El once de septiembre del 2007 Etiopía inició su tercer milenio, ocho años después que la mayor parte del mundo. El relativo “atraso” responde a una antiquísima cultura, regida por un peculiar calendario, compendio de antiguos cálculos astronómicos egipcios, del calendario hebreo y del juliano (de los tiempos de Julio César). En 1582, Europa, y después, gradualmente, casi todo el mundo, optó por el calendario gregoriano.
A propósito del nuevo milenio etíope, este artículo esbozará a grandes rasgos la importancia histórica de la religión en la larga historia del país, algunos rasgos distintivos de la fe ortodoxa etíope y sus principales aportes al singular patrimonio artístico nacional.
La religión en la historia etíope
La Iglesia Ortodoxa Etíope, que hoy cuenta con unos cuarenta-cuarenticinco millones de fieles en todo el mundo (la mayor de todas las iglesias ortodoxas orientales) data del tiempo de los apóstoles y fue religión de Estado desde inicios del siglo IV d.C. hasta 1974. Fue, además, una de las poquísimas iglesias cristianas existentes en Africa antes de la fase colonial; es decir, no llegó de Europa, sino de su viejo vínculo con el mundo hebreo, que ubicó junto al pesebre de Jesús a un Rey Mago negro, Baltasar, procedente con bastante probabilidad de Etiopía.1
Precisamente, el calendario etíope se enraíza en las creencias de la Iglesia Ortodoxa Etíope, según las cuales Dios creó la tierra cinco mil años antes del nacimiento de Jesucristo, de manera que el mundo estaría entrando ahora a su año 7 500. Pero el calendario solar copto –hoy día el más antiguo en vigor– habría tenido su origen en fecha desconocida, unos tres mil años antes de Jesucristo, pues su Año Nuevo debía señalar el final de la gran inundación del Arca de Noé. Tanto el calendario etíope como el copto tienen trece meses: doce de treinta días y un mes intercalado al final del año, de cinco o seis días según el año sea bisiesto o no.2
Con la excepción de Armenia, Etiopía fue el primer país del mundo en adoptar el cristianismo,3 pero debido precisamente a la antigüedad de la vida y la civilización humanas en su territorio, allí resulta más difícil que en otras partes deslindar mito, leyenda, religión e historia. Además, la poca atención que tradicionalmente la academia le ha dedicado al pasado etíope al estudiar las culturas africanas en particular o el mundo antiguo en general –laguna que David Phillipson atribuye a la proverbial autonomía de los acontecimientos etíopes respecto a los del resto del mundo—4 contribuyó a afianzar las confusiones resultantes.
Hoy sabemos, fuera de toda duda, que fue en la región de Etiopía y sus alrededores donde aparecieron nuestros antepasados prehumanos, donde se forjaron las primeras herramientas, donde el homo sapiens evolucionó y, probablemente, donde desarrolló sus primeras técnicas agrícolas, entre otras formas de subsistencia humana. Hace cinco mil años, radicó allí el País de Punt, altamente valorado por los egipcios por su producción de incienso. Durante el milenio siguiente formó parte del Reino de Kush, pronto destruido por el empuje asirio. Después, la cultura etíope que conocemos hoy se fue forjando a partir de la interacción de etnias locales con otras provenientes del sur de la península arábiga, los llamados pueblos sabeos, adoradores de los astros, tal vez alrededor del último milenio antes de Cristo. Las tribus sabeas, de origen semítico, se mezclaron con los habitantes kushitas, pero hicieron predominar su lengua –de la que surgiría el guez– y su escritura. Esa primera cultura mestiza legó imponentes monumentos, hermanos culturales de sus contemporáneos en el sur de Arabia, entre otros el llamado Templo de Yeha en el Tigray, construido hace más de dos mil quinientos años, y cuyas sólidas paredes aún conservan más de once metros de altura.5
Resulta difícil precisar el momento en que el judaísmo llegó a Etiopía, pero la leyenda lo ubica en los tiempos en que el rey Salomón construía el templo de Jerusalén, cuya demanda de maderas preciosas, oro, marfil y otros productos etíopes suscitó la curiosidad de la Reina de Saba, que terminó por viajar con un amplio séquito a esa ciudad. Fascinado por su belleza, el Rey Salomón consiguió enamorarla y convertirla al judaísmo; de vuelta a su tierra, la reina daría a luz el primer soberano etíope en propiedad, Menelik I. Con posterioridad este iría a Jerusalén, de donde traería a su regreso el Arca de la Alianza, depositaria de los Diez Mandamientos, que Moisés portó durante el Exodo. Se dice que hoy el Arca está oculta en un anexo a la Catedral de Nuestra Señora Santa María de Sión, custodiado perennemente por un monje, único autorizado, hasta su muerte, a acceder al recinto. Las iglesias ortodoxas etíopes sólo se consideran consagradas al recibir un tabot, réplica de quince centímetros de las tablas originales que debía contener el Arca, pero que se mantiene igualmente oculta en envoltorios, aun durante las procesiones, cuando se le saca de la iglesia, en ocasión de la fecha del santo patrón o de la Epifanía.
