Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta
Virgilio Piñera
1
En el centro de la imagen una isla. Una bestia antropomórfica sentada sobre el mar. Un cuerpo tatuado de atributos que definen su existencia. En una isla, los contornos geográficos dibujan la piel de sus habitantes. En Cuba, cada cuerpo de isleño es la multiplicación de los dones y el destino de su tierra. Cuba, territorio tangible y corpóreo de cegadora luz; ínsula olimpo; morada de dioses paganos y hombres hechizados. Nación de lo secreto y lo oblicuo. Reino de las aguas y la sal. Del tiempo que señorea. Lugar de la espera y de la fundación.
Dos patrias tienen los naturales cubanos: la luz de Cuba y la oscuridad de sus cuerpos. La posibilidad metafórica que nace de esa tensión determinista y vital se extiende como una continuidad por el mapa de toda la nación cubana. Creando, creándose, el ser cubano reinventa los mitos de su existencia y vive en la metáfora de una redención que lo hace más isla; isla entre las islas; la isla más real del mundo; perezosa y sentada sobre el mar de aguas que la aprisiona y la mece.
Reinventando su propia isla, cada cubano la vive o la abandona; cada cubano es (de nuevo) la isla renovada en sus maleficios y premoniciones.
2
En 1991, cuando filmé Sed, quería hacer un cine del cuerpo, un cine sobre cuerpos repletos de energía, sobre cuerpos heridos. Inspirada en Esperando a Godot, de Samuel Beckett, mi primera película intentaba transmitir el enorme desasosiego que un sector de la juventud cubana sentía ante la caída del socialismo real y sus consecuencias inmediatas (aborto del proceso de rectificación de errores e inicio del período especial) en la estabilidad económica e ideológica de la sociedad cubana. Entonces, la metáfora de dos jóvenes marginales empantanados en un cementerio de trenes, ansiosos de moverse en alguna dirección, cansados de esperar, fue vista sólo como una historia de adolescentes desajustados, inconformes con su condición vital.
Cine parásito,1 realizado en blanco y negro, con película de dieciséis milímetros reversible hinchada a treinticinco, Sed resultaba demasiado experimental y poco comunicativa. A pesar de sus premios y su extensa participación en festivales internacionales, Sed fue conscientemente ignorada en su momento, y lo sigue siendo hoy. A muchos críticos y colegas no les gustaba su formalismo; a otros, los temas que introducía en el cine cubano.
Hoy Sed se deteriora en alguna bóveda del ICAIC y sólo parece existir en mi recuerdo.
Los que organizan y pretenden historiar el cine joven de los noventa decidieron no incluirla en la retrospectiva programada en el año 2003, durante la Segunda Muestra de Jóvenes Realizadores.
Historias de islas, diría mi padre. Conjuros de isleños.
3
El viaje como imposibilidad, necesidad, simulacro, frustración, ruptura, atraviesa todo mi cine, en una trayectoria continua de preocupación existencial por la nación cubana y sus habitantes. En 1995, a consecuencia de la crisis de los balseros y la emigración de muchos amigos, artistas e intelectuales de mi generación, nació La ola. Volvía la obsesión de una pareja desajustada socialmente y el mito del viaje como alternativa de salvación personal. En aquellos años (creo que ahora también), cada vez que viajaba, me veía obligado a responder por qué vivía en Cuba; y más allá de alguna respuesta circunstancial, siento que mi respuesta definitiva fue esa película rara con la que aún hoy me identifico hasta los huesos.
Pero resultaba difícil mi cine. No complacía a los cineastas, ni a los críticos, ni a los funcionarios; al público, un sector más amplio de la sociedad, no sé, porque mis dos primeras películas apenas fueron exhibidas. Entonces no se me perdonaba (ahora tampoco) cierto desprecio al oficio, al “buen decir” y a una tradición de folklor y falso compromiso social que aún persiste entre nosotros en franca y cordial convivencia con posturas ideológicas mucho más evasivas ante la realidad cubana.
Quizás sea un síntoma de los tiempos: el compromiso con el destino de la isla que habitaba en el formalismo de mis dos primeras películas llegó a calificarse de existencialismo cubano, y a mi persona, como un cineasta pedante, esteticista, europeizado, de dudoso perfil ideológico.
