La América Latina: integración regional y luchas de emancipación

Gustavo Codas

La América Latina entró en un nuevo período político con grandes potencialidades emancipadoras, cuyos contornos y desarrollo aún están en construcción y disputa. Las dificultades son inmensas, pero se trata de una oportunidad histórica única para conquistar nuestra segunda y verdadera independencia. En ese contexto, la cuestión de la integración regional es clave para definir el rumbo político que tomará la región.
El objetivo de este artículo es sistematizar algunos elementos de ese nuevo período político, analizar las dificultades y potencialidades de la actual coyuntura regional y plantear algunos desafíos que las izquierdas deben enfrentar –en particular en materia de integración regional– para hacer avanzar las luchas emancipatorias en la América Latina.

Cuatro procesos

Corriendo los riesgos de toda comparación histórica, pero con la intención de subrayar la importancia del actual período político, podemos apuntar –como otros autores ya han hecho– que esta es la cuarta vez que se vive una oleada emancipadora en nuestra región en los últimos doscientos años.
Es obvio que no fueron procesos homogéneos, pero su denominador común fue su carácter de alcance regional y su potencial de ruptura con el orden colonial e imperialista. El primero se registró cuando la gran oleada de las luchas por la independencia que tuvo su epicentro entre los años 1810 y 1830. Conquistamos la independencia formal de España y Portugal, pero no rompimos las cadenas de la dependencia económica que nos ataban a las otras metrópolis que en breve se convertirían en el imperialismo hegemónico. La segunda andanada se expresó en el ascenso del nacionalismo entre los años 1930 y 1940. Intentó crear las bases materiales para la independencia económica, pero faltó una voluntad política que la llevara hasta el final. Así, pasada su primera fase, se transformó en un proyecto fracasado que, sin rechazar la dependencia, pretendía impulsar un desarrollo asociado al imperialismo. El tercer momento se abrió con la revolución cubana de 1959. Tuvo un tremendo impacto político-ideológico sobre la región y generó nuevas condiciones para realizar la tarea propuesta por el peruano Mariátegui en 1928 de pensar un socialismo indoamericano como creación heroica y no como calco y copia de doctrinas importadas de las metrópolis. No consiguió sortear, sin embargo, el feroz cerco de dictaduras militares que la alianza entre el imperialismo norteamericano y las oligarquías locales impusieron a la región en las dos décadas siguientes.1
Cada uno de esos procesos tuvo sus conquistas, sus limitaciones y sus derrotas. Lo nuevo del actual proceso es que puede reunir, a la vez, condiciones económicas, políticas e ideológicas para generar un proyecto de emancipación a escala regional.
Para discutir cómo conseguirlo, vamos primeramente a detenernos en el análisis de los antecedentes del actual período, lo que nos dará una visión sobre las condiciones en las cuales tenemos que operar.
 