Independientemente de la veracidad o no de las leyendas, los antepasados de los falasha o “judíos negros” etíopes deben haber entrado al país en fecha remota, teniendo en cuenta el tipo antiguo de judaísmo que practican y su utilización de lenguas vernáculas etíopes (y no el hebreo), en la liturgia. Por eso hay quienes arguyen que aunque “comparten un ancestro común con el judaísmo moderno”, los falasha “no son judíos en el sentido que habitualmente se atribuye al término hoy día”.6
A principios de nuestra era (algunos lo remontan hasta el último siglo a.C.) surgió un singular Estado que extendió sus dominios a buena parte de la mitad norte de lo que hoy es Etiopía, el llamado Reino de Axum. Exportaba oro, marfil, cuerno de rinoceronte, cuero de hipopótamo y esclavos, e importaba tejidos, artículos acabados de metal y metales en bruto para elaborar productos locales.
Se sabe que Axum se cristianizó tempranamente. Según los Hechos de los Apóstoles, capítulo 8, el acto inicial ocurrió cuando, en la ruta de Jerusalén a Gaza, Felipe el Evangelista halló a un eunuco, tesorero de Candace, la reina de Etiopía, al que ayudó a comprender un pasaje de Isaías que el etíope leía, y luego lo convirtió. La versión etíope del texto precisa que se trataba de un funcionario de la Reina Gersamot Hendeke VII, que gobernó aproximadamente entre el 42 y el 52 d.C. No obstante, la cristianización no parece ser tan temprana como señala esa tradición. Por los imponentes obeliscos que sobreviven, rematados con el símbolo del creciente lunar, sabemos que en Axum predominaron inicialmente los cultos no cristianos, al tiempo que la evolución de su muy desarrollada numismática nos permite fechar el tránsito de ese símbolo a la cruz cristiana –es decir, el momento de la cristianización del reino– inequívocamente hacia los años 330-350 d.C., bajo el reinado de Ezana.7 Otra tradición más cercana a la cronología comprobada nos dice que el cristianismo fue introducido por Frumencio y Aedeio, dos jóvenes hermanos y monjes greco-sirios, ambos provenientes de Tiro, que naufragaron en la costa eritrea en tiempos de Ezana, al que con el tiempo convirtieron y bautizaron. Frumencio (llamado en la tradición etíope “Padre de la Paz, Revelador de la Luz”) viajó después a Alejandría y regresó tras ser nombrado por San Atanasio patriarca de la Iglesia Copta Egipcia, como primer abuna o arzobispo de la Iglesia Ortodoxa Etíope.
Un siglo después llegaron a Etiopía, también procedentes de Egipto, Siria y Bizancio, los monjes llamados “Nueve Santos”,8 que huían de la persecución del emperador bizantino tras el Concilio de Calcedonia de 451, cuyos decretos se negaron a aceptar varios patriarcas, entre otros los de Alejandría, Antioquía y Jerusalén, en lo referido a “las dos naturalezas” (divina y humana) de Cristo. En lugar de ello, los rebeldes mantuvieron el dogma miafisita o monofisita de “una naturaleza”. Los nueve monjes impulsaron la estructuración de la iglesia estableciendo monasterios, traduciendo la versión septuaginta griega de la Biblia al guez y predicando la nueva fe. Introdujeron la liturgia y, junto con los textos sagrados, las técnicas de copiarlos e ilustrarlos, que desarrollaron la caligrafía y la pintura sobre pergamino. Tanto ellos como otros misioneros grecoparlantes que visitaron el país a fines del siglo V contribuyeron al desarrollo del extraordinario fenómeno monástico que prosigue hasta nuestros días en ese país.9
Axum prosperó y continuó siendo un importante centro comercial, al menos durante los siete primeros siglos posteriores a Cristo. Probablemente llegó a gobernar regiones de Arabia y conquistar Meroé, y con frecuencia se menciona en escritos grecorromanos y bizantinos,10 que dan cuenta de su cosmopolitismo y su tolerancia religiosa.11 En efecto, Axum tendría importancia en los inicios del Islam, cuando fue un refugio frecuente para los musulmanes al calor de las luchas entre clanes del siglo VIII.
