquiera en sus versos, de cierto matiz filosófico y temática político-social, Ernesto define la esencia humana desde lo abstracto sino –con una visión que transpira marxismo– anclada en la realidad, y cuyas condiciones de posibilidad están presentes en el contexto antagónico a su naturaleza: “No mires a las nubes, los pájaros o el viento; /Nuestros castillos tienen raíces en el suelo./ Mira el polvo, la tierra tiene/ la injusticia hambrienta de la esencia humana./Aquí este mismo infierno es la esperanza.”31
Esa nueva actitud ante las relaciones entre los seres humanos tampoco disminuye su espiritualidad, que es consecuente con un marxismo verdadero y que, en realidad, amplía sus horizontes. En lo más íntimo y personal, lejos de hacerlo insensible, comprende y respeta “ese dolor, dolor de madre que entra en la vejez y quiere a su hijo vivo”,32 que le llega en las cartas maternas. Algo que –confiesa, en palabras en las cuales se desborda su propio sentir– “tengo obligación de atender y lo que además tengo ganas de atender, y me gustaría verte no solo para consolarte, sino para consolarme de mis esporádicas e inconfesables añoranzas”.33
El nuevo humanismo que despunta en los escritos de este joven, a punto de ser bautizado para la historia como Che, se aleja de aquel asumido desde la pasividad –como el que se suele asociar a la filantropía–, de quien espera soluciones divinas; por el contrario, es el humanismo comprometido y activo de quien, “por las cosas que creo, lucho con todas las armas a mi alcance…”34 Pero aun en medio de una acción donde no hay espacio para otra cosa que la lucha, cuando todo es combate continuo (como afirma en sus apuntes sobre esa epopeya latinoamericana que es Canto general, de Pablo Neruda); incluso en esa batalla, asoma el gesto esencialmente humano del revolucionario, “la caricia desmañada del soldado, no por eso menos amorosa pero cargada de fuerzas de la tierra”.35
Con esa carga de sentidos va él mismo a convertirse en soldado de la liberación humana.

Notas:

1—Así calificó Jean Paul Sartre a Ernesto Che Guevara. Bohemia, n. 52, p. 45, 22 de diciembre de 1967.
2—En ese Indice el joven Ernesto anotaba los títulos y autores de los libros que leía. Ese será un hábito permanente a lo largo de su vida.
3—Varias de las citas que siguen son inéditas.
4—No se ha conservado la libreta número cuatro.
5—Viaje en motobicicleta, iniciado el primero de enero de 1950, por doce provincias del norte de Argentina. Recorre 4 500 kilómetros, por territorios que incluyen Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy.
6—El primero de estos dos viajes por la América Latina lo realiza en compañía de su amigo Alberto Granado. Parten en motocicleta de Buenos Aires el 4 de enero de 1952. La travesía incluirá Argentina, Chile, Perú, Colombia y Venezuela, donde llegan en el mes de julio. El segundo recorrido latinoamericano de Ernesto se inicia el 7 de julio de 1953 –ya graduado de médico– en compañía esta vez de Carlos (Calica) Ferrer. En esta oportunidad el itinerario lo llevará a Bolivia, Perú, Ecuador, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y, finalmente, México, donde se unirá al movimiento revolucionario cubano.
7—Ernesto Guevara: Che desde la memoria, Ocean Press, 2004, p. 38.
8—Ernesto Guevara: Notas de viaje, Ocean Press, 2004, pp. 25-26.
9—Ibid., p. 25.
10—Ibid., p. 65.
11—Ernesto Guevara: “El médico revolucionario. Discurso a los estudiantes de medicina y trabajadores de la salud. 20 de agosto de 1960”, en Che presente. Antología mínima, Ocean Press, 2005, p. 119.
12—Ernesto Guevara: Notas…, p. 65.
13—Ibid., p. 74.
14—Id.
15—Ibid., p. 144.
16—Ernesto Guevara: “Carta a su tía Beatriz, desde Guatemala, 12 de febrero de 1954”, en América Latina. Despertar de un continente, Ocean Press, 2006, p. 140.
17—Publicado por primera vez en América Latina…
18—Ernesto Guevara: “El médico y el medio”, en América Latina…, p. 82.
19—Ibid., p. 84.
20—Estos comentarios forman parte de un grupo de valoraciones suyas sobre libros leídos por él, fundamentalmente durante su estancia en México (1954-56), aunque no consignara la fecha de su redacción.
21—Ernesto Guevara: “Apuntes de lecturas”, en América Latina…, p. 89.
22—Ernesto Guevara: “Carta a su madre, desde México, finales de 1954”, en ibid., p. 147.
23—Ernesto Guevara: “Carta a su madre, desde México, aproximadamente octubre de 1956”, en ibid., p. 154.
24—Ibid., p. 153.
25—Ernesto Guevara: Notas…, p. 65.
26—Ernesto Guevara: “Carta a su madre, desde México, 15 de julio de 1956”, en América Latina…, p. 151.
27—Ernesto Guevara: “Carta a su madre, desde México, noviembre de 1954”, en ibid., p. 146.
28—Ernesto Guevara: “Carta a su madre, desde México, 15 de julio de 1956”, en ibid., p. 152.
29—Ernesto Guevara: “Carta a su madre, principios de noviembre de 1956”, en ibid., p. 132.
30—En este período, Ernesto también expresa su percepción de los acontecimientos y realidades que vivencia mediante la poesía. Una selección mínima de los poemas escritos durante esta etapa, sobre todo de temática histórica y social, se encuentra publicada en América Latina…
31—Ernesto Guevara: “Invitación al camino”, en ibid., p. 135.
32—Ernesto Guevara: “Carta a su madre, desde México, 15 de julio de 1956”, en ibid., p. 152.
33—Id.
34—Ibid., p. 151.
35—Ernesto Guevara: “Apuntes de lecturas”, en ibid., p. 108.

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