Neoliberalismo, un proyecto impugnado

A mediados de la década pasada el discurso dominante era el del “fin de la historia” y el de que “no hay alternativas”. Entonces, nuestro continente estaba cubierto de gobiernos neoliberales obedientes al de Washington; y Cuba, solitaria, atravesaba el desierto del “período especial”.
El neoliberalismo había tenido entre sus pioneras a dos dictaduras militares sangrientas, la chilena (1973-1989) y la argentina (1976-1983), pero se transformó en proyecto dominante cuando fue asumido en los ochenta por el imperialismo norteamericano (con el gobierno Reagan) como programa a implementar mundialmente.
Las crisis del programa socialdemócrata europeo desde finales de los setenta y del socialismo burocratizado en los ochenta, y el fin de la Unión Soviética en 1991, abrieron espacio para que el proyecto neoliberal se tornara ideológicamente hegemónico en ese período. Al mismo tiempo, el “fin de la guerra fría” alimentó en algunos círculos la ilusión, que no se verificó, de un mundo sin conflictos: surgió un orden mundial más injusto, más inestable y más violento que el anterior, regido por la unipolaridad del imperialismo norteamericano.
Entiendo que aún estamos bajo ese doble signo a nivel mundial, de imposición del programa neoliberal y de unilateralidad del accionar del imperialismo norteamericano. Sin embargo, se trata de un orden que presenta resquebrajaduras (aunque hay que considerar que son resquebrajaduras regionales con características y potencialidades políticas muy heterogéneas). De todas ellas, la que más elementos emancipatorios incorpora es la que vivenciamos en la América Latina.
En nuestra región, la coyuntura dio un giro. Hay un despertar de los pueblos, y el neoliberalismo es aquí un proyecto puesto en jaque. La línea del tiempo de la coyuntura actual la podríamos comenzar en diversos puntos. Y ciertamente, en dependencia de la ubicación geográfica de quien observa, habría percepciones diferentes según las experiencias nacionales. El antecedente más distante podría ser el Caracazo de 1989 en Venezuela, primera revuelta masiva contra un ajuste neoliberal, sangrientamente reprimida por el gobierno del entonces presidente Carlos Andrés Pérez. Entre los antecedentes estaría seguramente el levantamiento indígena zapatista mexicano contra el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y Canadá en enero de 1994. Pero sería la rebelión popular en Cochabamba, Bolivia, en el 2000, contra la privatización del agua, la que pondría en evidencia de forma más clara que ya se había alcanzado una nueva coyuntura, en la que la presión popular era capaz de bloquear la aplicación del programa neoliberal. A esa cronología habría que agregar, igualmente, los momentos, desde finales de la década pasada, en que movilizaciones populares echaron a presidentes neoliberales en Ecuador, Paraguay, Argentina y Bolivia. Y también aquellos en que los pueblos buscaron alternativas mediante el voto, comenzando con las elecciones venezolanas de 1998, cuando Hugo Chávez fue electo presidente de Venezuela, en una serie que creció expresivamente en los últimos años con Brasil, Argentina y Uruguay y tuvo su momento más alto con la elección de Evo Morales en Bolivia.2
Ahora bien, que haya cuestionamiento y oposición al neoliberalismo no quiere decir aún que otro proyecto ya esté claramente en marcha. Lo que significa es que ese programa se agotó porque no ofrece más perspectivas de gobernabilidad (al menos en un marco democrático) y que está abierta la temporada de formulación, construcción y aplicación de alternativas. Por otro lado, no hay un programa alternativo ya listo y válido para todos los casos. Por último, el desenlace de la coyuntura dependerá de la constitución de voluntades políticas capaces de impulsar a cada país y a la región hacia un proyecto de superación del neoliberalismo; y serán “capaces” si construyen mayorías políticas (por ello, el tema clave es el de la hegemonía en los procesos nacionales).
Sin embargo, esto no quiere decir tampoco que en el proceso de ese parto no estén presentes ya indicaciones del sentido general de los cambios. Por ejemplo, no es un detalle menor que en la Cumbre de Presidentes de Mar del Plata, en noviembre del 2005, el presidente Bush mismo, con la ayuda de sus testaferros regionales (con el mexicano Vicente Fox a la cabeza), no haya conseguido forzar el reinicio de las negociaciones del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), bloqueadas por la oposición de los gobiernos de Venezuela y del Mercosur. Téngase en cuenta que el ALCA era, desde los tiempos del auge neoliberal, la principal estrategia imperialista para completar su dominación sobre la región. Según las cuentas de Clinton primero, y de Bush después, el año 2005 sería, con el ALCA para todo el continente (excluyendo a Cuba), el equivalente a 1994 con el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte (TLALCAN o NAFTA, según sus siglas en inglés) en la América del Norte. No sucedió así, y no hay perspectivas de que vaya a suceder a corto plazo.
Lo que le restó al gobierno norteamericano fue presionar a los gobiernos nacionales más susceptibles a su coerción –Chile, Colombia, Perú, los países de la América Central y República Dominicana– para imponer tratados de libre comercio (TLC) bilaterales. Esto, que constituye un avance del imperialismo norteamericano por las partes de menor resistencia (gracias a la presencia de gobiernos entreguistas) es también la confesión de su derrota en relación con el todo.
 