Pero al cabo, Axum decayó gradualmente entre fines del siglo VI y fines del siglo X, quizás por problemas ecológicos, pero sobre todo por el hecho de irse apoderando de las costas del Mar Rojo –y con ellas, de las rutas comerciales– una nueva oleada cultural islamizada proveniente del sur de Arabia. Los remanentes culturales del reino axumita se retiraron hacia el interior montañoso, sentando un precedente histórico que se repetiría en la historia etíope ante cada amenaza proveniente de la costa.12
Para el siglo X ya podían identificarse en el macizo etíope veintiséis principados con las características esenciales de la tríada que conformaría los cimientos de la cultura etíope. Uno de los elementos de esa tríada fue la lengua semítica con su escritura, aunque, como le ocurrió al latín, el guez, en interacción con las variantes del agau de las etnias absorbidas en la retirada hacia la meseta, se descompuso en varios sermo vulgaris: amárico, tigriña, etc. Otro fue el ordenamiento político de rasgos semifeudales,13 resumido más tarde en la figura de un emperador con mayor o menor autoridad, según el momento histórico, sobre los príncipes. Y el tercero fue la fe cristiana, corporizada en la Iglesia Ortodoxa Etíope, que conservó el guez en su liturgia, la historia en sus manuscritos y apuntaló al régimen político.14 Esto se hizo especialmente obvio hacia fines del siglo XIII, cuando se articuló el mito sobre el origen salomónico de las dinastías etíopes en la redacción del Kebra Negast, el “Libro de la Gloria de los Reyes”, que, no obstante, incorporó fuentes primarias tan antiguas como las del siglo VI.15 Así:
El papel central de la Iglesia en la elaboración de leyendas que tendían a justificar la perpetuación de grupos amárico-tigriños a la cabeza del estado profundizó la alianza entre nobleza y clero: Iglesia y Emperador defenderían juntos el predominio del cristianismo y del componente cultural emergido de Axum a medida que avanzaba el proceso de sometimiento e integración, a ese núcleo inicial, de otros pueblos disímiles. Sin embargo, aunque los parámetros impuestos a la posible incorporación de un pueblo distinto se argumentaban en términos raciales y de misión casi divina, en la práctica se reducían las más de las veces a la interiorización de las instituciones básicas de la cultura central y dominante: la religión y la lengua.16
Aunque al despoblarse Axum se cortaron los vínculos de Etiopía con el mundo exterior, durante toda la Edad Media circularon en Europa las leyendas del Preste Juan, único rey cristiano de un país de imprecisa ubicación al sur de las tierras del Islam: durante las Cruzadas, se esperaba que de un momento a otro sus ejércitos convergieran en Jerusalén desde el sur. Pero, de hecho, tanto los reinos cristianos de Nubia como la propia Alejandría habían sucumbido al empuje islámico, de modo que Etiopía se veía cada vez más cortada del exterior, y a la defensiva en su fortaleza montañosa.
Los primeros manuscritos de monjes etíopes aparecieron en Europa hacia fines del siglo XII, y se dice que el reino etíope contactó al de Aragón en 1424, que en 1439 envió una embajada al Vaticano y que en 1507 mandó a un armenio, Matheus, como enviado a Portugal para pedir ayuda contra la amenaza de un sultanato vecino. Pero los vínculos del viejo reino cristiano con sus pares de Europa iban a volverse mucho más fluidos y permanentes después de 1520, cuando una embajada portuguesa encabezada por Don Rodrigo de Lima llegó a Etiopía para instalarse allí durante varios años. El rencuentro con los “hermanos de la fe” europeos ocurría en un instante crucial en el que las fuerzas del Islam se aprestaban a lanzar una Jihad definitiva contra el único reino cristiano sobreviviente en Africa: de hecho, las incursiones musulmanas entre 1527 y 1542 diezmaron al país y liquidaron buena parte de su patrimonio de pinturas, miniaturas, orfebrería y tapicerías ceremoniales.17 Pero en 1543 la alianza con Portugal permitió derrotar al invasor musulmán y al líder islámico de Harar, Ahmed Gragne, apoyado por los turcos. No obstante, la pequeña asistencia brindada por Portugal, sobre todo en armas de fuego,
representó la primera injerencia europea de alguna envergadura en los acontecimientos de la región y tendría consecuencias percibidas como igualmente peligrosas para la sociedad etíope de entonces, en tanto afectaban a la fe, que era un componente básico que la cimentaba. A cambio de la asistencia, se permitió el asentamiento en el país de sacerdotes de la recién fundada Compañía de Jesús.18
Los etíopes resistieron varias décadas la influencia jesuita. Pero bajo creciente presión de sus sacerdotes, en 1626 el emperador Susenyos abrazó la fe católica, se sometió formalmente al Papa, estableció el catolicismo como religión del Estado etíope y cortó los vínculos con Egipto. A partir de ese instante, “los misioneros jesuitas comenzaron a propagar su propia interpretación de las escrituras”,19 y las decisiones referidas a la religión empezaron a ser tomadas no en Roma, sino en Lisboa.