El aura romántica de joven artista incomprendido tocaba a mis puertas. Y yo me acomodé a esa condición, pero tratando de ser aceptado.
4
En 1999, como homenaje al cuadragésimo aniversario del ICAIC, hice Memorias de fin de siglo, un ensayo documental sobre el cine cubano de los noventa que, a partir de un montaje activo de fragmentos de Memorias del subdesarrollo y filmes realizados durante esa década, terminó por abrir una interrogante, un to be or not to be que hoy todavía me parece pertinente para los cineastas cubanos y su compromiso social.
Ante la realidad de la isla, ante la necesidad de un arte reflexivo y crítico, ¿quién ser? ¿Sergio o Titón?2
Mucho menos conocido que mis películas de ficción, este documental tampoco tuvo la confrontación que su discurso provocador y reflexivo requería, en aras de un debate sobre cine y realidad que, incluso diluido, permanece abierto entre los cineastas, los estrategas ideológicos y la sociedad cubana.
5
Encuentro una idea de Lezama: “La persistencia en la identidad tiende como a crear un doble en la extensión”.
¿Yo soy Sergio? De alguna manera, hay algo de él en mí que podría desarrollarse hasta un clímax de conflicto. Si me trato con un poco de dureza, y parece conveniente, pienso que en los últimos años me he ido automarginando progresivamente de la práctica del ejercicio crítico sobre la sociedad para entregarme a experiencias artísticas más sensuales que, a cambio, me han propiciado un desarrollo técnico considerable.
Pero, ¿y la identidad? Hay algo de cabeza borradora en mí que no me permite asentarme en el gozo que puede producir trabajar como actor o adaptar textos y dirigir puestas en escena para la televisión. Al menos, mi vida no puede convertirse sólo en eso.
Lo que me atrae de un personaje como Sergio es la soledad del torero en el ruedo. Esos momentos en que la muerte te ronda y el duende se alza frente a ella y se ofrece comprometido con el espectáculo de la confrontación. Pero no quiero ser Sergio. La confrontación como espectáculo no trasciende la catarsis. Carece de validez social. Sirve sólo como exaltación individual.
Creo, en cambio, que el gran reto de los artistas e intelectuales en la Cuba de hoy está en poder articular un discurso crítico hacia el interior de la sociedad cubana, que no pueda ser manipulado por los enemigos de la nación ni abortado por la ortodoxia oficial. En realidad, ese fue el conflicto de un intelectual como Titón, y Sergio su mejor puesta en escena. La oposición reactiva que hay entre el accionar de uno y la pasividad del otro tiene un potencial dialéctico muy persistente.
¿Crear un doble en la extensión? La Revolución cubana, obligada a defenderse para sobrevivir, no ha podido (ni ha sabido) abrir espacios para la existencia de una disensión comprometida. Al menos, no lo ha logrado para las generaciones que nacieron con la Revolución.
Pienso en los años ochenta y en la renovada utopía que los animó. Pienso en el miedo, y en la ceguera de algunos funcionarios con el poder suficiente para coartarlo todo. Pienso en la macabra coincidencia del derrumbe del campo socialista y la necesidad del gobierno cubano de protegerse y detener su proceso de rectificación económica, política y social. Pienso en el desaliento de mi generación. Pienso en los que se fueron; obligados unos y por voluntad propia los otros. Pienso en los que se traicionaron y traicionaron. Pienso en mí, que me quedé y he callado durante todos estos años.
La soberanía de la nación cubana pende de un proyecto de futuro que el presente nunca ha permitido articular y desarrollar. Obligados a vivir en un régimen de trinchera asediada, toda la capacidad estratégica del gobierno cubano se ha tenido que emplear en reaccionar ante sucesivas circunstancias adversas para el país. Un estado de cosas que no permite un dinamismo interno capaz de garantizar la acción de múltiples y diversos actores sociales.
En un medio así, la proliferación de Sergios continúa siendo una huella persistente del subdesarrollo y de la imposibilidad de superarlo.
Ante circunstancias como esta, uno tiene que activar su identidad para hacerla posible. Eso me está queriendo decir el viejo Lezama.