Imperio empantanado

Hay muchos indicios de que el auge del imperialismo norteamericano ya pasó. Su principal argumento –su capacidad de despliegue militar convencional– se empantanó en Irak. Sus políticas para el mundo árabe y musulmán fracasaron al no estabilizar un arco de aliados estratégicos; por el contrario, ha introducido nuevos elementos de inestabilidad para sus antiguos aliados. Después de entrar militarmente de forma masiva no tiene como salir rápidamente, y –todo indica– no cuenta con fuerzas suficientes para mantener dos frentes simultáneos de conflictos agudos. El unilateralismo de su política internacional despertó el “nacionalismo” de otras potencias capitalistas que, sin capacidad de enfrentarlo militarmente, se ven tentadas a buscar, sin embargo, un nuevo mapa geopolítico, osadía facilitada por la ausencia del “peligro comunista”. Su economía (tomada individualmente) continúa siendo la principal del planeta, pero está en declive y enfrenta problemas crecientes; es cada vez más dependiente del financiamiento del resto del mundo, en particular de China.
Al mismo tiempo, vemos que vuelven a crecer movimientos populares contestatarios en los Estados Unidos. El caso más evidente es el de las gigantescas manifestaciones promovidas por inmigrantes (sobre todo latinos) en defensa de sus derechos el pasado 1ro. de mayo del 2006. Pero también tienen impacto las coaliciones contra la guerra y las que realizan campañas contra las políticas de las corporaciones multinacionales norteamericanas.
Es debido a ese cuadro coyuntural que la América Latina no es hoy la primera prioridad estratégica del imperialismo norteamericano. También en otras coyunturas en que se aflojaron los lazos con que el imperialismo ata a la periferia es que hubo mayores espacios políticos para proyectos emancipatorios. Pero eso no significa que en términos geopolíticos nuestra región haya perdido su carácter de área natural de ejercicio de la hegemonía norteamericana (por lo que no hay que esperar auxilio de otras potencias).

Izquierda, crisis y reorganización

Es importante señalar que las izquierdas (sociales y partidarias) arriban a esa nueva coyuntura después de atravesar una fuerte crisis política e ideológica en la región (y a nivel mundial). Compárese el escenario de mediados de los ochenta con la primera parte de la década siguiente y se verán dramáticas transformaciones en el mapa de las izquierdas latinoamericanas, con deserciones importantes, disolución de organizaciones políticas que tuvieron peso, pérdida de referencias programáticas, etc., al mismo tiempo que las fuerzas conservadoras enseñoreaban su hegemonía ideológica y política neoliberal en la mayoría de los países.
Sin embargo, la crisis de las izquierdas quince años atrás tuvo un inesperado resultado positivo: deshizo las fronteras internas (muchas veces sectarias) entre tradiciones, partidos y facciones establecidas por las experiencias del siglo XX. Ese fue un nuevo terreno fértil para las amplias convergencias populares ocurridas en el período siguiente, de reinicio de las movilizaciones populares e impugnación de la legitimidad del proyecto neoliberal.
Una de las características de la coyuntura, que la diferencia de otros momentos históricos y le brinda potencialidades (aunque también dificultades) que aún no podemos medir, es que el actual proceso acontece sin que haya previamente ninguna hegemonía político-ideológica instalada o que previsiblemente pudiera instalarse en el escenario político popular de nuestro continente. Eso se debe, probablemente, a que aún estamos en un período de reconstrucción de las izquierdas sociales y partidarias después de la caída del “socialismo real” que, junto con el vendaval neoliberal, unos quince años atrás, tuvo un impacto tremendo sobre la configuración de las fuerzas progresistas. Pero todo indica que haremos de este rasgo actual un principio para construir finalmente la liberación de los pueblos buscando la unidad, pero rechazando los hegemonismos.
Una intensa actividad desde los movimientos sociales (o la sociedad civil, según se prefiera) abonó esta nueva fase. Entre los antecedentes más importantes habría que mencionar la campaña continental contra los quinientos años de colonialismo en 1992. En ella, la convergencia entre movimientos indígenas, campesinos, barriales, de mujeres, de cultura y comunicadores populares, etc., apuntaba a la conformación de nuevos actores políticos.
En ese proceso, y en la nueva coyuntura que se delineaba en nuestra región, surgieron o se fortalecieron articulaciones continentales o mundiales: Vía Campesina y la Coordinación Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC); los encuentros de pueblos indígenas que han dado por resultado el surgimientos de coordinaciones (amazónica, andina, entre otras); Jubileo Sur Américas y Cincuenta Años (de FMI / Banco Mundial) Bastan; la Marcha Mundial de Mujeres y la Red Mujeres Transformando la Economía (REMTE); el Frente Continental de Organizaciones Comunitarias (FCOC); la Alianza Social Continental (ASC), la Campaña Continental contra el ALCA y los Encuentros Hemisféricos de Lucha contra el ALCA; la Convergencia de Movimientos Populares (COMPA); la Asamblea de los Pueblos del Caribe (APC); el Foro Social Mundial, el Foro Social Américas y el Foro Sindical de las Américas (primera experiencia de espacio sindical ampliamente unitario desde la Segunda Guerra Mundial), entre otras.
A diferencia de otros continentes y de otros momentos en nuestra región, hoy tenemos en las Américas amplios espacios de convergencia, articulación y construcción de luchas comunes. Son herramientas fundamentales para que, más allá de las diferencias nacionales o sectoriales, vayamos trabajando en perspectivas cada vez más unitarias de superación de nuestra herencia colonial, nuestra dependencia del imperialismo y las desigualdades sociales, étnicas y regionales que marcan a la América Latina.