Por cierto, fue en ese período que, al calor del choque de las ideas ortodoxas con las católicas, surgieron dos extraordinarios filósofos etíopes, Zera Yacob20 (quien aportó más bien en las esferas de la teodicea y la ética con respecto al individuo)21 y su discípulo, Walda Heywat (más concentrado en los terrenos de la ética social y la psicología).22 Teodros Kiros ha observado que la añeja tradición filosófica etíope “es única en Africa” porque, además de su vertiente oral (presente en poemas, proverbios, etc.) tiene otra escrita,23 cuyo estrecho vínculo “con el cristianismo en general y con el monacato en particular” ha sido subrayado, entre otros, por Claude Sumner.24 Yacob, considerado “la figura dominante” de la tradición escrita, tuvo desde su infancia una educación religiosa tradicional, que incluía el estudio
en particular de los Salmos de David, el zema (música sagrada enseñada en las escuelas eclesiásticas), el qene (“poesía” o “himnos”) y el sewasewa (“vocabulario”). Sewasewa designa la interpretación de las Sagradas Escrituras y es en cierto modo equivalente a las “bellas letras”.25
Pero junto a esa formación en el seno de la iglesia copta, Yacob se familiarizó con las enseñanzas católicas introducidas por los jesuitas, cuyos efectos denunció como negativos para el país. Perseguido por el emperador, huyó a una cueva donde vivió como ermitaño y reflexionó en torno al Libro de los Salmos, el Dawit. Así concibió los elementos de un tratado que publicaría en forma autobiográfica, a instancias de su discípulo, Heywat, una vez que abandonó su refugio, en 1632, a la muerte del emperador. Podría decirse que toda su obra partió del rechazo a la imposición cultural y religiosa; según Kiros: “Fue a esas poderosas fuerzas que Zera Yacob respondía con su lectura independiente de la Biblia, en la que buscaba apoyo para la misión, filosóficamente inspirada, de salvar a Etiopía de la invasión cultural foránea”.26
Enfrentado a una férrea resistencia de las jerarquías ortodoxas nacionales y sus súbditos, el emperador Susenyos se vio obligado a abdicar en 1632 en favor de su hijo, Fasilides, quien restauró la ortodoxia como religión de Estado, expulsó a los jesuitas en 1633 y, en 1665, ordenó que se quemaran todas las obras de esa orden. Tanto por la amenaza del Islam como la del catolicismo se afianzó en el país la mentalidad de estado-fortaleza cercado y acechado por adversarios de la fe.
En los años que siguieron, los focos principales de conflicto se centraron, de un lado, en las penetraciones de pueblos agau y oromo que amáricos y tigriños se esforzaron por asimilar a sus lenguas, a su fe religiosa y, en general, a su modo de vida; de otro, en las tensiones entre los poderes regionales y el central. Después del llamado Período de Gondar (1636-1704), durante el que se frustró la esperada modernización del reino a través del desarrollo de un capitalismo mercantil, se sucedieron conflictos entre jefes locales que desembocarían en casi un siglo de inestabilidad, la llamada Zemene Mesafint o Era de los Príncipes, que duraría hasta 1855. En esos siglos convulsos, el clero copto –o una parte de él, o determinada jerarquía– tuvo posiciones oscilantes, dado que en ocasiones favoreció las fuerzas centrífugas de los príncipes y en otras el impulso cohesionador del poder central en manos del emperador. Pero una vez consolidado e institucionalizado el poder imperial, las jerarquías ortodoxas nacionales obraron en un esquema de reforzamiento mutuo con dicho poder.
En la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX la nación etíope brillaría con su mayor esplendor, sobre todo al conseguir derrotar –único caso en Africa– sucesivos intentos europeos por dominarla y colonizarla. La razón de esa victoria estuvo, en buena medida, precisamente, en la gradual consolidación de un fuerte poder central que supo captar las mentes de sus súbditos e impregnarlos con la determinación de defender su cultura, su soberanía y su independencia.27 A su vez, todo ello trajo enorme prestigio a la nación etíope en el concierto internacional, y muchos pueblos oprimidos del mundo comenzaron a mirar con aliento hacia el desconocido reino montañoso. En ese marco se ubica, por ejemplo, el surgimiento del movimiento rastafari entre los negros –inicialmente– del Caribe.
A mediados del siglo XX se cortó el viejo vínculo de la Iglesia Ortodoxa Etíope con la Iglesia de Alejandría, luego que en 1948 se acordara por ambas partes. En virtud del acuerdo, el papa copto ortodoxo de Alejandría, patriarca de toda el Africa, consagró a cinco obispos mandatados para elegir a un nuevo patriarca para su iglesia, con poder para consagrar nuevos obispos. En 1951 el papa copto ortodoxo consagró al arzobispo etíope Abuna Basilios, coronado como primer patriarca de Etiopía en 1959.
Por esa misma fecha, no obstante, el añejo imperio experimentaba serios problemas internos debido al atraso de sus estructuras productivas, lo que indujo al emperador Haile Selassie a esforzarse por modernizar aceleradamente el país, intento que precipitó algunas contradicciones adicionales.28 Hacia principios del decenio de 1970-1979 la pobreza creció, tanto por motivo de una fuerte sequía como por la extrema explotación por parte de la nobleza. Dentro de la propia Iglesia Ortodoxa se evidenció cierta brecha entre las jerarquías próximas al emperador –y, a ojos de muchos, comprometidas con él– y su nobleza, de un lado, y, del otro, el clero de niveles inferiores, más cercano a los sufrimientos del pueblo, al tiempo que también crecían los antagonismos de índole étnica y religiosa. Hay que recordar que el Negus (emperador) estaba investido de la autoridad religiosa suprema, a la cabeza de la Iglesia nacional y por encima del Abuna, lo que subrayaba la unión de los poderes religioso y político en una misma figura.
El estallido político que sobrevino en 1974 estremeció los cimientos de la sociedad etíope, barrió con el antiquísimo imperio, removió la ortodoxia de su condición de Iglesia del Estado y, de nuevo, desató fuerzas centrífugas que pusieron en peligro la unidad de la nación. De la subsiguiente guerra civil emergió, hacia fines del milenio pasado, una Etiopía muy distinta, con un audaz sistema estatal federativo que reconoce el derecho da cada región a escindirse. De hecho, la región de Eritrea accedió a la independencia en 1993, y al año siguiente fue nombrado un arzobispo para la Iglesia de ese nuevo país, a la que se concedió formalmente independencia en 1998 con la consagración del primer patriarca eritreo.