6
Fragmentos del Diario de verano de KA
20.8.2004
10 de la noche.
Durante años he vivido un estado interior que me ha mantenido alejado de la esfera pública; y si todo eso ha servido para algo, ha llegado el momento de la acción.
No quiero, no puedo, no me voy a conformar, con el estado actual de las cosas. Me siento como un animal herido y voy a luchar contra mi propia muerte.
Esta isla destruye.
Si uno no huye, tiene que aprender a elevarse…
21.8.2004
¿Sergio o Titón? Con La persistencia de la memoria parto de uno para llegar al otro.
Detrás de Sed y La ola había alguien que trataba de expresarse a través del cine, sin dominar bien su lenguaje. Fueron películas que nacieron de la más sincera expresión de mis tripas dolidas.
Después vino Miradas. Ahí había alguien que intentaba ser aceptado como cineasta, como hacedor de películas. Un hombre amoldado por su contexto. Más hábil, pero menos sincero. Menos comprometido.
Había rendido mi soberbia.
Hacer Crisis (cortometraje independiente) fue como filmar mi retiro. Mi confinamiento a una vida más sensual (…)
Hoy rodé las primeras imágenes de La persistencia de la memoria.
23.8.2004
Estoy convencido de que no voy a poder hacer el video instalación para el día de mi cumpleaños. Con el ciclón todo se trastocó y no pude comenzar los arreglos de mi casa en la calle Trocadero.
Comienzo a desviarme de mi propósito inicial, pero uno aprende con los años a no aferrarse a ningún plan preconcebido: “incapacidad para sostener un sentimiento, una idea sin dispersión”, comentaría Sergio.
Hay una respuesta del filósofo Emil Cioran que me gusta más:
Este es el drama de todo pensamiento estructurado, el no permitir la contradicción. Así se cae en lo falso, se miente para resguardar la coherencia. En cambio, si uno hace fragmentos, en el curso de un mismo día puede uno decir una cosa y la contraria. ¿Por qué? Porque surge cada fragmento de una experiencia diferente y esas experiencias sí que son verdaderas: son lo más importante. Se dirá que esto es irresponsable, pero si lo es, lo será en el mismo sentido en que la vida es irresponsable.
Algo así como la inocencia del devenir.
25.8.2004
Se ha vuelto muy difícil trabajar. Los apagones diarios son de un mínimo de seis horas y ayer hubo uno de trece. La persistencia de la memoria se edita a un ritmo de tres o cuatro horas, pero ya está estructurado. Ahora hay que empezar a profundizar.
Organizar una estructura es trabajar de forma horizontal, cavar postes, uno al lado de otro, hasta crear un bosque ritmado por los intervalos que los separan. Esto es como desplegar un mapa, una extensión ante los ojos.
Después hay que volver a cada árbol, resembrarlo en profundidad, fijarlo. Una buena ordenación del discurso sólo puede sostenerse en la fortaleza de sus pilares. La única posibilidad de ahondar en la riqueza expresiva y conceptual de una obra de arte es trabajar en su verticalidad.
7
Ser artista presupone ser responsable.
Ser artista y vivir en una isla como Cuba, supone una responsabilidad hacia la condición geográfica y política de la nación cubana.
Vivir en un lugar te condiciona a recibir algo de ese lugar. Uno vive a cambio de algo.
Hacer cine es dar. Uno da a cambio de algo. Hacer cine es dar a cambio de algo.
¿Por qué vivo en Cuba?
¿Por qué hago cine en Cuba?
¿Qué me da Cuba donde vivo? ¿Qué quiero darle a Cuba donde hago cine? ¿Qué es el cine cubano? ¿Qué fue? ¿Qué quiere ser?
Exterior. Día. Malecón
–La isla puede ser una ilusión –dice el protagonista de La ola.
Y la muchacha contesta:
–No, la isla somos nosotros mismos.
………………………………………..
Notas
1—Ni alternativo ni independiente, el cine parásito se realiza en el interior de la Industria (o sea, el ICAIC) aunque al margen de los procesos productivos de la institución.
2—Sergio es el protagonista de la película Memorias del subdesarrollo (1968), del realizador Tomás Gutiérrez Alea (Titón).