Necesidad y posibilidad de la integración

Que este proceso de rearticulación de las izquierdas ha tenido un balance globalmente positivo –aunque con grandes heterogeneidades– resulta innegable. La resistencia ha dado sus frutos, como muestra el hecho de que la negociación del ALCA esté paralizada o de que hayan surgido en diversos países fuerzas políticas críticas del neoliberalismo y del imperialismo norteamericano con capacidad hegemónica (entre ellos varios gobiernos).
Pero, un proceso de emancipación no depende solamente de la construcción de fuerzas sociales y políticas con capacidad hegemónica. Depende también de que haya una base material que lo permita.
Hasta 1991, las revoluciones del siglo XX posteriores a la soviética contaban con la retaguardia estratégica de la URSS –independientemente del mayor o menor entusiasmo que les inspirara–, es decir, tenían disponible, fuera del circuito económico dominado por el imperialismo, un mercado para sus exportaciones, una fuente de aprovisionamiento de productos, una plataforma de tecnologías de punta a la cual poder acceder, etc. Y como el mundo estaba dividido por la confrontación entre la URSS y los Estados Unidos, había interés por parte del gobierno soviético en ampliar sus áreas de influencia. Pero frente al hecho de que la URSS había alcanzado esa condición como resultado de la tragedia de la opción estalinista adoptada en los veinte y los treinta, había que buscar un equilibrio entre utilizar esa retaguardia estratégica y no perder el carácter del proceso revolucionario, dura prueba por la que pasó la experiencia cubana.
La cuestión es, desaparecida la URSS, ¿cuál sería la actual retaguardia estratégica? Si el proceso emancipatorio se da en un país periférico, ¿habría condiciones para que mantuviera y profundizara su rumbo revolucionario inserto en un mercado mundial dominado por el imperialismo? Ni el pensamiento revolucionario (desde Marx y Engels a mediados del siglo XIX) ni el pensamiento y el accionar estratégico del imperialismo (desde 1917) han admitido tal hipótesis.
En el caso de nuestra región, sin embargo, hay una brecha que podría utilizarse. Producto de la combinación de la existencia de amplias reservas de recursos naturales de todo tipo y del esfuerzo de industrialización en las fases del capitalismo anteriores al neoliberalismo, la América Latina cuenta con un potencial regional para constituir capacidades autónomas frente a la presión del capital imperialista. Pero no hay ningún país que lo pueda hacer aisladamente, de modo que debe ser un proyecto común. La integración regional es, pues, una necesidad de los proyectos emancipatorios, pero también es una posibilidad concreta, gracias al surgimiento, consolidación y crecimiento de las fuerzas antes mencionadas.
Las dificultades residen, sin embargo, en el carácter inédito de un proceso de ese tipo. Hasta ahora, la integración regional era enfocada y entendida dentro del área de influencia –y como parte de la influencia– de una potencia hegemónica. Hasta el proceso que dio por resultado el surgimiento de la Unión Europea tiene que ser entendido como parte de la estrategia de contención de la URSS llevada a cabo por los Estados Unidos.
Ahora bien, un proceso de integración regional sin el liderazgo de una potencia hegemónica y, lo que es más, contra las pretensiones hegemónicas de la única superpotencia actual, no cuenta con una doctrina que le brinde antecedentes y consistencia programática: habrá que elaborarla sobre la marcha. Esa es la tarea dramática que se impone a las izquierdas latinoamericanas como resultado de los éxitos cosechados en la fase anterior.