No hubo marcha atrás en cuanto a privar a la Iglesia Ortodoxa Etíope de su antiguo carácter de religión del Estado, lo que refleja la realidad de la composición religiosa de la nación: aunque la fe ortodoxa es ampliamente predominante en grandes grupos nacionales como amáricos y tigriños, del total actual de casi ochenta millones de etíopes, cristianos y musulmanes exhiben cifras muy parejas, cada uno con alrededor del 45% de los feligreses, y el 10% restante corresponde a las religiones tradicionales.29
Algunas características de la religión
en la Etiopía actual
El sometimiento de los varones amáricos a la circuncisión resalta los muchos puntos en común de la ortodoxia etíope con el judaísmo (en especial con el que se da en llamar ortodoxo o conservador), aunque buen número de estos son también característicos de otras iglesias cristianas orientales. Es obvio, por ejemplo, que el cristianismo etíope subraya más las enseñanzas del Antiguo Testamento que otras iglesias cristianas. También en la iglesia, al igual que en las sinagogas ortodoxas (y en algunas otras iglesias cristianas orientales), los hombres se sientan a la izquierda y las mujeres a la derecha, y estas últimas deben cubrirse la cabeza, en este caso no por seguir al Antiguo sino al Nuevo Testamento (1 Cor 11).
A las mujeres se les prohíbe la entrada a muchos monasterios, pero también les está vedada la iglesia cuando tienen la menstruación, aunque esto es común a muchos cultos –por ejemplo, a muchos de los tradicionales africanos, incluidos los que evolucionaron en algunas zonas de las Américas–, debido a una amplia variedad de razones.
Otro tabú es el referido a ingresar con zapatos a edificaciones religiosas, pues se aplica la orden dada por Dios a Moisés (Ex 3,5) de descalzarse a la vista de la zarza ardiente por estar de pie en suelo sacro.
Aunque la Iglesia Ortodoxa Etíope considera sagrados el domingo (día del Señor) y también el sábado (como los hebreos), pone mayor énfasis en el primero, por ser el día de la resurrección de Cristo.
Como consecuencia de la añeja influencia semita en la cultura etíope –y ello también ocurre en casos de otros cristianismos orientales–, se prohíbe el consumo de carne de cerdo, y la cocina suele seguir los principios kosher, en particular en cuanto al sacrificio de otros animales. No obstante, a diferencia del Kashrut, la cocina etíope mezcla productos lácteos con carne, como suele hacer la cocina musulmana.
El canon de la Iglesia Ortodoxa Etíope es más amplio que el de la mayoría de las otras iglesias cristianas: la Biblia ortodoxa etíope tiene ochentiún libros, pues hay trece adiciones de libros no canónicos a los sesentiséis del Antiguo Testamento. El canon “más reducido” del Antiguo Testamento incluye libros que aparecen en la versión de los setenta aceptada por los demás cristianos ortodoxos además de Jubileos, 1 Esdras y 2 Esdras, tres libros de Macabeos y el Salmo 151. No obstante, los tres libros de los Macabeos son muy distintos por su contenido a los incluidos en otras iglesias cristianas, y también el orden de los demás libros es distinto. Se ha observado, además, que la iglesia tiene un “canon más amplio” que incluye más libros, aunque todas las biblias modernas impresas se limitan al más reducido. Por demás, en materia de dogma ya mencionamos el aspecto central de su adopción del monofisismo o miafisismo.
En su liturgia, la Iglesia Ortodoxa Etíope es heredera del mundo copto del que proceden, además de su calendario, sus cuatro tiempos de Cuaresma, su celebración de la Epifanía con baños rituales y en general su grandioso y complejo ceremonial.30 En cuanto al vehículo de la liturgia, al guez le ocurrió en la ortodoxia etíope lo que al latín en la católica. Al menos desde el arribo de los “Nueve Santos” a Etiopía, el guez fue la lengua de los servicios religiosos, e incluso fue sólo en el siglo XX que, a instancias de Selassie, se realizó una traducción oficial amárica de las Escrituras. Sin embargo, hoy en día los sermones se imparten habitualmente en las lenguas locales.
Con respecto al bautizo –considerado el medio de ingreso del ser humano a la Iglesia y su medio de salvación–, se esperan cuarenta días después del nacimiento para los varones y, en el caso de las mujeres, ochenta. Las muchachas son normalmente casaderas a los catorce años, y los muchachos entre los diecisiete y los diecinueve, a través de un contrato en una ceremonia civil, en la que puede estar presente un sacerdote. Aunque a los sacerdotes se les permite casarse, no pueden divorciarse (sí se les permite a los no eclesiásticos, siempre mediante negociación, como en el caso del matrimonio) ni casarse en una segunda oportunidad.
Se ha dicho que la pompa de las ceremonias y la liturgia contrasta con el extremo rigor corporal que puede alcanzar la regla de los monasterios y con la frecuencia y severidad de los ayunos prescritos a los fieles.31 En efecto, la Iglesia pone mucho énfasis en el ayuno, del que se enorgullece, en tanto la distingue de otras iglesias: aunque el número mínimo de días a practicar de ayuno al año para considerarse un buen cristiano es de ciento ochenta, hay fieles que ayunan hasta doscientos cincuenta. Durante el ayuno se observa una dieta vegetariana estricta, que también debe estar presente los miércoles y viernes, aunque esos días puede servirse también pescado.
Para los ortodoxos etíopes, la Cuaresma (Hudadi o Abbiy Tsom), que se extiende del 11 de febrero al 8 de abril (cada semana tiene un nombre asociado a acciones o enseñanzas de Cristo), es una importante celebración religiosa. Sus actividades incluyen servicios religiosos diarios para los feligreses en todas las iglesias, de la mañana a la tarde, y servicios durante toda la madrugada para el sacerdocio. Se trata del período de más riguroso ayuno del año: cincuentiseis días a pan, agua y sal y una sola comida en la tarde o la noche, salvo sábados y domingos, cuando se puede comer en la mañana. Tanto el ayuno como las oraciones y las penitencias rigurosamente programadas son una importante prueba de fe que, de ser bien observada, anula los pecados que se cometen el resto del año.
Los etíopes son un pueblo orgulloso de su cultura, sus tradiciones y su religión en particular. Por lo general, los visitantes señalan la estrecha relación de la iglesia con la sociedad, la identificación del pueblo con sus sacerdotes y la solidaridad humana que se pone de manifiesto en los momentos de prueba. Pero también tienden a señalar cierta desconfianza respecto a todo lo proveniente del exterior, resultado de los avatares de su milenaria historia. Esa desconfianza se manifiesta, sobre todo, frente a lo que pueda afectar su fe religiosa, de aquí que hasta tiempos muy recientes los etíopes hayan sido tradicionalmente refractarios a la labor de misioneros de otras denominaciones.
El arte religioso etíope
No puede hablarse de la Iglesia Ortodoxa Etíope y su aporte a la cultura nacional sin hablar del arte ligado a ella. Casi dos milenios de historia cristiana legaron un importante patrimonio de iglesias, monasterios, pintura mural y manuscritos iluminados, implementos litúrgicos y otras manifestaciones de lo que se da en llamar arte religioso. Pero más que arte, se trata de un fenómeno vivo que se sigue relacionando en todas sus manifestaciones con una utilidad cotidiana vinculada a la fe.
Subrayando la continua retirada defensiva y el ocultamiento estratégico de la cultura etíope para asegurar la invulnerabilidad frente al acecho de sus enemigos y para acentuar los muchos misterios de su religión, son comunes en todo el país las iglesias, los monasterios y otras edificaciones religiosas construidas en grutas –como la de Debra Maryam, que data del siglo XIII–, o fundidas en la roca o excavadas en ella. Uno de los más tempranos ejemplos que subsisten, paradigma de inaccesibilidad, es el Monasterio de Debre Damo (uno de los dos que sobreviven de los tiempos de los “Nueve Santos”), que tiene mil cuatrocientos años de historia y que se construyó en lo alto de un desfiladero vertical de veinticuatro metros, al que sólo es posible llegar –en recordación a la leyenda precristiana de la serpiente que hizo posible la subida del Abuna Aragawi, fundador del lugar– escalando con ayuda de una cuerda. Los monjes de Debre Damo producen sus propios alimentos y sólo consumen agua de lluvia recogida en reservorios excavados en la roca. La inaccesibilidad del monasterio, por cierto, contribuyó a salvar sus muchos tesoros artísticos, incluidos manuscritos iluminados, sus tallas en los horcones y el techo de la antiquísima iglesia en torno a la cual está construido el monasterio. En sus hermosos murales se recrean escenas de la fundación del monasterio por el Abuna Aragawi, de la Trinidad, la Vida y Pasión de Cristo, David tocando el arpa, San Jorge matando el dragón y representaciones del infierno.
No obstante, los ejemplos más singulares, notables y evolucionados –si bien no son los únicos– del tipo de iglesia emergida de la roca son las treinta iglesias monolíticas de Lalibela, excavadas laboriosamente con planta en forma de cruz, a partir del siglo X y quizás durante varios siglos, hasta tomar su forma definitiva bajo el gobierno del rey homónimo, entre los siglos XII y XIII.32 El monarca Lalibela pensó crear allí un “Jerusalén etíope”, y su obra, que ha sido llamada “la apoteosis del culto cristiano en Etiopía”, es hoy la ciudad santa del país.
Por cierto, sólo en Lalibela existen algunos bajorrelieves de santos de cuerpo entero que pudieran asociarse a la estatuaria, que, por demás, solamente aparece en algunas tallas de madera en las iglesias, más ornamentación abstracta que otra cosa. La falta de escultura figurativa (incluso las cruces siempre aparecen sin sacrificado) se debe a una interpretación estricta del Decálogo, según la cual la prohibición de representaciones referida a los ídolos se aplicaría también a las representaciones cristianas.33 Como veremos, ello no se aplica a la pintura en sus variadas formas.