Prioridades

1. Si este es el cuarto momento histórico de la larga marcha por la emancipación indoamericana, será importante sistematizar las propuestas y las lecciones de los tres esfuerzos anteriores. Ello incluirá, sin duda, el rescate crítico de los debates propuestos por Simón Bolívar (a cuyas iniciativas los Estados Unidos respondieron con la Doctrina Monroe), José Carlos Mariátegui (en diálogo y polémica con Haya de la Torre), los pensadores de la CEPAL (como Raúl Prebish, Celso Furtado, Aníbal Pinto y María C. Tavares) y Ernesto Che Guevara, entre otros.
2. ¿Cuál deberá ser la identidad política de ese amplio proceso? ¿Identidad o identidades? El nacionalismo en los países periféricos o dependientes tiene un carácter revolucionario cuando es antimperialista.3 Pero cuando se orienta a disputas entre países de la periferia se hace patrioterismo de la peor especie, fácilmente manipulable por los intereses imperialistas. En la región hay conflictos latentes entre países que, si son dejados a esa dinámica, llevarían a la desagregación política y al fracaso de la idea de que hay alternativas a la hegemonía imperialista en la América Latina. Para superar ese escollo, el presidente Chávez ha propuesto el bolivarianismo y, de hecho, el legado de Bolívar tiene gran actualidad para las tareas actuales. Sin embargo, hay que preguntarse –partiendo incluso de las experiencias del siglo pasado– acerca de la pertinencia de la búsqueda de una sola identidad política, aun si es ideológicamente amplia. Tal vez lo más correcto será buscar la convergencia de diversas identidades orientadas por el objetivo estratégico común de una construcción contrahegemónica en la región.
3. ¿Cuáles deben ser los contenidos de ese proceso? O sea, ¿cuál sería su “programa”? Como se señaló antes, no existe aún: es y será un proceso. Y si admitimos una pluralidad de identidades convergentes, debemos considerar incluso una pluralidad de programas. No obstante, hay algunas directrices que podemos afirmar desde ahora. Es lógico y comprensible que cada gobierno inicie el proceso utilizando los medios de que dispone su economía nacional actualmente. Sin embargo, si se queda en eso, sería la mera reiteración del modelo actual (de dependencia y subdesarrollo) que, justamente, se quiere superar. Por eso es fundamental vincular los debates sobre la superación del neoliberalismo dentro de nuestros países al proceso de integración regional. Por otro lado, nuestras economías fueron construidas históricamente para servir a las metrópolis, tienen incluso características de unidades competidoras entre sí en los mismos rubros por los mercados del capitalismo central y por los capitales imperialistas. Un proyecto de integración debería significar un amplio proceso de redefinición de nuestras estructuras productivas, de las infraestructuras de transporte y comunicación, de las matrices energéticas, etc., para hacer de la región una unidad económica común orientada a las necesidades de sus pueblos.
Por último, no hay entre nuestros países uno que sea capaz de liderar a los demás, porque ninguno tiene capacidades hegemónicas regionales. Esto significa que en el proceso se construirá un liderazgo compartido entre varios países o no habrá proceso regional. (Este último es un desafío particularmente importante y estimulante ya que el pensamiento estratégico convencional no prevé esa hipótesis: deberá ser una creación heroica de nuestros pueblos).
4. Como señalamos antes, este proceso no comenzó ahora ni cayó del cielo. Es resultado de lentos y persistentes esfuerzos de construcción de actores políticos y sociales en nuestros países y a nivel regional. Por eso, como método, es fundamental partir de los espacios de convergencia y las capacidades de movilización que hemos construido. En ese sentido, el siguiente paso, definido en el Encuentro Hemisférico de Lucha contra el ALCA, realizado en La Habana en abril del 2006, apunta a la Cumbre Social por la Integración, a celebrarse en Santa Cruz, Bolivia, en diciembre del 2006.4 Será coincidente con la reunión de presidentes de la Comunidad Sudamericana de Naciones, que, bajo la presidencia del gobierno boliviano, discutirá los rumbos de la integración regional.
La Cumbre Social será una oportunidad para avanzar en la convergencia de una pauta de propuestas para caminar hacia aquella construcción regional y para dialogar con otros actores de ese proceso (gobiernos abiertos al diálogo con los movimientos sociales, partidos políticos progresistas, etc.)

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Notas:

1—José Carlos Mariátegui: “Aniversario y balance”, en Textos básicos (selección, prólogo y notas de Aníbal Quijano), México, Fondo de Cultura Económica, 1991, p. 125. La revolución cubana fermentó también otra tesis mariateguista: la de que el antimperialismo, para ser consecuente, debe tener una perspectiva socialista. Ver en la misma antología “Punto de vista antimperialista”, p. 203.
2—El gobierno de derecha del PAN realizó un fraude electoral para impedir la victoria del candidato de centroizquierda Manuel López Obrador, del PRD.
3—No así el nacionalismo en los países imperialistas, donde, en general, forma parte integral de ideologías reaccionarias.
4—En realidad, se celebró en Cochabamba en la fecha prevista (N. de los E.)

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