Pero volviendo a la arquitectura, en una manifestación más exenta de la roca se evidencian dos variedades de construcciones: la del tipo basílica –de naturaleza importada– y la de tipo autóctono. Las basílicas son de un estilo influido por sus congéneres del siglo VI en la Península Arábiga, y de sus más tempranos exponentes en Etiopía apenas quedan ruinas, aunque aún sobrevive en todo su esplendor la ya mencionada Iglesia de Nuestra Señora Santa María de Sion en Axum. Las iglesias de inspiración más autóctona presentan dos tipos de plantas: cuadrada u oblonga (originarias del Tigray), debido quizás a la influencia de las basílica, y circular (oriundas de Amhara y Shoa), modelada sobre la base de la choza tradicional etíope. Ambos tipos, no obstante, tienen un santuario cuadrado próximo al centro, sus disposiciones se asocian a la tradición judía, y un patio –ya sea circular o rectangular– rodea la edificación. En el campo, la piedra de la construcción a menudo es remplazada por paredes de arcilla y techos de paja. Entre los más hermosos ejemplos de iglesias de planta circular y techo cónico que imitan las chozas tradicionales se hallan las del archipiélago del Lago Tana, donde la ortodoxia se retiró en los tiempos convulsos de las invasiones islámicas.
En lo que respecta a la pintura, que casi siempre es obra de sacerdotes, se puede clasificar en tres tipos: las pinturas murales, los iconos portátiles o exvotos y los manuscritos iluminados. Los murales, realizados sobre yeso o tela, muy semejantes a los de toda el área cultural a la que irradió la ortodoxia griega, adornan –a veces virtualmente cubren– las paredes y los techos de iglesias y monasterios. Los exvotos, sobre tela o pergamino, de pequeñas dimensiones, son generalmente dípticos o trípticos, pero los hay hasta de treinta figuras y presentan analogías con los grandes tapices pintados sobre temas evangélicos o hagiográficos.34
Los manuscritos etíopes son célebres desde hace siglos: las iglesias y los monasterios del país han logrado conservar decenas de miles, y en términos comparativos, muy pocos han sido llevados a museos, bibliotecas y colecciones privadas,35 pues se siguen considerando, ante todo, objetos de uso religioso. En ellos se distinguen tres elementos: el texto (suele formar dos columnas escritas en guez), el marco decorado (con motivos de inspiración floral o geométrica, a veces de influencia árabe, a inicios de capítulo y en los márgenes) y la ilustración propiamente dicha, casi nunca de más de cuarenta centímetros de alto, pero aun así más afín al arte mayor que a la miniatura. En cuanto a la técnica, los manuscritos son dibujos con pluma sobre pergamino con predominio de colores amarillos, rojos, verdes y azules obtenidos de diversos tipos de tierra y mezclados con clara de huevo o leche para aplicarlos. 36
Lamentablemente, el más antiguo manuscrito llegado a nosotros, el Evangelario de Abba Garima, parece datar sólo del siglo XI, y no parecen quedar otros anteriores al siglo XIII.37 Pero hay que recordar que las técnicas introducidas más de mil quinientos años atrás por los “Nueve Santos” continúan aplicándose, casi de manera idéntica, en iglesias y monasterios remotos en los que aún se escriben e ilustran a mano libros piadosos y devocionarios,38 hasta el punto de que “ningún país fuera de Etiopía puede ofrecernos una idea tan clara de lo que era la vida en un scriptorium de la Edad Media”.39 De ahí que sigan siendo, como en ningún otro lugar del mundo, un objeto vivo.
Los temas de los manuscritos son los mismos de la iconografía bizantina: escenas de la vida de Cristo (ordenados litúrgica y no cronológicamente), precedidas por los tradicionales Cánones de Eusebio (tablas aritméticas de concordancia de los cuatro Evangelios), ornamentados con aves y animales, y con los retratos de los Evangelistas. Existen evangeliarios de ciclo iconográfico completo, en tanto relatan en imágenes prácticamente toda la vida de Cristo, y de ciclo reducido, que sólo ilustran algunos de sus episodios o que están dedicados a los retratos de los Evangelistas. No obstante, a veces los artistas revelan fuentes aún más antiguas que los modelos griegos y que se remontan a los propios orígenes del cristianismo, o bien “rehacen” los temas heredados de Bizancio para adaptarlos a la mentalidad, al temperamento y a la estética del país. 40 La relativa autonomía del artista etíope se evidencia en la importancia concedida a temas como La entrada en Jerusalén o El bautismo de Cristo, en correspondencia con el relieve de ambos en las celebraciones litúrgicas de la ortodoxia etíope.41 Por todo ello, Leroy observa que aun cuando este u otro aspecto puedan asemejarse a las miniaturas cristianas de otros países, los manuscritos son “una forma de pintura religiosa específicamente etíope que es imposible de confundir con la de ninguna otra región del mundo cristiano”.42 A su vez, Conil-Lacoste concluye que en esos manuscritos “está la Etiopía eterna, impregnada de toda la sustancia de Africa y de Arabia, y capaz de dar un arte original y severo, muy característico de ese país”.43
Se ha apuntado que el arte religioso etíope subraya una característica conservada por la nación etíope a lo largo de su existencia: la facultad de refundir tradiciones antiguas e influencias exteriores para convertirlas en una expresión original.44 Sin embargo, un elemento bastante notable en su cultura parece ser su continuada religiosidad, no sólo visible en las expresiones del riquísimo arte recién mencionado, sino en la vida que bulle en sus numerosos monasterios, punto obligado en la ruta de buen número de peregrinos que reditan en el nuevo milenio, como parte integrante de su vida cotidiana, las más arraigadas tradiciones de los dos milenios precedentes.
Notas:
1—Marcello Lorrai: “Dossier Le chiese copte d’Etiopia: alla ricerca delle radici cristiane”, Nigrizia, marzo del 2007, pp. 33-48.
2—Dr. Aberra Molla: “Ethiopian Millenium Project”, en http://www.millenniumethiopia.com/calendar.html.
3—David W. Phillipson: Ancient Ethiopia: Aksum: Its Antecedents and Successors, The British Museum Press, Frome & London, 1998, p. 145.
4—Ibid., p. 9.
5—Ibid., pp. 45-47.
6—Ibid., p. 20.
7—Ibid., pp. 51-52.
8—Eran ellos Abba Pantelewon, Abba Gerima (Issac, o Yeshaq), Abba Aftse, Abba Guba, Abba Alef, Abba Yem’ata, Abba Liqanos y Abba Sehma.
9—Marcello Lorrai: op. cit., pp. 33-48.
10—David W. Phillipson: op. cit., pp. 50-51.
11—David González: Etiopía: la oposición contrarrevolucionaria, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1987, p. 8.
12—Ibid., pp. 8-9.
13—No entraré aquí en la polémica de si el modelo etíope podía o no asimilarse al clásico feudal o hasta qué punto. Ver un resumen de los principales argumentos a favor y en contra en David González: op. cit., p. 212, nota 10.
14—Ibid., pp. 9-10.
15—David W. Phillipson: op. cit., p. 140.
16—David González: op. cit., pp. 10-11.
17—Michel Conil-Lacoste: Etiopía: diapositivas de obras de arte, n. 17, Unesco, París, 1963, p. 83.
18—David González: op. cit., p. 13.
19—Teodros Kiros: “Zera Jacob and Traditional Ethiopian Philosophy”, en Kwasi Wiredu (ed.): A Companion to African Philosophy, Cornwall, Blackwell Publising, 2006, p. 183.
20—No confundir con el emperador de idéntico nombre, que reinó de 1434 a 1468.
21—Claude Sumner: “The Light and the Shadow: Zera Jacob and Walda Heywat: Two Ethiopian Philosophers of the Seventeenth Century”, en Kwasi Wiredu (ed.): op. cit., p. 176.
22—Id.
23—Teodros Kiros: op. cit., p. 183.
24—Claude Sumner: op. cit. p. 174.
25—Ibid., p. 173.
26—Teodros Kiros: op. cit., p. 183.
27—Para la explicación en detalle de los motivos que permitieron la conservación de la independencia etíope en esa crucial coyuntura, ver Sven Rubenson: The Survival of Ethiopian Independence, Heinemann, Londres, 1976.
28—Sobre el modo en que los incipientes intentos modernizadores contribuyeron a impulsar las fuerzas que derrocaron al imperio, ver John Markakis: Ehtiopia: Analysis of a Traditional Polity, Oxford University Press, Londres, 1974; y Fred Halliday y Maxime Molineux: The Ethiopian Revolution, Verso, Londres, 1981.
29—No obstante, según los resultados que se dieron a conocer del Censo de Población y Viviendas de 1994, la distribución de los etíopes según su religión es como sigue: cristianos ortodoxos, 51,1%; musulmanes, 32,1%; protestantes, 10,3%; religiones tradicionales, 4,6%; católicos, 0,9%; otras, 0,9%; no declaradas, 0,1%. Ver Dr. Mulatu Teshone: “Case Study on Ethiopia: Ethnic Federalism in Ethiopia: a Model? Background About Modern Ethiopian State Formation”, en http://www.hofethiopia.org
30—Michel Conil-Lacoste: op. cit., p. 80.
31—Ibid., p. 79.
32—David W. Phillipson: op. cit., p. 133.
33—Michel Conil-Lacoste: op. cit., pp. 83-84.
34—Ibid., pp. 86-87.
35—David W. Phillipson: op. cit., p. 136.
36—Michel Conil-Lacoste: op. cit., pp. 88-90.
37—Ibid., pp. 74-75.
38—Ibid., p. 74.
39—Jules Leroy: Éthiopie: Manuscrits à peintures, Collection UNESCO de l’Art mondial, París, 1961, p. 6.
40—Michel Conil-Lacoste: op. cit., pp. 91-92.
41—Ibid., p. 93.
42—Jules Leroy: op. cit., p. 13.
43—Michel Conil-Lacoste: op. cit., p. 94.
44—Otto Jager: Éthiopie: Manuscrits à peintures…, p. 15.